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El caso de una colonia periférica en una metrópoli mexicana

Las múltiples formas de violencia que afrontamos de V I O LE N CI A


manera cotidiana en México requieren con urgencia una po-
lítica pública orientada a la toma de decisiones con base en EN LAS CALLES
un conocimiento profundo de nuestra realidad social. En la
administración actual del municipio de Escobedo creemos
Y EN LOS HOGARES
OTRAS PUBLICACIONES: que la labor de prevención debe desarrollarse y ampliarse Juan Antonio Doncel de la Colina
El caso de una colonia periférica Licenciado en Sociología y doctor en
progresivamente. Ante el incremento en los eventos de vio- en una metrópoli mexicana Antropología Social por la Universidad
lencia en ciertas colonias del municipio, solicitamos al Centro de A Coruña, España. Investigador y
Indígenas y educación
de Estudios Interculturales del Noreste, de la Universidad Re- docente de la Universidad Regiomon-
Diagnóstico del nivel medio superior
tana, donde dirige el Centro de Estu-
en Nuevo León giomontana, la realización de un análisis diagnóstico que nos
Juan José Olvera Goudiño dios Interculturales del Noreste. Es
permitiese implementar acciones de intervención con mayo- miembro del Sistema Nacional de In-
Juan Antonio Doncel de la Colina
Carlos Muñiz Muriel res garantías de éxito. Más allá de su valor en el plano acadé- vestigadores (SNI), nivel II.
mico, esta obra supone una herramienta fundamental para

VIOLENCIA EN LAS CALLES Y EN LOS HOGARES


Juan Carlos Sordo Molina
La escuela incluyente y justa los que trabajamos cada día en construir una mejor sociedad.
Antología comentada al servicio de Psicólogo clínico por la UANL y doc-
Nuestro objetivo es y seguirá siendo eliminar de origen la fá- tor en Estudios Humanísticos por el
los maestros de México
Víctor Zúñiga (compilación, brica de delincuentes con acciones preventivas. Tecnológico de Monterrey. Profesor
traducción y comentarios) investigador del Centro de Estudios
Clara Luz Flores Carrales Interculturales del Noreste y encar-
Presidenta Municipal de General Escobedo, Nuevo León gado de Investigación y Consultoría
Alzando el vuelo
Problemas y modelos de del Laboratorio de Desarrollo Infantil,
acompañamiento al docente novel ambos de la Universidad Regiomonta-
Nora H. Martínez Sánchez na. Es miembro del Sistema Nacional
(coordinadora) de Investigadores, nivel Candidato.

JUAN ANTONIO DONCEL DE LA COLINA


JUAN CARLOS SORDO MOLINA
V I O LE N CI A
EN LAS CALLES
Y EN LOS HOGARES
El caso de una colonia periférica
en una metrópoli mexicana
D.R. © 2019
Universidad Regiomontana
D.R. © 2019
Fondo Editorial de Nuevo León
D.R. © 2019
Juan Antonio Doncel de la Colina
y Juan Carlos Sordo Molina

ISBN 978-607-XXX
Primera edición, 2019
Impreso en México

Matamoros 430 Poniente, Centro Zuazua 105 Sur, Centro


CP 64000, Monterrey, Nuevo León CP 64000, Monterrey, Nuevo León
(81) 8220-4620 (81) 8344-2970 y 71
www.u-erre.mx www.fondoeditorialnl.gob.mx

Juárez 100, Centro


CP 66050, General Escobedo, Nuevo León
(81) 8220-6100
www.escobedo.gob.mx
VI O LENCIA
EN LAS CALLES
Y EN LOS HOGARES
El caso de una colonia periférica
en una metrópoli mexicana

JUAN ANTONIO DONCEL DE LA COLINA


JUAN CARLOS SORDO MOLINA
DIRECTOR DEL PROYECTO
Juan Antonio Doncel de la Colina

AUTORES
Juan Antonio Doncel de la Colina / jdoncel@yahoo.es
Juan Carlos Sordo Molina / sordo.jc@gmail.com

EQUIPO DE INVESTIGACIÓN
Julieta Martínez Martínez
Coordinadora del trabajo de campo en instituciones
Susana Alejandra Romero Rodríguez
Coordinadora del trabajo de campo en los planteles escolares
Juan Enrique Basulto Yerena
Coordinador del trabajo de campo en la colonia

APOYO EN EL TRABAJO DE CAMPO


Martha Imelda Martínez Martínez
Alma Cecilia Martínez Martínez
Zaida Itzel Hernández Maya
Rosalino Agustín Martínez
Juan Ramón Cortés Mata
Marcela Montemayor Vera
Patricia González Aldana
Stephanie Sandoval Aquino
Emmanuel Talancón Leal

APOYO EN EL TRATAMIENTO DE LA INFORMACIÓN


Ángela Hernández Moreno
Christopher O. Lunar Tavares
Ellelein Itandehui Zavaleta Ramírez
Juan Ramón Cortés Mata
Luisa Fernanda López Fernández
Modesto Carlos Cárdenas Silva
Paola Torres Hernández
Ricardo Abraham Cárdenas González
Víctor Manuel Guerra Treviño
Sarahí Marieliza Elizondo Elizondo
Lucero González Cruz
Valeria Alejandra Torres García
Irela Samara Zamarripa Morales
Katia Sánchez Bosque
Fernanda Ivonne Hinojosa Gamboa
ÍNDICE

prólogo 11

introducción 15

I PARTE: VIOLENCIA SOCIAL

1. características socio-espaciales de la unidad 25


1.1. Ubicación, delimitación espacial, área de influencia y 25
presencia de las instituciones
1.2. Datos demográficos 27
1.3. Aislamiento geográfico y conflictividad social en 34
La Unidad

2. panorama laboral y educativo de la unidad 38


2.1. Nivel de estudios y ocupaciones predominantes 38
2.2. Relación entre trabajo, estudios y desviación social 41

3. dinámicas sociales en los espacios públicos 60


de la unidad
3.1. Dinámicas de interacción social en el espacio público 60
3.2. Poder de atracción de los grupos de referencia y 77
conflictos de roles
3.3. Sobre la fama y los liderazgos informales 83

4. factores de conflicto, delito y desviación social 89


4.1. Espacios físicos, aislamiento de la colonia y 89
precariedad de la vivienda
4.2. Desintegración familiar, embarazos adolescentes y 91
ausencia de valores hegemónicos
4.3. Fenómeno del pandillerismo 115
4.4. Problema del consumo y venta de productos 128
estupefacientes: de la pandilla al crimen organizado
4.5. Violencia transmitida culturalmente y 137
normalización de la desviación
4.6. Violencia intrafamiliar 142

conclusiones 162

II PARTE: VIOLENCIA INTRAFAMILIAR

1. teorías subjetivas sobre la violencia intrafamiliar 171


desde la óptica de los agentes institucionales
1.1. Violencia como fenómeno social complejo 171
1.2. Estigmatización de los sectores sociales conflictivos 175
y visión fatalista sobre la reducción de la violencia
1.3. Violencia intrafamiliar: falta de especificidad y 179
sobregeneralización como causante de otros conflictos
1.4. Implicaciones de género y sexualidad 185

2. presencia y alcance de las manifestaciones de violencia 188


intrafamiliar
2.1. Violencia física 188
2.2. Negligencia en el ejercicio de roles paternos 198
2.3. Violencia psicológica y verbal 207
2.4. Violencia sexual 212

3. relaciones entre distintas manifestaciones de 217


violencia
3.1. Violencia entre padres y violencia física hacia los 218
hijos
3.2. Negligencia y violencia física hacia los hijos 225
3.3. Violencia intrafamiliar y violencia social 233

4. relación entre violencia intrafamiliar, 242


disfuncionalidad y distanciamiento de las estructuras
familiares hegemónicas
4.1. Violencia en familias sin desestructuración familiar 243
evidente
4.2. Violencia en familias con antecedentes de 246
disfuncionalidad en las familias de origen y en las
trayectorias personales de los padres
4.3. Violencia en familias con evidentes situaciones de 262
desestructuración y riesgo

A modo de conclusión parcial: Centralidad explicativa de las 276


concepciones sobre la sexualidad y el control de la natalidad
en los jóvenes de La Unidad

conclusiones 282

RECOMENDACIONES

1. Lineamientos generales y espíritu rector de las 297


intervenciones
2. Elementos de la atención institucional actual que se 305
recomienda modificar
3. Elementos de la atención institucional actual que se 310
recomienda fortalecer o replicar
4. Propuestas específicas de intervención social 317

fuentes primarias 324

fuentes secundarias 326


PRÓLOGO

El problema de las múltiples formas de violencia que afrontamos


de manera cotidiana en México requiere con urgencia una políti-
ca pública orientada a la toma de decisiones con base en un cono-
cimiento profundo de nuestra realidad social. En la administración
actual del municipio de Escobedo creemos firmemente que para
empezar a corregir esta situación no podemos limitarnos a com-
batirla desde la acción coercitiva de las fuerzas y cuerpos de segu-
ridad de los que se dispone en los diferentes niveles de gobierno.
Así, sin menoscabo de la acción para sanar de forma efectiva las
actividades delictivas, la labor de prevención social de la violen-
cia debe desarrollarse y ampliarse progresivamente. Solo de este
modo podremos obtener resultados eficientes y duraderos, pues
trabajamos con la población y a través de la convicción de cami-
nar juntos hacia un bien común. Gracias a este diálogo sin inter-
mediarios se pueden conocer de primera mano las problemáticas
que afectan a una región en particular, y realizar un diagnóstico
a partir del cual se puedan desarrollar planes específicos de solu-
ción. De la misma manera, esta cercanía permite supervisar y dar
seguimiento en el corto y mediano plazos a los proyectos que se
emprenden, en conjunto con los mismos vecinos, incentivando la
participación ciudadana, factor indispensable para la continuidad
y permanencia de las transformaciones.
En los últimos años son numerosas las acciones que, a par-
tir de esta convicción, hemos emprendido en Escobedo. Ya sea
desde la Dirección de Prevención del Delito o desde otras ins-
tancias municipales, nuestro empeño se ha dirigido a lograr
el máximo acercamiento entre instituciones y población, para
acompañarnos en un proceso de cambio que nos ayude a vivir
en paz y armonía.
Entre nuestras experiencias contamos con una amplia lista de
iniciativas exitosas en este sentido: Juventudes PROXPOL , talleres
con jóvenes en situación de vulnerabilidad social, que han conse-
guido conectar con ellos de forma notable, programas de inclusión
social al deporte enfocados a los jóvenes en situación de riesgo
de violencia; terapias cognitivo conductuales; arte y música para
jóvenes en alto riesgo de violencia; empleo temporal con enfoque
de economía social para jóvenes; comités de prevención comu-
nitaria; aplicación de la justicia cívica en el sistema de seguridad
pública municipal; y atención altamente especializada en nuestro
Centro de Atención Integral para Adolescentes.
Mención especial merece nuestra nueva Unidad de Atención
Multiagencial para las Mujeres, donde convergen la autoridad y
la sociedad civil y el programa “Sembrando Valores”, con el que
combatimos el abandono escolar, involucrando a toda la familia
en actividades productivas y deportivas. Estos son solo algunos
ejemplos del trabajo basado en análisis y diagnósticos de preven-
ción social que nos han llevado a enlazarnos de una mejor y más
profunda manera con la comunidad.
No obstante, este camino no podemos recorrerlo solos. Ade-
más del involucramiento de diversos actores de la sociedad civil y
del mundo empresarial, aparece como elemento clave la colabora-
ción con instituciones académicas que nos ayuden a comprender
científicamente la realidad social que pretendemos transformar.
Como respuesta a esta necesidad de sumar esfuerzos desde las es-
feras de la empresa, las asociaciones civiles y la academia, desde
el municipio de Escobedo hemos abierto un importante espacio de
reflexión-acción a través del Gabinete Multisectorial para la Pre-
vención Social.
Como muestra de esta red está nuestra relación con la Universi-
dad Regiomontana, que en los últimos años ha resultado muy fruc-
tífera, por lo que el presente trabajo significa la culminación de una
fase más de esta colaboración interinstitucional. El documento que
ahora tengo el gusto de compartirles surgió de la preocupación por
un incremento en los eventos de violencia de género en ciertas co-
lonias del municipio. Dada la dificultad de acceder a ese tipo de
contextos, caracterizados por su ocultamiento en el ámbito de lo

12
prólogo

privado, solicitamos al Centro de Estudios Interculturales del No-


reste, de la Universidad Regiomontana, la realización de un análisis
diagnóstico que nos permitiese implementar acciones de interven-
ción con mayores garantías de éxito.
El resultado de este proyecto sobrepasó con mucho las expecta-
tivas con las que comenzamos por varios motivos. En primer lugar,
a la preocupación inicial por el fenómeno de la violencia de géne-
ro se sumó, como objetivo del diagnóstico, el no menos importante
problema de la violencia social (principalmente entre jóvenes
pertenecientes a pandillas). En segundo lugar, el trabajo realizado
supone mucho más que un mero estudio de caso en una colonia
específica, pues tanto la estrategia metodológica –que los autores
pueden compartir a quien lo solicite– como la profundidad de los
resultados, hace que el estudio sea muy útil para comprender la
problemática analizada en otros contextos y colonias de este u
otros municipios. Por último, las recomendaciones y líneas de ac-
ción dibujadas a partir de los resultados del análisis diagnóstico
efectivamente nos están sirviendo de guía, tanto para la elección
de las políticas públicas de intervención, como para la forma en
que las llevamos a cabo.
Es por todo ello que me siento muy honrada de presentar una
obra que, más allá de su valor en el plano académico, supone
una herramienta fundamental para los que trabajamos cada día
en construir una mejor sociedad. Nuestro objetivo con estas y
otras iniciativas similares es y seguirá siendo eliminar de origen
la fábrica de delincuentes con acciones preventivas.
Espero que esto suponga un primer paso en este empeño con-
junto con la Universidad Regiomontana y que sigamos desarro-
llando y ejecutando medidas que nos ayuden a acercarnos al mundo
en el que queremos vivir y que deseamos heredarles a las futuras
generaciones.

Clara Luz Flores Carrales


Presidenta Municipal de General Escobedo, Nuevo León

13
INTRODUCCIÓN

Ante el preocupante incremento de denuncias relativas a eventos


de violencia intrafamiliar detectado en la colonia La Unidad en el
año 2015, el municipio de General Escobedo nos solicitó que elabo-
rásemos un diagnóstico social de esta problemática; esto con el fin
de que los agentes institucionales del municipio tuviesen elemen-
tos de juicio comprobados empíricamente en los que basarse para
decidir qué acciones tomar y lograr la mayor efectividad posible
en su intervención. El principal reto que supuso realizar un trabajo
de investigación sobre la violencia intrafamiliar fue la invisibilidad
del fenómeno y, por tanto, el difícil acceso al mismo por parte del
investigador. Esto nos llevó a plantear una elaborada estrategia me-
todológica que obligó a ampliar el objeto de estudio hasta la violen-
cia social que forma parte del contexto cotidiano de los habitantes
de esta colonia.
Un segundo reto que nos marcamos fue dejar asentado un es-
tudio piloto de carácter microsociológico que pudiese servir de
modelo para posteriores iniciativas en colonias de similares ca-
racterísticas. Con el propósito de que nuestra experiencia empí-
rica sirva a investigadores o funcionarios públicos que quieran
replicar este proyecto, ya sea total o parcialmente, hemos confec-
cionado una guía, con las etapas detalladas y sus correspondien-
tes instrumentos metodológicos, que puede ser solicitada en los
correos de los dos autores que facilitamos junto a sus nombres en
la página de créditos. No obstante, para entender cómo se ha ela-
borado esta obra y el sentido de la presentación de los resultados,
debemos explicar, aunque sea de forma somera, cómo fue nuestro
proceso de investigación en La Unidad.
El desarrollo de este proceso se dio en cuatro etapas metodo-
lógicas: la etnográfica-exploratoria de la colonia, la centrada en la
observación de la Secundaria 79, la que se desarrolló en las primarias
de La Unidad y la que trató de comprender la problemática a través
de casos muy concretos de adultos vinculados al problema de la vio-
lencia familiar.
Comenzamos nuestro proyecto para la comprensión sociológi-
ca del problema de la violencia en la colonia La Unidad, de General
Escobedo, Nuevo León, con un acercamiento de corte etnográfico
a sus características geográficas, demográficas, sociales y cultura-
les, así como a la problemática enfrentada por las múltiples insti-
tuciones involucradas en el mejoramiento de las condiciones de
vida de esta colonia. Este trabajo de campo incluyó la realización
de entrevistas a informantes clave (autoridades o agentes institu-
cionales que trabajan con población de La Unidad y residentes de
la colonia caracterizados por su liderazgo informal) y la realiza-
ción de observaciones, tanto de carácter directo (principalmente
en las visitas realizadas a la colonia con la guía de personal de
PROXPOL1), como de carácter participante (asistencia de nues-
tros investigadores en eventos y actividades de intervención so-
cial implementadas por las instancias a las que representan algu-
nos de nuestros entrevistados). Con ello pretendimos lograr un do-
ble objetivo: identificar una serie de factores explicativos que nos
ayuden a comprender las características sociales de La Unidad y
recomponer la forma en la que diversos agentes institucionales
perciben la problemática.
La construcción de teorías subjetivas acerca de lo que abordan
a diario estos agentes institucionales es inevitable. Estas teorías
elaboradas por quien conoce de primera mano la situación que
nos interesa son un arma de doble filo: pueden ser muy útiles y
apegadas a la realidad social, pero también pueden asentarse so-
bre sesgos y limitaciones del conocimiento que imponen las cir-
cunstancias de cada uno de los cargos desempeñados. Por ello, de-
cidimos llevar a cabo las etapas subsecuentes que nos permitiesen
realizar un ejercicio de contrastación empírica con las principa-
les conclusiones obtenidas del estudio etnográfico exploratorio.
Así pues, para la primera parte de la obra, la que se refiere a la
violencia social, realizamos un análisis cuantitativo y cualitativo

1 Denominación de la policía del municipio de Escobedo, debido a su modelo de proximidad.

16
introducción

de los principales factores explicativos de la problemática social


de La Unidad que logramos identificar en la primera fase. Dado
que la Secundaria 79 fue clasificada durante el trabajo de campo
previo como un espacio central en la colonia, en el que confluye
cotidianamente la mayor parte de los adolescentes de La Unidad,
decidimos centrar nuestro análisis en la población estudiantil de
esta institución educativa. También consideramos el hecho de que
se trata de jóvenes que están en una edad clave, por cuanto son
producto de determinadas dinámicas socializadoras, al tiempo que
empiezan a convertirse en actores relevantes, pues con sus acti-
tudes y comportamiento contribuyen a debilitar o fortalecer di-
chas dinámicas.
El conocimiento del contexto social y cultural adquirido du-
rante nuestra exploración etnográfica de La Unidad nos permitió
aplicar un instrumento de naturaleza cuantitativa. No obstante,
para adentrarnos en los significados que los actores dan a sus acti-
tudes o posicionamientos, decidimos complementar los resulta-
dos cuantitativos con los obtenidos desde un enfoque cualitativo.
Así, aplicamos una encuesta a la totalidad de los estudiantes que
acudieron a la secundaria el día señalado (restando, a la hora de
analizar los resultados, a quienes no residen en La Unidad ni en
su área de influencia)2, después se organizaron cuatro grupos de
discusión que nos permitiesen ahondar en las respuestas dadas
en un inicio. Los grupos se diferenciaron por género y por turno:
uno con mujeres del turno matutino, uno con hombres del turno
matutino, otro con mujeres del turno vespertino y otro con hom-
bres del turno vespertino. Todos los participantes residían en La
Unidad o en su área de influencia. La guía de estos grupos de dis-
cusión partió de la estructura de la encuesta que de forma previa
se aplicó a los estudiantes.
La encuesta fue elaborada, a su vez, para construir indicadores
que nos acercasen a la medición de los principales factores iden-
tificados durante el trabajo de campo exploratorio. De este modo,
se hicieron preguntas a los estudiantes de la Secundaria 79 para

2 Del trabajo etnográfico surgió la noción de área de influencia como aquella por la que
transitan y conviven a diario los habitantes de varias colonias adyacentes. Así, nuestra
área de interés queda compuesta, además de La Unidad, por las colonias El Fraile, San
Martín, San Marcos y 18 de Octubre.

