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Documentos de Cultura
ISBN 978-607-XXX
Primera edición, 2019
Impreso en México
AUTORES
Juan Antonio Doncel de la Colina / jdoncel@yahoo.es
Juan Carlos Sordo Molina / sordo.jc@gmail.com
EQUIPO DE INVESTIGACIÓN
Julieta Martínez Martínez
Coordinadora del trabajo de campo en instituciones
Susana Alejandra Romero Rodríguez
Coordinadora del trabajo de campo en los planteles escolares
Juan Enrique Basulto Yerena
Coordinador del trabajo de campo en la colonia
prólogo 11
introducción 15
conclusiones 162
conclusiones 282
RECOMENDACIONES
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prólogo
13
INTRODUCCIÓN
16
introducción
2 Del trabajo etnográfico surgió la noción de área de influencia como aquella por la que
transitan y conviven a diario los habitantes de varias colonias adyacentes. Así, nuestra
área de interés queda compuesta, además de La Unidad, por las colonias El Fraile, San
Martín, San Marcos y 18 de Octubre.
17
poder analizar la relevancia de factores como: lugar de origen de
la familia; situación laboral y educativa de los padres; estructura
familiar y grado de hacinamiento en el hogar; dinámicas intra-
familiares entre generaciones; roles de género y su relación con
el ejercicio de la autoridad; relaciones entre vecinos; control pa-
rental sobre las actividades de los hijos; dinámicas sociales de los
jóvenes en el espacio público de la colonia; sus actitudes ante el
consumo de estupefacientes; motivaciones para el estudio y hori-
zontes vitales; capacidad para la planificación familiar; actitudes
hacia la desigualdad de género y hacia la violencia (de varios ti-
pos, no solo intrafamiliar) y su grado de arraigo o rechazo respec-
to a la colonia en la que residen.
Así pues, en febrero de 2017, aplicamos la encuesta a una mues-
tra censal, con un universo de estudio compuesto por 654 estu-
diantes en el turno matutino (208 en seis grupos de 1°; 197 en seis
grupos de 2° y 249 en seis grupos de 3°) y 606 en el turno vesperti-
no (192 en seis grupos de 1°; 196 en seis grupos de 2° y 216 en seis
grupos de 3°). Si descontamos a los alumnos que no asistieron a
clase el día de la aplicación de las encuestas, tenemos que se reali-
zaron 609 en el turno de mañana (7.9 por ciento de absentismo) y
467 en la tarde (23 por ciento de absentismo, con el sesgo que pro-
duce la ausencia de estudiantes que probablemente presenten una
problemática social más aguda que los que asisten a clase). De es-
tas se seleccionaron solo las cubiertas por los estudiantes que afir-
maron residir en la colonia La Unidad o en su área de influencia, de
modo que analizamos los resultados de 552 encuestas del turno de
mañana y 415 del turno de tarde, que suman 967 estudiantes que
ese día asistieron a clase y que residen en las colonias La Unidad,
El Fraile, San Martín, San Marcos o 18 de Octubre.
Respecto al tratamiento de la información obtenida en esta
encuesta, en la presentación de resultados acerca de la violen-
cia social nos movemos en el ámbito de la estadística descriptiva,
ofreciendo diversas comparaciones de proporciones referidas a los
factores identificados como sobresalientes para obtener una com-
prensión profunda de la situación de la colonia. Esta información
nos sirve para corroborar o cuestionar algunas de las explicacio-
nes obtenidas durante el trabajo etnográfico. Asimismo, la infor-
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introducción
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Como primera vía para conocer de forma panorámica las diná-
micas familiares y la presencia en ellas de violencia, elegimos acer-
carnos a la situación de los menores que asisten a las escuelas pri-
marias ubicadas en la colonia. Uno de los principales motivos de
la elección es que casi todas las familias del entorno envían a sus
hijos a la primaria, situación que varía en secundaria. El sesgo
que representa dejar fuera a familias sin hijos en ese nivel edu-
cativo consideramos que era suficientemente compensado por
la menor represión que los menores de esa edad muestran para
compartir información sobre su familia y su dinámica familiar.
De hecho, este último criterio nos llevó a circunscribir nuestro
universo de estudio a los alumnos de los tres primeros grados de
primaria, entre los seis y los ocho años.
Para obtener la información a través de estos menores recu-
rrimos a la aplicación de un cuestionario de composición y di-
námica familiar, al test proyectivo del dibujo de la familia y a la
observación directa de su interacción social. Se decidió trabajar
bajo la modalidad de taller en la que se alternaron actividades
dirigidas a los niños sobre la familia y las dinámicas familiares
y la aplicación de las herramientas metodológicas. Estas estrate-
gias se programaron en tres sesiones a lo largo de una semana
en las cuatro primarias de la colonia, con grupos de entre 12 y 16
menores del mismo grado. En total participaron en esta fase del
diagnóstico 173 de los tres primeros grados escolares divididos en
12 grupos. Paralelamente a los talleres se solicitó a los maestros
de estos alumnos que llenasen listas de cotejo de indicadores de
violencia en los menores.
Tras un primer análisis de la información recabada, se identi-
ficaron menores potenciales testigos o víctimas de violencia in-
trafamiliar. Después se realizaron entrevistas focalizadas en sus
casos particulares (y otros que pudieran no haber sido detectados
a través de nuestra intervención), con los maestros de esos meno-
res. Para ello, se elaboró un guion de entrevista sobre el entorno
familiar y la relación de la familia con la escuela. La información
recabada se integró con el análisis detallado de los datos del cues-
tionario y del test proyectivo. Con base en ello se identificaron
las manifestaciones de violencia intrafamiliar más frecuentes, los
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introducción
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I PARTE:
VIOLENCIA SOCIAL
1. CARACTERÍSTICAS SOCIOESPACIALES
DE LA UNIDAD
Fuente: INEGI.
En la Figura 2 podemos apreciar que, si bien la colonia queda en-
cerrada entre el Libramiento Noreste, por el norte y el Río Pes-
quería, por el sur, tiene vecindad a este y oeste con otras colonias.
Colinda con El Fraile hacia el este y con San Martín hacia el oes-
te (que ya pertenece al municipio de García). Estas dos colonias,
junto con San Marcos y 18 de Octubre, son consideradas desde
la Dirección de Prevención del Delito como el área de influencia
de La Unidad, es decir, donde “los ciudadanos transitan, el trans-
porte, el comercio, la educación” (Informante 13). Más aun, desde
la Dirección de la Escuela Secundaria 79 afirman que a la misma
acuden estudiantes de García y Monterrey, pues “en La Unidad
varias cuadras pertenecen a varios municipios; hay calles que co-
lindan con esos municipios” (Informante 11).
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i parte: violencia social
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por ciento los padres y 12.1 por ciento las madres) o de otros muni-
cipios urbanos del área metropolitana (35.6 por ciento los padres
y 35.4 por ciento las madres). El caso de la “migración” o cambio
de domicilio en el área urbana, coincide con la percepción del
informante 5, quien se refiere a la tendencia entre personas que
ocupan estratos socioeconómicos bajos a mudarse a municipios
de la periferia como La Unidad, dado que el costo de la vivienda
es más asequible.
En cuanto a la distribución por edad de la población de esta co-
lonia en la tabla 1 vemos que los grupos de edad más numerosos
son los de niños menores de 14 años y los adultos mayores de 30
y menores de 60. Se trata de una población relativamente joven,
con un significativo descenso en la franja que podemos denominar
adolescentes y jóvenes y con un número muy bajo de personas
mayores de 60 años. Respecto al descenso de la población a partir
de los 15 años de edad, cabe preguntarse si en la colonia se están
dando factores sociales y económicos que empujan a la migración
o huida de estos adolescentes y jóvenes (a través del trabajo de
campo sabemos que el índice de muertes violentas a esas edades
no es estadísticamente significativo). Asimismo, el escaso por-
centaje de población mayor de 60 años (1.44 por ciento) nos in-
dica tres posibles realidades sociodemográficas: un improbable
movimiento de población hacia otras colonias a una edad tardía,
una bajísima esperanza de vida o el resultado de la juventud de
la propia colonia.
De 0 a 14 años 4,785
De 15 a 29 años 2,883
De 30 a 59 años 4,912
De 60 y más años 185
Total 12,765
Fuente: Elaboración propia a partir de información recabada en
el Inventario Nacional de Viviendas propuesto por el INEGI.
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i parte: violencia social
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tabla 2. hogares censales en la unidad:
tipo de jefatura y habitantes por hogar
LA UNIDAD ESCOBEDO
VARIABLES
CANTIDAD PORCENTAJE CANTIDAD PORCENTAJE
Total de hogares
3,828 86,075
censales
Hogares censales con
3,234 84% 72,460 84%
jefatura masculina
Hogares censales con
594 16% 13,601 16%
jefatura femenina
Población en hogares
16,364 346,757
censales
Habitantes por hogar 4.3 4.0
1 Dado que para la elaboración de esta tabla (y de las siguientes) se tomó como referencia
el Censo de Población y Vivienda 2010, mismo que contabiliza la población por AGEBS y
no por colonias, el dato de población total de la colonia La Unidad es bastante superior al
de la anterior tabla, pues considera áreas no incluidas en los límites de la colonia. No obstante
la imprecisión, creemos que los datos ofrecidos aquí son representativos y válidos para la
descripción del panorama sociodemográfico de esta colonia.
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i parte: violencia social
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tabla 3. condiciones de la vivienda
LA UNIDAD ESCOBEDO
VARIABLES CANTI- PORCEN- CANTI- PORCEN-
DAD TAJE DAD TAJE
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i parte: violencia social
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importante rechazo a la situación inversa, pues solo estuvieron
de acuerdo en que no respetarían a un hombre que se encargue de
las tareas domésticas 12.7 por ciento de los encuestados (frente a
64.4 por ciento que mostraron su desacuerdo). Esto nos habla de
cierto cambio de actitud y de la posibilidad en el horizonte de un
cambio social en lo que a roles de género se refiere.
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i parte: violencia social
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graduación de adultos tanto de primaria como de secundaria (in-
formante 4). La oferta educativa de educación media superior por
ahora es inexistente, encontrándose la preparatoria técnica más
cercana a cuatro kilómetros y medio de distancia (Inventario Na-
cional de Vivienda, 2015). En palabras de un joven habitante de La
Unidad al ser cuestionado acerca del conocimiento que tiene de
preparatorias cercanas: “(no hay) ninguna, yo creo (que) la Emi-
liano (Zapata), pero todas están lejos (…) Hay otra en Soli (colonia
Solidaridad), pero son prepas… no son como la Emiliano, porque
muchos buscan prepa normal y otros buscan Conalep2 y técnicas,
pero son… Bueno, las de Lincoln y casi la más lejana es de treinta
minutos o cuarenta” (informante 15). Este alejamiento de la pre-
paratoria es sólo un ejemplo que refleja la cotidianidad de la vida
en la colonia: su marginalidad y aislamiento de la mancha urbana.
El problema de la lejanía respecto al centro del municipio, así
como las consecuentes carencias en infraestructuras, es señalado
por la directora de la Secundaria 79 como elemento determinan-
te para comprender la problemática del lugar. Asimismo, afirma
que la compra y urbanización de terrenos en el extrarradio (más
baratos para el inversor inmobiliario) genera colonias aisladas e
incomunicadas:
(…) donde la gente está encerrada (…) Si no hay educación o si no
hay nada, pues están segregados. Es segregación (…) cultural, eco-
nómica. Se sienten rezagados y no se sienten participantes de una
sociedad. Por eso no les importan las cuestiones de tipo social, por-
que pues (piensan) ‘somos el grupo segregado’. No se sienten incor-
porados (a la sociedad) (…) Preguntaba y muchos no tienen a veces
recursos para llevarlos a tal o cual lugar, porque no conocen… A
veces dicen ‘tu mayor paseo es la Macroplaza’. Entonces no tienen
otra visión de qué hay más allá. (Informante 11).
Creemos que en este extracto de entrevista se mencionan varias
de las circunstancias derivadas de una situación de aislamien-
to espacial, económico y social. Por ejemplo, la percepción de las
instituciones como alejadas de la propia cotidianidad se traduce
en un sentimiento colectivo de disgregación social, posiblemen-
te reforzando los procesos de identidad intragrupal por oposi-
2
Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica.
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2. PANORAMA LABORAL Y EDUCATIVO
DE LA UNIDAD
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i parte: violencia social
que las madres presentan una distribución muy similar: 1.4 por
ciento sin estudios, 15.9 por ciento con primaria, 50.8 por cien-
to con secundaria, 23.2 por ciento con preparatoria, 5.1 por ciento
con carrera profesional y 1.4 por ciento con posgrado. En otras
palabras, el nivel de estudios de los padres de los encuestados
oscila más que entre primaria y secundaria, entre secundaria y
preparatoria: concretamente, el valor promedio (donde 1 es “sin
estudios” y 5 “estudios de posgrado”) en el caso de los hombres es
de 3.25 y en el caso de las mujeres de 3.19.
En lo que se refiere a la ocupación laboral, según la directora de la
Secundaria 79, la mayor parte de los padres de sus estudiantes traba-
jan, aunque predomina un nivel socioeconómico medio y, sobre todo,
bajo. También hay un número indeterminado de padres de estudian-
tes “que no trabajan o no tienen un ingreso fijo” (Informante 11).
39
ayudantes de mecánicos y obreros (menciona que hay parques
industriales “por la Colombia, por el libramiento, cerca del C4,
parques industriales en los límites con San Nicolás y por García.
Creo que mucha gente de ahí puede ser ayudante general u obrero
también”). Este mismo informante considera que hay en la colo-
nia un mínimo porcentaje de profesionistas y que entre las muje-
res priman las obreras y las amas de casa (Informante 13).
Esta imagen sí corresponde con bastante exactitud con la que
hemos obtenido en la Secundaria 79. Así, entre los hombres pre-
dominan los oficios señalados, a los que hay que sumar los que
se desempeñan como transportistas. Las ocupaciones que se de-
tallan a continuación representan 69.5 por ciento del total de las
indicadas: 19.3 por ciento de obreros fabriles; 15.3 por ciento de
oficios que requieren algún conocimiento técnico, como mecáni-
co automotriz, electricista y plomero; 15 por ciento del subsector
transportes; 12.7 por ciento del sector servicios; 7.2 por ciento de
vendedores y comerciantes. Igualmente, en el caso de las muje-
res, la percepción generalizada es corroborada y ampliada por la
observación empírica a través de las encuestas. Así, 55.6 por cien-
to de las respuestas indican que la madre del estudiante se des-
empeña como ama de casa. Entre las que laboran fuera del hogar,
destacan las que lo hacen en el sector servicios (11.7 por ciento),
como obreras fabriles (7.5 por ciento), como empleadas de lim-
pieza (4.3 por ciento), como vendedoras o comerciantes (5.2 por
ciento) y en oficios que requieren alguna técnica (4.3 por ciento);
sumando todas ellas 33 por ciento del total (sumadas a las amas
de casa son 88.6 por ciento del total).
Por último, podemos deducir de las percepciones de varios de
nuestros entrevistados que el empleo informal está muy presente
en la colonia. Respecto al comercio informal, nuestro informante
8 afirma que “es una colonia muy grande que da la oportunidad
de poder tener una tiendita en cada esquina y donde hay mucha
demanda”. Podemos presumir que la presencia de numerosas pe-
queñas tiendas de barrio conlleva ciertas dinámicas de sociali-
zación en la vía pública de las familias residentes en el área (más
adelante nos detendremos en el desarrollo de estas y otras diná-
micas de socialización en el espacio público).
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B: A lo mejor no está tan mal, porque es lo que ellos les gusta y pos
cada quien, le gusta lo que quiere. Y pues también a él, tienen que
trabajar, para que tengan un buen futuro y pues estudiar.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
Me llamó la atención que ¿por qué si tienen mamás… por qué están
ahí? o las mamás no están cien por cien al pendiente de ellos y… por
qué están en la calle y todo eso si se supone que tienen un hogar (…)
(Creo que en el video sobre ninis) hablaron más sobre el pandille-
rismo, no sé porque no estudiaban o algo.
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i parte: violencia social
3 Expresión local que se refiere a estar algo loco, tener algún problema mental o, en otro
sentido, tener una personalidad poco convencional.
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Ociosidad y apatía
La reflexión que sigue, de la directora de la Secundaria 79, retrata
una población en la que se da un cambio al alza en sus expecta-
tivas salariales y, ante la imposibilidad de acceder a salarios que
cubran estas expectativas por la situación del mercado de trabajo
y el bajo nivel educativo, entre otros, se detecta cierto acomodo
en una rutina cotidiana marcada por la ociosidad (la cual pensa-
mos que solo se puede dar si se cuenta con fuentes de ingresos
alternativas, ya sean ilícitas o no).
(Los alumnos) pocos trabajan.4 Eso es lo que me llamó la atención.
Hace 18 años la mayoría trabajaba, los muchachos sí tenían un tra-
bajo, se iban de paqueteritos. A veces le iban a ayudar al papá a la
obra o los tenían en algún negocio, en el mercadito, y ahora, actual-
mente yo les pregunto a los niños y no trabajan. O sea, (les pregun-
to) ‘¿dónde anda en la tarde?’, ‘¿dónde anda, señora?’; ‘no pues es que
se sale, ni modo que lo tenga encerrado’. Yo entiendo, ¿pero qué lo
tiene haciendo? No son muy propensos a tenerlos en algo. Ya (que)
no sea trabajando, porque a lo mejor algunos dirán ‘no es correcto’;
pero en alguna actividad. No, en la tarde están solo ahí, y a veces
no tienen ni obligaciones en la casa, ni ayudar en nada, nada más se
salen y ya. (Informante 11).
Lo cierto es que, más allá del bajo ingreso salarial que represente
y más allá del cuestionamiento ético y legal del trabajo infantil, la
vinculación del joven o adolescente a través de su desempeño en
un trabajo formal contribuye a su inserción social. Como explica
el trabajador social de la Secundaria 79, hay una relación entre los
jóvenes estudiantes que trabajan y un alto desempeño académico:
“(los jóvenes que trabajan) normalmente tienen buenas califica-
ciones porque, pues en algunos lugares se los piden, como en So-
riana. Para ser cerillo les piden que tengan buenas calificaciones”
(Informante 9); tras lo que afirma que los alumnos que le reportan
por diferentes problemáticas no suelen trabajar. Referente a las
oportunidades ilícitas para el que no quiere estudiar ni trabajar,
la venta de droga al menudeo se convierte en La Unidad en una
opción real. Así lo narra un joven de La Unidad (Informante 15),
4 Esta percepción es corroborada con los resultados de la encuesta que realizamos en la se-
cundarias, pues solo 12.3 por ciento de los estudiantes del turno matutino y 6.3 por ciento
del vespertino afirmaron trabajar, sobre todo como vendedores, en servicios y paqueteros.
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que levantar temprano?’, ‘ay, y es que… ¿tengo que ir cuántas horas?’,
‘¿y tengo que ir cuántos días?’. O sea, una flojera, una apatía. Siento
que han hecho de su mundo la calle y no ven más allá de ahí, de la
colonia. (Informante 4).
También en el ambiente escolar la apatía se identifica como una
de las características, en este caso, de los estudiantes de La Uni-
dad. En concreto, nuestro informante se refiere al desinterés y a
lo que él considera como una falta de valores de un gran número
de estudiantes.
El perfil de los estudiantes es muy diverso. Hay unos jóvenes que
son unos genios y que a veces no pueden desarrollar todo su poten-
cial aquí y hay otros que de plano muestran mucho desinterés. Hay
una gran parte de jóvenes que muestra apatía, que muestra desinte-
rés, que tiene carencia de valores. Una buena parte, posiblemente
de un 35 a un 40 por ciento, que es bastante… se muestra relajado
o con desinterés o muestra pocos valores. Manejan la secundaria
como un requisito más. (Informante 9).
Es lógico que las instituciones, habiendo detectado la ociosidad
como un claro elemento que conduce a la desviación social, dedi-
quen parte de sus energías a combatirla. Aquí vuelve a surgir el pro-
blema de la apatía, además de que se dirige hacia la propia vida nor-
malizada, hacia el trabajo formal y los estudios, también la dirigida
hacia las instituciones, lo que se traduce en una escasa e intermitente
participación en las actividades que proponen. En la siguiente cita,
de nuevo nuestro informante 9 explica cómo ante los peligros de la
ociosidad de los jóvenes existen talleres a los que él canaliza.
Hay talleres sobre todo porque los jóvenes aquí, los que estaban en
casa de ociosos, corren muchos riesgos y yo les recomiendo a los
padres que los mantengan ocupados en cosas sanas, como deportes
o talleres. Y pues les digo que en ciertas zonas o centros ofrecen ese
tipo de disciplinas o de técnicas, si los jóvenes trabajan y pues se
alejan de cosas que los traten… que los pueden envolver en situacio-
nes riesgosas. (Informante 9).
Lejos de ser considerada esta situación de apatía generalizada como
un factor propio de cualquier zona marginal, uno de nuestros
informantes con mayor contacto e iniciativa hacia la población
de La Unidad, así como con una gran capacidad de análisis de la
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i parte: violencia social
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ca, de los horizontes construidos en la mente de cada uno de los
adolescentes encuestados. Desde luego, a través de la encuesta
no podemos ir más allá de los datos obtenidos para ilustrar los
horizontes percibidos. En este sentido, los estudiantes de la se-
cundaria que respondieron se caracterizan por su elevado grado
de conciencia de la importancia de la educación, así como su am-
bición para llegar a los más altos grados académicos. Así, mien-
tras la inmensa mayoría de ellos (84.8 por ciento) afirma que
estudia “por tener un mejor futuro”, solo 4.5 por ciento afirmó
querer dejar los estudios tras terminar la secundaria, mientras
que 74.1 por ciento dijo querer concluir estudios de profesional
o posgrado. Siendo preguntados por la ocupación laboral que
desean para su futuro, más de la mitad (52.7 por ciento) quieren
ejercer alguna profesión que implica la culminación de una ca-
rrera universitaria.
Otra cosa es el obstáculo material que encuentran para lograr
sus metas, de modo que el porcentaje de los que quieren llegar a
los grados superiores desciende hasta 59.2 por ciento cuando se
les pregunta por el grado al que creen que llegarán. Por otra parte,
del porcentaje de 52.7 que quería ser profesionista, 71.8 por ciento
cree que lo logrará. En todo caso, parece que sus expectativas son
demasiado elevadas si atendemos a la realidad que les ha tocado
vivir (de cumplirse las expectativas de los encuestados, el nivel
de estudios alcanzado estaría muy por encima del promedio de
lugares del país con mucho mejores condiciones socioeconómi-
cas). A pesar de las altas y seguramente irrealizables expectati-
vas presentes en los encuestados, hay un dato que nos habla de
un alto grado de conciencia de la dificultad material para lograr
lo que ambicionan: 42.1 por ciento de los encuestados cree que po-
dría abandonar la escuela, y no concluir la secundaria, por tener
que ayudar económicamente a su familia.
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i parte: violencia social
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y en ocasiones reforzándolo: “Mi cuñado (está tatuado), pero no
es malandro ese tipo, es buena persona. Es que mira, al final de
cuentas los tatuajes no… te hacen ver persona mala, pero pues
realmente no es así. Muchos lo hacen por la moda, ya ahorita es
‘ah, me gustó’ y ya, no hay significado”; “Bueno… tiene a su herma-
no, que está todo tatuado de la cara y eso, y no puede conseguir
trabajo y nada más anda vendiendo chicles”; “Yo conozco un bato
que porque no lo dejaron pasar (no le dieron trabajo), se fue a las
drogas. Como no lo aceptaron se fue a las drogas, y como se pone
más loco se pone más pa atrás. Ahorita creo que tiene huercos
regados”. También en el grupo de mujeres del turno matutino se
refirió una de las participantes a un caso conocido (en este caso
muy negativo): “yo no conozco a nadie (al que no hayan contra-
tado por el tatuaje). Ah, sí, a mi tío (no lo contrataron) porque él
tiene tatuajes de partes de droga. Está bien que no lo contraten
porque él cuando va a la casa se droga y también en los trabajos se
droga y puede golpear a alguien”.
En el caso de las mujeres, en ambos grupos aseguraron cono-
cer numerosas personas con tatuajes que no consiguieron traba-
jar como operario fabril, como mesero o incluso algunos que son
detenidos por la policía por esta circunstancia estética. Los co-
mentarios que se escucharon sobre la doble fotografía del hombre
tatuado/doctor en el turno vespertino fueron: “se ve como que al
principio le gustó disfrutar de la vida, a como sus amigos pensa-
ban o veían y después decidió dejar todo eso y ser profesional y
conseguir lo que él quería”; “no por estar tatuados quiere decir
que sean malos o sean buenos”; “se ve muy diferente, porque en
una demuestra su personalidad… o sea, y en otra lo que él que-
ría ser y ahora es… o sea, su carrera”. En el grupo matutino estos
fueron los comentarios: “yo me imagino que es un muchacho, un
joven o no sé qué era antes, un pandillero y, a lo mejor, se dio cuen-
ta que eso no lo iba llevar a nada y pues eligió una carrera y pues
ahora es doctor”; “(sentí) por su familia felicidad, porque cambió,
era antes un vago y ahora ya está graduado como doctor”; “pues
cambió mucho al seguir un buen camino”; “yo digo que antes era
un drogadicto o así”; “el hecho de nada más estar tatuado o así
va a ser un delincuente”; “cambió mucho, porque él trataba a su
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i parte: violencia social
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Porque un tatuaje… ves a una persona con tatuaje y vas y buscas
empleo y te dicen ‘al rato te hablamos’, pero ya con el simple tatuaje
dicen ‘este nos va a robar’ o no sé…
ENTREVISTADOR: ¿A ti te ha pasado que no te han contratado?
ENTREVISTADO: En algunas partes sí, en unas partes no; a lo me-
jor porque iba a la entrevista vestido. Pero hay algunas partes que
te ven el tatuaje y te dicen: ‘no, después te hablamos’ y esa llamada
ya no va a regresar. Y no lo pueden tomar como discriminación,
porque van a decir ‘no, es que ya no hay vacantes’. Y ese es el mo-
tivo que también orilla a muchos a agarrar dinero fácil. Porque hay
varios que sí quieren jalar bien y otros no. Entonces si no encuen-
tro un trabajo, por decir: a una edad muy temprana embarazas a la
novia y quieres buscar trabajo y no lo encuentras por los tatuajes,
agarras la obra, no te gusta y entonces llegan los malos y ‘yo te doy
dinero’ y dices ‘sí’. No mides la consecuencia. Tiene más actitud
(para trabajar) el que no tiene título que el que tiene título, pero a
veces nos cierran las puertas y ¿qué haces? ‘No, pues si me cierra la
puerta él, pues ahora es mi enemigo’.
ENTREVISTADOR: ¿Eso ha sido común, te ha pasado a ti, le ha pa-
sado a tus amigos?
ENTREVISTADO: A muchos, a muchos, no nada más a mí. A casi
la mayoría de todos los jóvenes que he visto y porque me ha pasa-
do por los tatuajes: ‘no, es que por tus tatuajes no aceptan allá’ y
‘no, pos tienen razón’. (Cuando alguien no tiene empleo) empieza a
robar, a buscar dinero fácil para comprarse tenis o tener un celu-
lar. Lo sacan más rápido si no tienen trabajo. Dicen ‘no, pues mejor
robo, saco más fácil el dinero’ o ‘pues están estos batos vendiendo
y veo que ellos tienen feria, pues yo también’ y empiezan a ganar
dinero y les empieza a gustar. (Informante 15).
Ante esta situación de enfrentamiento y polarización entre em-
presa y joven marginal, aparecen las instituciones como posibles
mediadores. Así, sería bueno preguntarse acerca de la posibilidad
de que órganos municipales o estatales involucrados sirvan para
negociar con las empresas sus políticas de contratación, imple-
mentando, por ejemplo, programas de inserción laboral tutoriza-
dos y avalados por el municipio. En este sentido, no parece que la
prohibición y la represión institucional vayan a lograr el objetivo
último, que debe ser la inserción social. Si se trata de insertar, qui-
zás debamos ir pensando en incluir también expresiones cultura-
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de inmediato porque se empezó a juntar con pandillas: “porque de-
dicaba más tiempo a las pandillas y a la escuela iba no más para
que no me dijeran algo en la casa o no sé” (Informante 15). En el
siguiente fragmento de entrevista con este mismo informante se
sintetizan varios de los señalamientos expuestos aquí, y algunos
que aparecerán más adelante: el espacio escolar como lugar de en-
cuentro de pandillas, la gestación de otras nuevas y la relación en-
tre pandillerismo y abandono escolar.
ENTREVISTADOR: ¿Y en esa escuela había otros grupos de pan-
dillas también?
ENTREVISTADO: Sí, rivales.
ENTREVISTADOR: ¿Y cómo era la (convivencia)?
ENTREVISTADO: Pues a veces. Hubo una época en que recién em-
pezó la secundaria, a cada rato se peleaban. Yo no, yo casi no. Con
los que me juntaba ellos a cada rato se peleaban. (Yo) primero podía
pasar por todos lados, pero miraba como se peleaban a cada rato.
ENTREVISTADOR: ¿Cómo fue que te empezaste a meter? ¿Con
quién te juntabas?
ENTREVISTADO: De primero, cuando estaba… según Los Bañados
antes.
ENTREVISTADOR: ¿Pero esos eran de la Diez o de La Unidad?
ENTREVISTADO: No, de La Unidad. No, en la Diez nunca me junté
con nadie. A partir de los quince años empecé ya con… directa-
mente con meterme a una pandilla.
ENTREVISTADOR: ¿Fue cuándo saliste de la secundaria más o menos?
ENTREVISTADO: Sí, más o menos, cuando salí de la secundaria,
(…) más o menos salía de la secundaria.
ENTREVISTADOR: ¿Y eran Los Bañados?
ENTREVISTADO: No, ahí ya formamos Los Panchitos. Que hoy
existen, hoy en día.
ENTREVISTADOR: Okey, de todos esos amigos con los que estuvis-
te en la secundaria y con los que hiciste Los Bañados, ¿eso lo hiciste
en la secundaria?
ENTREVISTADO: Eso fue sobrenombre más o menos, pero no está-
bamos tan sacados así como ahorita. Nada más era un sobrenombre,
hasta que de repente ‘no, pues que Panchitos, Panchitos’.
ENTREVISTADOR: Y de esos amigos con lo que estabas en la es-
cuela ¿cuántos la abandonaron?
ENTREVISTADO: La mayoría.
54
i parte: violencia social
55
Llama la atención de la anterior cita cómo los niños en la escuela
utilizan la fama y el miedo a las pandillas para defenderse o para
atacar a otros compañeros. Esta estrategia para la interacción so-
cial también la señala alguien que vivió la experiencia desde el otro
lado, el lado del estudiante. En este caso se refiere a cómo los niños
“juegan” con la idea de pertenecer a una u otra banda y las peli-
grosas consecuencias de este “juego”. Estas consecuencias pueden
suponer una agresión por parte de la banda a la que el niño dice per-
tenecer, la agresión de alguna banda rival o que el juego se convierta
en realidad y que el niño entre a formar parte de una pandilla:
Ahorita los jóvenes en la secundaria empiezan ‘¿qué?, que yo soy de
estos y soy del otro’. Y las secundarias no le ponen un alto. Empie-
zan a ver el logotipo nomás por vivir, por decir, en una plaza. ‘Ah,
pues yo soy de los Nerds’. Tú no sabes qué consecuencias vas a tener
por decir que eres de los Nerds. Pues ellos por creerse, ya si ven las
consecuencias, pues ‘¿qué más hago?’ Ahora te tienes que atorar. Sí,
ahora soy. Porque quieren crear fama, por eso empieza la rebeldía.
(Informante 15).
Y es que cada vez que el menor sale de la escuela tiene que en-
frentar un mundo marcado por una violencia que los muros esco-
lares solo consiguen atenuar y controlar a través de la constante
vigilancia de la comunidad educativa (maestros, trabajador so-
cial, directora y prefectos). Sobre el papel para la reducción de
las expresiones de violencia en el entorno escolar y en el espacio
inmediato que circunda a la escuela, nos expone el trabajador so-
cial de la secundaria su percepción:
En el turno de la mañana hemos visto que los jóvenes tienen pena,
pena a arreglar sus problemas a través de la provocación, a través de
la intimidación; desde que me incorporé aquí, al turno de la mañana,
notamos que había cierto tipo de situaciones que incluían violen-
cia… la cual ha bajado drásticamente, pero como estamos rodeados,
la escuela está rodeada, este sector está rodeado de pandillas, pues
los jóvenes aprenden este tipo de forma para manejarse. Cuando yo
llegué, en la salida siempre había peleas afuera (de la institución).
Se esperaban para arreglar sus diferencias a la salida. Nosotros nos
percatábamos de quienes eran los jóvenes y nosotros intervenía-
mos y como que en el momento hicimos mucho hincapié en eso, y
yo veía que esto estaba pasando más frecuentemente, veía que casi
56
i parte: violencia social
57
narración nos describen eventos de violencia grupal mucho más
cruda, que se dan cuando desaparecen las instituciones. Aquí el
problema del aislamiento geográfico de la colonia, al que ya nos
hemos referido, se traduce en un retraso en la aparición de las
fuerzas públicas de seguridad, las cuales no pueden impedir el
recrudecimiento de los pleitos entre jóvenes pandilleros.
Entre alumnos la problemática de la escuela está clavada en medio
de cinco o seis pandillas, a los cuales ellos pertenecen. Sí hay mu-
chos pleitos, sí hay mucho bullying dentro de la institución. Enton-
ces, nosotros estamos al pendiente para evitarlo y los hemos evita-
do mucho, al máximo, pero de repente se nos han escapado. Pero
a veces nada más salen, nomás pisan así la puerta (y) empiezan los
pleitos. Nosotros siempre estamos pidiendo el apoyo a Seguridad
Pública municipal para que estén unas patrullas ahí afuera y eso
los detiene, pero nada más se van y le digo, empiezan los pleitos,
empiezan a agarrarse a pedradas. Yo a veces he venido los sábados,
porque pues don Francisco trae así unos proyectos de trabajo, sobre
todo en deporte, y vengo ¡y no!, he visto pleitos bien, bien feos, per-
siguiendo unos con otros con cuchillos, machetes y eso en el día, a
las diez, once de la mañana, dos, tres de la tarde. Ya en la tarde no
me he quedado. Yo me quedo así nada más a las dos de la tarde. Sí
y a veces estamos adentro y andan afuera agarrándose a pedradas,
con machetes y cuchillos. Sí, se pone feo, se pone fea la situación.
Le hemos hablado a seguridad (y) a veces viene, a veces mandan de
otras comisiones. No sé, se tardan en llegar. Cuando llegan, pues ya
se acabó el pleito. (Informante 16).
En suma, lejos de pretender establecer una relación unidireccional
entre abandono escolar y pandillerismo, es claro que nos encontra-
mos ante una problemática multifactorial. Factores como la violencia
familiar o el consumo de drogas, entre otros muchos, deberán
analizarse con detenimiento en los próximos capítulos. Respecto
a los dos factores señalados, el informante que vivió el fenómeno
de las pandillas desde dentro nos explica que:
(La violencia familiar) les baja la moral. No, ‘pos estudio, ¿pero pos
qué beneficio?’. En ese momento no se ven en el futuro, en ese mo-
mento piensan en el problema que están viviendo en casa y el pro-
blema que van a enfrentar. Entonces ellos buscan una salida, dicen
‘no, pos si voy a la prepa, de perdido estoy como… allá se están pe-
58
i parte: violencia social
5 Expresión local equivalente a irse de pinta, es decir, informar de que vas a ir a la escuela
pero no entrar.
59
3. DINÁMICAS SOCIALES EN LOS ESPACIOS
PÚBLICOS DE LA UNIDAD
60
i parte: violencia social
6 Son menciones en una pregunta de respuesta múltiple, motivo por el que la suma de res-
puestas es superior al cien por ciento.
61
que nos puede aproximar a una idea de este consumo, o por lo
menos a personas que beben: la pregunta acerca de si les parece
que tomar alcohol hace que las cosas sean más divertidas. En este
sentido, el dato que tenemos nos empuja a aceptar como válida
la asociación entre consumo de bebidas alcohólicas y descon-
trol de actividades callejeras: mientras que solo 5 por ciento de
los encuestados que afirmaron no salir de casa casi nunca, consi-
deran que consumir bebidas alcohólicas es algo divertido, este
porcentaje se triplica (15.6 por ciento) cuando responden aque-
llos que afirmaron estar regularmente en la calle entre semana
más de tres horas diarias.
Respecto al género de los jóvenes consumidores de bebidas
alcohólicas, nuestro informante 6 afirma que entre los pacientes
adolescentes que atiende CAPA predomina el género masculino
(en CAPA tienen un programa de adolescentes para los usuarios
entre 12 y 17 años). En este sentido, el único dato que tenemos
de la encuesta para contrastar esta información es el que nos
aporta la pregunta que se refiere a la percepción del consumo
de alcohol como algo divertido. Si aceptamos que las respues-
tas nos arrojan un dato aproximado sobre el consumo real, no
hemos encontrado un grado mayor de aceptación y gusto por el
consumo de alcohol entre hombres **que entre mujeres. Así, de
entre los que estuvieron de acuerdo, parcial o totalmente, con
la idea de que tomar alcohol es divertido 43.8 por ciento fueron
hombres.
Si ampliamos el análisis atendiendo a la variable género y
las actitudes mostradas hacia el problema de los estupefacientes
en general, en la tabla 5 vemos que las respuestas dadas a todos
los planteamientos referidos a esto se distribuyen con regula-
ridad entre hombres y mujeres. Las diferencias más marcadas,
dentro del tono general de equilibrio, se presentan en el gusto
por el alcohol, mayor en el caso de las mujeres por 12.4 puntos
porcentuales, y por la marihuana, mayor entre los hombres por
15.1 puntos porcentuales.
62
i parte: violencia social
No No estoy Estoy
Estoy No
estoy de de acuerdo de
de estoy de Estoy de
acuerdo con que “el acuer-
acuer- acuerdo acuerdo
con que consumo do en
do en con que en que
“Muchos de drogas que “se
que “muchos “el con-
proble- duras puede
“tomar proble- sumo de
mas a mi (Thinner, con-
alcohol mas a mi mari-
alrededor cocaína, sumir
hace alrededor huana
se arre- piedra….) drogas
que las se arre- hace que
glarían si es uno duras y
cosas glarían si las cosas
la gente de los llevar
sean la gente sean más
fumara problemas una
más tomara diverti-
menos más graves vida
diverti- menos das”.
marihua- de mi colo- nor-
das”. alcohol”
na” nia.” mal”.
Encues-
tados 43.8% 47.8% 55.1% 47.3% 48.4% 47.5%
varones
Encues-
tadas 56.2% 50.2% 40% 50.7% 50.8% 50.8%
mujeres
63
ticipantes. Una posible explicación es el sentimiento de lealtad
al grupo de referencia, lo que induce a compartir una especie de
pacto de silencio entre los participantes. De hecho, este “pacto”
fue quebrantado y cuestionado por alguna de las participantes
que aseguró ser parte de un amplio grupo de 25 amigos (es decir,
que integra una pandilla). Esta tensión entre las que quieren ha-
blar libremente y las que tratan de hacerlas callar se manifiesta
en el siguiente fragmento del diálogo:
Moderadora: ¿Hay quienes sí se drogan en este grupito?
