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“UNIVERSIDAD NACIONAL JOSÉ FAUSTINO SÁNCHEZ


CARRIÓN”

FACULTAD DE EDUCACIÓN
DEPARTAMENTO ACADÉMICO DE CIENCIAS SOCIALES
Y HUMANIDADES

SEPARATA
“LA APARICIÓN DEL MATERIALISMO DIALÉCTICO Y EL
MATERIALISMO HISTÓRICO”

Mg. MANUEL ALCIDES CHANGANA GARCÍA

HUACHO – 2020

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CONDICIONES HISTÓRICAS Y PREMISAS TEÓRICAS DE LA APARICIÓN DE LA


FILOSOFÍA CIENTÍFICA

Los años cuarenta del siglo XIX se caracterizan por un formidable viraje revolucionario en
filosofía y en las Ciencias Sociales en su conjunto. Es el tiempo en que aparece y comienza a
desarrollarse la doctrina científica, del que son parte integrante y base filosófica el materialismo
dialéctico y el materialismo histórico. La filosofía científica, que se diferencia cualitativamente
de todas las demás doctrinas filosóficas y sociológicas, era el fruto regular de todo el anterior
desarrollo de la ciencia y venía a dar respuesta a todos los problemas que se planteaban ante
el movimiento social, ante el pensamiento filosófico y sociológico.

Condiciones económico sociales de la aparición de la filosofía científica

La filosofía científica surge a mediados del siglo XIX en Europa Occidental, donde en este
tiempo se habían revelado con toda fuerza las contradicciones del régimen capitalista.
Condición primordial de la aparición de la filosofía científica fue la entrada del proletariado
revolucionario en la palestra histórica, es decir, la entrada de la clase llamada a ser la
sepulturera del capitalismo y creadora del comunismo. En la doctrina de la filosofía científica,
en el materialismo dialéctico e histórico, encontraban su expresión científica los intereses y
necesidades fundamentales de la clase obrera.

Hacia 1845 el modo capitalista de producción imperaba ya en Inglaterra y Francia, y también,


en parte considerable, en Alemania. El carácter históricamente progresivo de este modo de
producción se hacía cada vez más evidente. Las fuerzas feudales reaccionarias, que iban
siendo desplazadas, veíanse obligadas a acomodarse a las nuevas condiciones históricas. Es
un tiempo en el que Inglaterra se ha convertido ya en una gran potencia capitalista, cuyo
poderío industrial era una demostración palmaria de la superioridad económica del capitalismo
sobre el feudalismo.

Francia, a pesar de las supervivencias de las relaciones feudales, avanzaba con relativa
rapidez por la vía del desarrollo capitalista. A mediados del siglo XIX había dado fin a la
revolución industrial: de 1830 a 1847 crece nueve veces el número de máquinas a vapor,
mientras que casi se triplica la producción de carbón, hierro fundido, hierro dulce y acero; la
longitud de sus ferrocarriles aumenta doce veces entre 1835 y 1847. Alemania, en la primera
mitad del siglo XIX, se encontraba fundamentalmente en la fase manufacturera del desarrollo
capitalista, pero también conoce su revolución industrial. La industria alemana dependía aún,
ciertamente, de Inglaterra y Francia, pero su producción crecía con gran rapidez: de 1800 a
1840, el valor de esta producción global aumentó, por lo menos, dos veces y media.

El desarrollo de las relaciones capitalistas en los países más importantes de Europa Occidental
puso de relieve las contradicciones internas que aquejan orgánicamente al modo capitalista de
producción. A comienzos del siglo XIX los socialistas utópicos señalaban ya las incalculables
calamidades que para los trabajadores representan las anarquías de la producción y la
competencia, íntimamente ligadas al sistema capitalista. El desarrollo posterior del capitalismo,
tanto en los países industrialmente avanzados como en los atrasados económicamente
descubrió más claramente todavía la naturaleza antagónica del progreso capitalista, bajo el
cual la miseria de los trabajadores aumenta con la misma rapidez que las riquezas de los
capitalistas.

