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SELECCIÓN DE OBRAS DRAMÁTICAS

OCTAVO BÁSICO

DEPARTAMENTO DE LENGUAJE
COLEGIO ACONCAGUA, QUILPUÉ
“El hombre que se convirtió en perro”
Osvaldo Dragún

Personajes:
ACTRIZ,
ACTOR 1,
ACTOR 2,
ACTOR 3.

ACTOR 2: Amigos, la tercera historia vamos a contarla así…


ACTOR 3: Así como nos la contaron esta tarde a nosotros.
ACTRIZ: Es la <<Historia del hombre que se convirtió en perro>>.
ACTOR 3: Empezó hace dos años, en el banco de una plaza. Allí, señor…, donde
usted trataba hoy de
adivinar el secreto de una hoja.
ACTRIZ: Allí, donde usted extendiendo los brazos apretamos al mundo por la
cabeza y los pies y le
decimos: <<¡suena, acordeón, suena!>>
ACTOR 2: Allí le conocimos. (Entra el Actor 1.) Era … (Lo señala.) así como lo
ven, nada más. Y
estaba muy triste.
ACTRIZ: Fue nuestro amigo. El buscaba trabajo, y nosotros éramos actores.
ACTOR 3: El debía mantener a su mujer, y nosotros éramos actores.
ACTOR 2: El soñaba con la vida, despertaba gritando por la noche. Y nosotros
éramos actores.
ACTRIZ: Fue nuestro gran amigo, claro. Así como lo ven … (Lo señala.)
Nada más.
TODOS: ¡Y estaba muy triste!
ACTOR 3: Pasó el tiempo. El otoño…
ACTOR 2: El verano…
ACTRIZ: El invierno…
ACTOR 3: La primavera…
ACTOR 1: ¡Mentira! Nunca tuve primavera.
ACTOR 2: El otoño…
ACTRIZ: El invierno…
ACTOR 3: El verano. Y volvimos. Y fuimos a visitarlo, porque era nuestro amigo.
ACTOR 2: Y preguntamos: << ¿Está bien?>> Y su mujer nos dijo…
ACTRIZ: No sé.
ACTOR 3: ¿Está mal?
ACTRIZ: No sé.
ACTORES 2 y 3:¿Dónde está?
ACTRIZ: En la perrera. (ACTOR 1. en cuatro patas.)
ACTORES 2y 3: ¡Uhhh!
adivinar: to guess
apretamos: estrechamos
con fuerza
ACTOR 3: (Observándolo.) Soy el director de la perrera, y esto me parece
fenomenal. Llegó
ladrando como un perro (requisito principal); y si bien conserva el traje, es un
perro, a no
dudar.
ACTOR 2: (Tartamudeando.)
S—s—soy el v—veter—r—inario. y esto—to—to es c—claro p—para mí. Aun—
que p—
parezca un ho—hombre, es un p—perro el q—que está aquí.
ACTOR 1: (Al público.) Y yo, ¿qué les puedo decir? No sé si soy hombre o perro.
Y creo que ni siquiera
ustedes podrán decírmelo al final. Porque todo empezó de la manera más
corriente. Fui a una
fábrica a buscar trabajo. Hacía tres meses que no conseguía nada, y fui a buscar
trabajo.
ACTOR 3: ¿No leyó el letrero? <<NO HAY VACANTES>>
ACTOR 1: Sí, lo leí. ¿No tiene nada para mí?
ACTOR 3: Si dice << No hay vacantes>>, no hay.
ACTOR 1: Claro. ¿No tiene nada para mí?
ACTOR 3: ¡Ni para usted, ni para el ministro!
ACTOR 1: ¡Ahá! ¿No tiene nada para mí?
ACTOR 3: ¡NO!
ACTOR 1: Tornero
ACTOR 3: ¡NO!
ACTOR 1: Mecánico…
ACTOR 3: ¡NO!
ACTOR 1: S…
ACTOR 3: N...
ACTOR 1: R…
ACTOR 3: N…
ACTOR 1: F…
ACTOR 3: N…
ACTOR 1: ¡Sereno! ¡Sereno! ¡Aunque sea de sereno!
ACTRIZ: (Como si tocara un clarín.) ¡Tutú, tu-tu-tú! ¡El patrón!
(LOS ACTORES 2 Y 3 HABLAN POR SEÑAS.)
ACTOR 3: (Al público) El perro del sereno, señores, había muerto la noche
anterior, luego de veinticinco
años de lealtad.
ACTOR 2: Era un perro muy viejo.
ACTRIZ: Amén.
ACTOR 2: (Al ACTOR 1.) ¿Sabe ladrar?
ACTOR 1: Tornero.
ACTOR 2: ¿Sabe ladrar?
ACTOR 1: Mecánico…
ACTOR 2: ¿Sabe ladrar?
ACTOR 1: Albañil…
ACTORES 2 y 3:¡NO HAY VACANTES!
ACTOR 1: (Pausa.) ¡Guau…, guau!...
ACTOR 2: Muy bien, lo felicito…
ACTOR 3: Le asignamos diez pesos diarios de sueldo, la casilla y la comida.
ACTOR 2: Como ven, ganaba diez pesos más que el perro verdadero.
ACTRIZ: Cuando volvió a casa me contó del empleo conseguido. Estaba
borracho.
ACTOR 1: (A su mujer.) Pero me prometieron que apenas un obrero se jubilara,
muriera o fuera
despedido me darían su puesto. ¡Divertite, María, divertite! ¡Guau…, guau!...
¡Divertite,
María, divertite!
ACTORES 2 y 3:¡Guau…, guau!... ¡Divertite, Mariá, divertite!
ACTRIZ: Estaba borracho, pobre…
ACTOR 1: Y a la otra noche empecé a trabajar…(Se agacha en cuatro patas.)
ACTOR 2: ¿Tan chica le queda la casilla?
perrera: dog pound
ladrando: barking
si bien: aunque
conserva el traje: va
vestido como…
corriente: común
No hay vacantes: No
vacancies
tornero: Lathe operator
sereno: night watchman
clarín: bugle
patrón: dueño, jefe
por señas: por medio
de signos
luego de: después de
albañil: bricklayer
guau…guau…: Bowwow…bow-wow
ACTOR 1: No puedo agacharme tanto.
ACTOR 3: ¿Le aprieta aquí?
ACTOR 1: Sí.
ACTOR 3: Bueno, pero vea, no me diga, sí… Tiene que empezar a
acostumbrarse.
Dígame: <<¡Guau…, guau!>>
ACTOR 2: ¿Le aprieta aquí? (El ACTOR 1 no responde.) ¿Le aprieta aquí?
ACTOR 1: ¡Guau…, guau!...
ACTOR 2: Y bueno… (Sale.)
ACTOR 1: Pero esa noche llovió, y tuve que meterme en la casilla.
ACTOR 2: (Al ACTOR 3.) Ya no le aprieta…
ACTOR 3: Y está en la casilla.
ACTOR 2: (Al ACTOR 1.) ¿Vio cómo uno se acostumbra a todo?
ACTRIZ: Uno se acostumbra a todo…
ACTORES 2 y 3: Amén…
ACTRIZ: Y él empezó a acostumbrarse.
ACTOR 3: Entonces, cuando vea que alguien entra, me grita: <<¡Guau…, guau!>>
A ver…
ACTOR 1: (El ACTOR 2 pasa corriendo.) ¡Guau…, guau!... (El ACTOR 2 pasa
sigilosamente.)
¡Guau…, guau!... (El ACTOR 2 pasa agachado.) ¡Guau…, guau…, guau!... (Sale.)
ACTOR 3: (Al ACTOR 2.) Son diez pesos por día extras en nuestro presupuesto///
ACTOR 2: ¡Mmm!
ACTOR 3: …pero la aplicación que el pobre, los merece…
ACTOR 2: ¡Mmm!
ACTOR3: Además, no come más que el muerto…
ACTOR 2: ¡Mmm!
ACTOR 3: ¡Debemos ayudar a su familia!
ACTOR 2: ¡Mmm! ¡Mmm! ¡Mmm! (Salen.)
ACTRIZ: Sin embargo, yo lo veía muy triste, y trataba de consolarlo cuando
él volvía a casa. (Entra ACTOR 1.) ¡Hoy vinieron visitas!...
ACTOR 1: ¿Sí?
ACTRIZ: Y de los bailes en el club, ¿te acordás?
ACTOR 1: Sí
ACTRIZ: ¿Cuál era nuestro tango/
ACTOR 1: No sé.
ACTRIZ: ¡Cómo que no! <<Percanta que me amuraste…>> (El ACTOR 1 está en
cuatro patas.) Y un
día me trajiste un clavel… (Lo mira y queda horrorizada.) ¿Qué estás haciendo?
ACTOR 1: ¿Qué?
ACTRIZ: Estás en cuatro patas…(Sale.)
ACTOR 1: ¡Esto no lo aguanto más! ¡Voy a hablar con el patrón!
(Entran los ACTORES 2 y 3.)
ACTOR 3: Es que no hay otra cosa…
ACTOR 1: Me dijeron que un viejo se murió.
ACTOR 3: Sí, pero estamos de economía. Espere un tiempo más, ¿eh?
ACTRIZ: Y esperó. Volvió a los tres meses.
ACTOR 1: (Al ACTOR 2.) Me dijeron que uno se jubiló…
ACTOR 2: Sí, pero pensamos cerrar esa sección. Espere un tiempito mas, ¿eh?
ACTRIZ: Y esperó. Volvió a los dos meses.
ACTOR 1: (Al ACTOR 3.) Déme el empleo de uno de los que echaron por la
huelga…
ACTOR 3: Imposible. Sus puestos quedarán vacantes…
ACTORES 2 y 3:¡Como castigo! (Salen.)
ACTOR 1: Entonces no pude aguantar más… ¡y planté!
ACTRIZ: ¡Fue nuestra noche más feliz en mucho tiempo! (Lo toma del brazo.)
¿Cómo se llama esta
flor?
se jubilara: se retirara del
trabajo
se agacha: he squats
¿Le aprieta aquí?: ¿Siente
presión aquí?
casilla: dog house
sigilosamente: en silencio
presupuesto; budget
¿te acordás?: ¿te acuerdas?
voseo.
<<Percanta que me
amuraste…>>: <<Percanta…
mujer que me
abandonaste…>>
aguanto: resisto
estamos de economía:
tenemos que economizar.
echaron: fired
huelga: strike
¡y planté!: ¡y abandoné
el trabajo!
muerdas: bite
salvo que: con la
excepción
ACTOR 1: Flor…
ACTRIZ: ¿Y cómo se llama esa estrella?
ACTOR 1: María.
ACTRIZ: (Ríe.) ¡María me llamo yo!
ACTOR 1: ¡Ella también…, ella también! (Le toma una mano y la besa.)
ACTRIZ: (Retira la mano.) ¡No me muerdas!
ACTOR 1: No te iba a morder…Te iba a besar, María…
ACTRIZ: ¡Ah!, yo creía que me ibas a morder…(Sale, Entran los ACTORES 2 y 3)
ACTOR 2: Por supuesto…
ACTOR 3: … a la mañana siguiente…
ACTORES 2 y 3: Debió volver a buscar trabajo.
ACTOR 1: Recorrí varias partes, hasta que en una…
ACTOR 3: Vea, éste… No tenemos nada. Salvo que…
ACTOR 1: ¿Qué?
ACTOR 3: Anoche murió el perro del sereno.
ACTOR 2: Tenia treinta y cinco años, el pobre…
ACTORES 2 y 3:¡El pobre!...
ACTOR 1: Y tuve que volver a aceptar.
ACTOR 2: Eso, sí, le pagábamos quince pesos por día. (Los ACTORES 2 y 3 dan
vueltas.) ¡Hmmm!...
¡Hmmm!...
ACTORES 2 y 3:¡Aceptado! ¡Que sean quince! (Salen.)
ACTRIZ: (Entra.) Claro que 450 pesos no nos alcanza para pagar el alquiler…
ACTOR 1: Mirá, como yo tengo la casilla, mudate vos a una pieza con cuatro o
cinco muchachas más,
¿en?
ACTRIZ: No hay otra solución. Y como no nos alcanza tampoco para comer…
ACTOR 1: Mirá, como yo me acostumbré al hueso, te voy a traer la carne a vos,
¿eh?
ACTORES 2 y 3:(Entrando.) ¡El directorio accedió!
ACTOR 1 y ACTRIZ: El directorio accedió…¡Loado sea!
(Salen los ACTORES 2 y 3.)
ACTOR 1: Yo ya me había acostumbrado. La casilla me parecía más grande.
Andar en cuatro patas no
era muy diferente de andar en dos. Con María nos veíamos en la plaza… (Va
hacia ella.)
Porque vos no podés entrar en mi casilla; y como puedo entrar en tu pieza…Hasta
que una
noche…
ACTRIZ: Paseábamos. Y de repente me sentí mal…
ACTOR 1: ¿Qué te pasa?
ACTRIZ: Tengo mareos.
ACTOR 1: ¿Por qué?
ACTRIZ: (Llorando.) Me parece…que voy a tener, un hijo…
ACTOR 1: ¿Y por eso llorás?
ACTRIZ: ¡Tengo miedo…, tengo miedo!
ACTOR 1: Pero ¿por qué?
ACTRIZ: ¡Tengo miedo… que sea… (Musita <<perro>>. El ACTOR 1. la mira
aterrado, y sale
corriendo y ladrando. Cae al suelo. Ella se pone se pie.) ¡Se fue…, se fue
corriendo! A veces
se paraba, y a veces corría en cuatro patas…
ACTOR 1: ¡No es cierto, no me paraba! ¡No podía parame! ¡Me dolía la cintura si
me paraba! ¡Guau!...
Los coches se me venían encima… La gente me miraba… (Entran los ACTORES
2 y 3.)
¡Váyanse! ¿Nunca vieron un perro?
ACTOR 2: ¡Está loco! ¡Llamen a un médico! (Sale.)
ACTOR 3: ¡Está borracho! ¡Llamen a un policía! (Sale.)
ACTRIZ: Después me dijeron que un hombre se apiadó de él, y se le acercó
cariñosamente.
no nos alcanza; no es
suficiente
alquiler: rent
pieza: cuarto
Loado sea: Blessed he…
Musita: she mutters
aterrado: con terror
se me venían encima:
were running over me
ACTOR 2: (Entra.) ¿Se siente mal, amigo? No puede quedarse en cuatro patas.
¿Sabe cuántas cosas
hermosas hay para ver, de pie, con los ojos hacia arriba? A ver, párese… Yo lo
ayudo…
Vamos, párese…
ACTOR 1: (Comienza a pararse, y de repente:) ¡Guau…, guau!... (Lo muerde.)
¡Guau…, guau!... (Sale.)
ACTOR 3: (Entra.) En fin, que cuando, después de dos años sin verlo, le
preguntamos a su mujer:
<<¿Cómo está?>>, nos contestó…
ACTRIZ: No sé.
ACTOR 2: ¿Está bien?
ACTRIZ: No sé.
ACTOR 3: ¿Está mal?
ACTRIZ: No sé.
ACTORES 2 y 3:¿Dónde está?
ACTRIZ: En la perrera.
ACTOR 3: Y cuando veníamos para acá, pasó al lado nuestro un boxeador…
ACTOR 2: Y nos dijeron que no sabía leer, pero que eso no importaba porque era
boxeador.
ACTOR 3: Y pasó un conscripto…
ACTRIZ: Y pasó un policía…
ACTOR 2: Y pasaron…, y pasaron…, y pasaron ustedes. Y pensamos que tal vez
podría importarles la
historia de nuestro amigo…
ACTRIZ: Porque tal vez entre ustedes haya ahora una mujer que piense: <<¿No
tendré…, no tendré…?
>> (Musita: <<perro>>.)
ACTOR 3: O alguien a quien le hayan ofrecido el empleo del perro del sereno…
ACTRIZ: Si no es así, nos alegramos.
ACTOR 2: Pero si es así, si entre ustedes hay alguno a quien quieran convertir en
perro, como a nuestro
amigo, entonces… Pero, bueno, entonces esa…, ¡esa es otra historia! (Telón.)
“Carolina ”
de Isidora Aguirre

