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El Alma 3

La hipótesis del alma (la creencia de que existe el alma y de que las personas tienen
alma), cuenta con el apoyo casi unánime de la población general. Sin embargo, entre los
filósofos y científicos la creencia en la existencia del alma es mucho menos común. Este
ensayo tiene por objetivo explicar por qué muchos filósofos y científicos rechazan la
hipótesis del alma y reflexionar sobre lo que supone la no existencia del alma.

¿Qué es el alma? A pesar de que la palabra «alma» es ambigua, la noción de que las
personas tienen alma se expresa mediante un concepto específico. Según la tradición
clásica, el alma es una entidad no física que puede separarse del cuerpo físico. Por
consiguiente, la creencia en el alma implica el dualismo de la sustancia, es decir, la
existencia de dos sustancias: una material (la materia que conforma el universo) y una
no material (de la que se compone el alma). Por lo tanto, el alma no tiene masa,
extensión (no ocupa espacio) ni ubicación.

¿Para qué sirve el alma? ¿Qué hace? Principalmente, el alma es donde se realizan las
actividades mentales: donde se sienten las emociones, donde se toman las decisiones,
donde se experimentan las sensaciones (p. ej.: donde se presenta nuestro campo visual),
donde se almacenan los recuerdos y la personalidad de una persona, y donde se produce
el razonamiento. Por ejemplo, cuando tienes sed y buscas la botella de agua, ves que
está vacía y decides ir a buscar agua, recuerdas dónde está la fuente y después averiguas
cómo funciona, todo esto tiene lugar en el alma.

Según la hipótesis del alma, algunos sucesos mentales provocan sucesos físicos. Por
ejemplo, la sed (un suceso mental que tiene lugar en el alma) hace que gires la cabeza
para buscar una botella de agua (un suceso físico que tiene lugar en el mundo). Pero los
sucesos mentales pueden también provocar otros sucesos mentales. La experiencia
visual de una botella vacía hace que tomes la decisión de ir a buscar agua, lo que
posteriormente activa el recuerdo de la ubicación de la fuente de agua. Éstos son tres
sucesos mentales que tienen lugar en el alma.

Hoy en día, los defensores de la existencia del alma no niegan que el cerebro influya en
ella (p. ej., el sistema visual del cerebro produce experiencias visuales en el alma). No
obstante, en su opinión, el alma puede realizar sus propios procesos, sin ninguna ayuda
por parte del cerebro. De hecho, el alma puede separarse del cerebro. Cuando alguien
muere, su alma «se separa» y su continuada existencia ininterrumpida garantiza que la
vida mental del individuo permanezca ininterrumpida. Por ejemplo, después de la
muerte puedes aún sentir alegría al reunirte con tus seres queridos en el cielo, mientras
que tu cerebro permanece inactivo y se descompone en tu ataúd.1

Razones filosóficas para dudar de la existencia del alma

La creencia en el alma tiene una larga historia, aunque su origen histórico no está claro.
Por supuesto, sería un error lógico apelar a la tradición sin más y utilizar la larga
historia de creencias en el alma como prueba a favor de su existencia. En mi opinión, es
difícil dar una explicación causal a la creencia en el alma. No obstante, existen
argumentos filosóficos a favor de la hipótesis del alma. Los más importantes son los de
Platón y Descartes. Sin embargo, por desgracia para los creyentes en la existencia del
alma, sus argumentos tienen muchos defectos.
El defecto de los argumentos a favor de la existencia del alma

Alguien podría preguntarse por qué los filósofos se molestaron en presentar argumentos
a favor de la existencia del alma. Después de todo, la introspección parece confirmar
que el alma existe. Sin embargo, por desgracia, la introspección no puede demostrar su
existencia. Sí podría, quizás, demostrar la existencia de la mente, pero no demuestra que
la actividad mental tenga lugar en una sustancia que puede separarse del cuerpo, ni que
pueda producirse sucesos mentales sin ayuda del cerebro después de la muerte. Tales
afirmaciones necesitan una justificación filosófica. Las más conocidas son las de Platón
y Descartes.