La jornada de trabajo llegaba en muchos sitios a 18 horas diarias; y el salario, que a menudo
era satisfecho en forma de talones o de artículos expendidos por tiendas que eran propiedad
de los patronos, apenas si bastaba para cubrir las necesidades más perentorias, por lo que la
mortalidad alcanzaba entre los obreros proporciones aterradoras. La implantación de
máquinas, que traía consigo una gigantesca ampliación de la producción material y aumentaba
la productividad del trabajo, erra a la vez un nuevo medio para incrementar la explotación de la
clase obrera, principalmente por la intensificación del trabajo, por el descenso del salario y por
una mayor incorporación de las mujeres y los adolescentes a la producción. En 1825, Europa
Occidental conoce una crisis económica que se inicia en Inglaterra y pasa después al
continente.
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Los ideólogos de la reacción feudal y los teóricos de la pequeña burguesía arruinada por el
capitalismo señalaban las consecuencias inescrutables del desarrollo de la producción
capitalista para invitar a la vuelta a los buenos tiempos de antaño, es decir, al feudalismo. Los
economistas burgueses afirmaban que las crisis económicas desaparecerían en un futuro
próximo, si bien algunos de ellos estimaban que la miseria de los trabajadores era un mal
inevitable, que aseguraba a la nación su riqueza y poderío. Pero ninguno de esos
investigadores y políticos veía el hecho incontrovertible de que la miseria de los trabajadores
tenía su origen en el capitalismo, en la propiedad privada sobre los medios de producción.

Hasta que la burguesía no se convirtió en clase dominante en el terreno político y mientras se


manifestó contra el feudalismo como fuerza revolucionaria. La contradicción de sus intereses
con los intereses de clase del proletariado no podía aflorar con toda nitidez. Pero al establecer
su denominación política, la burguesía deja de ser una clase revolucionaria y se va convirtiendo
paulatinamente en una fuerza conservadora. Pasan a primer plano las contradicciones entre el
proletariado y la burguesía. A principios del siglo XIX, el proletariado no representaba más que
un sector social oprimido, sufriente, a quien, en su incapacidad para valerse a sí mismo, la
ayuda tenía que venirle, en el mejor de los casos, de fuera, desde arriba; en cambio, en los
años 30 y 40 de ese mismo siglo, el movimiento obrero de los países más importantes de
Europa Occidental, aun conservando todavía su carácter espontáneo, se va convirtiendo cada
vez más en una poderosa fuerza y en importante factor de la vida político social.

Al mismo tiempo que los ideólogos y políticos de la burguesía afirman que la supresión de los
privilegios de casta y la proclamación de las libertades democráticas y de los derechos
inalienables de los ciudadanos equivale a la libertad e igualdad completas de los hombres, la
clase obrera comienza la lucha contra la opresión capitalista. Así, por ejemplo, en el primer
movimiento de masas de los obreros ingleses, que se conoce con el nombre de cartismo y que
constituye el primer movimiento revolucionario de las masas proletarias políticamente
estructurado. Los cartistas reclamaban la concesión garantizada del sufragio a todos los
trabajadores, en la creencia de que la clase obrera, a través de una numerosa representación
en el Parlamento, podría llevar a cabo las reformas sociales de que los trabajadores sentían
una necesidad tan imperiosa.

En Francia, la lucha de los obreros contra los capitalistas conduce a una serie de
insurrecciones armadas. Refiriéndose al levantamiento de los tejedores de Lyon (1831), un
periódico burgués de aquella época escribió: “El levantamiento de Lyon ha revelado un secreto:
la lucha interna que tiene lugar en la sociedad entre la clase de los que poseen y la clase de los
que no poseen nada. Nuestra sociedad comercial e industrial tiene su lacra, como la tienen
todas las sociedades; es lacra son los obreros. No hay fábricas sin obreros; y con una
población obrera que crece sin cesar y experimenta constantes necesidades, la sociedad no
puede permanecer tranquila. Ahí está el peligro para la sociedad moderna y de ahí pueden
venir los bárbaros que la destruyan”. Al calificar de bárbaros a los obreros, que son los
creadores de todos los bienes materiales de la sociedad. Los ideólogos de la burguesía
revelaban su miedo cerval a la nueva fuerza social.

Alemania se encontraba en vísperas de su primera revolución burguesa. Cuando en Francia e


Inglaterra se habían llevado ya a cabo muchas transformaciones democrático-burguesas, en
Alemania se daban los primeros pasos en este sentido. Pero si en las primeras revoluciones
burguesas de los siglos XVII y XVIII el proletariado no intervino aún como fuerza independiente,
a mediados del XIX la situación había experimentado cambios sustanciales. Las fuerzas
avanzadas del proletariado alemán, ya antes de la revolución de 1848, se enfrentaban a la
burguesía, como nos lo prueba la aparición en su seno de las primeras organizaciones
proletarias revolucionarias: la Liga de los Justos y luego la Liga de los Comunistas

Hacia 1845, el centro del movimiento revolucionario se desplaza a Alemania, que había de
llevar a cabo su revolución burguesa en unas condiciones históricas más avanzadas, a un nivel
de desarrollo social más alto que el que se conocía en la Inglaterra del siglo XVII y en la
Francia del XVIII. La burguesía alemana, atemorizada por las revoluciones burguesas de
Francia y que cada vez más se iba convirtiendo en una fuerza contrarrevolucionaria, observaba
con inquietud manifiesta el desarrollo del proletariado de su país y el despertar de su
conciencia revolucionaria.