17
poder analizar la relevancia de factores como: lugar de origen de
la familia; situación laboral y educativa de los padres; estructura
familiar y grado de hacinamiento en el hogar; dinámicas intra-
familiares entre generaciones; roles de género y su relación con
el ejercicio de la autoridad; relaciones entre vecinos; control pa-
rental sobre las actividades de los hijos; dinámicas sociales de los
jóvenes en el espacio público de la colonia; sus actitudes ante el
consumo de estupefacientes; motivaciones para el estudio y hori-
zontes vitales; capacidad para la planificación familiar; actitudes
hacia la desigualdad de género y hacia la violencia (de varios ti-
pos, no solo intrafamiliar) y su grado de arraigo o rechazo respec-
to a la colonia en la que residen.
Así pues, en febrero de 2017, aplicamos la encuesta a una mues-
tra censal, con un universo de estudio compuesto por 654 estu-
diantes en el turno matutino (208 en seis grupos de 1°; 197 en seis
grupos de 2° y 249 en seis grupos de 3°) y 606 en el turno vesperti-
no (192 en seis grupos de 1°; 196 en seis grupos de 2° y 216 en seis
grupos de 3°). Si descontamos a los alumnos que no asistieron a
clase el día de la aplicación de las encuestas, tenemos que se reali-
zaron 609 en el turno de mañana (7.9 por ciento de absentismo) y
467 en la tarde (23 por ciento de absentismo, con el sesgo que pro-
duce la ausencia de estudiantes que probablemente presenten una
problemática social más aguda que los que asisten a clase). De es-
tas se seleccionaron solo las cubiertas por los estudiantes que afir-
maron residir en la colonia La Unidad o en su área de influencia, de
modo que analizamos los resultados de 552 encuestas del turno de
mañana y 415 del turno de tarde, que suman 967 estudiantes que
ese día asistieron a clase y que residen en las colonias La Unidad,
El Fraile, San Martín, San Marcos o 18 de Octubre.
Respecto al tratamiento de la información obtenida en esta
encuesta, en la presentación de resultados acerca de la violen-
cia social nos movemos en el ámbito de la estadística descriptiva,
ofreciendo diversas comparaciones de proporciones referidas a los
factores identificados como sobresalientes para obtener una com-
prensión profunda de la situación de la colonia. Esta información
nos sirve para corroborar o cuestionar algunas de las explicacio-
nes obtenidas durante el trabajo etnográfico. Asimismo, la infor-

18
introducción

mación cualitativa obtenida de los grupos de discusión nos sirve


para dar un contenido más subjetivo a los fríos datos estadísticos.
En la segunda parte del trabajo, dedicada a la comprensión del
problema de la violencia intrafamiliar, la aproximación metodoló-
gica se vio más fuertemente condicionada por las dificultades para
la observación directa del fenómeno. Fue necesario, por lo tanto,
diseñar una aproximación más compleja y escalonada a los casos de
violencia ejercida en el ámbito familiar. Asimismo, debimos prestar
mayor atención a las concepciones sobre la violencia en general e
intrafamiliar, en particular, de los agentes institucionales y de los
residentes que colaboran con estos en la atención y prevención de la
violencia intrafamiliar. Esto debido a que, por las limitaciones para
el conocimiento directo del fenómeno, sus percepciones y valora-
ciones subjetivas poseen mayor influjo en sus labores.
Nos propusimos entonces, primero la reconstrucción de las
teorías subjetivas de estos agentes sobre la violencia intrafamiliar.
Para ello se analizaron, bajo esta nueva perspectiva, las mismas
entrevistas en profundidad referidas en la Parte I de esta obra. En
ellas se identificaron patrones compartidos en sus explicaciones,
explícitas o implícitas, sobre la violencia y su ocurrencia en el
ámbito familiar, así como sobre sus relaciones con otras manifes-
taciones de la violencia y con otras problemáticas sociales.
Posteriormente, para la aproximación a la realidad empírica
de la violencia que ocurre al interior de las familias de la colo-
nia La Unidad y su área de influencia, procedimos en dos etapas
principales: una primera, centrada en la situación de los meno-
res que asisten a las cuatro escuelas primarias de la colonia; otra
subsecuente, centrada en casos específicos de adultos vinculados
a situaciones de violencia intrafamiliar. En ambas predominó el
enfoque cualitativo pues, además de las dificultades ya mencio-
nadas que limitan un conocimiento profundo del fenómeno con
instrumentos cuantitativos, privilegiamos el objetivo de com-
prender las dinámicas más detalladas de los casos específicos
de familias en las que se ejerce la violencia. Esto sin renunciar, en
la medida de lo posible, a tener también una visión aproximada de
la magnitud cuantitativa de la presencia de las distintas variantes
de violencia intrafamiliar.

19
Como primera vía para conocer de forma panorámica las diná-
micas familiares y la presencia en ellas de violencia, elegimos acer-
carnos a la situación de los menores que asisten a las escuelas pri-
marias ubicadas en la colonia. Uno de los principales motivos de
la elección es que casi todas las familias del entorno envían a sus
hijos a la primaria, situación que varía en secundaria. El sesgo
que representa dejar fuera a familias sin hijos en ese nivel edu-
cativo consideramos que era suficientemente compensado por
la menor represión que los menores de esa edad muestran para
compartir información sobre su familia y su dinámica familiar.
De hecho, este último criterio nos llevó a circunscribir nuestro
universo de estudio a los alumnos de los tres primeros grados de
primaria, entre los seis y los ocho años.
Para obtener la información a través de estos menores recu-
rrimos a la aplicación de un cuestionario de composición y di-
námica familiar, al test proyectivo del dibujo de la familia y a la
observación directa de su interacción social. Se decidió trabajar
bajo la modalidad de taller en la que se alternaron actividades
dirigidas a los niños sobre la familia y las dinámicas familiares
y la aplicación de las herramientas metodológicas. Estas estrate-
gias se programaron en tres sesiones a lo largo de una semana
en las cuatro primarias de la colonia, con grupos de entre 12 y 16
menores del mismo grado. En total participaron en esta fase del
diagnóstico 173 de los tres primeros grados escolares divididos en
12 grupos. Paralelamente a los talleres se solicitó a los maestros
de estos alumnos que llenasen listas de cotejo de indicadores de
violencia en los menores.
Tras un primer análisis de la información recabada, se identi-
ficaron menores potenciales testigos o víctimas de violencia in-
trafamiliar. Después se realizaron entrevistas focalizadas en sus
casos particulares (y otros que pudieran no haber sido detectados
a través de nuestra intervención), con los maestros de esos meno-
res. Para ello, se elaboró un guion de entrevista sobre el entorno
familiar y la relación de la familia con la escuela. La información
recabada se integró con el análisis detallado de los datos del cues-
tionario y del test proyectivo. Con base en ello se identificaron
las manifestaciones de violencia intrafamiliar más frecuentes, los

20
introducción

patrones comunes en el ejercicio de esa violencia y las relaciones


entre las diversas manifestaciones de violencia y sus condicio-
nantes. Además de ese análisis preponderantemente cualitativo
pudieron determinarse de forma aproximada el volumen cuanti-
tativo de incidencia de las diversas manifestaciones de violencia
intrafamiliar.
Para finalizar nuestro proyecto, planteamos la necesidad de
conocer experiencias de violencia intrafamiliar desde el punto
de vista de sus protagonistas adultos. El principal criterio consi-
derado para la selección de informantes fue que el participante
reconociera su involucramiento en una situación de este tipo y
que hubiera comenzado a afrontarlo por medio de una interven-
ción institucional. Se realizaron entrevistas en profundidad a cin-
co adultos (dos hombres y tres mujeres). Se trata de una muestra
pequeña, dado el hermetismo con el que se maneja el tema de
la violencia intrafamiliar por parte de los involucrados y por la
condición indispensable de participar de manera voluntaria, no
coaccionada en forma alguna por la autoridad institucional. Cabe
destacar que dos de estos adultos son los padres de uno de los me-
nores de primaria que participó en la etapa anterior. Destaca así,
el logro de reconstruir un panorama general de la experiencia de
una misma familia desde diversas perspectivas. La guía de estas
entrevistas se estructuró en cuatro bloques temáticos: la historia
familiar de origen del entrevistado, la historia actual de su propia
familia, los motivos por los que fue atendido por una institución
y los efectos que esta intervención tuvieron en su vida familiar y
personal. La información obtenida a través de estas entrevistas,
así como algunos datos que se discutirán en la primera parte de
esta obra, fueron utilizados para complementar las descripciones
y el análisis de las situaciones de violencia en las familias de los
estudiantes de primaria.

21
I PARTE:

VIOLENCIA SOCIAL
1. CARACTERÍSTICAS SOCIOESPACIALES
DE LA UNIDAD

1.1. Ubicación, delimitación espacial, área de influencia y presencia de


las instituciones
La colonia La Unidad está ubicada en el extremo poniente del
municipio General Escobedo, encuadrada en la conjunción del
río Pesquería y el Libramiento Noreste (Figura 1). Es decir, se
encuentra en una situación espacial periférica respecto al área
metropolitana de Monterrey y, como veremos, marcada por un
alto grado de aislamiento, aunque no tanto como otras de la zona
como La Alianza Real o Villas de San Francisco. Esta colonia se
integra por cuatro áreas geoestadísticas básicas, dentro de un pe-
rímetro de 3.16 kilómetros.

figura 1. ubicación de la colonia la unidad en el área


metropolitana de monterrey

Fuente: INEGI.
En la Figura 2 podemos apreciar que, si bien la colonia queda en-
cerrada entre el Libramiento Noreste, por el norte y el Río Pes-
quería, por el sur, tiene vecindad a este y oeste con otras colonias.
Colinda con El Fraile hacia el este y con San Martín hacia el oes-
te (que ya pertenece al municipio de García). Estas dos colonias,
junto con San Marcos y 18 de Octubre, son consideradas desde
la Dirección de Prevención del Delito como el área de influencia
de La Unidad, es decir, donde “los ciudadanos transitan, el trans-
porte, el comercio, la educación” (Informante 13). Más aun, desde
la Dirección de la Escuela Secundaria 79 afirman que a la misma
acuden estudiantes de García y Monterrey, pues “en La Unidad
varias cuadras pertenecen a varios municipios; hay calles que co-
lindan con esos municipios” (Informante 11).

figura 2. delimitación espacial de la colonia la unidad

Fuente: Google Maps.

La Escuela Secundaria 79, indicada en el mapa de la figura ante-


rior, ocupa un lugar central en la colonia, esta centralidad física
se corresponde con la social generada por diversas iniciativas
institucionales. Además de la Secundaria 79, hay presencia de
gobierno o religiosa a través de una escuela de preescolar (con
dos turnos), dos escuelas primarias (que suman cuatro turnos),
un centro de salud de la Secretaría de Salud de Nuevo León, un
pequeño centro comunitario de la Secretaría de Desarrollo Social

26
i parte: violencia social

(que en el momento del trabajo de campo para este reporte estaba


siendo abierto al público), un centro del Sistema para el Desarollo
Integral de la Familia (DIF) municipal, una caseta policial, una
iglesia católica y algunos pequeños templos cristianos.

1.2. Datos demográficos


En la Figura 3 apreciamos que La Unidad presenta mayor pobla-
ción en comparación con las colonias adyacentes al este y, sobre
todo, al oeste, área geográfica que se encuentra cercana al despo-
blamiento.

figura 3. población de general escobedo por zona geográfica

Fuente: INEGI. Mapa Digital.

Los datos estadísticos obtenidos en la encuesta realizada en la


Secundaria 79 contradicen la percepción generalizada entre nues-
tros informantes de que La Unidad es una colonia habitada por
una población asentada y que no responde a movimientos migra-
torios recientes. Si nos fijamos en los lugares de nacimiento de
los padres de los estudiantes podemos caracterizar a la población
de La Unidad y su área de influencia con un componente migra-
torio muy importante, proveniente de otros estados mexicanos
(27.4 por ciento en el caso de los padres y 30.2 por ciento en el
caso de las madres), de municipios rurales de Nuevo León (10.9

27
por ciento los padres y 12.1 por ciento las madres) o de otros muni-
cipios urbanos del área metropolitana (35.6 por ciento los padres
y 35.4 por ciento las madres). El caso de la “migración” o cambio
de domicilio en el área urbana, coincide con la percepción del
informante 5, quien se refiere a la tendencia entre personas que
ocupan estratos socioeconómicos bajos a mudarse a municipios
de la periferia como La Unidad, dado que el costo de la vivienda
es más asequible.
En cuanto a la distribución por edad de la población de esta co-
lonia en la tabla 1 vemos que los grupos de edad más numerosos
son los de niños menores de 14 años y los adultos mayores de 30
y menores de 60. Se trata de una población relativamente joven,
con un significativo descenso en la franja que podemos denominar
adolescentes y jóvenes y con un número muy bajo de personas
mayores de 60 años. Respecto al descenso de la población a partir
de los 15 años de edad, cabe preguntarse si en la colonia se están
dando factores sociales y económicos que empujan a la migración
o huida de estos adolescentes y jóvenes (a través del trabajo de
campo sabemos que el índice de muertes violentas a esas edades
no es estadísticamente significativo). Asimismo, el escaso por-
centaje de población mayor de 60 años (1.44 por ciento) nos in-
dica tres posibles realidades sociodemográficas: un improbable
movimiento de población hacia otras colonias a una edad tardía,
una bajísima esperanza de vida o el resultado de la juventud de
la propia colonia.

tabla 1. población de la unidad por grupos de edad en 2015


GRUPO DE EDAD NÚMERO DE HABITANTES

De 0 a 14 años 4,785
De 15 a 29 años 2,883
De 30 a 59 años 4,912
De 60 y más años 185
Total 12,765

Fuente: Elaboración propia a partir de información recabada en
el Inventario Nacional de Viviendas propuesto por el INEGI.

28
i parte: violencia social

De la tabla 2 extraemos dos datos que consideramos relevantes


para el tema que nos ocupa: la violencia intrafamiliar. En primer
lugar, vemos que, aunque predominan los hogares con jefatura
masculina, hay un significativo 16 por ciento de hogares en La
Unidad dirigidos y mantenidos por la madre de familia. Este por-
centaje es el mismo que encontramos en el resto del municipio,
coincidencia que también se da con el porcentaje de población
casada o unida de 12 años o más (63 por ciento).
En este sentido, en la aplicación de nuestra encuesta hemos
podido comprobar que, en La Unidad y su área de influencia, la
mayoría de la madres de los encuestados (55.6 por ciento) son
amas de casa, por lo que, más allá de algún ingreso extra que pue-
dan tener por trabajos esporádicos e informales, la mujer se sue-
le encontrar en situación de vulnerabilidad económica. Por otra
parte, no debemos desdeñar el dato de 34.8 por ciento de muje-
res que trabajan fuera de casa, por lo que disponen de cierta re-
tribución. En este sentido, también hay que señalar que en esta
misma encuesta pudimos comprobar que el nivel de estudios de
la mujer y del hombre es muy similar, por lo que están igual de
capacitadas como potencial fuerza de trabajo.
Junto a la alta tasa de nupcialidad y al predominio de la jefa-
tura masculina en el hogar, aparece en esta tabla un promedio
de habitantes por hogar de 4.3, un poco superior al registrado
para General Escobedo, que es de 4, lo cual podría empujarnos, a
priori, a descartar uno de los factores con potencial explicativo
del fenómeno de la violencia intrafamiliar: el hacinamiento. No
obstante, en la tabla 3 encontramos un dato que sí nos habla de
una relativamente alta concentración de habitantes en los ho-
gares de La Unidad: el promedio de ocupantes por cuarto en vi-
viendas particulares habitadas en esta colonia es más del doble
del que se presenta en el municipio (1.4 frente a 0.6). Asimismo,
en esta misma tabla encontramos que el porcentaje de viviendas
particulares habitadas con un solo cuarto también es superior
respecto a Escobedo (5 por ciento frente a 3 por ciento).

29
tabla 2. hogares censales en la unidad:
tipo de jefatura y habitantes por hogar
LA UNIDAD ESCOBEDO
VARIABLES
CANTIDAD PORCENTAJE CANTIDAD PORCENTAJE
Total de hogares
3,828 86,075
censales
Hogares censales con
3,234 84% 72,460 84%
jefatura masculina
Hogares censales con
594 16% 13,601 16%
jefatura femenina
Población en hogares
16,364 346,757
censales
Habitantes por hogar 4.3 4.0

Fuente: Elaboración propia a partir de información recabada en el Censo de Población y


Vivienda 20101 (INEGI).

La tendencia al hacinamiento fue refrendada a través de los re-


sultados de las encuestas aplicadas en la secundaria, según los
cuales la situación de hacinamiento en La Unidad y su área de
influencia va incluso más allá de lo mostrado por las estadísticas
oficiales, pues entre los estudiantes de la Secundaria 79 residentes
en La Unidad y colonias colindantes el promedio de ocupantes
por cuarto es de 2.04 (dato muy superior al 1.4 que nos ofrecen
desde el INEGI). En concreto, según nuestros resultados, el 26.4
por ciento de estos estudiantes vive en una situación de haci-
namiento medio (entre 2.5 y 5) y 2 por ciento en hacinamiento
crítico (5 o más).
Continuando con los datos de la tabla 3 destacamos, en pri-
mer lugar, el 14 por ciento de viviendas desocupadas en la co-
lonia, pues veremos cómo el descuido del espacio público y la
existencia de puntos de reunión para la realización de actos ilí-
citos son factores señalados por varios de nuestros informantes.
A pesar de cierto deterioro del espacio público, no es extremo,
pues como nos explica uno de nuestros informantes “sí hay ca-

1 Dado que para la elaboración de esta tabla (y de las siguientes) se tomó como referencia
el Censo de Población y Vivienda 2010, mismo que contabiliza la población por AGEBS y
no por colonias, el dato de población total de la colonia La Unidad es bastante superior al
de la anterior tabla, pues considera áreas no incluidas en los límites de la colonia. No obstante
la imprecisión, creemos que los datos ofrecidos aquí son representativos y válidos para la
descripción del panorama sociodemográfico de esta colonia.

30
i parte: violencia social

sas bien arregladas, bonitas. A lo mejor no muy lujosas, pero sí


bien acabadas, bien pintadas. Hay vecinos que tienen carros a lo
mejor de cien mil, 150 mil pesos (y) casas de dos pisos o tres pisos
bien arregladas” (Informante 13).
Siguiendo con los datos que arroja la tabla 3, llaman la aten-
ción dos rubros por su bajo porcentaje en relación al que se re-
gistra en el municipio, ambos referidos a la conectividad de los
habitantes de esta colonia: viviendas particulares habitadas que
disponen de computadora (20 por ciento frente a 34 por ciento)
y viviendas particulares habitadas que disponen de internet (13
por ciento frente a 26 por ciento). La presencia de líneas telefó-
nicas fijas y la disposición de celulares son también inferiores
al promedio municipal, pero con una diferencia de solo 3 pun-
tos porcentuales en ambos casos. Este cierto aislamiento virtual
conecta con otro factor de la problemática de la violencia sobre
el que incidiremos más adelante: el aislamiento tanto geográfico
como social de la colonia.
El resto de indicadores, referidos directamente al nivel de po-
breza, presenta valores iguales o superiores al promedio munici-
pal: viviendas particulares habitadas que disponen de luz eléctrica,
agua entubada en el ámbito de la vivienda y drenaje (97 por ciento
frente a 94 por ciento); viviendas particulares habitadas que no
disponen de refrigerador, lavadora ni automóvil o camioneta (3
por ciento en ambos casos); viviendas particulares habitadas con
piso de tierra (2 por ciento frente a 3 por ciento). No obstante lo
anterior, la Secretaría de Desarrollo Social de Nuevo León hace
corresponder los dos cuadrantes al norte de esta colonia y parte
de los otros dos con el polígono de pobreza número 30, es decir,
que se considera a la mayor parte de la colonia en rezago social
y con carencias económicas en comparación con el desarrollo al-
canzado por el resto de la ciudad. Según Sedesol, la población
total del polígono de pobreza es de 7,602 personas, de las cuales
4,691 (61.7 por ciento del total) son consideradas en situación de
pobreza. Este panorama referido a la situación socioeconómica de
La Unidad se completa con el dato que el INEGI nos arroja referido
a la protección sanitaria: 24 por ciento de los habitantes de La Uni-
dad no son derechohabientes de ningún servicio de salud.

