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No es que los novios dejen de fingir o se quiten la “máscara” al poco tiempo de vivir
juntos, sino que las presiones y responsabilidades que implica el matrimonio tienden a
ser excesivas y eso transforma su humor y los vuelve rígidos. Conforme las cosas no
salen como se suponía surgen momentos de frustración y estados neuróticos cada vez
más duraderos, por lo que se requiere echarle la “culpa” a alguien como manera de
compensación. Ese alguien es la persona más cercana, a la que se le tiene más confianza
y se supone que debiera estar dispuesto(a) a aguantar y a hacerse responsable, como
implica la decisión de haberse casado o de vivir juntos.
A veces la llegada del primer hijo(a) es muy pronto, dado que el embarazo surgió antes
de vivir juntos o en los primeros meses de matrimonio. Todavía no termina de asentarse
la segunda cuando se entra a la tercera etapa, lo que implica un proceso de adaptación
más complejo y, por tanto, más riesgoso para la salud psicológica de esa familia. Lo
ideal sería que los matrimonios ocurrieran entre los 24 y los 32 años de edad, habiendo
ya definido una vocación ocupacional que permita la independencia económica de
ambos integrantes de la pareja y la madurez personal correspondiente, así como cuando
existen las mejores condiciones corporales para la vida sexual y la reproducción. Sería
conveniente que la pareja tuviera un lapso de 2 a 3 años de convivencia, disfrute,
adaptación y acoplamiento antes de iniciar el primer embarazo y esperar la llegada de su
primer hijo(a).
Lo ideal sería tener tres hijos separados alrededor de 3 o 4 años entre uno y otro para
permitir que la madre se reponga del embarazo anterior y tenga un período de disfrute y
acoplamiento con su hijo y su pareja. Además, ese espaciamiento es razonable para
considerar la evolución económica de la familia, así como para favorecer la atención
adecuada de cada hijo sin que éste se sienta desplazado por el siguiente; esa diferencia
de edades también permite que los hermanos compartan intereses y tengan una actitud
de apoyo mutuo, más que de rivalidad, a través de las diferentes edades, salvo en ese
período en que uno ya es adolescente mientras el otro todavía es muy niño, lo cual
cambiará en poco tiempo.
El riesgo más importante de esta etapa es la diferencia entre el compromiso emocional
de la madre y del padre hacia los hijos. Tradicionalmente es mucho mayor el
involucramiento materno que el paterno, debido a los sentimientos generados por la
diferente participación en el embarazo, el parto, el amantamiento y el contacto cotidiano
por la crianza con los hijos. Es típico que sea la madre la que desarrolle una mucha
mayor intimidad con los hijos que la lograda por el padre.
Según sea el grado de conflictividad y represión que un niño vivió durante su infancia al
llegar a la adolescencia sus actitudes conflictivas crecerán exponencialmente. Es obvio
que un niño con bajo nivel de represión y conflictividad, responsable y cooperativo en
su infancia, con confianza esencial en sus padres, tendrá un proceso adolescente mucho
más suave que otro que vivió más reprimido o sobreprotegido y en medio de conflictos.
Sin embargo, generalmente los padres no se dan cuenta de cómo están fraguando esas
explosiones adolescentes cuando ejercen su autoritarismo sobre los menores de 12 años.
Sobre todo, considerando que cada vez las nuevas generaciones de niños tienen más
herramientas a su alcance para tener información y formas de manipular a sus padres
cuando éstos pretenden ser represivos sin lograrlo suficientemente porque –además- casi
no están en casa o lo están abstraídos en sus quehaceres y problemas personales. Los
adolescentes conflictuados con sus padres, en mayor medida que cuando eran niños,
harán muchas cosas para preocuparlos y exigirles de manera desmesurada,
aprovechando los sentimientos de culpa de éstos por haberlos semiabandonado y ver sus
resultados, con el ingrediente adicional de las influencias perniciosas con las que se
retroalimentan mutuamente en los grupos de adolescentes resentidos o emocionalmente
empobrecidos, afectados por los absurdos de la vida escolar, donde también padecen la
rigidez y el autoritarismo de docentes, prefectos, “orientadores” y directivos también
emocionalmente alterados.
Cuando los hijos forman su nuevo grupo primario a distancia suficiente de los padres,
incluyendo a los hijos menores, entonces se da el fenómeno conocido como “nido
vacío” en que la pareja tiene el dilema de reencontrarse y construir una nueva afinidad,
ya sin los hijos de por medio, o bien existen ya tantos rencores e intereses separados,
incluyendo otras afinidades prioritarias, lo que motiva la tantas veces pospuesta
separación conyugal.
En la medida en que la pareja haya mantenido espacios independientes de los hijos, en
los que cultivaron su relación a lo largo de la vida, será mejor y hasta creciente su
reintegración amorosa ya sin estar al cuidado de los hijos. También las parejas que
mantienen un sistema cooperativo que los hace interdependientes en sus actividades e
intereses logran mantener su estabilidad posterior a la separación de sus hijos. En esta
etapa pueden cultivar su relación de pareja aprovechando su libertad frente a los hijos y
su mejor situación económica al no tener ya que hacer tantos gastos para ellos. Es una
etapa propicia para viajar más, para pasear más, para cuidar la salud mutua y para
explorar y experimentar experiencias innovadoras en todos los aspectos: actividades,
cultura, historias, gastronomía, y, por supuesto, en la vida sexual.