Los argumentos de Platón están basados en su antigua teoría metafísica. Platón creía en
el Reino de las Formas, un conjunto de objetos abstractos perfectos en el que los objetos
físicos «participan» para ser los objetos que son (las sillas participan en la forma de la
silla). Según la teoría de la reminiscencia de Platón, cuando alguien aprende algo nuevo
no está adquiriendo nueva información, sino recordando algo que ya conocía antes de
nacer, cuando vivía entre las formas. Para que esto fuera verdad, el individuo tenía que
haber existido antes que su cuerpo, por lo que Platón llegó a la conclusión de que debía
existir un alma.2 Pero como nadie más ha dado credibilidad a la teoría de la
reminiscencia (sabemos que el aprendizaje no es simplemente recordar), y como esa
teoría supone la aceptación de otra teoría aún más obsoleta (la teoría de las formas),
podemos decir que Platón no nos ofrece una buena razón a favor de la existencia del
alma.

René Descartes defiende el dualismo de la sustancia y, por lo tanto, la hipótesis del


alma. Descartes presentó tres argumentos a favor de que la mente y el cuerpo debían ser
dos entidades diferentes y separables, y de que, por ende, la mente es en realidad el
alma: el argumento de la duda, el argumento de lo concebible y el argumento de la
divisibilidad. Como es bien sabido, Descartes comenzó sus Meditaciones metafísicas
dudando de la existencia del mundo físico (incluido su cuerpo), pero concluyó que de su
mente no podía dudar. Descartes pensó que si no se podía dudar de la mente pero sí del
cuerpo, ambas cosas debían ser distintas y por lo tanto separables. Es más, Descartes
indicó que, dado que él podía concebir que su mente podía existir sin su cuerpo —
siendo por tanto lógicamente posible que su mente existiera sin su cuerpo—, ambas
debían ser cosas distintas. Por último, como el cerebro puede ser dividido en partes
separadas pero la mente no, Descartes llegó a la conclusión de que debían ser dos cosas
distintas.3 Y si eran dos cosas distintas, la mente debía ser un alma.

Los tres argumentos son erróneos. El argumento de la duda es erróneo porque la duda
no es una propiedad que permita diferenciar objetos. Por ejemplo, ¿duda Lois Lane de
que Superman sea un auténtico héroe? Por supuesto que no. ¿Duda de que Clark Kent
sea un héroe? Por supuesto que sí. Pero Superman y Clark Kent son la misma persona.
Imagino que Lois se preguntaría, al igual que Descartes, si Superman era real o quizás
lo había soñado. Pero esto no alteraría el hecho de que la duda no puede utilizarse para
diferenciar un objeto de otro. Además, es posible dudar del alma. El eliminativismo, la
visión filosófica que duda de la existencia de la mente, se ha convertido en una teoría
filosófica legítima y cada vez más fuerte.

El argumento de lo concebible es erróneo porque el hecho de que algo pueda ser


concebido no significa que sea lógicamente posible. Alguien podría concebir que el
Lucero del Alba existe y que el Lucero de la tarde no, pero como el Lucero del Alba es
también el Lucero de la Tarde (ambos son el planeta Venus), no es lógicamente posible
que exista una sin la otra. Es más, concebir que la mente de alguien existe sin su cuerpo
sólo puede ser posible cuando se tiene un conocimiento limitado de lo que es la mente.
Nadie puede concluir que la mente es algo más allá de lo físico simplemente porque no
se conocen perfectamente todos los aspectos de la misma. De hecho, nuestro creciente
conocimiento de la relación entre el cerebro y la mente parece indicar que forma parte
del cuerpo (hablaremos de esto más adelante).

Por último, el argumento de la divisibilidad es erróneo. Del mismo modo que la duda no
puede definir sustancias, tampoco puede hacerlo la divisibilidad. Pero lo que es más
importante es que la divisibilidad de la mente ha podido demostrarse mediante el
fenómeno del cerebro dividido. Cuando el cuerpo calloso que conecta los dos
hemisferios del cerebro de una persona es seccionado (en una operación quirúrgica) o
resulta dañado (por un derrame cerebral), la mente, literalmente, se divide. Cada mitad
del cuerpo está controlada por una mente diferente, por una consciencia diferente. En
experimentos controlados, el ganador de un Premio Nobel, Robert Sperry, fue capaz de
comunicarse con cada mitad de la mente por separado, transmitiendo y obteniendo
información distinta de cada una de ellas.4

El hecho de que los argumentos a favor de la existencia del alma sean erróneos, es razón
suficiente para dudar de su existencia. Cuando se trata de afirmar la existencia de algo,
la carga de prueba recae sobre el creyente. Como señaló Bertrand Russell, si yo quiero
creer que una tetera orbita el sol, no podré hacerlo de forma racional hasta que ofrezca
una prueba que confirme dicha creencia. (Por supuesto, nadie puede probar que no
exista una «tetera celestial» —siempre podemos decir que es demasiado pequeña para
poder verla—, pero ésta, no es razón para creer que existe. Eso sería una apelación falaz
a la ignorancia o falta de conocimiento actual). Así mismo, aunque la existencia del
alma no pueda ser refutada, creer en ello se considerará irracional (fuera de la razón)
hasta que se ofrezcan pruebas o argumentos válidos a favor de su existencia. El hecho
de que los argumentos más reconocidos a favor de la existencia del alma sean erróneos
es un punto negativo para la hipótesis del alma.