Personajes:
Carolina: 25 años, clase acomodada
Carlos: Su esposo, un joven abogado
Fernando: Un estudiante de ingeniería
Porta equipaje
Vendedora

La acción tiene lugar en la Sala de espera de una estación de ferrocarril, en un


pequeño pueblo del sur de Chile.
Carolina se estrenó en Diciembre de 1955 en la sala Antonio Varas, con ocasión
de un festival de grupos de teatro aficionado de provincia, convocado por el Teatro
Experimental de la Universidad de Chile, y se mantuvo en cartelera durante el año
1956 en el Teatro Atelier. Montaje como clausura al festival por el elenco del
Teatro de la Universidad de Chile, con dirección de Eugenio Guzmán: y la
actuación de Alicia Quiroga, Mario Lorca, Ramón Sabat. Personajes secundarios:
Jorge Acevedo, Meche Calvo. Escenografía de Ricardo Moreno y música
incidental de Celso Garrido Lecca.

Acto único

Acto Unico

Una sala de espera. Un banco. Luz de día. Música de introducción alegre,


(ejecutada por un organillo callejero), que se mezcla con el ritmo de un tren que se
detiene. Entra Fernando, el estudiante. Trae una caja de violín y maletín, se sienta
en el banco. Luego entra Carlos, precedido por el porta-equipaje que trae las
maletas.

Carlos: (Al porta-equipaje, dando propina) Gracias, déjelas ahí. ¿Cuánto falta
para nuestro tren?
Porta equipaje: ¿El expreso a Santiago?
Carlos: No, hombre: vengo de Santiago. El tren local.
Porta equipaje: Unos... treinta minutos. Si no llega con atraso... (Sale)
Entra Carolina, cargando paquetes y, distraída sigue de largo. Va a salir por el otro
extremo, él la llama.
Carlos: ¡Carolina! (Ella se detiene). ¿Dónde vas, mujer? (Le ayuda a dejar los
paquetes en el banco). Sabiendo que teníamos que hacer un transbordo, ¿cómo
se te ocurre traer tantos paquetes?
Carolina: Sí, Carlos.
Carlos: ¡Una caja de sombreros!. ¿Vas a usar sombrero en el campo?
Carolina: Sí, Carlos...
Carlos: (Mira dentro de la caja) Un, dos tres, cuatro, cinco... ¡Cinco sombreros!. Si
es para protegerte del sol ¿no te parecen demasiados?
Carolina: Sí, Carlos.
Carlos: Cinco paquetes... Oye ¿no eran seis?
Carolina: Sí, Carlos.
Carlos: ¡Pierdes uno y te quedas tan tranquila!
Carolina: (Sentándose) Sí, Carlos.
Carlos: ¿En qué quedamos?. ¿Eran cinco, o seis?
Carolina: Cinco, Carlos, cinco.
Carlos: (Se sienta y abre el periódico: Imitándola) "Sí, Carlos, No, Carlos..." Oye...
en el tren venía leyendo un par de avisos, muy sugerentes. Aquí, (Lee) "Compro
refrigerador en buen estado, tratar", etc. Y este otro: "Vendo Chevrolet, 4 puertas,
poco uso, con facilidades...". Fíjate en el detalle: el refrigerador lo pagan al
contado, podemos dar el pié para el auto. Sé que el refrigerador es indispensable,
pero tenemos el chico que nos dio tu mamá, mientras podamos comprar uno
mejor. En fin, tú dirás... (La mira, ella sigue distraída) ¡Carolina!
Carolina: ¿Sí, Carlos?
Carlos: Oye ¿qué te pasa?
Carolina: ¿A mí?. Nada. ¿Por qué?
Carlos: Hace como media hora que contestas: "sí, Carlos", sin tener idea de lo
que dices.
Carolina: Sé perfectamente lo que digo... Digo: "sí, Carlos".
Carlos: Bueno, ¿qué opinas?
Carolina: ¿Sobre qué, por ejemplo?
Carlos: ¡Sobre estos avisos "por ejemplo"!
Carolina: Tienes razón: trae demasiados avisos... Deberían dedicar más espacio
a la literatura.
Carlos: ¡Más espacio a la literatura... !
Carolina: Siempre lo has dicho. ¿Por qué tratas de confundirme?
Carlos: ¡No trato de confundirte!. ¡Sólo te hago notar que contestas sin tener la
menor idea de sobre qué te estoy hablando!