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La burguesía alemana sentíase sobrecogida por la amenaza de la revolución; aspiraba a la


transformación pacífica de la monarquía feudal en burguesa, a la unificación pacífica de todas
las tierras alemanas bajo el cetro de la corona prusiana o austriaca. Por lo tanto, la peculiar
situación de Alemania, que determinaba la falta de espíritu revolucionario en buena parte de su
burguesía, contribuía a dispersar las ilusiones democrático-burguesas acerca de la misión
histórica de esta clase, ilusiones que tan vigorosas fueron en Inglaterra, y singularmente en
Francia, donde hubo un tiempo en que la burguesía significó un factor de progreso.

Las condiciones históricas, en virtud de las cuales Alemania, país que se había convertido en el
centro del movimiento revolucionario en Europa y que en los años 40 se encontraba en
vísperas de la revolución burguesa, había de llevar a cabo esa revolución en unos momentos
en que estaba en auge el movimiento de liberación de la clase obrera, la convirtieron en patria
de la ideología científica del proletariado revolucionario. Al mismo tiempo la aparición de la
concepción científica venía a reflejar los procesos económico-sociales que se producían no
sólo en Alemania, sino también en otros países de Europa, particularmente en Inglaterra y
Francia, y reflejaba asimismo el incremento de la lucha de clase del proletariado en esos
países. El materialismo dialéctico surgió como teoría científica del movimiento de liberación de
la clase obrera de todos los países. Su aparición reflejaba la necesidad objetiva del paso
revolucionario del capitalismo al socialismo, la situación del proletariado en las condiciones
propias de la sociedad burguesa, sus intereses básicos y sus fines, que se desprenden de la
situación que ocupa en la sociedad, de las leyes económicas del desarrollo social por las que
se hace inevitable la destrucción del capitalismo y la creación de la sociedad comunista.

Antes de que la doctrina científica surgiese y se propagara, el movimiento obrero ostentaba un


carácter espontáneo y no organizado. Los proletarios no tenían aún conciencia del lugar que
verdaderamente ocupan en el proceso histórico social, no veían las vías y los medios para
llegar a la supresión de la esclavitud capitalista, no poseían una conciencia socialista científica.
Marx y Engels proporcionaron base teórica a la ideología de la lucha revolucionaria del
proletariado, dando así satisfacción a la necesidad histórica más importante del movimiento
obrero. Se sobreentiende que para llegar a una generalización teórica de la marcha de la
historia de la sociedad y para fundamentar con un criterio científico las vías de su ulterior
desarrollo, que conduce con fuerza de ley a la revolución socialista, se requería un formidable
trabajo de investigación apoyado en todas las conquistas del pensamiento científico en épocas
anteriores.

Los críticos burgueses y los revisionistas del marxismo tratan por todos los medios de
demostrar que la ideología de la clase obrera no tiene nada que ver con la ciencia, sin querer
ver que la ideología socialista científica descansa sobre todo el material de los conocimientos
humanos, presupone un alto desarrollo de la ciencia, requiere una labor científica. Los
falsificadores del marxismo presentan la doctrina de Marx y Engels como una teoría sectaria,
que mira con un criterio nihilista toda la historia anterior del conocimiento, que lo niega todo,
que rechaza y desprecia las tradiciones históricas progresivas en el terreno filosófico. El estudio
del proceso histórico de formación del marxismo desmiente en absoluto estas gratuitas
afirmaciones.

Fuentes teóricas

La creación de la filosofía científica significaba la realización de una necesidad histórica


objetiva. Dicha filosofía no podía aparecer en un tiempo en que la experiencia histórica y las
nociones teóricas acerca de la esencia de las relaciones sociales no proporcionaban los datos
necesarios para la elaboración de la concepción materialista de la historia. Únicamente a
mediados del siglo XIX, el proceso de agudización de la lucha de clases, al ponerse de relieve
las contradicciones propias de la sociedad capitalista, unido a los progresos de las ciencias
naturales, sentaba las premisas para la transición del materialismo metafísico al materialismo
dialéctico.

La filosofía clásica alemana presenta el señalado valor histórico de haber sido una de las
premisas teóricas necesarias para la transición de la filosofía del materialismo viejo, metafísico,
a la concepción del mundo cualitativamente nueva, materialista dialéctica. Marx, no se detuvo
en el materialismo del siglo XVIII, sino que imprimió un nuevo impulso a la filosofía. La
enriqueció con las adquisiciones de la filosofía clásica alemana, especialmente del sistema de
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Hegel, que a su vez condujo al materialismo de Feuerbach. La más importante de estas


adquisiciones es la Dialéctica, es decir, la filosofía del desarrollo en su forma más completa,
más profunda y más libre de unilateralidad, la doctrina de la relatividad del conocimiento
humano, que nos da un reflejo de la materia en eterno desarrollo.