C: Sí, todos.
E: No todos.
C: Sí.
E: No es cierto, no seas habladora.
Moderadora: O sea, ¿pero no es de que unos estén drogados o te ha-
gan consumir?
C: Ah no. No te obligan a consumir pero sí te ofrecen.
Moderadora: ¿Sí te ofrecen?
C: Sí, pero pues si tú no quieres: ‘no, gracias’; ‘ah, bueno’ y ya (…)
Fuma marihuana casi toda la colonia.
G: Toda la colonia.
Moderador: ¿Y son todos los chavitos o también grandes?
C: Los muchachos de 16 años.
E: Ya cállense.
G: Se drogan mucho.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
En lo que se refiere a las dinámicas de interacción, los jóvenes
que conforman las pandillas de La Unidad suelen reunirse en las
esquinas y en una gran plaza con forma rectangular que atravie-
sa varias calles (en diferentes tramos de esta plaza se reúnen los
Nerds, los Wainos y los Niños Cumbia). No obstante, también
es común que en ciertas casas, adentro o en la entrada, se con-
greguen para consumir alcohol, drogas o, incluso, para vender
drogas al menudeo:
Esta plaza es un sitio de reunión de chavos. Acá arriba también hay
otro sitio de reunión. Son puntos de reunión ahí afuera de casas
o en… A veces en una misma casa se meten ahí, están pues a ve-
ces drogándose o a veces pasando el tiempo de manera ociosa. Sí,
también (el narcomenudeo) es un problema de la colonia. Tenemos
64
i parte: violencia social
65
Porque si el padre de familia está todo el día trabajando para traer
un ingreso a casa y está descuidando al hijo, entonces el hijo pues
sale con toda libertad a la calle, a refugiarse con una pandilla y a
cometer delitos. O sea, no tanto robar o un delito así mayor, pero
sí por ejemplo, pelearse entre ellos. Y esto causa daños a los pa-
trimonios de los vecinos, que muchas veces no tienen nada que
ver, ¿verdad? Entonces ahí viene todo el… como que desemboca,
¿no? Porque luego los vecinos están molestos porque, ¿quién les
va a pagar los vidrios de sus vehículos, de su casa? Todas estas
cuestiones… nadie da la cara porque obviamente estos actos los
comete un grupo de jóvenes. O sea, no se puede señalar tal cuál a
uno. Acuden a CODE7 y CODE les dice: ‘es que no puedes levantar
la denuncia en contra de una pandilla, tienes que saber el nombre
y la dirección de la persona que te está causando el daño patrimo-
nial’. (Informante 12).
De las variables mencionadas que son asociadas a eventos de vio-
lencia entre jóvenes contamos con datos de la encuesta que sir-
ven para reforzar o debilitar tres de ellas: falta de control social,
alto consumo de bebidas alcohólicas y drogas y ausencia de los
padres como figura de autoridad. Antes de especificar estos da-
tos, debemos aclarar que para medir la violencia colectiva entre
jóvenes debemos quedarnos, una vez más, en el nivel actitudi-
nal, presuponiendo que los que tienen una actitud favorable ha-
cia este tipo de violencia con mayor probabilidad participarán en
eventos relacionados con esta. Además de centrar nuestro análisis
en aquellos que afirmaron estar de acuerdo, parcial o totalmente,
con la afirmación de que “es normal que los grupos de jóvenes se
peleen, pues siempre hay que defenderse”, también hemos con-
siderado la variable “cantidad de amigos con los que se suelen
reunir en la calle”; pues, como vemos en la Figura 5, hay una cla-
ra correlación positiva entre la cantidad de amigos y la actitud
favorable hacia la violencia grupal juvenil.
66
i parte: violencia social
8 Para tener un indicador lo más objetivo posible del grado de control que los padres ejercen
sobre sus hijos preguntamos en los grupos de discusión que realizamos en la secundaria por
el número de horas que los días entre semana el menor suele estar en las calles de su colonia,
fuera del área de influencia de sus padres sobre sus acciones. En este sentido, pudimos com-
probar cómo muchos de los participantes, tanto hombres como mujeres, ven en su estancia en
la calle una forma de evadir la presión o la imposición de normas por parte de sus padres. Esto
lo apreciamos en los siguientes comentarios, en los que incluso podemos ver cómo el hecho
de no salir de casa es asociado a un comportamiento normativizado y responsable (“soy niña
buena”). También aparece en los fragmentos seleccionados otro problema ya mencionado: el
de los padres ausentes por estar trabajando para cubrir urgencias económicas.
“Yo no salgo (…) Es que soy niña buena”.
“(Prefiero salir) Porque en la casa se la pasan trabajando y pues estoy sola nada más viendo
Bob Esponja”.
“(En casa) nada más, pues me quedo dormida y me despierto y eso es todo lo que hago en
todo el día”.
“(Me gusta más la calle) no sé, porque camino más seguido y me distraigo”.
“Porque yo hago todo lo que yo quiero”.
“Me la paso más a gusto que en mi casa”.
“(Prefiero estar) en la calle porque mi mamá nada más me está molestando ‘ponte a recoger’ y
67
tabla 6. correlaciones entre estructura familiar,
estupefacientes y violencia juvenil
CONSIDE-
CONSI-
PASA MÁS CONSIDE- RA QUE ES
DERA TIENE
DE 2 HO- RA DIVER- NORMAL
DIVERTIDA MÁS DE 10
RAS EN LA TIDO EL QUE LOS
LA MARI- AMIGOS
CALLE ALCOHOL JÓVENES SE
HUANA
PELEEN
Familia
54.7% 7.1% 6.2% 29.2% 23.3%
biparental
Ausencia de
padre y/o 53.5% 10.8% 10% 33.6% 29%
madre
ya recogí, pero quiere que vuelva a recoger lo que hago. Nada más hago mugrero y quiere
que luego luego vuelva a limpiar. Por eso mejor en la calle, está más chido porque nada
más como quiera”.
“Disfruto estar más en la calle”.
“Porque en la casa te dicen ‘ponte a recoger’, ‘trae esto’, ‘trae el otro’, ‘haz esto’”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
Moderador: ¿A ustedes qué les gusta más? ¿Estar en su casa haciendo lo que les gusta o les
gusta estar en la calle? ¿Qué prefieren?
Varios: En la calle.
Moderador: ¿Hay cosas que pueden hacer en la calle que no pueden hacer en la casa?
H: Sí…
E: Decir dos tres maldiciones.
A: Hablar de las morritas.
C: Cotorrear acá de diferentes maneras.
Moderador: ¿En su casa no se puede?
D: Hablar de cosas que nada más se puede con los amigos.
C: Está la mamá ahí.
D: Pues si estás ahí con la mamá, pues no.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
68
i parte: violencia social
69
Por último, en lo que se refiere a la correlación entre el consumo
de bebidas alcohólicas y drogas y la participación en eventos de
violencia entre jóvenes, si cruzamos las respuestas que repre-
sentan actitudes favorables hacia el consumo de estupefacientes
con las que remiten a actitudes favorables hacia la violencia gru-
pal entre jóvenes, la correlación es bastante clara. En la Figura
6 vemos que quienes consideran divertido consumir bebidas al-
cohólicas y fumar marihuana se decantan claramente hacia la
creencia de que es normal que los grupos de jóvenes se peleen.
No podemos afirmar con total seguridad que los que presentan
estas actitudes incurran en las conductas correspondientes (que
consuman alcohol, marihuana y que participen en peleas grupa-
les juveniles), no obstante, consideramos que la probabilidad de
que esta correspondencia entre actitud y conducta se dé es alta.
70
i parte: violencia social
71
Respecto a la influencia del ambiente vecinal como transmisor y
normalizador de la violencia entre los más jóvenes, a pesar de que
son más los encuestados que han considerado a sus vecinos como
respetuosos, un elevado porcentaje de ellos los percibe como con-
flictivos: 36 por ciento de los encuestados considera muy o bas-
tante respetuosos a sus vecinos, frente al 29.8 por ciento que los
considera muy o bastante conflictivos. Para ver qué tanto esta
percepción se transforma en actitudes favorables a la violencia,
en la tabla 8 comparamos los porcentajes de los que consideran
conflictivos a sus vecinos y los que no lo hacen en lo que se refiere
a los tipos de violencia que les planteamos en la encuesta. Vemos
en esta tabla que la mayor parte de los tipos de violencia plantea-
dos (familiar, de género, grupal-juvenil y violencia en términos
generales) presentan porcentajes superiores en el caso de los que
consideran conflictivos a sus vecinos. No obstante, la diferencia
en los porcentajes no es muy amplia, oscilando entre los 4.6 puntos
(en la violencia juvenil) y los 0.2 (en la violencia en general), lo que
nos lleva a concluir que sí hay un proceso de transmisión o apren-
dizaje de conductas observadas en el ambiente social, pero que su
capacidad de influencia no es tan fuerte como otros factores. Por
último, el hecho de que la violencia institucional ejercida por la po-
licía sea justificada en mayor medida por los que consideran respe-
tuosos a sus vecinos, sugiere cierto alejamiento de las instituciones
que representan la normativización de la sociedad por parte del
sector poblacional que considera conflictivos a sus vecinos.
72
i parte: violencia social
73
ron seleccionados por el responsable de la escuela alumnos que
consideran especialmente problemáticos).
Ahora bien, de manera concreta, por ejemplo, en el grupo de
hombres del turno vespertino afirman que la policía siempre llega
tarde a las peleas que se dan entre pandillas (“nomás llegan pre-
guntando qué pasó y se van”). En el siguiente fragmento del diálo-
go se ve cierta contradicción en el sentimiento que provoca en los
participantes de este grupo la existencia de la policía, pues en un
momento reconocen su necesidad, pero en otro se contradicen a sí
mismos por no parecer que están del lado de la autoridad:
Moderador: ¿Ustedes ven que la policía hace un buen trabajo?
B: No
Moderador: Entonces ¿qué pasaría si no hubiera… si no existiera la
policía?, ¿cómo sería?
C: Habría más desmadre
A: No tuvieran nada en la casa de empeño
Moderador: ¿Qué piensan ustedes de los de la poli en general?
B: Que no sirven pa nada
M: Pero ¿no decían que si no estuviera estaría peor?
E: Pues sí, es lo mismo, como si no estuvieran.
[Grupo de discusión Hombres Turno Vespertino]
En el grupo de discusión compuesto por estudiantes varones del
turno matutino critican a los policías porque, según su percep-
ción no cumplen su función cuando son requeridos, actúan en
función de estereotipos y pueden cometer abusos. También ase-
guran que a ellos no les afecta su presencia, que no les “asustan”
(de nuevo, como en el grupo anterior, se establece una rivalidad o
actitud de rebeldía propia de la edad adolescente).
Moderador: Y ustedes ¿qué piensan de la policía?
A: Cuando los ocupas ni están y luego cuando no…. ahí están pase
y pase.
E: Y agarran a las personas que no son.
A: Y a las que tienen que agarrar no.
D: (…) Los ministeriales los pusieron a hacer lagartijas y sentadillas
(a unos chicos de la colonia), nada más pa fregar, pero se pasan.
A: A veces abusan del poder.
C: No preguntan, nada más te ven vestido tumbadillo o algo ‘sobres,
pum…’
74
i parte: violencia social
75
o hay algo así fuerte, pasan como media hora después” [Grupo de
discusión Mujeres Turno Vespertino]. Asimismo, también seña-
laron otras percepciones negativas sobre la policía:
Moderadora: ¿Qué piensas de la policía?
C: Es muy corrupta.
A: Que bueno, cuando son peleas ni están… allí llegan cuando se aca-
bó todo el problema, y cuando de verdad tienen que estar no pasan,
se quedan parados allí, no hacen nada, no agarran a nadie y cuando
agarran hasta los confunden en las peleas. Entonces haz de cuenta
de que ¿por que tienen ese trabajo si lo van hacer mal?
E: Que no sirven para nada.
D: Que a veces agarran a personas que ni en cuenta y a las que deben
agarrar ni las agarran.
(…)
C: Luego se paran, se llevan a los que se llevan, luego se paran en (…)
donde nadie los vea y los golpean bien feo.
D: Sííí.
Moderadora: ¿Qué opinan de la actuación de la policía?
B: Que son muy malas personas, que hablan bien feo.
D: Que son bien agresivos.
(…)
D: Está mal porque como le digo con la que la deben usar ni la usan
y con otras personas que nada que ver.
G: Está mal. Está mal, (creo) que no deben de usar la violencia… o
sea, que a veces sí, pero a veces no.
F: Estoy en desacuerdo (con la policía), porque son personas que no
piensan en cómo hacer las cosas, son muy violentos y no utilizan la…
lo que realmente deberían de usar cuando uno necesita de su ayuda.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
“No hacen nada”
“Se quedan dormidos”
“Y cuando los necesita no van”
“Hay veces que se disfrazan de policías y realmente no son (…) o sea,
no he visto pero sí me han contado.”
“No sirven para nada”
“Ocupamos más a los pandilleros que a esos; -Ah sí, a veces cuidan
más los pandilleros que ellos”
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
76
i parte: violencia social
77
jeto normalizado y fuera del área de influencia del grupo, invaria-
blemente va a encontrar resistencia y mecanismos grupales que
tratarán de retenerlo. Hasta tal punto llega el poder de atracción
del grupo de referencia que en ocasiones el sujeto debe plantearse
la mudanza más allá de la colonia, a pesar del apego que siente por
la misma. Este es el caso del antiguo pandillero que nos narró su
experiencia personal en La Unidad:
Pues antes sí me gustaba mucho (vivir en La Unidad), ahora ya no.
Ya muchos problemas, como tuve mala fama (por colaborar con las
instituciones municipales), ya no me gusta, bueno, ya no me gusta
pa vivir en mi colonia. Ya quisiera otra casa para poder vivir en otro
ambiente y ya con el ambiente que hubo en La Unidad… por los pro-
blemas, ya no se vive igual (…) A lo mejor (sigo teniendo conflicto).
no contra ellos (antiguos compañeros de pandillas) pero a lo mejor
ellos contra mí sí (…) Pues mucha gente ya te empezó agarrar más
coraje, porque como vieron que uno sí puede cambiar (y) ellos se
quedan estancados; ellos lo que quieren es perjudicar a uno para
que caiga y ese es el motivo que uno dice ‘no, pues me evito todo
contacto con ellos para poder rodear y tener algún otro problema
contra’. Porque, pues problemas tuve con ellos, siempre tuve con
ellos problemas. (Informante 15).
Este mismo informante identifica un punto de inflexión en el que
el integrante de la pandilla la suele abandonar: el momento en el
que tiene su propia familia (aunque el poder de influencia y de
atracción del grupo sobre el sujeto se sigue ejerciendo). En este
sentido, llama la atención, en la siguiente cita, la línea de respeto
que existe hacia la vida privada del sujeto (“no se meten mucho
con uno ya en lo personal”), lo que implica que los problemas do-
mésticos, ya sea de violencia familiar o de otra índole, se quedan
en casa, no se comparten con los compañeros de pandilla, a pesar
de la “fraternidad” que les une.
Otros ya se fueron a otras partes a vivir, porque saben que estan-
do ahí ellos nunca los van a dejar. Porque quieren que caigas en la
misma cosa que ellos están. No, ellos no están felices (…) Ya no te
dicen nada si tú te desafanas, pues ellos mismos dicen ‘ya no quiere
pedos’, ‘ya cada quien lo suyo’, por si no se meten mucho con uno
ya en lo personal. Así son las bandas, la mayoría no se meten mu-
cho. Primero te empiezan a decir, ‘cabra, ¿qué?’, de primero, pero ya
78
i parte: violencia social
79
todavía le hablas?’ (le preguntan). Pues dices ‘no, ¿qué pedo?’. No
rencor, no le tienes rencor, pero ya lo haces como una persona que
no conoces, una persona ya fuera de tu mundo, que si lo ves dices:
ya no existe para ti.
Dos ideas subyacentes encontramos en la anterior narración. En
primer lugar, la importancia decisiva de la confianza en “el otro”.
Parece que en el seno de la propia pandilla es en el único lugar don-
de el sujeto puede encontrar un espacio de confianza que reduzca
la ansiedad, la tensión y la incertidumbre que produce conceptua-
lizar al otro como un permanente enemigo. La segunda idea que
extraemos de la cita es la gran dificultad (o imposibilidad) de es-
tablecer una convivencia armónica y funcional con aquellos que
fueron catalogados como “enemigos”, de tal modo que el mejor
de los escenarios posibles es aquel en el que se respeta al otro
ignorando su existencia y asumiendo que nunca formará parte
del propio mundo social (literalmente, “una persona ya fuera de tu
mundo”). Esta idea de la exclusión del propio mundo social como
solución positiva (pues la alternativa es la confrontación violenta
constante), vuelve a aparecer en otro momento de la entrevista a
nuestro informante, aunque esta vez referido a la relación grupal
entre pandillas, no entre individuos concretos.
(Se acaban los conflictos entre dos pandillas) porque ya los empie-
zan a tirar a león, ya como que ya no los hacen en su mundo ni ellos
tampoco. Te los topas y no te dicen nada tampoco y ya (…) Ya das
a entender que no quieres nada. Igual si te los topas tú, si ellos te
topan, porque así es, tú primero y luego ellos te van a topar y tú
los tiras a león, ellos después te van a tirar a león, empiezan a cal-
marse, te empiezan a tirar a león. Así empiezan, ya duran dos, tres
meses a león… que cuatro (meses): ya te los empiezas a topar como
si nada. (Después de esta etapa en la que te topas al antiguo rival
“como si nada”) A lo mejor no cae (el encuentro) tanto en su barrio,
pero se empiezan a topar en otras partes, un trabajo o equis cosa
(y ahí) empiezan a cotorrear más. Sí, porque ya vives que… ya em-
pezó una falla, una paz ya permanente de que no… pues ya, ni los
haces en tu mundo ni te hacen en tu mundo y ya, ya los empiezas a
ignorar. (Informante 15).
En el fragmento anterior también aparecía el espacio laboral, fuera
del área de influencia de la colonia, como posibilitador de una in-
80
i parte: violencia social
81
es percibido por: integrantes de su antigua pandilla, miembros
de pandillas rivales, padres de pandilleros, vecinas (seguramente
agraviadas en el pasado) y policías que ahora son sus compañeros
de trabajo. Lo que leemos tras esos rumores y habladurías acerca
de sus acciones es un intento del colectivo de recuperar al ele-
mento perdido por el cuerpo social, proceso de autodefensa en el
que se juega con un factor clave: la fama.
Un martes que venía a trabajar (al municipio), vi una pelea ahí en-
tre los mismos… bueno, de la diferente banda de los Cuadra Loca
con dos de los Panchos y yo iba a agarrar el camión y me crucé en
frente para agarrar la (ruta) 316 que pasa en Libramiento, porque ya
se me andaba haciendo tarde y se empezaron a pelear y uno me la
engruesó ¿verdad?, me la hizo de pedo. Pero yo lo ignoré, lo ignoré
porque ya no me puedo… ya, en pocas palabras, uno ya no quiere
problemas. Me la hizo de bronca (y) lo ignoré. Pasó el camión y lo
agarré y empezaron a levantar falsos, la misma persona que me
la hizo de bronca, me empezó a levantar falsos. Paró una patrulla
(y) empezó a decir que yo andaba y que yo lo andaba… después de
20 minutos que yo estaba aquí él decía que apenas ahorita. De pri-
mero sí (me afectó), porque estaba por radio y pues está el general
y varios policías a veces no creen en ti y otros sí. Así que tú estás
entre la espada y la pared y… al señor lo hicieron venir y el señor no
sabía que era yo. Él decía que (menciona su nombre) y como yo soy
(menciona su nombre), él decía que (menciona su nombre) era (…)
No sabía que era yo y lo bueno que estaban todos. Y cuando llegó el
señor yo lo entrevisté, porque él dijo es que hay uno de Prevención
(del delito) que anda en pandillas y yo entonces yo ya tenía la idea,
porque ya había escuchado por radio, todos teníamos la idea y ya lo
empecé a entrevistar: ‘¿cuál es su nombre?’, los datos generales… Lo
empecé a entrevistar y dijo que (menciona su nombre) andaba y le
pregunté ‘¿(menciona su nombre) que le hizo?’, ‘no, quería pescar a
mi hijo y que lo quería encerrar y luego me fue a hacer daño en mi
casa’ y luego le pregunto yo ‘¿cuántas veces usted ha visto a (men-
ciona su nombre) en los pleitos?’; ‘No… el sábado también lo vi en la
noche, lo he visto varias veces’; ‘¿Ah, usted ha visto varias veces a
(menciona su nombre)?’ y dice ‘sí, yo lo he visto varias veces’. ‘Ah,
ok, ¿pero usted que pide en contra de (menciona su nombre)?’; ‘no,
pues lo que es, que me pague y que pague lo que me esté causando’
y yo le dije, ‘ah, ok, está bien, y ¿usted vio a (menciona su nombre)
82
i parte: violencia social
que andaba en este momento en esta riña?’; ‘sí, yo lo vi’ (…) ‘Ah, en-
tonces… pero ¿si usted sí vio a (menciona su nombre)?’; ‘sí lo vi’; ‘ah,
bueno, ahorita le vamos a traer a todos los chavos que trabajan aquí
y ahorita me identifica quién es (menciona su nombre)’, pero yo
era (…) y él no sabía que yo era. Y dice ‘sí, yo te digo quién es (men-
ciona su nombre)’. ‘Ah, bueno, porque en este momento le vamos a
mandar hablar, porque usted está poniendo una queja, entonces se
va a meter su demanda porque usted está viéndolo y usted vio que
le quebró… le hizo unos daños e iba a pescar a su hijo, pues tiene
todo su derecho, ¿sí?’; ‘sí’… y luego le digo… y ‘le voy a dar una infor-
mación… la persona que usted está nombrando soy yo’ y se quedó
frío. Y entonces me dice ‘no, no, discúlpame. Estaba mintiendo’. Le
digo ‘es que usted me está perjudicando en mi trabajo señor’. Y no
es la primera vez. Ya van varias señoras que también dicen, dicen
y gracias a ellos muchos policías se ponen en contra… de que uno
también anda. Y no es cierto y ya el señor me pidió disculpas… pues
yo se las tengo que aceptar . Nada más tú te pones a pensar y em-
piezas a decir: ‘hay tantas personas que quieren hacerte daño y no
te das cuenta, hasta que tú mismo teniendo la persona… ya te das…
te imaginas cuántas personas no habrá así (…) (Es) uno de muchos
y él mismo dijo que varias señoras también dijeron que dijera mi
nombre. (Informante 15).
83
Se quieren meter en problemas y ya cuando les dices ‘ponte al tiro
güey, porque no creas que el problema te va a quedar un día’. Hay
una frase que dice ‘crea fama y échate a dormir’, pero esa fama ellos
muchos dicen ‘no, pos ya tengo fama, ya no puedo hacer nada’. No,
lo que te da a entender es que aunque tú no andes, tú vas a tener pro-
blemas, porque van a decir que tú fuiste. Dice (el refrán), ‘échate a
dormir’. Lo que te da a entender es que aunque tú no andes, tú vas a
tener problemas. Pero ellos no lo ven de esa manera, ellos piensan
que crea fama, haz el desmadre y tú namás miras. (Informante 15).
La otra cara de la moneda de la fama creada es la percepción positi-
va que el joven recibe por parte de sus pares, lo cual puede llevarle
incluso a una posición de liderazgo. Tal es el caso de nuestro infor-
mante, quien lideró durante años una de las pandillas más fuertes
de la colonia. En el siguiente fragmento de la entrevista, en el que
narra cómo comenzó a ganarse esa posición, aparece una idea inte-
resante respecto a su interiorización de la situación y del modo en
el que es percibido: la superación interna de la imagen proyectada
(“sabías que no es verdad lo que ellos dicen”) y la relativización de
la fama y del liderazgo que conlleva (“no lo tomaba muy en serio”).
Así, el admirado líder se caracteriza como alguien consciente de su
propia debilidad y de la necesidad de gestionar psicológicamente el
miedo generado en situaciones de extrema tensión.
Ya te empiezan a respetar y tú te das cuenta cuando ya te empie-
zan… así, como que le llaman la barba. Ya te empiezan ‘ah, que chido
acá’, ‘que tú, este morro que quiere…’. (Lo de ser líder) no lo toma-
ba muy en serio, pero tú te dabas cuenta porque siempre decían ‘el
(menciona su nombre)’, ‘el (menciona su nombre)’, ‘el (menciona
su nombre)’ y ya. Pero tú lo ignorabas, porque tú en realidad sabías
que no es la verdad lo que ellos dicen… porque hay un momento
que también tenemos miedo. Porque tú no sabes que va a pasar en un
riña. Puedes perder o puedes ganar, o una pedrada te puede pegar
en un ojo o equis cosa. Eso es lo que no miden ellos. Piensan que a
mero adelante en la riña, porque andábamos adelante y no andá-
bamos, porque queríamos andar, sino que teníamos miedo de que
si pescaban a uno de nosotros ¿qué íbamos a hacer? Entrábamos a
la riña con miedo. Si estábamos violentos, sí, pero con un miedo...
(Creo que todos tienen miedo, porque) si uno tiene miedo, todos de-
ben de tener miedo, aunque tengas mucho tiempo en riñas. En riñas
sabes que en las pedradas te va a tocar una y todos tienen miedo.
84
i parte: violencia social
Ninguno que diga ‘ah yo soy chingón’, ‘yo mero adelante’… sí vas a
andar adelante, pero tiene un miedo. Y no siempre es verdad del
que dice ‘yo mero me la fleto’. No es cierto, porque el que habla más
es el que menos actúa y el más callado, que siempre dice es el que
más actúa. Y nosotros éramos así, callados. Nosotros decíamos ‘es
puro pedo lo que dicen’. Lo negábamos. (Informante 15).
La percepción del líder y la actitud de respeto hacia él van más
allá de la relación con los compañeros de pandilla. En este senti-
do, nuestro informante también se refería a cómo era percibido
tanto por las nuevas generaciones de su antigua pandilla como
por miembros de pandillas rivales. El cambio generacional apa-
rece aquí marcado por la tensión entre los antiguos y los nuevos
pandilleros, pero indudablemente condicionado por el valor del
respeto al considerado fuerte y del peso de la fama (que imagi-
namos puede desembocar en la constitución de leyendas). Este
mismo respeto al fuerte también determina la interacción del lí-
der con pandillas rivales (rivales en lo territorial, pero, al fin y al
cabo, sostenidas por los mismos valores).
Empezaron a entrar nuevos (en su pandilla) y empezaron a usar otra
estrategia y ya tú los empezaste a ignorar, a ignorar. Si te conocían,
de que hablaban de ti, ‘ah, ese güey era gacho’ o así… Pero ya nada
más hablaban. Ya nada más queda tu fama y empiezan a hablar de ti
y ya tú ya empiezas a ignorarlos, ya sin darle importancia a las cosas
(…) ‘Ah, ¿cómo va a ser ese güey uno de los chidos?, no lo puedo
creer, si se ve que está muy menso’ o así ‘ah güey, pues se ve que ni
tira’; eso es lo que me imagino que pensaban (los nuevos pandilleros
de mi) (…) (Aunque) sí te respetaban, porque sí hay un respeto como
‘oye güey, calmado, no te estés braveando’ (…) La mayoría de ahí (de
otras pandillas) también ante mí… sí me respetaban (…) ‘Ah, este
bato no, pues si tira güey’, ‘sí, se ve que sí tira’, no, ‘pues él tira y yo
también y como nos toque…’. Pero tú sí lo respetabas, no de respeto
de que ‘ah, ¿qué onda?’, no de que ‘yo sé cómo es y a lo mejor si me va
a dar un tiro’. Es una forma de tener un respeto de que yo sé que tú
fuiste culero, pues no también fue y pues cada quien su cotorreo. ‘Te
respeto, me respeto y cada quien su vida’. (Informante 15).
Consideramos que es relevante analizar y dar a conocer estas di-
námicas intragrupales, pues la energía colectiva que alimenta las
acciones de las pandillas juveniles puede ser reciclada y canaliza-
85
da hacia la intervención social constructiva. De nada sirve satani-
zar un fenómeno tan extendido como necesario, asentado princi-
palmente sobre la búsqueda adolescente de identidad social en un
contexto y unas circunstancias que limitan sus opciones vitales al
mínimo exponente. Así, creemos que la comprensión de los pro-
cesos de liderazgo informal, así como la identificación de los valores
que subyacen a las lógicas grupales se debe convertir en tarea inelu-
dible para el planteamiento de acciones y políticas públicas orien-
tadas a la inserción social de estos jóvenes. Por ejemplo, se pueden
empezar a construir propuestas de intervención social a partir del
desarrollo de valores arraigados en la lógica de la pandilla, tales
como el compañerismo, la solidaridad, la lealtad, la capacidad de
sacrificio o la valentía (o bien la capacidad para la superación del
miedo sin caer en la parálisis). Estos coinciden plenamente con va-
lores centrales de la cultura militar, motivo por el que las iniciati-
vas que Prevención Social lleva a cabo para la inserción social de
estos jóvenes a través de la conformación de grupos deportivos
con disciplina de tipo militar están teniendo notable éxito.
En la siguiente cita, donde el informante explica la prepara-
ción intelectual de las confrontaciones con bandas rivales, apa-
recen otros valores que sustentan un liderazgo pandilleril y son
también muy apreciados en el mundo castrense. Se refieren a la
capacidad para la toma de iniciativas o a la capacidad de planifi-
cación y de elaborar estrategias que conduzcan a acciones colec-
tivas exitosas. Se crea así el liderazgo carismático, la confianza
en que la guía de un líder determinado garantiza que en el asalto
o en la defensa se minimice el daño en el propio grupo.
Te empezabas a pelear, a aventar tiros con otros y la empiezas…
Por decir, estrategias. Empiezas a analizar cómo entrar un barrio,
poderles partir su madre y salir sin que nos hagan tanto daño a no-
sotros (…) Tenía mis planes y decía… no, pues me ponía a pensar
‘no, pues si vamos a reventar pues tenemos que entrar de este lado,
porque este lado no se puede’. ‘Nomás que hay que siempre estar
mantenidos de firmes. De que ‘para delante, para adelante’ y si se
regresa uno, si… no sé, si se queda uno, hasta que se regresen todos
teníamos que salir. Y así era, así empezamos. Ya todos (decían) ‘so-
bres’ u otro tenía otra idea (y yo decía) ‘no, pues vamos a integrar-
lo… no pasa nada’. Pero antes de reventar planeábamos (…) A veces
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i parte: violencia social
87
Otros liderazgos, más allá del mundo de las pandillas, que las
instituciones pueden aprovechar, y de hecho lo hacen, son los que
desarrollan ciertos actores sociales (ya adultos) caracterizados por
su sensibilidad social e iniciativa para dinamizar un cambio social
hacia la normalización. Algunos de estos actores han sido ya cap-
tados por instancias municipales para el desarrollo de programas
públicos, con la inmensa ventaja que supone el conocimiento que
tienen de la colonia “desde dentro”. Tal es el caso de dos de nuestros
informantes (números 1 y 2), vecinos destacados por su labor co-
munitaria por propia iniciativa (aparte, nuestro informante 13 se-
ñalaba, por ejemplo, un vecino “que tiene un negocio, en una esqui-
na, es como una dulcería, tienda de abarrotes. Aparte, arriba, tiene
un gimnasio. A él le gusta ayudar” o a los jueces de barrio).
En este sentido, nuestro informante 2 se refiere a la existencia de
ciertas estructuras organizativas, más o menos formales, de vecinos
con capacidad de influencia, lo cual resulta muy pertinente para la
movilización de conciudadanos y su participación en las iniciativas
institucionales para el mejoramiento de los problemas de desviación
que caracterizan la vida en la colonia. Por otra parte, nuestro infor-
mante se presenta a sí mismo como canal de comunicación con ca-
pacidad para mediar entre la representación municipal, en este caso,
Prevención del Delito, y las pandillas, a través de sus líderes.
En cada cuadra, nosotros tenemos una persona. Por ejemplo, en cada
sector, nosotros tenemos aquí dos personas que en dado momento…
tenemos jueces que tienen ese poder de convocatoria. Porque se han
elegido esos perfiles, gente que en dado momento tenga influencia con
otros, que mueva más gente (…) Sí porque no podemos poner gente que
sea conflictiva, claro hay sus excepciones, hay uno o dos que no cum-
plen con ese perfil, pero la mayoría de la gente está ahí. Yo te conozco
a cada uno de los líderes de las pandillas y como nos hemos ganado
el respeto de siempre (…) Por ejemplo, si llega (menciona el nombre
de pila del director de Prevención del Delito)… les dice y le dicen que
sí, pero no le dicen cómo. ¿Sí me entendiste? Porque ya no por el mal
trabajo que haya hecho (menciona el nombre de pila del director de
Prevención del delito), sino porque el trabajo anterior, así se hizo ‘pro-
metiste y no cumpliste’. Yo fui el primero que hizo un convenio de paz,
aquí, en Escobedo y ¿sabes por qué nunca ha resultado? Porque no se
les dio seguimiento, no se le metió. (Informante 2).
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i parte: violencia social
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geográfico y a una generalizada inseguridad pública. La relación en-
tre estas dos variables es señalada por nuestro informante 6, quien
menciona cómo el alejamiento de la colonia hace que ante cual-
quier emergencia los servicios públicos, ya sean bomberos, policía
o ambulancias, tarden mucho en llegar. No obstante, en esta misma
cita vemos cómo sí hay presencia de las instituciones, con progra-
mas como el que se implementó para que las fachadas de las casas
se viesen bien pintadas. En este sentido, la percepción, de este y
otros informantes, es que las condiciones materiales y estéticas de
la colonia son relativamente buenas, no destacando situaciones de
infravivienda, sino que los vecinos cuidan y arreglan bien sus casas.
Otras colonias están más feas, feas en daños, en la pintura, desarre-
gladas, gente que no cuida su casa y no, a mí me parece que las se-
ñoras de La Unidad cuidan sus casas. De hecho hace como unos dos
años en alguna ocasión escuché también una junta del municipio
un programa que traen a donde llegaban y te pintaban la fachada de
tu casa. Entonces esas cosas pues están muy padres y creo que esas
cosas funcionan. No me parece que sea una colonia descuidada. O
sea, que ahí el ambiente está muy feo, pero sí me parece que por la
ubicación geográfica que tienen. Como están hasta el final, cerca
del río, cerca del libramiento, eso hace que como de alguna forma
esté como aislada. Entonces, por ejemplo, si (hay) una emergencia,
los bomberos tardan en llegar, la policía tarda en llegar, la ambulan-
cia tarda en llegar. Entonces esa parte es la que yo creo… bueno, las
calles están igual de feas que en el centro de la ciudad de Monterrey.
Ahí sí, eso es generalizado, pero creo que es una colonia en la que se
podrían hacer muchas cosas con la gente. (Informante 6).
Tanto la anterior informante como el que sigue señalan que los es-
pacios públicos tienen un nivel aceptable, lo que no obsta la exis-
tencia ya mencionada de lugares abandonados o no urbanizados
propicios para la comisión de delitos como el narcomenudeo. En
lo que se refiere al problema de la inseguridad, el informante 8 sub-
raya el problema de la percepción del riesgo que, a su modo de
ver, genera cierta psicosis colectiva.
Temas de seguridad, que tienen que ver con temas de prevención
(…) Nos sigue pegando el tema de percepción: aunque no haya algún
delito, la gente se sigue sintiendo insegura dentro de La Unidad:
“que pasan carros enfrente de mi casa”; “sí señora, pasan carros
90
i parte: violencia social
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disfuncionales o que son ya de segundo matrimonio o gente así.
‘No, es que no es su papá. Este es hijo de mi anterior matrimonio’ o
viven con las abuelitas. ‘¿Y su mamá dónde está?’, ‘no, pues es que
ella se fue a trabajar a otro lugar y me dejó los niños, pero ella me
manda dinero’, ‘¿y usted se hace cargo?’, ‘sí’. O ‘se fue a vivir con
otro’, equis y ‘me dejó aquí a los niños’. Entonces, ya escuchas esas
cosas, esos entornos. O si no la violencia, que a veces se vive tam-
bién entre las mismas parejas que vienen aquí y la reflejan. ‘No, es
que si usted supiera cómo me trata’; ‘por eso señora’, entonces ¿qué
es lo que va usted a hacer?’ ¿No?, no hacen nada. O sea sí, entre la pa-
reja ya lo ven (la violencia) como algo muy normal. (Informante 11).
Respecto a la generalidad de esta situación de desestructuración
familiar, según los datos obtenidos en la encuesta, detectamos que
19.9 por ciento de los estudiantes del turno vespertino viven solo
con su madre, el 4.5 por ciento solo con su padre, 7.1 por ciento sin
ninguno de los dos y 10.8 por ciento con la madrastra o el padras-
tro. En el turno matutino descienden todos los porcentajes de es-
tas situaciones familiares alternativas: 13.1 por ciento viven solo
con su madre, 1.1 por ciento solo con su padre, 5.2 por ciento sin
ninguno de los dos y 5.6 por ciento con la madrastra o el padrastro.
Por otra parte, según los resultados de esta encuesta, la propo-
sición de que la desestructuración familiar suele ir acompañada
de violencia intrafamiliar debe ser relativizada. Si nos centramos
específicamente en la violencia de género, entendida como una
faceta de la familiar, en el universo que estamos estudiando sí hay
una mayor aceptación de la violencia del hombre hacia su esposa
entre los que viven sin el padre, sin la madre o sin ninguno de
los dos, siempre dentro de valores relativamente muy bajos, pues,
este tipo de violencia es el que más rechazo generó entre los en-
cuestados. Concretamente, frente a 4.4 por ciento de los encues-
tados que viven con una familia biparental que considera acep-
table este tipo de violencia, el porcentaje asciende hasta 6.8 por
ciento entre los que viven sin la madre, el padre o los dos. Relati-
vizamos la proposición porque cuando nos fijamos en otra faceta
de la violencia familiar, la que ejercen los padres sobre los hijos, el
resultado de la comparación se invierte. Así, ahora serán los que
viven con familia biparental los que se muestran más tolerantes
respecto a la violencia ejercida sobre los hijos como método de
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i parte: violencia social
93
partes y aquí dejan al vecino como tutor, pues a lo mejor los estas po-
niendo en un riesgo muy alto, por si les llega a hacer algo (…) Y pues
eso, eso es obvio que nos traen muchos problemas (…) Porque los
muchachos al momento de estar desintegrados del núcleo familiar
es obvio que vienen con muchas problemáticas, y esas problemáti-
cas externas influyen para su formación como alumnos (…) A veces te
pones a platicar con ellos y aquí, en confianza, te empiezan a decir
‘no, pues es que mi mamá, mi papá…’ y luego ‘mi mamá trabaja en las
noches y mi papá no trabaja’ o ‘no está mi papá’… Te platican muchas
cosas. Pero sí hay… digo, ustedes han de saber que la desintegración
familiar está fuerte en estas áreas. (Informante 16).
