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HORA SANTA.

CARGA TU CRUZ CUARESMA


ENTRADA
Señor Jesucristo, otro jueves más nos congregamos junto a ti en esta audiencia que nos
concedes bondadoso cada semana.
Somos tus amigos, Señor. Tú nos amas, y queremos corresponder a tu amor. Somos los
creyentes de esta comunidad cristiana. Tenemos hambre de ser santos, aunque somos
pecadores. Y sentimos tu llamada a ser apóstoles entre nuestros hermanos. Creemos, Señor,
que Tú eres el camino único que conduce al Padre. Pero son muchos los hombres,
hermanos nuestros, que andan perdidos sin saber que han sido creados por Dios y para
Dios. Ignoran que Tú los has rescatado con el precio de tu Sangre. No atinan a dar sentido a
su vida, y no aspiran a ocupar el lugar que Tú les tienes preparado en tu gloria.
Por nosotros, los creyentes, y por los que no te conocen, venimos a rogarte, Señor. Te
agradecemos el regalo de la vida y el tesoro de la Fe; la alegría y la Esperanza que arraigas
en nuestros corazones; el don del Amor y la ilusión que nos das de ayudarte en la salvación
de nuestros hermanos. Venimos a adorarte, Jesús, porque eres el Hijo de Dios, Uno con el
Padre y el Espíritu Santo. Vives desde siempre y para siempre. Posees la plenitud de la
gracia y eres la Sabiduría y la Verdad. Junto con el Padre creaste todas las cosas y te ha
sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra. Eres digno de adoración, gloria y alabanza
por siempre. Por eso te agradecemos que te hayas hecho hombre; que estés formado de
nuestro mismo barro; que conozcas nuestras angustias, depresiones y miedos; que hayas
saboreado nuestras mismas alegrías, ilusiones y éxitos.
CANTO
Maestro, háblanos al corazón, porque tu palabra nos alienta y nos perdona, ilumina nuestra
vida y nos hace sabios con la sabiduría de Dios. Te queremos escuchar hoy con la atención
de María de Betania; con la fe de los doce Apóstoles, con el amor de María tu Madre, que
atesoraba en su corazón tus gestos y tus palabras, para meditarlos y hacerlos vida.
Ayúdanos a mantenernos vigilantes y atentos como Ella en esta hora de adoración.
  Gracias Señor porque en tu infinita misericordia nos invitas a todos a inclinar la cabeza en
señal de humildad y a pedir perdón por nuestros pecados, recordándonos que en pena de
nuestras culpas un día volveremos al polvo, concédenos abrir nuestros corazones al
arrepentimiento y a la esperanza. Que este tiempo de Cuaresma nos prepara para la
celebración del misterio pascual en el cual Cristo salva al hombre del pecado y a la muerte
eterna y transforma la muerte corporal en un paso a la vida verdadera, a la comunión
beatificante y eterna con Dios.
Esto dice el Señor: “todavía es tiempo. Conviértanse a mí de todo corazón, con ayunos, con
lágrimas y llanto; enluten  su corazón y no sus vestidos. Vuélvanse al Señor Dios nuestro,
porque es compasivo  y misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia y se conmueve
ante la desgracia. Quizá se arrepienta, se compadezca de nosotros y nos deje una bendición,
que haga posibles las ofrendas y libaciones al Señor, nuestro Dios.
Toquen la trompeta en Sión, promulguen un ayuno, convoquen la asamblea reúnan al
pueblo, santifiquen la reunión, junten a los ancianos, convoquen a los niños, aún a los niños
de pecho. Que el recién casado deje su alcoba y su tálamo la recién casada.

Entre el vestíbulo y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, diciendo “Perdona,
Señor, perdona a tu pueblo. No entregues tu heredad a la burla de las naciones. Que no
digan los paganos: ¿Donde está el Dios de Israel?” Y el Señor se lleno de celo por su tierra
y tuvo piedad de su pueblo.

CANTO

Esto dice el Señor: Convertíos a mí de todo corazón, en ayuno, en llanto y en gemidos.


Rasgad vuestros corazones y no vuestras vestiduras (Joel 2, 12. 13) El elemento esencial de
la conversión es en verdad la contrición del corazón, un corazón roto, golpeado por el
arrepentimiento de los pecados. Este arrepentimiento sincero incluye de hecho el deseo de
cambiar de vida e impulsa a ese cambio real y practico. Nadie está libre de este empeño:
todo hombre aun el más virtuoso, tiene necesidad de convertirse, es decir, volver a Dios con
más plenitud y fervor, venciendo aquellas debilidades y flaquezas que disminuyen nuestra
orientación total hacia Él.

La cuaresma es precisamente el tiempo clásico de esta renovación espiritual “Ahora es el


tiempo propicio, ahora es el tiempo de la salvación personal. “Os pedimos en nombre de
Cristo, reconciliaos con Dios, insiste el Apóstol y añade: “Os exhortamos a recibir en vano
la gracia de Dios. No solo el que está en pecado mortal tiene necesidad de esta
reconciliación con el Señor, toda falta de generosidad, de fidelidad a la gracia impide la
amistad intima con Dios, enfría las relaciones con él, es un rechazo de su amor y por lo
tanto exige arrepentimiento, conversión, reconciliación.

El mismo Jesús indica en el Evangelio los medios especiales para mantener el esfuerzo de
la conversión, la limosna, la oración, el ayuno e insiste de manera particular en las
disposiciones interiores que los hacen eficaces. La limosna “expía los pecados” cuando es
realizada con la intención única de agradar a Dios y de ayudar a quien está necesitado, no
cuando se hace para ser alabado. La oración une al hombre con Dios y alcanza su gracia,
cuando brota del santuario del corazón, pero no cuando se convierte en una vana
ostentación o se reduce a un simple decir palabras. El ayuno es sacrificio agradable a Dios
y redime las culpas. Si la mortificación corporal va acompañada de la otra, sin duda más
importante, que es la del amor propio. Solo entonces, concluye Jesús, “tu Padre que mira en
lo secreto le recompensara” (Mt 6, 4.6.18)    es decir, le perdonara los pecados y te
concederá gracia siempre más abundante.

CANTO

Amigos míos: Aquí tienen el Corazón que los ama más allá de los abatimientos de Belén y
Nazaret. Más allá de la crucifixión del cuerpo y del alma del Calvario. Este es el corazón
que les ha amado hasta el extremo limite, hasta la sublime locura que me tiene encadenado
para siempre en el calabozo del calvario; aquí, en la Hostia, agoté mi inagotable caridad.
Acérquense ustedes, los tristes, los desengañados, los heridos en el propio hogar, los
azotados por la injusticia, los despedazados por la muerte o la desgracia. Acérquense
ustedes, los desheredados de la dicha, los que arrastran un alma en jirones, los que han
saboreado el cáliz de todos los duelos.

Acudan todos, vengan y vean que el torrente de sus desventuras no es sino una lágrima,
apenas una, del océano que ha vertido su Dios en este calabozo.

Aquí se me olvida, como jamás olvidaron los más desleales de los amigos.

Soy tu Dios. Y tú, una criatura pecadora; para ti me quedé para siempre en la Eucaristía.

Desde este Tabernáculo, contemplo la caravana inmensa, los millares de redimidos con mi
sangre.

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