Carolina: Entonces, dime de qué se trata y no te sulfures.


Carlos: De vender nuestro refrigerador, y...
Carolina: (Cortando) ¿Estás loco?. ¡No se puede vivir sin refrigerador.
Carlos: Déjame terminar: venderlo para comprar un auto...
Carolina: ¿Lo dices en serio?. ¡No vas a comparar el precio de un auto con el de
un refrigerador!
Carlos: ¿Podrías leer estos avisos? (Rabioso, tira el diario). ¡Al diablo!. Lo que me
interesa, ahora, es saber en qué estabas pensando.
Carolina: Pero Carlos, ¿por qué siempre tienes que tirar todo al suelo? (Recoge el
diario)
Carlos: No cambies el tema.
Carolina: No cambio el tema, lindo: recojo el diario. Te alteras cuando viajas en
tren.
Carlos: (Imitando su voz suave). No son los viajes en tren, querida...
Carolina: ¿Por qué ese tono de marido controlado?
Carlos: ¿Dime de una vez en qué estabas pensando?
Carolina: ¿Yo?
Carlos: Sí. Tú.
Carolina: ¿Cómo quieres que sepa en qué estaba pensando?. En nada. Estaba
pensando... en nada.
Carlos: Entonces, deduzco que durante todo el trayecto desde Santiago hasta
esta estación del trasbordo, venías pensando en nada, porque traías esa misma
expresión lunática.
Carolina: ¿Es un pecado?
Carlos: Es una mentira: No es posible pensar "en nada" tanto tiempo seguido. Un
esfuerzo continuado para mantener la mente en blanco, agota hasta los cerebros
más entrenados.
Carolina: Por Dios, Carlos ¿cómo puedes ser tan complicado?. No hice el menor
esfuerzo. Y cuando digo nada, quiero decir... todo.
Carlos: (A un testigo imaginario) Cuando dice "nada", quiere decir "todo".
Carolina: Ay, Carlos, ¡qué manía la tuya de repetir lo que yo digo!. Me mortifica.
Carlos: Lo repito para poner en evidencia lo ilógico de tus respuestas. Eso es lo
que te "mortifica".
Carolina: Oye, estás poniendo una terrible mala voluntad en esta conversación.
Por lo general me entiendes muy bien.
Carlos: No cuando tratas de engañarme. (Pausa). ¿Qué fue ese sobresalto que
tuviste al llegar a Rancagua?
Carolina: Un calambre, te lo dije. De tanto estar sentada.
Carlos: ¿Y ese otro, cerca de Pelequén?
Carolina: Otro calambre de tanto estar sentada. ¿Te parece muy raro?
Carlos: ¿Y el de...
Carolina: ¿De Chimbarongo?
Carlos y Carolina: ¡Otro calambre de tanto estar sentada!...

Carolina: Lindo, por favor terminemos con estas discusiones inútiles. Explícame
eso del auto y del refrigerador...
Carlos: Olvidemos eso. (Se está buscando algo en los bolsillos, al no hallarlo, se
levanta como para salir de la sala,)
Carolina: ¿Dónde vas?
Carlos: A comprar cigarrillos. (Sale)
Carolina, se levanta y empieza a acomodar los paquetes sobre el banco. Ladra un
perro, asustada deja caer uno de los paquetes. Fernando, que desde el inicio ha
estado atento observándola, corre a recogerlo. Ella le sonríe. Hay un silencio. El,
tímido, va a decir algo, pero no le sale la voz. Se aclara la garganta y vuelve a
ensayar:
Fernando: ¿Van a tomar el tren local?... Yo también. Por favor, no crea que tenga
la costumbre de acercarme a las señoras y hablarles. Se trata de una
circunstancia muy especial, y me resulta difícil... (Al accionar, tira otro de los
paquetes, lo recoge, solícito) Como le decía...
Carolina: Ah... ¿me estaba hablando a mí?
Fernando: ¿A quién otra?. Naturalmente que le estaba hablando a usted. (Sin
querer al accionar tira otro paquete). Perdone ¡qué torpe!
Carolina: (Divertida) Deje en paz esos pobres paquetes y por favor, repita su
pregunta: estaba distraída.
Fernando: ¿Mi pregunta?. ¿Cuál pregunta?. No tiene importancia... (Calla, luego
reacciona). Le decía que no acostumbro acercarme a una dama sin ser
presentado, que es la primera vez que lo hago...
Carolina: Muy mal hecho.
Fernando: Carolina... (Se corrige) Señora... estoy seguro que usted está muy por
encima de esos tontos convencionalismos.
Carolina: Sabe mi nombre...
Fernando: ¡Sé su nombre! (Con pasión). ¡No hay nada que sepa tanto como su
nombre!, Carolina.
Carolina: Joven ¿qué pretende?. Porque si lo que pretende es...
Fernando: No pretendo nada y por favor no me llame "joven". Sólo quería decirle
que la estuve observando en el tren, y me pareció que tenía usted una terrible
preocupación. Si pudiera ayudarla... ¡estoy dispuesto a todo!
Carolina: (Lo mira un instante) Me extraña tanto interés de parte de un
desconocido.
Fernando: ¡Le juro que no soy un desconocido!
Carolina: Sin embargo, tiene todo el aspecto.
Fernando: Alguien que la admira desde hace tanto tiempo, no puede ser un
"desconocido". ¿Comprende?
Carolina: (Burlándose) Ah, sí. Comprendo.
Fernando: ¡Gracias, Carolina!
Carolina: Comprendo que está tratando de hacerme la corte.

Fernando: Dios mío, ¿y si así fuera?. ¿Nunca le han hecho la corte?


Carolina: Soy una mujer casada. Y ahora, perdone, pero tengo un grave problema
que resolver. No puedo dedicarle más tiempo.
Fernando: ¡De eso se trata!. ¡Quiero ayudarle con su problema!
Carolina: Pero... ¡si no lo conozco!
Fernando: Mire, supongamos que una tarde nos encontramos en... el Parque
Forestal. Alguien nos presenta: Carolina, una mujer encantadora, Fernando, un
estudiante de ingeniería. Ya está. Ahora, nos hemos vuelto a encontrar, pero,
claro, usted ya se ha olvidado de mí.
Carolina: Completamente.
Fernando: Ah: si se olvidó es que antes me conocía.
Carolina: Hay que ver que es insistente. Bueno, sea. (Le tiende su mano, él se la
estrecha). Como le va. Y ahora ¿me permite concentrarme en mis asuntos?
Fernando: ¿No me va a decir qué es lo que la preocupa?
Carolina: ¡No!
Fernando: Es usted de lo más testaruda.
Carolina: Y usted, ¡de lo más impertinente!. ¿Qué se ha creído?. Llamaré a
Carlos.
Fernando: Bueno. Llame a Carlos. (Pausa) Con las mujeres todo resulta tan
complicado. ¿Qué le cuesta ser más sencilla y aceptar mi ayuda?. Cualquiera diría
que se ofende porque se la ofrezco. ¿O le caigo antipático? (Mira y ve a Carlos
que se acerca). Le hablaré a su marido. Estoy segura que él me reconocerá.
Porque usted... nunca se fijó en mí. Sin embargo nos vemos a diario. (Se pone en
pose de tocar el violín). Míreme. ¿No le parezco vagamente familiar
Carolina: No me diga ¡el vecino del violín! Claro... Ya decía yo que lo había visto
en alguna parte.
Entra Carlos murmurando entre dientes. "maldito pueblo" Carolina le sonríe.
Carolina: ¿Encontraste cigarrillos, Carlos?
Carlos: No. (Se sienta)
Fernando: ¿Le puedo ofrecer de los míos?
Carlos: No, gracias, no se moleste. (Tras el diario, le habla bajo a Carolina). No
iniciar conversaciones con desconocido durante los viajes, después no hay cómo
sacárselos de encima.
Carolina: Carlos, ¡si es Fernando!
Carlos: (Sin reconocerlo, sonrisa fingida) ¿Fernando? sí, claro... (Saluda) Como
está. ¿De viaje?
Fernando: Sí, sí. ¿De veras no quiere fumar? (Le ofrece, él acepta)
Carlos: Gracias. ¡Es increíble que no haya en este pueblo dónde comprar
cigarrillos!. Todo cerrado.
Fernando: Si no me equivoco, lo que ha de estar abierto es el club
Carlos: ¿Dónde está el club?

Fernando: El club del hotel. Y el hotel tiene que estar abierto.


Carolina: ¡Por supuesto! El hotel tiene que estar abierto.
Carlos: Puntualicemos: ¿dónde está el hotel?
Fernando: Al final de la calle principal, es decir, en la plaza. Y la plaza la
encuentra... siguiendo derecho por la calle principal.
Carlos: Bien.. Y ¿cuál esa es calle principal, cómo se llama?
Carolina: Carlos ¿cómo no vas a distinguir la calle principal?
Fernando: Sí: es la más ancha y la más larga. Saliendo de la estación, me parece
que es... hacia el lado de allá. La encontrará enseguida. En la plaza verá un cine,
chiquito, y al frente está la iglesia. Una iglesia... común y corriente, y en el otro
costado, está el hotel. Savoy, o Crillón, me parece.
Carlos: (Con desconfianza) Bien. Probaremos. (Sale)
Fernando: (Entusiasta) ¡Gracias, Carolina!
Carolina: Gracias ¿por qué?. ¿Qué hice?
Fernando: Me ayudó a alejar a su marido.
Carolina: ¿Qué quiere decir?. Oiga, ese club, entonces...
Fernando: Todos los pueblos son iguales, Carolina. Tiene que haber un hotel y un
club en la plaza. Y ahora dígame ¿cuál es ese terrible secreto?
Carolina: ¿Qué le hace pensar que es un secreto?
Fernando: Carlos no lo sabe.
Carolina: Hay muchas cosas que es mejor que los maridos no sepan.
Fernando: Desde luego.
Carolina: Sería amagarles la existencia.
Fernando: Comprendo.
Carolina: Oiga, ¡le prohíbo pensar en nada vulgar!
Fernando: No, jamás. Pero dígame ahora, ¿en qué la puedo ayudar?
Carolina: Bueno, ya que insiste: dijo que era estudiante de ingeniería. (El
asiente) En ese caso, puede darme algunos datos técnicos.
Fernando: (Emocionado) Usted, tan femenina, tan encantadora, hablando de
"datos técnicos"... ¡Qué quiere, me emociona!
Carolina: Qué ridiculez. ¡Contrólese, por favor!
Fernando: No me importa hacer el ridículo ni me puedo controlar. Hace tanto
tiempo que esperaba la ocasión de hablarle, de poder participar en algo suyo, de...
Bueno, pero si se empeña le puedo dar millones de datos técnicos. ¿Sobre qué?
Carolina: Sobre... sobre la resistencia de ciertos materiales al fuego.
Fernando: ¿Resistencia de materiales al fuego?. Ni una palabra más, me lo
imgino todo. Si es lo que supongo creo que no se los daré.
Carolina: Tiene gracia. Y ¿qué es lo que supone?
Fernando: Necesita dinero y ha decidido trabajar a escondidas de su marido.
Seguramente le ofrecieron un puesto en una Sociedad Constructora. Sección
venta de materiales. Y necesita datos técnicos... Carolina, ¡déjeme tomar yo ese
trabajo!. Le daré íntegro mi sueldo, ¡yo no lo necesito!
Carolina: Pero ¡qué se ha imaginado!

