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Los dos niños fueron beatificados por Juan Pablo II en Fátima el 13 de mayo de 2000.
Su prima, Lucia dos Santos, la mayor de los tres pastorcillos, que se hizo monja, vivió hasta
los 97 años. El Vaticano se plantea beatificarla desde 2008, tres años después de que
falleciera.
Los restos de los tres videntes descansan dentro de la basílica de Nuestra Señora del
Rosario de Fátima, que domina sobre la explanada del santuario erigido en Cova da Iria.
Según la versión de la hermana Lucía, la Virgen les dio un mensaje que debían guardar en
secreto, pero del que el papa Pío XII desveló públicamente dos partes en 1942.
El primer secreto se refería a una "visión del infierno" para denunciar el ateísmo y las
persecuciones contra la Iglesia.
El segundo, evocaba "una guerra todavía peor" a la que estaba teniendo lugar en 1917, y
pedía la penitencia de los cristianos y la "conversión de Rusia", en aquel momento sacudida
por la revolución bolchevique.
El tercer secreto, revelado por El Vaticano en 2000, contenía una visión, juzgada profética,
el del atentado perpetrado contra Juan Pablo II en la plaza de San Pedro de Roma, el 13 de
mayo de 1981.
En una visita a Portugal en 2010, su sucesor, Benedicto XVI, aportó una interpretación
actualizada, afirmando que la Virgen anunció el "sufrimiento" de la Iglesia, que en aquel
entonces se vio salpicada por escándalos de pedofilia.
En la Primavera de 1916, cuando el Ángel apareció por primera vez, para preparar los
pastorcitos, vino sobre los árboles. Fue después de una lluvia ligera. Y aparece como un
joven de cerca de 15 años; fue así que él les apareció. Tenía una fuerza tremenda, y
apareció a la frente de ellos y dijo: ¡“No temais! Soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo”.
Y entonces se prostró en el suelo y enseñó los pastorcitos a hacer lo mismo. “Rezad así”,
dijo. Y los pastorcitos se prostraron en el suelo, con la testa tocando el suelo, y él recitó esta
oración, que ellos después repitieron:
“Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no
adoran, no esperan y no os aman”.
El Ángel dijo esta oración tres veces y recomendó a los pastorcitos que continuasen a rezar
así; después, desapareció. Durante todo el día, ellos rezaron con la testa tocando el suelo,
adorando a Dios y pidiendo misericordia para los pecadores. Fue para ellos un
acontecimiento muy impresionante, y no hablaron de esto a nadie; pero, pasado algún
tiempo, su fervor disminuía. En el verano, cuando estaba más calor al medio-día, habían
puesto las ovejas en el estabulo y fueron a jugar a un pozo cerca de 50 metros de la casa de
Lucía. Y el Ángel vino por segunda vez y les dijo: “Qué hacéis? Rezad, rezad mucho.
Ofreced constantemente al Altísimo, oraciones y sacrificios”. Fue entonces que, por
primera vez, Lucía habló con él y preguntó: ¿“Cómo nos hemos de sacrificar”? Y el Ángel
respondió: “En todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrifico…Sobre todo, aceptad y
soportad, con sumisión, el sufrimiento que el Señor os envíe”. Y así, los pastorcitos
renovaron su fervor y rezaban como el Ángel les había enseñado. En otoño de 1916 el
Ángel vino por tercera vez, y ahora trayendo el Santísimo Sacramento, con la Hostia en una
mano y un cáliz con el Preciosísimo Sangre en la otra mano. Vino ante ellos en el lugar del
Cabeço donde en la Primavera había rezado con ellos por primera vez.
Les mandó nuevamente que se prostrasen, con la frente tocando el suelo, y rezar esta
oración de adoración ante el Santísimo Sacramento. Ellos repitieron tres veces la oración
después de él:
Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra.
Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y
negras o bronceadas, con forma humana que fluctuaban en el incendio, llevadas por las
llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo que caían hacia todos los
lados, parecidas al caer de las pavesas en los grandes incendios, sin equilibrio ni peso, entre
gritos de dolor y gemidos de desesperación que horrorizaba y hacía estremecer de pavor.
Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos
y desconocidos, pero transparentes y negros.
Esta visión fue durante un momento, y ¡gracias a nuestra Buena Madre del Cielo, que antes
nos había prevenido con la promesa de llevarnos al Cielo! (en la primera aparición). De no
haber sido así, creo que hubiésemos muerto de susto y pavor.
La tercera parte es una revelación simbólica, que se refiere a esta parte del Mensaje,
condicionado al hecho de que aceptemos o no lo que el mismo Mensaje pide: “si aceptaren
mis peticiones, la Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, diseminará sus errores por el
mundo, etc.”.
Desde el momento en que no hemos tenido en cuenta este llamamiento del Mensaje,
constatamos que se ha cumplido, Rusia ha invadido el mundo con sus errores. Y, aunque
no constatamos aún la consumación completa del final de esta profecía, vemos que nos
encaminamos poco a poco hacia ella a grandes pasos. Si no renunciamos al camino del
pecado, del odio, de la venganza, de la injusticia violando los derechos de la persona
humana, de inmoralidad y de violencia, etc.
Y no digamos que de este modo es Dios que nos castiga; al contrario, son los hombres
que por sí mismos se preparan el castigo. Dios nos advierte con premura y nos llama al
buen camino, respetando la libertad que nos ha dado; por eso los hombres son
responsables»1.
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Card. Raymond Leo Burke, 2010.
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Padre Andrew Apostoli, Fátima hoy, Editorial Desclée De Brouwer, SA, Bilbao 2001. Prólogo de Burke,
Cardenal, que a su vez cita a Benedicto XVI (entonces Ratzinger), Prefecto de la Congregación de la doctrina
de la fe, en su Comentario teológico.
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