31
tabla 3. condiciones de la vivienda
LA UNIDAD ESCOBEDO
VARIABLES CANTI- PORCEN- CANTI- PORCEN-
DAD TAJE DAD TAJE

Total de viviendas 4,493 108,309

Total de viviendas habitadas 3,877 86% 87,959 81%


Total de viviendas deshabi-
616 14% 20,350 19%
tadas
Promedio de ocupantes por
cuarto en viviendas particula- 1.4 0.6
res habitadas
Viviendas particulares habita-
186 5% 3,051 3%
das con un solo cuarto
Viviendas particulares
habitadas que disponen de
3,778 97% 82,245 94%
luz eléctrica, agua entubada y
drenaje
Viviendas particulares habita-
das que no disponen de refri-
101 3% 2,314 3%
gerador, lavadora ni automóvil
o camioneta
Viviendas particulares habita-
90 2% 2,746 3%
das con piso de tierra
Viviendas particulares habita-
das que disponen de compu- 783 20% 29,606 34%
tadora
Viviendas particulares habi-
tadas que disponen de línea 1,957 50% 46,242 53%
telefónica fija
Viviendas particulares habita-
das que disponen de teléfono 2,881 74% 67,712 77%
celular
Viviendas particulares habita-
522 13% 22,653 26%
das que disponen de internet

Fuente: elaboración propia a partir de información recabada en el Censo de Población


y Vivienda 2010 (INEGI).

Por último, en la tabla 4 podemos ver cómo se distribuye la pobla-


ción estudiantil de la colonia en las escuelas presentes en la misma:
una de preescolar con dos turnos, dos primarias con dos turnos
cada una y una secundaria con turno matutino y vespertino.

32
i parte: violencia social

tabla 4. número de alumnos por escuela


PREES- PRIMA- SECUN-
NOMBRE DE LA ESCUELA TOTAL
COLAR RIA DARIA
Carlos Montemayor Treviño 312 312
Concepción Montemayor de Riestra 146 146
Concepción Treviño de
419 419
Montemayor
Francisco A. Riestra 367 367
Profra. Dalila Gutiérrez Lobatos 316 316
Profra. Josefina Mata Siller 209 209
Secundaria Técnica Núm. 79
1,518 1,518
Jesús M. Montemayor
Total de alumnos 355 1,414 1,518 3,287

Fuente: Elaboración propia a partir de información recabada en el Censo de Población y


Vivienda 2010 (INEGI).

Lo único reseñable de esta tabla es la proporcionalidad en la dis-


tribución de estudiantes entre los niveles educativos de primaria
y secundaria, así como entre las diferentes escuelas de primaria
(todas ellas albergan entre 300 y 400 niños). Asimismo, el hecho
de que los alumnos de preescolar sean tan escasos (en proporción
a los de primaria y secundaria) nos lleva a pensar en dinámicas
familiares que implican una distribución de roles de género ca-
racterizada por la asignación de labores domésticas y de crianza
a la mujer. Es decir, si los niños menores de seis años no están en
la escuela, estarán con algún familiar, presumiblemente con la
madre y, en menor medida, con abuelas, tías o vecinas.
La idea de un posicionamiento generalizado de asignación de
labores domésticas y de crianza a la mujer se reproduce entre los
más jóvenes pobladores de la colonia si atendemos a las respues-
tas dadas, a través de nuestra encuesta, a los cuestionamientos
sobre la distribución del trabajo en función del género. Aquí en-
contramos que está extendida entre los estudiantes de secundaria
la idea de que debe ser la mujer la que se ocupe de estas tareas,
pues 46.4 por ciento de los encuestados estuvo de acuerdo con
que es preferible que “el hombre trabaje y la mujer se ocupe de la
casa y de los niños”, frente a un 30.2 por ciento que no estuvo de
acuerdo. En todo caso, también hay que señalar que no hubo un

33
importante rechazo a la situación inversa, pues solo estuvieron
de acuerdo en que no respetarían a un hombre que se encargue de
las tareas domésticas 12.7 por ciento de los encuestados (frente a
64.4 por ciento que mostraron su desacuerdo). Esto nos habla de
cierto cambio de actitud y de la posibilidad en el horizonte de un
cambio social en lo que a roles de género se refiere.

1.3. Aislamiento geográfico y conflictividad social en La Unidad


Si consideramos que el nivel educativo constituye un elemento
destacado que explica tanto la ocupación laboral como el nivel de
retribución económica de la población, es importante remarcar
que la colonia, relativamente reciente, no se consolidó para gene-
rar la necesidad de erigir una escuela secundaria hasta el año 2000,
momento en el que se instalan unas aulas móviles a la espera de
la construcción, en 2001, del primer edificio de la Secundaria 79.
Este momento fundacional es recordado por el coordinador de la
secundaria en la siguiente cita, en la cual nos relata la existencia
de conflictos sociales, previos a la construcción de la escuela, entre
pobladores de diferentes estratos socioeconómicos, cierta evolución
favorable en las viviendas de la colonia y, por último, el hecho de
que esta conflictividad social permea los muros de la escuela, pues
de esa sociedad en conflicto proceden sus alumnos, los cuales consi-
dera que tenderán a repetir las dinámicas observadas a sus mayores.
No sé por qué las secundarias técnicas siempre están enclavadas en
áreas marginadas (…) Cuando empezamos aquí nosotros, me acuer-
do cuando se fundó, no había nada. Estaban construyendo esas casas
los de esta parte y los de atrás tenían posesionarios. Siempre ha habi-
do pleitos porque ‘ay, que los ricos no’, ‘que tiendan la casita aquí’ (…)
Yo me acuerdo que eran casas aquí de cartón y pedacitos de madera.
Ahorita ya hay construcciones de block, pero todas en obra negra
¿verdad? O sea, tú ves y las construcciones (son) feillas… las de acá
también las hicieron feas, pero pues ya está maltratada la colonia.
Pero desde entonces hay pleitos simplemente porque tú vives aquí
en las casas blancas, los que supuestamente eran más acomodados,
y los de acá eran los que vinieron a posesionarse en los terrenos (…)
Y aquí en zonas marginadas es obvio que ese tipo de entorno es pro-
blemático para la escuela, es problemática porque los muchachos
son problemáticos (Informante 16).

34
i parte: violencia social

Este mismo informante, en otro momento de la entrevista, siguien-


do con el problema de la conflictividad social que traspasa los
muros escolares, explica cómo en la actualidad el fenómeno del
pandillerismo se deja sentir en la Secundaria donde él trabaja:
Los problemas de afuera repercuten aquí en la escuela. Siempre caen
aquí. Como te digo, ahorita estamos hablando como de cinco o seis
pandillas: que los Blanquitos, que los Nerds, que quien sabe qué tan-
to. Y claro que los muchachos viven en esas áreas donde están esas
pandillas y repercute en la escuela. Los pleitos son allá afuera, pero
pues al último, a fin de cuentas, aquí ellos conviven; que pertenez-
can a esas pandillas, a diferentes pandillas, (…) ellos conviven y re-
percute (Informante 16).
Desde una perspectiva más histórica, la directora de la secundaria
nos habla, además de la presencia de las pandillas en la escuela, de
cómo percibe ella la evolución de esta situación:
Hace 18 años estuve aquí durante cinco años. Volví de nuevo a la
escuela, y yo inicié en mis funciones como docente de secundaria,
porque había ejercido en preescolar aquí, en esta institución. Y sí co-
nozco el entorno. Ahorita siento que pues, entre comillas, sí se ha
acrecentado un poco la violencia. Pero aun así he visto un cambio
en el contexto, no tan solo escolar, sino también de la comunidad
(…) Antes había pandillas inmensas de muchachos que ya crecie-
ron y sí, ya los he visto, que fueron mis alumnos, que se peleaban
horriblemente. Todos esos problemas de afuera, porque eran pan-
dillas muy fuertes y grandísimas, los traen a la escuela. Entonces,
dentro de la escuela era una problemática muy fuerte (…) Antes era
un mundo de pandilla (…) Ahora están más seccionadas. Antes, en
la pandilla tenías que ser o de una bando o de otro, porque todos los
de esta colonia pertenecían a una pandilla y tenía que pelearse con
los de la pandilla de ahí y eran piedras. O sea, era todo un desorden
¿verdad?, porque era muy grande. Considero que el entorno ha me-
jorado y como es el entorno dentro de la institución se supone que
los muchachos tienen ese ímpetu de salir adelante. Pero a veces el
entorno los jala (hacia) las cuestiones negativas. (Informante 11).
Volviendo al momento presente, y a las expectativas de futuro, en
lo que se refiere a la oferta educativa de la colonia, desde el de-
partamento de Desarrollo Económico del municipio afirman que
está planeada la instalación de un módulo directo destinado a la

35
graduación de adultos tanto de primaria como de secundaria (in-
formante 4). La oferta educativa de educación media superior por
ahora es inexistente, encontrándose la preparatoria técnica más
cercana a cuatro kilómetros y medio de distancia (Inventario Na-
cional de Vivienda, 2015). En palabras de un joven habitante de La
Unidad al ser cuestionado acerca del conocimiento que tiene de
preparatorias cercanas: “(no hay) ninguna, yo creo (que) la Emi-
liano (Zapata), pero todas están lejos (…) Hay otra en Soli (colonia
Solidaridad), pero son prepas… no son como la Emiliano, porque
muchos buscan prepa normal y otros buscan Conalep2 y técnicas,
pero son… Bueno, las de Lincoln y casi la más lejana es de treinta
minutos o cuarenta” (informante 15). Este alejamiento de la pre-
paratoria es sólo un ejemplo que refleja la cotidianidad de la vida
en la colonia: su marginalidad y aislamiento de la mancha urbana.
El problema de la lejanía respecto al centro del municipio, así
como las consecuentes carencias en infraestructuras, es señalado
por la directora de la Secundaria 79 como elemento determinan-
te para comprender la problemática del lugar. Asimismo, afirma
que la compra y urbanización de terrenos en el extrarradio (más
baratos para el inversor inmobiliario) genera colonias aisladas e
incomunicadas:
(…) donde la gente está encerrada (…) Si no hay educación o si no
hay nada, pues están segregados. Es segregación (…) cultural, eco-
nómica. Se sienten rezagados y no se sienten participantes de una
sociedad. Por eso no les importan las cuestiones de tipo social, por-
que pues (piensan) ‘somos el grupo segregado’. No se sienten incor-
porados (a la sociedad) (…) Preguntaba y muchos no tienen a veces
recursos para llevarlos a tal o cual lugar, porque no conocen… A
veces dicen ‘tu mayor paseo es la Macroplaza’. Entonces no tienen
otra visión de qué hay más allá. (Informante 11).
Creemos que en este extracto de entrevista se mencionan varias
de las circunstancias derivadas de una situación de aislamien-
to espacial, económico y social. Por ejemplo, la percepción de las
instituciones como alejadas de la propia cotidianidad se traduce
en un sentimiento colectivo de disgregación social, posiblemen-
te reforzando los procesos de identidad intragrupal por oposi-


2
Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica.

36
i parte: violencia social

ción al resto de la sociedad. Este sentimiento puede derivar en


resentimiento hacia todo aquello considerado ajeno a la colonia.
En este sentido, consideramos como hipótesis plausible que la
sensación de enclaustramiento en el propio grupo de referencia
constituye un factor que impulsa la expresión de diversas formas
de violencia, tanto en el ámbito privado, en forma de violencia
intrafamiliar, como en el público, como la que ejercen las diver-
sas pandillas de La Unidad.
La idea de que exista un fuerte sentimiento de identidad in-
tragrupal (por oposición al resto de la sociedad) se refuerza por
el apego que los estudiantes de secundaria dicen sentir hacia su
colonia (62 por ciento afirmaron que les gusta vivir en ella). En
este sentido, llama la atención que en el turno vespertino, en el
que la problemática social es más aguda, el gusto por vivir en la
colonia es bastante más intenso que en el matutino. Así, a pesar
de que los estudiantes de la tarde son caracterizados a través de
nuestra encuesta por sufrir mayor hacinamiento, más incidencia
de monoparentalidad, síntomas de mayor incomunicación con
sus padres, peor percepción de las relaciones vecinales, mayor
ociosidad y falta de control parental, mayor precocidad en sus
relaciones entre sexos y en sus expectativas de formar su propia
familia, actitudes más favorables a la violencia, el alcohol y las
drogas y menores expectativas educativas; pues bien, a pesar de
todo esto, un 66 por ciento de los encuestados afirmó que le gusta
vivir en su colonia, frente a 59.1 por ciento que lo hizo en el turno
matutino. La diferencia porcentual si nos fijamos en el rechazo a
la propia colonia es aún mayor: 38.6 por ciento en el matutino fren-
te a 30.8 por ciento en el vespertino. De igual manera, la diferencia
se amplía cuando medimos el rechazo a la posibilidad de vivir
en otra colonia: mientras que solo 16.9 por ciento de los estudian-
tes del turno matutino dijeron no querer vivir en otro lugar, en
el turno vespertino este es muy superior: 28.7 por ciento.

37
2. PANORAMA LABORAL Y EDUCATIVO
DE LA UNIDAD

Creemos que el desarrollo educativo, unido a la situación laboral,


constituyen las dimensiones que deben ser consideradas en pri-
mer término para tratar de comprender el origen de una situación
de conflicto social estructural como el que condiciona la vida en
comunidad en La Unidad. Por ello, ofrecemos a continuación un
análisis y descripción de la situación educativa y laboral de la colo-
nia, así como un repaso de las principales problemáticas derivadas
o estrechamente interrelacionadas con estas dos dimensiones.

2.1. Nivel de estudios y ocupaciones predominantes


La situación de rezago educativo generalizado en La Unidad se
percibe con claridad en el mapa municipal que nos indica los años
de escolaridad por AGEB (Figura 4). El promedio que encontra-
mos es entre seis y nueve años, es decir, que oscila entre prima-
ria y secundaria. Este no solo es el caso de La Unidad, podemos
apreciar que casi todas las áreas periféricas del municipio están
habitadas por pobladores en la misma situación. Por el contrario,
a medida que nos acercamos al centro, el promedio de años de
escolaridad se incrementa.
Esto no se corresponde con los resultados obtenidos en la en-
cuesta de secundaria (con el sesgo de representar tan solo a los
padres de los estudiantes de este nivel y que, además, acudieron
a clase el día de la aplicación de la encuesta), presentándose un
nivel educativo muy por encima del percibido por nuestros in-
formantes y del que nos indican los datos del INEGI. Por parte
de los hombres, padres de los estudiantes, encontramos 2 por
ciento sin estudios, 12.4 por ciento con primaria, 50.1 por ciento
con secundaria, 24.5 por ciento con preparatoria, 5.8 por ciento
con carrera profesional y 1.6 por ciento con posgrado; mientras

38
i parte: violencia social

que las madres presentan una distribución muy similar: 1.4 por
ciento sin estudios, 15.9 por ciento con primaria, 50.8 por cien-
to con secundaria, 23.2 por ciento con preparatoria, 5.1 por ciento
con carrera profesional y 1.4 por ciento con posgrado. En otras
palabras, el nivel de estudios de los padres de los encuestados
oscila más que entre primaria y secundaria, entre secundaria y
preparatoria: concretamente, el valor promedio (donde 1 es “sin
estudios” y 5 “estudios de posgrado”) en el caso de los hombres es
de 3.25 y en el caso de las mujeres de 3.19.
En lo que se refiere a la ocupación laboral, según la directora de la
Secundaria 79, la mayor parte de los padres de sus estudiantes traba-
jan, aunque predomina un nivel socioeconómico medio y, sobre todo,
bajo. También hay un número indeterminado de padres de estudian-
tes “que no trabajan o no tienen un ingreso fijo” (Informante 11).

figura 4. años de escolaridad promedio por ageb de habitantes


mayores a 15 años

Fuente: INEGI. Mapa Digital. SCINCE 2010.

En cuanto a las ocupaciones predominantes de la población adul-


ta, a decir del informante de Participación Ciudadana, predo-
minan los pequeños comerciantes, trabajadores de la industria
y obreros (Informante 8); esta percepción es compartida por el
director de Prevención del Delito (Informante 13), quien afirma
que predominan albañiles, pequeños comerciantes, mecánicos,

39
ayudantes de mecánicos y obreros (menciona que hay parques
industriales “por la Colombia, por el libramiento, cerca del C4,
parques industriales en los límites con San Nicolás y por García.
Creo que mucha gente de ahí puede ser ayudante general u obrero
también”). Este mismo informante considera que hay en la colo-
nia un mínimo porcentaje de profesionistas y que entre las muje-
res priman las obreras y las amas de casa (Informante 13).
Esta imagen sí corresponde con bastante exactitud con la que
hemos obtenido en la Secundaria 79. Así, entre los hombres pre-
dominan los oficios señalados, a los que hay que sumar los que
se desempeñan como transportistas. Las ocupaciones que se de-
tallan a continuación representan 69.5 por ciento del total de las
indicadas: 19.3 por ciento de obreros fabriles; 15.3 por ciento de
oficios que requieren algún conocimiento técnico, como mecáni-
co automotriz, electricista y plomero; 15 por ciento del subsector
transportes; 12.7 por ciento del sector servicios; 7.2 por ciento de
vendedores y comerciantes. Igualmente, en el caso de las muje-
res, la percepción generalizada es corroborada y ampliada por la
observación empírica a través de las encuestas. Así, 55.6 por cien-
to de las respuestas indican que la madre del estudiante se des-
empeña como ama de casa. Entre las que laboran fuera del hogar,
destacan las que lo hacen en el sector servicios (11.7 por ciento),
como obreras fabriles (7.5 por ciento), como empleadas de lim-
pieza (4.3 por ciento), como vendedoras o comerciantes (5.2 por
ciento) y en oficios que requieren alguna técnica (4.3 por ciento);
sumando todas ellas 33 por ciento del total (sumadas a las amas
de casa son 88.6 por ciento del total).
Por último, podemos deducir de las percepciones de varios de
nuestros entrevistados que el empleo informal está muy presente
en la colonia. Respecto al comercio informal, nuestro informante
8 afirma que “es una colonia muy grande que da la oportunidad
de poder tener una tiendita en cada esquina y donde hay mucha
demanda”. Podemos presumir que la presencia de numerosas pe-
queñas tiendas de barrio conlleva ciertas dinámicas de sociali-
zación en la vía pública de las familias residentes en el área (más
adelante nos detendremos en el desarrollo de estas y otras diná-
micas de socialización en el espacio público).