Corresponde a Hegel el mérito histórico de haber estudiado sistemáticamente el método


dialéctico, la aplicación de un criterio dialéctico al estudio de la realidad. No fue él, ciertamente,
el padre de la dialéctica, cuyos orígenes se remontan a la antigüedad más remota. A lo largo de
toda la historia del conocimiento se desarrolla el pensamiento dialéctico, el estudio de los nexos
internos de los fenómenos, de su movimiento contradictorio, y el estudio de la dialéctica del
proceso de conocimiento. Ahora bien, a pesar de ciertas proposiciones profundamente
dialécticas, enunciadas por eminentes filósofos y naturalistas de los siglos XVII y XVIII, lo que
en filosofía predominaba no era la dialéctica, sino la metafísica.

Hegel es realmente el primero que en la historia del conocimiento, cierto que con una falsa
base idealista, crea un sistema de concepción dialéctica del mundo, un método dialéctico, una
lógica dialéctica. Sus esfuerzos tienden a elaborar la dialéctica como una ciencia filosófica que
resume toda la historia del conocimiento, a encontrar los principios fundamentales del modo
dialéctico de pensar. Tras de someter a profunda y razonada crítica la visión metafísica de las
cosas, formula, aunque de manera idealista deformada, las leyes fundamentales de la
dialéctica.

Los fundadores del materialismo dialéctico tenían en gran estima el método dialéctico de Hegel.
El hecho de que la dialéctica sufra en manos de Hegel una mistificación no obsta para que este
filósofo fuese el primero que supo exponer de un modo amplio y consciente sus formas
generales de movimiento. Lo que ocurre es que la dialéctica aparece en él invertida, puesta de
cabeza. No hay más que darle la vuelta, mejor dicho, ponerla de pie, y en seguida se descubre
bajo la corteza mística la semilla racional. Esta tarea fue brillantemente cumplida por Marx y
Engels.

Con la doctrina de Hegel no terminó, según sabemos, el desarrollo de la filosofía clásica


alemana. Su último gran representante es el materialista Feuerbach, a quien corresponde el
gran mérito histórico de haberse manifestado enérgicamente contra el idealismo de Hegel y de
otros filósofos y contra la religión; de haber colocado en el lugar que les correspondía y
continuado las doctrinas materialistas de los siglos XVII y XVIII. Feuerbach sostenía que todo
idealismo, sin excluir el idealismo de Hegel, es, en última instancia, una interpretación teórica y
una justificación de la concepción religiosa y fantástica del mundo. Rechazaba el idealismo y la
religión y afirmaba que la naturaleza (y el hombre como producto suyo) es la única realidad; no
hay nada por encima ni por debajo de la naturaleza, ni antes ni después de ella.

El pensamiento que Hegel presentaba como primer principio y esencia de las cosas no existe
fuera de la materia especialmente organizada; su contenido lo toma del mundo exterior, del
mundo material, independiente de él, mediante la percepción sensible. Por consiguiente, la
fuente de los conocimientos que se tienen del mundo exterior se encuentra en los órganos de
los sentidos, de los que deriva el pensamiento. El mundo es perfectamente cognoscible, y si el
hombre tuviese más de los cinco sentidos de que dispone, sus conocimientos del mundo
exterior no experimentarían cambios sustanciales.

Feuerbach se acercó a una concepción acertada del papel de la práctica del conocimiento,
señalando que el pensamiento es inseparable de la actividad sensorial. Sin embargo, no incluía
en esta última lo que es principal y determinante en la práctica social del hombre: la producción
material, actividad que transforma revolucionariamente y modifica el mundo. De ahí que no
pudiese superar el carácter contemplativo del viejo materialismo metafísico, para el cual el
conocimiento se reducía a la acción de los objetos de la naturaleza sobre la conciencia de los
hombres, ignorando la acción del hombre sobre los objetos, la transformación de la naturaleza
por el hombre como base del conocimiento. Feuerbach rechazaba también la dialéctica
hegeliana, en la que no llegó a advertir su médula racional. Nunca pasó de ser un materialista
metafísico, y aunque en algunos aspectos consiguiera dar un paso adelante en relación con
sus predecesores, los materialistas de los siglos XVII y XVIII, fue incapaz de superar los vicios
fundamentales de sus doctrinas, y ante todo la metafísica, el carácter contemplativo y la
concepción idealista de la vida social.
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Los fundadores del marxismo elaboraron e hicieron avanzar el materialismo filosófico sobre la
base del método dialéctico, extendieron el materialismo a la concepción de la sociedad,
emancipando la filosofía materialista de su limitación metafísica. Paralelamente, tenían un
elevado concepto de los materialistas de los siglos anteriores, y en particular de Feuerbach, por
su lucha contra el idealismo y la religión, en defensa de la ciencia y el progreso social. Cuando
Marx y Engels crean su concepción materialista del mundo, cualitativamente nueva, no se
apoyan solamente en los avances de la filosofía clásica alemana. Marx hizo un resumen crítico
de la historia entera de la humanidad, de todas las conquistas del conocimiento humano. Todo
lo que el pensamiento del hombre había creado, lo reelaboró, lo sometió a crítica, lo comprobó
en el movimiento obrero y sacó las conclusiones a que los hombres no podían llegar, limitados
como estaban por el marco burgués o atados por los prejuicios burgueses.

