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EL FUNERAL DEL PATRÓN

JEFE.- No tenemos tiempo, señora, tenemos que ajusticiar a este obrero y ya vamos con retraso.
VIUDA.- ¿Lo ajustician? ¿Por qué, qué ha hecho?
JEFE.- Nada…
OBRERA.- ¿Cómo que nada? (al cura) ¿Matan a un obrero por nada? (…)
PROFESOR.- ¿Pero entonces por qué lo matan?
JEFE.- Por estadística.
PROFESOR.- ¿Por estadística?
JEFE.- Por supuesto, las estadísticas dicen que cada dos horas muere un obrero en su puesto de trabajo; hoy
ha muerto uno menos y es necesario hacer algo… de modo que el que falta lo arreglamos nosotros.
PROFESOR.- Pero es absurdo… ¡de locos!
CURA.- Cierto: en este caso se convierte en asesinato.
OBRERA.- ¿Ah, y por qué en los demás casos no?
VIUDA.- No, son accidentes… absolutamente casuales.
JEFE.- No diga tonterías, la estadística es una ciencia exacta, querida señora. Nosotros los técnicos lo
sabemos todo por anticipado. Durante la prueba de una máquina o de una cadena de montaje nueva el
ordenador nos dice ya cuántos accidentes tendremos con este ritmo de trabajo y cuántos muertos con tal otro.
Y desde el momento en que los ritmos de trabajo los decidimos nosotros… ¿dónde entra la casualidad?
VIUDA.- De acuerdo, pero el ordenador no les dirá también el nombre y apellidos de la víctima. ¡En la
realidad es el azar el que escoge!
JEFE.- Pero también nosotros nos guiamos por el azar… éste por ejemplo, lo hemos escogido echándolo a
suertes entre 200 obreros. ¡Ha ganado él! Como puede ver, hemos respetado también las formas.
VIUDA.- ¿Y cómo le matan?
JEFE.- ¡Ah! aun no lo sabemos… también aquí la suerte es la que decide… ¿Le importa coger uno? ( le
ofrece un saquito abierto, típico de las tómbolas)”.
VIUDA.- ¿Qué es esto?
JEFE.- Una especie de tómbola. Cada número corresponde a un tipo distinto de accidente que luego
reproduciremos lo más aproximadamente que podamos. Por ejemplo: si sale la guillotina industrial, tenemos
aquí un hacha; si sale el martillo pilón, aquí hay una maza; si sale el grisú, tenemos una bombona de gas.
¡Ánimo, señora, coja una!
VIUDA.- No, no, es terrible… me niego. Es una cosa monstruosa, una barbarie.
AYUDANTE.- Es nuestra civilización, señora… es el precio que hay que pagar al progreso tecnológico.
Sucede cada día, cada hora…
VIUDA.- Sí, lo sé, pero…
JEFE.- Pero usted en esos casos ni se entera… y en cambio aquí…
VIUDA.- Sí, pero es que también es una cuestión de forma. Una cosa es lo que sucede dentro de una
fábrica… fuera del mundo…
OBRERA.- (irónicamente) ¡Claro! En la fábrica es como si sucediese en África o en el Vietnam…
VIUDA.- (al resto de poderosos) ¿Y ustedes no dicen nada? ¿Es posible que ninguno quiera echarle una
mano a este pbre desgraciado?
CURA.- El mundo es malvado… el egoísmo… la falta de caridad…
Entran tres personajes en traje de calle y sombrero hongo, pero con una banda que les atraviesa el pecho
vistosamente. Son los parlamentarios.
PARLAMENTARIO 1.- ¡No! ¡No nos quedaremos impasibles ante semejante delito!
PARLAMENTARIOS.- ¡No nos quedaremos así!
RESTO.- ¡Bravo! ¿Quiénes sois?
PARLAMENTARIOS.- ¡Parlamentarios responsables! ¡E indignados! ¿No se nota?
CURA.- ¡Cierto! Salta a la vista.
PARLAMENTARIO 1.- ¡Haremos una interrogación urgente en el parlamento!
RESTO.- ¡Bravo!
PARLAMENTARIO 2.- ¡Urgente e indignada!
PARLAMENTARIO 3.- Haremos que intervenga el ayuntamiento.
OBRERA.- ¿Será suficiente?
PARLAMENTARIO 1.- Y si no lo fuese, haremos una intervención en el senado, tres peticiones, una protesta
escrita al prefecto…
PARLAMENTARIO 2.- Recogeremos firmas entre intelectuales y artistas…

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PARLAMENTARIO 3.- Mandaremos telegramas de solidaridad a los familiares de la víctima…
PARLAMENTARIO 1.- Promoveremos una investigación en el ministerio del interior…
PARLAMENTARIO 2.- Solicitaremos la intervención de la autoridad competente…
RESTO.- ¡Bravo!
VIUDA.- Pero es ahora cuando tenéis que intervenir… ¡y rápido! Tenéis que impedir que lo asesinen.
PARLAMENTARIO 1.- Ahora no se puede. Estamos en el mundo de la estadística, de la imponderabilidad
algebraica.
PARLAMENTARIO 2.- Nosotros podemos expresar nuestra protesta, nuestra indignación.