40
i parte: violencia social

2.2. Relación entre trabajo, estudios y desviación social


La relación entre ocupación laboral y nivel educativo es eviden-
te, pero lo que surgió como una idea reiterada durante las entre-
vistas fue la relación entre el abandono escolar, el desempleo
y la tendencia a la desviación social de los jóvenes habitantes
de la colonia. Esta relación es expuesta con claridad desde el de-
partamento de Desarrollo Económico del municipio de Gene-
ral Escobedo, cuando se refiere a cómo la falta de capacitación
educativa supone salarios más bajos y, en consecuencia, aparece
el problema de la apatía laboral (resistencia a tener un trabajo
estable y rutinario) y desviación en forma de pandillerismo y de
violencia callejera.
El problema ha sido ahí la falta de capacitación de las personas (…)
Tenemos varios factores que se nos presentan. Bueno, estamos ha-
blando de La Unidad, pero lo mismo nos ha pasado con otras colonias
de la periferia (en las) que el índice de violencia o el de pandillerismo
es el mismo: el problema es la falta de capacitación y la apatía de
las personas a estar establecidas en un trabajo. O sea, siempre hay
como esa rotación de personal. Entonces, el problema principal que
tenemos ahí es que la mayoría de las personas no tienen la secun-
daria terminada. Entonces eso hace que el empleo sea con un sa-
lario muy bajo. Entonces se desaniman y se salen. (Informante 4).
Esta asociación entre abandono escolar, desempleo y pandille-
rismo está también muy interiorizada entre los propios adoles-
centes de la colonia, en especial entre las mujeres. Así lo detec-
tamos en los grupos de discusión desarrollados con estudiantes
de la Secundaria 79, quienes viven en primera persona este tipo
de problemática social. En este sentido se dirigen algunas de
las respuestas que obtuvimos en estos grupos de discusión al
proyectar un documental sobre ninis de su edad y en colonias
similares a la suya:
Moderadora: ¿Por qué relacionas a los ninis con una pandilla?
A: Porque no trabajan y se la pasan vagueando.
D: En las patinetas.
C: Pues están mal, no trabajan. Deben estudiar para tener un futuro.
G: Son personas que andan en pandillas o hacen drogas.
E: Deben trabajar.
F: Está mal que anden en la calle y que deben de estudiar.

41
B: A lo mejor no está tan mal, porque es lo que ellos les gusta y pos
cada quien, le gusta lo que quiere. Y pues también a él, tienen que
trabajar, para que tengan un buen futuro y pues estudiar.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]

Me llamó la atención que ¿por qué si tienen mamás… por qué están
ahí? o las mamás no están cien por cien al pendiente de ellos y… por
qué están en la calle y todo eso si se supone que tienen un hogar (…)
(Creo que en el video sobre ninis) hablaron más sobre el pandille-
rismo, no sé porque no estudiaban o algo.

[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]


Volviendo a nuestra informante de Desarrollo Económico, desde
su punto de vista las necesidades económicas y materiales priman
sobre las culturales o ideológicas a la hora de explicar el proce-
so de desviación de los jóvenes de La Unidad. Así, en la siguiente
cita vemos cómo la entrevistada identifica la carencia económica
(por encima de la búsqueda de identidad) como el principal factor
para que el joven ingrese en la delincuencia organizada, así como
considera primordial el desarrollo de programas gubernamenta-
les que hagan a los jóvenes productivos y autosuficientes desde el
punto de vista económico, pues a través de la emancipación eco-
nómica estarían consolidando su identidad.
Los chavos sí le hemos atacado mucho por la cuestión de llevarles
cosas culturales y cosas de esto y cosas del otro, pero yo siempre
veo que tenemos que ver la táctica que utiliza el enemigo… Enton-
ces el enemigo, vamos a decir los grupos de la delincuencia organi-
zada que son los que se llevan esos muchachos… ¿cómo los atrapan?
Es mentira cuando empiezan a decir que porque se sienten dentro
de un círculo y que la identidad y que se sienten parte. Para mí sí es
importante esa parte, pero lo más importante es que hay una caren-
cia económica dentro de la casa y entonces a los muchachos como
los engancha (es) por el dinero (…) El punto débil de los muchachos
es el dinero. Es el dinero, no que si forman parte de una identidad y
de que si un grupo, si de la pandilla…; pero ¿porque los enganchan?
Por el dinero. Entonces yo creo que lo que tenemos que trabajar
con ellos es la parte del dinero, de ser productivos, de que no de-
pendan de la mamá. O sea llevarles acciones, a lo mejor disfrazadas,
de capacitación; llevar empresas; formar cooperativas para los cha-
vos, donde ellos se autoempleen, donde hagan sus propias microem-

42
i parte: violencia social

presas. Eso es lo que les falta a los muchachos, no llevarles cosas de


psicología (…) (Habría que) crear cooperativas de maquila, de algo
de los mismos chavos, de lo que ellos quieran hacer. Si quieren ha-
cer playeras de la marca de ellos, ahí van a encontrar una identidad.
(Informante 4).
Más allá del peso específico del factor laboral como opción para
la normalización de la conducta, por oposición al factor “identi-
tario” o psicosocial, lo que es innegable es que se trata de uno de
los factores clave. Así lo podemos apreciar a través del testimonio
de un joven de La Unidad que fue pandillero. En esta cita también
aparece un problema de orden más sociológico que económico al
que prestaremos especial atención en el siguiente capítulo: el po-
der de atracción y la dificultad de salir del propio ambiente social.
Aquí sí aparece el trabajo como una vía de escape a esta fuerza
centrípeta de la colonia.
(En) un restaurante Vips. Ahí fue mi primer trabajo de bodeguero
y me gustó el ambiente de ese trabajo (…) Entonces me empecé a
dedicar más a eso. Era más sano porque ya tenías otro ambiente
de trabajo, a la mejor chisqueados3 como uno, pero ya lo vivías de
otra manera. Ya empezaste a conocer, luego te cambias de otro
trabajo, empiezas a agarrar otras amistades y luego te cambias a
otro y empiezas a agarrar otro estilo de vida, por decir que sales
del círculo. Si vives ahí mismo (en la colonia) no vas a poder salir.
(Informante 15).
De la respuesta favorable de varios jóvenes a talleres implemen-
tados por Desarrollo Económico para la inserción laboral, identi-
ficamos dos elementos que creemos merecen una atención espe-
cial: el abandono escolar y el problema de los tatuajes.
Entonces después (del taller) aquí tuve a cuatro o cinco (jóvenes) en
mi oficina, que vinieron a preguntar a ver si había trabajo. El proble-
ma que me topé fue con eso: con lo de los tatuajes y de que no termina-
ron o que no tienen (el grado académico requerido). (Informante 4).
Junto a estos dos elementos, hasta aquí hemos mencionado otros
que también vamos a considerar de manera aislada: el pandille-
rismo, la actitud generalizada de apatía y la ociosidad.

3 Expresión local que se refiere a estar algo loco, tener algún problema mental o, en otro
sentido, tener una personalidad poco convencional.

43
Ociosidad y apatía
La reflexión que sigue, de la directora de la Secundaria 79, retrata
una población en la que se da un cambio al alza en sus expecta-
tivas salariales y, ante la imposibilidad de acceder a salarios que
cubran estas expectativas por la situación del mercado de trabajo
y el bajo nivel educativo, entre otros, se detecta cierto acomodo
en una rutina cotidiana marcada por la ociosidad (la cual pensa-
mos que solo se puede dar si se cuenta con fuentes de ingresos
alternativas, ya sean ilícitas o no).
(Los alumnos) pocos trabajan.4 Eso es lo que me llamó la atención.
Hace 18 años la mayoría trabajaba, los muchachos sí tenían un tra-
bajo, se iban de paqueteritos. A veces le iban a ayudar al papá a la
obra o los tenían en algún negocio, en el mercadito, y ahora, actual-
mente yo les pregunto a los niños y no trabajan. O sea, (les pregun-
to) ‘¿dónde anda en la tarde?’, ‘¿dónde anda, señora?’; ‘no pues es que
se sale, ni modo que lo tenga encerrado’. Yo entiendo, ¿pero qué lo
tiene haciendo? No son muy propensos a tenerlos en algo. Ya (que)
no sea trabajando, porque a lo mejor algunos dirán ‘no es correcto’;
pero en alguna actividad. No, en la tarde están solo ahí, y a veces
no tienen ni obligaciones en la casa, ni ayudar en nada, nada más se
salen y ya. (Informante 11).
Lo cierto es que, más allá del bajo ingreso salarial que represente
y más allá del cuestionamiento ético y legal del trabajo infantil, la
vinculación del joven o adolescente a través de su desempeño en
un trabajo formal contribuye a su inserción social. Como explica
el trabajador social de la Secundaria 79, hay una relación entre los
jóvenes estudiantes que trabajan y un alto desempeño académico:
“(los jóvenes que trabajan) normalmente tienen buenas califica-
ciones porque, pues en algunos lugares se los piden, como en So-
riana. Para ser cerillo les piden que tengan buenas calificaciones”
(Informante 9); tras lo que afirma que los alumnos que le reportan
por diferentes problemáticas no suelen trabajar. Referente a las
oportunidades ilícitas para el que no quiere estudiar ni trabajar,
la venta de droga al menudeo se convierte en La Unidad en una
opción real. Así lo narra un joven de La Unidad (Informante 15),

4 Esta percepción es corroborada con los resultados de la encuesta que realizamos en la se-
cundarias, pues solo 12.3 por ciento de los estudiantes del turno matutino y 6.3 por ciento
del vespertino afirmaron trabajar, sobre todo como vendedores, en servicios y paqueteros.

44
i parte: violencia social

estableciendo una clara interrelación entre delito (venta de dro-


ga) y desempleo.
ENTREVISTADOR: ¿A qué se dedica la gente de La Unidad?, ¿tus
amigos a qué se dedicaban?
ENTREVISTADO: La mayoría… pues algunos a trabajar normal y a
otras cosas; a vender drogas, y otros según estudiaban.
ENTREVISTADOR: ¿Eran más los que trabajaban normal o eran
más (los que vendían droga)?
ENTREVISTADO: Empezaron con poquitos. Primero empezaron po-
quitos a trabajar así vendiéndolo y luego ya se empezó (a generalizar).
ENTREVISTADOR: Se fue moviendo…
ENTREVISTADO: Sí, se fue moviendo, porque ya era dinero fácil.
ENTREVISTADOR: ¿Y qué tan común es el desempleo en La Unidad?
ENTREVISTADO: Mucho.
Es muy común en el discurso de gran parte de nuestros infor-
mantes la caracterización de la apatía generalizada entre los jóve-
nes de La Unidad como uno de los principales obstáculos para
su inserción laboral y, por consecuencia, social. Veamos algunos
ejemplos de esto. En la siguiente cita, desde el departamento de
Desarrollo Económico nos exponen su esfuerzo para lograr la in-
serción laboral a través de becas educativas y programas de ca-
pacitación, esfuerzo que parece toparse con la apatía y falta de
participación de aquellos a los que va dirigido (al final de la cita
también se menciona la falta de horizontes y la circunscripción
vital a los límites que impone la colonia):
Les llevamos dentro del programa Familias Emprendedoras y les
platicamos un poquito. Fue como un pretexto el curso para acer-
carnos un poquito y entenderlas. Les llevamos lo que fue las becas
para capacitación para los muchachos, para los que no tuvieran su
secundaria terminada o su prepa, que no importaba que no la tu-
vieran terminada, que lo que podían hacer era capacitarse en un
oficio como montacarguistas o como soldadores o en telemarketing.
Y mira que estos cursos son para ambos, para mujeres y para hom-
bres, no importa, de soldadura y de muchas cosas así que son más
industriales. Cuando ellos terminan esta capacitación nosotros los
podemos colocar en una empresa. No tuvimos tampoco la respues-
ta que queríamos. Sí hubo respuesta, porque sí nos estuvieron ca-
yendo aquí chavos, pero, también con esta apatía de ‘ay, ¿me tengo

45
que levantar temprano?’, ‘ay, y es que… ¿tengo que ir cuántas horas?’,
‘¿y tengo que ir cuántos días?’. O sea, una flojera, una apatía. Siento
que han hecho de su mundo la calle y no ven más allá de ahí, de la
colonia. (Informante 4).
También en el ambiente escolar la apatía se identifica como una
de las características, en este caso, de los estudiantes de La Uni-
dad. En concreto, nuestro informante se refiere al desinterés y a
lo que él considera como una falta de valores de un gran número
de estudiantes.
El perfil de los estudiantes es muy diverso. Hay unos jóvenes que
son unos genios y que a veces no pueden desarrollar todo su poten-
cial aquí y hay otros que de plano muestran mucho desinterés. Hay
una gran parte de jóvenes que muestra apatía, que muestra desinte-
rés, que tiene carencia de valores. Una buena parte, posiblemente
de un 35 a un 40 por ciento, que es bastante… se muestra relajado
o con desinterés o muestra pocos valores. Manejan la secundaria
como un requisito más. (Informante 9).
Es lógico que las instituciones, habiendo detectado la ociosidad
como un claro elemento que conduce a la desviación social, dedi-
quen parte de sus energías a combatirla. Aquí vuelve a surgir el pro-
blema de la apatía, además de que se dirige hacia la propia vida nor-
malizada, hacia el trabajo formal y los estudios, también la dirigida
hacia las instituciones, lo que se traduce en una escasa e intermitente
participación en las actividades que proponen. En la siguiente cita,
de nuevo nuestro informante 9 explica cómo ante los peligros de la
ociosidad de los jóvenes existen talleres a los que él canaliza.
Hay talleres sobre todo porque los jóvenes aquí, los que estaban en
casa de ociosos, corren muchos riesgos y yo les recomiendo a los
padres que los mantengan ocupados en cosas sanas, como deportes
o talleres. Y pues les digo que en ciertas zonas o centros ofrecen ese
tipo de disciplinas o de técnicas, si los jóvenes trabajan y pues se
alejan de cosas que los traten… que los pueden envolver en situacio-
nes riesgosas. (Informante 9).
Lejos de ser considerada esta situación de apatía generalizada como
un factor propio de cualquier zona marginal, uno de nuestros
informantes con mayor contacto e iniciativa hacia la población
de La Unidad, así como con una gran capacidad de análisis de la

46
i parte: violencia social

situación, considera esta apatía como algo definitorio de esta co-


lonia en particular.
Es que es la apatía es como un desencanto. Fíjate, es que es bien cu-
rioso, porque yo he trabajado en colonias que son muy, muy pobres,
estamos hablando (de) que no hay luz o no hay pavimento o agua,
no hay los servicios indispensables y ahí (en La Unidad) tienen
todo, tienen luz, tienen agua, está pavimentado, hay camiones, hay
escuelas, las casas no son casas muy humildes… Es una mentalidad,
ahí el asunto es el desencanto, el desánimo, el desánimo de ver el
mugrero enfrente de tu casa. Se sienten muy de que ‘ah, pues como
soy de La Unidad, (…) por eso soy así’; ‘pues soy de La Unidad, o sea
¿ya qué?, ¿pues ya qué?’; ‘pues soy de La Unidad’ (…) ‘así tiene que
ser’, o sea, ‘ah, pues como soy de aquí tengo que ser así y como soy
de aquí pues todos los demás me ven así también’. (Informante 4).
Esta visión particularizante de La Unidad, cuyos habitantes
son descritos como instalados en la ociosidad y la apatía, podría
conducirnos a esperar una población predeterminada por una
mentalidad fatalista, que nos conectaría con teorías sociológi-
cas de la desviación como la teoría de la profecía autocumplida.
No obstante, debemos contrastar este retrato de los pobladores
de la colonia, con lo que hemos encontrando en la encuesta de la
secundaria. El ambiente generalizado de ociosidad es corroborado
a partir del dato que nos habla del número de horas que los en-
cuestados (estudiantes entre 13 y 16 años) pasan fuera de su casa
los días entre semana: 54.1 por ciento de los encuestados pasan
más de dos horas en la calle en un día normal entre semana. A
este dato debemos sumar que entre las actividades que realizan
con más frecuencia cuando están en la calle en su colonia es,
simplemente, “estar con mis amigos en la calle”, opción que es-
cogieron 59.2 por ciento de los encuestados.
La caracterización como población apática es más matizable,
habida cuenta de que las expectativas educativas y vitales de los
estudiantes son bastante optimistas, más aún si consideramos
las inevitables dificultades materiales que la mayor parte de esta
población deberá afrontar para tratar de lograr sus metas. En
este punto tenemos que distinguir entre los horizontes reales,
los que provee o impide determinada estructura socioeconómi-

47
ca, de los horizontes construidos en la mente de cada uno de los
adolescentes encuestados. Desde luego, a través de la encuesta
no podemos ir más allá de los datos obtenidos para ilustrar los
horizontes percibidos. En este sentido, los estudiantes de la se-
cundaria que respondieron se caracterizan por su elevado grado
de conciencia de la importancia de la educación, así como su am-
bición para llegar a los más altos grados académicos. Así, mien-
tras la inmensa mayoría de ellos (84.8 por ciento) afirma que
estudia “por tener un mejor futuro”, solo 4.5 por ciento afirmó
querer dejar los estudios tras terminar la secundaria, mientras
que 74.1 por ciento dijo querer concluir estudios de profesional
o posgrado. Siendo preguntados por la ocupación laboral que
desean para su futuro, más de la mitad (52.7 por ciento) quieren
ejercer alguna profesión que implica la culminación de una ca-
rrera universitaria.
Otra cosa es el obstáculo material que encuentran para lograr
sus metas, de modo que el porcentaje de los que quieren llegar a
los grados superiores desciende hasta 59.2 por ciento cuando se
les pregunta por el grado al que creen que llegarán. Por otra parte,
del porcentaje de 52.7 que quería ser profesionista, 71.8 por ciento
cree que lo logrará. En todo caso, parece que sus expectativas son
demasiado elevadas si atendemos a la realidad que les ha tocado
vivir (de cumplirse las expectativas de los encuestados, el nivel
de estudios alcanzado estaría muy por encima del promedio de
lugares del país con mucho mejores condiciones socioeconómi-
cas). A pesar de las altas y seguramente irrealizables expectati-
vas presentes en los encuestados, hay un dato que nos habla de
un alto grado de conciencia de la dificultad material para lograr
lo que ambicionan: 42.1 por ciento de los encuestados cree que po-
dría abandonar la escuela, y no concluir la secundaria, por tener
que ayudar económicamente a su familia.