Muchos afirmarían, sin embargo, que la existencia del alma puede ser refutada —o, al
menos, enterrada bajo una enorme cantidad de argumentos y pruebas en contra―. Antes
de examinar las objeciones científicas, analicemos las objeciones filosóficas que se han
expuesto en contra de la existencia del alma.

Argumentos filosóficos en contra de la existencia del alma

Empecemos reflexionando sobre una pregunta. Si las decisiones se toman en «tu alma»,
¿por qué cuando decides mover un brazo se mueve tu brazo y no, por ejemplo, el mío?
Tus decisiones se toman en tu alma, por supuesto, pero ¿en virtud de qué está tu alma
conectada a tu cuerpo y no al mío? No puede deberse a que tu alma está más cerca de tu
cuerpo que del mío. El alma no está hecha de materia y sólo la materia puede ubicarse
en el tiempo y el espacio. Entonces, ¿en virtud de qué tu alma te pertenece a ti y no a
mí? Aún no se ha dado una respuesta satisfactoria a esta pregunta.

Incluso si atribuimos una ubicación física a tu alma dentro de tu cuerpo cabría


preguntarse qué facilita la conexión causal. Después de todo, puede que me encuentre
dentro de mi coche, pero si no tengo las llaves, no sé conducir y/o el coche no tiene
gasolina, no podré ir con este a ningún lado. Entonces, ¿cómo dirige el alma al cuerpo?
¿Cómo puede interactuar una entidad no material con una material? Tampoco se ha
dado aún una respuesta satisfactoria a esta cuestión.

Un hecho aún más preocupante es este: el alma no puede controlar al cuerpo. La ley de
la conservación de la energía (que afirma que la energía ni se crea ni se destruye) y la
ley de la conservación del ímpetu o movimiento (que afirma que la cantidad de impulso
total de cualquier sistema siempre es constante) están muy consolidadas, al igual que el
principio de causalidad en el mundo físico, según el cual los eventos físicos sólo pueden
tener causas físicas. Muchos científicos y filósofos sostienen que este último principio
se puede conocer a priori (no está ligado a la experiencia), pero, para quien quiera
valerse de la experiencia, también se ve confirmado por el hecho de que siempre que
hemos buscado la causa de un evento físico, ésta ha resultado estar en otro suceso
físico.5 Esto incluye sucesos en el cuerpo, como los movimientos corporales, que de
forma causal tienen su origen en lo que ocurre físicamente en el cerebro.

Si el alma llegara desde más allá del reino físico para hacer que ocurrieran cosas en el
cuerpo y el cerebro, se incumplirían esos tres principios. Se estaría añadiendo energía
desde la nada al sistema del cuerpo (o cerebro) y finalmente al universo. La cantidad de
movimiento del sistema en el cuerpo físico (o en el cerebro, concretamente) no estaría
siendo constante, y, además, se trataría de una causa no física de un evento físico.

Evidentemente, todos o algunos de esos principios podrían resultar falsos en el futuro,


pero el hecho de que algo pueda ser falso, no es razón para pensar que realmente lo es.
Las pruebas están a favor de dichos principios. A menos que se anulen, constituyen un
problema para creer en el alma, un problema al que los filósofos denominan «el
problema de la causalidad descendente».

Como se puede ver, debido a la incapacidad de los argumentos filosóficos de confirmar


la existencia del alma y al problema de la causalidad descendente, las perspectivas de la
hipótesis del alma en el campo de la filosofía no son favorables.

Razones científicas para dudar de la existencia del alma

Acabamos de ver algunas razones en el campo de la física que contradicen la hipótesis


del alma, pero la prueba científica más convincente en contra la existencia del alma
proviene de la neurociencia, y para empezar a analizar esta prueba es ideal el caso de
Phineas Gage.

