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Caín y Abel
La mayoría de las veces, las personalidades sobrenaturales invisibles que
constituyen la simiente de Satanás no pueden verse; los que sí resultan
visibles son los agentes humanos a través de los cuales actúan (Efesios
6.12). En Génesis 4, Caín se presenta como uno de esos “hijos de
desobediencia”, el comienzo de la línea perversa de la simiente de
Satanás. El diablo hará guerra contra los primeros santos por medio de su
simiente, en este caso de Caín. Por eso comenzamos por él.
El hecho de que trajeran sacrificios, por sí solo, revela que Adán y Eva
comprendían cómo se debía adorar a Dios después de su caída. Sabían
de la necesidad de ofrendas sacrificiales y enseñaron a sus hijos a
hacerlas.
Abel hizo como se le había enseñado, pero Caín actuó según su propio
criterio. Como consecuencia de ello, Moisés expresa: “Y miró Jehová con
agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y la ofrenda
suya” (vv. 4–5). Dios responde a la actitud de cada hijo antes que a sus
ofrendas. En realidad la diferencia estaba en las distintas actitudes
internas de obediencia, fe y verdadero amor al Señor.
Ambos hijos fueron educados en el mismo hogar, por los mismos padres
piadosos (resulta interesante constatar que la fe de Eva se destaca sobre
la de Adán en el capítulo 4) y bajo idénticas circunstancias. A los dos se
les enseñó a adorar y a presentar ofrendas al Señor. Sin embargo, el
corazón de uno de ellos, Abel, se inclinó por Dios para agradarle mediante
la fe; mientras que el del otro, Caín, se inclinó hacia sí mismo para actuar
según su propia voluntad.
La reacción de Caín en el versículo 5, cuando Dios rechaza su ofrenda, se
describe con palabras fuertes. En primer lugar, se “ensañó en gran
manera”, y después “decayó su semblante” y anduvo “cabizbajo y
deprimido”.
¿De qué nos habla esta figura de la ciudad de refugio? Ella nos recuerda
la obra de la cruz. Es en ella que tenemos refugio. Solamente a partir de
allí podemos salir a la batalla.
Fue allí también que nuestro viejo hombre fue vencido, fue crucificado
(Romanos 6:6). Es a partir de esa «ciudad de refugio», y solamente desde
ella, que nos tornamos vencedores en la batalla. ¡Aleluya! ¡Bendito es
nuestro Señor Jesús!
Ahora, ¿por qué la convocación para la batalla fue específicamente para
Zabulón y Neftalí? Debe haber más respuestas, pero se me ocurre que era
porque el enemigo estaba cerca de ellas. La ciudad donde Jabín construyó
su «cuartel general» estaba en el territorio de Neftalí, y Zabulón era su
vecino. Ellos deberían asumir la batalla primero en nombre del Señor y a
favor de todo su pueblo. Sin embargo, aunque la responsabilidad de tomar
la delantera era de esas dos tribus, se esperaba que las demás tribus de
Israel fuesen en socorro de ellos, como se demuestra en el cántico de
Débora en el capítulo 5.
Separados completamente
“Y Sísara huyó a pie a la tienda de Jael mujer de Heber ceneo ... Pero Jael
mujer de Heber tomó una estaca de la tienda, y poniendo un mazo en su
mano, se le acercó calladamente y le metió la estaca por las sienes, y la
enclavó en la tierra ... y así murió” (4:17, 21).
Correspondió a Jael la oportunidad de dar fin al enemigo. Ella, junto con
Heber, su marido, salió de en medio de los ceneos, se separó de ellos, y
armó su tienda en otro lugar. Sin embargo, pese a esa separación, ella y
su marido todavía continuaban siendo amigos del opresor de Israel:
“porque había paz entre Jabín rey de Hazor y la casa de Heber ceneo”
(4:17). Pero, finalmente, fue ella quien asestó el golpe fatal sobre el
enemigo de Dios.
Vemos aquí otro principio importante en este asunto de la batalla:
Debemos separarnos de todo aquello que es hostil al Señor y a su pueblo.
Esa separación está también relacionada con nuestra santificación.
Muchas veces nosotros hemos hecho una separación parcial de las cosas
que pertenecen a Jabín y a Canaán, de las cosas de este mundo, de la
sabiduría de este mundo. Todavía estamos ‘flirteando’ con esas cosas.
Estamos separados, pero no completamente. Pero gracias a Dios, cuando
esa amistad con el mundo fuere rota, podremos ver de manera cabal en
nuestras vidas la victoria sobre nuestros enemigos.
Vea lo que el Señor dice a Josué, después de que Israel fuera derrotado
por sus enemigos en Hai: “Levántate, santifica al pueblo, y di: Santificaos
para mañana; porque Jehová el Dios de Israel dice así: Anatema hay en
medio de ti, Israel; no podrás hacer frente a tus enemigos, hasta que
hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros” (7:13). ¡Qué aviso
solemne! ¡Debemos separarnos de todo lo que es anatema delante del
Señor y así veremos al Señor actuando en nuestras vidas y las de su
pueblo!
Eso nos hace recordar las palabras de nuestro Señor Jesús: “Porque todo
el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por
causa de mí y del evangelio, la salvará” (Mr. 8:35). Esta vida aquí se
refiere a la vida del alma. La palabra traducida en Marcos y en Apocalipsis
por “vida” es la misma: alma. ¿Y qué nos quiere decir eso? Está
relacionado con negarnos a nosotros mismos. La vida de nuestra alma
(voluntad, emoción y mente) debe ser negada para que la voluntad, mente
y emoción de Cristo se manifieste en nosotros. ¿Eso significa que seremos
“fantoches” sin vida? ¡No! ¡En absoluto! Significa que toda vez que mi alma
esté en controversia con Dios, yo debo negarme a mí mismo y aceptar
aquello que es de Dios. Como nuestro propio Señor Jesús hizo: “Padre, si
quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”
(Lc. 22:42). En ese momento, el Señor se estaba negando a sí mismo. La
voluntad del Padre debía prevalecer.
Zabulón y Neftalí fueron convocados para la batalla y prontamente
atendieron al llamado. ¡Cuánto necesitamos hoy de Zabulones y Neftalíes!
Cuántas cosas han llevado al pueblo de Dios al cautiverio. ¡Cómo el
mundo ha hecho cautivo al pueblo de Dios! ¡Cuánta religiosidad entre el
pueblo de Dios! Una religiosidad que mantiene a los hijos de Dios cautivos
por aquello que es producido por el hombre y no por el Espíritu Santo.
¡Oh, cómo necesitamos soldados de Cristo que levanten sus “espadas” por
el Señor y por su pueblo! Soldados que tomen la Palabra de Dios, que es
la espada del Espíritu, para combatir todo aquello que pertenece a las
tinieblas y que se ha levantado como verdaderas fortalezas del enemigo,
impidiendo que los creyentes en Jesucristo vivan en la libertad de los hijos
de Dios (Gál. 2:4). Judas escribió su carta exhortándonos a contender
“diligentemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (v. 3).
Alabado sea el Señor por todos los santos de Dios de todas las épocas
que pelearon las batallas del Señor. ¡Que el Espíritu Santo pueda levantar
muchos soldados de Cristo en este tiempo!
LA TERCERA TENTACION.
Marcos 1
Sólo trataba con los espíritus malos cuando sus víctimas venían buscando
ayuda o cuando intentaban impedir su ministerio redentor; o también si su
presencia causaba agitación demoníaca en la vida de la persona, ya fuera
en un contexto de grupo o en combate individual.
2 Corintios…