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ARTÍCULO DE ALESSANDRO SACCHI1

Profesor de Sagrada Escritura en el Seminario Teológico del PIME y en la


Universidad Católica del Sagrado Corazón (Milán-Italia)

I. INTRODUCCIÓN. Una de las exigencias más elementales y esenciales de la


persona humana es la de tener cada día la comida necesaria para la propia
subsistencia. En su larga existencia sobre el planeta Tierra el hombre ha tropezado
siempre con el problema del pan de cada día, y, desgraciadamente, se las ha tenido
que ver muchas veces con la experiencia dolorosa del hambre. Hoy este problema,
ampliamente resuelto en el mundo occidental, ha asumido tintes dramáticos en
varios países del tercer mundo. Los caminos propuestos o intentados para resolverlo
tanto en el plano económico como en el político han sido muchos. Pero ninguno se
ha demostrado verdaderamente eficaz, y fácilmente podemos sospechar que la
discusión en este terreno durará todavía largos años.

Frente a la gravedad de la situación actual, el creyente no puede menos de volver a


la Biblia para ver si en ella se encuentra algo específico que decir en este sentido. Es
evidente que no se puede esperar de un libro con siglos de existencia una respuesta
directa a un problema que asume aspectos cada vez más nuevos y preocupantes.
Pero es cierto que no faltan en la revelación indicaciones preciosas sobre el


1
ALESSANDRO SACCHI, Comida en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, P. ROSSANO, G. RAVASI &
A. GIRLANDA, Ediciones San Pablo, Madrid 2001, pp. 296-310.

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significado de la comida en el contexto de una convivencia humana que se inspira
en valores y realidades trascendentes. De ellas quizá pueda deducirse una forma
nueva de arrostrar un problema tan antiguo y tan moderno.

La pobreza del suelo no ha permitido nunca a la gente común de Palestina una


alimentación excesivamente rica. La comida básica era el pan; esto se percibe en el
hecho de que el acto normal de tomar la propia comida se indica a menudo con la
expresión "comer pan" (Gén 37,25). El pan común estaba hecho de harina de cebada
amasada y cocida en el horno (Jue 7,13). El pan de trigo era más raro y sólo podían
disponer de él las personas acomodadas. Con el pan solían comerse guisos hechos
con yerbas de varios tipos. El uso de la carne se reservaba para especiales
circunstancias, como la llegada de un huésped (Gén 18,7) o el ofrecimiento de algún
sacrificio a la divinidad.

La bebida más común era el agua. El vino, aunque se producía en Palestina, se usaba
casi exclusivamente en las fiestas (1Sam 25,36; 2Sam 13,28; Is 5,12) y a menudo se
mezclaba con agua (Is 1,22; 2Mac 15,39). Otra bebida era la leche de cabra o de oveja,
que a menudo se consumía bajo forma de yogur; también el uso de esta bebida
aparece normalmente con ocasión de la llegada de un huésped (Gén 18,8; Jue 4,19;
5,25).

Para condimentar las comidas se usaban el aceite de oliva y la sal. El aceite se


producía especialmente en Galilea, como se deduce de la bendición de Aser (Dt
33,24), y se usaba también como ungüento (Jue 9,9; Dt 28,40; Miq 6,15) y como
medicina para las heridas (Is 1,6). La sal, por su parte, se sacaba del mar Muerto (Ez
47,11). Otros alimentos mencionados en la Biblia son las habas, las lentejas, la miel,
la manteca y el queso (2Sam 17,28-29; cf Dt 32,13-14).

1. LA COMIDA EN LA VIDA Y EN EL MENSAJE DE JESÚS. La posición de Jesús


respecto al alimento es doble: por una parte, reafirma con la mayor decisión la
necesidad de compartir la propia comida con los que carecen de ella; por otra,
aprovecha la ocasión de las comidas hechas con la gente más diversa para dar
importantes enseñanzas sobre la salvación que ha venido a traer.

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a) La solidaridad en la comida. Frente al problema de la comida Jesús asume una
actitud que está plenamente en sintonía con la de la tradición bíblica. En primer
lugar, condena la excesiva preocupación por la comida. Cuando el tentador le dice
que convierta las piedras en pan, responde que no sólo de pan vivirá el hombre, sino
de toda palabra que salga de la boca de Dios (Mt 4,4; Lc 4,4; cf Dt 8,3); más tarde
recomienda a sus discípulos que no se afanen por lo que tengan que comer o que
beber, ya que Dios conoce lo que ellos necesitan y está dispuesto a dárselo, con tal
que ellos busquen ante todo el reino de Dios y su justicia (Mt 6,25-34; cf Lc 12,22-31).
Cuando Marta se muestra preocupada por servirle la comida, Jesús indica que
prefiere a María, que, sentada a sus pies, escucha su palabra (Lc 10,38-42). Así pues,
la comida representa para Jesús un problema de carácter más bien marginal, que
puede fácilmente resolverse una vez que se han establecido relaciones correctas con
Dios y con el prójimo.