Marginación de expresiones culturales juveniles en los ámbitos laboral


y educativo
Por otra parte, más allá de si el joven debe superar una posible
actitud de apatía o desmotivación, con frecuencia aparece un
importante obstáculo para lograr su inserción laboral y social: la

48
i parte: violencia social

normatividad informal (y el prejuicio) de numerosas empresas de


la zona que prohíbe contratar a personal con tatuajes.
Pero luego, la otra es que tenemos a muchos chicos que ya tienen
ganas como de reivindicarse, pero el problema es que están ta-
tuados. Cuando nosotros los podemos colocar en una empresa, el
problema es que las empresas… que para mi punto de vista como
directora, pues es algo de la época medieval… O sea, una persona
con tatuajes no quiere decir que valga menos, en mi punto de vista.
Porque hay personas, hay chavos que son muy capaces y que tie-
nen muchas ganas de salir adelante, pero que ahí me topo yo con
el freno de los empresarios, que no me los aceptan porque están
tatuados. (Informante 4).
La dimensión de este prejuicio trasciende la mentalidad del po-
tencial empresario-empleador, pues en la realización de los grupos
de discusión con estudiantes de la Secundaria 79 hemos podido
comprobar que el problema de la percepción del tatuado como
delincuente o como desviado social alcanza a los mismos mucha-
chos, algunos de ellos integrantes de pandillas, los cuales repro-
ducen y observan este tipo de correlación.
Estas fueron algunas de las ideas asociadas ante la proyección de
una fotografía de un hombre con gran parte de su cuerpo tatuado,
junto a su misma fotografía con los tatuajes tapados por su bata de
médico, en el grupo de hombres del turno vespertino: “malandro”;
“(los tatuados que conoce) no jalan”; “no (me tatuaría), yo por lo
mismo no quiero, no encuentras trabajo, no vas a conseguir”; “(sin
trabajo por el tatuaje te ganarás la vida) pos vendiendo droga o así,
(risas) secuestrando…”. Esta imagen no cambia demasiado si aten-
demos a los comentarios del grupo de hombres del turno matutino:
“que antes era doctor y ahora…”; “que le pasó lo bueno y luego lo
malo, al revés”; “de joven era un poco desbalagado”; “drogadicto”;
“(No me tatuaría porque) los trabajos, tal vez no te aceptan por eso”;
“yo pienso que de este lado, a lo mejor era pandillero, o a lo mejor
tenía mucho problema y a lo mejor pensó más a futuro y empezó a
echarle ganas. A lo mejor vio que no era fácil (la vida)”.
En el caso del grupo de hombres del turno matutino, contras-
taron esta serie de estereotipos con algunos casos conocidos por
ellos de primera mano, en ocasiones cuestionando el estereotipo

49
y en ocasiones reforzándolo: “Mi cuñado (está tatuado), pero no
es malandro ese tipo, es buena persona. Es que mira, al final de
cuentas los tatuajes no… te hacen ver persona mala, pero pues
realmente no es así. Muchos lo hacen por la moda, ya ahorita es
‘ah, me gustó’ y ya, no hay significado”; “Bueno… tiene a su herma-
no, que está todo tatuado de la cara y eso, y no puede conseguir
trabajo y nada más anda vendiendo chicles”; “Yo conozco un bato
que porque no lo dejaron pasar (no le dieron trabajo), se fue a las
drogas. Como no lo aceptaron se fue a las drogas, y como se pone
más loco se pone más pa atrás. Ahorita creo que tiene huercos
regados”. También en el grupo de mujeres del turno matutino se
refirió una de las participantes a un caso conocido (en este caso
muy negativo): “yo no conozco a nadie (al que no hayan contra-
tado por el tatuaje). Ah, sí, a mi tío (no lo contrataron) porque él
tiene tatuajes de partes de droga. Está bien que no lo contraten
porque él cuando va a la casa se droga y también en los trabajos se
droga y puede golpear a alguien”.
En el caso de las mujeres, en ambos grupos aseguraron cono-
cer numerosas personas con tatuajes que no consiguieron traba-
jar como operario fabril, como mesero o incluso algunos que son
detenidos por la policía por esta circunstancia estética. Los co-
mentarios que se escucharon sobre la doble fotografía del hombre
tatuado/doctor en el turno vespertino fueron: “se ve como que al
principio le gustó disfrutar de la vida, a como sus amigos pensa-
ban o veían y después decidió dejar todo eso y ser profesional y
conseguir lo que él quería”; “no por estar tatuados quiere decir
que sean malos o sean buenos”; “se ve muy diferente, porque en
una demuestra su personalidad… o sea, y en otra lo que él que-
ría ser y ahora es… o sea, su carrera”. En el grupo matutino estos
fueron los comentarios: “yo me imagino que es un muchacho, un
joven o no sé qué era antes, un pandillero y, a lo mejor, se dio cuen-
ta que eso no lo iba llevar a nada y pues eligió una carrera y pues
ahora es doctor”; “(sentí) por su familia felicidad, porque cambió,
era antes un vago y ahora ya está graduado como doctor”; “pues
cambió mucho al seguir un buen camino”; “yo digo que antes era
un drogadicto o así”; “el hecho de nada más estar tatuado o así
va a ser un delincuente”; “cambió mucho, porque él trataba a su

50
i parte: violencia social

familia (mal) y ya después cambió”; “cambió de personalidad”;


“(sentí) emoción porque cambió”; “que por el trabajo que tiene
por una parte es uno y por otra parte es otro”.
Volviendo a la narrativa de nuestra informante 4, del departa-
mento de Desarrollo Económico, creemos que la identificación de
este problema cuestiona, en cierto modo, la idea que enunciaba
acerca de que las condiciones materiales de la existencia son el prin-
cipal factor explicativo de la problemática social que enfrenta La
Unidad. En su mismo discurso se ve con claridad cómo una expre-
sión cultural, reflejo de una búsqueda de identidad y de adaptación
a un contexto social determinado, presenta consecuencias en el or-
den material y en los procesos de integración social y económica.
Veamos esto desde la perspectiva de un joven que la ha vivido
en primera persona. En su narración nos expone cómo el trabajo
de albañil es la única opción laboral que le queda al joven tatuado
de La Unidad, además de ofrecernos una reflexión acerca del estig-
ma que genera la presencia de tatuajes en el cuerpo del potencial
empleado y de mencionar tangencialmente el prejuicio hacia el que
no tiene estudios y lo condicionantes que resultan los embarazos
precoces. El hecho de que el trabajo en la obra es muy duro con fre-
cuencia solo deja una opción al joven tatuado, la que puede encon-
trar al otro lado de la ley. Además, las implicaciones del rechazo
laboral se hacen sentir en el reforzamiento de la identidad y lealtad
al grupo de referencia (léase, por ejemplo, pandilla) por oposición
hacia aquel que les rechazó, que pasa a ser el enemigo (literal: “No,
pues si me cierra la puerta él, pues ahora es mi enemigo”).
ENTREVISTADOR: ¿Y esos que están desempleados qué hacen
normalmente?
ENTREVISTADO: Es que la mayoría ponle que trabajan en la obra,
pero cuando quieren trabajar en otro lugar no los aceptan…
ENTREVISTADOR: Ah, okey, por ejemplo: si estás trabajando en la
obra y quieres ir… no sé, a Hershey’s.
ENTREVISTADO: No te van a aceptar.
ENTREVISTADOR: ¿Por?
ENTREVISTADO: Tatuajes (…) mientras los tatuajes estén prohi-
bidos aquí va a haber mucha gente desempleada. A muchos no les
gusta la obra y tienen que trabajar en la obra por el tatuaje. Aquí en
México, bueno, según no somos discriminatorios, pero sí lo somos.

51
Porque un tatuaje… ves a una persona con tatuaje y vas y buscas
empleo y te dicen ‘al rato te hablamos’, pero ya con el simple tatuaje
dicen ‘este nos va a robar’ o no sé…
ENTREVISTADOR: ¿A ti te ha pasado que no te han contratado?
ENTREVISTADO: En algunas partes sí, en unas partes no; a lo me-
jor porque iba a la entrevista vestido. Pero hay algunas partes que
te ven el tatuaje y te dicen: ‘no, después te hablamos’ y esa llamada
ya no va a regresar. Y no lo pueden tomar como discriminación,
porque van a decir ‘no, es que ya no hay vacantes’. Y ese es el mo-
tivo que también orilla a muchos a agarrar dinero fácil. Porque hay
varios que sí quieren jalar bien y otros no. Entonces si no encuen-
tro un trabajo, por decir: a una edad muy temprana embarazas a la
novia y quieres buscar trabajo y no lo encuentras por los tatuajes,
agarras la obra, no te gusta y entonces llegan los malos y ‘yo te doy
dinero’ y dices ‘sí’. No mides la consecuencia. Tiene más actitud
(para trabajar) el que no tiene título que el que tiene título, pero a
veces nos cierran las puertas y ¿qué haces? ‘No, pues si me cierra la
puerta él, pues ahora es mi enemigo’.
ENTREVISTADOR: ¿Eso ha sido común, te ha pasado a ti, le ha pa-
sado a tus amigos?
ENTREVISTADO: A muchos, a muchos, no nada más a mí. A casi
la mayoría de todos los jóvenes que he visto y porque me ha pasa-
do por los tatuajes: ‘no, es que por tus tatuajes no aceptan allá’ y
‘no, pos tienen razón’. (Cuando alguien no tiene empleo) empieza a
robar, a buscar dinero fácil para comprarse tenis o tener un celu-
lar. Lo sacan más rápido si no tienen trabajo. Dicen ‘no, pues mejor
robo, saco más fácil el dinero’ o ‘pues están estos batos vendiendo
y veo que ellos tienen feria, pues yo también’ y empiezan a ganar
dinero y les empieza a gustar. (Informante 15).
Ante esta situación de enfrentamiento y polarización entre em-
presa y joven marginal, aparecen las instituciones como posibles
mediadores. Así, sería bueno preguntarse acerca de la posibilidad
de que órganos municipales o estatales involucrados sirvan para
negociar con las empresas sus políticas de contratación, imple-
mentando, por ejemplo, programas de inserción laboral tutoriza-
dos y avalados por el municipio. En este sentido, no parece que la
prohibición y la represión institucional vayan a lograr el objetivo
último, que debe ser la inserción social. Si se trata de insertar, qui-
zás debamos ir pensando en incluir también expresiones cultura-

52
i parte: violencia social

les y valores que, como el tatuaje o los grafitis, van encontrando su


espacio propio en numerosas sociedades occidentales.
Veamos un ejemplo de cómo la acción institucional se dirige
más en la línea de la represión que de la integración en lo que ata-
ñe a la costumbre del grafiti. Así, en la siguiente cita vemos cómo
el objetivo que se plantea la Escuela Secundaria 79 es impedir que el
grafiti entre en el espacio institucional, aunque más allá de sus
muros se sigue propagando, al contrario que muchas iniciativas,
como el festival Callegenera de Conarte, para la creación de espa-
cios formales y controlados en los que el joven se exprese a través
del grafiti y del rap, entre otras expresiones.
(La institución), a pesar de que está enclavada en un medio bastante
difícil, pues se distingue porque, si te das cuenta no hay grafiti, no
tiene grafitis. Hemos estado al pendiente en cuanto a las campañas
con los muchachos de que no estén grafiteando. Claro, se batalla,
porque sí rayan ¿verdad?, porque muchos salen a grafitear toda la
colonia. (Informante 16).

Abandono escolar y pandillerismo


Como ya hemos señalado, una gran parte de los entrevistados coin-
ciden en establecer una relación unívoca entre abandono escolar e
ingreso a alguna de las numerosas pandillas establecidas en La Uni-
dad y en colonias cercanas. En este sentido, es claro el director del
departamento de Prevención del Delito de la Proxpol cuando afirma
que en La Unidad las conductas violentas en la calle suelen comen-
zar en secundaria, lo que suele ir acompañado de abandono escolar.
Como ejemplo pone a la pandilla Cuadra Loca, cuyos integrantes
abandonaron la escuela en un altísimo porcentaje (Informante 13).
Esta relación entre educación y pandillerismo también la ve-
mos de forma clara en el historial educativo de nuestro siguiente
informante, además de otros problemas que señalaremos, como
el abandono de hogar por parte del padre (en la encuesta de la
secundaria detectamos 22.4 por ciento de hogares sin la presencia
del padre). Nuestro informante nos explica que su madre cuenta
con estudios de secundaria y que desconoce el nivel educativo
de su padre, pues nunca vivió con él. Aunque actualmente está
trabajando y terminando la preparatoria, afirma que no ingresó

53
de inmediato porque se empezó a juntar con pandillas: “porque de-
dicaba más tiempo a las pandillas y a la escuela iba no más para
que no me dijeran algo en la casa o no sé” (Informante 15). En el
siguiente fragmento de entrevista con este mismo informante se
sintetizan varios de los señalamientos expuestos aquí, y algunos
que aparecerán más adelante: el espacio escolar como lugar de en-
cuentro de pandillas, la gestación de otras nuevas y la relación en-
tre pandillerismo y abandono escolar.
ENTREVISTADOR: ¿Y en esa escuela había otros grupos de pan-
dillas también?
ENTREVISTADO: Sí, rivales.
ENTREVISTADOR: ¿Y cómo era la (convivencia)?
ENTREVISTADO: Pues a veces. Hubo una época en que recién em-
pezó la secundaria, a cada rato se peleaban. Yo no, yo casi no. Con
los que me juntaba ellos a cada rato se peleaban. (Yo) primero podía
pasar por todos lados, pero miraba como se peleaban a cada rato.
ENTREVISTADOR: ¿Cómo fue que te empezaste a meter? ¿Con
quién te juntabas?
ENTREVISTADO: De primero, cuando estaba… según Los Bañados
antes.
ENTREVISTADOR: ¿Pero esos eran de la Diez o de La Unidad?
ENTREVISTADO: No, de La Unidad. No, en la Diez nunca me junté
con nadie. A partir de los quince años empecé ya con… directa-
mente con meterme a una pandilla.
ENTREVISTADOR: ¿Fue cuándo saliste de la secundaria más o menos?
ENTREVISTADO: Sí, más o menos, cuando salí de la secundaria,
(…) más o menos salía de la secundaria.
ENTREVISTADOR: ¿Y eran Los Bañados?
ENTREVISTADO: No, ahí ya formamos Los Panchitos. Que hoy
existen, hoy en día.
ENTREVISTADOR: Okey, de todos esos amigos con los que estuvis-
te en la secundaria y con los que hiciste Los Bañados, ¿eso lo hiciste
en la secundaria?
ENTREVISTADO: Eso fue sobrenombre más o menos, pero no está-
bamos tan sacados así como ahorita. Nada más era un sobrenombre,
hasta que de repente ‘no, pues que Panchitos, Panchitos’.
ENTREVISTADOR: Y de esos amigos con lo que estabas en la es-
cuela ¿cuántos la abandonaron?
ENTREVISTADO: La mayoría.

54
i parte: violencia social

También la psicóloga del área de Prevención del Delito se refiere


al poder de atracción de las pandillas hacia los jóvenes estudian-
tes, cuando afirma que “un joven que está en la secundaria, por
ejemplo, (y) que vea las pandillas afuera de la escuela, que se in-
volucre con estas pandillas. Pues obviamente lo van separando de
ir a clases, le van sembrando otras ideas” (Informante 12); muy
similar a la visión que ofrece el coordinador de la Secundaria 79:
“a veces se empiezan a juntar con muchachitos, con diferentes
pandillas, y ya mejor no entran (a la escuela)”, (Informante 16).
Además de la relación entre deserción escolar e ingreso en
pandillas, debemos prestar especial atención a la escuela como
lugar de obligada convivencia de pandilleros, rivales o no (Infor-
mante 13). A este respecto, el trabajador social de la Secundaria
79 percibe que el espacio escolar y sus normas son respetadas
en una especie de tregua momentánea por los integrantes de las
diversas pandillas que allí confluyen: “ellos (los pandilleros) se
plantean que la secundaria es un punto neutro. Y nosotros esta-
mos también, dando ese mensaje de que aquí todos son iguales,
que no hay diferencias, que no importa que sean de una colonia
o de otra. Tratamos de enviar ese mensaje a los muchachos para
que todos puedan convivir sin ningún problema”. (Informante 9).
Esta visión, posiblemente condicionada por la función del entre-
vistado, contradice la de la directora de la secundaria, quien ex-
plica los conflictos que provoca la presencia de jóvenes pertene-
cientes a pandillas, situaciones que expresan diversas formas de
violencia (bullying, cutting, entre otras):
Sí tenemos las pandillas. Nos generan unas situaciones aquí de con-
flictos, porque si eres de pandilla tal ya no puedes participar en la
pandilla tal. Eso es en cuanto a lo social, por eso hay niños que eso
lo utilizan para amenazar a los demás, aunque no pertenezcan a
pandillas. Como quien dice ‘pues te hostigo porque como yo soy de
pandilla para que me tengas miedo’. Entonces todos esos entornos
se llevan en el aspecto… no sé si lo social. Otros (problemas) pues lo
que por ahí (es) de orden psicológico, porque hay niños que practi-
can el cutting a sus compañeros. Aquí el bullying está muy relacio-
nado con esto: ‘que yo soy de una pandilla tal entonces tengo que
hostigarte a ti’, ese es el modo de lidiar, o ‘tengo que extorsionarte
o sacarte dinero’. (Informante 11).

55
Llama la atención de la anterior cita cómo los niños en la escuela
utilizan la fama y el miedo a las pandillas para defenderse o para
atacar a otros compañeros. Esta estrategia para la interacción so-
cial también la señala alguien que vivió la experiencia desde el otro
lado, el lado del estudiante. En este caso se refiere a cómo los niños
“juegan” con la idea de pertenecer a una u otra banda y las peli-
grosas consecuencias de este “juego”. Estas consecuencias pueden
suponer una agresión por parte de la banda a la que el niño dice per-
tenecer, la agresión de alguna banda rival o que el juego se convierta
en realidad y que el niño entre a formar parte de una pandilla:
Ahorita los jóvenes en la secundaria empiezan ‘¿qué?, que yo soy de
estos y soy del otro’. Y las secundarias no le ponen un alto. Empie-
zan a ver el logotipo nomás por vivir, por decir, en una plaza. ‘Ah,
pues yo soy de los Nerds’. Tú no sabes qué consecuencias vas a tener
por decir que eres de los Nerds. Pues ellos por creerse, ya si ven las
consecuencias, pues ‘¿qué más hago?’ Ahora te tienes que atorar. Sí,
ahora soy. Porque quieren crear fama, por eso empieza la rebeldía.
(Informante 15).
Y es que cada vez que el menor sale de la escuela tiene que en-
frentar un mundo marcado por una violencia que los muros esco-
lares solo consiguen atenuar y controlar a través de la constante
vigilancia de la comunidad educativa (maestros, trabajador so-
cial, directora y prefectos). Sobre el papel para la reducción de
las expresiones de violencia en el entorno escolar y en el espacio
inmediato que circunda a la escuela, nos expone el trabajador so-
cial de la secundaria su percepción:
En el turno de la mañana hemos visto que los jóvenes tienen pena,
pena a arreglar sus problemas a través de la provocación, a través de
la intimidación; desde que me incorporé aquí, al turno de la mañana,
notamos que había cierto tipo de situaciones que incluían violen-
cia… la cual ha bajado drásticamente, pero como estamos rodeados,
la escuela está rodeada, este sector está rodeado de pandillas, pues
los jóvenes aprenden este tipo de forma para manejarse. Cuando yo
llegué, en la salida siempre había peleas afuera (de la institución).
Se esperaban para arreglar sus diferencias a la salida. Nosotros nos
percatábamos de quienes eran los jóvenes y nosotros intervenía-
mos y como que en el momento hicimos mucho hincapié en eso, y
yo veía que esto estaba pasando más frecuentemente, veía que casi

56
i parte: violencia social

diario a la salida había un inconveniente de ese tipo y ahora final-


mente empezó a bajar mucho, y de hecho ya llegamos hasta el punto
en el que en el turno de la mañana son ya muy esporádicas ese tipo
de situaciones. (Informante 9).
Respecto a la acción de la escuela y de otras instituciones a las
que canalizan los casos que no pueden atender de forma directa,
para evitar la violencia, también se refirió el coordinador de la
secundaria:
La institución siempre está al pendiente, porque al final de cuentas
los problemas de afuera repercuten aquí en la escuela. Siempre caen
aquí. (Hay) como cinco o seis pandillas, que los Blanquitos, que los
Nerds, que quien sabe qué… y claro que los muchachos viven en esas
áreas donde están esas pandillas, y repercuten en la escuela. Los
pleitos son allá afuera, pero pues al último aquí ellos conviven. Bue-
no, últimamente hemos tenido un poquito más de personal, porque
antes no teníamos trabajador social y ahorita ya tenemos, y si no
pues lo que hacemos es canalizar en alguna de las instituciones de
gobierno o de la misma Secretaría de Educación para que vengan y
les den apoyo o mandarlos. (Informante 16).
A pesar de los esfuerzos institucionales para acabar con las expre-
siones de violencia juvenil en la colonia, lo cierto es que más allá del
ámbito de influencia de la escuela los problemas continúan. Un ejem-
plo de esta persistencia lo encontramos en el conflicto que les causa
a muchos jóvenes pandilleros ir a la escuela por el mero hecho de
tener que atravesar territorios dominados por bandas rivales. En este
sentido, identificamos una relación, de nuevo, entre pandillerismo
y abandono escolar en el caso que nos exponen desde Prevención
del Delito: “muchos de esos Cuadra Loca ya desertaron de la escuela,
entonces algunos ya no están estudiando, algunos todavía estudian.
Pero de que sí, sí les causa conflicto ir a la escuela. Tienen que ro-
dear por acá con la mamá para que… (no les ataquen)”, (Informante
13). En este mismo sentido, el informante 6 consolida este dato cuan-
do explica que “los padres, dentro de algunas entrevistas, reportan
mucha inseguridad, reportan muchas situaciones donde sus hijos no
pueden pasar por la situación de pandillas de ciertas cuadras”.
Esta situación se solapa con otros factores que condicionan
la problemática social de La Unidad. Por ejemplo, en la siguiente

57
narración nos describen eventos de violencia grupal mucho más
cruda, que se dan cuando desaparecen las instituciones. Aquí el
problema del aislamiento geográfico de la colonia, al que ya nos
hemos referido, se traduce en un retraso en la aparición de las
fuerzas públicas de seguridad, las cuales no pueden impedir el
recrudecimiento de los pleitos entre jóvenes pandilleros.
Entre alumnos la problemática de la escuela está clavada en medio
de cinco o seis pandillas, a los cuales ellos pertenecen. Sí hay mu-
chos pleitos, sí hay mucho bullying dentro de la institución. Enton-
ces, nosotros estamos al pendiente para evitarlo y los hemos evita-
do mucho, al máximo, pero de repente se nos han escapado. Pero
a veces nada más salen, nomás pisan así la puerta (y) empiezan los
pleitos. Nosotros siempre estamos pidiendo el apoyo a Seguridad
Pública municipal para que estén unas patrullas ahí afuera y eso
los detiene, pero nada más se van y le digo, empiezan los pleitos,
empiezan a agarrarse a pedradas. Yo a veces he venido los sábados,
porque pues don Francisco trae así unos proyectos de trabajo, sobre
todo en deporte, y vengo ¡y no!, he visto pleitos bien, bien feos, per-
siguiendo unos con otros con cuchillos, machetes y eso en el día, a
las diez, once de la mañana, dos, tres de la tarde. Ya en la tarde no
me he quedado. Yo me quedo así nada más a las dos de la tarde. Sí
y a veces estamos adentro y andan afuera agarrándose a pedradas,
con machetes y cuchillos. Sí, se pone feo, se pone fea la situación.
Le hemos hablado a seguridad (y) a veces viene, a veces mandan de
otras comisiones. No sé, se tardan en llegar. Cuando llegan, pues ya
se acabó el pleito. (Informante 16).
En suma, lejos de pretender establecer una relación unidireccional
entre abandono escolar y pandillerismo, es claro que nos encontra-
mos ante una problemática multifactorial. Factores como la violencia
familiar o el consumo de drogas, entre otros muchos, deberán
analizarse con detenimiento en los próximos capítulos. Respecto
a los dos factores señalados, el informante que vivió el fenómeno
de las pandillas desde dentro nos explica que:
(La violencia familiar) les baja la moral. No, ‘pos estudio, ¿pero pos
qué beneficio?’. En ese momento no se ven en el futuro, en ese mo-
mento piensan en el problema que están viviendo en casa y el pro-
blema que van a enfrentar. Entonces ellos buscan una salida, dicen
‘no, pos si voy a la prepa, de perdido estoy como… allá se están pe-

58
i parte: violencia social

leando en la casa y mi mamá me dice cosas, mejor me voy a la pre-


pa y ni voy, me hago menso allá, me hago la perra5 y mi mamá va a
pensar que estoy en la escuela’. Entonces ellos se desafanan, por un
momento, pero en ese momento empiezan a caer en otro ritmo, otro
tipo de amistad, de drogas, pandillerismo, y al último te sales, y ahí
mismo te empiezas a juntar. Yo pienso que si va a haber violencia,
que si los papás se van a pelear que se encierren en un cuarto o que
lo hagan sin que estén sus hijos. (Informante 15).