Para dar respuesta empírica a la hipótesis de nuestro informan-
te respecto al problema del abandono escolar, dado que la pobla-
ción a la que aplicamos la encuesta se compone por estudiantes de
secundaria en activo, no tenemos datos sobre deserción escolar
consumada. No obstante, en esta encuesta identificamos varios
indicadores de posibles futuros abandonos. Concretamente, he-
mos diferenciado los siguientes: la realización de tareas como una
de las actividades más frecuentes que desarrollan en el hogar, tanto
en soledad como cuando están con sus padres, los que mencio-
naron que estudian porque les gusta hacerlo y los que lo hacen
porque sus parientes les obligan. En la tabla 9 vemos que la mayor
parte de los indicadores seleccionados favorecen a los que viven
en familia biparental (5.6 puntos más para realización de tareas,
3.2 para realización de tareas con los padres y 2.9 puntos por de-
bajo los que estudian porque les obligan en su casa). Solo mues-
tran valores más positivos los que viven sin el padre y/o la madre
en el gusto que muestran por estudiar (1.6 puntos por encima).
94
i parte: violencia social
Fuente. Elaboración propia.
95
figura 8. relación entre estructura familiar y grado
educativo que cree que alcanzará
96
i parte: violencia social
97
la realización de tareas en casa por cuenta propia; 1.9 puntos por
encima respecto al gusto por estudiar; 3.2 puntos por debajo los
que dicen estudiar porque les obligan.
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i parte: violencia social
está bien’ ¿verdad? Algunas (veces) sí veo como que hay algunos pa-
pás que dicen ‘sí le voy a dar hasta la prepa’. Pero si su nivel econó-
mico no… a veces no da para ese siguiente brinquito que quisieran
ofrecerles a sus niños ¿verdad? (Informante 11).
Contrastemos los resultados de la encuesta con la idea que relaciona
la baja escolaridad de los padres con el abandono escolar de los hi-
jos. En la Figura 10 apreciamos la distribución del nivel educativo
de los padres de los encuestados, tomando en cuenta el máximo gra-
do de estudios obtenido por alguno de los dos, o por los dos, cuando
este grado coincide. Vemos que la mayor parte (48 por ciento) tiene
uno o dos padres que alcanzaron la secundaria, seguidos (34 por
ciento) de el o los que obtuvieron preparatoria. La presencia de pa-
dres con primaria como máximo grado de estudios alcanzado o con
profesional son mucho menores (5 por ciento con primaria y 9 por
ciento con profesional), mientras que los que no tienen estudios o
los que tienen estudios de posgrado son residuales.
99
blemente superior en el caso de los hogares donde hay por lo me-
nos un progenitor con preparatoria o estudios profesionales, con
más de 6 puntos por encima de los que cuentan como máximo
con primaria o secundaria. El dato referido al apoyo de los padres
para la realización de tareas no es tan concluyente, pues vemos
que, después de los que cuentan con un mayor capital educativo,
son los padres sin secundaria los que más ayudan a sus hijos. Res-
pecto al gusto por el estudio tampoco hay una tendencia clara en
función del nivel de estudios de los padres, pero sí en el caso de los
que están estudiando por obligación: parece que cuanto menor es
el capital educativo mayor debe ser el esfuerzo de los padres para
convencer a sus hijos de que deben concluir sus estudios.
100
i parte: violencia social
101
porcentaje es superior entre los hijos con padres con primaria o
secundaria, mientras que los que creen que lograrán una carrera
profesional son proporcionalmente más los que tienen padres con
un nivel máximo de preparatoria o de profesional.
102
i parte: violencia social
103
ver ‘¿qué hiciste?’, ‘¿dónde estabas?’. (Pero los alumnos están) todo
el día solos, (los padres) no saben qué andan haciendo o a lo mejor
ni está en su casa. Han de andar en la calle, haciendo desorden o
maldades ¿qué sé yo? (Informante 16).
También nuestra informante 12 , desde el departamento de Pre-
vención del Delito, se refiere al problema de los padres ausentes y
permisivos, en este caso ya estableciendo más explícitamente el
vínculo entre esta circunstancia y la comisión de delitos, además
de la integración de pandillas.
En La Unidad ahorita están muy fuertes las pandillas. Secretaría
ha intervenido en cuestiones de juntas vecinales con los padres,
porque se considera que los padres son pieza fundamental. Lamen-
tablemente no se ha obtenido el resultado así… ese boom esperado.
Pero se sigue trabajando en cuestión de juntar a los padres de fami-
lia ¿Para qué?, para que ellos marquen los límites a sus hijos, porque
si el padre de familia está todo el día trabajando para traer un ingre-
so a casa y está descuidando al hijo, entonces el hijo pues sale con
toda libertad a la calle, a refugiarse con una pandilla y a cometer
delitos. (Informante 12).
La permisividad de los padres hacia sus hijos no es una variable
que nuestro instrumento metodológico cuantitativo nos permi-
ta medir. No obstante, sí podemos observar la influencia de la
ausencia o presencia de los padres en el hogar sobre indicadores
de ociosidad y de posible pandillerismo. Para ello, recuperamos
datos de la tabla 6 sobre número de amigos y sobre percepción po-
sitiva de la violencia grupal juvenil, a los que añadimos un indica-
dor de ociosidad callejera: el porcentaje de los que respondieron
que “estar en la calle con los amigos” es la actividad que realizan
con más frecuencia cuando está en la calle en su colonia, así como
los que respondieron “pasear solo”.
Ya habíamos señalado que cuando se da la ausencia de los padres
sí aparecen valores más altos en los indicadores de potencial pandi-
llerismo (cantidad de amigos y aceptación de la violencia grupal entre
jóvenes), teniendo un efecto más positivo para estos indicadores la
presencia de la mujer en el hogar por ser ama de casa que la presen-
cia de los dos padres. En la tabla 10 incorporamos el análisis de los
que consideramos indicadores de ociosidad: la afirmación de que
104
i parte: violencia social
105
Directamente relacionado con este problema aparece una situa-
ción que también explica en gran medida la fragilidad de la es-
tructura familiar y los fracasos matrimoniales: la temprana edad
en la que se constituyen las familias.
Yo creo que la mayoría de los papás (de los alumnos) deben de an-
dar por ahí de los 30 años. Yo creo que la mayoría de los matrimo-
nios de estas áreas se casan muy jóvenes. A los 14, 15, 16, 17 años
ya tienen familia. Entonces, pues cuando son matrimonios jóvenes
pues a lo mejor les falta ahí estar más al pendiente de los mucha-
chos. (Informante 16).
En esta línea, encontramos que para los estudiantes que partici-
paron en los grupos de discusión de la secundaria se trata de una
situación muy común, pues prácticamente todos conocen casos
más o menos cercanos de embarazos adolescentes.11
Obviamente, con las encuestas que aplicamos no podemos rea-
lizar proyecciones de la futura vida familiar del estudiante, pero
11 Veamos una selección de los mismos distribuidos por el grupo de discusión correspon-
diente. La lista de situaciones es larga, pero creemos que es ilustrativo mencionarlas todas
no solo por la reiteración que nos muestra lo cotidiana que es esta realidad en La Unidad,
sino por las variantes que se dan tanto en las circunstancias como en las diferentes valo-
raciones implícitas en la narración de los muchachos.
En el grupo de hombres del turno vespertino se menciona el caso de una estudiante de primero
embarazada a la que “corrieron después”, así como primas embarazadas a los 14 años y des-
pués “juntadas”, o bien el caso de una muchacha, que “anda todavía, pero el chavo ya no, el
chavo era bien drogadicto y pues la dejó. Siguió su vida (y) ahí se juntó con otro chavo de acá
de la prepa”. En el caso del grupo de hombres del turno matutino citan el caso de una niña de
tercero, de padres divorciados, que fue embarazada y abandonada por el padre y que no ter-
minó los estudios; también mencionan el caso de una pareja que “viven por su lado aunque
estarán juntos, viven con sus papás. No he visto que se ponga las pilas”; otra situación: “acá
es al revés, tuvo la calentura, se la deja a la mamá y quiere vivir la vida loca. O sea ninguno
de los chavos se ponen las pilas y entonces se lo dejan a la mamá. Pero es que como antes sus
papás no le tenían mucho… mucha atención y pos le valía queso”; “En mi cuadra también…
tenía su novio, se embarazó el novio la dejó, y la chava pos trabajando”; “una morra queda
embarazada de uno y luego pos el novio la dejó y pos anduvo con otro y en corto los dos
hicieron eso y está haciendo creer que el hijo es suyo, por ahí dicen”.
En los grupos de mujeres también la mayor parte afirma conocer casos, más o menos cerca-
nos, y que casi siempre tuvieron que dejar de estudiar (excepto una muchacha que trata de
estudiar a distancia). A diferencia del grupo de hombres no ahondaron tanto en los casos
particulares, y cuando lo hicieron fue desde una perspectiva mucho más íntima y perso-
nal. Tal es el caso de la participante del turno vespertino que compartió su propia historia
(la de sus padres): “mi mamá, cuando estaba más joven, estaba allí con mi papá y pues se
embarazó y mi papá pues no le respondía. Y batalló mucho porque mi abuelita la corrió… se
fue con mi otra abuelita, con su suegra. Y sufrió mucho porque mi abuelita la menosprecia-
ba mucho, la hacía a un lado, pero es que… dejó de estudiar. Ella se vino embarazada de mi
hermano, él es más… de mi hermana la del medio y mi hermano chiquito aquí. Y ella hizo
que mi papá se hiciera hombre, pero se escondía, hasta que mi abuelita, la mamá de mi
papá lo corrió, que venía para acá, y ya lo corrió y se juntaron y ahora ya…. (viven juntos)”.
Un poco más lejana, pero también próxima, es la historia que expuso una participante del
turno matutino: “la hija de mi madrina salió embarazada en segundo de secundaria, pero
se fue a aliviar y mi tía le ayudó con sus estudios y ya ahorita está trabajando y tiene su
casa y nada más va a visitar a mi madrina cuando ella ya no trabaja”.
106
i parte: violencia social
107
nen una tendencia levemente superior a establecer una relación de
noviazgo que consideramos precoz. Concretamente, frente al 14.3
por ciento de los encuestados que provienen de familia biparental y
afirmaron salir con el novio tenemos un 17.4 por ciento de los que
provienen de familia sin presencia del padre y/o de la madre.
Volviendo a la narrativa de nuestros informantes clave, también
sobre los embarazos precoces se hace recaer la causalidad de pro-
blemas como el consumo de drogas, o la desnutrición infantil (y
el consecuente déficit cognitivo de los niños, lo que conducirá al
fracaso escolar, a la baja capacitación laboral, a los bajos salarios…):
Bueno también es que en el poniente, específicamente en esa colo-
nia, tenemos niños con un déficit, digamos cognitivo, bajo. Noso-
tros como equipo lo estamos atribuyendo un poco a la desnutrición,
a mamás muy jóvenes, consumidoras (de estupefacientes) también.
No puedo decir que eso sea (la explicación), porque realmente no
he hecho una investigación, pero coinciden mucho. O sea, a veces
hacemos talleres y procuramos por lo menos tener un galletita por-
que vienen sin almorzar, sin desayunar. Hay familias que solo ha-
cen una comida, niños que van a la escuela y no han comido. Enton-
ces, el alimento es algo muy importante. Entonces: no comes bien,
no aprendes bien, consumes drogas. (Informante 6).
En este caso, ateniéndonos exclusivamente a los datos obtenidos
de nuestra encuesta, sí hemos encontrado una mayor incidencia
en la actitud favorable al consumo de marihuana entre los encues-
tados que tienen una relación de noviazgo pública y notoria. Así,
consideran que fumar marihuana es divertido 13 por ciento de
los que afirmaron que salir con su novio o novia es una de las ac-
tividades que con más frecuencia realizan, frente a 6.3 por ciento
de los que no mencionaron la opción “salir con novio/a”.
Otro factor relacionado por nuestros informantes con la pater-
nidad prematura es el pandillerismo. Más específicamente, surge el
problema del pandillerismo, entendido como un fenómeno propio
de la edad adolescente, vinculado a la paternidad juvenil y a la
corta distancia que separa las edades de padres e hijos. Esta cer-
canía en la edad y la necesidad de cargar con los hijos hace que
los padres se conviertan en los introductores de estos niños en
el submundo pandilleril, aprendiendo estos de primera mano, la
108
i parte: violencia social
mano de sus propios padres, los valores, las normas y las costum-
bres de la vida en pandilla.
Hay mucho descuido por parte de mamás, como te digo, mamás muy
jóvenes, niños criando niños, adolescentes que son responsables de
sus hermanos menores; entonces, pues muchos andan en las pandi-
llas, tienen quince años y traen al huerco de ocho, y hasta la niña
también (está en la pandilla), ‘porque pues si los dejo en la casa pues
mejor me los traigo’ o ‘los dejo encerrados’, pero ellos mismos se
salen a buscar a su hermano. (Informante 6).
Pero en este punto encontramos una idea paradójica. Si en gran
medida la paternidad prematura supone una condición agravante
del problema de las pandillas, esta misma paternidad puede ser
leída en clave de solución. El motivo es el siguiente: parece que el
punto de inflexión, en términos generales, en la vida del pandille-
ro es el momento de fundar su propia familia. Así, es común que la
llegada de las responsabilidades familiares empuje al nuevo padre
de familia a abandonar la pandilla y normalizar su conducta a tra-
vés de un trabajo formal. Lógicamente, este camino a la inserción
social y laboral está condicionado por la existencia real de opor-
tunidades laborales, por lo que no dándose estas, las urgencias de
la nueva familia se perfilan como arma de doble filo, orillando al
pandillero a cometer delitos de mayor envergadura y, en último
término, a pasar a engrosar las filas del crimen organizado. Un
ejemplo de reinserción social a raíz de la fundación de la propia
familia es narrado en primera persona por nuestro informante 15:
(Estuve en la pandilla) de los 15 a los 19 (años). Y luego salí a otro
ambiente y empezaron los malitos.12 Y pues ahí es otro ambiente di-
ferente y luego ya te empiezas a cambiar… Nació mi niño y ya empecé
a calmarme. Desde que me dijo la mamá de mi niño que estaba emba-
razada, desde ahí ya empecé… porque quería, bueno, quiero un futu-
ro mejor para mi hijo. No el mismo que yo tuve (…) (Antes de tener al
hijo) ya me venía calmando, ya por muchos problemas que tuve atrás
y por pasados míos que a la mejor fueron fuerza, a lo mejor no, ya me
fui calmando poco a poco. A veces hay una oportunidad en la vida.
Empecé a agarrar buenos trabajos y me fui dedicando más a trabajar.
(Informante 15).
12 Eufemismo local que se utiliza para referirse a personas que trabajan para el crimen orga-
nizado.
109
Lo anterior no obsta para que el ámbito familiar se convierta con
frecuencia en el espacio para la reproducción de las conductas vio-
lentas, llegando incluso a asentarse estas conductas sobre valores
considerados deseables. Así, en la siguiente cita se narra cómo las
jóvenes-adolescentes madres inculcan la reacción violenta en sus
hijos por considerar que es la educación más adecuada para la su-
pervivencia en el medio social que les ha tocado desenvolverse.
Podemos imaginar fácilmente cómo el ser violento es caracteriza-
do como alguien arrojado, valiente y fuerte.
Me tocó a mí ver ahí… las mamás, había muchas niñas de 12, 13,
14 años con niños, con bebés ya (…) Muchas, hay mucho problema
de eso. Me llamaba mucho la atención que las niñas… los niños se
peleaban y la mamá de que ‘pos tú pégale, no te dejes’ (…) Los ani-
maban a pegarse, pero lo peor era que le pegaban a una niña… ‘Pos
no le… pos pá que estaba diciéndote’, o sea, ‘pégale’, ¿me explico?
Entonces, ¿pues qué quiere decir? que esa muchacha se deja tam-
bién golpear, porque es algo normal. (Informante 4).
La normalización de la violencia, fenómeno al que prestaremos
especial atención más adelante, y su reproducción en el seno de la
familia, unido al problema de la desatención de los padres hacia
sus hijos, son situaciones también resaltadas por nuestro infor-
mante 16. Tras explicar el esfuerzo que desde la coordinación de
la Secundaria 79 han realizado impartiendo pláticas para la pre-
vención de la violencia familiar, el cual nos explica cómo estos
esfuerzos chocan con la idea muy asentada entre los padres de
que la violencia se cura con más violencia (la que proviene de la
autoridad paterna)13. Al ejercerla y justificarla, lógicamente, es-
tán sentando las bases para que sus hijos la ejerzan y justifiquen
cuando les toque ser padres.
Hemos invitado a los alumnos principalmente, y después a sus pa-
pás y si vienen… son apáticos en venir. Pero bueno, el mismo trabajo
13 Si comparamos la actitud de los encuestados hacia los distintos tipos de violencia con-
sultados, encontramos que la violencia que ejerce un padre o una madre sobre sus hijos con la
finalidad de educarlo es la segunda más aprobada, solo por detrás de la aceptada violencia entre
grupos de jóvenes. En concreto, 24.6 por ciento está de acuerdo en que la violencia grupal
juvenil es normal y 17.4 por ciento considera que la violencia de un padre hacia un hijo se
justifica si es para educarlo. Las violencias menos aceptadas son la de género (solo 4.9 por
ciento la justifica) y la violencia institucional-policiaca (justificada por 7.8 por ciento).
La violencia entendida, en términos generales, como forma necesaria de relación entre
personas es vista como algo normal por 11.8 por ciento de los encuestados.
110
i parte: violencia social
se los impide. Hay algunos papás que vienen y dicen ‘es que esta
problemática de los pleitos y eso, es bien fácil (resolverla) si la poli-
cía o los que andan en estas colonias, en estos barrios, tienen iden-
tificados a los muchachos’. O sea, ‘¿porque no van y una orden…?’
o no sé ‘los detienen’, o ellos le meten una calentada y a ver si no
les quitan lo que andan ahí haciendo, sus males, ¿verdad? Eso me
comentan algunos de los papás. (Informante 16).
En la misma línea discurre el discurso de nuestro informante 2 so-
bre la reproducción de las conductas violentas a través del ejem-
plo de los mayores, atribuido a una “falta de valores”.
Los mismos papás, los mismos adultos generan más violencia. En
vez de parar cuando hay un conflicto, los papás se meten a hacer
conflicto, tanto unos como otros. (Hay) una estadística que en dado
momento hicimos el año pasado. El mayor problema que enfrenta-
mos en la colonia La Unidad es por la falta de valores que se mandan
en la casa. (Informante 2).
Dando un paso más en la misma dirección, la directora del DIF
señala como uno de los principales causantes de la situación de
niños y adolescentes la profunda incomunicación que marca las
relaciones entre padres e hijos, la falta de valores como el respeto
y, yendo un poco más lejos que los demás informantes, la falta de
religiosidad en las familias.
Siento que los niños crecen así nada más sin respetarse entre ellos,
sin respetar a los padres, sin haber respeto. El respeto, la parte de
la fe, ahí no me voy a meter tanto; Dios, pero bueno, eso sí es otro
tema. Pero bueno, la ausencia de Dios se nota. Entonces, ¡híjole!,
siento que el respeto es algo bien (importante). La comunicación
entre los padres y los niños se rompió. Sí, la comunicación, creo que
es ‘no puedo, no puedo, ya no puedo con él y ya’, ‘no quiero’, ‘ni le
intento’ y ‘qué flojera’. (Informante 3).
En este punto creemos que merece la pena abrir un breve parén-
tesis para la reflexión. De lo expuesto aquí, parecería que más
que de un problema de ausencia de valores lo que enfrentamos
en La Unidad es un conflicto de valores. Se enfrentan una serie
de valores sub o contraculturales, que son los que dominan en
gran medida la cotidianidad de La Unidad, frente a los valores
hegemónicos promovidos y fomentados desde las principales
111
instituciones socializadoras (gobierno, iglesia, escuela). Este cho-
que queda simbolizado en los relativamente frecuentes conflictos
que se dan entre los padres de los niños y los maestros o directi-
vos de la escuela. En este sentido, el coordinador de la Secundaria
79 explica cómo ante situaciones problemáticas vividas respecto
a los hijos, la mamá en lugar de ponerse del lado de los educadores
les culpa a ellos. Ante este conflicto entre autoridades legitima-
das a ojos del menor (la paterna y la escolar), este se siente nece-
sariamente confundido y, en último término, desprotegido.
No obstante, entre estos valores hegemónicos y contrahege-
mónicos, encontramos un área de confluencia, unos coincidentes
sobre los que podría empezar a construirse un nuevo contrato
social, como los valores de la familia y la lealtad debida a sus
integrantes. Esto supone un arma de doble filo, pues igual que
conduce a proteger y esconder al hijo que delinque frente a las au-
toridades (ya sea maestro o policía), este compromiso con la pro-
pia familia puede conducir a la integración y a la normalización
de la conducta. Esta última opción (y el contraste con la primera)
lo podemos apreciar claramente en el siguiente relato acerca de
la forma de educar de la madre del entrevistado que transitó del
pandillerismo a la integración social. En él se subraya el papel
esencial que juegan las madres de familia, nos invita a proponer la
necesidad del desarrollo de iniciativas para la intervención social
que trabajen en el empoderamiento de las madres de los pandi-
lleros, convirtiéndolas en poderosas correas de transmisión de
valores más adecuados para la integración social de estos.
Sí lo protegen (los padres al pandillero). Sí fíjate, yo era pandille-
ro, pero yo tenía una mamá que era… bueno, hasta la fecha, que es
fuerte y ella siempre nos decía ‘si nos queman la casa tú me vas a
pagar los vidrios’ (…) ‘Y si pasó algo, si le pasa algo a mis hijos o tus
hermanos, contra ti, te voy a demandar, porque son tus problemas
y tú me vienes a echar problemas en mi casa’. Desde ahí, tú le tie-
nes un miedo a tu mamá. Porque una vez nos quebraron un vidrio
de un carro y me lo hicieron pagar y yo lo pagué, no completo, pero
fui abonando. Y ahora ya no, ya es muy difícil que encuentres una
mamá como la mía. Por eso a veces le doy gracias, porque nos hizo
de que no… pues en mi casa no y hacernos responsables (…) ‘A mi
casa no, a mi casa que no la toquen, no, porque mi mamá me la va a
112
i parte: violencia social
hacer de pedo’. Había riñas y mi mamá iba por un palo, por nosotros
y nos traía a palo… Y ahora ya no, ahora hay una riña, te quiebran
los vidrios, defienden a su hijo, ‘que su hijo no andaba…’ y quieren
demandar. Entonces no le estás dando una buena educación a tu
hijo. Entonces lo que tú estás haciendo es que tu hijo vaya a hacer
más desmadre. Tú lo vas a estar protegiendo, pero no siempre lo va
a proteger la mamá. Por eso a veces los papás cubren a los hijos y
los hijos se hacen más rebeldes. Ese es el problema que ahorita hay,
mucho pandillerismo por eso. (Informante 15).
Respecto al potencial de las madres, en particular, y de las mu-
jeres, en general, en la encuesta realizada encontramos algunos
datos que sostienen nuestra propuesta de apoyar este potencial
para futuras intervenciones sociales en la colonia. Por ejemplo,
las madres de los encuestados presentan un perfil mayoritario de
mujeres dedicadas a las tareas del hogar y a la crianza de los hi-
jos (55.6 por ciento), pero con un perfil educativo relativamente
desarrollado: 50.9 por ciento tienen secundaria, 23.3 por ciento
preparatoria, 5.1 por ciento licenciatura y 1.4 por ciento posgrado.
También es importante destacar el papel dentro del hogar como
educadoras y gestoras, pues, por una parte, el 17.6 por ciento de
los hogares están regidos por la madre o por otra figura femenina
(abuela, tía…). Por otra parte, la figura femenina en el hogar resul-
ta más determinante que la masculina para la toma de decisiones
(29.3 por ciento de los encuestados considera que es su madre u
otra figura femenina la que toma las decisiones en la casa, frente
a 14.4 por ciento que considera que es su padre) y para la imposi-
ción de normas (22.2 por ciento de los encuestados considera que
es su madre u otra figura femenina la que pone los castigos en la
casa, frente a 3.4 por ciento que señala a su padre; 31.2 por ciento
de los encuestados menciona a su madre o a otra figura femenina
como la que da los premios, frente a 26.2 por ciento que piensa
que es su padre).
En lo que se refiere a la caracterización de las encuestadas fren-
te a los encuestados varones (y no a las madres de ambos), desta-
camos el siguiente dato: de 42.1 por ciento de los participantes que
dijeron querer dedicarse cuando sean adultos a profesiones que im-
plican el afrontamiento de problemas sociales que viven cotidiana-
113
mente en su colonia (crimen y delincuencia, salud y educación), 72
por ciento son niñas. Esto implica cierto grado de compromiso, so-
lidaridad y voluntad para mejorar la situación global especialmen-
te marcadas en el género femenino. Con probabilidad, esta actitud
de servicio se ve influida por el rol que las niñas desarrollan en sus
hogares, mucho más colaborativos que en el caso de los niños. Esto
lo vemos con claridad en la tabla 14, sobre todo en la realización de
labores domésticas, con casi 30 puntos de diferencia a favor de la
mujer cuando se refieren a actividades en soledad.
114
i parte: violencia social
115
importante, Los Niños Cumbia, que junto con la UDG, completa-
rían las cuatro más fuertes; “y de ahí se desprenden los derivados
de las otras pandillas” (Informante 13), algunas también muy pro-
blemáticas, como los Tercos, Cuadra Loca o Minipanchos, según
nos refiere el informante 10. También el informante 2 menciona
a Los Maldosos y a Los Persilocos. De todas estas, se estima que
ocho están en conflicto, unos latentes, otros abiertos, una contra
muchas o una contra una o dos. Cuando no hay conflicto entre
dos pandillas la reacción de sus integrantes es ignorarse. En la si-
guiente cita se ofrece un panorama parcial de la relación de fuer-
zas entre pandillas en La Unidad:
Aquí está la secundaria (79). Aquí hay una zona de conflicto, que
es entre Cuadra Loca, Tercos y Panchos. La pandilla más fuerte in-
dudablemente es Panchos, por número de jóvenes. La más débil es
Cuadra Loca. Y Tercos y Cuadra Loca tienen más o menos el mismo
nivel de fuerza, de cantidad de integrantes… como 25. Y Panchos
como 50. Pero constantemente están en pleito. De hecho, este fin
de semana acaban de tener una riña con piedras (…) En un principio
esas pandillas estaban unidas. Panchos, Cuadra Loca y Tercos esta-
ban unidos. (Informante 13).
La mayor presencia de las instituciones, principalmente a través de
la policía, se deja sentir en ciertas áreas de la colonia, en las que se re-
gistra poca o ninguna actividad de pandillas: “yo creo que la (zona
de La Unidad) más calmada es el área aquella (la que está pegada
a la Avenida), pero porque la tienen controlada.” (Informante 2).
En cuanto a los hábitos cotidianos de estos pandilleros, en la
siguiente descripción identificamos muchos de los factores a los
que nos hemos referido en anteriores capítulos: ociosidad, activi-
dad noctámbula, consumo de drogas y bebidas alcohólicas, aban-
dono escolar, desempleo…
Están, por lo menos, 60 horas ociosos. Son lo que llamamos horas de
esquina (…) Suelen despertar a las 3 de la tarde y se duermen a las 3
de la mañana. Salen a la calle como a las 7-8 de la noche. Se lo pasan
fumando marihuana o tomando, platicando, en las redes sociales.
No estudian, no hacen deporte, no trabajan. (Informante 13).
Pero más que incidir aquí en cómo la confluencia de ciertos fac-
tores explican (o son explicados) por el pandillerismo, lo que nos
116
i parte: violencia social
117
es bastante difusa, encontrando en ambos casos lugares comunes
como son los procesos de construcción de la identidad social sobre
la base del gusto (o rechazo) de ciertos estilos musicales (como
expone nuestro informante, por ejemplo, los Panchitos escuchan
música “colombia, reggaetón, a veces villera, corridos... No roque-
ro, ni ska”).
No (necesariamente pandilla implica violencia), porque sí hay pan-
dillas que existen y no tienen problemas con nadie (…) Depende
con qué pandilla te estás juntando, porque hay pandillas de emos
(que) pasan por donde sea y no tienen problemas, hay pandillas de
ska (que) no tienen problemas. Por eso es dependiendo de con quien
te juntes. Si te juntas con, por decir, Panchitos y todos se pelean,
pues tú también vas a pelear. (Informante 15).
Esta búsqueda y adscripción a un grupo de referencia, que efec-
tivamente podemos contemplar como grupo alternativo a una
familia que no provee del espacio de seguridad y confianza que
requiere el adolescente, se traduce en una inevitable oposición a
uno o varios grupos antagónicos (ya sea Panchitos contra Nerds;
Tigres contra Rayados; emos contra darketos…). Esto lo vemos
con claridad en la siguiente cita, la cual denota una abierta des-
confianza hacia pandillas ajenas a La Unidad (con la consecuente
resistencia a salir de la colonia). El contrapunto a esta descon-
fianza es el principal factor de cohesión intragrupal en la pro-
pia pandilla: la proverbial confianza, la solidaridad y el cuidado
mutuo entre compañeros, justamente, los valores que uno espera
encontrar en la propia familia.
A mí casi no me gustaba confiarme mucho. Por eso casi no salía (de
la colonia), porque una vez fuimos a San Bernabé, a un cotorreo y
el mismo que creó Los Panchos nos dieron voltión (…) El que lo
prendieron. Éramos tres esa vez y fuimos a caer a un cotorreo y se
pelearon con otra banda y nosotros todavía les hicimos un paro…
pero ellos prendieron a (cita un apodo). Entonces de ahí pa adelan-
te ya no empecé a confiar a otras bandas. Porque ya te prendieron,
dices ‘no, pues otra banda me va a prender’ (…) Si, salíamos a di-
ferentes partes, pero no nos confiábamos. Porque siempre decía-
mos ‘es que entre nosotros nos cuidábamos’, por si… Cuando uno
andaba bien loco ‘eh, calmado, pues ya andas bien loco’. Éramos
conscientes, eso era lo que nos ayudaba a todos. ‘Oye, ya andas
118
i parte: violencia social
bien loco, calmado güey, siéntate aquí, ya no le den a este bato’. Nos
cuidábamos unos a otros y los que si viven ahora ya no se cuidan.
Los Panchitos de ahora ya no… ya se burlan del otro y ‘mira cómo
se pone’. Pero en nuestra época sí nos cuidábamos unos a otros.
(Informante 15).
Otro foco de interés surge del final de la cita anterior, cuando el
informante se refiere al cambio de actitud y de valores en “los
Panchitos de ahora”: el cambio social y la relación entre genera-
ciones en el seno de una misma pandilla. No sabemos si debemos
entenderlo como dato objetivo o como el resultado de la propia
vivencia, del propio proceso de crecimiento personal vinculado
a su integración social a través de su institucionalización con un
puesto de funcionario público, pero en todo caso la percepción de
cierta pérdida de valores en las nuevas generaciones de la pandi-
lla que fundó y lideró aparece reiteradamente en la entrevista. De
la siguiente cita se desprende la existencia de un código norma-
tivo (por supuesto, consuetudinario) según el cual, por ejemplo,
no se debía (subrayo el tiempo verbal usado) agredir a personas
que no perteneciesen a alguna pandilla (“ya empiezan a golpear
personas por la nada, aunque no sean de pandillas”).
Nuestra banda, los de antes, si se aventaban un tiro tenían más con-
fianza. Ahorita ya no. Ahorita, los morros de ahora dicen que hasta
los dejan morir. Pero pues ya no es mi problema… A veces, muchos
andan nada más buscando pleitos, porque quieren hacer pleitos…
Ya empiezan a golpear personas por la nada, aunque no sean de pan-
dillas (…) Por decir, que algo les hizo esa persona y se quieren des-
quitar a fuerzas con esa persona que, por decir, lo golpeó… se la
hizo de pedo, por decir, una semana atrás y él estaba solo y nadie le
hizo paro… Entonces dicen ‘no, pues ahora me desquito’… y empie-
za a engrosarla para que todos le hagan un paro. (Informante 15).
En este mismo sentido, desde la Dirección de Prevención del De-
lito nos señalan el problema del relevo generacional, o incluso el
de la ramificación júnior a partir de las pandillas más numerosas:
Sí, sí (hay diferencias generacionales entre pandillas). En Panchos
ya hay Panchos y Mini Panchos, por ejemplo. Cuadra Loca ya no
tardan en empezar a hacer su Mini Cuadra Loca, porque ya están
creciendo estos. O sea, hace dos años los que tenían diez (años), pues
ya tienen doce y ya, ya están metiéndose (…) Si él (un pandillero)
119
antes tenía 16 y él diez, este ya tiene 18 y él ya tiene doce. O sea ya
está dentro del ruedo. (Informante 13).
Siguiendo con el ejemplo de los Panchos, en la actualidad las eda-
des de sus integrantes van desde los 13 hasta los 20 años, de los
cuales la inmensa mayoría viven en la casa familiar (informante
15). Parece que en esta pandilla no es común que los integrantes
permanezcan en la edad adulta (por ejemplo, de los cinco que la
iniciaron ninguno está actualmente), aunque esto no es generali-
zable a otras. Por ejemplo, “en los Nerds hay (integrantes) de 30
y 40 años, con familia, todavía metidos en riñas”, nos dice el in-
formante 15. Al ser cuestionado sobre la posibilidad de que coin-
cidan en la misma pandilla padres e hijos, esta fue su respuesta:
Pos… a la mejor sí, a la mejor no. Porque ya no tengo mucho contacto
con ellos (con los Nerds). No, pero sí hay hijos de ellos… algunos
que gritan “¡Los Neeeerds!”, de seis, siete años. Entonces tú dices,
‘¿qué pedo con eso?’ (…) Todavía están en la escuela y gritan “¡Los
Neeeerds!” y tú así de ‘¿qué onda con eso?’. Pero no sé si sean… de-
ben ser familiares de ellos, pero no sé si sean sus hijos o otras cosas,
pero deben ser familiar de alguien para que griten tanto ese nom-
bre. (Informante 15).
En el mismo sentido que el anterior, nuestro informante 13 afir-
ma que, aunque hay pandilleros de 30 o 40 años, tras los 25 años
suelen ocuparse en trabajos relacionados con la construcción y
disminuyen su participación en riñas:
Aunque sí a lo mejor su conducta violenta ya no es tanto, salvo los
que ya están muy afectados (que) se dedican a robar, a convertirse
en delincuentes. Pues, por ejemplo, en las mismas pandillas a lo me-
jor hay dos, tres, cuatro delincuentes, que son los conflictivos gran-
des, porque ya se dedican a robar o a hacer delitos. Que pasan de ser
pandilleros de pedradas, que pasan de ser pandilleros de consumir
drogas. Esos a lo mejor, esos ya pasan a la evolución de venderla
(la droga), o a ir a robar, pero no salen de…. siguen viviendo en los
mismos tipos de colonias. (Informante 13).
En la anterior cita surge un concepto que es importante recalcar:
la frontera que existe entre la actividad pandillera y el acto delic-
tivo. O, yendo más lejos, la estigmatización del pandillero identi-
ficándolo plenamente como delincuente. El hecho de que la pan-
120
i parte: violencia social
121
pactos. Sí se puede de que… ‘no, pues tiro al león’ y ‘tíralo al león’…
pero siempre va a haber uno inconforme. De diez, siete van a jalar
contigo y tres no… entonces esos tres uno va a empezar a engrue-
sarla con los que ya tienen la paz”. (Informante 15).
A un nivel más subjetivo, adentrándonos en la dimensión psi-
cológica del pandillero, también debemos considerar consecuen-
cias de orden moral. En este sentido, nuestro informante 15, en
otro momento de la entrevista, narraba cómo la crudeza de las
confrontaciones violentas vividas deja en él un poso de angustia
y de sentimiento de culpabilidad, lo cual repercute finalmente en
la forma que adquieren las relaciones con el antagonista. También
se apunta levemente el problema del resarcimiento de la culpa a
través del arrepentimiento público, en suma, la difícil posibilidad
de la reconciliación con el que ha sido agraviado.
Te pueden causar hasta la muerte, sacar un ojo, te pueden hasta de-
jar inválido, causar la cárcel (…) Vi cuando una vez, hace mucho,
bañamos a un morro. Lo dejamos tirado, convulsionando, vomitaba
sangre. Uno de nosotros, de los mismos, ya calmados: ‘mira como
lo tienen’. Y hasta la fecha es uno de los… bueno, sí le hablo, pero
recuerdo el daño que le hice. Porque sí está bien, está en sus cin-
co sentidos, pero recuerdo eso y como que mi conciencia, diciendo
que ‘¿por qué lo hice? (…) Nunca le he pedido perdón (…) Sí le hablo,
mucho no. Pero yo pienso que a lo mejor tiene algo, si algo… una
espina que yo le causé. Pues lo comprendo, porque sí lo dejamos
muy mal (…) (Alguna vez he pedido) disculpas, sí. Disculpas sí: ‘no,
discúlpame güey, la cagamos’. Pero pos yo sé que ya no se va a repa-
rar nada. (Informante 15).
A pesar de los posibles sentimientos que genera la extrema violen-
cia que ejercen y padecen estos jóvenes, lo cierto es que aprenden
a convivir con ella como parte esencial de la vida en sociedad.
Esto está más extendido entre los encuestados que consideramos
potenciales pandilleros: aquellos estudiantes que tienen 10 o más
amigos (30.2 por ciento del total) presentan un porcentaje supe-
rior respecto a los que tienen menos de 10 amigos si nos fijamos
en el grado de acuerdo con la idea de que es normal que haya vio-
lencia en todas las relaciones sociales. Concretamente, 13.4 por
ciento de los que tienen 10 o más amigos está de acuerdo con esta
122
i parte: violencia social
idea, frente a 10.7 por ciento de los que tienen menos de 10 ami-
gos y también creen esto. Más contundentes son los datos cuando
nos referimos al grado de aceptación de la violencia grupal entre
jóvenes como algo normal: 27.8 por ciento de los que tienen en-
tre 10 y 12 amigos y 36.4 por ciento de los que tienen más de 12
amigos considera normal este tipo de violencia (recordemos que
a medida que desciende el número de amigos baja también el
porcentaje de los que aceptan, total o parcialmente, como normal
este tipo de violencia).
El escenario en el que con mayor frecuencia se dan las circuns-
tancias que detonan los eventos de violencia entre pandillas sue-
le ser el del momento festivo, cuando confluyen jóvenes para el
cortejo sexual, alcohol, drogas y música (todos ellos elementos
propicios para la desinhibición):
Donde hay bailes colombia es riña segura. Donde sea que haiga bai-
le Colombia, a menos que sea personal, o sea, de tu misma banda
y en un lugar donde tú sepas que no va a haber pleito… (…) Sí, sí.
Baile colombia es bronca segura, eso sí, siempre va a haber bron-
cas. Mentiría si te dijera ‘en cinco bailes en cuatro no hay fallas’, te
mentiría (….) (La verdad sería que) en cuatro hay fallas y en uno no.
(Informante 15).
En la siguiente narración, también de nuestro informante 15, se
detalla cómo inició un conflicto histórico entre las dos pandillas
más fuertes de La Unidad (Panchos y Nerds), retomándose varios
de los elementos que hemos identificado hasta este punto: impor-
tancia de los bailes y el consumo de sustancias estupefacientes
como detonante de peleas, la defensa del grupo de referencia, la
ocupación o reparto de territorios que quedan vedados a los inte-
grantes de pandillas en conflicto, el activo papel para la regenera-
ción de la pandilla por parte de los nuevo integrantes más jóvenes
de la misma, entre otros.
ENTREVISTADO: Por un baile colombia
ENTREVISTADOR: ¿Por qué? ¿En los bailes colombia usualmente
se inician los problemas?