Lo que sigue es una especie de danza retórica llena de gestos dramáticos, una especie de ejercicio de alta
acrobacia. El resto se excita y aplauden emocionados mientras los parlamentarios van in crescendo:
PARLAMENTARIO 3.- ¡Protesta vibrante!
PARLAMENTARIO 1.- ¡Sentida!
PARLAMENTARIO 2.- ¡Sentida!
PARLAMENTARIO 3.- ¡Rabiosa!
PARLAMENTARIO 1.- Incontenible.
PARLAMENTARIO 2.- Ilimitada.
PARLAMENTARIO 3.- Fogosa.
PARLAMENTARIO 1.- Desesperada.
PARLAMENTARIO 2.- Dolorosa.
PARLAMENTARIO 3.- Indestructible
PARLAMENTARIO 1.- Potente
PARLAMENTARIO 2.- Irreprimible.
PARLAMENTARIO 3.- Sufrida.
PARLAMENTARIO 1.- Exasperada.
RESTO.- ¡Bravo, bravo, bravo…! ¡Es demasiado, basta!
PARLAMENTARIOS.- Gracias
Se dan la mano y se abrazan, mientras en un lateral varios hombres le quitan la ropa al obrero y le atan a
una cruz. Meten en escena instrumentos de tortura variados.
PARLAMENTARIO 1.- Ahora estamos todos más serenos.
PARLAMENTARIO 2.- Conscientes de haber cumplido con nuestro deber.
PARLAMENTARIO 3.- Dentro de lo que nos permiten nuestras leyes, por supuesto.
AYUDANTE.- (ofreciendo el saquito al CURA) ¿Quieres coger uno, reverendo?
CURA.- Si es por la estadística… que se cumpla la voluntad de Dios (coge uno)
AYUDANTE.- El 31, que corresponde a…
JEFE.- (leyendo de un folio) Aquí está: “perno del taladro roto que se le clava en la glotis y se la corta…
muere en unos 20 minutos”.
VIUDA.- ¡Pero eso es tremendo!
JEFE.- ¿Tremendo? Yo no diría eso, señora, las hay peores, créame.
AYUDANTE.- Entonces, ¿continuamos?
JEFE.- Ya es hora, ¿no?
Meten en escena un reflector y un caballete, además de los instrumentos necesarios para la ejecución del
“accidente”.
VIUDA.- ¡Llevadme fuera… no puedo ver esto!
JEFE.- No, lo siento, pero tenéis que ver. Todos deben verlo. Tenéis que ser testigos de que la ejecución se ha
llevado a cabo con todas las de la ley. Un poco más de luz aquí, por favor… el reflector giradlo hacia allá…
Así, muy bien.
Se concentra la luz del reflector sobre el OBRERO mientras el AYUDANTE abre un maletín.
JEFE.- Pásame la punta del taladro del 22.
TERCER ACTOR.- (entrando desde fuera) ¡Stop! ¡Paremos un momento! (a los espectadores) Perdonen la
interrupción, pero en este punto es importante que os digamos una cosa: pensamos que continuar con el
asesinato del obrero de esta forma es completamente inútil; el teatro es ficción, es lógico, y vosotros,
sabiendo que utilizamos trucos para todo, en el momento en que veáis el taladro penetrar en la garganta del
obrero, el chorro de sangre surgiendo a borbotones… lo máximo que experimentaréis será un escalofrío a
flor de piel… Y alguno hasta sonreirá mientras le susurra al vecino: “yo sé cómo hacen este truco… ¡es una
chorrada!”
PRIMERA ACTRIZ.- Permitidnos que nos despojemos un momento del traje de actor y que os propongamos