El cerebro hace todo lo que se suponía que hace el alma

Phineas Gage fue un joven capataz de ferrocarril que vivió en el siglo XIX. El 13 de
septiembre de 1848, un accidente provocó que una barra de hierro atravesara su cabeza
—entrando por debajo de su mejilla izquierda y saliendo por la parte de arriba de su
cráneo—, destrozando parte de su cerebro.

Aquí podemos observa la trayectoria que siguió


la barra de hierro a través del cráneo de Gage y la parte de su cerebro que quedó
destrozada.
Gage sobrevivió, pero su personalidad cambió por completo. Anteriormente había sido
un hombre amable y honorable, y un capataz responsable. Tras el accidente, se convirtió
en un hombre maleducado y agresivo, y en un trabajador irresponsable. Ya no podía
trabajar como capataz; era tremendamente indeciso y descuidado, y abandonaba sus
planes casi antes de hacerlos. Su grosería e irreverencia tampoco ayudaron a mejorar sus
perspectivas laborales. Sin duda alguna lo peor de todo, se les aconsejó a las mujeres
que no se quedaran a solas con él en una misma habitación porque podría intentar
abusar de ellas. 6

Fotografía de Gage tomada cuando vivía, descubierta


recientemente.

El caso de Gage puso en duda la hipótesis clásica del alma , porque un daño físico no
puede cambiar la personalidad de un individuo si ésta se halla en algo no físico como el
alma. Pero no se puede negar que eso es lo que le había pasado a Gage. Se concluyó,
por tanto, que la personalidad no podía hallarse en el alma sino que debía ser el
resultado del funcionamiento del cerebro del individuo. Se podría decir que el caso de
Phineas Gage le dio al alma una cosa menos que hacer, una cosa menos que explicar.
Sacó la personalidad del campo de las cosas a las que el alma no física da forma, y la
situó directamente dentro del reino de lo físico, en concreto de lo neurofísico.

Algunos han puesto en duda la gravedad del cambio de personalidad de Gage, pero eso
es irrelevante. Gage nos dio las indicaciones adecuadas para seguir investigando. Tras
este suceso, los neurocientíficos descubrieron las áreas del cerebro responsables del uso
y la comprensión del lenguaje (áreas de Broca y Wernicke), de las sensaciones físicas
del tacto (el homúnculo de Penfield), de las emociones (el sistema límbico), del
razonamiento y la toma de decisiones (los lóbulos frontales), de las sensaciones visuales
(la corteza visual)… y la lista continúa. Muchos de esos descubrimientos fueron
impulsados por casos similares al de Gage, en los que ciertas capacidades mentales se
perdían cuando una persona concreta sufría algún tipo de daño cerebral concreto. Ahora
sabemos por qué cambió la personalidad de Gage.7

Aunque aún no se comprende del todo cómo funciona el cerebro, hoy en día es
innegable que toda actividad mental es resultado directo de la actividad cerebral.
Además, no sólo se ha desplazado la personalidad del reino del alma no física al reino
del cerebro físico, sino que ahora se sabe que todo lo que una vez se atribuyó al ámbito
del alma (las emociones, el lenguaje, las decisiones, las sensaciones, los recuerdos, la
personalidad) está en realidad dentro del ámbito de lo que hace el cerebro.

Lo inadecuado de la hipótesis del alma

La hipótesis del alma debía funcionar como una explicación de nuestro comportamiento
al ser la causa de nuestros actos intencionados y de nuestras disposiciones. Pero siempre
ha presentado lagunas en este aspecto. Una explicación buena, no debería generar más
preguntas que respuestas, pero, la cuestión sobre de qué está hecha el alma8 y cómo
causa cambios en el cuerpo, siempre ha sido un misterio. Ahora, puesto que la
neurociencia nos ha enseñado que la causa de todo lo que hacemos está relacionada con
impulsos del cerebro, no con la actividad del alma, el alma se ha quedado sin nada que
explicar. La neurociencia ha privado de validez cualquier poder explicativo que la
hipótesis del alma podría haber tenido. Y las hipótesis que no explican nada, no son
buenas hipótesis.

Los intentos de salvar al alma de tales objeciones no tienen mucho éxito. Por ejemplo,
uno podría sugerir que la conocida correlación de los hechos mentales con los impulsos
nerviosos simplemente muestra la forma en que opera el alma. A pesar de que los
impulsos nerviosos explican nuestro comportamiento, la actividad del alma podría
irrumpir como explicación de estos impulsos («controlando las neuronas, el alma
controla el cuerpo»). Pero tales intentos causan más problemas que beneficios. Una
sugerencia así no solo violaría las leyes físicas mencionadas más arriba, pues sabemos
que toda actividad cerebral viene causada en última instancia por reacciones físicas,
sino que además hace la hipótesis totalmente irracional. A fin de explicar el porqué,
permítanme plantear una analogía.