Un gran papel, en la creación de la filosofía del marxismo, cumplió la reelaboración crítica de


cuanto había de valioso en la economía política clásica inglesa, y en particular la teoría del
valor por el trabajo, que sus representantes habían expuesto, sin ello habría sido imposible
descubrir la base material del proceso histórico social, llegar a la concepción materialista de la
historia y, por tanto, vencer las indecisiones del materialismo anterior a Marx. Un papel no
menos importante en la formación de la filosofía científica corresponde a la reelaboración, con
un espíritu fecundo, de las doctrinas socialistas anteriores, que facilitaba la crítica científica de
la sociedad capitalista y la previsión científica de las vías de desarrollo y de los rasgos más
importantes de la nueva sociedad socialista.

Premisas científico- naturales de la filosofía científica

Los descubrimientos científicos llevados a cabo a mediados del siglo XIX exigían
insistentemente una interpretación filosófica que permitiese descubrir los vínculos recíprocos y
regulares que unen a todos los fenómenos que tienen lugar en la naturaleza, proporcionar una
fundamentación profunda y completa a la concepción del desarrollo de la naturaleza. Pero
dicha interpretación era imposible tanto para la dialéctica idealista divorciada de las ciencias
naturales, como para el materialismo mecanicista, metafísicamente limitado y ajeno a la idea
del desarrollo de la naturaleza, a la idea de la concatenación orgánica universal de todos los
fenómenos que en ella existen. Tal interpretación filosófica sólo podía proporcionarla la
dialéctica materialista. Los progresos de las ciencias naturales abocaban de lleno a la
necesidad de elaborar la dialéctica marxista como ciencia y como método del conocimiento
científico, del pensar. Era una de las premisas teóricas de la aparición del materialismo
dialéctico, la creación del cual convertía en algo ya maduro y necesario el avance de la propia
ciencia.

Con bastante anterioridad, la concepción metafísica de la naturaleza había recibido ya golpes


demoledores. A mediados del siglo XVIII Lomonósov hizo una serie de descubrimientos que
minaban el terreno a las concepciones metafísicas en física y química, y también en geología.
La revolución operada en la química a fines del siglo XVIII desechaba la teoría metafísica del
flogisto (sustancia invisible que supuestamente existía en todas las cosas materiales). En la
segunda mitad de esta centuria aparece la teoría cosmogónica de Kant – Laplace, basada en
una noción histórica del origen del sistema solar. La invención de la máquina de vapor viene a
plantear prácticamente el problema de la relación entre el calor y el movimiento mecánico,
preparando así la desaparición del calórico. Investigadores del siglo XVIII exponen ya ideas
evolucionistas del desarrollo.

Los nuevos descubrimientos realizados en la primera mitad del siglo XIX demostraban, con
mayor evidencia aún, la inconsistencia de la vieja concepción metafísica de la naturaleza.
Entonces han aparecido ya la geología y la paleontología, la embriología y la anatomía
comparada, la fisiología vegetal y animal, la química orgánica y la electroquímica; estas nuevas
ciencias dan origen a geniales atisbos que venían a anunciar la teoría del desarrollo.

En todos los sectores de las ciencias naturales se abrían paso las concepciones nuevas
embrionarias, que en uno u otro grado reflejaban la dialéctica de la naturaleza; pero estos
brotes, de una dialéctica espontánea por su carácter, eran recibidos con gran hostilidad por los
partidarios de la metafísica, empeñados como estaban en conciliar las ideas nuevas con la
concepción mecanicista y metafísica de la naturaleza entonces imperante. Los naturalistas,
hasta fines del pasado siglo, más aún hasta 1830, se las arreglaban con la vieja metafísica,
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porque la verdadera ciencia no iba más allá de mecánica, la terrestre y la cósmica. Hacia 1840
comienza en las ciencias naturales una revolución que iba dirigida contra la concepción
metafísica de la naturaleza y a consecuencia de la cual se sientan las premisas científicas para
las grandes síntesis dialécticas.

En ese tiempo termina el descubrimiento de la estructura celular de los animales y las plantas,
que había de tener formidable importancia en cuanto a la fundamentación de la dialéctica
materialista. Ese descubrimiento sentaba las bases para los posteriores avances de la biología
en los dos decenios siguientes. Según la teoría celular, la célula orgánica era considerada
como la unidad de la que, por reproducción y diferenciación, proceden todos los organismos
multicelulares; y siendo esto así, la pregunta era inevitable: ¿Y a qué se debe la infinita
variedad de estos organismos? La respuesta venía dada en la idea del desarrollo de la
naturaleza viva.

Al igual que la biología en los años 30 la química y la física entran también en una fase de
transformaciones profundas; la revolución alcanza en ellas su fase culminante justamente en
los años 40 del siglo XIX. En la química orgánica, ya en los años 20 imperaba la teoría
metafísica de los radicales (grupos de átomos) inmutables y eternos, a los que se suponía tan
estables que no se modificaban en absoluto bajo ninguna transformación química (excepto la
combustión). En la década del 30 es descubierta por vía empírica la sustitución en los radicales
de unos átomos por otros, y la piedra clave de la química orgánica pasa a ser la admisión de la
mutabilidad de los grupos de átomos, que pueden transformarse en cuanto a los radicales
orgánicos y sus adversarios se entabla una reñida lucha, la cual termina, hacia 1845, con la
derrota completa, verdaderamente revolucionaria, de la “metafísica teórica de los radicales”,
afirmándose en la química la idea de la mutabilidad o fluidez de la materia.

En física, los nuevos descubrimientos realizados en los años 40 que preparaban el terreno para
la admisión de los nexos existentes entre las distintas fuerzas de la naturaleza, es decir, entre
las formas del movimiento de la materia y del paso de una a otra, permitieron someter a una
crítica demoledora la idea metafísica de las materias imponderables. En ese tiempo el físico
inglés Faraday demuestra la unidad de las fuerzas y su transformación recíproca en la
naturaleza. En 1842, Grove sostenía que todas las llamadas fuerzas físicas (fuerzas
mecánicas, luz, calor, electricidad, magnetismo, y también la fuerza química) en condiciones
determinadas se transforman unas en otras sin pérdidas cuantitativas. A comienzos de la
década del 40, el naturalista alemán Mayer, el físico inglés Joule, el investigador ruso Lents y el
ingeniero danés Kolding establecen el hecho de la transformación de la energía. La ley de
conservación y transformación de la energía es formulada entre 1842 – 1845 por Mayer.
Así, pues, en los años 40 del siglo XIX la física alcanzó el grado de madurez suficiente como
para desechar la idea metafísica del calórico y demás materias imponderables y para
demostrar científicamente la unidad, concatenación y transición recíproca de las distintas
formas de la materia. Todos estos descubrimientos impulsaban a las ciencias naturales en un
mismo sentido: negaban la vieja concepción metafísica de la naturaleza y ponían de relieve la
dialéctica objetiva que es propio de todos los fenómenos naturales. La idea de la concatenación
universal de los fenómenos de la naturaleza, del desarrollo de ésta, la idea dialéctica,
confirmada experimentalmente, de que en la naturaleza no hay cosas absolutamente
inmutables, ni límites, ni interrupciones absolutamente insalvables, se imponía literalmente a la
conciencia de los naturalistas. Las ideas dialécticas eran un exponente de la revolución que se
estaba produciendo espontáneamente en la biología, la geología, la química y la física de aquel
tiempo.

El método metafísico revelaba definitivamente su completa inconsistencia y se convertía en el


más poderoso freno para el avance de las ciencias naturales. Ahora bien, los primeros
naturalistas seguían manteniendo por lo común las viejas ideas metafísicas y mostraban su
absoluta impotencia cuando se trataba de explicar racionalmente y entrelazar entre sí estos
hechos modernos, que, por así decirlo, ponen de manifiesto la dialéctica en la naturaleza. Los
investigadores de aquel tiempo se inclinaban a menudo hacia el idealismo o al agnosticismo
(Hemboltz, Gerhardt, Schwann y otros), cuando los progresos de las ciencias naturales exigían
imperiosamente la adopción de un método de estudio que correspondiese al contenido objetivo
de los nuevos descubrimientos y se apoyase en una base filosófica materialista íntimamente
relacionada con los avances científicos.
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Se trataba, en realidad, de la necesidad de crear una dialéctica materialista que, oponiéndose a


las dialéctica hegeliana, pudiese generalizar todo lo nuevo que las ciencias naturales habían
proporcionado en los años de su reorganización revolucionaria, iniciada después de 1830.
Todo esto nos muestra que la marcha objetiva de las ciencias de la naturaleza, especialmente
en los años 30 – 40, había abonado el terreno para la creación de la dialéctica materialista. Las
ciencias naturales de esa época exigían una generalización filosófica; la generalización
materialista dialéctica de las conquistas científicas se convirtió en una necesidad inmediata.

La lucha revolucionaria del proletariado, factor decisivo en la aparición y desarrollo de la


filosofía científica y, unido a ella, el progreso de la ciencia, plantearon a Marx y Engels la
ingente tarea de elevar el materialismo a un nivel nuevo, de proporcionarle una nueva forma, la
forma del materialismo dialéctico, pues cada descubrimiento trascendental, operado incluso en
el campo de las ciencias naturales, le obliga a cambiar de forma.

Ninguno de los filósofos anteriores a Marx, como ninguno de los naturalistas, fue capaz, por la
limitación de sus concepciones, no ya de cumplir esta tarea, sino ni siquiera de plantearla. Sólo
los jefes del proletariado, Marx y Engels, la llevaron audazmente a término, dando así
satisfacción a lo que exigía la historia entera de la vida social, la historia entera de la lucha
revolucionaria de la clase obrera y también la marcha entera del desarrollo de la ciencia. Tales
son las fundamentales premisas históricas y teóricas que determinaron la aparición de la
filosofía del marxismo.

La transformación revolucionaria que Marx y Engels llevaron a cabo en filosofía y el estudio


crítico a que sometieron todas las anteriores conquistas del pensamiento humano no eran
tareas distintas, que se excluían mutuamente. Todo lo contrario; el genio de Marx estriba
precisamente en haber dado soluciones a los problemas planteados antes de él por el
pensamiento avanzado de la humanidad.

EL MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA, DOCUMENTO PROGRAMÁTICO


DE LAS CONCEPCIONES MARXISTAS

El manifiesto del partido comunista resume todo el proceso de formación del marxismo y
expone las tesis fundamentales de esta doctrina, que es la concepción científica del mundo del
Partido Comunista. Esta obra clásica constituye un brillante ejemplo de crítica revolucionaria
del capitalismo, de la ideología burguesa y de las distintas formas del socialismo utópico.

Una idea de trascendental importancia expuesta es la de la dictadura del proletariado. La lucha


de clases constituye la fuerza motriz de la sociedad basada en la propiedad privada; es la lucha
entre las clases explotadoras, y las clases oprimidas y explotadas. Las revoluciones sociales
son la culminación lógica de esta lucha entre las clases fundamentales de formaciones sociales
históricamente determinadas. Si la revolución social de la burguesía derribó la dominación de
los señores feudales, la revolución social del proletariado, al derribar a la burguesía, conduce
con fuerza de ley a la dictadura de la clase obrera.

El manifiesto del partido comunista explica la peculiaridad cualitativa de la lucha que el


proletariado sostiene por su emancipación y sus tareas histórico – universales, con lo que da
base teórica a la necesidad de crear y robustecer el partido comunista proletario. El manifiesto
se opone a la concepción sectaria de las tareas de clase del proletariado y subraya que los
comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el estado de cosas,
social y político existente. Los comunistas trabajan en todas partes por la unión y el acuerdo
entre los partidos democráticos de todos los países.

El manifiesto del Partido Comunista hace una crítica implacable y dura de todos los soportes de
la sociedad burguesa: la propiedad burguesa, el Estado burgués, la moral burguesa, la religión,
de toda la ideología burguesa. El burgués ve la supresión de la propiedad privada sobre los
medios de producción como la destrucción de la personalidad, de la libertad y la independencia
del individuo. El manifiesto desenmascara la identificación burguesa de la propiedad con la
propiedad capitalista, del burgués con el individuo en general y de la libertad con la libertad de
explotación.

El manifiesto del Partido Comunista desenmascara la hipocresía de las frases burguesas sobre
la familia, el matrimonio, la patria y la nación. Complemento de la familia y el matrimonio
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burgueses es la prostitución. Es Estado burgués es una cárcel para los trabajadores, y sólo en
la lucha contra la burguesía, al derribarla y establecer la dominación política adquiere el
proletario una patria realmente suya. El proletariado es nacional, pero de ningún modo en el
sentido en que lo es la burguesía, imbuida de la ideología del nacionalismo, sino en el sentido
de que primeramente ha de organizarse en escala nacional, en el marco de la nación, como
clase dominante, y poner fin a la explotación de las clases y, con ella, a la opresión nacional. El
internacionalismo es la bandera política del proletariado, puesto que los obreros de todos los
países tienen la misma meta en su lucha contra el capitalismo.