El problema del alimento no sólo debe ser relativizado, sino que ha de abordarse con
un profundo deseo de compartir. Es éste un tema característico del evangelio de
Lucas. Lucas señala cómo ya el Bautista había prescrito a los que acudían a
bautizarse que dieran parte de su comida a los que no tenían (Le 3,11). A fin de
favorecer una verdadera participación con todos, Jesús ordena a sus discípulos, en
el momento de enviarlos a misión, que no lleven consigo pan (Le 9,3; cf Me 6,8) y
que coman de todo lo que se les ofrezca (Le 10,7). A los fariseos, preocupados de la
pureza ritual de los platos y de las copas, Jesús les aconseja: "Dad limosna de lo de
dentro, y lo tendréis todo limpio" (Le 11,41). Invitado a la mesa por un fariseo, Jesús
enseña a ocupar los últimos puestos (Le 14,7-11) y a invitar a cenar a aquellos que
no pueden corresponder (Le 14,12-14). Finalmente, con la parábola del rico que,
después de haber acumulado alimentos en cantidad, muere de repente (Le 12,16-21)
y con la del rico epulón (Le 16,19-31), Jesús condena la codicia de los que no saben
compartir su comida con los necesitados.

En caso de conflicto entre las normas religiosas y las necesidades esenciales del
hombre, Jesús escoge en favor de estas últimas. Cuando los fariseos acusan a sus
discípulos de coger espigas en día de sábado, Jesús los defiende refiriéndose al
ejemplo de David, que, en caso de necesidad, comió los panes de la ofrenda
reservada a los sacerdotes (Me 2,23-28 par). La misma libertad demuestra cuando
justifica a los discípulos que no practican las abluciones prescritas antes de las

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comidas, y declara que todos los alimentos son puros (Mc 7,14-19; cf Mt 15,12-17).
Aunque históricamente parece poco probable que el mismo Jesús tomara una
posición tan explícita, está claro, sin embargo, que él puso sus premisas al situar en
el amor, y no en las prácticas exteriores, el criterio de unas rectas relaciones con Dios.
En efecto, él mismo afirma que en el juicio final tendrá en cuenta la misericordia,
que se expresa, entre otras cosas, en saber compartir el propio pan con los
hambrientos (Mt 25,35; cf Rom 12,20).

En este contexto es fácil comprender el escaso interés de Jesús por el ayuno, que se
había hecho muchas veces una práctica ascética meramente formalista. Interpelado
sobre este punto, Jesús afirma que sus discípulos no están obligados a ayunar, desde
el momento en que el esposo se encuentra entre ellos; volverán a ayunar cuando se
les quite el esposo (Mc 2,18-19 par). En realidad, el mismo Jesús ayunó (Mt 4,2; Lc
4,2) y recomendó el ayuno como medio para reforzar la oración (Mt 17,1; cf He 13,3;
14,23), pero exigió que no se convirtiera en motivo de ostentación (Mt 6,16-18).

De todos estos textos se deduce con claridad que para Jesús carece de importancia
el comer o el no comer, o el comer unos alimentos en vez de otros; lo que importa es
la capacidad de compartir la propia comida con los demás, de forma que se cree
aquella solidaridad que es la señal inequívoca de que se acerca el reino de Dios.

b) Jesús comparte la comida de la gente. En el contexto de su enseñanza sobre la


necesidad de compartir la comida adquiere un nuevo significado la participación de
Jesús en las comidas de la gente más diversa. Los evangelios recuerdan sólo algunos
episodios, pero es probable que fuese habitual para Jesús aceptar las invitaciones a
la mesa que se le hacían. La verdad es que lo acusaron de ser un comilón y un
bebedor, en contraste con Juan Bautista (Mt 11,1819; cf Lc 7,33-34), que era más bien
conocido por su austeridad de vida (cf Mc 1,6; Mt 3,4; 11,18).

Además de un ejemplo de compartir, las comidas de Jesús, cuyo recuerdo nos han
conservado los evangelios, sirven de ocasión para algunas de sus enseñanzas más
importantes. En el banquete en casa de Leví, la presencia de los publicanos y de los
pecadores le dio a Jesús la ocasión de proclamar: "No tienen necesidad de médico
los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"
(Mc 2,17 par). Mientras está sentado a la mesa con uno de los jefes de los fariseos,

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Jesús cura a un hidrópico, mostrando de esta manera que el sábado tiene que
dedicarse a las obras del amor fraterno (Lc 14,1-6).