Muchos científicos pensaban que el calor era producto de un material denominado


flogisto que fluía en los objetos para calentarlos, y emanaba de ellos para enfriarlos.
Cuando descubrimos que el calor es realmente el resultado del movimiento de
partículas, los defensores del flogisto sugirieron que «el modo en que el flogisto
calentaba los objetos era haciendo que las partículas se movieran». Pero, por supuesto,
esto no era más que una excusa ad hoc para salvar su teoría. No había necesidad de
plantear una hipótesis sobre la existencia del flogisto, ya que no explicaba nada.
Podíamos explicar el calor valiéndonos del movimiento de las partículas, sin necesidad
de introducir otra sustancia en la explicación. Defender la hipótesis del flogisto en este
sentido era, en resumen, el resultado de un deseo por parte de aquellos que se
encontraban emocionalmente ligados a ella y la veían como su teoría favorita. Así fue,
como la teoría del flogisto fue perdiendo aceptación.

Espero que la analogía sea suficientemente clara: Del mismo modo que el calor puede
explicarse por sí mismo, en tanto que se produce por el movimiento de partículas, el
comportamiento puede explicarse por sí solo, como resultado de la actividad cerebral. Y
plantear otra hipótesis, ya sea la del flogisto o la del alma, para explicar una actividad
que ya tiene explicación, no es más que una excusa irracional ad hoc menos simple para
tratar de salvar una teoría que nos gusta más.

El defensor de la teoría del alma quizás también insista en que, a pesar de las pruebas, el
daño cerebral no afecta a las capacidades mentales. Cuando parece que alguien ha
perdido capacidades mentales tras la pérdida de determinadas funciones cerebrales,
quizás estas capacidades se encuentren en realidad intactas (sanas y salvas) en el alma.
Simplemente el daño cerebral impide al alma comunicar este hecho al mundo exterior.

Nuevamente, estos racionamientos perjudican más que ayudan. En primer lugar, tales
intentos son suposiciones ad hoc elaboradas con el único fin de que se demuestre la
falsedad de la teoría. Y lo que es peor, son insostenibles. ¿Se supone que he de creer que
la personalidad de Phineas Gage seguía siendo gentil, pero el daño cerebral era tal que
cuando intentaba actuar gentilmente, en lugar de ello, insultaba continuamente e
intentaba abusar de las mujeres? ¿He de creer que un paciente con Alzheimer no olvida
realmente las experiencias pasadas ni a la gente que quiere? ¿Es lógico pensar que sus
memorias siguen ahí, completamente accesibles, pero cuando tratan de describirlas el
daño cerebral es tal que provoca que actúen o digan que las han olvidado, o que no
reconocen a la persona que está enfrente de ellos? Por supuesto que no. La estupidez de
algunas sugerencias muestra claramente que no son más que racionamientos
desesperados para salvar la hipótesis del alma.

En definitiva, la neurociencia ha demostrado que no hay ninguna función que se le


pueda atribuir al alma y por lo tanto, no hay razón para suponer que existe. Todo lo que
un día se suponía recogido o explicado bajo la hipótesis del alma, ahora se encuentra
recogido o explicado por el cerebro.

Lo que supone la no existencia del alma

Sé, sin
más

La no existencia del alma a menudo suscita fuertes reacciones. «Si no hay alma, toda
religión es una mentira, Dios no existe, es imposible que haya vida tras la muerte, y el
libre albedrío es una ilusión». Sin embargo, estas preocupaciones son exageradas.
En primer lugar, no todas las religiones afirman la existencia del alma. El concepto
hindú de «atman» es diferente del concepto clásico del alma que hemos estado
sopesando. El propio Buda dijo «Únicamente a través de la ignorancia y de la ilusión,
los hombres consienten caer en el sueño de que sus almas son entidades separadas que
existen por sí mismas».9Además, los antiguos judíos no tenían un concepto clásico del
alma10 ni creían en la existencia de una vida consciente tras la muerte. 11 De hecho, la
mayoría de los judíos siguen en la actualidad sin creer en el alma.

Puesto que el cristianismo tuvo su origen en el antiguo judaísmo, los primeros cristianos
tampoco creían en el alma. 12 En consecuencia, la clásica doctrina del alma se encuentra
también ausente en el Nuevo Testamento. 13 Es más, la idea de que los humanos tengan
almas inmortales es contraria a lo que la Biblia nos enseña sobre la Resurrección de
Jesús14 y a la esperanza bíblica en una resurrección final de los muertos. 15La hipótesis
del alma prevalece en el cristianismo hoy en día únicamente porque fue importada de la
filosofía griega al cristianismo por figuras como Orígenes y San Agustín. 16 En la
actualidad, muchos cristianos desean rechazar esta influencia y volver a una visión
tradicional y bíblica que enfatice la resurrección y rechace la hipótesis del alma.

Definitivamente, la existencia de Dios no depende de las almas. Por supuesto, el


discurso sobre las almas y el discurso sobre Dios se encuentran a menudo en círculos
religiosos, pero como acabamos de ver, los antiguos judíos y muchos de los primeros
cristianos creían en Dios, sin creer en las almas. No hay nada sobre Dios que requiera la
existencia del alma.

La existencia del alma tampoco es necesaria para justificar la vida después de la muerte.
Por supuesto, nuestra alma no puede salir flotando del cuerpo justo después de nuestra
muerte si no existe. Pero la resurrección del cuerpo tras la muerte, tal y como la
concebían los primeros cristianos todavía es posible. Además, Dios podría facilitar
nuestra supervivencia tras la muerte «copiando» nuestra configuración neuronal,
creando un nuevo cuerpo y «pegando» esta configuración neuronal en el cerebro de
nuestro cuerpo. 17 La persona resultante tendría todos nuestros atributos mentales y, por
tanto, muchos filósofos argumentarían que seríamos nosotros. De ser así, uno podría
continuar existiendo incluso después de la muerte, a pesar de que no existan las almas.

Otros filósofos, como Peter van Inwagen, muestran su desacuerdo, al pensar que la
persona resultante no sería más que una «copia» de nosotros. Pero señala que Dios
todavía podría posibilitar nuestra supervivencia cogiendo y curando literalmente nuestro
sistema nervioso central antes de la muerte. 18 Por supuesto, la creencia de que alguna de
estas cosas pudiera suceder requiere de un acto de fe; pero esto no debería ser problema
para los creyentes. En cualquier caso, la no existencia del alma no imposibilita que haya
vida tras la muerte.

La no existencia del alma podría suponer una amenaza al libre albedrío. Son muchos los
que piensan que el ámbito físico es determinista. De ser así, muchos argumentan, a
menos que el alma exista para llegar desde fuera de esa esfera y alterarla, nuestros actos
no pueden ser libres. Sin embargo, muchos filósofos consideran compatible la idea de
que el libre albedrío es posible incluso en un mundo determinista. 19 Únicamente en una
definición distinta del libre albedrío (la definición libertaria20), la no existencia del alma
supondría una amenaza para el libre albedrío. Pero hay amenazas mucho mayores para
el libre albedrío libertario que la no existencia del alma: el fatalismo teológico y lógico;
las ontologías temporales del «mundo de los bloques» fruto de la relatividad general; los
avances neurocientíficos que muestran que nuestros procesos de decisión conscientes se
suceden a posteriori de la acción, y un largo etcétera.

Si el libre albedrío no existe, poco tiene que ver con la no existencia del alma. Incluso si
el alma existiera, a menos que los problemas arriba mencionados se solucionaran, no
podríamos concluir de manera racional que estamos en posición de decidir libremente.
Y si pudiéramos solventar dichos problemas, no parece que la no existencia del alma
pudiera suponer una seria amenaza. La inexistencia del alma implica, simplemente, que
existe una visión particular sobre lo que son las personas que es falsa.

No podemos abandonar nuestros cuerpos tras la muerte; los fantasmas no existen, las
experiencias cercanas a la muerte son solo sueños, y los médiums (como John Edwards)
son un timo. Espero que esto no venga como una gran sorpresa. Supongo que esto
significa que los panegíricos que sugieren que el difunto «nos ve desde lo alto», no
pueden ser ciertos. Pero, ¿acaso es la idea de que todos nos reuniremos en la
resurrección menos reconfortante?