En la medida en que las personas son de mayor edad, sus rasgos de personalidad son
más rígidos y tienen mayor tendencia a caer en la rutina, elementos que dificultan la
labor del psicólogo, quien tiene que ofrecer mucha comprensión y tener paciencia para
ir conduciendo gradualmente los cambios de hábitos necesarios para el mencionado
acoplamiento a las nuevas circunstancias y el involucramiento en actividades
motivantes.
Es muy agradable ver el amor que vuelven a tenerse algunas parejas de ancianos,
mientras otras constituyen un intercambio continuo de expresiones refunfuñantes que
pretenden negar las limitaciones generadas con la edad. Las parejas generan rutinas que
les dan estabilidad y producen sentimientos de soledad que se compensan un poco
cuando hijos y nietos vienen de visita.
Cuando finalmente uno de los dos muere, el otro requiere de apoyo adicional para
compensar el hueco enorme que le deja la ausencia de esa persona que de manera más o
menos conflictiva o armoniosa le ha acompañado durante muchos años. Cuando el
sobreviviente no tiene lazos afectivos con hijos, nietos y amistades que le den fuerza
motivacional para retomar sus actividades productivas, la depresión por su ausencia
desencadena enfermedades y propicia la muerte del otro en poco tiempo. Con lo cual
concluye el ciclo vital de la familia, dejando su legado, su experiencia, sus influencias
negativas y positivas, las cuales juegan ahora un papel fundamental en las generaciones
siguientes. Es eso lo que se esfuerzan por descubrir quiénes se dedican a estudiar las
constelaciones familiares.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA:
MURUETA. M. (2015/04/29). LAS ETAPAS DEL CICLO DE VIDA FAMILIAR.
Recuperado el 11 de junio de 2019 de http://murueta.mx/index.php/textos/23-
las-etapas-del-ciclo-de-vida-familiar-en-la-teoria-de-la-praxis
En un estudio reciente, los investigadores del College of Education, Health and Human
Services de la Universidad Estatal de Kent en Ohio informaron que el uso frecuente de
teléfono celular parece estar asociado con el bajo rendimiento académico, ansiedad e
infelicidad en los estudiantes universitarios. Según lo informado por el Medical News
Today:
Si bien se podría argumentar que tal vez las personas que están más ansiosos tienden a
pasar más tiempo en sus teléfonos inteligentes, o que juegan demasiado tiempo con sus
teléfonos, tendrán un efecto adverso más o menos evidente en su desempeño académico,
los autores instan a los estudiantes a considerar el impacto que puede causar el uso del
teléfono celular en sus calificaciones, salud mental y bienestar.
Esto incluye los efectos negativos sobre los niveles de actividad. A principios de este
año, los investigadores de la misma universidad encontraron que un mayor uso de
teléfonos celulares estuvo vinculado con una reducción de actividad física y condición
física.7Aparentemente, la portabilidad no significa que las personas lo utilicen mientras
están realizando alguna actividad física... Según los autores, "los resultados sugieren
que el uso del teléfono celular puede ser capaz de medir el riesgo a una multitud de
problemas de salud relacionados con un estilo de vida inactivo"
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA:
VEGA. L. (2016/07/06). E l uso del celular influye en el rendimiento académico de los
jóvenes. Recuperado el 11 de junio de 2019 de
https://www.vanguardia.com/entretenimiento/jovenes/el-uso-del-celular-influye-
en-el-rendimiento-academico-de-los-jovenes-KGVL364718
Las uniones matrimoniales en 2017 llegaron a 60.353. Así lo dio a conocer el Instituto
Nacional de Estadísticas y Censo (INEC), en sus cifras y tendencias sobre matrimonios
en el Ecuador publicadas este jueves 7 de junio del 2018.
Esta cifra, sin embargo, no iguala a la del más alta de los últimos años. En 2015 se
celebraron 60.636 uniones, mientras que en 2016 se registró la cifra más baja
con 57.738 matrimonios.
Así también, este año tiene la tasa más baja de nupcialidad desde 1997 con un 3.60%,
esto significa que se casaron 3.60 personas por cada mil habitantes.
En 2017 la edad promedio de los contrayentes es de 29.7 años para las mujeres y 32.7
años para los hombres, por lo que el INEC afirma que ahora se espera más para casarse,
comparado con cifras de hace diez años.
En nuestro país, las provincias que tuvieron la cifra más alta de nupcialidad fueron
Galápagos y Chimborazo. En Galápagos se casaron 7.45 personas por cada mil
habitantes y en Chimborazo, 4.54 personas por cada mil habitantes. En cambio,
Esmeraldas y Bolívar registran la más baja tasa de nupcialidad.
De acuerdo a esta estadística, los hombres prefieren casarse entre los 25 y 29 años. De
su parte, las mujeres prefieren casarse entre los 18 y 24 años. Pero los adultos mayores
también buscan su felicidad en el altar. Un total de 2.304 personas mayores de 65 años
contrajeron matrimonio en el 2017.
En cuanto a los meses en los que se realizan bodas, diciembre es el mes en el que hay
más matrimonios, con un total de 7271. Y el viernes es el día favorito para casarse, pues
en total durante todo el año se celebraron 23.241 matrimonios ese día.
Según datos de este registro administrativo, las principales causas del divorcio en 2016
fueron: por mutuo acuerdo con 15.995 casos, seguido de abandono voluntario e
injustificado del otro con 8.157 casos e injurias graves o actitud hostil con 895 casos.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA: