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FILOSOFÍA SOCIAL

Filosofía Social
UNIVERSIDAD PANAMERICANA Guadalajara, SEMESTRE 2021-2
Profesora: Dra. Laura Cecilia Gil Paredes

Clase 5
EL MATRIMONIO, RAÍZ DE LA FAMILIA, SUS FINES Y PROPIEDADES

a) El matrimonio, raíz de la familia


El núcleo originante de la familia es el matrimonio, que puede definirse como la
convivencia legítima y estable de un hombre y una mujer para la procreación y
educación de los hijos, y para la mutua ayuda y perfeccionamiento.1 El matrimonio es
una sociedad humana fundada en el amor, y por ello su causa es un acto espiritual –la unión
de voluntades-, y no un acto meramente material o físico, ni tampoco la pasión o el instinto.
La causa eficiente que produce el matrimonio es el mutuo consentimiento de
las voluntades de los cónyuges en establecer el vínculo ordenado. El consentimiento
es el acto de la voluntad por el que ambas partes dan y aceptan el derecho perpetuo y
exclusivo sobre el cuerpo, en orden a los actos que de suyo son aptos para los fines del
matrimonio. El solo consentimiento, legítimamente expresado, ya establece el vínculo
exclusivo y permanente aun en el caso de que el matrimonio no se consumara
materialmente.
El mutuo consentimiento no puede ser suplido de ningún modo, y basta que falte en
uno de los cónyuges para que el matrimonio no se realice. De modo semejante, si el
consentimiento estuviese viciado por la violencia, el error sustancial (sobre algo de la
esencia y propiedades esenciales del matrimonio), o por miedo grave producido
injustamente por una causa externa y libre, tampoco se establecería el vínculo matrimonial.

b) Primera propiedad del matrimonio: la UNIDAD


Los fines naturales del matrimonio fundamentan las dos propiedades intrínsecas de esa
institución: la unidad y la indisolubilidad. Por tratarse de propiedades unidas a la naturaleza
y fines del matrimonio, no dependen de la voluntad de los contrayentes, así como tampoco
se ven afectadas por circunstancias accidentales de este o aquel matrimonio. Sucede con el
matrimonio algo similar a lo que ocurre con otros contratos e instituciones: hay libertad para
realizarlos o no, pero una vez que se llevan a cabo, el hombre queda sometido a la
reglamentación jurídica que les es propia. En el caso del matrimonio, que es una institución
natural, esa reglamentación es la ley natural.
La unidad del matrimonio consiste en que es un vínculo entre un solo hombre y una
sola mujer. Es exigida tanto por el fin primario del matrimonio como por el secundario.
a) El fin primario se ve impedido por la poliandria, unión de una mujer con varios
varones, que hace difícil conocer con certeza la paternidad de la prole. De este modo resulta
problemática la educación de los hijos, porque no se puede determinar con seguridad sobre

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Cfr. CATHREIN, V., Filosofia morale, vol. II, p. 420.

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qué varón recae el deber de procurarla y costearla. Además, es claramente antinatural que
el padre desconozca a sus hijos y que éstos no sepan a quién llamar padre y a quién honrar
como origen de su vida. Puede ocasionar también numerosas aberraciones (por ejemplo,
unión entre consanguíneos).
La poligamia, unión de un varón con varias mujeres, no impide necesaria y
totalmente el fin primario del matrimonio. Sin embargo, lo dificulta notablemente, sobre todo
en lo relativo a la educación de los hijos, y lesiona gravemente el fin secundario del
matrimonio. Por esto, es contraria al Derecho Natural.

b) La unidad del matrimonio es necesaria también para conseguir el fin secundario


(la ayuda mutua). En la poligamia, por ejemplo, la mujer pertenece a un solo hombre, pero
éste tiene varias mujeres. La mujer no tiene pleno derecho sobre el varón, mientras que éste
lo posee sobre la mujer. Se da así una injusta desigualdad, que convierte a la mujer en una
esclava, y que hace imposible un verdadero amor humano y espiritual, exclusivo por ambas
partes. La poligamia provoca discordias y envidias entre las mujeres y entre los
hermanastros, y termina en situaciones de verdadera esclavitud (una mujer es la principal, y
las demás son siervas).
La unidad propia del matrimonio origina el deber de la fidelidad. Los cónyuges se
pertenecen uno al otro, y por eso ninguno de ellos puede obrar en contra de sus deberes
matrimoniales. La fidelidad en el matrimonio es parte de la virtud de la justicia, y se refuerza
por el verdadero amor, que lleva a la entrega y excluye el egoísmo.

c) Segunda propiedad del matrimonio: LA INDISOLUBILIDAD


Esta propiedad consiste en que el vínculo matrimonial dura mientras viven los
cónyuges, sin que pueda disolverse por ningún motivo. La indisolubilidad del matrimonio
hace imposible el divorcio, es decir, la pretensión de disolver el vínculo matrimonial y de
contraer después nuevas nupcias.

a) La indisolubilidad del matrimonio es exigencia del fin primario, porque el cuidado y


la educación de los hijos exige que los esposos permanezcan siempre unidos: los hijos son
un bien común del marido y de la mujer, y requieren una continua solicitud paterna y
materna. Para educar completamente a un hijo, se requieren generalmente 20 años.
Normalmente, las familias tienen más de un hijo, con lo que el tiempo se alarga
notablemente.
La indisolubilidad es necesaria también cuando los hijos son mayores de edad y
necesitan menos de los padres, pues hace que las relaciones de paternidad y filiación –de
las más hondas que los hombres tienen entre sí- no se corrompan, sino que sean siempre
motivo de orgullo bueno y felicidad. Los hijos se saben fruto del amor humano y noble de
sus padres, y no de una pasión o capricho transeúnte, que ha cedido ante las
dificultades y adversidades de la vida.
No constituye una objeción contra la indisolubilidad del matrimonio la existencia de
casos excepcionales en que, por razones ajenas a la voluntad de los cónyuges, la familia no
tiene hijos. La ley ética natural no se fundamenta en casos fortuitos y excepcionales, sino en
lo que sucede normalmente según la naturaleza de las cosas. Además, en estos casos
siguen vigentes las exigencias derivadas del fin secundario, de la naturaleza misma del
amor humano y del papel de la familia como célula primera de la sociedad. De modo
semejante debe procederse en el supuesto de que la deteriorada convivencia entre los
esposos –por haberse descompuesto la paz familiar- sea perjudicial para los hijos; cabría
entonces la separación de los cónyuges, pero nunca se justificaría la disolución del vínculo
permanente del matrimonio.
Por otra parte, los datos existentes muestran cómo las leyes positivas que permiten
el divorcio –leyes injustas, por ser contrarias al Derecho Natural y al bien común de la

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sociedad humana-, han llevado a que los esposos cieguen las fuentes de la vida, ya que, en
esa perspectiva, los hijos son vistos como un obstáculo para la posible separación.

b) El fin secundario del matrimonio exige también su indisolubilidad. La mutua ayuda


entre los cónyuges se fundamenta en el amor humano, que no es únicamente sentimiento ni
impulso sexual. El amor humano se dirige con totalidad y exclusividad a la persona del otro,
e intenta la unión con él sin limitaciones de ninguna clase. Sin el baluarte de la
indisolubilidad, el instinto sexual, en vez de integrarse ordenadamente en el amor humano,
se convertiría en egoísmo pasional que pretende desplazar a la recta razón en el gobierno
de la vida familiar y social. La unión familiar dependería entonces de la dinámica del placer,
que –sin la medida espiritual y ética propia del amor humano- sería para el hombre una
degeneración de la legalidad biológica de su constitución corporal.
La perpetuidad pertenece a la esencia del amor humano. Repugna al sentido moral
común una expresión como ésta: “te amo ahora o por un cierto tiempo”. Prueba de ello es
que, para justificar un fracaso afectivo, que puede tener su causa en el predominio del
egoísmo o en otros factores, se suele decir: “me he engañado; en realidad nunca amé a esa
persona. Tomé por amor lo que en realidad no era sino comunidad de intereses o agrado
físico”. El amor humano es espiritual, y su objeto es la persona del otro. No se fundamenta
exclusiva ni principalmente en alicientes sensibles o en circunstancias materiales, y por eso
no participa de la fugacidad propia de los bienes y de los actos de la sensibilidad.
La indisolubilidad del vínculo matrimonial es una defensa del amor entre los
cónyuges. Para que el matrimonio cumpla su fin secundario, la mutua ayuda y
perfeccionamiento, debe existir entre los cónyuges un verdadero amor. Este amor es un
afecto esencialmente espiritual y libre, y como tal, es en cierto sentido una conquista diaria,
un empeño moral que ha de superar las dificultades ordinarias que toda realidad noble
encuentra en esta vida. La sola idea de la posibilidad del divorcio llevaría a convertir en
motivos de ruptura pequeños conflictos que, en la perspectiva de un hogar estable, se
apaciguarían por un esfuerzo de comprensión y recíproca caridad. Además, la
indisolubilidad obliga a pensar despacio las cosas, de manera que no se produzcan
fácilmente uniones irreflexivas.
Por otra parte, la disolución del vínculo matrimonial, además de las profundas
heridas morales y afectivas que causa en los hijos, deja en una situación injusta a uno de
los cónyuges. Éstos se pertenecen mutuamente, y han de permanecer unidos tanto en la
prosperidad como en la adversidad. Si la enfermedad, el deterioro físico o alguna otra razón
justificase el abandono del cónyuge, la unión matrimonial sería obra del egoísmo que nada
quiere saber del sacrificio, y llevaría en sí un principio de injusticia. No es justo, en efecto,
que la persona que se entrega totalmente en los mejores momentos de su vida quede
desamparada cuando llega la dificultad. La ayuda que las personas necesitan durante toda
su existencia, y particularmente en los momentos difíciles, constituye precisamente una de
las razones de ser –el fin secundario- de la institución matrimonial.