5 Expresión local equivalente a irse de pinta, es decir, informar de que vas a ir a la escuela
pero no entrar.

59
3. DINÁMICAS SOCIALES EN LOS ESPACIOS
PÚBLICOS DE LA UNIDAD

3.1. Dinámicas de interacción social en el espacio público


Como suele suceder en las colonias populares, los límites entre el
espacio privado y el público, entre la casa y la calle, son mucho
más difusos que en zonas residenciales de clases sociales media y
alta. La apertura a la vida social en la calle es favorecida por estrate-
gias de supervivencia económica como la de establecer pequeños
negocios informales en la propia vivienda; recordemos que en
La Unidad encontramos “tienditas en cada esquina” (Informan-
te 8). Este imperio del comercio informal conlleva unas relacio-
nes familiares en constante interacción con los vecinos/clientes,
interacción que implica tanto la aparición de conflictos como la
consolidación de identidades grupales.
Si nos centramos en la consecuencia última de la proposición
que se refiere a la existencia tanto de conflictos como de vínculos
identitarios entre vecinos, debemos considerar que esta relación
dicotómica y contradictoria ha sido, en cierta medida, refrenda-
da a través de las dos preguntas de la encuesta que realizamos
sobre la percepción que tienen sobre sus vecinos. Consideramos
que esta tensión dicotómica en la percepción del vecindario (por
un lado solidario y respetuoso, pero por otro conflictivo y egoís-
ta) queda reflejada con bastante precisión en lo equilibrado de los
resultados que nos arroja la encuesta respecto a estos cuestiona-
mientos (equilibrio que se decanta ligeramente hacia la percep-
ción positiva y cohesionadora): 36.2 por ciento de los encuestados
consideran a sus vecinos muy o bastante respetuosos; 35.7 por
ciento solidarios, 29.8 por ciento muy o bastante conflictivos y
24.1 por ciento muy o bastante egoístas.
Unido a un estilo de vida familiar “callejero” y “de puertas
abiertas”, aparecen la costumbre de la vida familiar noctámbula y

60
i parte: violencia social

el descontrol muy generalizado de las acciones de los jóvenes y


adolescentes integrantes de estas familias. Así lo expone nuestra
informante número 4:
Para mí que está bien mal, porque las mamás permiten también esto.
Ellas están despiertas hasta las tres, cuatro de la mañana. Entonces
para ellas es muy normal que sus hijos anden hasta las tres, cuatro
de la mañana. Entonces al siguiente día los muchachos no tienen
ganas ni de salir a estudiar, ni de salir a trabajar, porque no duer-
men. Entonces en la mañana las mamás se levantan muy tarde, en-
tonces eso es un… No, no, no, como que la vida no es normal.
Esta normalización de lo noctámbulo, que dificulta una regulariza-
ción de la vida en torno a la escuela o un trabajo formal y rutinario,
se ve agravado por el elevado consumo de bebidas alcohólicas que
aumenta los fines de semana, en especial los domingos, cuando se
dispara también la ociosidad. Así lo explica nuestro informante del
Centro de Atención Primaria en Adicciones (CAPA): “los domingos
es el día que podrían estar más en la comunidad, pero pues andan
haciendo otras cosas; hay un alto consumo de alcohol, eso me que-
da claro. Ellos no saben el consumo moderado”. (Informante 6).
En nuestra encuesta encontramos indicios que nos orientan a
la confirmación de una situación generalizada en jóvenes y ado-
lescentes. Nos referimos al elevado porcentaje de ellos que pasan
en la calle con sus amigos, dos, tres o más horas los días entre
semana. Otro dato que nos habla de una situación generalizada
de incomunicación con los padres, lo que se traduce al final en
descontrol sobre los hijos, es la respuesta obtenida referente a las
actividades que estos realizan en el hogar. Así, vemos que predo-
minaron claramente las personas que mencionaron actividades
que implican cierto grado de aislamiento respecto a sus padres:
uso de redes sociales (mencionado 6 por 39.4 por ciento de los
encuestados), escuchar música (31.3 por ciento), ver televisión
(15.8 por ciento) y uso de videojuegos (15.5 por ciento).
Respecto al consumo de bebidas alcohólicas como agravante
de la situación de descontrol, a pesar de que no tenemos datos
directos sobre ellos entre los encuestados, disponemos de uno

6 Son menciones en una pregunta de respuesta múltiple, motivo por el que la suma de res-
puestas es superior al cien por ciento.

61
que nos puede aproximar a una idea de este consumo, o por lo
menos a personas que beben: la pregunta acerca de si les parece
que tomar alcohol hace que las cosas sean más divertidas. En este
sentido, el dato que tenemos nos empuja a aceptar como válida
la asociación entre consumo de bebidas alcohólicas y descon-
trol de actividades callejeras: mientras que solo 5 por ciento de
los encuestados que afirmaron no salir de casa casi nunca, consi-
deran que consumir bebidas alcohólicas es algo divertido, este
porcentaje se triplica (15.6 por ciento) cuando responden aque-
llos que afirmaron estar regularmente en la calle entre semana
más de tres horas diarias.
Respecto al género de los jóvenes consumidores de bebidas
alcohólicas, nuestro informante 6 afirma que entre los pacientes
adolescentes que atiende CAPA predomina el género masculino
(en CAPA tienen un programa de adolescentes para los usuarios
entre 12 y 17 años). En este sentido, el único dato que tenemos
de la encuesta para contrastar esta información es el que nos
aporta la pregunta que se refiere a la percepción del consumo
de alcohol como algo divertido. Si aceptamos que las respues-
tas nos arrojan un dato aproximado sobre el consumo real, no
hemos encontrado un grado mayor de aceptación y gusto por el
consumo de alcohol entre hombres **que entre mujeres. Así, de
entre los que estuvieron de acuerdo, parcial o totalmente, con
la idea de que tomar alcohol es divertido 43.8 por ciento fueron
hombres.
Si ampliamos el análisis atendiendo a la variable género y
las actitudes mostradas hacia el problema de los estupefacientes
en general, en la tabla 5 vemos que las respuestas dadas a todos
los planteamientos referidos a esto se distribuyen con regula-
ridad entre hombres y mujeres. Las diferencias más marcadas,
dentro del tono general de equilibrio, se presentan en el gusto
por el alcohol, mayor en el caso de las mujeres por 12.4 puntos
porcentuales, y por la marihuana, mayor entre los hombres por
15.1 puntos porcentuales.

62
i parte: violencia social

tabla 5. relación entre género y actitudes hacia el problema


de los estupefacientes

No No estoy Estoy
Estoy No
estoy de de acuerdo de
de estoy de Estoy de
acuerdo con que “el acuer-
acuer- acuerdo acuerdo
con que consumo do en
do en con que en que
“Muchos de drogas que “se
que “muchos “el con-
proble- duras puede
“tomar proble- sumo de
mas a mi (Thinner, con-
alcohol mas a mi mari-
alrededor cocaína, sumir
hace alrededor huana
se arre- piedra….) drogas
que las se arre- hace que
glarían si es uno duras y
cosas glarían si las cosas
la gente de los llevar
sean la gente sean más
fumara problemas una
más tomara diverti-
menos más graves vida
diverti- menos das”.
marihua- de mi colo- nor-
das”. alcohol”
na” nia.” mal”.

Encues-
tados 43.8% 47.8% 55.1% 47.3% 48.4% 47.5%
varones

Encues-
tadas 56.2% 50.2% 40% 50.7% 50.8% 50.8%
mujeres

Fuente. Elaboración propia.

Respecto a la percepción del consumo de drogas diferenciando


por género, en los grupos de discusión de mujeres fue identifica-
do como uno de los principales problemas de la colonia, junto a
otros asociados, como pandillerismo, robos, asaltos, violencia,
inseguridad y embarazos precoces. En el grupo de la mañana,
además de identificar la marihuana, la piedra y la cocaína como
las más consumidas, mencionan el problema del narcomenudeo:
“venden allí, en una casa de la esquina venden coca” [Grupo de
discusión Mujeres Turno Matutino]. En el caso del grupo ves-
pertino señalan cómo el problema de las drogas genera insegu-
ridad en el espacio público que limita sus salidas de casa por
las noches: “como ya sales en la noche no puedes pasar a gusto
porque ya todos se están drogando” [Grupo de discusión Muje-
res Turno Vespertino].
Es de señalar cómo en los grupos de hombres no se habló de
la situación del consumo y venta de droga en la colonia, más allá
de comentarios jocosos referidos al consumo de los propios par-

63
ticipantes. Una posible explicación es el sentimiento de lealtad
al grupo de referencia, lo que induce a compartir una especie de
pacto de silencio entre los participantes. De hecho, este “pacto”
fue quebrantado y cuestionado por alguna de las participantes
que aseguró ser parte de un amplio grupo de 25 amigos (es decir,
que integra una pandilla). Esta tensión entre las que quieren ha-
blar libremente y las que tratan de hacerlas callar se manifiesta
en el siguiente fragmento del diálogo:
Moderadora: ¿Hay quienes sí se drogan en este grupito?
C: Sí, todos.
E: No todos.
C: Sí.
E: No es cierto, no seas habladora.
Moderadora: O sea, ¿pero no es de que unos estén drogados o te ha-
gan consumir?
C: Ah no. No te obligan a consumir pero sí te ofrecen.
Moderadora: ¿Sí te ofrecen?
C: Sí, pero pues si tú no quieres: ‘no, gracias’; ‘ah, bueno’ y ya (…)
Fuma marihuana casi toda la colonia.
G: Toda la colonia.
Moderador: ¿Y son todos los chavitos o también grandes?
C: Los muchachos de 16 años.
E: Ya cállense.
G: Se drogan mucho.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
En lo que se refiere a las dinámicas de interacción, los jóvenes
que conforman las pandillas de La Unidad suelen reunirse en las
esquinas y en una gran plaza con forma rectangular que atravie-
sa varias calles (en diferentes tramos de esta plaza se reúnen los
Nerds, los Wainos y los Niños Cumbia). No obstante, también
es común que en ciertas casas, adentro o en la entrada, se con-
greguen para consumir alcohol, drogas o, incluso, para vender
drogas al menudeo:
Esta plaza es un sitio de reunión de chavos. Acá arriba también hay
otro sitio de reunión. Son puntos de reunión ahí afuera de casas
o en… A veces en una misma casa se meten ahí, están pues a ve-
ces drogándose o a veces pasando el tiempo de manera ociosa. Sí,
también (el narcomenudeo) es un problema de la colonia. Tenemos

64
i parte: violencia social

reportados algunos puntos de venta. Ahí algunas veces se logra que


los policías los detecten, los detengan, los consignen. Algunas, otras
veces no. Entonces también a veces es un problema de acceso a las
drogas. (Informante 13).
El problema del consumo de drogas entre la población juvenil y su
relación con las fuerzas de seguridad municipales será abordado
con mayor profundidad en el siguiente capítulo. No obstante, ade-
lantamos aquí una cita que se refiere a la relación de estos jóvenes
con la policía (el conocimiento que tienen de ella para evadirla),
así como problemas relacionados con el papel de los padres: 1)
normalización y permisividad con el consumo de bebidas alcohó-
licas; 2) cierto grado de abandono del cuidado de los hijos como
consecuencia de las urgencias económicas de los padres que les
obligan a salir a trabajar durante largas y extemporáneas jornadas
laborales.
Porque aparte los muchachos… y eso ellos lo dicen, más o menos sa-
ben a qué hora pasan los policías, más o menos saben a quién detie-
nen y a quién no. Hay casas donde se juntan, donde no hay adultos.
Sí sé de papás que les dan permiso de tomar, por ejemplo ahí en su
porche, pero, con lo mismo que trabajan los papás, se ocultan en esa
casa porque saben que ahí pueden tomar. Entonces, también está la
parte donde están adentro y pues si pasa la patrulla pues no les va a
decir nada porque están dentro. (Informante 6).
Esta conjunción de elementos: espacio privado confundido con
el público, noctambulismo, falta de control social, alto consumo
de bebidas alcohólicas y drogas, narcomenudeo y ausencias de los
padres como figura de autoridad constituye el perfecto caldo de
cultivo para el brote de eventos de violencia entre jóvenes. Así
lo expone nuestra informante 12, la cual pone el acento sobre la
ausencia de la autoridad paterna como principal detonante de
las riñas juveniles, las cuales terminan repercutiendo en un am-
biente vecinal tenso y marcado por el conflicto y el descontento.
En esta cita también se menciona de manera subyacente el pro-
blema, al que nos referiremos en el siguiente subapartado, de
la lógica del anonimato entre las pandillas, lógica marcada por
el imperio de la identidad colectiva sobre la personal entre los
jóvenes pandilleros.

65
Porque si el padre de familia está todo el día trabajando para traer
un ingreso a casa y está descuidando al hijo, entonces el hijo pues
sale con toda libertad a la calle, a refugiarse con una pandilla y a
cometer delitos. O sea, no tanto robar o un delito así mayor, pero
sí por ejemplo, pelearse entre ellos. Y esto causa daños a los pa-
trimonios de los vecinos, que muchas veces no tienen nada que
ver, ¿verdad? Entonces ahí viene todo el… como que desemboca,
¿no? Porque luego los vecinos están molestos porque, ¿quién les
va a pagar los vidrios de sus vehículos, de su casa? Todas estas
cuestiones… nadie da la cara porque obviamente estos actos los
comete un grupo de jóvenes. O sea, no se puede señalar tal cuál a
uno. Acuden a CODE7 y CODE les dice: ‘es que no puedes levantar
la denuncia en contra de una pandilla, tienes que saber el nombre
y la dirección de la persona que te está causando el daño patrimo-
nial’. (Informante 12).
De las variables mencionadas que son asociadas a eventos de vio-
lencia entre jóvenes contamos con datos de la encuesta que sir-
ven para reforzar o debilitar tres de ellas: falta de control social,
alto consumo de bebidas alcohólicas y drogas y ausencia de los
padres como figura de autoridad. Antes de especificar estos da-
tos, debemos aclarar que para medir la violencia colectiva entre
jóvenes debemos quedarnos, una vez más, en el nivel actitudi-
nal, presuponiendo que los que tienen una actitud favorable ha-
cia este tipo de violencia con mayor probabilidad participarán en
eventos relacionados con esta. Además de centrar nuestro análisis
en aquellos que afirmaron estar de acuerdo, parcial o totalmente,
con la afirmación de que “es normal que los grupos de jóvenes se
peleen, pues siempre hay que defenderse”, también hemos con-
siderado la variable “cantidad de amigos con los que se suelen
reunir en la calle”; pues, como vemos en la Figura 5, hay una cla-
ra correlación positiva entre la cantidad de amigos y la actitud
favorable hacia la violencia grupal juvenil.

7 Centro de Orientación y Denuncia.

66
i parte: violencia social

figura 5. acuerdo con la violencia juvenil en función


del número de amigos

Fuente. Elaboración propia.

En la tabla 6 observamos que la variable “estructura familiar”, con-


traponiendo las familias con presencia de ambos progenitores fren-
te a aquellas en las que están ausentes uno de ellos o los dos, sí es
ligeramente influyente en la percepción positiva hacia el consumo
de bebidas alcohólicas (3.7 puntos porcentuales de diferencia) y de
marihuana (3.8 puntos), hacia la tendencia a integrar grupos juveni-
les (4.4 puntos por encima de los que dicen tener más de 10 amigos)
y hacia la actitud favorable hacia la violencia grupal entre jóvenes
(5.7 puntos). No obstante, esta variable no influye en el tiempo que
pasan en la calle, lo que interpretamos como indicador de la falta de
control sobre las actividades de los jóvenes.8

8 Para tener un indicador lo más objetivo posible del grado de control que los padres ejercen
sobre sus hijos preguntamos en los grupos de discusión que realizamos en la secundaria por
el número de horas que los días entre semana el menor suele estar en las calles de su colonia,
fuera del área de influencia de sus padres sobre sus acciones. En este sentido, pudimos com-
probar cómo muchos de los participantes, tanto hombres como mujeres, ven en su estancia en
la calle una forma de evadir la presión o la imposición de normas por parte de sus padres. Esto
lo apreciamos en los siguientes comentarios, en los que incluso podemos ver cómo el hecho
de no salir de casa es asociado a un comportamiento normativizado y responsable (“soy niña
buena”). También aparece en los fragmentos seleccionados otro problema ya mencionado: el
de los padres ausentes por estar trabajando para cubrir urgencias económicas.
“Yo no salgo (…) Es que soy niña buena”.
“(Prefiero salir) Porque en la casa se la pasan trabajando y pues estoy sola nada más viendo
Bob Esponja”.
“(En casa) nada más, pues me quedo dormida y me despierto y eso es todo lo que hago en
todo el día”.
“(Me gusta más la calle) no sé, porque camino más seguido y me distraigo”.
“Porque yo hago todo lo que yo quiero”.
“Me la paso más a gusto que en mi casa”.
“(Prefiero estar) en la calle porque mi mamá nada más me está molestando ‘ponte a recoger’ y

67
tabla 6. correlaciones entre estructura familiar,
estupefacientes y violencia juvenil
CONSIDE-
CONSI-
PASA MÁS CONSIDE- RA QUE ES
DERA TIENE
DE 2 HO- RA DIVER- NORMAL
DIVERTIDA MÁS DE 10
RAS EN LA TIDO EL QUE LOS
LA MARI- AMIGOS
CALLE ALCOHOL JÓVENES SE
HUANA
PELEEN

Familia
54.7% 7.1% 6.2% 29.2% 23.3%
biparental

Ausencia de
padre y/o 53.5% 10.8% 10% 33.6% 29%
madre

Fuente. Elaboración propia.