La invitación a comer en casa de Zaqueo fue provocada por Jesús para que se
convirtiera y restituyera lo mal adquirido y pudiera demostrarse de esta manera que
"el hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,1-10).
En un banquete de bodas Jesús transformó el agua en vino, demostrando así,
mediante un gesto de amor y de solidaridad, que la salvación escatológica está ya a
disposición de todos los hombres (Jn 2,1-11). Antes de la pasión, Jesús recibe en
Betania, durante un banquete, la unción que figura de antemano su muerte y su
sepultura (Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-I1); Lucas había hecho de esta escena el
marco de un gesto de perdón de una pecadora arrepentida (Le 7,36-50). También
después de su resurrección Jesús se manifestó a sus discípulos sentándose con ellos
a la mesa (Lc 24,30.42-43; Jn 21,13; He 1,4; 10,41); es ésta una señal de que la
comunión con ellos, que había comenzado durante su vida terrena, está destinada a
continuar y a profundizarse cada vez más.

El hecho de que Jesús aproveche precisamente la ocasión de estas comidas con la


gente para dar algunas de sus enseñanzas más importantes no es casual.
Efectivamente, se da una relación muy estrecha entre lo que la comida significa y la
salvación anunciada por Jesús, en cuanto que las dos suponen una profunda
reconciliación entre las personas como consecuencia y como signo de la
reconciliación con Dios.

2. LA COMIDA QUE DA JESÚS. La presencia de Jesús en las comidas de la gente,


junto con sus enseñanzas sobre la necesidad de compartir con los demás, prepara e
introduce otro tema particularmente significativo, a saber: el del banquete
escatológico, cuya realización inminente es anunciada por Jesús y anticipada por él
en el banquete eucarístico.

a) El banquete escatológico. En el himno de María se exalta a Dios como aquel que


"ha colmado de bienes a los hambrientos y despedido a los ricos con las manos
vacías" (Lc 1,53). Esta profesión de fe prepara el anuncio programático de Jesús:
"Dichosos los que ahora tenéis hambre, pues seréis hartos" (Lc 6,21); a lo que
corresponde la amenaza: "¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos, porque

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tendréis hambre!" (Lc 6,25). Con estas palabras Jesús anuncia la inminente
realización de las profecías relativas al bienestar de los últimos tiempos, al que están
admitidos solamente aquellos que, en virtud de su fidelidad a Dios, han aceptado
unas condiciones de inseguridad y de pobreza en esta vida.

La idea según la cual la fase final del reino tomará el aspecto de un banquete
preparado por Dios para los justos aparece vanas veces en las palabras de Jesús. Está
ya presente en la frase de Jesús sobre los invitados a las bodas, que no pueden ayunar
mientras está con ellos el esposo (Mc 2,19 par). Este mismo concepto es el que se
enuncia en la parábola del banquete nupcial, en el que no quieren participar los
primeros invitados, dejando su sitio a otros que habían sido excluidos al principio
(Mt 22,110; Lc 14,16-24); se encuentra también una alusión al banquete final en la
parábola del hijo pródigo, para quien el padre prepara un banquete en el que el
hermano mayor se niega a participar (Lc 15,23.28). Finalmente, Jesús presenta
expresamente el reino de Dios como un gran banquete, en el que toman parte los
paganos junto con Abrahán, Isaac y Jacob, mientras que los hijos del reino, esto es,
los judíos incrédulos, quedan excluidos de él (Mt 8,11; Lc 13,28-29); de nada les sirve
haber comido y bebido delante de Jesús durante su vida terrena (Lc 13,26), ya que la
solidaridad con él, expresada en las comidas celebradas juntamente, ha sido
solamente externa y momentánea por su culpa.