Fernando: Le juro que no me imagino nada. Tampoco le pediré nada a cambio.


¡Acepte, por favor!
Carolina: (Burlándose) Muy generoso de su parte, joven. Suponiendo que acepto
¿de qué vivirá usted?
Fernando: ¿Yo?. Del milagro, como he vivido hasta ahora. Si hay que robar
¡robaré!. No tengo prejuicios.
Carolina: Está completamente loco. No sé cómo hemos llegado a hablar de cosas
tan absurdas. Y no necesito dinero ¿está claro?
Fernando: (Resignado) Está claro.
Carolina: Ahora ponga atención: se trata de una pequeña gran
tragedia. (Afligida) Algo ridícula, pero... tragedia al fin.
Fernando: Sí, comprendo. ¡Las pequeñas tragedias son siempre las peores!
Carolina: No me interrumpa. No hace más que decir tonterías mientras yo estoy
sobre ascuas.
Fernando: Las llama tonterías... Estoy dispuesto a dar la vida por usted, y las
llama tonterías.
Carolina: No quiero su vida... ¡quiero esos datos técnicos!
Fernando: ¡Y yo no quiero que usted trabaje!
Carolina: ¿Con qué derecho se mete en mi vida. (Enfática). ¡Trabajaré!
Fernando: ¡Antes pasará sobre mi cadáver!
Carolina: ¿Su cadáver?. Dios mío, usted me hace perder la cabeza. ¡Si jamás he
pensado trabajar!
Fernando: Gracias, Carolina. (Toma su mano). Sabía que terminaría por acceder.
Carolina: Le repito que ¡jamás he pensado en trabajar!
Fernando: Hubiera jurado que dijo "trabajaré".
Carolina: Por favor, váyase. ¡Váyase y déjeme en paz!
Fernando: Carolina ¿qué le pasa?. ¿Por qué me trata así?. Sólo quiero
ayudarla... ¿Dije algo que no debo? No me lo perdonaría, porque yo... (Calla,
emocionado)
Carolina: Usted, qué?
Fernando: Estoy enamorado de usted.
Un silencio.
Carolina: No esperará que le crea ¿verdad?
Fernando: No, claro. No me atrevo a esperar tanto.
Carolina: ¿Amor a primera vista?. No sabe lo que dice. Es muy joven... y se
imagina cosas.
Fernando: No, no me imagino cosas. Hace 4 meses que no puedo estudiar, ni
concentrarme en nada. Sólo puedo pensar en usted. He tratado de sacarme esta
idea de la cabeza, pero... no puedo.
Carolina: No sea tan romántico.
Fernando: El amor es romántico, Carolina. Escuche: cuando la divisé en el jardín,
creí estar viendo visiones. Era exactamente igual a ella. Sus ojos, tan grandes, su
sonrisa, el color de su pelo... ¡se le parecía tanto!

Carolina: ¿A quién?
Fernando: ¿Cree usted que los seres vuelven a la tierra una y otra vez?
Carolina: ¿De qué está hablando?
Fernando: Ríase y llámame romántico, pero la verdad es que de niño me
enamoré perdidamente de una tía muy bonita que murió joven, es decir, de su
retrato. Bueno, ya casi lo había olvidado, cuando de pronto, una tarde, cuando
estaba estudiando violín frente a la ventana, ¡se me aparece... allí, en el jardín de
su casa!
Carolina: ¿Su tía... ?
Fernando: No. Usted, Carolina. Fue como un sueño. Me la imagino, como la veo
a ella en el retrato, vestida a la antigua y con un delicado quitasol de encaje.
Desde que la vi, Carolina, mi vida cambió. Sé que no puedo esperar nada, pero
aún así, me siento como en el cielo.
Carolina: Feliz usted, lo que es yo ¡estoy en el infierno!
Fernando: Carolina, disculpe: su pequeña tragedia, la había olvidado. ¿De qué se
trata?
Carolina: Se trata de una olla. ¿Entiende? ¡De una olla!
Fernando: (Deprimido) Carolina ¿por qué tenía que hablarme a mí de ollas?
Carolina: Pues, sepa, que de lo único que puedo hablar es de ollas.
Fernando: Horrible artefacto.
Carolina: Sí, horrible. La odio con toda mi alma.
Fernando: ¿Tanto se apasiona por una olla?. Francamente, no comprendo.
Carolina: Al fin hay algo que no comprende, ni adivina. Cómo lo va a entender si
se trata de un simple hecho cotidiano. De esa realidad, que usted ignora. Escuche,
media hora antes de salir, Carlos me dice: "me carga almorzar en el coche
comedor, prepara algo para el viaje"
Fernando: (En éxtasis, para sí) ¡Genial!
Carolina: Voy a la cocina, preparo unos sandwichs y pongo en una olla, con agua,
una olla de fierro enlozado, (Indica) pequeña, de este tamaño y un par de huevos
para cocer.
Fernando: Describe con tanta vida que me parece estar viéndolo.
Carolina: ¡Y yo no he hecho otra cosa que estar viéndolo durante todo el trayeco!.
Contra el verde del paisaje, contra los postes de la electricidad...
Fernando: ¿Qué cosa?
Carolina: ¡La olla en llamas!
Fernando: Ah... pobrecita. Ahí tuvo el primer sobresalto.
Carolina: (Afligida) Al llegar a Rancagua, cuando recordé que había dejado la olla
hirviendo y que seguiría hirviendo durante 15 días... Estos 15 días de vacaciones
en los que esperaba tener tanta paz y sosiego. ¡Los pasaré sobre ascuas!
Fernando: Carolina, una olla no puede hervir durante 15 días. Tómelo con calma.
Carolina: Eso es lo peor: dejará de hervir en cuanto se evapore el agua...
entonces, la olla se caliente al rojo, incendio... ¡Se quema nuestra casa, que ni
siquiera hemos terminado de pagar!. ¡Quizás el incendio cunda por toda la
cuadra!. ¡Qué horrible!. ¿Se da cuenta?. En el tren pensaba que desde aquí
podría telefonear a un vecino.

Fernando: (Alegre) ¿A su vecino del violín?


Carolina: Sí, y pedirle que entre por la ventana, no sé...
Fernando: (Tierno) No tengo teléfono, Carolina.
Carolina: ¡Ahora de qué serviría su teléfono!... Por favor ¡sugiera algo!. Estoy tan
confundida que no se me ocurre nada. Vengo estrujándome el cerebro desde
Rancagua.
Fernando: Sí, los sobresaltos. ¿Por qué fue el de Chimbarongo?
Carolina: ¿Chimbarongo?... ¡el cajón de la basura!. Me acordé que está bajo la
cocina, lleno de papeles y es... ¡de madera, de esas cajas en que vienen las
frutas!
Fernando: Vamos por partes: reconstituyamos la escena.
Carolina: Por fin se puso comprensivo.
Fernando: ¿Cocina a gas o eléctrica?
Carolina: A gas. (Indica) Aquí está la cocina. Acá un mueble de madera. Ahí, la
puerta del closet. Espere... aquí una silla... ¡con asiento de totora! (Angustiada,
repite), ¡"totora"!
Fernando: Tranquila. ¿Qué más?
Carolina: (Afligida) Y en el tarro basurero hay papeles, un diario completo y ¡bajo
la olla, prácticamente!
Fernando: A la hora, se evaporó el agua.
Carolina: ¡No era mucha... es una olla chica!
Fernando: A las dos horas, la olla está al rojo.
Carolina: ¡Horrible!
Fernando: Los huevos pulverizados.
Carolina: ¡Qué importan los huevos!
Fernando: Hay que revisar todos los detalles.
Carolina: ¿Usted cree?
Fernando: Una olla vacía reacciona de distinta manera que una olla con huevos.
Carolina: ¡Dios mío! Sigamos.
Fernando: ¿Olla de aluminio?
Carolina: De fierro enlozado.
Fernando: Primero se salta el esmalte...
Carolina: ¡Qué importa el esmalte!
Fernando: Ya le dije que...
Carolina: (Al borde del llanto). ¡No me diga nada!. ¡La olla salta dentro del tarro
con papeles, arde la casa entera!
Fernando: (Toma sus manos, para calmarla). Cálmese, Carolina, las ollas no
saltan.
Carolina: Lo dice para tranquilizarme.
Fernando: ¡Le juro que no saltan!. Las ollas "se saltan".
Carolina: (Impetuosa, lo abraza) Tiene razón, ¡gracias!
Fernando: (Mientras la tiene en sus brazos) ¡Qué lástima que exista Carlos!
Carolina: (Se aparta, digna) ¿Qué está insinuando?

Fernando: Nada. Digo... lástima que va a llegar Carlos.