Los argumentos a favor del divorcio

La indisolubilidad del matrimonio es uno de los aspectos de la ley natural que han
recibido mayores impugnaciones en los últimos tiempos. De hecho, las leyes civiles de
numerosos países admiten el divorcio vincular. Esta situación, que desde un punto de vista
ético merece una valoración netamente negativa, responde a una crisis generalizada de los
valores éticos y a la difusión de una mentalidad materialista y hedonista (…) vamos a
analizar los principales argumentos que suelen esgrimirse a favor de la permisión legal del
divorcio.

a) Los que propugnan leyes que facilitan al máximo el divorcio afirman que en un
régimen de auténtica libertad el divorcio se destruye a sí mismo. Facilitando la
ruptura de los cónyuges mal avenidos e infelices, permanecerían únicamente las
uniones durables y fecundas, de forma que con el paso del tiempo la ley

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permisiva del divorcio terminaría con las causas de ese fenómeno social. Este
argumento ha sido desmentido por los hechos en todos los lugares donde existen
leyes divorcistas.
b) Otro tipo de argumentaciones se centran en que la indisolubilidad del matrimonio
es un valor específicamente cristiano o católico, que no puede imponerse como
norma general en un Estado pluralista. Este razonamiento supone lo que afirma,
y su valor dependerá entonces de los argumentos que estudiaremos a
continuación, que tratan de probar que la indisolubilidad no es un bien propio del
hombre en cuanto tal y una exigencia del bien común social.
c) (Hay quienes dicen que) la indisolubilidad del matrimonio no puede pertenecer a
la ley natural, porque se opone al derecho básico de todo ser humano a ser feliz.
La felicidad, fin de toda actividad humana, es también el fin de la unión
matrimonial. Si, por cualquier razón, ésta se convirtiera en fuente de infelicidad
para uno o para los dos cónyuges, sería lícito disolverla.

Este razonamiento esconde varios equívocos. El criterio para discernir la validez


universal de una institución o de una ley moral no es su capacidad de proporcionar en todos
y cada uno de los casos una felicidad falsamente entendida como placer continuo y
ausencia de toda dificultad. Desde ese concepto hedonista de felicidad resulta injustificable
la idea misma de norma universal y de institución estable, ya que no existe sobre la tierra
realidad humana alguna que no esté sujeta a las adversidades de la vida (enfermedad,
vejez, reveses de la fortuna, etc.). Si el matrimonio ha de estar regulado por normas morales
universales –es decir, si ha de ser una realidad moral-, se ha de atender a las exigencias
esenciales del bien de la especie, que es la finalidad específica de la institución familiar.
En segundo lugar, es erróneo pensar que la causa de la infelicidad de algunos
matrimonios sea la misma institución matrimonial. La experiencia demuestra que la
indisolubilidad salvaguarda el amor y la felicidad de los cónyuges en la mayoría de los
casos. Los fracasos afectivos tienen su causa en la irresponsabilidad que lleva a contraer
matrimonio irreflexivamente, sin conocer bien al otro cónyuge y, en consecuencia, por
motivos diferentes al verdadero amor humano; en la falta de empeño para sobrellevar
virtuosamente y para enderezar adversidades y situaciones determinadas, o para fomentar
el amor, dominar el carácter y el egoísmo, etc. La ruptura del vínculo matrimonial no es la
solución de esos casos, porque supone renunciar a un criterio moral de vida, para recaer en
el principio hedonista que está en la base de esas situaciones desgraciadas, y que además
está reñido con la verdadera felicidad humana.
Como ha escrito Jolivet, “Las discusiones relativas al divorcio están viciadas casi
siempre por el punto de vista individualista. Cuando se indaga cuál es el mejor régimen de la
unión matrimonial, no se trata de descubrir un régimen que tenga, para cada uno en
particular, todas las ventajas y ningún inconveniente, sino más bien un régimen que,
teniendo en vista el bien esencial que se trata de conseguir, presente una suma de ventajas
considerablemente superior a la suma de inconvenientes que puede también encerrar. Para
juzgar de este asunto, será necesario tomar en consideración los resultados que este
régimen procura a la humanidad en su conjunto y que justifiquen de esa manera la ley
general que rija la institución matrimonial. En este terreno, en efecto, que tan profundamente
interesa a la sociedad humana, lo que ante todo debe tenerse en cuenta es el bien común.
No por eso se han de echar en olvido los casos concretos individuales, pero deben
recibir soluciones compatibles con el bien común. Una de éstas es la separación de los
cónyuges a los que graves razones prohíben la vida en común. La separación es un mal,
pero no es sino un mal menor, porque salva todo lo que puede ser salvado y reserva el
porvenir, dejando subsistir posibilidades de reconciliación que el divorcio suprime
radicalmente”.2

BIBLIOGRAFÍA

2
Jolivet, Morale, p. 341

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Rodríguez Luño, A., (1991): “Constitución y organización de la familia”, en: Ética,


EUNSA, Pamplona, 5ª ed.

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