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un experimento que creemos sea absolutamente original.
Todos los actores se despojan de los accesorios que llevan encima y que les identifican con el personaje. Los
únicos que no lo hacen son el OBRERO y los hombres enmascarados que le llevaban, que se quedan al
fondo.
SEGUNDA ACTRIZ.- La idea nos la ha dado el teatro romano antiguo: en tiempos de Séneca, en medio de
un hermoso espectáculo de tipo histórico, en la escena, por ejemplo, en la que Mucio Escévola extiende la
mano que ha fallado al intentar dar muerte al jefe de los enemigos de Roma para quemarla sobre el fuego,
dos energúmenos metían en escena a un esclavo y, mientras en un lateral el actor recitaba su monólogo
heroico, en el otro lado y en el momento en que se decía la famosa frase... (hace señas a uno de los actores
para que recite su frase con énfasis)
TERCER ACTOR.- “¡Esta mano ha fallado, yo la castigo!”
SEGUNDA ACTRIZ.- ¡Zas! Los dos energúmenos cogían la mano del pobre esclavo y le obligaban a
meterla dentro de un brasero auténtico, con brasas reales… ¡hasta que se le carbonizaba! ( la acción es
mimada por tres actores) Así en un lado el actor se exhibía en la ficción escénica y en el otro lado el esclavo
aullaba de dolor de manera más que realista (se retira al fondo de la escena).
PRIMER ACTOR.- Espectáculo caprichoso, de acuerdo, pero sólo así los espectadores antiguos entendían
finalmente la terrible realidad dramática e histórica del gesto. Tomaban conciencia del valor y el estoicismo
real que tuvo el auténtico Mucio Escévola.
SEGUNDO ACTOR.- También nosotros queremos procuraros una emoción auténtica, persuasiva, que deje
un poco profundo en el ánimo de los espectadores de hoy, encallecidos, indiferentes, casi insensibles… como
lo somos en realidad todos nosotros. En televisión, en el cine, incluso en los documentales, con escenas de
masacres reales no experimentamos ya ninguna emoción, ninguna reacción de espanto, de rebelión.
SEGUNDA ACTRIZ.- ¿Pero cómo agitar esta apatía? ¿Usando el sistema de Séneca? No, por desgracia, ya
no hay esclavos. Y usar a los obreros está prohibido… a no ser que sea en una manifestación, claro…
TERCER ACTOR.- Por eso hemos decidido hacerlo con un cabrito… sí, habéis entendido bien… un
auténtico cabrito. ¡Traedlo aquí!
En efecto, entra en escena un cabrito vivo.
PRIMER ACTOR.- ¡Aquí está!
SEGUNDA ACTRIZ.- Sí, queridos amigos, espectadores de paso: mataremos a este cabrito, mientras al
fondo fingiermos que matamos a un obrero… ambos degollados.
VOZ DEL PÚBLICO.- ¡A ver, espero que estéis de broma!… ¿No pensaréis hacerlo de verdad, no?
SEGUNDO ACTOR.- Pues claro que lo vamos a hacer. Pero puede estar tranquilo, que no seremos nosotros
los que lo haremos. No tenemos valor para eso. Hemos contratado un carnicero. Hacedlo entrar. ¡Venga,
Armando, ponte cómodo!
Entra un hombre vestido de calle, con un maletín en la mano y con aspecto tímido y nervioso. Tiende a
ponerse siempre en segunda fila. Es el carnicero.
TERCER ACTOR.- ¡Venga, prepárate!
El carnicero abre el maletín, se quita la chaqueta y se pone un delantal de trabajo. Se quita los zapatos y se
pone unos zuecos.
PRIMER ACTOR.- El cabrito nos lo ha traído él. Alguno no nos creerá, pero es un matarife de verdad.
Podéis estar tranquilos. Hará un trabajo rápido y poco efectista… No somos unos sádicos. Nos interesa sólo
despertar el horror, la auténtica rabia, no la que se resuelve con los habituales telegramas y recogidas de
firmas de solidaridad. Tenemos una especie de pacto con él: se llama Armando y además es un compañero.
Nos hemos puesto de acuerdo para que venga aquí todas las tardes con un cabrito y lo mate delante del
público. Luego se lo llevará y lo venderá en su tienda.
El carnicero está atando las patas al cabrito. Ha sacado un gancho y unas tenazas y pide ayuda a algunos
de los actores que hay en escena para que coloquen al cabrito en el artilugio de ganchos que tienen que
inmovilizarlo.
OTRA VOZ DEL PÚBLICO.- ¡Espero que esto sea sólo una parte de la obra que sirva para, no sé, para crear
tensión…!
SEGUNDA ACTRIZ.- No, por desgracia no es así, se lo puedo asegurar yo, que no estoy para nada de
acuerdo con todo esto.
OTRA VOZ.- Miren que basta con que llamemos a la protectora de animales y os enteráis.
TERCER ACTOR.- ¡Vale! Vienen los de la protectora y qué van a hacer? ¿Arrestar a un carnicero por hacer
su trabajo? Armando, saca tu autorización para ejercer de matarife.
El carnicero saca del maletín unos papeles que muestran que tiene los permisos en regla y los muestra al
público.