Carolina: Cierto. No vamos a poder mencionarlo y no podremos resolver nada.
Por favor, busque la manera de alejarlo, y trate de averiguar si estamos
asegurados contra incendio. Dígale... que vende seguros. Pero, con mucho
disimulo. No quiero que sospeche nada. ¿Lo hará?
Fernando: Me pide usted cosas fáciles, pero harto difíciles. Casi preferiría que me
pidiera cosas difíciles que me resultan más fáciles. ¿Me entiende?
Carolina: (Distraída) No, lindo, pero no importa.
Fernando: ¡Carolina!
Carolina: ¿Qué pasa?
Fernando: Usted... usted...
Carolina: ¿Yo, qué?
Fernando: Me llamó "lindo"... Es una muestra de cariño tan espontánea... casi me
atrevo a creer que...
Carolina: Por favor, no empecemos a creer cosas ¿quiere?
Fernando le indica que viene Carlos. Entra Carlos. Luego de un silencio:
Carolina: ¿Cómo te fue, Carlos?
Carlos: Mal.
Carolina: No me digas... ¡no estaba abierto el club!
Carlos: ¿Qué club?
Carolina: El del hotel que hay en la plaza.
Carlos: No había club, ni hotel, ni plaza. ¡Ni calle principal!
Carolina: Carlos, un pueblo que no tiene plaza... Estás divagando.
Carlos: Mira: este pueblo no es a lo ancho, sino a lo largo. No tiene plaza. Es
más, creo que ¡no tiene pueblo! (Se sienta, se dispone a leer el diario). Y ahora
¿me permiten?
Fernando: Vaya: debí equivocarme de pueblo. Antes el trasbordo se hacía más al
sur.
Carolina: Más al sur. Ah, usted ¿viaja mucho?
Fernando: Sí, mucho.
Carolina: (Con señas de inteligencia a Fernando) Qué interesante. ¿Se debe a su
trabajo, tal vez?
Fernando: (Comprende) Ah, sí, en efecto. Soy asegurador. Pólizas contra
incendio. La compañía tiene sucursales en provincia.
Carolina: Y me imagino que gana buen dinero. Se trata de algo imprescindible...
de vital importancia ¿no?. Hay tantos incendios... A propósito, Carlos ¿estamos
asegurados contra incendio?
Carlos: ¿Nosotros?. ¿Para qué?
Carolina: Nuestra casa, tontito.
Carlos: No.

Carolina luego de un ligero desconcierto, a Fernando:


Carolina: Bueno, si no estamos asegurados, será por alguna razón. Nuestra casa
ha de ser muy resistente al fuego, de otro modo Carlos hubiera tomado un seguro.
Es muy previsor.
Carlos: ¿Nuestra casa?. Ardería como una caja de fósforos.
Carolina: (Para sí, afligida) De todos modos, ya es demasiado tarde.
Carlos: Tarde ¿para qué?
Carolina: Para comprar una póliza.
Carlos: ¿Una póliza?
Carolina: No... quiero decir, tarde para comprar cigarrillos. (Ante su mirada de
reproche) Ay, Carlos, sabes que aunque diga póliza, quiero decir, cigarrillos.
Carlos: ¿Y por qué no adoptas la sana costumbre de decir directamente lo que
deseas expresar, en lugar de hacerme siempre suponer que se trata de otra cosa?
Carolina: Ay, Carlos ¿por qué hablas en forma tan... complicada?
Carlos: (Se levanta) Voy donde el jefe de estación.
Carolina: ¿El jefe de estación?. ¿Para qué?
Carlos: Para preguntarle cuanto falta para este maldito tren local.
Carolina ¡El jefe de estación!. El tiene que saber dónde venden cigarrillos, ¿se lo
preguntaste?
Carlos: (Seco) No.
Carolina: Pero, lindo, es lógico: él vive aquí. (Tono conciliador) Las cosas más
sencillas son las últimas que se nos ocurren. Tonto ¿verdad?
Carlos: (Picado) ¡Tantísimo!. (Sale, molesto, de escena)
Carolina: No sé qué le pasa... está de pésimo humor.
Fernando: Carlos sospecha.
Carolina: ¿En qué lo nota?
Fernando: Se ríe a destiempo.
Carolina: Carlos siempre se ríe a destiempo. Bueno, no perdamos estos minutos
preciosos que nos quedan.
Fernando: Preciosos para mí, Carolina. Quizá ya no volvamos a encontrarnos
así... a solas...
Carolina: No nos pongamos románticos, por favor.
Fernando: Pero, Carolina, yo...
Carolina: Lo ideal sería encontrar a alguien... a quien le haya sucedido algo
semejante, para saber qué pasa con una olla...
Fernando: Pero... Bueno, de acuerdo ¡hablemos de ollas!. ¡Pasémonos la vida
hablando de ollas! ¿En qué estábamos?
Carolina: En que si la olla salta. ¡Sería terrible porque en el closet hay una
damajuana con ¡parafina!
Fernando: ¿Para qué tanta parafina?
Carolina: La estufa en invierno, y una lámpara, por si cortan la luz...
Fernando: Ah... la lámpara...
Carolina: ¿Qué?. ¿Es peligroso?

Fernando: No, pero la imagino a usted, Carolina, en una noche de lluvia,


bordando a la luz de esa lámpara de otros tiempos...
Carolina: ¡Su tía, otra vez!. ¡Cómo puede ser tan insensible!
Entra el porta equipaje y anuncia:
Porta equipaje: ¡El expreso a Santiago, dentro de 4 minutos! (Cruza la escena y
sale, Carolina lo mira como pensando en algo)
Fernando: Carolina, no puedo verla sufrir de ese modo. ¿Quiere que toque alguna
cosita en el violín?. ¿Un poco de música ayudaría?
Carolina: ¿Música?. ¡Lo que necesito son "hechos"!. ¿Comprende?. ¡Hechos!
Fernando Lo siento: a pesar del progreso, no han inventado un dispositivo que
permita apagar el gas a distancia.
Carolina: (Coqueta) Pero... se puede tomar un tren... de regreso a Santiago.
Fernando: (Con un sobresalto) ¡Carolina!
Carolina: ¡Dijo que estaba dispuesto a todo!
Fernando: A todo, menos a separarme de usted.
Carolina: ¿Quiere ayudarme o no?. Tal vez lo que dijo antes no eran más que
palabras. No debí fiarme de un violinista.
Fernando: No ofenda a mi violín: después de usted, es lo que más quiero.
Escuche: me iría sin vacilar si hubiera el menor peligro. Por favor, confíe en mí.
Razonemos, deduzcamos...
Carolina: No, es inútil. No me puedo sacar esa olla ardiendo de mi cabeza. Puede
que no pase nada, pero también ¡podría incendiarse la casa!. Claro, usted no sabe
lo que es comprar un sitio a plazos, con préstamos y dificultades, luego construir la
casa propia, con tanta ilusión. Si fuera un poquito más comprensivo, me diría:
"Deme las llaves, tomo un tren a Santiago, y apago el gas". Pero, no. Usted no
entiende, porque este es un hecho de la realidad y no se arregla con soñar o dejar
de soñar. (Pausa) Estoy segura que Carlos comprendería. Se pondrá furioso,
pero... ¡tengo que compartir esta angustia con alguien!. Llamaré a Carlos. (Va
hacia un costado y sin ganas, sin alzar la voz, llama) Carlos...
Fernando: (Luchando consigo mismo) No. ¡No llame a Carlos!. Esto queda entre
usted y yo. Será un secreto entre los dos. (Heroico, tiende su mano) ¡Deme esas
llaves!
Carolina: ¿De veras? ¿Lo dice de corazón?
Fernando: De todo corazón.

Carolina: (Impulsiva lo besa en la mejilla, abrazándolo) ¡Gracias, Fernando! (Se


escucha un tren detenerse). ¡El expreso a Santiago, hay que darse prisa. Las
llaves. (Muy acelerada busca en su bolso, lo vacía sobre el banco, mientras
Fernando la mira extasiado por el beso). Mire, ésta es la de la mampara, y esta
otra, más amarillenta, la de la puerta de calle. (Ve que él no está
escuchando). Ponga atención, por favor: la de la puerta de calle, tiene maña, hay
que inclinarla un poco hacia la derecha... (Se santigua para saber cuál es su mano
derecha) No, hacia la izquierda. La cocina está al final del pasillo. Su maletín. (Se
lo pasa, él sigue en éxtasis) Ah, y mi dirección en el campo, para que me ponga
un telegrama, y saber qué si... no se produjo un incendio... Un lápiz... (Busca en
su bolso). El lápiz de las cejas. ¡Papel, por favor!. Deprisa.
Fernando: (Presenta el puño de su camisa) Aquí.
Carolina: (Escribe) Mi dirección. Y ahora un nombre falso para que Carlos no
sospeche. Rápido, un nombre, un nombre...
Fernando: (Sigue extasiado) ¡Greta Garbo!
Carolina: No, algo más común.
Fernando: María Pérez.
Carolina: Eso es. María Pérez. (El va a salir) ¡Su violín!
Fernando regresa por el violín y al alejarse le lanza un beso con un:
Fernando: ¡Adiós, mi amor!
Al salir tropieza con Carlos que viene entrando. Rabioso tira al suelo los cigarrillos
que acaba de comprar.
Carolina: (Culpable) Carlos, qué manía la tuya de tirar todo al suelo. (Se los
pasa) ¿Qué alcanzaste a oír?
Carlos: Exactamente: "adiós, mi amor". Tal vez lo golpee.
Carolina: No hay tiempo... (Sonido: tren partiendo). ¡Se fue el tren!
Carlos: De modo que ese bicho era el causante de los calambres, del nada y el
todo en que venías pensando y esa confusión al hablar... Y de la prisa
desvergonzada que tenían los dos para deshacerse de mí. ¿Crees que soy tan
idiota que no me doy cuenta de nada?
Carolina: Carlos ¡divagas!. El nervioso eras tú, lindo. Siempre te pones así
cuando te quedas sin cigarrillos. Estás completamente enviciado por la nicotina.
Carlos: ¡Enviciado por la nicotina!. ¿Y cómo explicas, entonces, que ese imbécil
con facha de delincuente, se despida de ti con un "adiós mi amor"?. ¿No te parece
mucha soltura de cuerpo?
Carolina: Carlos ¡estás celoso!
Carlos: Sí, así como suena ¡estoy celoso!
Carolina: Pero si siempre has dicho que los celos no son más que una
manifestación del complejo de inferioridad.
Carlos: ¡Qué hombre no ha dicho esa estupidez alguna vez en su vida!
Carolina: Uuy, Carlos ¡estás haciendo el ridículo!