Si añadimos a la variable “estructura familiar” la presencia o au-


sencia de la madre en el hogar, por motivos de ocupación laboral,
vemos (tabla 7) que las diferencias con las otras variables consi-
deradas se amplían, principalmente, entre la familia biparental
en la que la mujer es ama de casa (con los valores más bajos) y la
familia monoparental en la que la mujer trabaja (con los valores
más altos): 3.9 puntos respecto a la percepción positiva del consu-
mo de alcohol, 6 puntos en la percepción positiva del consumo de
marihuana, 6.5 puntos en la integración de grupos de amigos de más
de 10 personas y 9.9 puntos en la percepción positiva de la violencia
grupal entre jóvenes.

ya recogí, pero quiere que vuelva a recoger lo que hago. Nada más hago mugrero y quiere
que luego luego vuelva a limpiar. Por eso mejor en la calle, está más chido porque nada
más como quiera”.
“Disfruto estar más en la calle”.
“Porque en la casa te dicen ‘ponte a recoger’, ‘trae esto’, ‘trae el otro’, ‘haz esto’”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
Moderador: ¿A ustedes qué les gusta más? ¿Estar en su casa haciendo lo que les gusta o les
gusta estar en la calle? ¿Qué prefieren?
Varios: En la calle.
Moderador: ¿Hay cosas que pueden hacer en la calle que no pueden hacer en la casa?
H: Sí…
E: Decir dos tres maldiciones.
A: Hablar de las morritas.
C: Cotorrear acá de diferentes maneras.
Moderador: ¿En su casa no se puede?
D: Hablar de cosas que nada más se puede con los amigos.
C: Está la mamá ahí.
D: Pues si estás ahí con la mamá, pues no.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]

68
i parte: violencia social

Los resultados de la comparación entre las familias biparen-


tales con mujer trabajadora y las monoparentales con mujer ama
de casa no son concluyentes, aunque parece que la situación es
más favorable para el segundo caso. En la tabla 7 vemos que los
hogares con la presencia de la madre como ama de casa, aunque
esté ausente el padre, muestran mejores valores que las familias
biparentales con mujer trabajadora en “percepción del consumo
de alcohol”, “integración de grupos de 10 de más amigos” y en “per-
cepción de la violencia grupal entre jóvenes”. Solo en el caso de la
percepción positiva del consumo de marihuana sale beneficiada
la situación de la familia biparental con mujer trabajadora, siendo
además la diferencia con la familia sin padre y madre ama de casa
muy pequeña, de tan solo 0.5 puntos porcentuales.
Confirmando lo anteriormente mencionado, no encontramos
correlación entre la estructura familiar y situación ocupacional
de la madre con el número de horas que los jóvenes pasan en la
calle (la diferencia entre el mayor y el menor valor es tan solo de
2.7 puntos porcentuales).

tabla 7. correlaciones entre estructura familiar,


estupefacientes y violencia juvenil, considerando la presencia
de la madre en el hogar
Considera
Considera Tiene
Pasa más Considera que es nor-
divertida más de
de 2 horas divertido mal que
la mari- 10 ami-
en la calle el alcohol los jóvenes
huana gos
se peleen
Familia biparen-
tal con mujer 54.5% 6.8% 5.6% 28.6% 20.7%
ama de casa
Familia biparen-
tal con mujer 52.5% 7.3% 8.2% 31.1% 27.9%
empleada
Familia sin padre
y con mujer ama 53.8% 10.6% 7.7% 28.8% 26.9%
de casa
Familia sin
Padre y con mu- 51.8% 10.7% 11.6% 35.1% 30.6%
jer empleada

Fuente: Elaboración propia.

69
Por último, en lo que se refiere a la correlación entre el consumo
de bebidas alcohólicas y drogas y la participación en eventos de
violencia entre jóvenes, si cruzamos las respuestas que repre-
sentan actitudes favorables hacia el consumo de estupefacientes
con las que remiten a actitudes favorables hacia la violencia gru-
pal entre jóvenes, la correlación es bastante clara. En la Figura
6 vemos que quienes consideran divertido consumir bebidas al-
cohólicas y fumar marihuana se decantan claramente hacia la
creencia de que es normal que los grupos de jóvenes se peleen.
No podemos afirmar con total seguridad que los que presentan
estas actitudes incurran en las conductas correspondientes (que
consuman alcohol, marihuana y que participen en peleas grupa-
les juveniles), no obstante, consideramos que la probabilidad de
que esta correspondencia entre actitud y conducta se dé es alta.

figura 6. relación entre aceptación de estupefacientes y


aceptación de la violencia juvenil

Fuente: Elaboración propia.

Llegados a este punto de nuestro análisis, es importante subrayar


que no son, ni mucho menos, los jóvenes y adolescentes de La
Unidad el origen del problema social que supone una convivencia
marcada por la violencia y la conflictividad, sino más bien la con-
secuencia y reflejo de un círculo de transmisión de valores entre

70
i parte: violencia social

generaciones. En la siguiente cita nuestro informante comparte


su visión de cómo el alcohol y las celebraciones callejeras gene-
ran entre adultos pendencias que son observadas, normalizadas
y reproducidas por los más jóvenes. Asimismo, señala espacios
de convivencia más allá del hogar que son más susceptibles de
generar riñas, como es el caso del mercado semanal.
Debe de haber ahí muchos problemas entre vecinos por falta, yo
creo, de capacidad, pues es gente que a lo mejor es brava o que es
muy impulsiva, a lo mejor… falta controlar sus impulsos…. (Conflic-
tos porque) tienen el ruido a todo volumen y molesta a los demás y
a lo mejor por eso una breve reunión, una borrachera… y resultan
pleitos entre particulares. Eso lo aprenden los más chicos. Entonces
obviamente los más chicos van creciendo con una conducta distor-
sionada o de violencia. Hay también algo que ha ayudado a desatar
las riñas y es un mercado que se pone por ahí los días miércoles en
las noches, también ese mercado ha detonado riñas. (Informante 13).
Así, no es de extrañar que, incluso en los grupos de discusión com-
puestos por mujeres, el video proyectado que muestra una pelea
grupal entre vecinos no provoque gran impacto, pues para ellas
son situaciones normales, que viven cotidianamente, habiendo
visto situaciones de violencia peores, pues incluyen cuchillos o
botellas. La participante que más impactada se mostró, incluso
relativizó esta impresión al afirmar que el video le producía “mie-
do y risa a la vez, porque lo pateaban bien feo al chavo que está
tirado y risa porque se vieron muy ridículos haciendo maldades.
Se veían muy tontos”, [Grupo de discusión Mujeres Turno Ves-
pertino]. Las reacciones al video en el grupo de mujeres del turno
matutino fueron de unánime condena, pero no de la violencia en
sí, sino del desequilibrio en la pelea:
“Me pareció mal, porque pues está mal, porque eran muchos y nada
más es uno contra uno. Se van aventar un tiro, pues que se la avien-
ten uno contra uno. Así como rounds”.
“Está chido, porque se pelearon uno con uno, y aquí no, puras pe-
dradas, no ni uno”.
“Está bien pero a la vez no, porque pues es que… o sea, está bien
porque pues se agarraron a golpes y no a pedradas, pero está mal
porque… ¿para que se andan peleando?”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]

71
Respecto a la influencia del ambiente vecinal como transmisor y
normalizador de la violencia entre los más jóvenes, a pesar de que
son más los encuestados que han considerado a sus vecinos como
respetuosos, un elevado porcentaje de ellos los percibe como con-
flictivos: 36 por ciento de los encuestados considera muy o bas-
tante respetuosos a sus vecinos, frente al 29.8 por ciento que los
considera muy o bastante conflictivos. Para ver qué tanto esta
percepción se transforma en actitudes favorables a la violencia,
en la tabla 8 comparamos los porcentajes de los que consideran
conflictivos a sus vecinos y los que no lo hacen en lo que se refiere
a los tipos de violencia que les planteamos en la encuesta. Vemos
en esta tabla que la mayor parte de los tipos de violencia plantea-
dos (familiar, de género, grupal-juvenil y violencia en términos
generales) presentan porcentajes superiores en el caso de los que
consideran conflictivos a sus vecinos. No obstante, la diferencia
en los porcentajes no es muy amplia, oscilando entre los 4.6 puntos
(en la violencia juvenil) y los 0.2 (en la violencia en general), lo que
nos lleva a concluir que sí hay un proceso de transmisión o apren-
dizaje de conductas observadas en el ambiente social, pero que su
capacidad de influencia no es tan fuerte como otros factores. Por
último, el hecho de que la violencia institucional ejercida por la po-
licía sea justificada en mayor medida por los que consideran respe-
tuosos a sus vecinos, sugiere cierto alejamiento de las instituciones
que representan la normativización de la sociedad por parte del
sector poblacional que considera conflictivos a sus vecinos.

tabla 8. correlaciones: consideración de la conflictividad


de los vecinos y actitudes ante la violencia
Acepta Acepta Acepta Acepta la
Acepta
violencia violencia violencia violencia
violencia
contra el entre jóve- de los poli- en gene-
contra la
hijo para nes como cías como ral como
mujer
educarlo normal necesaria inevitable
Considera
conflictivos 20.8% 5.6% 29.2% 7.6% 12.8%
a sus vecinos
Considera
respetuosos 17.1% 5.1% 24.6% 8% 12.6%
a sus vecinos
Fuente. Elaboración propia.

72
i parte: violencia social

La conflictividad social que puede caracterizar las dinámicas de


interacción entre vecinos no obsta la existencia de un extendido
sentimiento de solidaridad intragrupal. En este sentido, hemos
visto a través de la encuesta cómo, además de ser más los que con-
sideran respetuosos a sus vecinos, (con una diferencia de 6.2 pun-
tos porcentuales), la diferencia se amplía hasta los 12.6 puntos si
nos fijamos en qué tan solidarios o egoístas piensan que son (35.7
por ciento de los encuestados considera muy o bastante solidarios
a sus vecinos, frente al 23.1 por ciento por ciento que los consi-
dera muy o bastante egoístas). Esto nos habla de una mayoría de
vecinos que se apoyan y que crean tejido social a través de estas
redes de apoyo. Es lógico, entonces, que tengan sentimientos de
autoprotección del nosotros frente a las agresiones externas, como
las que perciben desde las instituciones a través de la actuación
policial. Así, al comparar las respuestas de los que consideran nor-
mal la violencia grupal entre jóvenes y los que consideran normal la
violencia policiaca encontramos una enorme diferencia. Mientras
que 24.6 por ciento de los encuestados están de acuerdo, total o
parcialmente, en que es normal y necesaria la violencia entre gru-
pos de jóvenes, solo 7.8 por ciento creen que la violencia policiaca
sea necesaria para hacer respetar la ley. Es decir, sienten más la so-
lidaridad intragrupal y la necesidad de defensa del grupo de pares,
frente a lo que consideran una agresión externa por parte de las
instituciones. Este sentimiento explicará, en gran medida, lógicas
de interacción como las que vamos a explicar más adelante.
Una percepción negativa sobre la policía fue manifestada en
los cuatro grupos de discusión implementados en la secundaria.
Debe aclararse que la Policía Municipal de Escobedo es colocada
como la cuarta mejor a nivel nacional en percepción de su efecti-
vidad, con un 60.8 por ciento, y como la segunda con mayor con-
fianza, 72.1 por ciento, en la más reciente Encuesta de Seguridad
Pública Urbana (INEGI 2018). Aquí presentamos, sin embargo, la
percepción referida por un sector muy específico de esa pobla-
ción que se distancia de la más extendida, uno de los factores que
justamente imprime a la colonia las particularidades que motiva-
ron este diagnóstico (aquí también debemos considerar un sesgo
metodológico no previsto: para la selección de participantes fue-

73
ron seleccionados por el responsable de la escuela alumnos que
consideran especialmente problemáticos).
Ahora bien, de manera concreta, por ejemplo, en el grupo de
hombres del turno vespertino afirman que la policía siempre llega
tarde a las peleas que se dan entre pandillas (“nomás llegan pre-
guntando qué pasó y se van”). En el siguiente fragmento del diálo-
go se ve cierta contradicción en el sentimiento que provoca en los
participantes de este grupo la existencia de la policía, pues en un
momento reconocen su necesidad, pero en otro se contradicen a sí
mismos por no parecer que están del lado de la autoridad:
Moderador: ¿Ustedes ven que la policía hace un buen trabajo?
B: No
Moderador: Entonces ¿qué pasaría si no hubiera… si no existiera la
policía?, ¿cómo sería?
C: Habría más desmadre
A: No tuvieran nada en la casa de empeño
Moderador: ¿Qué piensan ustedes de los de la poli en general?
B: Que no sirven pa nada
M: Pero ¿no decían que si no estuviera estaría peor?
E: Pues sí, es lo mismo, como si no estuvieran.
[Grupo de discusión Hombres Turno Vespertino]
En el grupo de discusión compuesto por estudiantes varones del
turno matutino critican a los policías porque, según su percep-
ción no cumplen su función cuando son requeridos, actúan en
función de estereotipos y pueden cometer abusos. También ase-
guran que a ellos no les afecta su presencia, que no les “asustan”
(de nuevo, como en el grupo anterior, se establece una rivalidad o
actitud de rebeldía propia de la edad adolescente).
Moderador: Y ustedes ¿qué piensan de la policía?
A: Cuando los ocupas ni están y luego cuando no…. ahí están pase
y pase.
E: Y agarran a las personas que no son.
A: Y a las que tienen que agarrar no.
D: (…) Los ministeriales los pusieron a hacer lagartijas y sentadillas
(a unos chicos de la colonia), nada más pa fregar, pero se pasan.
A: A veces abusan del poder.
C: No preguntan, nada más te ven vestido tumbadillo o algo ‘sobres,
pum…’

74
i parte: violencia social

A: Bueno, ni se ven más bien.


E: Ni asustan (…)
H: Hay polis así que de repente nada más te suben y te dan como
que una vuelta, y te asustan: ‘nombre, no…’
A: ‘Te vamos a llevar’ y quién sabe qué.
H: Enojados, pero es hasta acá y te bajan hasta allá.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
La posición contradictoria que apreciamos en el grupo de la tarde
vuelve a aparecer en el de la mañana. A pesar del posicionamien-
to unánime de crítica y confrontación con la autoridad policial,
expresan también cierta aprobación de sus formas de proceder.
Cuando el moderador encauza a los participantes a ponerse en
el lugar de la policía, incluso terminan justificando el uso de la
fuerza por parte de la misma “en algunos casos”. Es decir, comen-
zaron posicionándose con claridad con una actitud contraria a
la autoridad policial, pero a medida que avanzó el debate fueron
relativizando sus posiciones al respecto.
Moderador: Por ejemplo, tú si fueras poli, ¿por qué le pegarías a
alguien?, ¿por qué te darían ganas de pegarle a alguien?, ¿a ti?
B: ¿A mí? Pues no lo golpearía, le diría qué hizo primero, y ya si me
intenta agredir a mí, pues ya ahí sí usaría la fuerza.
Moderador: Ok. Entonces ¿se justifica el uso de la fuerza en algu-
nos…?
C: En algunas ocasiones.
Moderador: Pero de alguna manera ustedes creen que lo hacen in-
necesariamente.
A: En algunas ocasiones. Hay veces que sí se pasan, que nada más
llegan y en corto vienen y los agarran bien feo sin preguntar.
C: Llegan y luego los tumban.
E: Pegan primero y preguntan después.
Moderador: ¿Así es como ustedes piensan que es la poli?
E: En algunos casos sí.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
Más contundentes fueron las mujeres de ambos grupos de discu-
sión, coincidiendo, por ejemplo, con los hombres en la idea de que
la policía siempre llega tarde (lo que se relaciona con el problema
del aislamiento geográfico de la colonia que señalamos en la pri-
mera parte de este trabajo): “Las patrullas, cuando hay una pelea

75
o hay algo así fuerte, pasan como media hora después” [Grupo de
discusión Mujeres Turno Vespertino]. Asimismo, también seña-
laron otras percepciones negativas sobre la policía:
Moderadora: ¿Qué piensas de la policía?
C: Es muy corrupta.
A: Que bueno, cuando son peleas ni están… allí llegan cuando se aca-
bó todo el problema, y cuando de verdad tienen que estar no pasan,
se quedan parados allí, no hacen nada, no agarran a nadie y cuando
agarran hasta los confunden en las peleas. Entonces haz de cuenta
de que ¿por que tienen ese trabajo si lo van hacer mal?
E: Que no sirven para nada.
D: Que a veces agarran a personas que ni en cuenta y a las que deben
agarrar ni las agarran.
(…)
C: Luego se paran, se llevan a los que se llevan, luego se paran en (…)
donde nadie los vea y los golpean bien feo.
D: Sííí.
Moderadora: ¿Qué opinan de la actuación de la policía?
B: Que son muy malas personas, que hablan bien feo.
D: Que son bien agresivos.
(…)
D: Está mal porque como le digo con la que la deben usar ni la usan
y con otras personas que nada que ver.
G: Está mal. Está mal, (creo) que no deben de usar la violencia… o
sea, que a veces sí, pero a veces no.
F: Estoy en desacuerdo (con la policía), porque son personas que no
piensan en cómo hacer las cosas, son muy violentos y no utilizan la…
lo que realmente deberían de usar cuando uno necesita de su ayuda.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
“No hacen nada”
“Se quedan dormidos”
“Y cuando los necesita no van”
“Hay veces que se disfrazan de policías y realmente no son (…) o sea,
no he visto pero sí me han contado.”
“No sirven para nada”
“Ocupamos más a los pandilleros que a esos; -Ah sí, a veces cuidan
más los pandilleros que ellos”
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]

76
i parte: violencia social

3.2. Poder de atracción de los grupos de referencia y conflictos de roles


Las dinámicas de interacción social son sustentadas y explicadas,
también, por determinada conformación de grupos de referencia
y sus respectivas lealtades. Estos grupos de referencia trascien-
den el más elemental, que es la familia. Así, en la siguiente cita,
expresada por la directora de la Secundaria 79, encontramos un
ejemplo de cómo el sentido de vecindad se convierte en actitudes
de protección y encubrimiento del desviado social ante la pre-
sencia de la policía, representante de una ley y unas instituciones
percibidas como ajenas. Junto a este sentido de solidaridad comu-
nitaria opuesto al imperio de la ley, aparece uno de los aspectos
ya mencionados y que es muy recurrente: la normalización de la
conducta desviada. Es decir, se propone en la comunidad la posi-
bilidad de otra “normalidad”.
Las madres de familia minimizan las situaciones. Lo ven de manera
muy cotidiana ya la violencia. Se hizo algo cotidiano, dentro de su
forma de vivir (…) Todavía hace 18 años lo vivía como si fuera algo
fuerte ¿verdad? pero convivía con él. Y yo creo que ya ahorita hubo
un fruto de lo que se vivió en aquel entonces, porque sí lo veían algo
negativo, pero lo toleraban. Las madres de familia inclusive hasta
lo solapaban. Es decir, a veces pasaban aquí corriendo muchachos
que los venían persiguiendo no solo las pandillas, sino también a veces
los policías y las señoras los escondían, no porque fueran sus hijos; no,
como ‘eres de este colonia, te escondo’. Los protegían. Entonces,
siento como que ahora ya eso ya no es cotidiano, a veces ya ni te di-
cen ‘oye, que en la noche se agarraron aquí’, ‘ah, bueno’, ‘ya, ah, bue-
no’. En las noches agarran aquí a pedradas (…) Y aquí el problema
es eso, que el entorno social, las señoras lo ven como una violencia.
Inclusive hasta lo solapan o lo maquillan. (Informante 11).
En el espacio de la colonia, caracterizado por su aislamiento geo-
gráfico, se consolida una suerte de “identidad de colonia”, lo que
no obsta para que, en base a criterios territoriales y de parentesco,
se consoliden subgrupos vecinales enfrentados, cuya represen-
tación más evidente son las pandillas juveniles. Y es a través del
análisis de la lógica de interacción entre y dentro de las pandillas
como apreciamos con mayor claridad la fuerza de la atracción del
grupo de referencia sobre el individuo. Así, cuando el pandillero
trata de superar esta pertenencia colectiva y realizarse como su-