Conclusión: No era mi objetivo probar que las almas no existen; para dudar
racionalmente de su existencia, no es necesario probar nada. Recordemos que la carga
de prueba recae sobre quienes creen. Tampoco he tratado de exponer todos los modos
posibles en que uno podría redefinir el concepto de «alma», para poder continuar
afirmando que «las almas existen». 21

Únicamente estaba interesado en la concepción clásica del alma, tal y como fue
originalmente definida y concebida para la población general. Tampoco estaba
interesado en responder a cada una de las posibles respuestas que los clásicos
«creyentes en el alma» podrían dar a los argumentos que he mencionado, ni a todos los
argumentos pro-alma concebibles. 22 Mi objetivo era simplemente reunir las razones y
argumentos que muchos filósofos y científicos han encontrado lo suficientemente
convincentes, y explicar lo que la no existencia del alma implica o deja de implicar.

Copyright David Kyle Johnson

Artículo original:
http://staff.kings.edu/davidjohnson/Do%20Souls%20Exist%20v1.6.1%20%28Final%29
.pdf

Traducido del inglés por Lucía Álvarez Díaz y María Dolores Ibáñez Ruíz. Revisado
por Adrián Pérez.

———
1
Es importante advertir que el alma no es simplemente la mente. A pesar de que los que
creen en el alma puedan equiparar el alma a la mente, uno puede creer en la mente sin
necesidad de creer en el alma. Por ejemplo, uno puede creer que la actividad mental
ocurre en la mente, e incluso pensar en la mente como algo distinto al cerebro, pero
también sostener que toda actividad mental depende de la actividad cerebral. Sin
embargo, la creencia en el alma, en su concepción clásica, requiere de que uno crea que
lo que alberga la actividad mental está separado del cerebro; que puede seguir
existiendo sin el cerebro. A diferencia de la creencia en las almas, la creencia en la
existencia de la mente sigue siendo la norma en la mayoría de círculos académicos.
2
De hecho, uno podría argumentar que la teoría de la reminiscencia simplemente asume
la existencia del alma; no la establece. En cualquier caso, como los compañeros de
diálogo de Sócrates señalan en el Fedón (77d80c, 85D86D, 91E92C, 94D94E), ese
argumento no prueba que el alma sea inmortal, sino que simplemente preexiste al
cuerpo. En Menón (81bE, 85B86B), Sócrates sugiere que, si el alma preexiste al cuerpo,
es razonable asumir que también existe tras la muerte. Sócrates presenta otros
argumentos para la existencia y la inmortalidad del alma, pero también fracasan por
motivos similares. Véase Alcibíades I, 129B130C y República 352D354A.
3
Para más información sobre las argumentaciones de Descartes, véase C. LONG,
Douglas. Descartes’ Argument for MindBody Dualism [El argumento de Descartes
sobre el dualismo mente-cuerpo]. The Philosophical Forum, vol. 1, nº3, 1969. 259273p.
4
Para más información sobre las obras de Sperry y otros, véase GAZZANIGA, M. S.,
“Fortyfive years of splitbrain research and still going strong” [«Cuarenta y cinco años
de investigación acerca de la división cerebral y sigue con fuerza»]. [Revisión
literaria]Nature Reviews Neuroscience [Revista NatureNeuroscience], vol.6, nº8,
2005.Pág. 653U651
5
Se ha descubierto que los sucesos cuánticos no tienen causa, pero esto no viola el
principio del cierre causal.
6
Véase CARTER, Rita. Mapping the Mind [Trazar el mapa de la mente] (Edición
revisada y actualizada). Los Ángeles: University of California Press, 2010. Pág. 1,
2427.
7
Nuestras emociones e impulsos básicos surgen del sistema límbico, y nos guiarían en
todo momento de no ser por la capacidad de razonamiento y decisión de nuestro lóbulo
frontal, que envía señales inhibidoras para reducir la hiperactividad del sistema límbico.
Con la corteza cerebral considerablemente dañada, el sistema límbico impulsivo y
emocional de Gage mandaba y controlaba sus acciones.
8
Decir que el alma no es algo material no añade información esclarecedora sobre la
sustancia de la cual está hecha el alma. Esto sería como describir nuestra casa ideal
argumentando por qué «esta no es la ideal». Las descripciones negativas no son
esclarecedoras.
9
Véase CARUS, Paul (Traducción). The Gospel of Buddha [El evangelio de Buda].
Chicago: Open Court, 1991. Parte LIII, “Identity and nonidentity” [«Identidad y no
identidad»]. Línea 10, p. 153.