Carlos: ¡Asegurador contra incendios! Y tuviste la desfachatez de presionar para


que le tomara una póliza. Oye, ¿desde cuándo te interesan en los aseguradores?
Carolina: Por favor, no me vas a hacer una escenita de celos...
Carlos: ¿No crees que me has dado suficiente motivo?
Carolina: Eres de lo más mal pensado que hay, lindo. Te pregunté si estábamos
asegurados, porque venía preocupada. Tu sabes... Puede que al salir de
vacaciones como ahora, se le queda a una algo encendido. Y de ahí a un
incendio...
Carlos: Para esos percances de las mujeres distraídas, tomo otro tipo de
precauciones: Cierro las llaves de paso. ¡Gran invento, las llaves de paso!
Carolina: ¿Lo hiciste... ahora?
Carlos: Evidente.
Carolina: ¿La de la luz y... la del gas?
Carlos: Lógico. ¿Y esa cara?. ¿Qué pasa ahora? (Ella, distraída, no
responde), Carolina ¡dejaste algo encendido!. ¿No desenchufaste la plancha como
ese año que fuimos a Cartagena?. ¿O qué?
Carolina: Ay, no empecemos con los interrogatorios. Aquí no estamos en los
tribunales. Es terrible estar casada con un abogado.
Carlos: No te vayas por la tangentes. ¿Qué fue?
Carolina: Bueno, admito que venía con una ligera incertidumbre.
Carlos: ¡Carolina!, ¡la verdad!
Carolina: Y si hubiera dejado algo encendido, no tienes por qué adoptar ese aire
de superioridad. A ti también te pasan cosas ¿no?. ¿No dejas nunca la mampara
mal cerrada?. Todavía no me conformo con que nos robaran la radio y los
cubiertos el año pasado.
Carlos: Cualquiera diría que yo tuve la culpa.
Carolina: ¿Fue mía, entonces?. ¿No eres tú el encargado de verificar que la
puerta quede bien cerrada al partir de vacaciones?
Carlos: No la dejé mal cerrada. Esa chapa no es segura.
Carolina: Es lo mismo, lindo. Podías haber cambiado la chapa este año, y no lo
hiciste.
Carlos: (Riendo) Esta vez hice algo mucho más eficaz, y creo que me voy a
divertir. Porque ese ratero, ¡te apuesto que es el cuidador de la casa de enfrente,
la de los Gómez!. Estoy seguro que tiene una llave que le hace a nuestra
mampara. Pero... ¡que se atreva a abrirla!... (Se ríe). Le tengo una buena
sorpresa.
Carolina: ¿Ah sí?. ¿Qué hiciste?
Carlos: ¿No te llamó la atención, que me quedara tanto rato en la puerta?.
Mientras buscabas un taxi, le preparé una trampa.
Carolina: ¿Una trampa?... (Afligida). ¿Mortal?
Carlos: Bueno... Depende de la resistencia del tipo.
Carolina: (Angustiada) ¿Qué barbaridad hiciste, Carlos, por Dios?
Carlos: Me extraña tanta compasión por los rateros. ¿Ves?, Porque todos piensan
como tú, tenemos esta plaga en Chile.

Carolina: ¡Dime qué fue lo que hiciste!


Carlos: ¿Te acuerdas del baúl lleno de fierros que tu tío nunca se quiso llevar?.
Eso me dio la idea. Lo coloqué sobre el saliente que hay entre la mampara y la
puerta y lo amarré con una cuerda, de manera que al que abre la puerta ¡le caiga
encima!
Cae un pesado saco que tira el Porta-equipaje antes de entrar al escenario y
Carolina, asociándolo con lo del baúl, cae sentada sobre una de las maletas y se
queda, con la actitud del inicio, mirando ante sí. Entra el porta equipaje,
anunciando:
Porta equipaje: El tren local parte dentro de 4 minutos, el tren local... (Sale,
diciendo) ¡Dentro de 4 minutos: si van a tomar ese tren, pasen a la otra vía.
Carlos: (Recogiendo paquetes se los da a Carolina). No sería raro que al volver
de la vacaciones nos encontráramos con un sujeto delirando, entre la puerta y la
mampara ¡Carolina!
Carolina: ¿Sí, Carlos?
Carlos: ¿No oíste? Llegó el tren local. (Le pasa la caja de sombreros, ella sigue
mirando ante sí, con honda preocupación)
Carolina: ¿Sí, Carlos?
Carlos: Oye ¿te vas a quedar sentada ahí toda la tarde?
Carolina: (A punto de llorar) No, Carlos...
Carlos: (Tira un paquete al piso) ¿Cuando vas a bajar de la luna, mujer, por Diós?
Carolina: No sé, Carlos...
Estalla la música incidental del inicio mezclada al ruido del tren que se va
deteniendo.
Fin