El manifiesto del Partido Comunista es una exposición de la concepción materialista dialéctica


de la vida social, que demuestra el formidable significado revolucionario que tiene la aplicación
del materialismo dialéctico al estudio del proceso histórico. Los fundadores del marxismo ponen
de relieve la dialéctica del desarrollo del capitalismo, que prepara las premisas de su inevitable
desaparición. El examen de los fenómenos de la vida social en sus relaciones recíprocas e
interdependencia, en su movimiento, cambio y su transformación revolucionaria sobre la base
de la lucha de contrarios; la concepción materialista de la conciencia social como reflejo de la
vida social: todo esto era un enorme paso hacia adelante en el desarrollo creador de la ciencia
filosófica.

ESENCIA Y SIGNIFICADO DE LA TRANSFORMACIÓN REVOLUCIONARIA


REALIZADA EN LA FILOSOFÍA

La creación del materialismo dialéctico y del materialismo histórico significaba la más profunda
transformación revolucionaria en filosofía, el comienzo de una nueva época histórica en el
avance espiritual de la sociedad. Marx y Engels llevaron a cabo la gran empresa científica de
crear la forma histórica superior de la filosofía materialista, que unía indisolublemente en un
todo único el materialismo y la dialéctica, la concepción materialista de la naturaleza y la
interpretación materialista de la vida social, la interpretación filosófica de la realidad y la lucha
por su transformación revolucionaria. La aparición del materialismo dialéctico e histórico
significaba un cambio radical de la naturaleza de clase y del papel social de la filosofía, el
objeto de la misma y, por consiguiente, de su lugar en el sistema de conocimientos científicos
acerca de la naturaleza y la sociedad.

Marx y Engels descubrieron las relaciones que existen entre la filosofía y las ciencias de la
naturaleza y la sociedad, determinando así el lugar que verdaderamente corresponde a la
filosofía en el sistema general de los conocimientos científicos. La filosofía, señalaban, no ha
de despreciar los datos científicos, sino hacer un balance teórico de ellos, generalizarlos; ha de
ser la base filosófica de las ciencias de la naturaleza y la sociedad y proporcionarles un método
de conocimiento científico, de pensamiento. Si las distintas ciencias naturales estudian
determinadas formas del movimiento de la materia, las leyes específicas que les son
inherentes, el materialismo dialéctico es la concepción del mundo que estudia las leyes
comunes a todas las formas del movimiento, del desarrollo. El materialismo dialéctico trata de
las leyes más generales del movimiento, del cambio y desarrollo de la naturaleza, la sociedad y
el pensamiento.

Marx y Engels liberaron al viejo materialismo de la metafísica que estorbaba su desarrollo, y a


la dialéctica de la mistificación idealista. Con su elaboración dialéctica de la filosofía materialista
precedente y su elaboración materialista de la dialéctica de Hegel, los fundadores del marxismo
crearon una concepción materialista dialéctica del mundo, en la que se unen orgánicamente la
teoría filosófica científica y el método científico, y que se diferencia cualitativamente tanto del
anterior materialismo como de la dialéctica precedente. Así, pues, el materialismo y la dialéctica
fueron elevados a un nivel nuevo, superior.

El materialismo histórico es una formidable conquista del pensamiento científico. El caos y la


arbitrariedad que imperaban en las opiniones sobre la historia y sobre la política cedieron su
puesto a una teoría científica asombrosamente completa y armónica, que revela cómo de una
forma de la vida social se desarrolla, al crecer las fuerzas productivas, otra más alta, como de
la servidumbre de la gleba, por ejemplo, nace el capitalismo. La creación del materialismo
histórico tuvo unas consecuencias revolucionarias en el más alto grado, tanto para la ciencia de
la sociedad como para la práctica social entera.

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El idealismo fue expulsado de su último refugio, del campo de la historia, pues ahora se había
encontrado el camino para explicar la conciencia por las condiciones materiales, por las leyes
de desarrollo de la sociedad, en lugar de las opiniones de los hombres, del espíritu absoluto o
de la mística autoconciencia con que antes se trataba de explicar la historia humana. Ahora,
todo el edificio de la ciencia social se erigía sobre una base materialista. Con su descubrimiento
de que la base de toda la vida social está en el desarrollo de las fuerzas productivas y de las
relaciones de producción, el marxismo señalaba la vía para el estudio universal y completo del
proceso de desenvolvimiento de las formaciones económico – sociales. Marx mostro el camino
para el estudio científico de la historia como un proceso único y sujeto a leyes en toda su
inmensa diversidad y carácter contradictorio.

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