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SEGUNDO ACTOR.- Arrestan a un carnicero por hacer su trabajo… ¡fantástico! Creo que mata a 40 o 50
cada día entre cabritos, corderos, terneros… y nadie dice nada.
VOZ DEL PÚBLICO.- ¡Ya! Pero los mata en el matadero, en un local apropiado, no aquí, en el teatro.
SEGUNDO ACTOR.- ¡Ah! Pero entonces vosotros hacéis lo mismo que antes la viuda: es sólo una cuestión
de forma, ¿no? “En la fábrica se puede matar, pero fuera no, es de mal gusto”. O quizá es que os molesta la
idea del enfrentamiento excesivamente crudo del cabrito degollado y el obrero. El cabrito que agoniza,
pierde sangre… se debate… como cada día cinco, diez, cien, mil obreros… y después mandamos todos
juntos un bonito telegrama de solidaridad… O quizás es demagogia, obrerismo…
En el fondo de la escena los enmascarados se preparan para ajusticiar al obrero.
SEGUNDA ACTRIZ.- No, por favor, no lo permito.
SEGUNDO ACTOR.- ¿Pero qué es lo que no permites? Además, antes estabas de acuerdo…
SEGUNDA ACTRIZ.- Pero me lo he pensado mejor… porque me he dado cuenta de que el público no está
por la labor… que tengo orejas yo…
PRIMER ACTOR.- Pues lo siento por tus orejas, pero es tarde… ponte ahí y estate tranquila, anda.
SEGUNDA ACTRIZ.- ¿Pero no os dais cuenta de que nos arriesgamos a que se enfaden todos, a que se
disgusten de verdad?
SEGUNDO ACTOR.- ¿Y no es eso precisamente lo que queremos? ¡Basta ya! Ve a tu sitio y vamos a seguir
con esto.
SEGUNDA ACTRIZ.- ¡Iros a la mierda vosotros y vuestro sacrificio de Abraham! Esto es inútil:
intelectuales y políticos son siempre la peor porquería que puede aparecer en un teatro. ¿Sabéis que os digo?
Que me largo.
PRIMER ACTOR.- No, tú no te largas… tú te quedas como hace el público o lo lamentarás.
Silencio. El carnicero está afilando su cuchillo y ha preparado un cubo para recoger la sangre, exactamente
los mismos gestos que los encapuchados del fondo con el obrero. El carnicero hace una señal para decir que
está preparado. Silencio.
SEGUNDA ACTRIZ.- No, perdonad… os hago una propuesta… sólo un momento… estoy segura de que
estaréis de acuerdo… escuchad…
Todos los actores mascullan entre dientes.
TERCERA ACTRIZ.- ¡Por dios! Lo has estropeado todo… con la tensión tan estupenda que se había
creado…
SEGUNDA ACTRIZ.- No te enfades y escucha: después de esta escena el espectáculo habrá terminado,
¿verdad?
SEGUNDO ACTOR.- Pues sí, ¿y qué?
SEGUNDA ACTRIZ.- ¿Y luego habrá un debate, verdad?
PRIMERA ACTRIZ.- Claro, como de costumbre.
SEGUNDA ACTRIZ.- Pues adelantémoslo, hagámoslo ya, ahora mismo, ese debate, y escuchemos qué
piensa el público… si está de acuerdo o no. Abramos la asamblea… se discute y si ellos dicen que hay que
matar al cabrito… entonces…
PRIMER ACTOR.- … ¡quiere decir que estamos en Pascua!
SEGUNDA ACTRIZ.- Estúpido… entonces lo acepto… hacemos la escena del cabrito y no se hable más…
¿Qué decís? Que levante la mano el que esté de acuerdo (la mayoría levanta la mano)
SEGUNDO ACTOR.- ¡Has ganado! ¡Mierda!
TERCER ACTOR.- ¡Lo de siempre! Cualquier excusa es buena para suspender, aplazar… mañana quizá…
Revolución suspendida – stop – organizar debate.
PRIMERA ACTRIZ.- ¡Cállate tú y siéntate!
SEGUNDA ACTRIZ.- Comienza el tercer acto. Nos sentamos nosotros y ustedes tienen la palabra. El debate
está abierto.
PRIMER ACTOR.- El debate está abierto y el espectáculo acaba como una mierda. Fíjate qué asco, qué
porquería de final. Y pensar que tenía que ser un final rompedor, con toda la gente puesta de pie, casi
enloquecida, que gritaba, cantaba, aplaudía…
(todos los actores silban al Primer Actor)
SEGUNDO ACTOR.- ¡Siéntate y déjales hablar! (al público) ¡El debate está abierto!

REPARTO DE PERSONAJES
Primer Actor / Cura Primera Actriz / Viuda Parlamentario 1
Segundo Actor/ Profesor Segunda Actriz / Obrera Parlamentario 2
Tercer Actor / Jefe Tercera Actriz / Ayudante Parlamentario 3

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