ENTREVISTADO: Sí, es uno de los… es un motor para las broncas,
porque ahí levantas (un cartel con el nombre de) tu banda y que
cómo te dicen, y te grita uno en el oído y luego tú le quieres gritar
123
más, empiezas a tomar, a beber, la droga y te quieres creer y empie-
za un aventón, ‘que él me aventó’, ‘pues no’, ‘sí’. Así empieza, entre
el mismo círculo empiezan los problemas.
ENTREVISTADOR: Y, entonces, específicamente, entre los Panchi-
tos y los Nerds ¿por qué empezó el problema?
ENTREVISTADO: Con un baile colombiano.
ENTREVISTADOR: ¿De qué?, ¿igual?, empujones o…
ENTREVISTADO: Sí, por un empujón empezó.
ENTREVISTADOR: Órale, ¿y cuánto tiempo llevan esos problemas?
O sea, por un empujón nada más, ¿cuánto ha durado?
ENTREVISTADO: Unos… aproximadamente, yo que recuerde, unos
tres años o cuatro ya.
ENTREVISTADOR: ¿Y cada cuánto se pelean?, ¿cada fin o…?
ENTREVISTADO: Siempre: miércoles, viernes, sábados, domingos.
ENTREVISTADOR: ¿Y hay mercadito ahí en la Unidad?
ENTREVISTADO: Sí, los miércoles. También eso es motivo por el
que se pelean.
ENTREVISTADOR: ¿Se topan en el mercado?
ENTREVISTADO: Los Panchos no bajan al mercado, los Nerds sí,
pero como está una cuadra que divide las dos bandas, empiezan los
gritos y ya pues.
ENTREVISTADOR: O sea, ¿pasa uno y empiezan a gritar?
ENTREVISTADO: Haga de cuenta que está retirado, uno, a lo mu-
cho, unos 150 metros, a lo mucho 200, aproximadamente y empieza
la gritadera, luego estos están acá, empiezan y se empiezan a pe-
lear, la gritadera. Inician la riña los más morros (…), (de) once, doce,
ocho, nueve, diez años.
En cuanto a la percepción de la evolución del problema de los
conflictos violentos entre pandillas contamos con el testimonio
de nuestro informante clave, el cual considera que se ha agravado
con el tiempo.
Acá (en La Unidad) ya está peor. Acá cada rato pelean. Dos, tres,
cuatro de la mañana, a cualquier hora se anda peleando (…) Uno
les dice bien ‘eh, agarren la onda, no siempre es así’. Les aconsejo.
A lo mejor sí me respetan un poco. Ya les empiezo a decir ‘eh, pues
agarren la onda, no siempre es así’. Porque ya las riñas están más
fuertes, los pleitos ahí en la Unidad y los rivales no comprenden
eso. Los rivales, bueno, para mí ya no son rivales, pero ellos piensan
que yo todavía soy uno de ellos. (Informante 15).
124
i parte: violencia social
125
parar, como pasó en el baile. No ‘¿qué onda?’ No, ‘ya estás’, ‘sobres’,
no que ‘vamos a jugar fútbol’. Fuimos a jugar fútbol. Nos metimos a
su liga y ya empezó la amistad. Luego nos dejamos de hablar. Luego
empezamos otra vez a cotorrearnos y empezamos a jalar juntos. Él
me brindó confianza, yo le brindé confianza y empezamos a ganar
la…. ¿cómo se llama?, la amistad. Y de esa amistad se volvió como
casi hermanos y ya hasta la fecha, pues hemos trabajado muy bien.
He trabajado muy bien. Fíjate que no lo metemos (el pasado). Ese
es uno de los buenos motivos, porque como él quedó con espinas.
Porque su banda nunca me hizo nada a mí, pero mi banda si causó
muchas heridas. Ahí y a veces cuando recuerdas eso, a veces como
que te queda un coraje y te quieres desquitar, no en ese momento
porque ya sabes que acabó, pero a veces la conciencia daña a uno y
no lo metemos, pero si recordamos lo que le hicimos. ‘Oye, a este
bato estamos bien entrados’, ‘mira, aquí nos ves’. O a veces subimos
una foto juntos en Facebook, ‘ah, no lo puedo creer, después de una
falla… que estaban bien machín y ahora ya son como hermanos’.
Y los Nerds le meten cizaña a él… porque él a veces sí les habla o
a veces no. Y ahora ellos mismos le dieron… ¿cómo se llama?, una
traición. También su banda le puso a su banda, por sí que los Nerds
le daban voltión a todo mundo y ahí fue que él ya vio cual es la ver-
dadera imagen. No, no verdadera imagen, con quien sí puedes brin-
dar tu confianza y quién no. Porque hasta la fecha ningún momento
hemos dado… bueno, ni los morros de ahora le han dado voltión
a su banda, a pesar que él ya no anda tampoco. Pero como quiera
ves que te llegan los chismes ‘ah, se peleó este bato’. Porque como
quiera, viviendo ahí, ellos como quiera te van a decir ‘¿por qué les
hablas?’. No les vas a dejar de hablar. Entonces ellos empiezan… y
hasta la fecha no se ha visto ninguna falla y no va a haber (falla).
(Informante 15).
Además de la confianza, surge constantemente en el discurso el
problema de la propia identidad (por ejemplo, “él ya vio cual es
la verdadera imagen”). Ya para concluir este apartado, dedicado
al fenómeno del pandillerismo, veamos cómo el nacimiento de una
pandilla empieza con su denominación. Es decir, nos encontramos
claramente ante un proceso de construcción de identidad colecti-
va a partir del establecimiento de vínculos de amistad entre ado-
lescentes y jóvenes que comparten una misma problemática vital
y un mismo territorio. También aparece en esta última cita el pro-
126
i parte: violencia social
127
4.4. Problema del consumo y venta de productos estupefacientes: de la
pandilla al crimen organizado
Desde el Centro de Atención Primaria en Adicciones (CAPA) afirman
que el alcoholismo y el tabaquismo están ampliamente extendidos
entre los jóvenes de La Unidad, con el agravante de que se consideran
la puerta de entrada al consumo de drogas más duras. Esta percepción
la podemos complementar con los resultados de nuestra encuesta a
partir de las actitudes y opiniones ante el problema de estupefacien-
tes legales e ilegales que mostraron los estudiantes de la Secundaria
79. En la tabla 15 vemos que menos de 10 por ciento de los encues-
tados consideran divertido el consumo de alcohol o de marihuana,
entre 21 y 26.5 por ciento no consideran el alcohol y las drogas como
un problema grave de su colonia y 12.4 por ciento cree que se puede
llevar una vida normal consumiendo drogas duras.
No No estoy Estoy
No
Estoy de estoy de de acuer- de
estoy de
Estoy de acuerdo acuerdo do con acuerdo
acuerdo
acuerdo en que con que que “el en que
con que
en que “el con- “Muchos consumo “se
“muchos
“tomar sumo de proble- de drogas puede
proble-
alcohol mari- mas a mi duras con-
mas a mi
hace que huana alrededor (Thinner, sumir
alrededor
las cosas hace que se arre- cocaína, drogas
se arre-
sean las cosas glarían si piedra) es duras y
glarían si
más sean la gente uno de los llevar
la gente
diverti- más fumara problemas una
tomara
das”. diverti- menos más gra- vida
menos
das”. marihua- ves de mi nor-
alcohol”
na” colonia.” mal”.
Por-
8.3% 21% 7.2% 21.2% 26.5% 12.4%
centaje
128
i parte: violencia social
129
Real, colonias donde se vive más la piedra, el tolueno, la mota.
(Información 15).
El apoyo del grupo de referencia para la obtención de substan-
cias prohibidas para el menor representa solo uno de numerosos
ejemplos que nos hablan de la existencia de ciertas dinámicas
intragrupales a las que ya nos hemos referido ampliamente en el
capítulo anterior. En este mismo capítulo dedicamos un apartado
a analizar el poder de atracción del grupo sobre el individuo que
lucha por alejarse de su órbita. Esta misma fuerza aplica cuan-
do nos fijamos en el sujeto que lucha por superar su adicción a
las drogas. En palabras del representante de CAPA: “hay mucho
consumo. A lo mejor mi paciente dice ‘ya logré no consumir, me
estoy resistiendo’, pero las actividades que hay ahí son en la pan-
dilla, donde hay consumo”. (Informante 6).
Otros problemas asociados al consumo de drogas y/o bebidas
alcohólicas que aparecieron durante las entrevistas fueron las ex-
plosiones de violencia intrafamiliar y las carencias económicas.
Desde una lógica de carácter lineal nuestra informante 14, con-
textualizando la situación en un ambiente noctámbulo y ocioso,
unido a la estrechez económica, localiza en el consumo cotidiano
de alcohol el principal detonante del conflicto intrafamiliar:
Muchos (conflictos intrafamiliares) suceden en la noche, los sá-
bados… bueno, desde el jueves, viernes, pero más el sábado. Claro
(que el consumo de alcohol influye). Imagínate un albañil, llega
cansado, una cerveza para refrescarse, luego otra cerveza, luego
otra cerveza… Entonces, ahí viene un conflicto: no tiene dinero
por el gasto que ya se hizo en las caguamas, empiezan los conflic-
tos. (Informante 14).
Una similar explicación, añadiendo el factor pandillerismo, es la
que nos ofrece el informante 2 , quien considera que el elevado
costo de la vida obliga a trabajar al hombre y a la mujer, sin que el
salario alcance para cubrir las necesidades básicas. Por este moti-
vo, ante las estrecheces económicas:
Nos enojamos por cualquier cosa, o creemos que una cerveza nos
va a quitar ese estrés (…) que son los detonantes de la violencia
familiar que se da y por eso los jóvenes salen afuera a buscar a
alguien que los entienda, alguien que los escuche…. Y ¿quién lo
130
i parte: violencia social
131
que aceptan como normal la violencia hacia los hijos por parte
de los padres. Así, pues, en términos generales, tenemos indicios
para considerar que, efectivamente, hay una relación positiva en-
tre la percepción positiva de la violencia familiar y del consumo
de estupefacientes.
132
i parte: violencia social
133
nuestro informante 15 nos expone, a través de la ejemplificación
del tolueno y la marihuana algunas posibles explicaciones de por
qué el individuo decide dar el salto. Principalmente, la razón aquí
expuesta se basa en la efectividad de la droga ilegal, además del
daño físico mayor que hace la droga legal y más barata.
El tolueno como que te empieza ya a quedar más chisquiado, como
que ya te va acabando más rápido el cerebro. A lo mejor el alucín del
tolueno se te pasa en menos de diez minutos, estas tolueniendo y
estás en tu alucín, pero ya después de diez minutos, quince minutos
no te tolenueas y ya te empiezas a aclarar bien la idea y ya nada más
te queda el puro olor y la peste. Y la marihuana no, la marihuana
pues vas a fumar y te va a durar dos o tres horas. Y dependiendo
cómo consumas hay muchos tipos de síntomas, como puede ser alu-
cín, que te da risa, o puede ser de bajada, puede que te de hambre o
de la que nada más estás callado. (Informante 15).
Al ser cuestionado por el entrevistador por el consumo de drogas
que induzcan a la comisión de delitos, nuestro informante mini-
miza su presencia en la colonia e incluso emite un cierto juicio
o crítica moral hacia la peligrosidad de estas substancias: “(ir) a
robar (drogados), ahí nada más cuando yo me junté nada más tres
personas lo hacían. Las pastillas esas Rioche eran… y quebraron
los vidrios hasta de su casa, porque esas pastillas, son otra idea.
Te avionas más feo. Esas pastillas casi no se dan mucho en esas
colonias”. (Informante 15).
Más que pensar en el consumo de ciertas drogas como la an-
tesala de la delincuencia, identificamos en el joven la búsqueda
de lucro a través de estas actividades al margen de la ley como
el factor que permite que traspasen este umbral. En el contexto
social al que nos estamos refiriendo, y como consecuencia lógica
de las dinámicas sociales detalladas, la relación entre comisión de
delitos y la vinculación e integración del sujeto con ciertos gru-
pos delincuenciales aparece en estos casos con una altísima fre-
cuencia. En lo que se refiere a la relación entre pandilla y crimen
organizado, en el caso de La Unidad, queda ejemplificada con el
caso de una pandilla.
(Cita el nombre de la pandilla) se prestaron (a colaborar con el cri-
men organizado) desde un principio, cuando un grupo de la delin-
134
i parte: violencia social
135
conciencia que ya no paso por donde mismo, pues ya queda ese
recuerdo, de que si vuelvo a pasar a lo mejor no va a ser lo mismo
(…) (Los ‘malitos’ eran) normales. Pueden ser de la misma colonia
o pueden ser de otras mismas colonias, porque los mismos pan-
dilleros vendían drogas (y) algunos (fueron después malitos) (…)
Otros sí, sí les gustaba jalar con los malitos y empezaron a lucirse,
a creerse y empezaron a agarrar hasta de los mismos, a tablear, a
golpear. (Informante 15).
De la anterior cita también debemos resaltar la idea de la ausencia
de riñas entre pandillas como efecto de la implantación de estos
grupos del crimen organizado. Como expone este informante en
otro momento de la entrevista, la presencia del crimen organiza-
do eleva la tensión a unos niveles que exigen una paz basada en el
miedo a actos extremos de violencia: “se evitaban. A la mejor paz
sí hubo, pero también con un miedo… que… ‘ah, pos si se la hago
de pedo y ese güey anda jalando o el amigo de él…’ y ‘lo tiro al
león’. Ese era el motivo que había paz, ya existía un paz con miedo”
(Informante 15). En este mismo sentido, nuestro informante 2 nos
explica que con cierta pandilla no hay conflictos “porque ahí se
distribuye toda la droga. La mayoría de ellos, distribuyen la droga
aquí (en La Unidad) y en la (colonia) 18 de octubre (...) Entonces en
la 18 de octubre es lo mismo, hay tres o cuatro pandillas que están
en conflicto, pero las que en dado momento no tiene fallas con na-
die, es porque está metida en el crimen”. (Informante 2).
Vemos, en definitiva, cómo progresivamente el juego de la pan-
dilla se va poniendo cada vez más serio. Así, el niño o adolescen-
te que ingresa en la pandilla por inercia, es atrapado por ciertas
dinámicas sociales que derivan en un progresivo acercamiento al
mundo de la delincuencia organizada y que obliga al muchacho,
en último término, a enfrentar en toda su crudeza la realidad úl-
tima y, en este caso, prematura: la muerte.
De mis camaradas mataron a tres y a la vez uno dice… estuvo bien, a
la vez estuvo mal. Bien porque dices ‘eran bien engruese, ya se creía
muy chingón’. A veces empinaba a los mismos y pues todo lo que
hagas vas a pagar y pues yo digo que lo pagó con muerte. Porque él
quería afectar a otras personas y él mismo se afectó… y ya lo mata-
ron porque llegaron otras camionetas y él estaba con otro camarada
en la camioneta que iba a entregar la mercancía… y no les avisaron
136
i parte: violencia social
137
‘bueno, ¿y si ha intentado hablar con él?, yo creo que ahorita está de
este tamaño, cuando esté más alto que usted… usted le está enseñando
a que él golpee, se le va a regresar a usted señor’. Como que tienen muy
arraigado este tipo de situaciones. Dice una señora en una ocasión: ‘es
que maestra, nosotros así aprendimos’ (…) ‘Yo no creo que un golpe
a tiempo no solucione las cosas’, me decía una muchacha (…) Como
que sienten que es la forma más fácil, inclusive hasta se enojan. Hubo
aquí el pleito de unas pandillas y la señora… no, es que la señora misma
sometió, golpeó al niño, lo tiró, lo pateó la misma señora. Y cuando se
le cuestionó a la señora (respondió) ‘es que mi hijo es bien tonto, ya le
he dicho que se defienda. Aquí no se puede vivir así’, como diciendo
como…. No va a funcionar. (Informante 11).
Asimismo, entre los niños y jóvenes se reproduce una normaliza-
ción de las conductas violentas, tal y como pudimos comprobar
en los cuatro grupos de discusión realizados. En ellos, se detectó
un consenso total respecto a la necesidad de ser violento siem-
pre que se trate de defenderse de una agresión. Así, por poner un
ejemplo, escuchamos en uno de los grupos que “es justificada la
violencia cuando te tienes que defender de alguien, porque si al-
guien te dice algo tú te tienes que defender o si alguien te dice algo
te tienes que defender o te quiere golpear, te tienes que defender,
porque pues te tienes que defender y tú allí la justificas”. [Grupo
de discusión Mujeres Turno Matutino]. Este planteamiento con-
duce inevitablemente a la espiral de violencia en una colonia don-
de está tan extendida, tal y como apreciamos en una selección de
conductas violentas que las participantes recuerdan de sí mismas
o que imaginan en ciertas situaciones hipotéticas (lo que contra-
dice claramente la idea de que las actitudes y conductas violen-
tas son territorio exclusivo del sexo masculino):
“Yo si me peleaba, pero no de a montón”.
“Yo me peleé (…) con una mujer (…) por un problema”.
“Yo me peleé una vez con una niña. Me fue a sacar de mi casa”.
“Yo si me peleé con un hombre (…) porque me estaba diciendo cosas
y lo agarré”.
“Yo si me he peleado muchas veces (…) porque no la mayoría va y
nada más me agarra y yo ni sé ni porqué y ya cuando termino al
último les pregunto: ‘eh, ¿por qué me agarraste?’ y ya dicen ‘es que
me caes gorda’, ‘ah, tú también me caes gorda’”.
138
i parte: violencia social
139
social que encuentra un rechazo masivo: solo 7 por ciento dijo no
estar de acuerdo ni en desacuerdo con que en ocasiones hay ra-
zones para que el hombre golpee a su esposa, mientras que 4.9 por
ciento dijo estar de acuerdo con esta afirmación.
Por lo anterior, una de las propuestas de intervención esen-
ciales para lograr el cambio social son aquellas que comiencen a
cuestionar este proceso de naturalización. En palabras de la psi-
cóloga de Prevención del Delito: “pues yo creo que lo primero
(que deben hacer las instituciones) es… quitarles esta idea, como
que ya tienen normalizada de que así son las cosas. ‘Eso es nor-
mal’, ‘eso es lo natural’. Hacerles que conciencia en ese sentido
de que hay otras alternativas para ellos. No todo es violencia, no
todo son pandillerismo y robo”. (Informante 12).
En cuanto al papel de las instituciones, encontramos un serio
obstáculo para que puedan ser eficaces en su intervención: el cho-
que entre los valores intracomunitarios (tales como la fortaleza in-
dividual para enfrentar situaciones de conflicto, aunque sea a través
de la violencia, o la solidaridad y protección intragrupal frente a
las agresiones del “exterior”) frente a los valores hegemónicos que
deben promover estas instituciones (como el respeto a la legali-
dad vigente o la represión de todas las formas de violencia no le-
gitimadas). Este conflicto de valores conlleva, por ejemplo, que la
comisión de delitos no suela ser denunciada por una generalizada
idea de lealtad al grupo de referencia y por un sentimiento de opo-
sición a los cuerpos policiacos y, por extensión, a las instituciones
que estos representan. En caso de quebrantamiento de esta leal-
tad, como explica la directora de la Secundaria 79, la comunidad
pone en marcha sus mecanismos sancionadores entre pares, de tal
modo que la sanción social al delator puede suponer su aislamien-
to, su rechazo o, incluso, la agresión.
El problema es que no tengo la dinámica de la denuncia. Los niños
no lo practican. Aparte les da mucho miedo, porque aquí eso es so-
cialmente penado, no solo por nosotros, que nosotros lo veamos,
sino que eso le llaman… ellos le dicen, ‘se peine’. Si alguien lo dice,
socialmente es rechazado. Pero oye, si sabes que es algo malo que
se estén dejando, que no haces esa práctica de la denuncia, pero
no es más… es todavía más malo, como su entorno social decir de
140
i parte: violencia social
141
camino para el desarrollo de los resultados empíricos que expon-
dremos, de manera profunda, en la segunda parte de esta obra.
142
i parte: violencia social
143
dillas, pues son más, porcentualmente, los que rechazan este tipo
de violencia y tienen más de 10 amigos. La cosa cambia cuando
nos fijamos en las actitudes hacia la violencia, hacia la que se da
entre grupos de jóvenes y la que se da de manera natural entre las
personas: los que aceptan la violencia de género también lo hacen
respecto a la violencia grupal juvenil (25.2 puntos por encima) y
hacia la violencia en general (26.8 puntos por encima).
144
i parte: violencia social
145
tabla 18. relación entre aceptación de la violencia de género e
indicadores de posible deserción escolar
HACE ESTUDIA
HACE TA- ESTUDIA
TAREAS POR QUE
REAS CON PORQUE LE
EN CASA LE OBLI-
SUS PADRES GUSTA
SOLO GAN
Estoy de acuerdo con que
“algunas veces hay razones
32% 17% 8.5% 10.6%
para que el hombre golpee a
su esposa”
No estoy de acuerdo con
que “algunas veces hay
41.6% 17.7% 4.9% 4.9%
razones para que el hombre
golpee a su esposa”
Fuente. Elaboración propia.
146
i parte: violencia social
147
figura 16. relación entre actitud hacia la violencia "educativa"
hacia los hijos y grado de estudios deseado
148
i parte: violencia social
149
“Una mujer no puede soldar, bueno a lo mejor sí puede pero se vería
mal. Porque el aseo de la casa la mujer tiene que traerlo y el dinero
el hombre”.
“El hombre es el que debe trabajar y no una mujer”.
“A veces hay unos hombres que sí pueden hacer el aseo y hay otros
que no”.
“El hombre debe ser el que tiene que trabajar (…) y la mujer es la que
debe hacer el aseo y tener la comida cuando llegue”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
En cambio, en el grupo de discusión compuesto por estudiantes
varones, los comentarios que se escucharon fueron más en la lí-
nea de la equidad entre géneros. Como apreciamos en el siguiente
fragmento, esta búsqueda de equidad y de conciencia de la discri-
minación hacia la mujer no implica una distribución de roles sin
distinción alguna. En la línea de lo que comprobamos con los datos
sobre roles de género y ejercicio de autoridad, vemos con claridad
en el siguiente diálogo cómo se asigna a la madre el rol de sancio-
nadora y sustentadora de normas (además de inculcadora de va-
lores), frente al del padre, figura más orientada a la gratificación.
E: Pos también hay trabajos que no aceptan a mujeres, que son muy
machistas.
Moderador: ¿Tú piensas que el hombre no deba hacer limpieza?
E: No, o sea sí.
Moderador: ¿Qué si deba hacer limpieza?
E: Pues sí, entre todos, todos ensucian.
C: Cierto.
Moderador: Y por ejemplo, no sé… ¿El cuidado de los hijos? ¿A quién
le corresponde?
Varios: A los dos
C: Pero la mamá es más de eso.
E: El papá es más como psicológico y la mamá es más de orden.
A: Bueno la mujer es más la de los castigos y el papá es más de que…
ah, no más te platica.
C: Trabaja.
A: Y ya la mamá es de que ‘vete algo’… ‘Estás castigado’ o algo así.
Moderador: La mamá, ¿qué le enseña a un bebé? Es que ahorita di-
cen que la mamá enseña como…
E: Valores.
A: Sí.
150
i parte: violencia social
151
“Se piensa que la mujer es el sexo débil… ‘no, le vaya a pasar algo’,
la sobreprotegen y a nosotros como somos hombres es como ‘ah,
pos…’.”
“Mi papá se la pasa ayudando más a mi hermana, que a mí y a mi
hermano; que se quiere tatuar el nombre de mi hermana… La cuida
mucho a ella (…) en sus tareas”.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
“A mí no me dejan salir. Bueno, sí me dejan pero a tal hora y a mi
hermano no (le ponen hora), porque una mujer no puede proteger-
se. Aunque uno diga ‘no, yo me defiendo’, pero no vas a poder con
un hombre y mi hermano sí, porque obviamente una mujer no lo
va a secuestrar”.
“Se supone que el hombre es el que más sabe cuidarse. Las mujeres
maduran más rápido, pero el hombre se puede defender más y la
mujer no, corre el riesgo de que le pase algo”.
“Las mujeres somos más… o sea, que no tenemos la misma fuerza
de los hombres y pues los hombres son más atrevidos y pues los
hombres tienen más fuerzas”.
“(Hay) mucha, mucha diferencia (entre hombres y mujeres), por-
que no te puedes defender y a lo mejor hasta quieren matarla y vio-
larla y aventarla o no sé y el hombre pues él actúa”.
“La mujer es más inteligente pero tiene menos fuerza y el hombre es
más tonto y tiene más fuerza”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
“Los hombres tienen más fuerza que las mujeres”.
“El hombre tiene más libertad que la .mujer”.
“(Por lo general) el hombre sale más”
“El hombre se defiende más. El hombre tiene más fuerza que la mujer
y se defiende más si le hacen algo”.
“El hombre a lo mejor se puede creer más que una mujer, porque
pues sí se defiende más que una mujer. O sea, él se cree más que
una mujer”.
“Los hombres son más violentos y las mujeres como que más tran-
quilas”.
“Que a las mujeres si andan en la calle, o sea, los hombres pueden
hablarles de una forma mal y a los hombres no”.
“La forma de vestir o de caminar (es diferente entre hombres y mu-
jeres)”.
“(Mi hermano) es más… muy violento conmigo”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
152
i parte: violencia social
153
“Sí está mal14, porque cómo va vestida y luego es mujer, entonces
es muy probable que le vaya a pasar algo, que la vayan a secuestrar,
que la vayan a violar o algo así”.
“Cómo iba vestida la chava, está mal que la dejen salir así porque
es una señorita. Se supone que se debe de vestir adecuadamente”.
“Obviamente pues ahí la mujer comete el error, bueno, la mamá
(por permitirle salir), pero más la mujer por irse así vestida de la
faldita chiquita y esos top con el pelo así”.
“(Los hombres) en unas partes son respetuosos con las mujeres
porque las mujeres también lo permiten y en la forma como vienen
vestidas, como van, como son y en otras partes por así decirlo aquí
son respetuosos (…) Hay personas, hay chavos y muchachas, cha-
vas que se dan a respetar y los chavos saben que hay una línea, hay
una barrera en donde respeto y nos llevamos”.
“Va dependiendo de la chava, porque si la chava es llevada con él,
el chavo va ser llevado y si la chava se da a respetar el chavo la va
respetar”.
“El hombre llevado nunca se va (a) ver mal; la mujer es la que se va (a)
ver mal, porque se supone que es una señorita y tiene que darse a res-
petar y el hombre pues, ya saben cómo son y les encanta andar ahí y
yo lo veo mal, porque es como si yo (tengo) un novio y que me diga co-
sas o así peor. También hay donde y yo veo que en unos amigos están
mal, así que tengan años de conocerse está mal, porque seguramente
vas (a) andar con ellos y que alguien vea que te estás llevando con
alguien se va (a) ver muy mal y la mayoría de las veces pues les vale”.
“Es como dicen: el hombre llega hasta donde la mujer quiere”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
“La señora (la madre del video proyectado) está mal, porque deja
salir a la mujer y al hombre no”.
“Está mal que no deje salir al hombre, si el hombre se sabe cuidar
más que una mujer”.
“Está mal porque dejó salir a la mujer en vez del hombre”.
“Está mal porque dejó salir más a la mujer en vez de al hombre,
cuando debe de cuidar más a la mujer que al hombre”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
14 Se refiere a la situación propuesta en el video del grupo de discusión, al igual que algunos
de los siguientes fragmentos. En este video, con la intención de invertir los estereotipos de
género tradicionales, se muestra una escena en la que una joven vestida con minifalda avisa
a su madre de que va a salir a la calle sin que esta le ponga ningún obstáculo, mientras que el
hermano varón debe quedarse en la casa porque sus padres afirman que salir es demasiado
peligroso para él.
154
i parte: violencia social
15 Estos representan el 30.1 por ciento del total de nuestro universo, de los cuales 59.8 por
ciento son hombres y 38.8 por ciento son mujeres. Recordemos que la importancia de la
variable “número de amigos en la colonia” radica en que ha sido considerada, cuando es
superior o igual a 10, como aceptable indicador de posible pandillerismo.
155
Si atendemos a la distribución del grado de aceptación de estas
premisas en función del género, en la tabla 21 vemos que en el
caso de los potenciales pandilleros son los hombres los que mues-
tran actitudes más machistas. En este sentido, las diferencias más
marcadas entre ambos géneros se dan en la preferencia de que
la mujer se encargue de cuestiones domésticas (38.1 puntos de
diferencia entre géneros, frente a los 14.7 entre el alumnado en
general) y en la falta de respeto hacia el hombre que se encarga de
estas tareas (27.9 puntos porcentuales de diferencia entre géne-
ros, frente a los 0.8 puntos en el alumnado general).
156
i parte: violencia social
157
ro en el grupo de discusión compuesto por mujeres estudiantes
del turno matutino. En el siguiente fragmento de la conversación
vemos que algunas de ellas forman parte de pandillas y que, por
tanto, están sujetas a la misma dinámica y lógica pandilleril que
condiciona su libre desplazamiento por el espacio de la colonia:
Moderadora: ¿Con cuántos amigos sueles reunirte cuando sales a
la colonia?
C: Como con 25 también.
Moderadora: Con 25 también, pero son de la misma bolita (que otra
compañera que dijo andar con 25) ¿o no?
C: Sí.
Moderadora: ¿25 hombres y mujeres?
C: Más de 25, ¿a que sí?
E: Sí.
Moderadora: ¿Con cuántos sueles reunirte?, ¿sales a tu colonia, a la
placita o así?
B: Pues no puedo porque me agarran.
Moderadora: ¿Te agarran?; ¿quiénes te agarran?
B: Unas chavas que me quZieren agarrar.
M: ¿Te quieren agarrar? Ok ¿y con cuántas personas sueles reunirte?
B: Unas siete u ocho
Moderadora: ¿Siete u ocho?; ¿puras mujeres?
B: Sip.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
En el grupo de discusión de mujeres del turno vespertino la de-
claración de pertenencia a una pandilla también fue explícita por
alguna participante, así como la de algún miembro femenino de la
familia nuclear: “mi hermana se juntaba con los Niños Cumbia y
pues se iban a pelear con los Nerds. Entonces pues allá andaba mi
hermana y mi mamá andaba atrás de ella”. [Grupo de discusión
Mujeres Turno Vespertino]. Aunque la mayor parte negó ser par-
te de una pandilla de forma explícita, en el siguiente fragmento
de la conversación vemos cómo el mundo pandilleril y sus con-
secuencias son algo con lo que conviven cotidianamente, en oca-
siones para restringir sus movimientos y en ocasiones para ser
defendidas por la pandilla “amiga” en caso de agresión:
C: De hecho siempre están acá de este lado, por donde se juntan los
Nerds, de hecho…
158
i parte: violencia social
B: Los Revueltos.
C: Haz de cuenta que en cada esquina hay una pandilla.
A: Y no puedes pasar a gusto.
Moderadora: ¿Y uno no puede..?
C: Es que cuando yo estaba con los Nerds y acá yo iba me decían
cosas (…) y me gritaban cosas.
M: ¿Pero te defendían o te defendías tú?
C: O sea, me defendían.
Moderadora: ¿Los mismos de tus amigos?
C: Sí.
Moderadora: Ok, ¿acá?
E: ¡Nombre!, no soy chola y nunca voy a ser chola.
G: Yo tampoco.
E: Nunca me junté con una banda, porque no me gustó. ‘No vayan
para allá, porque no vas a pasar a gusto’ y en mi cuadra pasaba eso y
aquí también se pone bien feo.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
159
a representantes de las instituciones gubernamentales. Respecto
a la invisibilidad y ocultamiento de los delitos relacionados con
la violencia intrafamiliar, desde Prevención del Delito nos expli-
can cómo se evita casi de forma sistemática su denuncia ante las
autoridades.
Una característica de la violencia familiar, a diferencia de algunos
otros delitos patrimoniales, es que tiene la característica de que es
invisible (…) El delito de la violencia familiar tiene esa característica
de que es invisible porque, a diferencia de los patrimoniales, muchos
de los patrimoniales se reportan; el que más se reporta, casi el 100
por ciento es el robo de vehículo; y luego ya a lo mejor las autopartes,
los cristalazos, o el robo a casa, eso también. Por lo menos (hacen)
la llamada a la policía, no tanto ir a poner la denuncia, pero por lo
menos llamar a la policía. El de asaltos a personas o negocios igual-
mente, por lo menos llaman. Esas son llamadas a la policía, no son
denuncias, pero (los casos de violencia intrafamiliar) no se repor-
taban o no se reportan. Muchos son reportes hechos de los vecinos:
‘aquí al lado de esta casa están escuchándose gritos, parece que es-
tán golpeando a la familia, a los hijos o a la esposa’. (Informante 13).
En todo caso, la apertura de las mujeres a compartir este tipo de
íntimas problemáticas, una vez que se les provee de un espacio de
confianza y seguridad, es mayor que en el caso de los hombres,
encontrando aquí, quizás, el área de oportunidad por parte de las
instituciones para promover el acercamiento imprescindible para
el logro de soluciones. De hecho, de las iniciativas institucionales
narradas por nuestros informantes que resultaron exitosas, en el
sentido de conseguir una confianza tal en el usuario que permitie-
se la realización de confesiones familiares, siempre se dieron con
mujeres. Un ejemplo de esto lo vemos a través del relato que nos
ofrecen desde Desarrollo Económico del municipio de Escobedo.
ENTREVISTADORA: ¿Y las mamás, en este caso, llegaron a expre-
sar en algún momento, alguna situación de conflicto en casa?
ENTREVISTADA: Sí, no directamente (…). Yo les manejo mucho lo
que es la inteligencia emocional y empezamos a hablar del respeto y
que no debemos dejar que nos violenten porque los hijos es lo que
están viendo y ahí se hace un silencio y nadie se voltea a ver a nadie.
Entonces te das cuenta que sí hay problemas de violencia intrafa-
miliar severas. Hay un sistema de violencia ahí fuerte, muy fuerte.
160
i parte: violencia social
161
CONCLUSIONES DE LA PRIMERA PARTE
162
i parte: violencia social
163
es muy similar al del hombre, oscilando en ambos casos, entre
secundaria y preparatoria.
El capital cultural de los padres aparece como un elemento fa-
vorable para evitar futuros abandonos escolares de los encuesta-
dos o, por lo menos, favorece los valores de los indicadores que
hemos considerado ligados. Concretamente, los hogares donde apa-
recen los mayores niveles de estudios presentan mejores porcen-
tajes de realización de tareas en el hogar de sus hijos, que tienen
la expectativa de alcanzar mayores cotas educativas y son menos
los que afirman estar estudiando porque sus padres les obligan.
Volviendo al problema de la estructura familiar, relacionado con
el posible abandono escolar, hay un dato que nos induce a detectar
cierta influencia positiva de la familia biparental y la permanencia
escolar. Así, mientras que entre los encuestados que viven con su
padre y su madre presentan una mayor conciencia de la importan-
cia de la educación para su futuro y ambición en sus expectativas
educativas; aquellos en los que falta el padre y/o la madre apareció
en mayor grado el deseo de autonomía individual inmediata, el cual
entendemos como factor que puede conducir a dejar la escuela.
Asimismo, los que provienen de familias no biparentales presen-
tan una actitud ligeramente más favorable hacia la violencia de gé-
nero, aunque los que provienen de familias biparentales justifican en
mayor medida la violencia de los padres sobre los hijos con finalidad
educativa. En este sentido, hemos encontrado una correlación sig-
nificativa entre actitudes hacia la violencia familiar e indicadores
de abandono escolar. Por ejemplo, quienes se mostraron favorables
hacia la violencia de género mencionaron en menor medida reali-
zar tareas escolares que los que la rechazan, así como mostraron
menos ambición respecto al nivel educativo al que quieren llegar.
Si nos fijamos en otra forma de violencia familiar, la ejercida por
los padres sobre sus hijos, la relación con la deserción escolar ya no
es tan clara, pues aunque los que justifican este tipo de violencia
dicen realizar tareas escolares solos en mayor grado que los que no
lo justifican, estos dicen realizar más tareas con los padres que en
el caso de los primeros.
Más allá del ámbito familiar y del problema de la educación
de los hijos, otro espacio de interacción muy relevante para la
164
i parte: violencia social
165
de género, entre los encuestados potenciales integrantes de pan-
dillas se dan actitudes machistas. Por ejemplo, superan el pro-
medio los encuestados con más de diez amigos que consideran
indigno que un hombre se ocupe de las labores domésticas, así
como los que prefieren que sea la mujer la que se encargue de es-
tas y del cuidado de los hijos. No obstante, si unimos las variables
violencia y género o familia, encontramos que no hay entre este
sector de la población una actitud más favorable hacia ninguna de
las dos formas de violencia familiar que hemos considerado: ni la
violencia de género ni la que ejercen los padres sobre sus hijos.
Respecto al factor considerado a priori como complemento casi
necesario de la vida pandilleril, el consumo de estupefacientes,
sí ha resultado como factor que correlaciona fuertemente con
las actitudes favorables hacia la violencia de género (recordemos
que tanto las actitudes favorables al consumo de estupefacientes
como hacia la violencia de género están repartidas equitativamente
entre encuestados varones y mujeres), así como hacia la violen-
cia entre grupos de jóvenes. De manera separada, entre los que
se muestran favorables hacia el consumo de alcohol también se
da un mayor número de horas de ociosidad en la colonia, mien-
tras que quienes ven favorablemente el consumo de marihuana
también son más condescendientes con la violencia de los padres
hacia los hijos. Respecto a este tipo de violencia educativa, que
junto con la grupal juvenil es la más aceptada en términos gene-
rales, hay una mayor probabilidad entre quienes transigen igual-
mente con la violencia grupal juvenil y en general. También los
que justifican la violencia de género aceptan en mayor medida la
violencia en general y la grupal juvenil.
Por último, en lo que se refiere a la transmisión social de la vio-
lencia, el ambiente vecinal influye en la reproducción de estas ac-
titudes levemente. Así, aquellos que perciben el vecindario como
hostil y egoísta presentan en mayor medida actitudes favorables
hacia la violencia grupal juvenil y hacia la de los padres sobre
los hijos. La intensidad de esta relación es, en todo caso, mucho
menor que la que se da con la presencia o ausencia de los padres:
los muchachos que residen en hogares con familias biparentales
en los que la mujer es ama de casa presentan valores mucho más
166
i parte: violencia social
favorables que los que viven con familia sin padre y con mujer
empleada, en lo que atañe a actitudes justificadoras del consumo
de alcohol, de marihuana y de la violencia grupal juvenil. No es
claro si el factor estructura familiar pesa más que ocupación la-
boral de la madre, pero sí encontramos cierta tendencia favorable
en el caso de los hogares donde la madre es ama de casa, aunque
el padre no esté presente.
167
II PARTE:
VIOLENCIA INTRAFAMILIAR
1. TEORÍAS SUBJETIVAS SOBRE LA VIOLENCIA
INTRAFAMILIAR DESDE LA ÓPTICA DE LOS
AGENTES INSTITUCIONALES
1 La agresividad, según Perrone, es un rasgo natural del hombre en tanto ser vivo. En sen-
tido estricto “agresividad quiere decir fuerza al servicio de la supervivencia” (Perrone,
2012: 23); una “capacidad (del individuo) de defenderse de los ataques del entorno rela-
cional (que) es determinante para su equilibrio y su salud mental” (Perrone, 2012: 16).
