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“Safiya, emergió de las profundidades de ese océano oculto que todos lleva-

mos dentro, y que aparece como una sed de justicia en el desierto de la


ignorancia.
El Teatro, ese mito sagrado que nos envuelve con pasión desenfrenada, me
permite exorcizar los demonios que cargo como conciencias, a través de las
dos caras que, simbólica y simbióticamente lo representan. Decidí la tragedia,
es la única forma en que pude retratar a Safiya, el triste destino de ser mujer
en Nigeria” La autora.

“SAFIYA O EL TRISTE DESTINO DE SER MUJER EN NIGERIA”

CUERPO DE MUJER OCULTA DEBAJO DE UN MANTO BLANCO, CON LOS OJOS


VELADOS POR UN RECTANGULO DE LUZ TRANSPARENTE

SAFIYA:

Aquí estoy. No pueden verme. Ustedes son los que no pueden verme, por eso me ocultan, como

al rostro del pecado... Detrás de este manto, están mis ojos de café negro, que en su mirada final los

buscan, los recorren....estos ojos de mujer enamorada, y por lo mismo preñada de vuestro oprobio-

so semen.

¡Mírenme, hombres necios!, antes que las piedras que esconden en su mano se conviertan en sal,

en arena, antes que el viento desfallezca en mi cuerpo endeble, su palidez sepulcral, antes de que

caiga para siempre el velo que me oculta, y descubra su cosecha mi vientre duro como el acero, ne-

gro y aceitado como la piel de mi amado, como el brazo abrazado por el constante sol del desierto.

¡Mátame semental! Mátame. Que junto conmigo matarás a tu madre y a tu hija, matarás a la tie-

rra que te abriga, a la amante que te nutre, a la amiga que no olvida.

Sé que no podrás hacerlo si me miras a los ojos, por eso me quitaré este manto de pirámide que

me cubre, yo, virgen de los necios, que jamás he empuñado siquiera, una piedra para arrebatarte mi

amor de otras manos de mujer, el beso de otros cuellos, ni el perfume de sándalo y de azahar a tu

boca de fuego, de serpiente y de almendra.

No. No voy a hablar, ni a tratar de convencerlos. Tantos son que forman un ejército de cobardes.

¡Yo, la puta Safiya, desnudo mi ruego de mujer al mundo, clamo a los dioses y al universo que no
me condenen a esta muerte apresurada!

Laten mis hijos en mis entrañas, ¿van a matarlos también, sin que esta pena sea clausurada para

siempre?. ¿Por qué me castigan? Ustedes, los mortales, por qué me enjuician lejos de las leyes divi-

nas, a morir una muerte vergonzante y cruel? (LEVANTA LA TELA Y DEJA VER SU ROSTRO)

¡Que las cámaras de televisión me enfoquen, y sigan la muerte en vivo por Internet. Mientras

caen mis huesos uno a uno, en primerísimo primer plano: Blanco bulto de huesos negros.

Mientras millares de mujeres, adúlteras, se atragantan con la última ración de pollo, o se embriagan

lujuriosos con el vino de mi sangre, sus infieles maridos, echándome una ojeada perversa. O se apa-

rean miles de parejas de un sexo o de dos o de tres. Mientras nacen miles de niñas en este mundo de

injusticias que dios no creó. (PAUSA. RUIDO DEL VIENTO QUE MUEVE SU VESTIMENTA)

¡Enfurecen a los dioses! El sol se ha ocultado tras un eclipse, y ha cambiado el viento. ¿Podrá tor-

cerse mi destino?... ¿Creen que al matarme dejarán de engañarlos? ¡No! ¡No soltaré a mi hijo de los

brazos! El se elevará conmigo en vuelo eterno, le crecerán alas de ángel, y sus ojos azules, se volve-

rán de cielo, le enseñare a volar, y aprenderá a respetar nuestro cuerpo, y a enredarse entre las pier-

nas de una virgen predilecta, con cabellos ondulados de sirena y cola de oro, y collares de algas.

(COMIENZAN A APEDREARLA, ELLA SE AGARRA LA ZONA GOLPEADA)

Oye hombre: te cambio las piedras calizas por esmeraldas de mi pubis, que brillan como estrellas

de diamantes...¡Ay! ¿no me escuchas? Por favor, no me hieras, insensato. Déjame balbucearte al oí-

do el ultimo resoplo: el viento de la muerte se acerca con ira, huracanado....

¡Ay! ¡Hombre! quiero decirte: … que te he amado. A ti, que estás allí, entremezclado en la vil ca-

cería. Por favor, tú, no me lastimes. La paloma ya está herida. Te di mi alma, te di mi cuerpo, te doy

mi hijo. (EXTIENDE SUS BRAZOS QUE PROTEGEN UN BULTO)

¡Y a ti que me denunciaste, Hueney, sin pruebas, a ti que me engañaste con cuanto precoz gorrión

aproximaba sus senos punteagudos, a ti que no te hace falta probar mi pecado, para que tu palabra

engañosa me condene al Sharía!, te dejo todas las heridas, las muñecas laceradas, las marcas de las
sogas en la piel calcinada, las quemaduras de heno, y que el divino te perdone. A ti, hombre.

ARROJA AL NIÑO QUE QUEDA SUSPENDIDO EN EL AIRE, MIENTRAS EL CIELO SE OS-


CURECE, EL VIENTO SE ENFURECE, Y SU CUERPO ENVUELTO CAE AL VACIO DEL
PISO BLANCO, DONDE SE FUNDE Y DESAPARECE. LUZ BLANCA SOBRE EL BEBE
SUSPENDIDO EN EL AIRE.

Liliana Cappagli

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