10
La palabra hebrea a menudo traducida al inglés por «espíritu», es «ruach», pero en
realidad significa «aliento de vida». «La creencia de que alma continua existiendo tras
la disolución del cuerpo es un tema de especulación filosófica y teológica más que de la
fe, y no se encuentra expresamente manifiesta en ningún lado de la Sagrada Escritura».»
Desde 1906, la enciclopedia judía introduce la entrada de «Inmortalidad del alma». La
enciclopedia online puede leerse en www.jewishencyclopedia.com.
11
Los antiguos judíos no creían en el cielo y el infierno, solo en el «sheol», un lugar
físico donde todos los muertos iban a dormir.
12
Por ejemplo, uno de los primeros apologistas cristianos, Justino Mártir, no lo hacía.
En el capítulo LXXX, de su Segunda Apología (Diálogo con Trifón), Trifón pregunta a
Justino si cree que Jerusalén será reconstruido tras la resurrección de los muertos.
Justino dice que sí, aunque hay algunos Cristianos que no lo creen. Sin embargo, dice a
Trifón «…si tú te has juntado con algunos que se hacen llamar cristianos, pero no
admiten esto… quién dice que no existe la resurrección de los muertos, y que sus almas,
cuando mueren, van al cielo; no puedo imaginar que esos sean cristianos».
13
Esto goza de un apoyo casi unánime entre los eruditos bíblicos. Véase THATCHER,
Adrian. “Christian Theism and the Concept of a Person” [«Teísmo Cristiano y el
concepto de una persona»], en PEACOCKE, A. y GILLETTE, G. (edición). Persons
and Personality [Personas y personalidad]. Oxford: Blackwell, 1987.
14
Por ejemplo, según San Pablo en la primera Carta a los Corintios, capítulo 15, la
resurrección de Jesús supuestamente prueba que la muerte no es el fin. Si Cristo no
resucitó, entonces tampoco lo haremos nosotros, y por tanto, cuando muramos, no habrá
nada más; aquellos que ya han muerto están perdidos (versículo 17) y «somos los
hombres más dignos de lástima» (versículo 18). «Comamos y bebamos porque mañana
moriremos» (versículo 32). Pero con la resurrección, Dios probó que tiene poder sobre
la muerte; tal y como hizo con Jesús, él puede devolvernos a la vida mediante la
resurrección. La resurrección de Jesús fue «la primera», luego, aquellos que estén
unidos a él también resucitarán (versículo 23). Con la resurrección de Jesús, Dios ha
quitado el «aguijón» (versículo 55) de la muerte. Pero si el alma es inmortal y por tanto,
continuamos viviendo tras la muerte de todas formas, la muerte no tiene aguijón en
primer lugar y la resurrección es inútil.
15
Véase THATCHER, p. 184.
16
Véase la entrada de Walter A. Elwell en Evangelical Dictionary of Theology
[Diccionario evangélico de teología]. Grand Rapids: Baker Academic, 2001. 1129p.
17
Este concepto no es bíblico. Sin embargo, dado que la materia de la cual estaban
hechos los cuerpos de los antiguos Cristianos se descompuso hace mucho tiempo,
volvió a integrarse en el ecosistema y ahora está siendo usada por nuestros cuerpos, este
quizás pueda ser el único modo en que el Dios cristiano pueda facilitar la resurrección
de los muertos.
18
Véase VAN INWAGEN, Peter. “The Possibility of Resurrection” [«La posibilidad de
la resurrección»]. En: International Journal for Philosophy of Religion[Revista
internacional de la filosofía de la religión], vol.9,nº2, 1978. Pág.114-121.
19
Véase, por ejemplo, los capítulos de Kai Nielsen, Dani Dennett, John Martin Fischer,
Derk Pereboom, y Harry Frankfurt, en KANE, Robert (ed.) Free Will [Libre Albedrío].
Oxford: Blackwell, 2002.
20
Esta definición sugiere que el libre albedrío requiere posibilidades alternativas. Solo
puedes hacer libremente X si es posible decidir no hacer X.
21
Por ejemplo, algunos cristianos quizás afirmen la existencia del alma, pero
simplemente niegan su inmortalidad. Esta sería básicamente la misma postura de
aquellos que creen en la mente, y sugieren que depende de la existencia del cuerpo. No
es la visión clásica que hemos estado abordando.
22
Para una colección de argumentos a favor de la existencia del alma, véase C. BAKER,
Mark y GOETZ, Stewart (ed.), The Soul Hypothesis, Investigations into the Existence of
the Soul [La hipótesis del alma: investigaciones sobre la existencia del alma]. Londres:
The Continuum International Publishing Group, Inc., 2011.

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