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LAS CONSECUENCIAS PERSONALES DE LA CAÍDA.

Neil. T. Anderson

El origen de los vanos intentos del ser humano


para llenar su vacío fuera de Dios.

Lo que perdieron Adán y Eva en la caída, fue la vida espiritual y su conocimiento de Dios, que
era intrínseco a la relación. Ellos ahora estaban espiritualmente muertos. Sus almas no estaba
más en unión con Dios, y tuvo un efecto inmediato sobre la capacidad que tenían de pensar,
sentir y elegir. Al carecer de una relación íntima con Dios, no tenían una verdadera percepción
de la realidad.
Para ilustrarlo, ¿cómo se esconde uno de un Dios omnipresente y omnisciente como Adán trató
de hacer? (ver Génesis 3:7-8).
La percepción distorsionada de la realidad de Adán y Eva es como la descripción que Pablo
hace de la corrupción mental de aquellos que no conocen a Dios. “Teniendo el entendimiento
entenebrecido, ajenos de la vida de Dios” (Efesios 4:18); “Pero el hombre natural no percibe las
cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque
se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).
Adán y Eva también estaban emocionalmente aturdidos y se volvieron temerosos y ansiosos.
La primera emoción expresada por Adán fue el temor (ver Génesis 3:10). Y hasta el día de hoy
los desórdenes de ansiedad ¡son el problema número uno en la salud mental en el mundo!
Estaban llenos de culpa y vergüenza. Antes de la caída estaban desnudos y no tenían
vergüenza. Ahora querían esconderse y cubrirse. Del mismo modo, si no conocemos el amor y
el perdón de Dios, con frecuencia vamos a enmascarar nuestro ser interior por temor de que
otros puedan descubrir qué está realmente sucediendo en nuestro interior.
Los descendientes de Adán y Eva también estaban emocionalmente plagados de enojo y
depresión. Caín y Abel trajeron sus ofrendas, pero Dios no estaba agradado con la de Caín.
Pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y
decayó su semblante. Entonces Jehová dijo a Caín: “¿Por qué te has ensañado, y por qué ha
decaído tu semblante. Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? Si bien hicieres, ¿no serás
enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su tu
deseo, y tú te enseñorearás de él” (Génesis 4:6-7).
En otras palabras, no te sientes bien por el buen comportamiento, sino que te comportas de
una manera que te hace sentir bien.
Antes de la caída, Adán y Eva tenían solamente una mala opción. Después estuvieron
plagados de elecciones para cada momento de cada día, tal como todos nosotros las tenemos.
Aparte de la presencia de Dios en nuestras vidas, el más grandioso poder que poseemos es el
derecho y la responsabilidad de hacer elecciones. Podemos elegir orar o no. Podemos optar
por creer o no.

Antes de la caída Adán y Eva tenían atributos personales que se transformaron en necesidades
tremendas. En primer lugar, tenían el sentido de pertenecer a Dios así como el uno al otro.
Eran aceptados, pero ahora estaban luchando con un sentido de rechazo. Desde que el
pecado de Adán y Eva los separó de Dios e introdujo luchas en las relaciones humanas, hemos
experimentado una profunda necesidad de pertenecer. Nunca podremos superar
completamente el poder de la presión de los pares y el temor del rechazo, hasta que la legítima
necesidad de pertenecer sea satisfecha en Cristo.
Segundo, la inocencia de ellos, que fue reemplazada por culpa y vergüenza, precipitó una crisis
de identidad y una búsqueda de significado.
Tercero, la pérdida de su vida espiritual los dejó débiles e indefensos. Separados de Dios, no
tenían elección, sino que debían buscar su identidad en el orden natural de este mundo caído,
encontrar su propósito y significado en una vida independiente de Dios, y tratar de satisfacer
sus necesidades con sus propias fuerzas y recursos.
“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son
locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).
Luego de que Adán y Eva perdieron su relación con Dios, a ellos y todos sus descendientes no
les quedó otro recurso que tratar de satisfacer sus propias necesidades en un mundo caído.
Aun cuando el plan de Dios para la redención estaba desplegándose lentamente, luchaban por
encontrar propósito y significado en la vida, sin una relación íntima con Dios.
Al no tener ninguna relación con Dios, la humanidad del mismo modo ha tenido luchas con
referencia a su identidad y propósito personal de estar aquí. Ser un hombre o una mujer puede
describir la sexualidad de uno, pero no la identidad. Como resultado de la maldición, la mujer
daría a luz niños con dolor, y los hombres trabajarían hasta tener sudor en su rostro (ver
Génesis 3:16-19).
En consecuencia, las mujeres han tratado históricamente de encontrar su identidad en su rol de
madre, y los hombres lo han tratado de hacer en sus carreras. ¿Pero qué sucede si una mujer
nunca se casa o no tiene la posibilidad de tener hijos? ¿Qué sucede si el hombre pierde su
trabajo o la habilidad para trabajar? ¿Pierden esos hombres y mujeres su identidad básica en
Cristo, o el propósito que Dios les dio para estar aquí?

El intento de ser nuestro propio “dios” ha llevado a las personas a mejorar su apariencia,
esforzarse para tener los máximos logros y buscar el estatus social más alto como medio de
autoverificación. Sin embargo, cualquiera sea el pináculo de autoidentidad que lleguemos a
lograr, pronto se derrumba bajo la presión del rechazo hostil, la crítica, autoevaluación, culpa,
temor o ansiedad.
Algunos tal vez lleguen en algún momento a verse mejor, logren realizarse a un estándar más
alto y alcancen un estatus social mayor. Todo lo que hemos logrado alcanzar o poseer por
esfuerzo humano un día lo perderemos. Estamos incompletos sin Cristo, y nada de lo que
podamos hacer por la vía de la autoayuda nos completará.

Tomado del libro: El mentor de Editorial Peniel

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