EL DELANTAL BLANCO SERGIO VODANOVIC


EL DELANTAL BLANCO
LA SEÑORA Nena Campbell LA EMPLEADA María Luisa Peret Aurora Soto
UN JOVEN Luis A. Navarrete OTRO JOVEN Nelson Cuadros UNA JOVEN M.
Inés Martínez CABALLERO DISTINGUIDO Domingo Tessier
EL DELANTAL BLANCO
La playa. Al fondo, una carpa. Frente a ella, sentadas a su sombra, LA SEÑORA y
LA EMPLEADA. LA SEÑORA está en traje de baño y, sobre él, usa un blusón de
toalla blanca que le cubre hasta las caderas. Su tez está tostada por un largo
veraneo. LA EMPLEADA viste su uniforme blanco. LA SEÑORA es una mujer de
30 años, pelo claro, rostro atrayente, aunque algo duro. LA EMPLEADA tiene 20
años, tez blanca, pelo negro, rostro plácido y agradable.
LA SEÑORA: (Gritando hacia su pequeño hijo, a quien no ve y que se supone está
a la orilla del mar, justamente al borde del escenario) ¡Alvarito!
¡Alvarito! ¡No le tire arena a la niñita! ¡Métase al agua! Está rica...
¡Alvarito, no! ¡No le deshaga el castillo a la niñita! Juegue con ella...
Sí, mi hijito... juegue...
LA EMPLEADA: Es tan peleador...
LA SEÑORA: Salió al padre... Es inútil corregirlo. Tiene una personalidad
dominante que le viene de su padre, de su abuelo, de su abuela...
¡sobre todo de su abuela!
LA EMPLEADA: ¿Vendrá el caballero mañana?
LA SEÑORA: (Se encoge de hombros con desgano) ¡No sé! Ya estamos en
marzo, todas mis amigas han regresado, y Álvaro me tiene todavía
aburriéndome en la playa. El dice que quiere que el niño aproveche las
vacaciones, pero para mí que es él quien las está aprovechando. (Se
saca el blusón y se tiende a tomar sol). ¡Sol! ¡Sol! Tres meses
tomando sol. Estoy intoxicada de sol. (Mirando inspectivamente a la
Empleada). ¿Qué haces tú para no quemarte?
LA EMPLEADA: He salido tan poco de la casa...
LA SEÑORA: ¿Y qué querías? Viniste a trabajar, no a veranear. Estás recibiendo
sueldo. ¿No?
LA EMPLEADA: Sí, señora. Yo sólo contestaba su pregunta...
(La Señora permanece tendida recibiendo el sol. La Empleada saca de una bolsa
de género una revista de historietas fotografiadas y principia a leer).
LA SEÑORA: ¿Qué haces?
LA EMPLEADA: Leo esta revista.
LA SEÑORA: ¿La compraste tú?
LA EMPLEADA: Sí, señora.
LA SEÑORA: No se te paga tan mal, entonces, si puedes comprarte tus revistas,
¿eh? (La Empleada no contesta y vuelve a mirar la revista).
LA SEÑORA: ¡Claro! Tú leyendo y que Alvarito reviente, que se ahogue... LA
EMPLEADA: Pero si está jugando con la niñita...
LA SEÑORA: Si te traje a la playa, es para que vigilaras a Alvarito, y no para que
te pusieras a leer.
(La Empleada deja la revista y se incorpora para ir donde está Alvarito).
LA SEÑORA: ¡No! Lo puedes vigilar desde aquí. Quédate a mi lado, pero observa
al niño. ¿Sabes? Me gusta venir contigo a la playa.
LA EMPLEADA: ¿Por qué?
LA SEÑORA: Bueno... no sé... Será por lo mismo que me gusta venir en el auto,
aunque la casa esté a dos cuadras. Me gusta que vean el auto. Todos
los días hay alguien que se para al lado de él y lo mira y comenta. No cualquiera
tiene un auto como el de nosotros... Claro, tú no te das
cuenta de la diferencia. Estás demasiado acostumbrada a lo bueno...
Dime... ¿cómo es tu casa?
LA EMPLEADA: Yo no tengo casa.
LA SEÑORA: No habrás nacido empleada, supongo. Tienes que haberte criado en
alguna parte, debes haber tenido padres... ¿Eres del campo?
LA EMPLEADA: Sí.
LA SEÑORA: Y tuviste ganas de conocer la ciudad, ¿ah?
LA EMPLEADA: No. Me gustaba allá.
LA SEÑORA: ¿Por qué te viniste, entonces?
LA EMPLEADA: Tenía que trabajar.
LA SEÑORA: No me vengas con ese cuento. Conozco la vida de los inquilinos en
el campo. Lo pasan bien. Les regalan una cuadra para que cultiven.
Tienen alimentos gratis y hasta les sobra para vender. Algunos tienen hasta sus
vaquitas... ¿Tus padres tenían vacas?
LA EMPLEADA: Sí, señora. Una.
LA SEÑORA: ¿Ves? ¿Qué más quieren? ¡Alvarito! ¡No se meta tan allá que puede
venir una ola! ¿Qué edad tienes?
LA EMPLEADA: ¿Yo?
LA SEÑORA: A ti te estoy hablando. No estoy loca para hablar sola. LA
EMPLEADA: Ando en los veintiuno...
LA SEÑORA: ¡Veintiuno! A los veintiuno yo me casé. ¿No has pensado en
casarte? (La Empleada baja la vista y no contesta). ¡Las cosas que se me
ocurre preguntar! ¿Para qué querrías casarte? En la casa tienes de
todo: comida, una buena pieza, delantales limpios... Y si te casaras...
¿Qué es lo que tendrías? Te llenarías de chiquillos nomás.
LA EMPLEADA: (Como para sí) Me gustaría casarme.
LA SEÑORA: ¡Tonterías! Cosas que se te ocurren por leer historias de amor en
las revistas baratas... Acuérdate de esto: los príncipes azules ya no
existen. No es el color lo que importa, sino el bolsillo. Cuando mis
padres no me aceptaban un pololo porque no tenía plata, yo me
indignaba, pero llegó Álvaro con sus industrias y sus fundos y no
quedaron contentos hasta que lo casaron conmigo.
A mí no me gustaba porque era gordo y tenía la costumbre de sorberse los
mocos, pero después, en el matrimonio, uno se acostumbra a todo, y llega a la
conclusión de que todo da lo mismo, salvo la plata. Sin
plata no somos nada. Yo tengo plata, tú no tienes. Esa es toda la
diferencia entre nosotras. ¿No te parece?
LA EMPLEADA: Sí, pero...
LA SEÑORA: ¡Ah! Lo crees ¿eh? Pero es mentira. Hay algo que es más
importante que la plata: la clase. Eso no se compra. Se tiene o no se tiene. Álvaro
no tiene clase. Yo sí la tengo. Y podría vivir en una pocilga y todos se darían
cuenta de que soy alguien. No una cualquiera. Alguien. Te das cuenta, ¿verdad?
LA EMPLEADA: Sí, señora.
LA SEÑORA: A ver... Pásame esa revista. (La Empleada lo hace. La Señora la
hojea. Mira algo y lanza una carcajada).
LA SEÑORA: ¿Y esto lees tú?
LA EMPLEADA: Me entretengo, señora.
LA SEÑORA: ¡Qué ridículo! ¡Qué ridículo! Mira a este roto vestido de smoking.
Cualquiera se da cuenta de que está tan incómodo en él como un
hipopótamo con faja... (Vuelve a mirar en la revista). ¡Y es el conde
de Lamarquina! ¡El conde de Lamarquina! A ver... ¿Qué es lo que
dice el conde? (Leyendo). "Hija mía, no permitiré jamás que te cases
con Roberto. El es un plebeyo. Recuerda que por nuestras venas corre sangre
azul". ¿Y ésta es la hija del conde?
LA EMPLEADA: Sí. Se llama María. Es una niña sencilla y buena. Está
enamorada de Roberto, que es el jardinero del castillo. El conde no lo permite.
Pero... ¿sabe? Yo creo que todo va a terminar bien, porque en el
número anterior Roberto le dijo a María que no había conocido a sus
padres, y cuando no se conoce a los padres, es seguro que ellos son
gente rica y aristócrata, que perdieron al niño de chico o lo
secuestraron.
LA SEÑORA: ¿Y tú crees todo eso?
LA EMPLEADA: Es bonito, señora.
LA SEÑORA: ¿Qué es tan bonito?
LA EMPLEADA: Que lleguen a pasar cosas así. Que un día cualquiera, uno sepa
que es otra persona, que en vez de ser pobre, se es rica; que en vez de ser
nadie, se es alguien, así como dice usted...
LA SEÑORA: Pero no te das cuenta que no puede ser... Mira a la hija... ¿me has
visto a mí alguna vez usando unos aros así? ¿Has visto a alguna de mis
amigas con una cosa tan espantosa? ¿Y el peinado? Es detestable. ¿No te das
cuenta que una mujer así no puede ser aristócrata?... ¿A ver?
¿Sale fotografiado aquí el jardinero?...
LA EMPLEADA: Sí. En los cuadros del final.
(Le muestra la revista. La Señora ríe encantada).
LA SEÑORA: ¿Y éste, crees tú que puede ser un hijo de aristócrata? ¿Con esa
nariz? ¿Con ese pelo? Mira... Imagínate que mañana me rapten a Alvarito.
¿Crees tú que va a dejar por eso de tener su aire de distinción?
LA EMPLEADA: ¡Mire, señora! Alvarito le botó el castillo de arena a la niñita de
una patada.
LA SEÑORA: ¿Ves? Tiene cuatro años y ya sabe lo que es mandar, lo que es no
importarle los demás. Eso no se aprende. Viene en la sangre.
LA EMPLEADA: (Incorporándose) Voy a ir a buscarlo.
LA SEÑORA: Déjalo. Se está divirtiendo.
(La Empleada se desabrocha el primer botón de su delantal y hace un gesto en el
que muestra estar acalorada).
LA SEÑORA: ¿Tienes calor?
LA EMPLEADA: El sol está picando fuerte.
LA SEÑORA: ¿No tienes traje de baño?
LA EMPLEADA: No.
LA SEÑORA: ¿No te has puesto nunca traje de baño?
LA EMPLEADA: ¡Ah, sí!
LA SEÑORA: ¿Cuándo?
LA EMPLEADA: Antes de emplearme. A veces, los domingos, hacíamos
excursiones a la playa, en el camión del tío de una amiga.
LA SEÑORA: ¿Y se bañaban?
LA EMPLEADA: En la playa grande de Cartagena. Arrendábamos trajes de baño y
pasábamos todo el día en la playa. Llevábamos de comer y...
LA SEÑORA: (Divertida) ¿Arrendaban trajes de baño?
LA EMPLEADA: Sí. Hay una señora que arrienda en la misma playa. LA
SEÑORA: Una vez, con Álvaro, nos detuvimos en Cartagena a echar bencina al
auto y miramos a la playa. ¡Era tan gracioso! ¡Y esos trajes de baño
arrendados! Unos eran tan grandes que hacían bolsas por todos lados y
otros quedaban tan chicos que las mujeres andaban con el traste
afuera. ¿De cuáles arrendabas tú? ¿De los grandes o de los chicos?
(La Empleada mira al suelo, taimada).
LA SEÑORA: Deber ser curioso... Mirar el mundo desde un traje de baño
arrendado o envuelta en un vestido barato... o con uniforme de empleada, como
el que usas tú... Algo parecido le debe suceder a esta gente que se
fotografía para estas historietas: se ponen smoking o un traje de baile, y debe ser
diferente la forma como miran a los demás, como se sienten ellos mismos...
Cuando yo me puse mi primer par de medias, el
mundo entero cambió para mí. Los demás eran diferentes; yo era
diferente y el único cambio efectivo era que tenía puesto un par de
medias... Dime... ¿Cómo se ve el mundo cuando se está vestida con un delantal
blanco?
LA EMPLEADA: (Tímidamente): Igual... La arena tiene el mismo color... las nubes
son iguales... Supongo.
LA SEÑORA: Pero no... Es diferente. Mira. Yo con este traje de baño, con este
blusón de toalla, tendida sobre la arena, sé que estoy en "mi lugar",
que esto me pertenece... En cambio tú, vestida como empleada, sabes
que la playa no es tu lugar, que eres diferente... Y eso, eso te debe
hacer ver todo distinto.
LA EMPLEADA: No sé.
LA SEÑORA: Mira. Se me ha ocurrido algo. Préstame tu delantal. LA
EMPLEADA: ¿Cómo?
LA SEÑORA: Préstame tu delantal.
LA EMPLEADA: Pero... ¿Para qué?