Sin embargo, el mismo autor nos advierte, es muy común que se haga un uso abusivo de
la palabra violencia para designar esta sana manifestación de la agresividad. La violencia,
por su parte, corresponde más bien a una “agresividad descontrolada”. Solo cuando sobre-
pasa la protección necesaria de la propia identidad o supera el límite de no infligir un daño
innecesario al semejante, la agresión se convierte en violencia.
condicionado. Reconocen que su irrupción y su persistencia en
el tiempo son propiciadas por situaciones de la vida social y ma-
terial que de manera intensa afectan a algunos individuos o gru-
pos. Esto implica a su vez, que se considera que los cambios que
puedan sobrevenir o inducirse en tales situaciones significarán
modificaciones en el fenómeno de la violencia.
La opinión más extendida sostiene que no se es violento por
naturaleza, sino que, por una parte, las experiencias persona-
les condicionan que ciertos individuos tengan limitadas capaci-
dades para controlar sus emociones e impulsos. Por otra parte,
ciertos contextos exponen con mayor intensidad a situaciones
estresantes, social y psicológicamente desestructurantes. Así, la
irrupción de la violencia se considera como resultado de la com-
binación de una diversidad de factores que imposibilitan una vida
personal satisfactoria, relaciones interpersonales armónicas y la
gestión hábil de la vida emocional. Es decir, la violencia es una de
las formas en que se comportan algunos sujetos que se encuen-
tran en situaciones conflictivas en múltiples dimensiones, como
la económica, la familiar y la urbanística, entre otras.
Otra idea extendida que supone una noción compleja de la vio-
lencia es que se presenta de diversas maneras. Junto a la violencia
física se reconocen de manera generalizada, al menos, también la
verbal, la psicológica y la económica.2 Los informantes más liga-
dos a la atención de menores, también subrayan la negligencia en
su atención y cuidado como una forma de violencia que, debido
a su naturaleza pasiva, es fácilmente pasada por alto incluso por
personas cercanas a casos evidentes. Esto, son conscientes los in-
formantes, tiene implicaciones para la detección de casos y para
una labor educativa hacia la población.
La gente está desinformada y cree que la violencia nada más es la
física, los golpes, pero vienen y les hacemos ver que no nada más
la violencia física es violencia, sino que incluso el que te ignoren,
el que no les den el sustento y todas estas cosas, y sí tenemos una
influencia importante. (Informante 14).
172
ii parte: violencia intrafamiliar
173
como causa de diversas formas de deterioro de las relaciones in-
terpersonales y del contexto social. Pero, nuevamente, no suele
ahondarse en los mecanismos subyacentes.3 De tal forma, la con-
cepción que resulta más extendida respecto a la complejidad de
las manifestaciones de la violencia, es la de una amalgama caótica
de elementos conflictivos que se mezclan e intensifican entre sí,
como queda ejemplificado en la siguiente explicación brindada
por un informante.
Muchas veces en la violencia también influye, que es cuestión eco-
nómica, que es cuestión cultural, es un ciclo de violencia que lo
vienen arrastrando desde la infancia. Porque así crecieron y así si-
guieron, realmente sí. ¿Por qué?, porque hay muchos papás jóvenes,
hay muchas familias jóvenes, también influye la deserción escolar,
que ya tienen una responsabilidad de mantener una familia y por
equis o ye circunstancia no tuvieron la oportunidad de terminar
una preparatoria, no tuvieron la oportunidad de una carrera pro-
fesional y eso es lo que pasa, entonces, muchas veces sí influye, sí
influye todo. Es un círculo, es un circulo, ¡vaya! (Informante 7).
Así, a pesar de la complejidad reconocida, esta no se ve necesaria-
mente reflejada en un abordaje integral del fenómeno de la violen-
cia. Por ello, una de las informantes con una amplia visión sobre
el fenómeno comentó:
Bueno, eso ya es de manera particular mía, siento que actualmente
siempre se están tratando los problemas sociales como algo segmen-
tado. Mientras no lo veamos como un problema complejo es decir,
que no nada más implica lo que es en sí la familia sino el entorno tanto
social, económico, cultural, etcétera; y no se atienden de una manera
globalizada no se va a lograr hacer mucho. (Informante 11).
Ahora bien, uno de los mecanismos concretos que describen nues-
tros informantes como condicionante de la alta incidencia de ma-
nifestaciones de violencia es la normalización de estas últimas
sobre la que antes se discutió ampliamente. La situación multidi-
mensionalmente conflictiva que, según su percepción, prevalece en
la colonia estudiada genera un entorno propicio para tolerar, man-
3 Con excepción, por ejemplo, del planteamiento de que existen condiciones estructurales,
hábitos o prácticas que podrían considerarse como “precursores” que predisponen a un
individuo a reaccionar de forma violenta y que, por otra parte, existen factores o elemen-
tos “detonantes” que hacen que aparezca la conducta violenta concreta. (Informante 13).
174
ii parte: violencia intrafamiliar
175
limites, pues el adolescente no lo va a tomar como parte de su co-
nocimiento, porque sabemos bien que… bueno pues el adolescente
está creado con valores y si esos valores no están bien establecidos
pues él no va a saber qué decisión tomar. (Informante 5).
Como podemos ver, los elementos del contexto social que se identi-
fican como factores condicionantes de la violencia no se intro-
ducen en un esquema explicativo que especifique cómo influyen,
y por tanto, cómo evitar esa influencia. Por el contrario se adju-
dica a la falta de voluntad individual el no oponerse al efecto de
tales factores.
Inclusive en las expresiones de agentes institucionales que,
en lo general no presentan una visión estigmatizada hacia esta
población se dejan entrever algunos matices que muestran con-
cepciones similares que conducen a la responsabilización del in-
dividuo. Por ejemplo, un entrevistado dijo de los habitantes de
la colonia donde se hace el diagnóstico: “pues es gente que a lo
mejor es brava, o que es muy impulsiva, a lo mejor” (Informante
13). Así, de manera indirecta se atribuye a los residentes caracte-
rísticas negativas que son consideradas anormales.
La gente ahí vive de noche, incluso las mamás, como una especie de
vida alterada […] desde ahí, para mí que está bien mal […] No, no,
no, como que la vida no es normal. (Informante 4).
Como se planteó en la primera parte de este reporte, algunos va-
lores arraigados en la comunidad atendida se perciben como
distanciados de los valores hegemónicos más ampliamente com-
partidos por quienes laboran en las instituciones. Esa distancia
puede influir en la menor efectividad de sus intervenciones. En
algunos casos, ante la frustración que provoca el limitado efecto
de los esfuerzos para modificar la situación que prevalece en estas
colonias, llega a expresarse una profunda ruptura entre los valo-
res de la población atendida y los del servidor público. La respon-
sabilización del individuo que se comporta con violencia o de
quien padece esos comportamientos, por aceptarlos o por no bus-
car cambiar su situación, es una de las principales formas que adop-
ta una visión fatalista sobre lo estéril que resulta atender la violencia
en dichos contextos sociales. De tal manera, aunque no se cierre
completamente la posibilidad de que las familias que viven a diario
176
ii parte: violencia intrafamiliar
177
Por otra parte, esta visión fatalista sobre la posibilidad de inci-
dir desde las instituciones en los contextos en los que la violencia
intrafamiliar (y social) se encuentra generalizada, no necesaria-
mente se expresa siempre de forma tan contundente. Otra de sus
manifestaciones la encontramos en una actitud rutinaria en las
intervenciones que llevan a cabo, aun cuando son conscientes de
las limitaciones de sus efectos. Una informante cuya institución
ofrece pláticas a sujetos considerados vulnerables ante el proble-
ma de violencia o ya afectados, se refiere así a las dificultades que
enfrentan para atraer al público:
No es fácil que las mujeres vayan a una plática. Eh… muchas veces
ellas no, o sea, se batalla para traer, para que vayan a tomar una
plática de desarrollo humano. Pero las seguimos dando, todo el año
hemos dado. (Informante 3).
La insistencia, aparentemente poco crítica, en continuar con un
tipo de intervención que no logra convocar a la población meta
revela la resignación respecto a la impotencia de la acción propia.
El testimonio de una residente de la colonia colaboradora en dis-
tintas iniciativas gubernamentales es muy esclarecedor sobre las
limitaciones de estas acciones. La reacción que narra haber teni-
do ante una plática dirigida a madres de familia deja en evidencia
el desconocimiento desde el que pueden en ocasiones dirigirse
los mensajes hacia la población atendida y el efecto adverso al
esperado que ello puede ocasionar. Concretamente, se refiere a
una en la que se equiparaba ser madre a ser un ángel y se mos-
traba una imagen idealizada de los roles maternos.
‘¡Ay no, no!’ dije. A mí no gusta que me doren la píldora, a mí me
gusta que me digan, ‘mire señora, hay este problema y cómo lo solu-
cionamos’, ¿verdad? ¿Cuál es el problema?, ¿por qué es el problema?,
¿de dónde viene? y ¿cuál es la solución? […] A mí no me gusta que
digan ‘¡ay!, es que hay un ángel que se llama mamá’ […] Yo no soy un
ángel, soy una mamá con necesidades […] Digo yo, ‘¡no, no, no!’. Es
como si yo estuviera tonta. ‘Yo dije, no ¡no vengo a perder mi tiempo!’.
(Informante 1).
Esta misma informante subraya que en los casos de violencia in-
trafamiliar que han llegado a su conocimiento, resulta significativa
la posibilidad de brindar un espacio de confianza para compartir
178
ii parte: violencia intrafamiliar
el problema, pero sin que los afectados deseen que su situación tras-
cienda a la denuncia o a una acción más institucionalizada; como la
mayoría de los agentes gubernamentales generalmente procede.4
El distanciamiento de los valores de la población atendida
también puede llevar a los agentes gubernamentales a juzgar de
forma aún más negativa ciertas manifestaciones que se conside-
ran, no solo violentas, sino completamente irracionales e inacep-
tables. Así, una entrevistada, la informante 1, al hablar de los
moretones ocasionados en la pareja por los llamados chupetones
(que ella considera actos violentos y que algunas mujeres aten-
didas refieren como manifestaciones amorosas) alegaba que no
son correctos “porque no eres un animal, no eres una res que
tienen que marcar”. No es nuestra intención denunciar que se
trate de actos discriminatorios y, como indicamos antes, com-
prendemos que algunas expresiones son fruto de la frustración
y de un genuino interés por ayudar a la población que se atiende.
Es importante, sin embargo, subrayar que la estigmatización que
apunta a la irracionalidad de los actores de las situaciones violen-
tas cierra toda posibilidad de incidir en su transformación. Como
nos indica Segato,
hasta las prácticas más irracionales tienen sentido para sus agentes,
obedecen a lógicas situadas que deben ser entendidas a partir del
punto de vista de los actores sociales que las ejecutan [y] solamen-
te mediante la identificación de ese núcleo de sentido […] podemos
actuar sobre estos actores y sus prácticas, aplicar con éxito nuestras
acciones transformadoras. (Segato, 2003: 2).
4 Actitud que parece bastante generalizada. Según la Encuesta Nacional sobre las Diná-
micas de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2011) 34.7 por ciento de las mujeres
agredidas física o sexualmente por sus parejas considera que “si hay golpes o maltrato en
su casa es un asunto de familia y ahí debe quedar”.
179
ten testigos externos. Además, dado el vínculo consanguíneo y
emocional que existe entre los participantes y espectadores de la
relación violenta existe una fuerte barrera para informar de lo que
ocurre. Por lo tanto, los entrevistados son conscientes, de que los
casos que llegan a su conocimiento son una fracción de la inciden-
cia real del fenómeno.5
Fuera de este rasgo, existe una completa falta de caracteriza-
ción específica sobre la violencia familiar en el discurso de los en-
trevistados. Esta variante de la violencia humana, es simplemente
conceptualizada como una más de sus manifestaciones, sin rasgos
especiales más allá del ámbito en el que tiene lugar. No se plantea,
entonces, que la violencia intrafamiliar responda a factores que le
sean particulares o que se despliegue mediante diferentes meca-
nismos a la que se ejerce en espacios distintos al familiar.
La visión que prevalece es la de distintos ámbitos en que es
posible ejercer violencia, pero estos son proclives a trasvases del
comportamiento violento de unos a otros. Además, los mecanis-
mos subyacentes serían prácticamente los mismos: incapacidad
para gestionar reacciones emocionales y aprendizaje social de los
comportamientos violentos. Inclusive, resulta llamativo que los en-
trevistados al intentar ahondar en las dinámicas y características
de la violencia intrafamiliar dirigen inmediatamente sus discur-
sos hacia la violencia en general o a la pandilleril (más visible
en la zona urbana en que se llevó a cabo el diagnóstico). Así, po-
demos concluir que se considera como una manifestación de la
violencia general en un ámbito delimitado.
Sin embargo, los antecedentes empíricos que se conocen des-
tacan que la violencia intrafamiliar tiende a un perfil profun-
damente diferenciado de otras formas de violencia social. Por
ejemplo, se ha identificado que sus protagonistas enfrentan fuer-
5 Aun así, una de las características percibidas en la colonia La Unidad y en su área de in-
fluencia son los límites difusos entre el espacio público y el espacio privado, condiciona-
dos por dinámicas de convivencia vecinal, comercio informal y una relativa precariedad
de la vivienda. De tal manera, la violencia intrafamiliar quedaría más expuesta a la mirada
exterior. Así, como señaló un informante,
afortunadamente en las zonas populares (como en La Unidad) pues sabemos que
existe porque la vecina nos dice “es que siempre se escucha que le grita y le pega”,
pero te vas a la zona oriente del municipio y te encuentras una violencia silenciosa,
donde damas de ahí nos han referido que sus esposos las golpean y que ningún veci-
no estaba enterado. (Informante 8).
180
ii parte: violencia intrafamiliar
6 De estas dificultades se derivan también situaciones como la de uno de los adultos en-
trevistados, bajo proceso legal por violencia física hacia su pareja que él niega en forma
terminante. (Entrevista hombre 1). Denuncias previas de maltrato se desestimaron por
falta de evidencia. Solo tras la insistencia y al presentar su expareja marcas de golpes (au-
toinfligidas, según el entrevistado) se aceptó. La posibilidad de denuncias falsas fue tam-
bién referida por informantes clave. Sin necesidad de posicionarnos, el caso nos permite
reflexionar sobre la dificultad para determinar la presencia de violencia intrafamiliar.
181
Como vemos, se establece con claridad la dirección de la causa-
lidad desde la violencia intrafamiliar hacia las otras problemáti-
cas mencionadas, las cuales, además, cubren un amplio abanico,
desde la participación en una riña hasta la colaboración en una
red del crimen organizado. Ahora bien, tales afirmaciones pueden
tener algún sostén empírico. Por ejemplo, el encargado de coordi-
nar un programa que atiende a menores que han sido infractores
sostiene que la violencia familiar es la causa subyacente de sus pro-
blemas de conducta y de sus conflictos con la ley. Sin embargo, al
ser cuestionado sobre la forma en que establece esa relación, da
argumentos que solo de manera muy parcial justifican tal aprecia-
ción, como lo vemos en el siguiente fragmento de su entrevista:
ENTREVISTADO: Sí sé que muchos de esos chavos se forman por el
problema de la violencia familiar. Sí sé que… las pandillas se forman
por el problema de la violencia familiar, sé que tienen problemas de
conducta por el problema de violencia familiar, sé que tienen timi-
dez también muchas veces por esos problemas.
ENTREVISTADOR: ¿Cómo lo saben?
ENTREVISTADO: Porque varios de ellos son traídos con la psicólo-
ga […] A raíz de riñas familiares, o a raíz de problemas de conduc-
ta o de adicciones, o de alguna otra forma, o muchas de las veces
llegan ahí primero con la psicóloga y la psicóloga los canaliza con
nosotros al programa. (Informante 13).
Como vemos, nos encontramos ante una sobregeneralización de la
violencia familiar como la causante de las problemáticas visibles
que movilizan la intervención institucional. Tal generalización,
no necesariamente falsa pero sí insuficientemente comprobada,
es una idea constante. Un razonamiento similar se manifestó en
otra de las entrevistas, donde la violencia familiar se supone pre-
sente, sin necesidad de mayores evidencias, en una serie de situa-
ciones familiares que se juzgan como desestructuradas y que se
considera que orillan a los jóvenes a ingresar al conflictivo mundo
de las pandillas.
ENTREVISTADORA: Nos han hablado mucho también del pandi-
llerismo de la colonia La Unidad, ¿qué relación tiene esto con la
violencia intrafamiliar?
ENTREVISTADA: Muchísima, todo hogar desintegrado va a generar
un miembro de pandilla… no todo, perdón, porque no es una regla
182
ii parte: violencia intrafamiliar
183
sea, tenemos muchos casos de violencia familiar, también entre las
clases medias y las clases medias altas, y no tenemos (ahí) ningún
caso de riñas de pandillas. (Informante 13).
Para enriquecer aún más esa reflexión, habla de las condiciones
materiales de las viviendas como otro factor mediador de la re-
lación entre la violencia ejercida en el hogar y la realizada en el
espacio público. Tener más espacio disponible, por ejemplo una
habitación propia, brinda una posibilidad de intimidad y aislamien-
to en el interior de los domicilios como una válvula de escape a
la tensión que se origina en las dinámicas familiares violentas.
(Informante 13).
Es llamativo que, más allá de estas puntualizaciones sobre los
factores mediadores entre violencia familiar y otras, solamente
un entrevistado, el informante 15, cuestiona más a fondo esa re-
lación entre problemáticas sociales. Resulta significativo porque
se trata de un residente de la colonia que en el pasado perteneció
a una de las pandillas, lo que le da una posición privilegiada para
conocer las dinámicas que subyacen a los fenómenos accesibles a
un observador exterior. Al hablar de las conductas desviadas y de
riesgo que proliferan entre los jóvenes del sector estudiado, tajan-
temente establece que si bien “a veces sí es por problemas en la
familia, a veces no”. Sobre los motivos que lo llevaron a él mismo
y a otros miembros de la pandilla a la que perteneció a unirse y a
participar en riñas, descarta que la violencia intrafamiliar fuera
un motivo central: “No, no, no era lo principal eso […] a lo mucho
unos dos (entraron a las pandillas por eso)”.
Esta última postura es consistente con los hallazgos encontra-
dos en la investigación científica sobre el efecto de ser víctima
o haber sido expuesto a violencia familiar durante la infancia.
Si bien se ha encontrado en tales sujetos una mayor tendencia a
involucrarse en situaciones de violencia, como víctimas o como
perpetradores, presentar comportamientos criminales o problemas
de salud mental, tal efecto no es determinante y puede variar;
según diversos estudios, hasta un 70 por ciento de quienes son
expuestos a violencia familiar no muestra tales efectos (Margolin
y Gordis, 2004: 153).
184
ii parte: violencia intrafamiliar
185
reacción ante la violencia que ejercen sus parejas, algunas mu-
jeres pueden tomar una actitud no sumisa: “esa agresión es más
de parte de los hombres, pero ya muchas mujeres pues también
piensan que ‘no me dejo’”. Apunta, sin embargo, que cuando tal
actitud tiende a manifestarse mediante la confrontación, no a
través de la negociación de los desacuerdos, la denuncia o la se-
paración; contribuye igualmente al aumento de la violencia entre
la pareja y no a su resolución. De tal manera, en lugar de desha-
cer el ciclo, lo alimenta.
Entre los tipos de violencia que pueden ocurrir en el ámbito
familiar la sexual merece una mención especial. Llama la atención
que no se profundiza en absoluto en el tema al hablar de la violen-
cia intrafamiliar. Más llamativo aún resulta que las referencias a la
sexualidad en relación con la violencia familiar las encontramos,
sobre todo, en el orden de la desviación respecto a una norma mo-
ral, más que a agresiones sexuales en el ámbito de la familia, como
ocurre en citas antes comentadas donde se considera como parte
de la violencia familiar a la que estaba expuesto un menor que su
madre tuviera “varias parejas sexuales” (Informante 8) o cuando
se califica la probable homosexualidad de un padre como un factor
que afecta a los menores. De hecho, presenciar situaciones sexua-
les entre adultos por descuido o como resultado de las limitacio-
nes de espacio y privacidad al interior de los hogares la menciona
el informante 13 como “generadora de violencia”.
Si bien la exposición de un menor a imágenes o situaciones
sexuales es bajo ciertos criterios considerada como una forma
de violencia sexual, las referencias en las entrevistas no aluden a
acciones en donde se busque forzar al menor a dichas percepcio-
nes. Esto, aunado a la nula referencia a la coacción para sostener
relaciones sexuales, a violaciones, a tocamientos no consentidos
u otras formas más evidentes y graves de violentar sexualmente
a otros (sean menores o no), parece ser producto del carácter de
tabú del tema en una parte de los agentes institucionales. De esta
forma, la manifestación de la sexualidad y sobre todo la sexuali-
dad desviada de una norma moral hegemónica o la infantil que
podría ser considerada normal en algunos casos (como la exhibi-
ción no inhibida de genitales o la curiosidad por los genitales de
186
ii parte: violencia intrafamiliar
187
2. PRESENCIA Y ALCANCE DE LAS
MANIFESTACIONES DE VIOLENCIA
INTRAFAMILIAR EN LA UNIDAD
188
ii parte: violencia intrafamiliar
189
compañeros”. Sin embargo, no lo considera necesariamente una
señal de alarma, ya que la menor se integró ya iniciado el ciclo
escolar, proveniente de otro estado8 y la evolución de su com-
portamiento social es positiva. En rubros como el cuidado de su
higiene, alimentación, salud y necesidades emocionales la maes-
tra no detecta ningún inconveniente. A la pregunta expresa so-
bre conflictos en la familia también responde negativamente y
agrega: “no, es que se ven muy tranquilos, se ven muy… no sabría
cómo decirle… ni problemáticos ni nada”. Esta impresión gene-
ral se confirma por los resultados del test proyectivo en el que
no se observan alteraciones significativas y por la observación
directa de la menor en los talleres. Ciertamente existen otros ca-
sos en que los maestros pueden no tener conocimiento de una
situación de violencia física en el entorno de sus alumnos. En
esta familia, sin embargo, todo indica que la disciplina física es
un recurso que no constituye un abuso paterno ni genera una
afectación en la menor.
Aun así, la frecuencia con la que golpear fue referida por en-
cima de cualquier otra forma de disciplinar a los hijos y la falta
de reparos de los estudiantes de primaria para informarlo nos
indican que la agresión física con fines educativos se encuen-
tra normalizada entre la población que participó en esta fase del
diagnóstico. Por contraste, como vimos en los resultados de la
encuesta en secundaria, el acuerdo con el castigo físico (golpes
como forma de educación paterna) se reduce considerablemente
en ese nivel escolar (solamente 19.2 por ciento en el turno matu-
tino y 14.9 por ciento en el vespertino). Esto nos sugiere un ma-
yor rechazo racional de esa forma de disciplina y que puede estar
influenciado por la presión externa de los valores hegemónicos
y la represión que lleva al ocultamiento de la violencia vivida.
Debe considerarse, además, que recibir los golpes como castigo
físico en la infancia puede tener efectos emocionales e inducir un
aprendizaje vicario de la agresividad (por observación) más per-
manente que el recibirlo a una edad mayor, pues no puede ser jus-
8 El equipo diagnóstico considera probable que se trate de una familia de origen indígena;
con lo que dicho retraimiento se explicaría, en parte, por una mayor distancia cultural.
Sin embargo, el dato no pudo ser confirmado.
190
ii parte: violencia intrafamiliar
191
padre nunca reconoció él mismo haber golpeado a su hijo, la maes-
tra le observó marcas de fuertes golpes, lo cual narra como sigue:
De hecho en una ocasión traía unos moretones… el niño se levantó la
playerita y yo le alcancé a ver que traía un moretón aquí; le dije ‘¿qué
te pasó?, ¿estabas jugando?’… ‘no’ (respuesta del niño). Y él como
que, cuando es de violencia, ya no te quiere hablar, entonces… ‘es
que estaba jugando con mi hermanito’ (respuesta del niño), le digo
‘¿a qué jugabas que te pegó tan fuerte?’, ‘es que estaba jugando a los
carritos y me los aventó’ (respuesta del niño). Y le digo: ‘a ver, ven’,
y ya no quería, entonces le levanté toda la playerita y traía varios
moretones en la espalda, otro moretoncito aquí y ya le pregunté qué
había pasado, y al principio era ‘que estaban jugando, que estaban ju-
gando’. Después me dijo que su papá le había pegado porque no había
querido hacer la tarea. Le dije: ‘¿cómo te pegó?’, ‘con puño cerrado en
la espalda’ (respuesta del niño) (Entrevista maestro 4).
En otro caso, un niño de primer año refirió en los talleres que “mi
mamá me chinga, me pega con la chancla” (Exp. 3). También se lo
ha referido a la maestra, quien en una ocasión le observó rasgu-
ños cerca del ojo, ocasionados por la madre que lo golpeó por no
terminar un trabajo.
Por otra parte, algunos padres al recibir reportes de mala con-
ducta o incumplimiento escolar de sus hijos, refieren verbalmen-
te que al llegar a casa les golpearán. Generalmente en tales casos,
los maestros tratan de hacer una labor educativa con los padres,
a quienes les sugieren otras formas de disciplina y cuestionan que
los golpes lleguen a tener el efecto deseado. En algunos casos me-
nos frecuentes, en la misma escuela y frente a los maestros, los
padres golpean a los menores cuando reciben uno de los reportes
comentados. Lo significativo es la regularidad con que al refe-
rir esos casos, los maestros señalan que perciben una descarga
excesiva de fuerza, una falta de dominio por parte del padre o
madre, e incluso una intención de humillación, por ejemplo al
arrastrar por el piso al menor o dirigirle palabras de minusvalo-
ración. Estas demostraciones de violencia sin ningún tapujo ante
agentes institucionales confirman las impresiones de muchos de
los informantes de la normalización de la violencia y los valores
contrahegemónicos que imperan en una parte de los padres de fa-
milia, sobre todo cuando se justifica por sus fines educativos.
192
ii parte: violencia intrafamiliar
193
buena parte de los niños no indica al agresor. En el resto no se ob-
serva ninguna diferencia significativa. Tanto padres como madres,
abuelos y abuelas son referidos como quienes golpean o ejercen
otras formas de violencia física. La única distinción significativa
la encontramos en el caso de los tíos, que si bien cuantitativamen-
te son pocos, en todos los casos se trata de hombres.
En cuanto al género de los menores que reciben violencia fí-
sica sí encontramos una tendencia más clara en la que más varo-
nes reportan ser golpeados. Este patrón, sin embargo, debe ser
tomado con cautela. Pues, aunque se solicitó a los directores de
las escuelas elegir al azar a los menores participantes en los talle-
res diagnósticos, algunos maestros decidieron enviar a sus estu-
diantes más conflictivos y la muestra quedó conformada por 60 por
ciento de menores de género masculino. Los menores hombres
que reportaron ser pegados resultaron ser mucho más numero-
sos que las mujeres, doblando prácticamente su cantidad. No sola-
mente en términos absolutos, también la proporción de los hombres
que reportan recibir violencia física es relativamente mayor que la
de las mujeres. En esta diferencia podrían incidir también los es-
tereotipos de género que limitan la posibilidad de que las mujeres
comuniquen las experiencias de violencia contra ellas, no así los
hombres, pues ser partícipes de situaciones de agresión física se
encuentra vinculado a la noción de masculinidad. En conclusión,
aunque no podemos afirmar que objetivamente sea realmente ma-
yor la incidencia de violencia física hacia los menores hombres,
tanto en la percepción del personal escolar, como entre los mis-
mos menores, la violencia física hacia los hijos hombres resulta
más normalizada.
194
ii parte: violencia intrafamiliar
9 Según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares
(ENDIREH 2011), 25.8 por ciento de las mujeres unidas en pareja han sufrido agresiones
físicas durante su relación. En Nuevo León esa cifra es menor (18.6 por ciento); sin embar-
go, para las mujeres más jóvenes, entre 15 a 29 años, es más común la violencia de todos
los tipos ejercida por su pareja y en esa franja de edad se sitúa el grueso de los padres de
los menores participantes.
10 Aunque son pocos los casos, llama la atención que cuando se refieren agresiones físicas
entre parejas de adultos que no son los padres se identifican formas más específicas de
agresión o se describen escenas concretas; de manera contraria a lo que ocurre cuando
se comenta la violencia entre los padres. Esto abona a la idea de que los menores evitarían
comunicar detalles sobre esta última o que la recurrencia dificulta recordar y describir
algún caso puntual.
195
Aunque no minimizamos la importancia de la violencia físi-
ca del hombre a su pareja, resultaron más comunes las referen-
cias de los menores al conflicto entre los padres sin indicar con
precisión si se trataba de violencia física o de otro tipo. También
fue más frecuente que no se identificara a uno de los padres como
agresor, sino que se señalara de forma más general que los pa-
dres se pelean. Además, de manera aislada se identificó a la madre
como agresora física del padre (Exp. 75); y en un caso a un abue-
lo como agresor físico de la madre (Exp. 156).
Esta falta de claridad en la delimitación del tipo de violen-
cia y en la identificación del agresor puede tener diversas ex-
plicaciones. Una de ellas, y sobre la que se presentan mayores
indicios en las referencias de los menores así como en la infor-
mación brindada por los maestros, es la amalgama de tipos de
violencia que suele presentarse cuando se trata de relaciones
de pareja conflictivas; en donde la violencia verbal, la psico-
lógica, e incluso la económica (sobre la sexual en la pareja no
hubo referencias, aunque no descartamos también su presen-
cia) pueden presentarse en distintas combinaciones, con o sin
violencia física.
Lo referido en los grupos de discusión realizados con jóve-
nes de secundaria puede ahora ayudarnos a complementar estos
datos un tanto escuetos. En primer lugar, sus testimonios nos
confirman que la violencia física en la pareja es más común de lo
hasta ahora confirmado a través de los estudiantes de primaria.
En los cuatro grupos se refirió tener conocimiento de este tipo
de casos. Se identificó además como uno de los patrones más
importantes el de la violencia de género. Compartimos una serie
de citas en las que se comenta sobre ellos:
Una vecina, de ahí donde vivía, ella como decía: ‘no, pues yo lo amo’
y todo, y no lo quería dejar así al bato. La chava, como que las otras…
unas vecinas le decían: ‘recapacita, te está pegando, eso ya no es
amor, ¿cómo lo vas a amar si te maltrata?’. Pero pues ya, era el pen-
samiento de esa señora o chava.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
Mis tíos, eh… mi tío golpeaba a mi tía.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
196
ii parte: violencia intrafamiliar
197
Moderador: ¿Ustedes han visto o escuchado algo similar? (a la esce-
na proyectada como estímulo para la discusión grupal, en la que un
hombre golpea a su esposa), ¿conocen algo?, ¿tú sí?
B: O sea así de golpes no, mi mamá es la que se vuelve loca y empie-
za a aventar todo.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
En este último grupo, inclusive se hace una gradación de la vio-
lencia física y se desestiman algunas. Al ser cuestionados sobre
cuándo era grave una situación de este tipo, uno de los participan-
tes indicó:
Ya cuando te sacan sangre… Un zapecillo o así, pues te lo valgo, pero
ya con puño cerrado (ya no).
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
198
ii parte: violencia intrafamiliar
11 Se solicitó también a los profesores el llenado de una hoja de cotejo de indicios de vio-
lencia física y negligencia de sus estudiantes participantes en el taller. Sin embargo, en la
mayoría de los casos realizaron un llenado mecánico indistinto por lo que no se tuvo en
cuenta para la elaboración de este reporte. Se sugiere, por lo tanto, en la replicación de
este diagnóstico, considerar el llenado de ese instrumento por parte de los maestros con
el acompañamiento y asesoría del equipo de investigación.
199
para la detección y prevención de las distintas formas de violen-
cia intrafamiliar hacia los menores.
La alta frecuencia con la que los maestros de primaria perci-
ben que los padres desatienden el cuidado básico de sus hijos,
lleva a algunos de ellos a considerarlo como una característica
generalizada de las familias de sus estudiantes. “La mayoría (de
los alumnos) tienen familias muy pasivas […] que no les ponen
mucha atención en casa”, comentó en la entrevista la maestra 14;
quien señala la falta de higiene personal de los menores como la
manifestación más extendida de negligencia paterna que ella ha
observado. Otra maestra de la misma escuela coincide en la per-
cepción y enfatiza que la ubicación de la escuela, en su opinión,
marca una diferencia en la actitud de los padres, por comparación
con otros sitios en los que ha trabajado.
Nunca me había tocado trabajar en un ambiente de aquí, de Escobedo
y yo noto que sí los padres están bien desligados de los niños. ¿Cómo
puede ser posible que los dejes venir solos (caminando desde su casa)
si son de primero (de primaria)? O sea, que no estés al pendiente de
ellos, de sus uniformes, de esto, de lo otro. Yo allí veo que les falta
bastante apoyo familiar a ellos. (Entrevista maestro 15).
Estos señalamientos apoyan la visión que diversos informantes
clave compartieron sobre el entorno social conflictivo que in-
duce dinámicas sociales y familiares disfuncionales; lo que ha
sido discutido en la primera parte de esta obra. En los siguientes
apartados comentaremos con más detalle las relaciones entre di-
versas manifestaciones de violencia, así como sus vínculos con
otras problemáticas familiares; ya que se trata de vínculos muy
fuertemente sostenidos en las teorías subjetivas sobre la violen-
cia de los informantes clave que antes presentamos. Además de
ese despliegue que haremos más adelante, ahora avanzaremos de-
lineando los dos perfiles familiares que emergieron al considerar
la negligencia como forma de violencia intrafamiliar.
La mayoría de los maestros no se limitaron a señalar que han
observado indicios de negligencia en algunos de sus alumnos.
También distinguieron los diferentes ámbitos (higiene, presen-
cia paterna, necesidades materiales y apoyo escolar, entre otros)
en los que se presentaron esos indicios y en cuáles no. Además,
200
ii parte: violencia intrafamiliar
201
señalamientos y solicitudes que les plantean los agentes escola-
res, los cuestionan o simulan tenerlos en cuenta cuando en rea-
lidad no lo hacen.
La forma en que una de las maestras describe la situación de un
menor y la actitud de su familia delinea con agudeza este perfil fa-
miliar. Se trata de un alumno de segundo grado con una discapa-
cidad intelectual no atendida adecuadamente por la familia (Exp.
31). A pesar de contar con servicio médico, los padres faltan a las
citas que les asignan para la atención del menor, no siguen el tra-
tamiento indicado (que inicialmente había inducido una mejoría
en el aprovechamiento escolar del niño) y ni siquiera han comu-
nicado con precisión a la escuela cuál es su diagnóstico. No apo-
yan en absoluto las actividades escolares. Existen antecedentes
de violencia intrafamiliar y del retiro temporal de la custodia del
menor y un hermano por parte del DIF. Cuando desde la escuela
han buscado generar un mayor compromiso por parte de los pa-
dres en la atención al menor, incluso al plantearlo como condición
para recibirlo en clase, la actitud es superficialmente de apertura,
pero al parecer solo como una forma de evitar el conflicto (por
la amenaza de una nueva intervención del DIF) pero no supone
cambios sustanciales en el ejercicio de las funciones paternas. La
maestra narra a detalle lo acontecido de la siguiente manera:
El señor fue el que vino a hacer el compromiso que iba a estar al
pendiente de todo lo relacionado con el niño, pero… Lo aceptamos,
lo teníamos (al menor) toda la semana (en la escuela), el niño es-
taba trabajando conmigo toda la semana. El detalle fue que empe-
zamos a darnos cuenta que nos estaban usando como guardería,
nada más. Le tocaba una cita (médica) en noviembre, la señora no
fue a la cita. Entonces la directora habló con ella y pues que ahora
la había cambiado y se la habían dado para enero; los primeros días
de enero el niño tenía la cita. Resulta que la señora no fue a la cita
nuevamente porque el esposo había chocado, pues que ella no tenía
en qué desplazarse. Cuando se le cuestiona pues que el camión, un
taxi, la señora dice que no que porque hizo demasiado frío, y apar-
te el niño tiene asma y no lo puede exponer al frío. Cuando hubo
periodos en diciembre, hubo 2 días o 3 días que hizo mucho frío
y al niño como quiera nos lo mandó, entonces le dijimos ‘¿cómo
para mandarlo a la escuela sí pudo y para sacarlo a que se fuera a
202
ii parte: violencia intrafamiliar
consultar no?’ […] Entonces, ahí fue donde nos dimos cuenta que
realmente nos estaban usando nada más para guardar al niño aquí
un rato. (Entrevista maestro 4).
Si consideramos que además la pareja de la hermana, con quien con-
vive cotidianamente este menor, presenta una adicción a los inha-
lantes, se completa así el perfil anti-ideal de familia delineado por
diversos informantes clave al hablar de los conflictos familiares y
sociales que consideran característicos de La Unidad. En algunos
casos de este tipo, inclusive, los maestros se sienten temerosos de
intervenir o exigir mayor compromiso pues saben o sospechan que
los padres o los hermanos mayores tienen vínculos con el crimen
organizado y podrían tomar represalias contra ellos.
Aunque modificar la disfuncionalidad en estas familias resul-
ta un proceso difícil y de largo plazo, observamos que la inter-
vención de un adulto cercano, pero externo a las dinámicas fa-
miliares, que ejerza informalmente, sin designación legal el papel
de tutor del menor puede incidir en la atención que este recibe y
en su bienestar general. En concreto, los maestros narraron dos
casos en los que esto ha ocurrido. En uno de ellos, una vecina ha
asumido pequeñas responsabilidades económicas y de atención a
la higiene y los asuntos escolares de una menor que han significa-
do una notoria mejoría. (Entrevista maestro 15).
En el otro caso, que describimos con más detalle, tras la sepa-
ración de sus padres por situaciones de violencia no especifica-
das, una niña de segundo grado se encontraba muy descuidada
por su madre. Su higiene y cuidado personal eran deficientes; no
llevaba el material escolar básico ni le apoyaban con sus tareas
escolares. Dejaba de asistir a la escuela por temporadas y prácti-
camente no existía ninguna vía de comunicación del personal de
la primaria con la madre. La situación mejoró cuando, ante la in-
sistencia de la maestra con la menor de que debía acercarse a la
escuela un adulto que respondiera por ella, se presentó a quien la
niña identifica como su padrino. Se trata de una persona que ya se
hacía cargo de parte de su manutención económica y que comenzó
entonces, junto a su hija de 18 años, a asumir mayores responsabi-
lidades. La menor pasa ahora con ellos el tiempo que antes pasaba
sola o con su abuela materna, que tampoco ejercía un cuidado y
203
atención adecuados. También ellos han apoyado decididamente el
desarrollo escolar de la menor. Tras esa intervención y en poco
tiempo, la atención a la menor en todos los ámbitos menciona-
dos ha mejorado y la maestra reporta también que se observa un
cambio sustancial positivo en su estado emocional. (Entrevista
maestro 17).
Quedan, sin embargo, interrogantes sobre la situación en el ho-
gar que la maestra desconoce. En nuestro diagnóstico encon-
tramos referencias de la menor a castigo físico por parte de una
figura paterna que no pudo determinarse si se refiere al padrino
o al padre. Estas situaciones forman parte de las que proponemos
supervisar cuidadosamente en tales casos de tutelaje dentro del
capítulo dedicado a las recomendaciones.