Pero es sobre todo en la multiplicación de los panes donde Jesús se revela como
aquel qué, en cuanto invitado de Dios, organiza para su pueblo el banquete de los
últimos tiempos. Este milagro se sitúa dentro de una sección que, por sus numerosas
referencias al pan, es llamada "sección de los panes" (Mc 6,33-8,26). En el centro de
la misma, en el episodio de la mujer siro-fenicia, el "pan de los hijos" que no debe
tirarse a los perros aparece como el símbolo de la salvación traída por Jesús (Mc 7,27-
28). El gesto de Jesús, que en dos ocasiones sacia el hambre de la multitud, asume
de esta manera una clara significación simbólica: la salvación final, prefigurada en
el maná y relacionada frecuentemente con la abundancia de comida, se pone ahora
a disposición no solamente de los judíos (Mc 6,37-44), sino también de los paganos
(Mc 8,1-9). Leída en esta perspectiva, la multiplicación de los panes se relaciona
espontáneamente con la última cena de Jesús, a la que aluden igualmente los gestos
realizados por él antes de distribuir los panes entre la gente. En realidad, también
en la sección de los panes el evangelista quiere hacernos comprender que el

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verdadero pan, el único que los discípulos habían llevado consigo en la barca (Mc
8,14) es Jesús.

b) La cena del Señor. En el trasfondo de las esperanzas escatológicas de Israel, a las


que Jesús había hecho amplias referencias, asume su verdadero significado la última
cena que celebró con sus discípulos (Mc 14 2224; Mt 26,26-28; Lc 22,19-20). Con las
palabras pronunciadas sobre el cáliz, Jesús se presenta como el mediador de la nueva
alianza, que se ofrece a sí mismo como la comida que restablece las relaciones con
Dios interrumpidas por el pecado. Él puede hacerlo porque el pan partido y el vino
derramado en el cáliz representan eficazmente su muerte, entendida como la
expresión más radical del amor de Dios a los hombres. Éstos a su vez, al comer el
cuerpo y al beber la sangre del Señor se adhieren plenamente a él y quedan envueltos
en su relación amorosa con el Padre.

El contexto pascual de la cena nos hace comprender que en el pan y en el vino que
nos da Jesús, en cuanto que representan y contienen realmente su cuerpo crucificado
y su sangre derramada, se lleva a cabo la liberación definitiva de la que la pascua
hebrea era una simple prefiguración. Finalmente, hay que señalar la referencia
explícita al banquete escatológico que contienen las últimas palabras de Jesús: "Os
aseguro que ya no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que beba un
vino nuevo en el reino de Dios" (Mc 14,25; cf Lc 22,30).

El tema de la eucaristía ocupa un amplio espacio en el evangelio de Juan. Este


evangelista presenta la multiplicación de los panes (Jn 6,115) en una clave más
marcadamente eucarística. Después de relatarla, contiene un largo discurso, en el
que Jesús se presenta como la sabiduría de Dios, que se da a sí misma en alimento a
la humanidad, para conducirla hasta el encuentro pleno y definitivo con Dios (Jn
6,26-58). En cuanto pan vivo que ha bajado del cielo, Jesús realiza de forma plena el
milagro del maná (vv. 49-50) y da la vida eterna a todos aquellos que, por haber
creído en él, coman su carne y beban su sangre (v. 54).

Encontramos un desarrollo ulterior del tema eucarístico en las cartas de Pablo. Pablo
nos presenta a Jesús como el verdadero cordero pascual (1Cor 5,7);
retrospectivamente ve en la comida y en la bebida que Dios concedió a su pueblo en
el desierto un tipo del pan y del vino eucarísticos (1Cor 10,3-4). Además, subraya no

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solamente la comunión que se crea, por analogía de lo que sucede en los banquetes
sacrificiales judíos, entre todos los que participan de la cena y el Señor, sino también
la unidad que se establece entre ellos: "Puesto que sólo hay un pan, todos formamos
un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan" (1Cor 10,17).
Finalmente, Pablo pone de relieve cómo esta unidad tiene que traducirse en una
actitud concreta de solidaridad entre todos los miembros de la comunidad,
solidaridad que encuentra su expresión más significativa en el hecho de compartir
la misma comida con ocasión de la celebración que acompaña a la cena del Señor
(1Cor 11, 17-34). También en los Hechos de los Apóstoles la eucaristía, de la que se
habla cuando se describe la vida de la comunidad, se presenta como un signo de la
comunión que el Espíritu realiza entre todos sus miembros (He 2,42-47). Este aspecto
queda igualmente señalado en la expresión "partir el pan" con que se designa a la
eucaristía (He 2,46; 20,7).

A través del pan y del vino eucarísticos el cristiano aprende a ver además en su
alimento cotidiano un don de Dios, que. anticipa en el día de hoy el don pleno de
los últimos tiempos, y que por tanto tiene que ser compartido con los hermanos. En
esta perspectiva la súplica del Padrenuestro: "Danos hoy nuestro pan de cada día"
(Mt 6,11; Lc 11,3), aparece no sólo como una petición de pan material, sino más bien
como la expresión del deseo de poder saborear ya actualmente el pan del reino con
ocasión del banquete eucarístico y en todos los demás momentos en que los
hermanos comparten el mismo pan.

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