LA SEÑORA: Quiero ver cómo se ve el mundo, qué apariencia tiene la playa
cuando se la ve encerrada en un delantal de empleada.
LA EMPLEADA: ¿Ahora?
LA SEÑORA: Sí, ahora.
LA EMPLEADA: Pero es que... No tengo un vestido debajo.
LA SEÑORA: (Tirándole el blusón) Toma... Ponte esto.
LA EMPLEADA: Voy a quedar en calzones...
LA SEÑORA: Es lo suficientemente largo como para cubrirte. Y en todo caso vas a
mostrar menos que lo que mostrabas con los trajes de baño que
arrendabas en Cartagena. (Se levanta y obliga a levantarse a la
Empleada). Ya. Métete en la carpa y cámbiate.
(Prácticamente obliga a la Empleada a entrar a la carpa y luego lanza al interior de
ella el blusón de toalla. Se dirige al primer plano y le habla a su hijo).
LA SEÑORA: Alvarito, métase un poco al agua. Mójese las patitas siquiera. .. No
sea tan de rulo... ¡Eso es! ¿Ve que es rica el agüita? (Se vuelve hacia la
carpa y habla hacia dentro de ella). ¿Estás lista?
(Entra a la carpa. Después de un instante, sale la Empleada vestida con el blusón
de toalla. Se ha prendido el pelo hacia atrás y su aspecto ya difiere algo de la
tímida muchacha que conocemos. Con delicadeza se tiende de bruces sobre la
arena. Sale la Señora abotonándose aún su delantal blanco. Se va a sentar
delante de la Empleada, pero vuelve un poco más atrás).
LA SEÑORA: No. Adelante no. Una empleada en la playa se sienta siempre un
poco más atrás que su patrona.
(Se sienta sobre sus pantorrillas y mira, divertida, en todas direcciones. La
Empleada cambia de postura con displicencia. La Señora toma la revista de la
Empleada y principia a leerla. Al principio hay una sonrisa irónica en sus labios,
que desaparece luego al interesarse por la lectura. Al leer mueve los labios. La
Empleada, con naturalidad, toma de la bolsa de playa de la Señora un frasco de
aceite bronceador y comienza a extenderlo con lentitud por sus piernas. La
Señora la ve. Intenta una reacción reprobatoria, pero queda desconcertada).
LA SEÑORA: ¿Qué haces?
(La Empleada no contesta. La Señora opta por seguir la lectura, vigilando de vez
en vez con la vista lo que hace la Empleada. Esta ahora se ha sentado y se mira
detenidamente las uñas).
LA SEÑORA: ¿Por qué te miras las uñas?
LA EMPLEADA: Tengo que arreglármelas.
LA SEÑORA: Nunca te había visto antes mirarte las uñas.
LA EMPLEADA: No se me había ocurrido.
LA SEÑORA: Este delantal acalora.
LA EMPLEADA: Son los mejores y los más durables.
LA SEÑORA: Lo sé. Yo los compré.
LA EMPLEADA: Le queda bien.
LA SEÑORA: (Divertida) Y tú no te ves nada de mal con esa tenida. (Se ríe).
Cualquiera se equivocaría. Más de un jovencito te podría hacer la
corte... ¡Sería como para contarlo!
LA EMPLEADA: Alvarito se está metiendo muy adentro. Vaya a vigilarlo. LA
SEÑORA: (Se levanta inmediatamente y se adelanta) ¡Alvarito! ¡Alvarito! No se
vaya tan adentro... Puede venir una ola. (Recapacita de pronto y se
vuelve desconcertada hacia la Empleada). ¿Por qué no fuiste tú?
LA EMPLEADA: ¿Adónde?
LA SEÑORA: ¿Por qué me dijiste que yo fuera a vigilar a Alvarito? LA
EMPLEADA: (Con naturalidad) Usted lleva el delantal blanco. LA SEÑORA: Te
gusta el juego, ¿ah?
(Una pelota de goma, impulsada por un niño que juega cerca, ha caído a los pies
de la Empleada. Ella la mira y no hace ningún movimiento. Luego mira a la
Señora. Esta, instintivamente, se dirige a la pelota y la tira en la dirección en que
vino. La Empleada busca en la bolsa de playa de la Señora y se pone sus
anteojos para el sol).
LA SEÑORA: (Molesta) ¿Quién te ha autorizado para que uses mis anteojos? LA
EMPLEADA: ¿Cómo se ve la playa vestida con un delantal blanco? LA SEÑORA:
Es gracioso. ¿Y tú? ¿Cómo ves la playa ahora? LA EMPLEADA: Es gracioso.
LA SEÑORA: (Molesta) ¿Dónde está la gracia?
LA EMPLEADA: En que no hay diferencia.
LA SEÑORA: ¿Cómo?
LA EMPLEADA: Usted con el delantal blanco es la empleada; yo, con este blusón
y los anteojos oscuros, soy la señora.
LA SEÑORA: ¿Cómo?... ¿Cómo te atreves a decir eso?
LA EMPLEADA: ¿Se habría molestado en recoger la pelota si no estuviese vestida
de empleada?
LA SEÑORA: Estamos jugando.
LA EMPLEADA: ¿Cuándo?
LA SEÑORA: Ahora.
LA EMPLEADA: ¿Y antes?
LA SEÑORA: ¿Antes?
LA EMPLEADA: Sí. Cuando yo estaba vestida de empleada...
LA SEÑORA: Eso no es juego. Es la realidad.
LA EMPLEADA: ¿Por qué?
LA SEÑORA: Porque sí.
LA EMPLEADA: Un juego... un juego más largo... como el "paco–ladrón". A unos
les corresponde ser "pacos", a otros "ladrones".
LA SEÑORA: (Indignada) ¡Usted se está insolentando!
LA EMPLEADA: ¡No me grites! ¡La insolente eres tú!
LA SEÑORA: ¿Qué significa esto? ¿Usted me está tuteando?
LA EMPLEADA: ¿Y acaso tú me tratas de usted?
LA SEÑORA: ¿Yo?
LA EMPLEADA: Sí.
LA SEÑORA: ¡Basta ya! ¡Se acabó este juego!
LA EMPLEADA: ¡A mí me gusta!
LA SEÑORA: ¡Se acabó! (Se acerca violentamente a la Empleada). LA
EMPLEADA: (Firme) ¡Retírese!
LA SEÑORA: (Se detiene sorprendida) ¿Te has vuelto loca?
LA EMPLEADA: Me he vuelto señora.
LA SEÑORA: Te puedo despedir en cualquier momento.
(La Empleada explota en grandes carcajadas, como si lo que hubiera oído fuera el
chiste más gracioso que jamás ha escuchado).
LA SEÑORA: ¿Pero de qué te ríes?
LA EMPLEADA: (Sin dejar de reír) ¡Es tan ridículo!
LA SEÑORA: ¿Qué? ¿Qué es tan ridículo?
LA EMPLEADA: Que me despida... ¡Vestida así! ¿Dónde se ha visto a una
empleada despedir a su patrona?
LA SEÑORA: ¡Sácate esos anteojos! ¡Sácate el blusón! ¡Son míos! LA
EMPLEADA: ¡Vaya a ver al niño!
LA SEÑORA: Se acabó el juego, te he dicho. O me devuelves mis cosas o te las
saco. LA EMPLEADA: ¡Cuidado! No estamos solas en la playa.
LA SEÑORA: ¿Y qué hay con eso? ¿Crees que por estar vestida con un uniforme
blanco no van a reconocer quién es la empleada y quién la señora?
LA EMPLEADA: (Serena) No me levante la voz.
(La Señora, exasperada, se lanza sobre la Empleada y trata de sacarle el blusón a
viva fuerza).
LA SEÑORA: (Mientras forcejea) ¡China! ¡Ya te voy a enseñar quién soy! ¿Qué te
has creído? ¡Te voy a meter presa!
(Un grupo de bañistas ha acudido al ver la riña: dos jóvenes, una muchacha y un
señor de edad madura y de apariencia muy distinguida. Antes que puedan
intervenir, la Empleada ya
ha dominado la situación manteniendo bien sujeta a la Señora contra la arena.
Esta sigue gritando ad libitum expresiones como: "rota cochina"... "ya te las vas a
ver con mi marido"... "te voy a mandar presa"... "esto es el colmo ", etc.).
UN JOVEN: ¿Qué sucede?
EL OTRO JOVEN: ¿Es un ataque?
LA JOVENCITA: Se volvió loca.
UN JOVEN: Puede que sea efecto de una insolación.
EL OTRO JOVEN: ¿Podemos ayudarla?
LA EMPLEADA: Sí. Por favor. Llévensela. Hay una posta por aquí cerca... EL
OTRO JOVEN: Yo soy estudiante de Medicina. Le pondremos una inyección para
que se duerma por un buen tiempo.
LA SEÑORA: ¡Imbéciles! ¡Yo soy la patrona! Me llamo Patricia Hurtado, mi marido
es Álvaro Jiménez, el político...
LA JOVENCITA: (Riéndose) Cree ser la señora.
UN JOVEN: Está loca.
EL OTRO JOVEN: Un ataque de histeria.
UN JOVEN: Llevémosla.
LA EMPLEADA: Yo no los acompaño... Tengo que cuidar a mi hijito... Está ahí,
bañándose...
LA SEÑORA: ¡Es una mentirosa! ¡Nos cambiamos de vestido sólo por jugar! ¡Ni
siquiera tiene traje de baño! ¡Debajo del blusón está en calzones!
¡Mírenla!
EL OTRO JOVEN: (Haciéndole un gesto al joven). ¡Vamos! Tú la tomas por los
pies y yo por los brazos.
LA JOVENCITA: ¡Qué risa! ¡Dice que está en calzones!
(Los dos jóvenes toman a la Señora y se la llevan, mientras ésta se resiste y sigue
gritando).
LA SEÑORA: ¡Suéltenme! ¡Yo no estoy loca! ¡Es ella! ¡Llamen a Alvarito! ¡El me
reconocerá!
(Mutis de los dos jóvenes llevando en peso a la Señora La Empleada se tiende
sobre la arena, como si nada hubiera sucedido, aprontándose para un prolongado
baño de sol).
EL CABALLERO DISTINGUIDO: ¿Está usted bien, señora? ¿Puedo serle útil en
algo? LA EMPLEADA: (Mira inspectivamente al Caballero Distinguido y sonríe
con amabilidad) Gracias. Estoy bien.
EL CABALLERO DISTINGUIDO: Es el símbolo de nuestro tiempo. Nadie parece
darse cuenta, pero a cada rato, en cada momento sucede algo así.
LA EMPLEADA: ¿Qué?
EL CABALLERO DISTINGUIDO: La subversión del orden establecido. Los viejos
quieren ser jóvenes; los jóvenes quieren ser viejos; los pobres quieren ser ricos y
los ricos quieren ser pobres. Sí, señora. Asómbrese usted. También
hay ricos que quieren ser pobres. Mi nuera va todas las tardes a tejer
con mujeres de poblaciones callampas. ¡Y le gusta hacerlo!
(Transición). ¿Hace mucho tiempo que está con usted?
LA EMPLEADA: ¿Quién?
EL CABALLERO DISTINGUIDO (Haciendo un gesto hacia la dirección en que se
llevaron a la Señora) Su empleada.
LA EMPLEADA: (Dudando. Haciendo memoria) Poco más de un año. EL
CABALLERO DISTINGUIDO: ¡Y así le paga a usted! ¡Queriéndose hacer pasar
por una señora! ¡Como si no se reconociera a primera vista quién es
quién! (Transición). ¿Sabe usted por qué suceden estas cosas?
LA EMPLEADA: ¿Por qué?
EL CABALLERO DISTINGUIDO (Con aire misterioso): El comunismo... LA
EMPLEADA: ¡Ah!
EL CABALLERO DISTINGUIDO (Tranquilizador): Pero no nos inquietemos. El
orden está restablecido. Al final, siempre el orden se restablece... Es un
hecho... Sobre eso no hay discusión. (Transición). Ahora, con
permiso, señora. Voy a hacer mi footing diario. Es muy conveniente a mi edad.
Para la circulación, ¿sabe? Y usted quede tranquila. El sol es
el mejor sedante. (Ceremoniosamente). A sus órdenes, señora. (Inicia el mutis.
Se vuelve). Y no sea muy dura con su empleada, después que se haya
tranquilizado... Después de todo... Tal vez tengamos algo de
culpa nosotros mismos... ¿Quién puede decirlo?
(El Caballero Distinguido hace mutis. La Empleada cambia de posición. Se tiende
de espaldas para recibir el sol en la cara. De pronto se acuerda de Alvarito. Mira
hacia donde él está).
LA EMPLEADA: ¡Alvarito! ¡Cuidado con sentarse en esa roca! Se puede hacer
una nana en el pie... Eso es, corra por la arenita... Eso es, mi hijito...
(Y mientras la Empleada mira con ternura y delectación maternal cómo Alvarito
juega a la orilla del mar, se cierra lentamente el telón).

Fin

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