El otro perfil familiar con negligencia hacia los hijos identifi-
cado en nuestro diagnóstico representa situaciones de descuido
menos severas. En él pueden observarse desatenciones en uno o
más de los siguientes ámbitos: la higiene personal del menor (en
diferentes grados), el acompañamiento y supervisión a lo largo
del día por parte de un adulto, las cuestiones escolares (disposi-
ción de materiales básicos, seguimiento a la evolución del menor,
apoyo en sus tareas, asistencia constante del menor escuela, co-
municación de los padres con el personal escolar). Aunque este
perfil no se liga a una disfuncionalidad familiar generalizada, en
muchos casos se encuentra vinculada a situaciones familiares, o
de algunos de sus miembros, adversas para el cumplimiento de
sus responsabilidades, algunas de las cuales pueden pasar des-
apercibidas al externo.
Una de estas últimas situaciones, señalada por varios maes-
tros, fueron las largas jornadas laborales de los padres que limi-
tan su presencia y el tiempo de atención a los menores; lo que
se agrava cuando ambos trabajan fuera de casa. Los resultados
de la encuesta en secundaria habían señalado que el trabajo de
ambos padres fuera de casa no estaba vinculado a que los hijos
pasaran mayor tiempo en la calle (considerado esto último como
indicador de menor control parental) lo que también parece suce-
der en primaria. El efecto al que nos referimos ahora, subrayado
por los docentes es que, aun cuando los menores permanecen en
204
ii parte: violencia intrafamiliar
205
de negligencia que comentamos, debido a su causa no podemos
calificarlas como violencia paterna.
Además de los condicionantes laborales, en otros casos se ob-
serva que el consumo de alcohol por parte de algunos padres, lar-
gas ausencias de uno de ellos, la cohabitación con familia extensa
sin claridad en las figuras de autoridad y disciplina, entre otras
situaciones, son condiciones propicias para tales manifestaciones
de negligencia.
Sin desestimar la gravedad del impacto en el bienestar y el de-
sarrollo de los menores que tiene la negligencia que identificamos
con este segundo perfil familiar, debe también reconocerse el po-
tencial de mejoría que regularmente muestran estas familias. La
generalidad en tales casos, según los profesores, es que los padres
muestran apertura a los llamados de la escuela y que sus sugeren-
cias de mayor atención a sus hijos son tomadas en cuenta. Tras
ese tipo de intervenciones, normalmente los maestros observan
algún grado de mejora en la atención a sus estudiantes.
Cabe subrayar que los maestros dedicaron buena parte de sus
entrevistas a comentar sobre la desatención familiar a las cuestio-
nes escolares de los menores. En algunos casos, aparentemente
era el único ámbito en el que los padres de familia se mostraban
displicentes, pero el interés especial de los profesores en el tema
puede generar una excesiva atención que lleve a sobredimensionar
ese rubro. A pesar de ello, es de llamar la atención la frecuencia con
que los padres de familia, desde la perspectiva de los maestros, ac-
túan de una forma que denota una desestimación de la relevancia
del desarrollo escolar de sus hijos. No ayudarles ni supervisar las
tareas para realizar en casa, o hacerlas por ellos, no proveer ma-
teriales necesarios, no acudir a las entregas de calificaciones ni a
los llamados para comentar la situación de sus hijos, no enviarlos
a la escuela con frecuencia y reaccionar con pasividad cuando son
informados de rezagos graves en su aprovechamiento escolar, son
algunas de las manifestaciones de esta situación.
Cuando esta forma de violencia por negligencia a lo escolar
no se acompaña de descuidos de las necesidades más básicas (ali-
mentación, vestido, higiene, atención de salud) podría parecer que
no afecta profundamente el bienestar presente del menor. Sin em-
206
ii parte: violencia intrafamiliar
207
hacia otro) y en muchos casos se acompañan de violencia física.
“Me gritan” o “mis papás se gritan” fueron las referencias más re-
currentes por parte de los menores. Mientras que apenas en casos
aislados llegaron a compartir que “mi papá le dice cosas feas a mi
mamá” (Exp. 15) sin describir que eso fuera acompañado de gritos
y peleas. De esta manera, aunque la incidencia detectada no es tan
extendida como la de la violencia física y la negligencia, esta forma
abierta de violencia psicológica y verbal refuerza las impresiones
de los informantes clave que consideran que prevalecen en La Uni-
dad situaciones familiares con gran tensión emocional.
12 Siempre fueron madres sobre las que se refirió este comportamiento. Esa situación debe
comprenderse en el marco de que son las mujeres en una clara mayoría quienes acuden a
los llamados de la escuela.
208
ii parte: violencia intrafamiliar
209
de la misma menor en cuestión y, por lo tanto, al manejo de la
sexualidad (tema sobre el que ya hemos señalado las dificultades
para abordarlo y que ampliaremos más adelante). Se trata de una
menor que ha comentado a la maestra que su madre le dice que
ella “es producto de una violación”. Aunque la niña dice descono-
cer lo que la palabra violación significa, alterada emocionalmen-
te, lo pregunta a la maestra. La menor vive con su madre y con
la nueva pareja de esta (Entrevista maestro 16). Durante nuestro
diagnóstico dijo saber quién era su padre biológico, una persona
mucho mayor que su madre, aunque no lo identificó con claridad.
En este rubro de la violencia psicológica hacia los menores
podemos considerar también algunas actitudes en que los padres,
basados en justificaciones religiosas, limitan las actividades de es-
parcimiento y convivencia que podrían realizar sus hijos. Estos
padres, no permiten que sus hijos participen en festejos ni en ac-
tividades culturales que suponen que bailen (Entrevista maestro
10 y entrevista maestro 4). Hay que tener en cuenta, sin embargo,
que puede existir cierto sesgo en la apreciación de los profesores,
ya que se trata de familias que pertenecen a iglesias cristianas dis-
tintas a la mayoritaria iglesia católica y a las que se refieren como
“otra religión”. Aun así, contra la idea de que estaría en juego un
prejuicio por parte de los maestros se presenta la comparación
que una de las maestras hace de dos familias en esta situación.
Una de ellas es intransigente en su oposición a tales actividades;
en cambio, la madre de la otra familia ha hablado con la maes-
tra sobre los lineamientos de su iglesia respecto a las actividades
mencionadas pero ha accedido a que su hijo participe algunas ve-
ces pues considera que puede ayudarlo en su integración social.
(Entrevista maestro 4).
210
ii parte: violencia intrafamiliar
13 Esta serie de abusos por parte de diversos miembros de la familia, no siempre nos llevan
a considerar a esta mujer como una víctima pasiva. Como Perrone y Nannini (1998) se-
ñalan, las situaciones de violencia intrafamiliar crónicas se insertan en dinámicas sisté-
micas en las que todos los involucrados participan activamente. Incluso, su concepto de
211
2.4. Violencia sexual
Si en general, la violencia intrafamiliar es difícil de observar y
reportar, cuando es de tipo sexual la detección se torna aún más
complicada. Se trata, por una parte, de la forma de violencia que
cuando ocurre en el entorno familiar se encuentra inserta en los
mecanismos de ocultamiento más intrincados y eficaces. Pero,
por otra parte, ya hemos dado cuenta de las dificultades genera-
lizadas (en residentes y agentes institucionales por igual) para
encarar el tema de la sexualidad en el contexto social en que se
llevó a cabo el diagnóstico.14 Estas condiciones y el tabú respecto
a la sexualidad hacen que prácticamente no existan reportes de
agresiones sexuales en el entorno familiar de los menores partici-
pantes. Solo dos casos excepcionales rompen esta regla.
En uno de ellos, un maestro de tercer grado refirió que hace
años tuvo como alumna a la hermana mayor de uno de sus ac-
tuales estudiantes, hija de una pareja anterior de la madre de la
familia. En aquel momento tuvo lugar un conflicto familiar por-
que la nueva pareja de la madre (con quien ha procreado dos hijos,
incluido el alumno actual del maestro) le habría hecho a la menor
insinuaciones sexuales que no son descritas con mayor claridad
por el maestro. Aunque dijo desconocer con precisión lo ocurrido,
sabe que la madre se enteró y que la hija abandonó la casa familiar
para ir a vivir con los abuelos maternos desde entonces. El pro-
fesor muestra preocupación por esta familia desde aquel evento;
sin embargo, reconoce que no hay otras señales de alarma en el
comportamiento y el estado emocional del hermano que ahora es
su alumno más allá de cierto retraimiento y de la ausencia del pa-
dre en la escuela, cuestión bastante generalizada por la costum-
bre de descargar esa responsabilidad en las madres (Entrevista
maestro 6). Como vemos, la situación encaja en el estereotipo del
“síndrome del Ángel” (Perrone, 2012), esto es, la incapacidad para oponerse a la agresión
podría ser explicativa de la situación descrita.
14 Conviene ahora retomar el caso recién mencionado de la menor que se acercó a su maes-
tra con la pregunta sobre el significado de la palabra violación. En el primer momento la
maestra rehuyó dar una respuesta a su alumna diciéndole que no sabía y que lo investi-
garía. Ante la posterior insistencia de la menor ha respondido que aún no ha revisado lo
que significa. Frente a la entrevistadora, la maestra justificó su proceder diciendo que no
quiere hablar del tema con la menor sin antes comentarlo con la madre. Lamentablemente,
esta última no tiene contacto con la escuela. Aunque el padre de familia (no padre biológi-
co de la menor) sí acude con regularidad, la maestra argumentó que “no siente confianza”
para hablar con él sobre el tema. (Entrevista maestro 15).
212
ii parte: violencia intrafamiliar
213
hogar familiar según lo reportado por las familias. Uno de ellos
corresponde a un niño de primer grado que fue forzado por uno de
13 años a tocarle los genitales en la vía pública (Entrevista maestro
2). Esto fue comentado por la madre a la maestra después de que
esta última le manifestara su preocupación ya que el menor había
comenzado a comportarse muy inquieto en la escuela. Una situa-
ción similar ocurre con otro, de segundo grado (Exp. 113), en que
la madre cuenta a la maestra que ha sido violentado por un veci-
no de secundaria. En este caso no se especifica el tipo de violen-
cia sufrida, pero se insinúa que también podría haber sido sexual
(Entrevista maestro 16). A pesar de que estas referencias, como
aclaramos, aluden a situaciones vividas por los menores fuera de
su hogar, no podría descartarse tajantemente que no se busque
desviar la atención de las dinámicas intrafamiliares. Es llamativo
que en ambos casos funge como figura paterna un padrastro. En
el caso del segundo menor la maestra detectó un fuerte rechazo
y tensión física en la única ocasión en que el padrastro acudió a
recogerlo a la escuela; y comentó también que antes de que eso
ocurriera (y de la comunicación de la madre sobre haber sido
violentado por el vecino) ella sospechaba que el niño fue agredi-
do por el padrastro.
Aunque algunos maestros muestran un poco más de apertura
para abordar la sexualidad que la mayoría de nuestros informan-
tes, no deja de observarse en ellos una excesiva prudencia, la eva-
sión del tema en las conversaciones con los menores o el uso de
eufemismos, entre otras muestras de dificultad para encararlo.
Esto condiciona sus comentarios sobre las conductas que con-
sideran sexualizadas en los menores y que podrían representar
un indicio de una violencia sexual hacia ellos. La única conduc-
ta concreta de este tipo descrita por los profesores fue el ama-
go de dos estudiantes hombres (en ningún caso se refiere como
un hecho consumado) de mostrar los genitales a sus compañeros
(“bajarse los pantalones” refieren los maestros). Estas conductas,
sin embargo, no son asociadas por los maestros con claridad a in-
tención violenta ni las interpretan necesariamente como indicio
de alguna agresión sexual previa hacia el menor. Solo en un caso
(Exp. 162) se describe un comportamiento de este tipo con un
214
ii parte: violencia intrafamiliar
15 Aunque la mujer no pasó su infancia en La Unidad (sino que llegó a vivir ahí al unirse
con su actual pareja) las diversas disfunciones familiares que vivió corresponden con los
perfiles más negativos que identificamos en las familias de la zona (desatención materna
generalizada, sucesivas parejas de su madre, embarazos adolescentes).
215
A pesar de ello, aunque entre la muestra se presentan algunos
de los que pueden considerarse posibles indicadores psicológicos
o conductuales de violencia sexual, no se reportó ni se observó por
parte de los profesores ni del equipo de investigación ninguno de
los indicadores físicos claros, los cuales son más contundentes para
presumir que la agresión está ocurriendo.16 En cuanto a las pruebas
proyectivas aplicadas a los menores, se observaron algunos indi-
cadores de preocupación sexual que pueden ser propios del desa-
rrollo y del conocimiento de la sexualidad normales a su edad.
Por otra parte, no se presentó ninguna referencia a violencia
sexual entre adultos en las familias de los menores. Esto lo afir-
mamos solamente con una reserva, a partir de la violación que
la madre de una menor menciona y que anteriormente hemos
comentado. Si bien no se corroboró el dato, el hecho de que la me-
nor dijera en el taller conocer a su padre biológico permite inferir
que, si en realidad hubo una violación, esta haya sido en el ámbito
familiar; ya fuera un familiar biológico, un conocido o una pareja
previa de la madre quien la hubiera cometido. Aun así, la violación
podría haber ocurrido cuando ella era todavía menor de edad.
16 Ropa interior rasgada o sanguinolenta; dificultad para caminar o sentarse; irritación, do-
lor o lesión en la zona genital o anal; problemas graves de control de esfínteres.
216
ii parte: violencia intrafamiliar
217
concretas. Comenzamos con la relación entre las diversas mani-
festaciones de violencia que tienen lugar entre los adultos (espe-
cialmente los padres) y la violencia física ejercida hacia los hijos
en las familias de los menores de primaria participantes.
218
ii parte: violencia intrafamiliar
17 Esta última situación, si bien no es el foco del análisis que justo aquí hacemos, abona a la
idea de que la violencia en la familia estaría vinculada a manifestaciones de violencia de los
hijos fuera de casa; aunque en este caso una violencia de tipo más simbólica que directa.
219
Volveremos sobre estos dos casos más adelante, ya que se trata
de un perfil muy diferente a los descritos como conflictivos por
parte de los informantes clave. Se ajustan más bien a la imagen
de familias de clase media (que no suelen identificarse como un
tipo de residente de la colonia por los informantes) en las que se
observa una atención razonable hacia las necesidades de los hi-
jos y se proyecta una apariencia de funcionalidad familiar. No se
trata de padres llamativamente jóvenes (ya pasan los 30 años) ni
tampoco desempleados o subempleados.
Situación completamente diferente es la de la tercera familia
mencionada en la que el padre ejerce violencia física hacia la pa-
reja y hacia su hijo que cursa el tercer año (Exp. 168). Se trata
de una familia con una trayectoria accidentada (hijos previos a la
unión de la pareja, separaciones) y disfuncionalidad en distintas
dimensiones. Si bien buena parte de ello pasa desapercibido a la
maestra del menor, sí tenía conocimiento sobre la violencia física
del padre hacia su pareja, así como otros elementos de conflicto fa-
miliar. El niño es percibido como agresivo por parte de su maestra
pues golpeaba a otros ante situaciones aparentemente injustifica-
das. Al indagar con los padres, descubrió que el padre lo incitaba
a ser violento, lo que el señor explicaba de la siguiente manera:
durante una temporada su hijo era golpeado por otros niños a lo
que él respondió diciendo que debía defenderse con violencia o
él también lo golpearía cuando volviera a pasar. Es un modo de
proceder común en madres de familia de la zona, según lo referi-
do por algunos informantes clave. Aun así, la maestra descartaba
que el niño fuera violentado físicamente y solo percibía en él una
privación emocional (Entrevista maestro 25). A pesar de lo que
afirmaba la maestra, el menor mismo refirió durante el diagnós-
tico ser golpeado por el padre. Con ambos padres se tuvo la opor-
tunidad de llevar a cabo entrevistas en profundidad en las que
ambos confirmaron las situaciones de violencia antes referidas y
las ampliaron, pues existía también una fuerte violencia emocio-
nal del hombre a su pareja. Después ahondaremos en la informa-
ción recabada, pero ahora queremos comentar que la familia ha
experimentado una profunda transformación en sus dinámicas
recientemente. Así, la violencia física parece que se ha contenido;
220
ii parte: violencia intrafamiliar
221
los profesores y a reconocer ante los maestros que golpean a los
menores o incluso a hacerlo frente de ellos; tendencia contraria a
la generalidad de los hombres que ejercen violencia física.
El primero (Exp. 118) es un caso complejo sobre el que volvere-
mos más adelante; pues en él se mezcla la violencia intrafamiliar
con la paternidad temprana y las carencias económicas, por lo que
resulta un buen ejemplo para discutir sobre la relación entre tales
variables. La inestabilidad de la situación familiar inducida por
la violencia en la pareja propició que durante la realización del
diagnóstico la menor dejara de asistir a la escuela. Al ser de nue-
vo golpeada por su esposo, la madre decidió separarse e ir a vivir
con sus padres, llevándose a su hija. Su decisión y los motivos de su
separación los compartió con la maestra. Con antelación, la menor
daba a la maestra referencias sobre la violencia del padre hacia la
madre pero no de violencia física de la madre hacia ella. (Entre-
vista maestro 16). Fue en los talleres diagnósticos donde comentó
esto último (Exp. 118).
Aunque la maestra no había detectado la agresión física hacia la
menor, sí era consciente de la afectación emocional que la situación
de su hogar le generaba. Signos de ello eran su comportamiento
agresivo hacia sus compañeros, sus reacciones de apresuramien-
to y temor tratando de no hacer esperar al padre cuando acudía
a recogerla. Pero, sobre todo, la forma emocionalmente intensa en
que le narraba lo ocurrido cuando su padre golpeaba a su madre.
Una afectación emocional similar refirió la maestra observar en
la madre (Entrevista maestro 16). Dicha afectación, al dificultar
el despliegue de estrategias de disciplina más adecuadas, es uno
de los factores que probablemente condiciona que estas madres
violentadas ejerzan a su vez violencia física hacia sus hijos.
La situación familiar de otra menor (Exp. 120) se encuentra
también en esta categoría. La maestra tiene conocimiento de la
violencia física ejercida por la madre pues ha sido testigo del te-
mor de la menor a que pasen algún reporte de su conducta y ha
presenciado como la madre le amenaza cuando esto ocurre (“vas
a ver ahorita que lleguemos a la casa”). Además, la maestra que
la atendió el año anterior presenció como la madre cacheteaba a
la niña al reportarle su mal comportamiento (Entrevista maestro
222
ii parte: violencia intrafamiliar
223
(con el cinto) de la madre y del abuelo como una situación cons-
tante de la que encuentra alivio solo en su relación más sana y
armoniosa con su abuela.
Según los datos extraídos de nuestra encuesta aplicada en secun-
daria, la tendencia generalizada supone la asignación de las labo-
res domésticas y de crianza de los hijos a la mujer. A la vez, 35
por ciento de las madres de familia de los jóvenes de secundaria
trabajan fuera de casa. Del total de familias con hijos en ese nivel
escolar, casi 25 por ciento tienen jefatura monoparental, princi-
palmente con ausencia del padre. Este panorama general supone
dificultades para el cumplimiento de las responsabilidades labo-
rales y maternas; que bien podrían desembocar en las frustracio-
nes arriba descritas de una madre ante sus esfuerzos sin éxito por
disciplinar a su hijo que le llevan a justificar el uso de los golpes.
El material generado en los grupos de discusión con jóvenes
de secundaria nos permite comprender un poco más de esta diná-
mica en que las mujeres se comportan de forma violenta de ma-
nera abierta, después de haber sido víctimas de agresiones más
sutiles u ocultas por parte de figuras masculinas; y sobre la forma
en que son juzgadas por ello. Un ejemplo fue referido como sigue:
El otro día estaba en la casa y se estaban peleando (una pareja de
vecinos) nomás estaba viendo, que me asomo y estaban todas las
bocinas afuera, el estéreo, la ropa (porque la mujer sacó las perte-
nencias del esposo)…
Moderador: ¿Tienen problemas seguido?
Pues ese señor se pone bien pedo y pues con su vieja ahí… se escu-
chan los gritotes (cuando la golpea).
[Grupo de discusión Hombres Turno Vespertino]
Otro testimonio más nos muestra un matiz sobre cómo puede ser
percibida desde el exterior esta dinámica. “Mis papás siempre se
viven peleando”, compartió uno de los participantes. Sin embar-
go, luego de señalar la participación de ambos en la dinámica de
violencia, subraya: “mi mamá es la que se vuelve loca y empieza
a aventar todo […] Mi papá nada más se sordea para no seguir el
pedo” (Grupo de discusión Hombres Turno Matutino). Esa alu-
sión a la falta de cordura y de autocontrol también fue señalada
en otro grupo de discusión en alusión a la reacción de la mujer a
224
ii parte: violencia intrafamiliar
225
El primero de ellos es el de una menor, registrada como hija
por una persona distinta al padre biológico que, aunque separado
de la madre, continúa fungiendo como figura paterna. La situa-
ción familiar tal y como es percibida por la maestra supone una
competencia de los padres por el protagonismo en la estima de
la niña, pero no un compromiso por atenderla. No lee ni escribe
(está ya en tercero de primaria), lo que no preocupa a los seño-
res. Al contrario, la menor falta constantemente por problemas
de comunicación entre los padres (cuando pasa los fines de se-
mana con el señor) y la desatención a las cuestiones escolares es
evidente (Entrevista maestro 19). La madre ha tenido sucesivas
parejas sentimentales sobre las que siempre tiene conocimiento
la menor, quien se refiere a los distintos novios que su madre ha
tenido. Ese manejo del tema es contradictorio con un discurso rígi-
do sobre moralidad y religión que la niña comenta que le inculca
su madre. Los resultados de su test proyectivo muestran esa rigi-
dez y el intento por transmitir una imagen positiva como forma
de evasión de sus preocupaciones psicológicas (Exp. 129).
Como vemos, más que un abandono grave del ejercicio de sus
roles paternos, este caso sugiere que se combinan dos situaciones.
Por un parte, la negligencia no se percibe como maltrato por los
padres; por la otra, las complicaciones en la relación de pareja y la
afectación en la continuidad y permanencia de las figuras paren-
tales incrementan la posibilidad de desatención de los menores,
la cual se manifiesta en muchos casos en los asuntos escolares.19
En casos como este la familia suele reaccionar positivamente ante
una intervención desde la escuela que les señala sus fallas y los
efectos que tienen en el bienestar del menor. Así ocurrió en la
familia de un niño cuyo padre biológico les abandonó. Si bien tie-
ne una buena relación con la nueva pareja de la madre, presentaba
descuido en su higiene y desatención a las cuestiones escolares.
En los primeros meses (del año escolar), la señora sí tenía muy des-
cuidado el niño. (Entonces) se llevó a cabo un acuerdo entre la escue-
la y la señora, para que le prestara más atención al niño en cuestiones
19 Antes hemos subrayado que la desatención a las necesidades escolares de los hijos suele
ser una situación no estimada como grave pero que puede poseer un profundo impacto en
el desarrollo futuro de los menores.
226
ii parte: violencia intrafamiliar
227
comentando a la maestra, porque la maestra lo tuvo el año pasado
y fue casi la misma situación. (Entrevista maestro 9).
El niño, además va a la escuela y regresa a casa solo y ha hecho
referencias a que el padre se droga (Exp. 19). La maestra lo des-
cribe como un niño agresivo y con profundas dificultades escola-
res. Por contraste, debemos considerar a un niño de tercer grado
(Exp. 170). Tras un periodo ingresado en un albergue del DIF por-
que la madre se presentó a dar a luz a uno de sus hermanos bajo
el efecto de drogas, la custodia se entregó a la abuela materna.
Con ella, el niño presenta deficiencias de alimentación e higiene;
así como en el cumplimiento de sus tareas escolares. Estas caren-
cias en su cuidado, considera la maestra, se deben en buena medida
a la precariedad económica en que viven y a limitaciones en las
competencias de la abuela y no necesariamente a un desinterés
de su parte. Subraya también que no se ve afectado en su estado
emocional; elemento muy importante de diferenciación de otros
casos (Entrevista maestro 25). Esto último es corroborado por re-
sultados del test proyectivo (Exp. 170). La presencia y la atención
emocional de la abuela materna son aquí un factor decisivo.
A pesar de estas excepciones que comentamos, en la mayor
parte de los casos la negligencia paterna se presenta junto con
el uso de los golpes y el castigo físico hacia los hijos. Uno de los
más extendidos patrones en estos casos es que gran parte de los
menores que reciben violencia física y maltrato por negligencia
tienen padres muy jóvenes (o que lo eran al engendrar a sus her-
manos mayores) que se embarazaron en la adolescencia o ape-
nas alcanzada la mayoría de edad. Asimismo, frecuentemente los
padres están separados en la actualidad; permaneciendo muchas
veces los hijos con la madre (y con su nueva pareja si la tiene)
y en menor proporción, con los abuelos. Las separaciones de los
padres, se tuvo conocimiento en algunos casos, ocurrieron justa-
mente por la violencia física (ejercida por el hombre con mayor
frecuencia). Este patrón es consistente con datos de ENDIREH 2011,
que nos muestra que la mayor incidencia de violencia física del
hombre hacia su pareja ocurre cuando su matrimonio o unión se
decidió por causa de un embarazo. Es también fácil entender que
un inicio temprano de la paternidad supondrá condiciones eco-
228
ii parte: violencia intrafamiliar
229
programa de tutores como el que describiremos en las recomen-
daciones finales.
Esta situación de desatención hacia los hijos y las amplias di-
ferencias de edades entre ellos en ocasiones supone que sean las
hermanas mayores quienes son percibidas por los maestros como
encargadas de la atención de sus estudiantes (en ningún caso de-
tectamos que fueran los hermanos hombres). En algunos casos las
diferencias de edades son amplias y esas hermanas son mayores
de edad (Exp. 9, 20 años, por ejemplo). El ejercicio parcial de las
funciones parentales por parte de ellas puede lograr que la negli-
gencia se aligere un poco. En otros casos, se trata de hermanas mu-
cho más jóvenes; incluso de los últimos grados de primaria (Exp.
145). En tales situaciones la sustitución de las funciones parentales
es menos exitosa por las obvias limitaciones para su ejercicio por
parte de las menores. Adicionalmente, hacerse cargo de sus her-
manos más pequeños puede llevar a las jóvenes a descuidar los
estudios e incluso a abandonarlos por la excesiva responsabilidad
que se les deposita; como tuvimos conocimiento de que ocurrió
con una estudiante de secundaria (Exp. 4). Eso podría, además, ser
el comienzo del círculo vicioso que tras el abandono de los estudios,
incrementa la probabilidad de la maternidad precoz y, por tanto, de
formar una familia propia con situaciones igualmente adversas para
el ejercicio satisfactorio de las responsabilidades parentales.
Otras situaciones que pueden interferir con un ejercicio satis-
factorio de los cuidados parentales son la falta de claridad sobre en
quién recae dicha responsabilidad y las exigencias laborales a los
padres. La primera de estas situaciones puede presentarse cuando
ambos padres siguen ejerciendo dichas funciones con desacuerdos
luego de su separación; cuando un padrastro no asume funciones
paternas plenas (Exp. 99); o cuando la familia nuclear vive con una
familia extensa que interfiere en dichas responsabilidades (Exp. 72
y 99). Estas realidades cotidianas son un fértil caldo de cultivo para
la aparición simultánea de negligencia y violencia física.
Aun cuando la pareja se encuentra estable (sin separaciones),
el trabajo de ambos padres fuera de casa puede propiciar poca aten-
ción a las necesidades escolares de sus hijos sin que se presenten
otros indicios de negligencia grave hacia ellos (Exp. 52, 55); aun-
230
ii parte: violencia intrafamiliar
231
de semana se comporta de manera similar al padre. Cuando el
maestro buscó intervenir para generar un mayor compromiso del
padre en la atención y el desarrollo de su hijo logró un cambio
temporal al plantear la posibilidad de reportar la situación al DIF,
pero pronto la situación volvió a ser la misma.
Recordemos ahora también el caso, comentado en el aparta-
do sobre negligencia, del menor con una discapacidad intelectual
diagnosticada como “no identificada” (Exp. 31). Ya referimos la
profunda desatención a su tratamiento médico a pesar de contar
con servicio para ello, la desatención a sus necesidades básicas y
desarrollo escolar; así como las numerosas condiciones de riesgo
que ha pasado (especialmente el periodo bajo la responsabilidad
completa de una hermana aún menor de edad que desembocó en
su internamiento en un albergue del DIF) y que prevalecen en el
contexto familiar (convivencia con un cuñado adicto). El menor,
que acude al segundo grado, refirió ser golpeado por ambos pa-
dres especificando que lo hacen “bien feo” y con cinturones.
Se trata de los pocos casos en que la maestra ha observado en
su estudiante los moretones que le dejaron los golpes con el puño
cerrado que le había propinado su padre en la espalda. En este
caso en específico la violencia física no se suma simplemente a la
negligencia como una forma de maltrato adicional de los menores
sino que constituye un factor que de forma clara ha contribui-
do a agravar las situaciones de riesgo para la integridad física y
el bienestar emocional del menor. Fue esta violencia física den-
tro de la familia el factor desencadenante para que la hermana
mayor abandonara la casa y llevara a sus hermanos con ella. De-
cisión que, aunque buscaba protegerles, repercutió en una grave
desatención de los cuidados de los niños y fue entonces cuando
probablemente, tuvo lugar la situación de abuso sexual hacia el
menor también comentada antes. (Entrevista maestro 4).
Ahora bien, mientras la disfuncionalidad generalizada de esta
familia conduce sobre todo a una afectación psicológica, escolar
y cognitiva en el menor, situaciones similares en otras familias,
aún sin ser tan graves, repercuten más claramente en el inicio del
involucramiento de los niños con las dinámicas pandilleriles tan
presentes en la colonia.
232
ii parte: violencia intrafamiliar
233
entre la intrafamiliar y la que ocurre fuera del hogar. Como ya he-
mos señalado con anterioridad, los informantes clave institucio-
nales que atienden las diversas problemáticas de la población de
la zona estudiada consideran que un sujeto expuesto a violencia
en el ámbito familiar tiene muchas probabilidades de comportar-
se de esa forma en otros espacios.
Los resultados de la encuesta aplicada en secundaria indi-
caron que más de la mitad de los estudiantes de ese nivel es-
colar en La Unidad consideran normal o les resulta indiferente
que los jóvenes se peleen; mientras que en los grupos de dis-
cusión realizados se observó un consenso sobre la necesidad y
justificación de ejercer la violencia física al defenderse de una
agresión (agresiones que, por otra parte, refirieron que son muy
frecuentes en su entorno). También a partir de los resultados de
la encuesta, vemos que esta aceptación en general por parte de
los jóvenes, se vincula con la aceptación de la violencia intra-
familiar; aunque de modo indirecto, porque lo que se exploró
fueron las actitudes hacia el ejercicio de la violencia dentro de
la familia y no su ocurrencia concreta. Los resultados sugieren
una clara relación. Los que están de acuerdo con que la violen-
cia física del hombre hacia su pareja puede ser justificada y los
que están de acuerdo con el uso de los golpes a los hijos con
fines disciplinarios, en un porcentaje claramente superior (de
14 a 27 puntos porcentuales en las diferentes combinaciones de
los distintos resultados) están también de acuerdo con la nor-
malidad de las peleas entre jóvenes y con la violencia en todas
las relaciones en general.
Pero, como señalamos, se trata de una aproximación indirecta
al ejercicio real de la violencia intrafamiliar. De forma concreta,
algunos casos de las familias de los menores de primaria nos per-
mitieron conocer de forma directa la relación entre violencia intra-
familiar y la que se da en el exterior del núcleo familiar. Queremos
comenzar por explorar primero, no la relación entre la intrafami-
liar (en general) y la social en la que participan los hijos, sino el
vínculo entre esa misma violencia intrafamiliar y la social ejercida
por los padres; es decir, en qué medida los padres que ejercen vio-
lencia dentro de la familia también lo hacen fuera de esta.
234
ii parte: violencia intrafamiliar
235
en los ámbitos familiar y social supondría una personalidad
particularmente violenta y escasas habilidades para el manejo
de la frustración y del conflicto. Esta interpretación es reforzada
por la descripción que uno de los adultos entrevistados que ha
ejercido violencia física dentro y fuera de la familia hace sobre su
comportamiento tendiente a la confrontación.
(Es por) mi carácter, mi carácter […] Antes… me pasaba algo, o le
pasaba algo a mi señora, o le pasaba algo a los niños, o a mi mamá o
cualquiera… que te digan cosas en la calle, yo luego luego me ofen-
día; iba con esa persona (a encararlo). O sea, tenía unas reacciones
fuertes, ¿sí me entiendes? […] sí era muy expulsivo, muy explosivo,
de que me hacían algo, discutía, y antes sí… (Entrevista Hombre 2).
Esta situación en la que podrían estar involucrados los padres que
son también violentos en sus familias no fue un tema en el que los
maestros se sintieran con el conocimiento para brindar amplios
detalles, comparativamente con otras manifestaciones. La referen-
cia más concreta que tuvimos (Exp. 12) proviene de un caso en el
que al interior del círculo familiar se presenta violencia de tipo
físico hacia la hija; así como psicológica y verbal del padre y de la
hija hacia la madre. A diferencia de los casos anteriores, la agre-
sividad generalizada de este padre de familia sí es percibida por
la maestra. Esta actitud también le habría llevado al conflicto con
vecinos, según comunicó la madre de familia a la maestra, aunque
no fue del todo claro lo ocurrido. Lo que provocó que la madre le
compartiera esa información incompleta fue que “la niña llegaba
tarde, yo estuve hablando con ella (con la madre), ¿qué pasaba?”.
Entonces le dijo que
habían golpeado, o algo así, a un vecino. Me dice: ‘maestra, es que
tengo causa […] es que tengo que rodear (la calle), en lugar de salir
directo para la escuela. (Es que) tenemos problemas con unos ve-
cinos, entonces tengo que ir a dar toda la vuelta por la otra calle,
para poder salir aquí a la escuela’. O sea, sí tienen conflictos […] no
sé si sea derivado de que el señor… el tipo de carácter que tiene, o
si tienen vecinos conflictivos, pero de que hay conflicto en su casa
y su entorno…la señora cuando manifestó eso, sí eran… los proble-
mas que tenían de pandilla pero no sé si eran con ellos, o sea sí eran
vecinos conflictivos. (Entrevista maestro 4).
236
ii parte: violencia intrafamiliar
237
que, por otra parte, ha crecido sufriendo o presenciando violencia
física en casa. Alguno de los informantes llegó a señalar explícita-
mente la violencia intrafamiliar como origen de toda la violencia
y la desviación sociales (Informante 2) pero, en general, fue más
extendida una lectura un poco más mesurada de dicha relación.
Esto es, estimar que la exposición a la comportamientos violen-
tos en el hogar contribuye a normalizar y naturalizar la violencia
como aceptable y como recurso legítimo ante el conflicto. Algu-
nos casos observados nos muestran que cuando se combina la
violencia física con una negligencia severa en la supervisión de
los hijos las probabilidades de que los menores cumplan con tal
estereotipo se ven incrementadas.
Sin embargo, lo que observamos en los menores la mayor parte
de las veces son formas de agresividad en principio fuera de las
dinámicas de pandillas. Aunque la incorporación a estos grupos
se da cada vez a menor edad y algunos niños de primaria ya se han
involucrado en ellas, es la adolescencia cuando es más frecuen-
te; lo que limita las conclusiones que podemos extraer de nuestro
abordaje. Lo que sí se observó entre estudiantes de primaria es que
se encuentran ya inmersos en dinámicas de confrontación cons-
tante y violencia física con sus pares que podrían contribuir a su
ingreso a las pandillas, pero que tienen un impacto de mucho ma-
yor alcance en las dinámicas sociales juveniles (sobre todo mas-
culinas, aunque cada vez involucran más a las jóvenes mujeres).
Lo compartido en uno de los grupos de discusión en secun-
daria nos brinda una imagen de ello. Algunos participantes co-
mentaron que se ven constantemente involucrados en riñas con
compañeros, independientemente de su pertenencia o no a una
pandilla. Su justificación es que deben responder a las frecuentes
agresiones que reciben peleando a golpes. La responsabilidad so-
bre el inicio de las peleas nunca es asumida y sus causas rara vez
son claramente establecidas. “Tenemos fallas” es la expresión que
se utiliza para señalar una rivalidad sin necesidad de determinar
su motivación. La predisposición propia a la violencia física y la
participación activa en esta dinámica de agresión permanente en-
tre los jóvenes de la colonia no es reconocida por ninguno de ellos
(Notas del grupo de discusión Hombres turno vespertino).
238
ii parte: violencia intrafamiliar
239
dejando de nadie, de nadie quiero que te andes dejando. ¿Por qué?,
porque al rato te van a querer humillar o algo, o cualquier cosa que
hagas, que vean que vengas, yo voy y yo mismo te voy a pegar’.
O sea, esa era mi forma de hablar con él, ¿sí me entiendes? Y yo
mismo lo estaba orillando a que… o sea, porque sí tiene reacciones,
él si tiene reacciones, de que le hacen algo y él hace, pero si no le
hacen nada, él no hace. Y yo siempre le he dicho: ‘siempre tienes
que estar… no te vayan a pegar o algo, tú reacciona, o sea que no te
quedes… si te van a pegar, tú reacciona’, y en la escuela es lo que
hacía antes. (Entrevista Hombre 2).
A pesar de esta promoción de la conducta violenta en el hijo, le
prohibió, como dijimos, formas de entretenimiento por conside-
rarlas promotoras de la vida de pandilla.
A él le gustaba escuchar mucho […] las canciones de hip-hop; o sea,
le gusta mucho. Eso sí se lo quité. (También) le gusta el juego ese
de San Andreas20 (y) también se lo quité. (Entrevista Hombre 2).
Durante el taller, otro menor (Exp. 165) dio muestras en su dis-
curso de la valorización de la violencia física y de su papel central
en la construcción de la imagen que busca proyectar. Se trata de
un niño que refirió ser golpeado por su abuela y su tío. Durante el
taller se golpeaba la cabeza y decía que no le dolía, que su cabeza
era de cemento. Si bien el menor mezcla la fantasía en sus narra-
ciones, fue así como refirió una salida al parque:
Andábamos en la plaza y mi hermano andaba descuidado y un niño
lo pisó y luego se quebró la mano y luego le di un ¡puuum! y lo no-
queé […] yo siempre los noqueo, sí, yo sí lo noqueé y se quedó tira-
dote. El niño ero mi primo y yo lo noqueé. […] Nada más le hice así,
le saqué sangre de la nariz porque me enojé un chorro. (Exp. 165).
En algunos otros casos esta agresividad de los menores y algu-
nas de sus conductas cotidianas sí se insertan en una dinámica
más cercana a las pandillas. En ellos, la combinación de negli-
gencia severa y violencia física resulta más determinante que la
presencia solo de esta última. En el caso de un niño de primer gra-
do (Exp. 7), la maestra reportó situaciones de violencia callejera
más cercanas a los desmanes que se describen como propios de
20 Se refiere al juego de video Grand Theft Auto, que se desarrolla en una ciudad ficticia con
dicho nombre.
240
ii parte: violencia intrafamiliar
241
4. RELACIÓN ENTRE VIOLENCIA
INTRAFAMILIAR, DISFUNCIONALIDAD DE LAS
ESTRUCTURAS FAMILIARES HEGEMÓNICAS
242
ii parte: violencia intrafamiliar
243
Estas últimas afirmaciones de los profesores sobre las fami-
lias de sus estudiantes en algunos casos podrían ser simplemente
el resultado de un conocimiento limitado acerca de ellas. Sin
embargo, también nos muestran una realidad de la violencia intra-
familiar, que en ocasiones se presenta sin que esos factores consi-
derados de riesgo en la estructura familiar se encuentren presentes.
Al inicio de nuestra presentación descriptiva sobre la violencia
física ejercida contra los hijos comentamos el caso de una niña a la
que el padre en ocasiones pegaba como forma de disciplina (Exp.
127), mientras que la maestra percibía a la familia como estructura-
da y sin conflictos. La consideración de otros elementos de la situa-
ción personal y familiar de la niña nos llevó entonces a concluir que
dicha forma de disciplina no necesariamente podía ser calificada
como violencia física, entendida esta última como una conducta de
abuso con efectos nocivos en quien la padece. Cuando queremos su-
brayar que la violencia tiene lugar dentro de familias que no presen-
tan factores estructurales considerados de riesgo, no nos referimos
aquí a estos casos sino a otros muy distintos en los que, a pesar de
que la familia no muestra ninguna de las situaciones de desestructu-
ración que hemos mencionado antes, nuestro diagnóstico nos arroja
con claridad que efectivamente se presentan situaciones de violen-
cia significativas. Veamos ahora algunos de ellos.
Un caso (Exp. 45), que en principio parece similar al recién
comentado, nos muestra un panorama muy diferente si lo con-
sideramos con mayor detenimiento. Se trata igualmente de una
familia nuclear estable, formada por padres relativamente madu-
ros (iniciaron su paternidad siendo ya mayores de edad y aparen-
temente como un proyecto decidido) y tres hijos propios en edad
escolar. Una de las hijas se muestra temerosa a la interacción so-
cial en la escuela, lo que el profesor no considera grave; en parte,
porque desde su perspectiva no existen indicios de violencia ni
de conflicto familiar (no hay descuido paterno y la madre res-
ponde a los llamados de la escuela). A pesar de esta apariencia
de normalidad familiar, en nuestro diagnóstico se confirmaron
situaciones graves de violencia en el hogar. No solo la menor re-
firió que su padre la golpea a ella, a sus hermanos y a su madre,
sobre todo bajo el influjo del alcohol que consume con frecuencia,
244
ii parte: violencia intrafamiliar
sino que lo externó con una fuerte carga emotiva y declaró que
era motivo de temor constante para ella. Otros elementos del diag-
nóstico confirmaron que la menor experimenta una sensación de
inseguridad emocional y tensión psicológica. El hecho de que la
familia viva justo frente a la escuela y que, a pesar de ello, no se ha-
yan percibido señales para sospechar al menos la situación de vio-
lencia en el hogar, muestra el grado al que este perfil de familias
es capaz de mantener oculta esa faceta de su dinámica cotidiana.
Dos familias más confirman que estas situaciones de violencia
física en el hogar que pueden pasar desapercibidas al observador
exterior (posibilidad que algunos informantes clave consideran
propias de sectores de nivel socioeconómicos más favorecidos)
también son comunes en La Unidad. Además de ser familias nu-
cleares aparentemente sin los elementos de desestructuración an-
tes señalados, es llamativo que transmiten a los profesores de los
hijos una potente imagen de funcionalidad. Por ello, en uno de los
casos (Exp. 171), la madre tiene una fuerte presencia en la escuela
pues pertenece a la mesa directiva y el maestro describe como
“excelente” la relación con ella (Entrevista maestro 25). Los pa-
dres de la otra familia (Exp. 96) son incluso descritos como “muy
pacíficos” por la profesora (Entrevista maestro 14). Contrario a
estas impresiones, en el primer caso la madre ejerce violencia fí-
sica y psicológica hacia los hijos, lo que genera, al menos en el
menor que participó en los talleres, una clara tensión psicológica.
En el otro caso, además de que el menor refirió como formas de
castigo usadas por sus padres el ser golpeado con un cinto y en-
cerrado en un cuarto, también narró cómo sus padres se pelean a
golpes “siempre”, llegando en algunas ocasiones a arrojarse obje-
tos como cadenas o vasos. Las referencias del menor mismo a su
propia agresividad también fueron diversas.
Si bien en las familias recién descritas puede llegar a sorprender la
distancia entre la imagen pública y la dinámica privada, no resulta
así con todas las familias “no desestructuradas” en las que se ejerce
violencia hacia los hijos. Ya asentamos antes que la violencia por ne-
gligencia, sobre todo cuando alcanza formas graves, no puede pasar
desapercibida a alguien que, como los maestros, pasa tanto tiempo
con los menores. De tal forma que una familia sin los factores de
245
desestructura considerados de riesgo será por lo general, a pesar de
ello, plenamente identificada por tales observadores.
Es justamente lo que ocurre con la familia con la que cerramos
este apartado: nuclear, con cuatro hijos (Exp. 101). Sobre ellos y el
niño que participó en los talleres, su maestra comentó:
Sus papás están juntos […] no creo que tengan algún conflicto […]
Yo no le veo al niño (otro problema, distinto a la negligencia). O sea
siempre yo trato de buscar: ‘¡ay!, es agresivo por esto o es agresivo
porque su papá es así’… Pero no, el niño es muy tranquilo, no le veo
que haya algún conflicto en familia. (Entrevista maestro 15).
A pesar de esa imagen libre de conflictos en su estructura e integra-
ción, los padres se comportan tan severamente negligentes como
algunas familias identificadas como desestructuradas y conflic-
tivas. Esta negligencia además ocurre en muchos aspectos de la
atención al menor que no podrían justificarse solamente por ca-
rencias económicas. Según el maestro,
no están muy interesados en su educación. Desde inicio del ciclo
escolar le dije a su mamá la lista de útiles (y) lo mandaron con solo
una libreta y hasta la fecha está igual […] Falta mucho, no paga los
exámenes, no paga copias; o sea, no trae material para trabajar cuan-
do se le solicita […] La mamá se comprometió conmigo en el se-
gundo bimestre de que iba a estar más al pendiente del niño, que
le iba poner más ganas […] y no, hasta la fecha. Te estoy hablando
que fue en diciembre. El niño en realidad está muy atrasado en lo
académico. (Entrevista maestro 15).
En su vestimenta e higiene personal se observan también graves
carencias. Inclusive presenta un problema de salud que le genera
incontinencia urinaria (pide salidas constantes al baño y se ha
orinado en clase). Sobre esto la madre ha hablado con el profe-
sor y comentó que antes era atendido médicamente y “dijo que lo
iba a llevar otra vez a darle seguimiento” (Entrevista maestro 15),
pero no lo ha hecho.
246
ii parte: violencia intrafamiliar
247
Se trata de una familia sobre la que ya hemos hecho comen-
tarios en diversas ocasiones. Tuvimos contacto inicialmente a
través del hijo menor (Exp. 168), un niño de tercer grado de pri-
maria que participó en el taller diagnóstico. Posteriormente su
maestra titular nos amplió la información y se realizaron las en-
trevistas en profundidad con los padres. Es una familia nuclear
integrada por la pareja, el menor ya mencionado y su hermana
de 12 años que cursa el sexto grado. La preocupación de la maes-
tra se concentraba en la conducta del menor, quien se mostraba
agresivo y falto de control en sus impulsos. Aunque ella tenía
conocimiento de ciertas dinámicas disfuncionales en la familia,
descartaba que estas continuaran ocurriendo (al menos con la
misma intensidad que en el pasado) y consideraba la conduc-
ta del menor principalmente como el resultado de una carencia
emocional y falta de atención por parte de la figura paterna, pero
descartaba que tuviera lugar violencia física hacia él. Así, a pe-
sar de que el padre ha ejercido intensa violencia física y psico-
lógica a su pareja y a su hijo, ante la maestra no aparecía como
una familia profundamente conflictiva. Esta impresión general
la expresó así:
Bueno la señora me comentó que antes sí había violencia del papá ha-
cia ella, dice, pero… también se está hablando de hace mucho tiempo
y que actualmente, ya no tenía problemas. Yo actual(mente) veo la
familia unida y los veo bien. Cuando vinieron los dos a hablar con-
migo y en la entrega de calificaciones y todo, pues se ve que tiene
buena relación. No creo que actualmente tengan un problema, lo
que sí es que han tenido rachitas pero ahorita están bien (Entrevista
maestro 25).
Ciertamente al momento de realizar el diagnóstico la familia se en-
contraba en un momento de relativa estabilidad y con menos con-
flictos aparentes que en el pasado. No obstante, situaciones y viven-
cias negativas anteriores continuaban ejerciendo un influjo sobre su
vida cotidiana. Debemos recurrir a las entrevistas de los padres para
ver la magnitud de las situaciones y dinámicas adversas que han
tenido lugar en sus historias personales previas, y en la familia que
ahora conforman. Comenzamos por las historias personales de los
padres previas a la conformación de la actual pareja.
248
ii parte: violencia intrafamiliar
249
en la convivencia cotidiana han pesado más la introyección de la
violencia como forma normal de relación (que antes menciona-
mos) y su falta de habilidades de comunicación y de otras alter-
nativas disciplinarias.
Yo antes sí le pegaba mucho a (nombre del hijo), le pegaba bastante
a él. […] No he tenido mucha comunicación con él porque te digo yo
quise hacerlo a la manera de mi papá […] Yo nunca tuve atención de
mi papá, o sea, mi papá su trabajo, su trabajo y… pues no, nunca. O
sea, ‘eh apá vamos a…’, no. (Entrevista hombre 2).
La mujer lo confirma y establece explícitamente la conexión en-
tre esta violencia hacia el hijo y las experiencias de su pareja en
su familia de origen.
Él lo que hacía era pegarle al niño, gritarle, de que: ‘ya te dije güey,
que no sé qué, que tú no entiendes’, y le pegaba y lo castigaba. En-
tonces al niño ya lo tenía como que escamado; mi esposo ya nada
más levantaba la mano, y el niño se agachaba. Entonces, no era la
forma, no era la forma de hablar, y yo hablaba con mi esposo, des-
pués de que hacía lo que hacía, yo hablaba con él: ‘es que no es la
forma de que tú trates al niño así. En vez de ayudarlo me lo estás
empeorando, entonces no quieras hacer con él lo que hicieron con-
tigo. Si a ti tu papá te trató así, no lo repitas’. (Entrevista mujer 1).
Además, el distanciamiento emocional, especialmente respecto de
su padre, supuso también una carencia afectiva durante su desarro-
llo que le indujo una falta de habilidades para mostrar y comunicar
su afecto. Todas estas vivencias negativas en el hogar paterno se-
rían un factor que influyó en su decisión de casarse a los 19 años
con una primera pareja. Engendraron dos hijos y, aunque continúa
casado con ella, se encuentra separado de ellos desde hace años.
Por su parte, la historia de la familia de origen de su pareja
actual es muy diferente, pero igualmente complicada e, incluso,
mucho más plagada de riesgos para su desarrollo y para su inte-
gridad física. Su rasgo distintivo fue una negligencia extrema que
llevaron a la mujer durante su infancia a ser víctima de ataques
sexuales, primero en la familia y luego fuera de esta, a vivir en
la calle durante temporadas, a abandonar la escuela en el tercer
grado de primaria, a la maternidad adolescente y a ser víctima en
la adolescencia, de violencia física por parte de una pareja. “No
250
ii parte: violencia intrafamiliar
251
mente ahí, un par de años, fue víctima de violencia física por parte de
la pareja. Antes, sin embargo, nuevamente vivió en la calle corriendo
graves riesgos y sin que su madre mostrara ninguna preocupación.
Cuando yo me salí (de la casa de mi madre) […] seguí andando en
las calles, me quedaba en las plazas. Cuando me llevaban detenida
me llevaban a la comandancia, incluso mis amigos los policías como
ya me conocían, me querían llevar. Pero no me llevaban por nada
malo, me llevaban pero por intoxicación y le mandaban a hablar a
mi mamá y pues nunca se presentó. Ya después la tercera vez me
volví a salir, o sea era lo mismo yo no quería estar con ella y le decía
que yo no quería estar con él. Me voy con mi hermano y conozco
a su amigo. De no queriendo… pues estuvimos… un muchacho de
buena familia… salí embarazada. Yo no sabía que estaba embaraza-
da, mi mamá… mi abuelita fue la que se dio cuenta. Y mi mamá y
mi abuelita me dejaron como un objeto en casa de él, o sea: ‘aquí se
la traigo porque está panzona y no la quiero’. Y así, con él viví tres
años porque me golpeaba mucho, me pegaba mucho; por nada, no
podía salirme. Sentía una maldición porque si yo salía mucho andaba
de chiflada; si yo iba a la tienda, andaba de chiflada. Entonces eran
golpes y golpes y golpes. Yo no podía salir ni en mi embarazo ni a
mis citas, tenía que ir acompañada de su mamá o de su hermana.
(Entrevista mujer 1).
Finalmente se separó de esa pareja y poco tiempo después, todavía
siendo adolescente, se embarazó de nuevo, ahora de otra perso-
na. Por su juventud, carencia de medios propios y absoluta falta de
apoyo familiar, terminó por perder el contacto con sus dos prime-
ros hijos quienes han permanecido con las familias de los padres
y a los que no ve desde entonces. Como podemos observar, igual
que su pareja, a pesar de su condena consciente de las fallas de
sus padres en el ejercicio de sus responsabilidades, aparentemente
de forma involuntaria, ha repetido los patrones negativos en sus
roles parentales; en su caso el abandono. Aunque la narración que
hace de la pérdida de estos hijos pudiera pretender justificarse y
evadir su responsabilidad, da muestra también del profundo im-
pacto emocional que le significó; impacto que jugará un papel en su
actuación muy diferente ante nuevos conflictos que experimentó
en el ejercicio de sus responsabilidades maternas con los hijos de
su familia actual. Sobre la pérdida de su primer hijo cuenta:
252
ii parte: violencia intrafamiliar
253
Aunque no aclara realmente los detalles, deja asentado que la unión
con su actual pareja significó también la separación de su primera
hija. Como cabría esperar, el inicio de la relación de pareja actual
está fuertemente condicionado por las historias de conflicto de
ambos. Comenzaron viviendo juntos en condiciones muy pre-
carias e inestables y sin ningún compromiso de pareja; en esas
condiciones se presentó el embarazo no planeado de su prime-
ra hija en común. El señor, aunque ya en conflicto con su espo-
sa, mantenía una relación intermitente con ella y en las mismas
fechas concibió con ella a un segundo hijo. Ante la situación y
por presiones de su madre, el señor abandonó a la pareja actual
temporalmente. Durante los primeros años, no tendrían ningu-
na estabilidad como familia; aun así, tuvieron otro hijo tres años
después. Durante esos años, “el volvió con su esposa, él estuvo
en su casa con su familia… no necesité de él; salí adelante y se lo
demostré”, dijo la señora sobre esa etapa de su vida.
Trabajé doble turno, trabajaba día y tarde, no… tarde y noche, y
llegaba yo en las mañanas. Y saqué adelante a mis hijos, y él lo
vio cuando él regresó; me pidió otra oportunidad […] Decidimos
volver, nos decidimos juntar otra vez […] Pero volvió a ser igual,
volvió a ser igual, mi hijo le tenía coraje desde chiquito […] como
que no quería al niño… no sé, no me explico yo por qué no. A lo
mejor él traía todavía el resentimiento de que ya no lo dejaron ver
a sus otros hijos, de que a lo mejor por culpa de nosotros, pero yo
le decía a él: ‘nosotros no tenemos la culpa, ¿por qué?, porque tú
desde un principio te hubieras movido ‘oye sabes qué, yo quiero el
divorcio, quiero la pensión para poder ver a mis hijos’. Tú hubie-
ras dado una pensión y tus hijos tú los puedes ver cuando quieras.
(Entrevista mujer 1).
Las versiones de ambos confirman que aún después de esta de-
cisión de reunirse, el señor ejerció violencia física y psicológica
contra la señora; esta última principalmente a través de constan-
tes encuentros sexuales con otras mujeres (incluida su esposa) de
forma abierta al conocimiento de ella, así como a través de repeti-
das amenazas de abandonarla.
Él me insultaba bastante, me decía que no me quería, que no quería
estar conmigo, me decía que no lo tocara, que le daba asco. O sea me
insultó como no tienes una idea, yo creo que lo peor que le puedes
254
ii parte: violencia intrafamiliar
255
los niños. ‘Mami me pidieron esto en la escuela’, ‘mami esto, mami
el otro’… o sea todo yo, para todo los niños se dirigen conmigo.
(Entrevista mujer 1).
Como vemos, a pesar de la clara percepción de la incorreción del
comportamiento de su pareja, si bien la mujer puede responder
de forma que logra cumplir con sus principales responsabilidades
como madre, se mantiene en una actitud sumisa y de aceptación
de la violencia ejercida contra ella. Estas situaciones de disfuncio-
nalidad y precariedad económica se ven complicadas por la casi
completa falta de apoyo por parte de las familias de ambos con
quienes mantienen relaciones distantes, y quienes no les ayudan
en el cuidado de los hijos ni económicamente. Esto último se debe
en gran medida a que sus familias desaprueban su relación, sobre
todo por el matrimonio del señor con otra mujer que aún persiste.
Tras este recorrido por su historia, vemos cómo una familia
que a la mirada exterior puede aparecer como una familia nuclear
tradicional y relativamente estable en realidad es producto de
diversas situaciones que se alejan de la estructura familiar con-
siderada normal desde una perspectiva cultural hegemónica. Esto,
aunado a la reproducción de algunos patrones de relación de las
familias de origen (y de sus experiencias de parejas pasadas) de
los padres de la familia, condiciona una relación tensa y conflic-
tiva en la pareja, una latente amenaza a la continuidad de la re-
lación de concubinato, dificultades para el cumplimiento de las
funciones de provisión material y de ejercicio de la disciplina ha-
cia los hijos y, finalmente, las manifestaciones de violencia que ya
hemos comentado.
Que la maestra del hijo pueda decir de la pareja que “han te-
nido rachitas pero ahorita están bien” ha dependido de una ca-
pacidad de resiliencia que ha permitido en los últimos años una
transformación lenta pero profunda de sus dinámicas de pareja
y familia. Esa transformación inició después de una separación
decidida por la mujer y que pretendía ser definitiva.
Fui cambiando y ver que él no le echaba ganas me cambió más. Sí, co-
nocí a otra persona a la cual sí traté, después de doce años que yo es-
tuve con él conozco otra persona. Pero yo terminé mi relación prime-
ro con él para poder empezar con otra persona. (Entrevista mujer 1).
256
ii parte: violencia intrafamiliar
21 Aunque como veremos, será el origen de una nueva situación de violencia psicológica que
amenaza de nuevo la continuidad de la pareja.
257
otras mujeres que (según algunos informantes clave y los jóvenes
de los grupos de discusión) deciden encarar la violencia de su
pareja con más violencia, la mujer mantiene su comunicación
clara y sensata.22 Esta actitud, confirma el señor, le transmite el
mensaje de que se trata de un problema de la pareja que se po-
día solucionar entre los dos y no lo percibe como una acusación
personal; elemento esencial en su posibilidad de cambiar algunos
patrones de conducta propios. Por su parte, los cambios en la di-
námica familiar que han tenido lugar, subraya la madre, suponen
una ruptura con la imagen propia del señor. “Él era una persona
muy orgullosa y doblegó su orgullo, comenzó a convivir con el
niño” comenta ella. Como vemos, la simple convivencia no vio-
lenta con el hijo, supone un cuestionamiento de su imagen como
autoridad y probablemente de su masculinidad.
El contraste entre las experiencias de paternidad previa de
cada uno de los padres con esta mayor capacidad de encarar los
problemas en su familia actual, nos permite además confirmar
que la repetición de los patrones violentos de las familias de ori-
gen se expresarán con mayor probabilidad y con resultados más
perniciosos cuando se trate de parejas y paternidad a más tem-
prana edad. Además, la posibilidad que tienen ahora de modi-
ficar sus dinámicas familiares está condicionada por el quedar
conformados como una familia nuclear solamente con los hijos
de la pareja actual (a pesar de la accidentada historia pasada de
los padres, la presencia de los hijos de parejas previas muy proba-
blemente dificultaría más las relaciones actuales).
Debe reconocerse también el peso importante que ha tenido
la intervención sensible y pertinente de la maestra de primaria
del hijo. A pesar de que desconoce la profundidad de las proble-
máticas familiares insistió con la madre de familia en la necesi-
dad de encarar las situaciones en el hogar que estaban afectan-
do la conducta del hijo menor, lo hizo con tacto y brindó a los
padres, sobre todo al señor, un espacio de diálogo y reflexión
sobre su propio ejercicio de la paternidad que resultó de gran
significación.
22 Recordemos como las reacciones agresivas de las mujeres previamente violentadas suelen
ser calificadas como insensatas o locas según lo referido en los grupos de discusión.
258
ii parte: violencia intrafamiliar
Fíjate que me sentí bien (de hablar con la maestra). Te voy a decir
por qué. Porque yo nunca tuve un apoyo así. O sea, yo siempre yo,
yo, yo… y se siente bien el platicar que te sientes apoyado, […] A ve-
ces lo necesitas y (cuando) la maestra me dice ‘tengo este detalle’, a
mí fue lo que me motivo. ‘Oye, pérame, pues si nunca he tenido una
orientación de esa con mis niños, ni mis papás conmigo cuando era
niño, ¿por qué no escucharle a más gente?’. […] Ahorita me da gusto
(tener esta entrevista) porque se puede decir que es un apoyo que tú
me das. O sea, si tú estás retroalimentándome, ¿sí me entiendes?; y
yo retroalimentándote a ti de mi caso […] Mi mamá y mi papá nunca
se acercaron a la escuela. O sea, se acercaban en caso de algún pro-
blema. ‘Háblenle a la mamá de (su nombre)’, ¿sí me explico? Pero
alguien así que ‘oye, pues vamos hablar de (su nombre)’ […] de esa
manera, o sea, no de que ‘otra más y te vas expulsado’ […] Ahorita lo
que hizo la maestra que haya platicado con nosotros respecto al caso
de (nombre del hijo), de cómo se portó, qué hizo, qué no hizo, que
golpeó a este niño, yo nunca lo viví. (Entrevista hombre 2).
Debe notarse que es fundamental que no se trata simplemente de
reportes de la maestra (como el mismo entrevistado hizo notar),
sino de un genuino interés de esta por comprender y apoyar a la
familia a través de una atención personalizada. En el caso del pa-
dre de familia esto tuvo, como ya veíamos, un fuerte impacto, no
solamente cognitivo sino emocional, más aún cuando refirió que
yo nunca tuve un amigo que digas tú traigo este problema personal
y me acerco para desahogarme, ¿sí me entiendes? Nunca, yo nunca,
ni con mi mamá, aunque tengo problemas yo nunca me he apegado.
(Entrevista hombre 2).
A pesar de lo complicado que puede resultar que este tipo de in-
tervenciones de los maestros ocurran con mayor frecuencia, no
podemos sino subrayar lo valiosas que pueden resultar por tratarse
de alguien cercano e involucrado con los hijos; por contraste con
la intervención de un profesional o un agente institucional más
probablemente percibido como extraño por los padres. Una de las
informantes clave comentó la poca disposición de los padres del
entorno social estudiado para acudir a otras instancias, como los
psicólogos institucionales, cuando son referidos por los maestros.
Hay muchas familias que las hemos canalizado y no van, no van,
no van, porque es ir a dar la vuelta y gastar. Y a veces no tienen los
259
medios o simplemente a lo mejor de la primaria ya los canalizaron
y ya saben pues que van y que no te ayudan, no te ayudan, no te
ayudan mucho. A veces los mismos programas de gobierno están
muy limitados, ¿no? […] A lo mejor vas a una plática y dicen “no,
pues no me sirve, no”. (Informante 16).
Ese rechazo puede responder por una parte, a que la canalización
a un tercero puede ser tomada como una falta de implicación y
de responsabilización sobre la situación del menor; esto aunado a
las dificultades prácticas y económicas para seguir la recomenda-
ción. Por otra parte, por un rechazo (quizás condicionado por el
entorno social y cultural así como un vago conocimiento de la la-
bor de tales profesionales) a una intervención que perciben como
una intromisión externa. En otra de las familias en las que se en-
trevistó a la madre, se observa, independientemente de la validez
que pudieran tener sus argumentos, un insistente rechazo a esas
intervenciones, lo que anticipa un resultado muy limitado en caso
de llegar a seguir la indicación.
Me dijo la maestra: ‘ve con la psicóloga’. Y le digo: ‘hay veces que
ocupa ayuda (el hijo), si quiere podemos mandarlo, pero no se me
hace que le haga falta una psicóloga, le hace falta que le hable más
yo, que a lo mejor ahorita pasaron los movimientos (en la familia)
así muy rápido […] pero si lo quiere mandar, no hay problema yo
sé que no pasa nada si lo manda, a lo mejor le ayude en algo’. Pero
no, yo le dije: ‘si quieres […] yo lo llevo. Digo, no tengo el suficiente
tiempo así que digamos porque pues también no voy a estarlo lle-
vando y el tiempo que yo paso por él es cuando lo llevo y no plati-
camos cuando va a estar allá’. Entonces dijo que sí, pero ya no me
dieron un número de teléfono y luego me dijo que estaba bien lejos,
me iban a mandar hasta Guadalupe y ya está bien lejos […] (mi pa-
reja) me dice que no lo lleve con psicólogo que nada más necesita
atención, él siempre me ha dicho. Él es un niño y va creciendo y va
cambiando y va esto pero él me dice que no necesita psicólogo él
me dice a mí, ‘él no necesita, él está bien. Lo único que le hace falta
es hablar con él, ponerle atención’. (Entrevista mujer 2).
Tras este breve comentario más general regresamos al caso de la
familia que venimos analizando. Si hasta ahora hemos subrayado
su capacidad de resiliencia y cambio en un sentido positivo, debe-
mos también señalar las limitaciones en esa capacidad. Así, aun-
260
ii parte: violencia intrafamiliar
23 Esta referencia a un error cuando es ella quien decide separarse, muestra también impli-
caciones importantes de género que antes hemos señalado.
261
sepárame de su papá mi hijo se va a volver a descomponer y yo no
quiero. (Entrevista mujer 1).
Aunque ninguno de los dos lo aborde de manera abierta, es la idea
misma del contacto sexual y sentimental de su pareja con otro
hombre la que (una vez más, como en el caso de sostener una re-
lación afectiva con su hijo) cuestiona la propia imagen y la mascu-
linidad del padre de familia. Cuestionamiento que, por otra parte,
empuja hacia los patrones de conducta violentos introyectados en
su historia personal.24
Esta persistencia de la violencia intrafamiliar, que adopta nuevas
formas tras los procesos de cambio en las dinámicas familiares nos
muestra que, al menos en las familias con problemas de violencia
profundos y arraigados, es más realista y factible la mejoría rela-
tiva que la erradicación definitiva de la violencia. Con miras a las
posibles formas de intervención, esto debe ser tomado en cuenta
junto a los señalamientos que hicimos al comentar la intervención
de la maestra de la escuela. Pero esa limitación en las posibilida-
des de cambio hacia dinámicas familiares libres de violencia, no
debe hacernos desestimar la magnitud del cambio experimentado
en esta familia cuya historia hemos tratado detalladamente. Si bien
hemos señalado una serie de factores que se combinaron para que
ese cambio fuera posible (edad de la pareja, la ausencia de sus hijos
de parejas anteriores, capacidad de aprender de sus relaciones pasa-
das) esto se ha dado principalmente sin apoyos externos además de
la puntual intervención de la maestra. Un apoyo más decidido que
tenga en cuenta las indicaciones que hemos destacado, seguramente
puede reforzar tales procesos de transformación familiar. Con las
familias con condiciones similares a esta, se tiene un buen margen
de posibilidad de incidir en los padres para reducir la violencia; al
menos en sus manifestaciones más graves.
24 Este elemento de las relaciones entre los géneros puede condicionar también la mayor
propensión a la violencia en familias en donde existen hijos de la madre de parejas pre-
vias.
262
ii parte: violencia intrafamiliar
263
consumidores con los hijos y las parejas. Aunque más cercano a la
dinámica de un detonante de la violencia, en los tres casos en que
se identificó con certeza dicho consumo, este era tan regular que
la violencia física que les resulta asociada es un rasgo constante de
la relación con ese padre de familia. Esto era así en el caso de una
madre de familia (Exp. 4) y de dos padres varones (Exp. 9, 45).
Por su parte, el consumo de drogas muestra una mayor diver-
sidad en cuanto a los miembros de la familia que lo llevan a cabo
y una operación más clara como factor que condiciona las relacio-
nes familiares. En cuanto a los miembros consumidores identifi-
cados con claridad se encuentran una madre (Exp. 170), un padre
(Exp. 19), un hermano mayor (Exp. 42) y un cuñado (Exp. 43). En
todos esos casos la forma de violencia común es la negligencia
hacia los hijos menores; que en unos casos resulta grave y en uno
más se ve combinada también con violencia física (Exp. 42).
En cuanto a las ocupaciones de las madres ligadas a la sexuali-
dad, en los dos casos que conocimos se encuentra vinculada a una
falta de claridad o estabilidad de una figura paterna en la fami-
lia (Exp. 114, 148). Además, como ya mencionamos antes, posee
un influjo contrario a generar condiciones de desarrollo libre de
riesgos para los hijos. La dinámica nocturna de trabajo, las au-
sencias prolongadas y constantes que demanda, e incluso, el trato
de las mujeres con clientes dentro del hogar familiar, dificulta una
dinámica cercana y confiable entre madres e hijos e introduce si-
tuaciones de alto grado de riesgo para los menores. Así, en estos
dos casos se detectaron situaciones graves de violencia física y
profunda negligencia.
264
ii parte: violencia intrafamiliar
265
resultan significativos. Existen casos en los que los padrastros ejer-
cen violencia física clara contra los menores (Exp. 117, 119). Pero
en otros se identifican situaciones más intrincadas, como ocurre
en una familia en que el padrastro golpea a la madre y esta a la hija
(Exp. 120), esto último incluso delante de los maestros de la es-
cuela. Adicionalmente este caso presenta otra situación de des-
viación respecto a la familia nuclear, compartir la vivienda con la
abuela materna con quien sostienen una relación conflictiva que
pone incluso en riesgo la estabilidad de su residencia en el lugar,
con la consiguiente tensión psicológica que ello implica. (Entre-
vista maestro 16).
Ya mencionamos antes también que uno de los pocos casos que
registramos de violencia sexual hacia una menor provenía de un
padrastro (violencia ejercida hacia la primera hija de su pareja)
(Exp. 61); y que, en otro caso también con presencia de un padras-
tro, a pesar de no estar confirmado, hay situaciones que ponen en
alerta a la maestra en ese mismo sentido (Exp. 113). A la maestra
le llama especialmente la atención que la única ocasión en que el
padrastro ha recogido al niño en la escuela, el alumno reaccionó
con rechazo hacia él y con una evidente tensión física. Si bien es
cierto que la madre, a quien tuvimos oportunidad de entrevistar,
explicaba que tras una separación temporal de esta su segunda
pareja, su hijo ha reaccionado con cierta distancia emocional ha-
cia él (Entrevista mujer 2), también se encontraron otras situacio-
nes de riesgo. El menor indicó ser golpeado por la figura paterna
con un cinto mojado (un detalle que supone una clara intención
de lastimar y que lo descarta como un recurso disciplinario jus-
tificable). Además, la misma madre refirió que el padrastro tie-
ne dificultades para asumir un rol de autoridad paterna ante el
menor, por lo que permanece en una situación ambigua y mani-
festó tener un intenso temor por la posibilidad de una agresión
sexual contra su hijo. Sin embargo, no señala como objeto de su
desconfianza de forma directa a su pareja, sino potencialmente a
cualquier persona o incluso a su propio padre (abuelo materno del
niño) con quien comparten su hogar.
Mi mamá siempre nos dijo: ‘nunca te confíes de nadie, ni de tu
papá tampoco’ […] Siempre le pregunto (a mi hijo): ‘¿qué haces? y
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ii parte: violencia intrafamiliar
¿qué estás haciendo? y ¿fue tu abuelito?’. ‘No, pues que sí’. ‘Y ¿qué
hizo?’ […] Entonces yo le digo: ‘yo nada más quiero que me digas’.
Siempre le he dicho: ‘nadie debe de andarte tocando, nadie debe de
agarrarte aquí, nadie debe de andarte diciendo cosas, nadie debe
de andarte hablando de esto del otro’ […] Yo siempre paso en mi
cabeza que yo no quiero que mi niño pase por esas cosas y siempre
traigo por la cabeza, siempre por eso ahorita que se va a quedar le
dejo el teléfono; ‘pero cada vez que yo te hable tienes que contes-
tarme, si te hablo cinco veces en una hora me vas a contestar’ […]
Yo no me siento a gusto con nadie, porque pueden pasar miles de
[…] Por eso trato de estar pendiente con eso y hablando y decirle
todos los días, todos los días, todos los días… (Entrevista mujer 2).25
En este mismo caso, otros elementos dan cuenta de un activo ocul-
tamiento de la situación familiar hacia el exterior. A la impresión
de la maestra de que han presionado al menor para que no com-
parta con ella más información de lo que ocurre en casa (Entre-
vista maestro 16), se suma además la insistente reticencia a acudir
con un psicólogo ante la sugerencia que compartimos en el apar-
tado anterior y que proviene de la entrevista a esta madre de fa-
milia (Entrevista mujer 2). Existe, pues, por lo que vemos, una
resistencia particularmente intensa en esta familia al escrutinio
de sus dinámicas.
Finalmente, debemos también subrayar que en otras familias
con presencia de padrastros, este no es el factor más relevante para
explicar las situaciones de violencia que experimentan. Las ma-
nifestaciones de violencia intrafamiliar se explican mejor por el
entorno familiar construido paulatinamente a partir del inicio
temprano de la maternidad, en el que la presencia de una figu-
ra paterna distinta al padre biológico de uno o más de los hijos
es también un efecto secundario, y no necesariamente central.
Este es el caso, por ejemplo, de una familia con un hijo que cursa
ahora el segundo grado de primaria y que nació cuando su madre
era aún menor de edad. Aquí, la violencia física detectada hacia el
hijo proviene de la madre (Exp. 162) y las responsabilidades pa-
rentales se han descargado desde la más temprana edad del me-
25 Como vemos, aunque la mujer habla de la sexualidad con su hijo, la imagen que transmite
es la de un terreno de amenaza y no una faceta normal de la vida humana. Se confirma las
fuertes dificultades para un abordaje apropiado del desarrollo sexual de los menores.
267
nor en la abuela materna, quien las cumple insatisfactoriamente.
Este patrón confirmado como frecuente a través de las distintas
aproximaciones metodológicas de nuestro diagnóstico, establece
las condiciones de fondo para que también se presente violencia
por negligencia hacia el menor (que presenta graves problemas en
su aprovechamiento escolar, descuido en su higiene y se reporta
que diariamente pasa varias horas en la calle, lo que puede ser
el inicio de su incursión a las pandillas). La negligencia y la falta
de supervisión adulta del menor se ven intensificadas por la pre-
sencia de una nueva pareja sentimental de la madre. Aunque más
que un ejercicio directo de violencia del padrastro hacia el niño
lo que se observa es que la relación de pareja ha obstaculizado
aún más el que la madre asuma las responsabilidades parentales
(Entrevista maestro 22).
De hecho, el inicio de la maternidad temprana antes o apenas
poco después de la mayoría de edad (la mayoría de las veces fue-
ra de una pareja establecida) resultó ser una variable mucho más
trascendente para condicionar la presencia de situaciones de vio-
lencia intrafamiliar que otro tipo de desviaciones respecto de la
familia nuclear hegemónica. Ya hicimos en secciones anteriores
de esta Parte II algunos señalamientos al respecto y a continua-
ción los retomamos y ampliamos.
268
ii parte: violencia intrafamiliar
269
el padre, que va a vivir a la casa de los suegros), es otra fuente de
tensiones y conflictos potencial sobre la que volveremos.
Hay además otros efectos de la maternidad temprana en la es-
tructura familiar que se van configurando en el mediano plazo
y que, según hemos observado, llegan a tener un peso muy fuer-
te en las dinámicas familiares. Con mucha frecuencia el inicio
de la reproducción en la adolescencia configura, al paso de los
años, familias organizadas en torno a una madre con una nume-
rosa descendencia (cinco o seis hijos en ocasiones). La presión
adicional que esto supone para lograr cubrir adecuadamente las
necesidades materiales y de atención es evidente. Además, algunas
veces se trata de hijos de diferentes padres, cuestión que puede ver
complicadas las relaciones familiares por motivos ya referidos re-
petidamente, y que introduce además una discontinuidad de las
figuras que ejercen la autoridad y los cuidados parentales. En di-
chas situaciones encontramos entonces a algunas de las familias
con las situaciones de negligencia más graves y generalizadas en
todos los rubros de cuidados de los hijos: escuela, alimentación,
higiene, servicios de salud, supervisión paterna. (Exp. 71, 100).
Ahora bien, adicionalmente al inmediato problema de tener
más bocas que alimentar y más menores que atender, también las
amplias diferencias de edades que pueden resultar entre unos y
otros hijos se convierten con frecuencia en fuente de nuevos con-
flictos y disfuncionalidades familiares. Nos referimos, en primera
instancia, a diversos elementos negativos en las conductas de los
hijos mayores.26 Otro de los casos más graves de violencia física
y negligencia que ya hemos referido presenta dichas condiciones
estructurales. Se trata del niño con una discapacidad intelectual
no atendida por la familia a pesar de contar con servicio médi-
co para hacerlo (Exp. 31), sobre el que hicimos antes comentarios
relativamente extensos. Como mencionamos en su momento, ade-
más de esa y otras formas de negligencia hacia el niño que se su-
man situaciones crónicas de violencia intrafamiliar, la presencia
de una hermana mayor, distante en edad de los hijos menores de la
pareja, representa riesgos adicionales para el bienestar de los niños
26 Si bien estas conductas podrían tener relación con las limitaciones de los cuidados pater-
nos en la infancia y adolescencia de los primeros hijos, esto rara vez pudo ser confirmado.
270
ii parte: violencia intrafamiliar
27 Ya aclaramos también que nos referimos a los casos de amplias diferencias de edades que
suponen un claro abuso y no una agresión entre pares.
271
o situaciones que, indirectamente repercuten en la configura-
ción de un entorno conflictivo y violento, o bien interfieren en la
atención y en el desarrollo de los miembros más pequeños. Una
de tales situaciones se da por la violencia en las parejas de los her-
manos mayores que continúan viviendo en casa de los padres.
Esto ocurre en el hogar de uno de los menores, caracterizado
como uno de los más negativos por sus situaciones de conflicto,
así como por la absoluta falta de disposición de los padres a pro-
curar mejorar la atención de su hijo, quien cursa el primer año
(Exp. 7). El menor refiere la violencia física entre su hermana y
su pareja “como un chiste”, dice su maestra (Entrevista maestro
1), lo que refleja su normalización. Violencia que, sin embargo, les
ha llevado a la separación luego de haber engendrado dos hijas.
Aunque no se haya confirmado, la posibilidad de que el mismo
menor reciba agresiones físicas es alta; mientras que la negligencia
y la falta de supervisión (sí confirmadas), propician que se trate de
uno de los niños que antes indicamos que se encuentra más cerca
de las dinámicas pandilleriles desde su temprana edad. En otras
familias, incluso los noviazgos de los hermanos mayores pueden
ser ya relaciones a través de las cuales los niños se encuentran
expuestos a violencia de género, como ocurre con una niña de se-
gundo grado que vive con su madre, sus hermanos y su padrastro
(Exp. 24). También se registró algún caso en el que la hermana
mayor de una niña de tercer grado, a pesar de no vivir formal-
mente en la casa familiar pasa ahí mucho tiempo, y que con fre-
cuencia golpea a sus hijos durante sus visitas (Exp. 131).
Las conductas más abiertamente desviadas de las normas so-
ciales de algunos hermanos mayores también contribuyen a los
entornos familiares nocivos y, de forma indirecta, a un ejercicio
más violento de las funciones paternas hacia los hermanos me-
nores que se encuentran en una etapa más vulnerable de su desa-
rrollo. Ya comentamos antes el caso de una niña en la que la vio-
lencia física y la negligencia que ejerce la madre hacia ella son de
las más graves registradas (Exp. 42). En su familia encontramos,
entre otros factores de conflicto y tensión constante, alusiones a
conductas delictivas de dos hermanos mayores vinculados a la
portación de armas, amenazas de agresiones a terceros e incluso
272
ii parte: violencia intrafamiliar
273
maestro 5). Como también indicamos antes, estas situaciones nos
muestran condiciones propicias para que, al llegar a la adolescen-
cia esta hija menor pudiera presentar una maternidad precoz con
las condiciones económicas y familiares adversas que ello signifi-
caría. Otros casos de maternidad temprana de las hermanos ma-
yores los encontramos en diferentes familias (Exp. 7, 131), confir-
mado en dos casos que esto ocurrió cuando eran menores de edad
(Exp. 15, 132).
La procreación por parte de los hermanos mayores que gene-
ralmente permanecen en la casa familiar supone un incremento
en los niveles de conflicto dentro de los grupos familiares. Entre
sus efectos está no solo el evidente incremento del hacinamiento
en el hogar y la mayor exigencia económica y material. A su vez
puede significar un trastrocamiento de las estructuras de autori-
dad y responsabilidad parental y alterar los subsistemas paterno-
filiales entre sus padres y sus hermanos menores. Si tenemos en
cuenta, además, que esto suele ocurrir en familias cuyo ejercicio de
las responsabilidades parentales se veían ya afectados este efecto
se verá incrementado. Este aumento de la tensión y el conflicto en
el entorno familiar desembocan frecuentemente en ejercicio de
violencia. Entre los casos en esa situación se documentó violen-
cia de tipo físico entre la hermana mayor y la pareja, así como ne-
gligencia hacia el hermano menor (Exp. 7); violencia física entre
los padres y hacia los menores (Exp. 15); física hacia la niña (Exp.
131); física y por negligencia hacia el menor (Exp. 132). Asimismo,
en dos de estos casos (Exp. 7 y 132) se confirmó el mayor acerca-
miento que registramos de los hijos menores a las pandillas o a las
dinámicas propias de esos grupos juveniles.
En algunos casos resulta evidente uno de los mecanismos en que
esta situación general de maternidad temprana como inicio de la fa-
milia y la presencia de numerosos hijos con amplias diferencias de
edades entre algunos de ellos, puede presionar a los hijos mayores
(especialmente a las mujeres) hacia la reproducción temprana pro-
pia y con ello a repetir la trayectoria de formación y desarrollo de su
familia de origen, en una suerte de círculo vicioso. Al ser las mujeres
quienes culturalmente (en lo que también puede ser considerado
una muestra de violencia de género sutil y estructural) se consideran
274
ii parte: violencia intrafamiliar
275
los agentes escolares, los cuestionan o simulan tenerlos en cuenta
cuando en realidad no lo hacen. Es decir, aquellas que menos po-
sibilidad tienen de modificar sus funcionamiento (y reducir sus
niveles de violencia) por la influencia o atención a través de los
padres. Por ello, como indicaremos en la sección dedicada a las
recomendaciones que derivan de este diagnóstico, consideramos
potencialmente más efectivo enfocar los esfuerzos en el trabajo
con los mismos niños o, en todo caso, con adultos distintos a los
padres de familia.
276
ii parte: violencia intrafamiliar
nadas por una educación sexual casi nula por parte de las familias,
y limitada a lo informativo desde una perspectiva biologicista en
el entorno escolar o institucional. Para ahondar en ello recurrire-
mos principalmente a los resultados de la encuesta y a los grupos
de discusión que realizamos en la secundaria.
En la primera parte de nuestra argumentación debemos dejar
claro que, a pesar de esa normalización del embarazo temprano
en su contexto, los jóvenes que asisten a la secundaria en su gran
mayoría refieren que dentro de su proyecto de vida (al menos en
el plano consciente) la paternidad en ningún caso es contemplada
antes de la mayoría de edad. Aproximadamente tres de cada cua-
tro de los estudiantes indica querer tener su primer hijo después
de los 28 años o a una edad aún mayor. Edades similares fueron re-
feridas en los grupos de discusión, donde además fue posible ahon-
dar en los razonamientos detrás de esos deseos. Así, por ejemplo,
en uno de los grupos masculinos compartieron que deseaban for-
mar una familia propia una vez que lograran terminar sus estu-
dios (universitarios, según la expectativa de la mayoría) y con-
seguir un buen trabajo (Grupo de discusión Hombres Matutino).
Es decir, visualizan un proyecto de vida similar al de cualquier
joven de un contexto urbano menos conflictivo que el estudiado,
y si, en todo caso la normalización del embarazo temprano juega
un papel determinante, este no opera en un plano consciente sino
introyectado involuntariamente por los adolescentes.
A pesar de estas expectativas sobre el inicio de la paternidad,
en los cuatro grupos de discusión realizados casi todos los partici-
pantes conocían casos de embarazos adolescentes que, además, se
encontraban vinculados a una o más de las problemáticas señala-
das: abandono escolar, monoparentalidad, carencias económicas,
separaciones de pareja y presencia de figuras paternas distintas a
los padres biológicos. Si bien también todos los jóvenes participan-
tes juzgaban un eventual embarazo temprano como algo indeseable
en su vida, al abordar la forma de evitarlo, la gran mayoría se re-
fería a la abstinencia sexual como vía principal a pesar de que di-
recta o indirectamente se reconociera el inicio de la vida sexual en
la adolescencia como algo normal o al menos probable. Los claros
conocimientos, en un plano informativo, sobre métodos anticon-
277
ceptivos, en la mayoría de los jóvenes no tenía ningún impacto en
sus prácticas habituales. Si bien en ambos grupos de mujeres algu-
nas participantes refirieron que las chicas debían “cuidarse y no
salir embarazadas” no se referían al uso de métodos anticoncepti-
vos sino, nuevamente a la abstinencia, pues aclararon que la forma
de cuidarse es “no brincarse etapas” (Grupo de discusión Mujeres
Matutino). En uno de los grupos de hombres se indicó que, cuando
los padres hablan abiertamente de la sexualidad con ellos, también
se tiene esta visión de la abstinencia que ignora la actividad sexual
real de los adolescentes de la zona. “Mi papá me dice que estamos
jóvenes, que todo a su tiempo […] porque lo haremos un día” (Gru-
po de discusión Hombres Turno Matutino)28 refirió uno de los par-
ticipantes, dejando clara la injerencia de las formas de educación
sexual en su reticencia a encarar más abiertamente la posibilidad
de reconocer la conducta sexual de los adolescentes y la posibili-
dad de promover el uso de anticonceptivos.
Esto no quiere decir, como ya señalamos, que los jóvenes ca-
rezcan de información sobre dichos métodos anticonceptivos. Sin
embargo, suele brindárseles en un plano biologicista (siendo jus-
tamente la maestra de biología la encargada) y no reconociendo
la sexualidad como una dimensión más amplia de la vida normal
de los jóvenes. El resultado de esto es la sensación de que el em-
barazo es una amenaza latente si, a pesar de la presión hacia la
abstinencia, “te gana la calentura” (Grupo de discusión Hombres
Turno Matutino) o si no te esperas y “abres las patas” (Grupo de
discusión Mujeres Turno Matutino).
La mayor carga de responsabilidad asignada a la mujer para
evitar un embarazo y la forma de referirse a ello, como vemos,
llega a tener tintes que bien pueden calificarse de violencia de gé-
nero. Así, en uno de los grupos se llegó a sostener que los padres
deben tener un mayor control sobre las hijas pues si no “salen em-
barazadas” (Grupo de discusión Hombres Turno Vespertino). Otra
manifestación de esta violencia de género llega a responsabilizar
a la mujer incluso por ataques sexuales en su contra, situación
28 Podemos recordar que también agentes institucionales mostraron en sus entrevistas esta
inclinación a la abstinencia sexual como forma de evitar los embarazos no deseados y
desestimaban un abordaje más abierto e integral de las posibilidades del uso de métodos
anticonceptivos.
278
ii parte: violencia intrafamiliar
279
sobre las responsabilidades que dependen del género. Así, aun-
que los hombres de manera generalizada manifestaron que se ha-
rían responsables, también reconocieron que existe la posibilidad
de no hacerlo, e incluso conocen casos en que ha sido así.
Moderador: ¿Ustedes estarían en esa situación de embarazar a al-
guien?
A: Le pido ayuda a mis papás.
E: Me quedo con mi hijo, es una bendición de Dios.
C: Busco un trabajo y de perdido que pueda pagar los gastos mé-
dicos.
A: Te hace reflexionar o algo así… te tienes que poner las pilas, ya
tienes hijo.
E: Te cambia la vida.
A: Ya tienes que… tu estilo de vida pos ya cambió, tienes que hacer-
te cargo de un bebé y de la mamá.
E: No, pues yo vendo mis cosas, mis cadenas y todo, gorras, me meto
a trabajar.
A: Si lo tuviera, me vuelvo más responsable…
H: No sé yo me haría cargo de mi hijo, y les pediría ayuda a mis
papás.
A: Pero es que, ¿quién sabe? Ahorita decimos que seríamos respon-
sables pero ya que lo tenemos, como que dices: ‘¿me hago o no?’
E: Dan los nervios
A: Es que nomás diciendo: ‘me hago cargo’, pero ya cuando estás en
esa situación le piensas más.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
Entre las mujeres, junto a esa convicción de que debes hacerte car-
go, asoma también un juicio moral en la culpabilización por resul-
tar embarazada.
“Está mal, debió haber terminado todos sus estudios”.
“(Debe) tenerlo y cuidarlo, pues que si tuvo el suficiente valor para
abrir las patas pues también para cuidarlo”.
“Que lo tenga, que lo cuide. El bebé no tiene la culpa”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
Yo creo que la chava estuvo mal, porque no pensó dos veces antes
de actuar, porque si hubiera pensado a la primera tal vez ahorita
estuviera estudiando otra vez. Pero como le gano el calor… a lo
mejor la chava se prostituyo y le valió.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
280
ii parte: violencia intrafamiliar
281
CONCLUSIONES DE LA SEGUNDA PARTE
282
ii parte: violencia intrafamiliar
283
comunica abiertamente cuando es cuestionado sobre el tema y
algunos padres llegan a ejercerlo en presencia de agentes institu-
cionales, lo que confirma la presencia y arraigo de valores contra-
hegemónicos en las familias de la zona.
Junto a los padres, los hermanos mayores (con amplias diferen-
cias de edades respecto de los menores) aparecen como figuras
golpeadoras. La violencia física hacia los hijos hombres resulta
más normalizada. En ello influyen estereotipos sobre la masculi-
nidad como naturalmente tendiente a la violencia, e incluso re-
forzada mediante su ejercicio.
La violencia física (en muchos casos de forma paralela a otros
tipos de violencia) es bastante frecuente entre los padres y es prin-
cipalmente ejercida por el hombre contra la mujer. Cuando este
tipo de violencia ocurre se observan mucho más esfuerzos por
ocultarla y es condenada con firmeza en el plano discursivo. Aun
así pudo registrarse en cerca de la sexta parte de las familias par-
ticipantes y la proporción muy probablemente es mayor. Ante la
discrepancia entre lo discursivo y lo fáctico puede recurrirse a
intentar justificarla o racionalizarla, a través de estereotipos de
género que podrían calificarse de violencia simbólica hacia la
mujer. En una frecuencia menor también se registraron casos de
violencia física de la mujer hacia su pareja o entre otros adultos de
la familia, como entre padres y tíos o padres y abuelos.
Por otra parte, alrededor de un tercio de las familias incluidas
en el diagnóstico registran violencia por negligencia en distintos
grados y en uno o varios ámbitos de la atención y los cuidados de
los hijos. Entre esos casos no solamente se encontraron padres
en condiciones socioeconómicas adversas sino también algunos
con situaciones más favorables. La negligencia paterna resulta para
algunos informantes clave un rasgo característico muy extendido
entre familias de la zona.
Se distinguen con claridad dos perfiles de familias negligentes.
Uno en el que se observa ese abandono en uno o pocos rubros,
ya sea la higiene, alimentación, supervisión paterna o el apoyo
escolar, que suele ocurrir por condiciones externas adversas.
Estas familias muestran posibilidad de mejorar ante una interven-
ción institucional. Otro perfil es el de la negligencia generalizada,
284
ii parte: violencia intrafamiliar
285
diagnóstico para encarar el tema de la sexualidad en la población
y en los agentes institucionales. Aun así, la posibilidad de la vio-
lencia sexual dentro y fuera de la familia es claramente concebida
por las mujeres jóvenes de la colonia y representa una constante
fuente de preocupación para unas pocas madres de familia. Lo
que sugiere un conocimiento de la incidencia del fenómeno en
el entorno inmediato. Por otra parte, los pocos casos en los que
se presentan indicios o situaciones conocidas de violencia sexual,
se encuentran ligados a la presencia de padrastros, a ausencia de
supervisión paterna o a grave negligencia por parte de las figuras
paternas responsables de los menores.
286
ii parte: violencia intrafamiliar
tes clave) entre violencia física hacia los hijos o violencia entre la
pareja e incorporación de los hijos a las pandillas. Existe mayor
evidencia de la relación entre la negligencia generalizada hacia los
hijos y su acercamiento a estos grupos juveniles. Aunque cierta-
mente, cuando los hijos son violentados físicamente por sus padres
es común que muestren comportamientos agresivos en la escuela
y que la confrontación y la violencia física tiña las relaciones con
sus pares (sobre todo entre los varones, aunque cada vez involu-
cran más a las jóvenes mujeres), pero no necesariamente en diná-
micas de pandilla.
Otro de los hallazgos del diagnóstico es que resulta muy pro-
bable que un menor objeto de negligencia grave en varios rubros
de sus necesidades y cuidados básicos sea también víctima de vio-
lencia física en casa. En cambio, cuando el descuido afecta solo,
o principalmente, las cuestiones escolares, la violencia física no
necesariamente se presenta. Esta última situación puede no per-
cibirse como violencia dentro de las familias que la ejercen.
En la mayor parte de los casos en que la negligencia paterna
se presenta junto con el castigo físico hacia los hijos se trata de
padres muy jóvenes (o que lo eran al engendrar a los hijos mayo-
res) que se embarazaron en la adolescencia o apenas alcanzada
la mayoría de edad. Un inicio temprano de la paternidad supon-
drá en términos generales mayor probabilidad de experimentar
frustraciones y estrés ante las responsabilidades familiares. En
los casos de negligencia más graves y en las familias más nume-
rosas, la violencia física (y sexual) puede presionar al abandono
del hogar familiar por parte de hijos que repercute en nuevas si-
tuaciones de riesgo para ellos. Aun en tales situaciones de negli-
gencia grave, la presencia y la atención emocional de un adulto
en la familia puede ser un factor decisivo que reduzca la afecta-
ción psicológica del menor.
287
área de influencia, ni tampoco a todas aquellas en las que pudo
confirmarse que ocurren situaciones de violencia intrafamiliar.
Familias con graves situaciones de violencia (principalmente físi-
ca) pasan desapercibidas al observador exterior y algunas de ellas
pueden incluso transmitir una potente imagen de funcionalidad
para agentes que mantienen una relación relativamente cercana
con ellas. Es decir, a pesar de la mayor visibilidad al exterior de
las dinámicas privadas que se presenta en la colonia, se requieren
esfuerzos para afinar los mecanismos de identificación de las si-
tuaciones de violencia en todos los perfiles de familias.
A pesar de esto, sí son relativamente frecuentes los grupos fa-
miliares con condiciones de desestructuración y disfuncionalidad
cercanos al antimodelo familiar delineado por los informantes cla-
ve. Además, son justamente estas familias las que suponen los ma-
yores riesgos para el bienestar de sus miembros por el ejercicio de
la violencia.
El consumo de alcohol fue identificado como elemento que pro-
picia agresiones físicas puntuales de los padres consumidores ha-
cia los hijos y/o las parejas. El consumo de drogas ilícitas muestra
una mayor diversidad en cuanto a los miembros de la familia que
lo llevan a cabo (padres, cuñados, hermanos) y se encuentra más
claramente ligado a familias que ejercen negligencia hacia los hi-
jos menores. Mientras que las ocupaciones ligadas a la sexualidad
en las madres de familia suponen una falta de estabilidad de una
figura paterna e introducen situaciones de profunda negligencia
y alto grado de riesgo para los menores.
Respecto al influjo de las experiencias de violencia en las fami-
lias de origen, pudieron constatarse patrones de violencia hacia la
mujer por parte de hombres con antecedentes de violencia fre-
cuente durante su propia infancia. Lo mismo ocurre con la violen-
cia física hacia los hijos ejercida por padres que fueron víctimas de
ello en su infancia. Esto incluso cuando existe un reconocimiento
consciente y la voluntad de alejarse de tales patrones de conducta.
La repetición de patrones paternos negativos similares también se
observó para el caso del abandono materno. Las vivencias de vio-
lencia en la familia de origen pueden también ser un importante
factor de presión hacia el establecimiento de una propia familia o
288
ii parte: violencia intrafamiliar
289
Además, las amplias diferencias de edades de los hijos de estas
familias frecuentemente son fuente de nuevos conflictos y disfun-
cionalidades. En primera instancia, se presenta la posibilidad de
que ocurran conductas nocivas de los hijos mayores: que ejerzan
violencia física hacia sus hermanos, normalicen el inicio tempra-
no de la sexualidad, actúen con violencia hacia sus propios hijos o
muestren conductas delictivas. Además, la procreación temprana
por parte de los hermanos mayores que permanecen en la casa
familiar intensifica el hacinamiento y las exigencias económicas
y materiales. Puede también significar un trastrocamiento de las
estructuras de autoridad y responsabilidad parental y alterar los
subsistemas paterno-filiales entre los padres y los hijos menores.
En tales situaciones se encontraban las familias en las que se con-
firmó el mayor acercamiento de los hijos menores a las pandillas,
así como las que se muestran más reacias a reaccionar ante inter-
venciones institucionales.
En estas familias también es frecuente que se descargue en las
hermanas mayores, muchas veces aún en edad escolar, la respon-
sabilidad de la atención de los menores. Generalmente esto su-
pone una atención deficiente de las necesidades de estos últimos
y llega a ocasionar que las hermanas mayores abandonen los es-
tudios y tiendan a la formación temprana de una familia propia.
Mecanismo que puede perpetuar un círculo vicioso de inicio de la
maternidad temprana que se repite de generación en generación.
290
ii parte: violencia intrafamiliar
291
de su propia familia, presentan mayores posibilidades de repetir
esos patrones. Cuando se han tenido parejas previas pero no se
tuvo hijos con la pareja anterior o no permanecen bajo su res-
ponsabilidad, esas experiencias pasadas pueden operar como una
fuente valiosa de aprendizaje y contribuir en la modificación par-
cial de los patrones de relación violentos al formar un nuevo gru-
po familiar.
Inclusive en familias en que se presentan violencia física y psi-
cológica en sus diversos subsistemas, siempre y cuando no se
trate del perfil con negligencia generalizada y profunda, existen
posibilidades de una modificación limitada de sus dinámicas. Entre
los factores que contribuyen a ello encontramos la posibilidad de
que un adulto que ha sido víctima de esa violencia reconozca que
también participa y es parcialmente responsable de la dinámica
violenta. La intervención sensible y pertinente de un agente insti-
tucional percibido como cercano y no amenazante también es un
factor positivo en la modificación de las dinámicas de violencia
en tales familias. Más que el señalamiento de las situaciones de
violencia que deberían modificarse, un espacio de diálogo y re-
flexión sobre el ejercicio de la paternidad y sobre las dinámicas
de relación de pareja puede tener efectos positivos. Por el contra-
rio, se observa poca disposición en el entorno social estudiado para
acudir con un psicólogo cuando son referidos por algún agente ins-
titucional. Aunado a las dificultades prácticas y económicas para
seguir la recomendación, la canalización a un tercero puede ser
tomada como una falta de implicación de quien la realiza, espe-
cialmente cuando se trata de personal escolar, y como una poten-
cial intromisión externa.
A pesar de estas posibilidades de transformación cuando se
combinan varios factores favorables, en las familias con problemá-
ticas de violencia diversas tiende a observarse una persistencia de
la violencia intrafamiliar ante los esfuerzos de mejora. La violencia
puede disminuir en algunos aspectos pero adoptar nuevas formas
de manifestarse tras los procesos de cambio. Así, la mejora rela-
tiva de las dinámicas familiares y la disminución de los riesgos al
bienestar de sus miembros resulta una meta más realista y factible
que la erradicación definitiva de la violencia intrafamiliar.
292
RECOMENDACIONES
1. LINEAMIENTOS GENERALES Y ESPÍRITU
RECTOR DE LAS INTERVENCIONES
298
recomen dacion es
299
contorno más preciso que nos interesa subrayar de manera parti-
cular. Se trata de la inclusión de miembros de la comunidad aten-
dida en la planeación y el desarrollo de las intervenciones.
Las formas específicas de relación entre la instancia institu-
cional y el ciudadano que participa pueden variar, desde el volun-
tariado, la inclusión en comités de vecinos, hasta su incorporación
como empleados permanentes de la institución. En cualquier caso,
estas figuras pueden aportar un conocimiento y una experiencia
vivencial única, así como contribuir con su ejemplo a impulsar los
procesos de empoderamiento y autogestión por parte de los usua-
rios. Por otro lado, representa una vía para distanciar el trabajo
institucional de la imagen del mero asistencialismo.
En la modalidad más formalizada que puede alcanzar esta in-
clusión de residentes encontramos lo que hemos dado en deno-
minar la figura del “residente institucionalizado” o “ciudadano
institucionalizado”, esto es, el residente de la colonia que se in-
tegra de forma permanente al equipo institucional como ejecutor
de servicios a usuarios. Su situación particular le coloca en las
dos caras de la moneda: la social y la institucional. Preferente-
mente, estos agentes han de tener capacidad de movilización, sen-
sibilidad social e iniciativa como mediadores entre instituciones y
población. De esa forma, además de aportar su conocimiento de
primera mano de la comunidad atendida, pueden funcionar como
ejemplo ante el resto de la población de las oportunidades de me-
jorar que existen a través de la colaboración con las instituciones.
Ahora bien, se debe ser cuidadoso en la visibilización de estos
perfiles de residentes como casos ejemplarizantes para el resto
de la población. Pues si bien pueden ser los detonantes del acer-
camiento de más residentes hacia las instituciones, su posición li-
minal (entre la población y la institución) los hace especialmente
vulnerables en su medio social en donde la colaboración institu-
cional también puede ser vista como falta de lealtad. Por ello las
instituciones que tomen estas iniciativas deben asumir también la
responsabilidad por el cuidado de estas figuras.
Otra estrategia diferente que puede ser útil para implicar a los
residentes en los procesos de construcción de ciudadanía sería
compartir con ellos, desde las instituciones, los resultados de
300
recomen dacion es
301
te a combatir el delito, al sector salud o al sector educativo más
del 70 por ciento fueron estudiantes del género femenino. Es de-
cir, entre las adolescentes de La Unidad hay una clara vocación
de profesiones solidarias que contribuyan a paliar los problemas
que perciben a diario en su colonia, lo cual supone una ener-
gía colectiva que podría ser canalizada desde las instituciones.
Si bien el perfil estudiantil masculino de secundaria no presenta
tan marcado ese carácter solidario, encontramos también entre
la mayoría de los varones proyectos de vida que incluyen logros
en educación y trabajo superiores a los que alcanza el grueso de la
población adulta de la colonia; logros que, por otra parte, ideal-
mente establecen como condición previa para el inicio de la pater-
nidad. De esta forma, no solamente las de las compañeras mujeres
sino todas las aspiraciones laborales, educativas y los proyectos
familiares de los jóvenes estudiantes de secundaria de La Uni-
dad pueden ser canalizados desde las instituciones para contra-
rrestar la aparente apatía social detectada por algunos agentes
institucionales entre la población atendida.
302
recomen dacion es
303
o afrontar un conflicto. Desde la visión del agente institucional,
por su parte, el énfasis en la erradicación de la violencia predis-
pone a una mayor frustración en su labor de intervención. Esto
que proponemos es, sin embargo, un lineamiento general para el
que existen excepciones. Especialmente cuando se trata de situa-
ciones de violencia intrafamiliar sistemáticas que ponen en in-
minente riesgo la integridad física de alguna persona. Aun así, el
principio sigue siendo el mismo: focalizarse en el bienestar de los
residentes (que puede ser amenazado por la violencia) y no en la
violencia en sí misma.
304
recomen dacion es
2. ELEMENTOS DE LA ATENCIÓN
INSTITUCIONAL ACTUAL QUE SE
RECOMIENDA MODIFICAR
305
Lo más preocupante de la actual forma de proceder de los agen-
tes institucionales es la evasión casi generalizada del tema de la
sexualidad, sujeto de un fuerte tabú incluso desde las institucio-
nes. Aunque existen algunas iniciativas para la educación sexual,
el tratamiento que se da a esta cuestión es muy lejano a la realidad
de los jóvenes y adolescentes de la colonia. Así, cuando los focos de
atención que son responsabilidad directa de estos agentes hacen
prácticamente imposible evadirse del tema, se presentan también
fuertes resistencias a darle un trato abierto, libre de prejuicios y
que reconozca su relevancia; en algunos casos tendiendo incluso
a promover con exclusividad la abstinencia como forma de afron-
tamiento de la sexualidad juvenil.
La extensión y la normalización de los embarazos tempranos
entre la población de La Unidad y su trascendencia, dada la gran
cantidad de repercusiones negativas que tiene en el bienestar fa-
miliar (suele conllevar la formación precoz de la familia, el aban-
dono de los estudios, los problemas económicos, los sentimientos
de frustración en el entorno familiar, mayor propensión al consu-
mo de estupefacientes y, finalmente, a la violencia intrafamiliar)
solo enfatizan la profunda necesidad y la urgencia de una mejor
manejo de la educación sexual. Esto, en un primer momento ha-
cia los actores institucionales, para que puedan después hacerlo
extensivo hacia la población que atienden.
306
recomen dacion es
307
puede tener un peso relevante, particularmente en las experien-
cias de intervención respecto a la violencia social juvenil donde
encontramos un alto grado de focalización en los jóvenes que par-
ticipan en forma directa en esas formas de violencia o que se iden-
tifican como susceptibles de involucrarse en ellas. Sin embargo,
a pesar del relativo éxito alcanzado así, resulta insuficiente si no
se acompaña de una atención de la población juvenil que no parti-
cipa activamente de esas formas de violencia. En primer término
porque, según hemos detectado, los jóvenes que no participan de
las dinámicas pandilleriles viven de forma cotidiana insertos en las
problemáticas que de ellas se derivan y por tanto deben lidiar con
los riesgos y los efectos que supone la presencia de esos grupos en
su entorno. Adicionalmente, muchos de estos jóvenes se encuen-
tran inmersos en los mismos contextos (familiares y sociales) de
vulnerabilidad y riesgo que sus vecinos pandilleros, por lo que de-
ben hacer grandes esfuerzos por mantenerse fuera de las diná-
micas de confrontación constante y amenazas entre pares propias
de su colonia. Esfuerzos que, sin embargo les pueden mantener
también alejados de los “beneficios” que la atención institucional
brinda a los pandilleros. Es decir, se trata de un sector que, aunque
puede presentar las mismas necesidades socioafectivas, suele ser
relegado de algunos esfuerzos por atenderlas.
Por supuesto que debe también tenerse cuidado y considerar-
se que incluir a jóvenes “pacíficos” en las intervenciones que hasta
ahora se encuentran focalizadas en las pandillas podría significar
nuevos riesgos para los primeros. No se trata pues, solamente de in-
cluirlos sino de idear nuevos esquemas y mecanismos de interven-
ción con jóvenes con riesgos similares pero con diferentes perfiles.
Por su parte, un punto ciego similar lo encontramos en la aten-
ción a la violencia intrafamiliar que puede involucrar a niños y
a adultos. Un sesgo en las preconcepciones de los agentes en-
cargados de atender esta problemática (desmentido por nuestro
diagnóstico) es considerar que en La Unidad se presentan princi-
palmente formas de violencia intrafamiliar más evidentes para
los vecinos y otros actores externos a la familia. Por tanto que,
condicionados por variables socioculturales (sobre todo por su ni-
vel económico y educativo) los padres violentos de la colonia son
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recomen dacion es
309
3. ELEMENTOS DE LA ATENCIÓN
INSTITUCIONAL ACTUAL QUE SE
RECOMIENDA FORTALECER O REPLICAR
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recomen dacion es
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subrayan la creación de alternativas no violentas (o socialmente
desviadas) de conducta y de uso del tiempo libre sobre la con-
frontación de modalidades violentas. Gran parte de su éxito se
basa en no descalificar los intereses y las capacidades propias de
los jóvenes. Introducir el discurso moralizante de la no violen-
cia puede ser contraproducente. En todo caso, las oportunidades
de abrir espacios de reflexión a partir del contacto que este tipo
de actividades suponen entre agentes institucionales y jóvenes
(aunque potencialmente también con adultos), puede ser aprove-
chado para abordar las preocupaciones propias de estos últimos y
los factores vinculados a la desviación social indeseable.
312
recomen dacion es
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fomentan el autoempleo. Estos talleres de economía doméstica
(preferentemente dirigidos a mujeres pero cuyo alcance se pue-
de ampliar) concentran muchos de los lineamientos generales de
intervención institucional que hemos recomendado. Parten de un
conocimiento cercano de la comunidad a la que van dirigidos,
identificando sus fortalezas y sus necesidades. También se han
adaptado paulatinamente con base en el ensayo y error logran-
do un efecto más profundo y una mejor aceptación. Procuran rea-
lizarse en las mismas colonias de la gente que atienden y entrenar
a los usuarios en actividades económicas viables y redituables.
Finalmente, no buscan la confrontación directa de las proble-
máticas sociales en las que se busca incidir sino que persigue
una mejora de las condiciones negativas que suelen ser factores
agravantes o desencadenantes de dichas problemáticas.
314
recomen dacion es
1 “Es claro”, pero no por ello sencillo ni fácil de explicar. Así, por ejemplo, en nuestro diag-
nóstico hemos podido comprobar cómo cuando se da la ausencia del padre y/o madre
aparecen actitudes y conductas más favorables al consumo de estupefacientes y al pandi-
llerismo, pero que la presencia de la madre en el hogar como ama de casa, aunque falte el
padre, es más determinante para no presentar este tipo de actitudes que en el caso de la
familia biparental en la que trabajan ambos padres. Asimismo, vimos que el grado de des-
control de los hijos, medido en el número de horas que pasan en la calle, no correlaciona
con la estructura familiar o con la presencia o ausencia de los padres en el hogar.
315
el conocimiento sobre la comunidad, los recursos y esfuerzos
previos realizados por otros agentes institucionales es una de
las claves del éxito. Permite poner en práctica actividades y pro-
gramas más pertinentes y que respondan mejor operativamente.
Además, en un contexto de generalizada insuficiencia de recur-
sos materiales, permite un mejor aprovechamiento de los mismos
y evita también la duplicación de esfuerzos.
Nuestro diagnóstico se enfocó particularmente en un nivel ins-
titucional municipal, pero estas reflexiones incluyen otros nive-
les de gobierno. Si bien conocimos ejemplos de cooperación en
ese sentido, por ejemplo por parte del DIF municipal y de INMUJE-
RES, que se coordinan con sus homólogos a nivel estatal y federal,
así como con otras instituciones, también encontramos que dicha
colaboración más allá de lo municipal puede fortalecerse sobre
todo si se logran establecer vías de comunicación más allá de
los mecanismos formalizados. Otros agentes importantes que
identificamos como claves del éxito de algunas intervenciones
son empresas, particulares o instituciones educativas (universi-
dades de prestigio locales) que ponen su conocimiento, instala-
ciones o donativos en especie y económicos para sacar adelante
actividades y programas. La iniciativa por parte del funcionaria-
do gubernamental para lograr esos apoyos resultó un elemento
fundamental.
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recomen dacion es
4. PROPUESTAS ESPECÍFICAS DE
INTERVENCIÓN SOCIAL
2 Ver www.casaindi.org
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que pueden asumir la responsabilidad de recomendar y responder
por ellos. En el caso del programa que proponemos, evidentemen-
te requiere de una mayor formalización y enfocarse hacia opciones
laborales estables en el largo plazo. Pero, las instancias de gobier-
no municipales tienen una mayor posibilidad de gestionar ante las
empresas una colaboración más decidida que abone en ese sentido.
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recomen dacion es
319
cias más precisas. La dinámica actual de las primarias ya supone
una muy frecuente visita de los padres durante los recreos. Sin
embargo, permanecen afuera de la institución y generalmente se
limitan a llevarles lonche. Esta práctica puede ser el punto de par-
tida para permitir la entrada a los planteles y para que de manera
organizada y con compromisos formales, asuman responsabilida-
des respecto a la conducta y las actividades de los menores dentro
de la institución (según las necesidades de cada plantel) y no sola-
mente de sus propios hijos.
320
recomen dacion es
321
social e intrafamiliar en La Unidad. Los defectos del actual ma-
nejo de la temática de la sexualidad en la población y los agentes
institucionales ya fueron señalados a lo largo del diagnóstico y en
recomendaciones previas. Ahora sugerimos un programa concre-
to de intervención para atenderlo.
Es necesario considerar el embarazo adolescente como el
tema prioritario de atención social e iniciar un robusto progra-
ma de intervención en el espacio institucional de la secundaria
donde posee mayor alcance y posibilidades para su despliegue
efectivo. El reconocimiento y la visibilización desprejuiciada de
la actividad sexual adolescente es condición necesaria para su
abordaje. Asimismo, las acciones concretas deben poseer al me-
nos las siguientes características: diseñarse y ajustarse a partir
de las preocupaciones, experiencias y necesidades subjetivas de
los adolescentes en relación al ejercicio de su sexualidad, así
como fomentar la expresión de las mismas en espacios percibidos
seguros; tener un carácter transversal, multifacético y extendido
en el espacio y los tiempos escolares no limitado a una clase o
a pocas actividades puntuales (es decir, ser realmente un tema
prioritario en la institución escolar); evitar cualquier matiz re-
presivo o moralizante y fomentar en los adolescentes el reco-
nocimiento de la trascendencia de su conducta sexual y de la
sexualidad como una dimensión fundamental de su desarrollo.
Si bien se trata de una propuesta demandante, la trascenden-
cia de la problemática que busca atender, así como el arraigo y
normalización que tiene en el entorno social la hace ineludible.
Asimismo, a pesar de las dificultades que supone su puesta en
marcha existen dos antecedentes que permiten prever un esce-
nario favorable para ello. En primer lugar, existe un importante
caso exitoso de una intervención de este tipo en una escuela co-
lombiana de un contexto social muy similar. Se trata del progra-
ma de Educación para la Sexualidad, Género y Diversidad en la
Escuela en el Colegio Gerardo Paredes en Bogotá, implementado
por el maestro Luis Miguel Bermúdez que, con un espíritu similar
al que planteamos y con un currículo diseñado con los estudian-
tes y que involucraba su participación activa ha logrado abatir los
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recomen dacion es
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FUENTES PRIMARIAS: APROXIMACIÓN ETNOGRÁFICA
NÚMERO DE
CARGO INSTITUCIÓN
INFORMANTE
1 Mujer residente La Unidad
2 Hombre residente La Unidad
3 Directora DIF municipal
Responsable de Desarrollo
4 Municipio de Escobedo
Económico
5 Trabajador social (CAIPA) Municipio de Escobedo
6 Trabajador (CAPA) Municipio de Escobedo
Responsable de la Defensoría
7 DIF municipal
Niños
Responsable de Participación
8 Municipio de Escobedo
Ciudadana
9 Trabajador social Secundaria 79
Maestra de música
10 Municipio de Escobedo
(Prevención del Delito)
11 Directora Secundaria 79
Psicóloga
12 Municipio de Escobedo
(Prevención del Delito)
Director
13 Municipio de Escobedo
(Prevención del Delito)
14 Trabajador DIF municipal
Municipio de Escobedo
15 Trabajador/expandillero
/ La Unidad
16 Coordinador Secundaria 79
17 Directora Instituto de la Mujer
MUJER 1.
Sexo: femenino. 30 años. Escolaridad: primaria trunca. Vive con esposo, dos
hijos (9 y 12 años). Mesera a tiempo parcial. 5 años radicando en La Unidad.
MUJER 2.
Sexo: femenino. 28 años. Escolaridad: preparatoria trunca. Vive en casa de
su padre, con esposo e hijo de su pareja previa (7 años). Empleada empresa.
Desde los 6 años de edad radica en La Unidad.
MUJER 3.
Sexo: femenino. 42 años. Escolaridad: secundaria. Vive con esposo, hijo (6
años) (otra hija de 22 años casada). Ama de casa (antes ha trabajado fuera de
casa). 17 años radicando en La Unidad.
324
referen cias
HOMBRE 1.
Sexo: masculino. 35 años. Escolaridad: preparatoria. Vive con su madre y
pareja de esta. Separado, dos hijos viven con la madre. Conductor en servicio
privado. 10 años radicando en La Unidad.
HOMBRE 2.
Sexo: masculino. 35 años. Escolaridad: secundaria. Vive con esposa, dos hijos
(9 y 12 años). Ayudante general. 5 años radicando en La Unidad.
NÚMERO DE MAESTRO
INSTITUCIÓN GRADO
ENTREVISTADO
1 Francisco A. Riestra 1º
2 Francisco A. Riestra 1º
3 Francisco A. Riestra 2º
4 Francisco A. Riestra 2º
5 Francisco A. Riestra 3º
6 Francisco A. Riestra 3º
7 Concepción Treviño de Montemayor 1º
8 Concepción Treviño de Montemayor 1º
9 Concepción Treviño de Montemayor 2º
10 Concepción Treviño de Montemayor 2º
11 Concepción Treviño de Montemayor 3º
12 Concepción Treviño de Montemayor 3º
13 Concepción Treviño de Montemayor 3º
14 Dalila Gutiérrez Lobato 1º
15 Dalila Gutiérrez Lobato 1º
16 Dalila Gutiérrez Lobato 2º
17 Dalila Gutiérrez Lobato 2º
18 Dalila Gutiérrez Lobato 3º
19 Dalila Gutiérrez Lobato 3º
20 Carlos Montemayor 1º
21 Carlos Montemayor 1º
22 Carlos Montemayor 2º
23 Carlos Montemayor 2º
24 Carlos Montemayor 3º
25 Carlos Montemayor 3º
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FUENTES SECUNDARIAS
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Se imprimieron 1000 ejemplares en enero de 2019,
en los talleres de
El cuidado editorial estuvo a cargo del
Fondo Editorial de Nuevo León.