77
jeto normalizado y fuera del área de influencia del grupo, invaria-
blemente va a encontrar resistencia y mecanismos grupales que
tratarán de retenerlo. Hasta tal punto llega el poder de atracción
del grupo de referencia que en ocasiones el sujeto debe plantearse
la mudanza más allá de la colonia, a pesar del apego que siente por
la misma. Este es el caso del antiguo pandillero que nos narró su
experiencia personal en La Unidad:
Pues antes sí me gustaba mucho (vivir en La Unidad), ahora ya no.
Ya muchos problemas, como tuve mala fama (por colaborar con las
instituciones municipales), ya no me gusta, bueno, ya no me gusta
pa vivir en mi colonia. Ya quisiera otra casa para poder vivir en otro
ambiente y ya con el ambiente que hubo en La Unidad… por los pro-
blemas, ya no se vive igual (…) A lo mejor (sigo teniendo conflicto).
no contra ellos (antiguos compañeros de pandillas) pero a lo mejor
ellos contra mí sí (…) Pues mucha gente ya te empezó agarrar más
coraje, porque como vieron que uno sí puede cambiar (y) ellos se
quedan estancados; ellos lo que quieren es perjudicar a uno para
que caiga y ese es el motivo que uno dice ‘no, pues me evito todo
contacto con ellos para poder rodear y tener algún otro problema
contra’. Porque, pues problemas tuve con ellos, siempre tuve con
ellos problemas. (Informante 15).
Este mismo informante identifica un punto de inflexión en el que
el integrante de la pandilla la suele abandonar: el momento en el
que tiene su propia familia (aunque el poder de influencia y de
atracción del grupo sobre el sujeto se sigue ejerciendo). En este
sentido, llama la atención, en la siguiente cita, la línea de respeto
que existe hacia la vida privada del sujeto (“no se meten mucho
con uno ya en lo personal”), lo que implica que los problemas do-
mésticos, ya sea de violencia familiar o de otra índole, se quedan
en casa, no se comparten con los compañeros de pandilla, a pesar
de la “fraternidad” que les une.
Otros ya se fueron a otras partes a vivir, porque saben que estan-
do ahí ellos nunca los van a dejar. Porque quieren que caigas en la
misma cosa que ellos están. No, ellos no están felices (…) Ya no te
dicen nada si tú te desafanas, pues ellos mismos dicen ‘ya no quiere
pedos’, ‘ya cada quien lo suyo’, por si no se meten mucho con uno
ya en lo personal. Así son las bandas, la mayoría no se meten mu-
cho. Primero te empiezan a decir, ‘cabra, ¿qué?’, de primero, pero ya

78
i parte: violencia social

cuando ellos se dan cuenta (de) que ya tienes familia, ya te dicen


‘ah, pues ya tiene morrillos’. Pero si tú vives en el mismo ambiente,
tú teniendo familia y te regresas, siempre vas a ser de ese círculo
y nunca vas a querer salir. (Los principales motivos por los que se
sale alguien de la pandilla es) por la familia. Sí, por la familia, casi
(siempre) es por la familia. Si ya tienen un hijo o dependiendo de tu
edad. Si tú ya ves que ya tienen 23 o 22 (años) y ya (salirse) depende
de uno, si te quieres salir o no. (Informante 15).
El conflicto de lealtades en el sujeto se hace entonces evidente. El
juego que el sujeto debe aprender a gestionar incluye: a) la tensión
entre las instituciones y la “normalidad” frente a los vecinos-com-
pañeros y la desviación social (percibida como normalidad en el
seno de su grupo de referencia); b) entre la familia y la pandilla; c)
entre la propia pandilla y pandillas rivales. El conflicto de roles,
en consecuencia, es inevitable. En la siguiente cita vemos un ejem-
plo de este conflicto y cómo es resuelto por el sujeto (informante
15), en este caso referido al conflicto que genera tener interacción
y sentimiento de simpatía por un integrante de una banda rival:
ENTREVISTADO: Yo cotorreaba mucho con uno que le decían (cita
apodo) y éramos rivales, pero yo no lo tomaba como rival. Él fue
uno de los principales que me dieron el volteón ese día.
ENTREVISTADOR: Cuando te pusieron el cuatro.9
ENTREVISTADO: Pasamos a un lado de él y en la espalda fue cuan-
do nos llegaron y por delante, ya lo tenían planeado… Si él no quería
problemas, él hubiera dicho, ‘tiren a león,10 güey’. Entonces él tam-
bién quería problemas.
ENTREVISTADOR: Y después de ese evento, ¿ya no volviste a cru-
zártelo?
ENTREVISTADO: No, no, ya no le hablé, no, ya no le hablé (…) Ya
lo tiré a león, porque a la mejor no tanto, pero si hablarle, pero sí es
como decir, yo mismo los puse.
ENTREVISTADOR: Ok… Es como si tú le hablas al (apodo mencio-
nado al principio de la cita).
ENTREVISTADO: Sí, yo mismo les puse, yo mismo… (…) Me voy a
sentir culpable en algún momento porque, uno no sabía ni qué pedo
y luego le hablas a uno que causó daño a dos de tus camaradas… ‘¿Tú

9 “Poner un cuatro” significa tender una trampa.


10 “Tirar a león” significa, más o menos, ignorar al otro, no entrar en conflicto y seguir tu
camino.

79
todavía le hablas?’ (le preguntan). Pues dices ‘no, ¿qué pedo?’. No
rencor, no le tienes rencor, pero ya lo haces como una persona que
no conoces, una persona ya fuera de tu mundo, que si lo ves dices:
ya no existe para ti.
Dos ideas subyacentes encontramos en la anterior narración. En
primer lugar, la importancia decisiva de la confianza en “el otro”.
Parece que en el seno de la propia pandilla es en el único lugar don-
de el sujeto puede encontrar un espacio de confianza que reduzca
la ansiedad, la tensión y la incertidumbre que produce conceptua-
lizar al otro como un permanente enemigo. La segunda idea que
extraemos de la cita es la gran dificultad (o imposibilidad) de es-
tablecer una convivencia armónica y funcional con aquellos que
fueron catalogados como “enemigos”, de tal modo que el mejor
de los escenarios posibles es aquel en el que se respeta al otro
ignorando su existencia y asumiendo que nunca formará parte
del propio mundo social (literalmente, “una persona ya fuera de tu
mundo”). Esta idea de la exclusión del propio mundo social como
solución positiva (pues la alternativa es la confrontación violenta
constante), vuelve a aparecer en otro momento de la entrevista a
nuestro informante, aunque esta vez referido a la relación grupal
entre pandillas, no entre individuos concretos.
(Se acaban los conflictos entre dos pandillas) porque ya los empie-
zan a tirar a león, ya como que ya no los hacen en su mundo ni ellos
tampoco. Te los topas y no te dicen nada tampoco y ya (…) Ya das
a entender que no quieres nada. Igual si te los topas tú, si ellos te
topan, porque así es, tú primero y luego ellos te van a topar y tú
los tiras a león, ellos después te van a tirar a león, empiezan a cal-
marse, te empiezan a tirar a león. Así empiezan, ya duran dos, tres
meses a león… que cuatro (meses): ya te los empiezas a topar como
si nada. (Después de esta etapa en la que te topas al antiguo rival
“como si nada”) A lo mejor no cae (el encuentro) tanto en su barrio,
pero se empiezan a topar en otras partes, un trabajo o equis cosa
(y ahí) empiezan a cotorrear más. Sí, porque ya vives que… ya em-
pezó una falla, una paz ya permanente de que no… pues ya, ni los
haces en tu mundo ni te hacen en tu mundo y ya, ya los empiezas a
ignorar. (Informante 15).
En el fragmento anterior también aparecía el espacio laboral, fuera
del área de influencia de la colonia, como posibilitador de una in-

80
i parte: violencia social

teracción social normalizada (“empiezan a cotorrear más”). Esta


idea se profundiza en otro momento de la entrevista, en el que se
narra la coincidencia en el trabajo o en momentos festivos entre
líderes de bandas rivales, y cómo la convivencia permite que se
dé una relación de reconocimiento (“un saludo de cabeza de que
(…) de que (…) estás enterado”) y de respeto, aunque sin llegar a
la amistad.
Sí (me he encontrado líderes de otras bandas en el trabajo). Ahorita
sí, un líder… y fíjate que me cotorreo muy bien con él, con madre y
a pesar (de) que teníamos problemas. Pero esa como que… no tan
a pecho como los de ahora. Por decir, en esa época yo tenía fallas
con ellos y una vez nos topamos en la Esperanza, por Valle Verde…
por Los Saltos, allá una colonia… Había una fiesta de una iglesia.
Fuimos a esa yo y una novia que tenía por ahí. Y él tenía una novia
que también vivía por ahí, pero no sabíamos. Ni él sabe ni yo sabía.
Nos topamos en esa feria y nos vimos y nada más. Lo único que
hicimos es como un saludo de cabeza: ‘¿qué onda?’, ‘¿qué onda? (…)
De que pues estás enterado, yo también estoy enterado. Pero nada
más un movimiento de cabeza de que… un sí dando (a) entender
‘qué onda’. Pero no nos hicimos daño. Sí (ese encuentro influyó en
que no hubiese conflicto entre ellos en La Unidad), si porque como
era un líder, porque yo respetaba a ese güey, también tira pues ‘qué
onda’ y él también me conocía de que yo también era uno de los
chidos, porque éramos varios y pues te lo topas y es que no te dice
nada y tú tampoco le dices nada, pues cada quien en su rollo. Él se
divirtió, yo también me divertí y luego te lo topas en otra banda ‘eh
¿qué onda?, quiero hacer la paz’. Pues le vas a aceptar la paz, porque
viste que no te traicionó, ni te hizo nada, sabiendo que es uno de los
chidos. (Y) con ellos hicimos paz. (Informante 15).
Veamos, para cerrar este subapartado, una última narración de
nuestro informante. La cita es un tanto extensa, pero creemos
que merece ser transcrita en toda su amplitud, pues a través de
ella identificamos a los diversos y antagónicos actores sociales
con los que tiene que interactuar el sujeto que logra escapar del
poder de atracción de la pandilla y de la desviación social para ser
institucionalizado e incorporado plenamente a una vida norma-
lizada. Concretamente, en la narración apreciamos cómo el pro-
tagonista tiene que afrontar y tratar de conjugar el modo en que

81
es percibido por: integrantes de su antigua pandilla, miembros
de pandillas rivales, padres de pandilleros, vecinas (seguramente
agraviadas en el pasado) y policías que ahora son sus compañeros
de trabajo. Lo que leemos tras esos rumores y habladurías acerca
de sus acciones es un intento del colectivo de recuperar al ele-
mento perdido por el cuerpo social, proceso de autodefensa en el
que se juega con un factor clave: la fama.
Un martes que venía a trabajar (al municipio), vi una pelea ahí en-
tre los mismos… bueno, de la diferente banda de los Cuadra Loca
con dos de los Panchos y yo iba a agarrar el camión y me crucé en
frente para agarrar la (ruta) 316 que pasa en Libramiento, porque ya
se me andaba haciendo tarde y se empezaron a pelear y uno me la
engruesó ¿verdad?, me la hizo de pedo. Pero yo lo ignoré, lo ignoré
porque ya no me puedo… ya, en pocas palabras, uno ya no quiere
problemas. Me la hizo de bronca (y) lo ignoré. Pasó el camión y lo
agarré y empezaron a levantar falsos, la misma persona que me
la hizo de bronca, me empezó a levantar falsos. Paró una patrulla
(y) empezó a decir que yo andaba y que yo lo andaba… después de
20 minutos que yo estaba aquí él decía que apenas ahorita. De pri-
mero sí (me afectó), porque estaba por radio y pues está el general
y varios policías a veces no creen en ti y otros sí. Así que tú estás
entre la espada y la pared y… al señor lo hicieron venir y el señor no
sabía que era yo. Él decía que (menciona su nombre) y como yo soy
(menciona su nombre), él decía que (menciona su nombre) era (…)
No sabía que era yo y lo bueno que estaban todos. Y cuando llegó el
señor yo lo entrevisté, porque él dijo es que hay uno de Prevención
(del delito) que anda en pandillas y yo entonces yo ya tenía la idea,
porque ya había escuchado por radio, todos teníamos la idea y ya lo
empecé a entrevistar: ‘¿cuál es su nombre?’, los datos generales… Lo
empecé a entrevistar y dijo que (menciona su nombre) andaba y le
pregunté ‘¿(menciona su nombre) que le hizo?’, ‘no, quería pescar a
mi hijo y que lo quería encerrar y luego me fue a hacer daño en mi
casa’ y luego le pregunto yo ‘¿cuántas veces usted ha visto a (men-
ciona su nombre) en los pleitos?’; ‘No… el sábado también lo vi en la
noche, lo he visto varias veces’; ‘¿Ah, usted ha visto varias veces a
(menciona su nombre)?’ y dice ‘sí, yo lo he visto varias veces’. ‘Ah,
ok, ¿pero usted que pide en contra de (menciona su nombre)?’; ‘no,
pues lo que es, que me pague y que pague lo que me esté causando’
y yo le dije, ‘ah, ok, está bien, y ¿usted vio a (menciona su nombre)

82
i parte: violencia social

que andaba en este momento en esta riña?’; ‘sí, yo lo vi’ (…) ‘Ah, en-
tonces… pero ¿si usted sí vio a (menciona su nombre)?’; ‘sí lo vi’; ‘ah,
bueno, ahorita le vamos a traer a todos los chavos que trabajan aquí
y ahorita me identifica quién es (menciona su nombre)’, pero yo
era (…) y él no sabía que yo era. Y dice ‘sí, yo te digo quién es (men-
ciona su nombre)’. ‘Ah, bueno, porque en este momento le vamos a
mandar hablar, porque usted está poniendo una queja, entonces se
va a meter su demanda porque usted está viéndolo y usted vio que
le quebró… le hizo unos daños e iba a pescar a su hijo, pues tiene
todo su derecho, ¿sí?’; ‘sí’… y luego le digo… y ‘le voy a dar una infor-
mación… la persona que usted está nombrando soy yo’ y se quedó
frío. Y entonces me dice ‘no, no, discúlpame. Estaba mintiendo’. Le
digo ‘es que usted me está perjudicando en mi trabajo señor’. Y no
es la primera vez. Ya van varias señoras que también dicen, dicen
y gracias a ellos muchos policías se ponen en contra… de que uno
también anda. Y no es cierto y ya el señor me pidió disculpas… pues
yo se las tengo que aceptar . Nada más tú te pones a pensar y em-
piezas a decir: ‘hay tantas personas que quieren hacerte daño y no
te das cuenta, hasta que tú mismo teniendo la persona… ya te das…
te imaginas cuántas personas no habrá así (…) (Es) uno de muchos
y él mismo dijo que varias señoras también dijeron que dijera mi
nombre. (Informante 15).

3.3. Sobre la fama y los liderazgos informales


El problema de los rumores, de cómo es percibido el joven y, en
definitiva, de su fama, ya ha sido mencionado al explicar cómo
ciertos estudiantes de secundaria juegan con la idea de pertene-
cer a una banda para imponer respeto en sus compañeros, juego
que en muchas ocasiones puede acabar resultando peligroso por
sus consecuencias (agresiones, represiones o que el juego se haga
realidad). La fama, creada para responder a ciertas expectativas
sociales de los más cercanos grupos de referencia, se convierte en
numerosas ocasiones en la red en la que queda atrapado el adoles-
cente. Así, se cumple la premisa básica de la teoría de la profecía
autocumplida, pues llega el momento en el que el joven se resigna
a la forma en la que es percibido y decide actuar en consecuen-
cia. Este proceso sigue siendo ejemplificado con el testimonio de
nuestro informante 15:

83
Se quieren meter en problemas y ya cuando les dices ‘ponte al tiro
güey, porque no creas que el problema te va a quedar un día’. Hay
una frase que dice ‘crea fama y échate a dormir’, pero esa fama ellos
muchos dicen ‘no, pos ya tengo fama, ya no puedo hacer nada’. No,
lo que te da a entender es que aunque tú no andes, tú vas a tener pro-
blemas, porque van a decir que tú fuiste. Dice (el refrán), ‘échate a
dormir’. Lo que te da a entender es que aunque tú no andes, tú vas a
tener problemas. Pero ellos no lo ven de esa manera, ellos piensan
que crea fama, haz el desmadre y tú namás miras. (Informante 15).
La otra cara de la moneda de la fama creada es la percepción positi-
va que el joven recibe por parte de sus pares, lo cual puede llevarle
incluso a una posición de liderazgo. Tal es el caso de nuestro infor-
mante, quien lideró durante años una de las pandillas más fuertes
de la colonia. En el siguiente fragmento de la entrevista, en el que
narra cómo comenzó a ganarse esa posición, aparece una idea inte-
resante respecto a su interiorización de la situación y del modo en
el que es percibido: la superación interna de la imagen proyectada
(“sabías que no es verdad lo que ellos dicen”) y la relativización de
la fama y del liderazgo que conlleva (“no lo tomaba muy en serio”).
Así, el admirado líder se caracteriza como alguien consciente de su
propia debilidad y de la necesidad de gestionar psicológicamente el
miedo generado en situaciones de extrema tensión.
Ya te empiezan a respetar y tú te das cuenta cuando ya te empie-
zan… así, como que le llaman la barba. Ya te empiezan ‘ah, que chido
acá’, ‘que tú, este morro que quiere…’. (Lo de ser líder) no lo toma-
ba muy en serio, pero tú te dabas cuenta porque siempre decían ‘el
(menciona su nombre)’, ‘el (menciona su nombre)’, ‘el (menciona
su nombre)’ y ya. Pero tú lo ignorabas, porque tú en realidad sabías
que no es la verdad lo que ellos dicen… porque hay un momento
que también tenemos miedo. Porque tú no sabes que va a pasar en un
riña. Puedes perder o puedes ganar, o una pedrada te puede pegar
en un ojo o equis cosa. Eso es lo que no miden ellos. Piensan que a
mero adelante en la riña, porque andábamos adelante y no andá-
bamos, porque queríamos andar, sino que teníamos miedo de que
si pescaban a uno de nosotros ¿qué íbamos a hacer? Entrábamos a
la riña con miedo. Si estábamos violentos, sí, pero con un miedo...
(Creo que todos tienen miedo, porque) si uno tiene miedo, todos de-
ben de tener miedo, aunque tengas mucho tiempo en riñas. En riñas
sabes que en las pedradas te va a tocar una y todos tienen miedo.

84
i parte: violencia social

Ninguno que diga ‘ah yo soy chingón’, ‘yo mero adelante’… sí vas a
andar adelante, pero tiene un miedo. Y no siempre es verdad del
que dice ‘yo mero me la fleto’. No es cierto, porque el que habla más
es el que menos actúa y el más callado, que siempre dice es el que
más actúa. Y nosotros éramos así, callados. Nosotros decíamos ‘es
puro pedo lo que dicen’. Lo negábamos. (Informante 15).
La percepción del líder y la actitud de respeto hacia él van más
allá de la relación con los compañeros de pandilla. En este senti-
do, nuestro informante también se refería a cómo era percibido
tanto por las nuevas generaciones de su antigua pandilla como
por miembros de pandillas rivales. El cambio generacional apa-
rece aquí marcado por la tensión entre los antiguos y los nuevos
pandilleros, pero indudablemente condicionado por el valor del
respeto al considerado fuerte y del peso de la fama (que imagi-
namos puede desembocar en la constitución de leyendas). Este
mismo respeto al fuerte también determina la interacción del lí-
der con pandillas rivales (rivales en lo territorial, pero, al fin y al
cabo, sostenidas por los mismos valores).
Empezaron a entrar nuevos (en su pandilla) y empezaron a usar otra
estrategia y ya tú los empezaste a ignorar, a ignorar. Si te conocían,
de que hablaban de ti, ‘ah, ese güey era gacho’ o así… Pero ya nada
más hablaban. Ya nada más queda tu fama y empiezan a hablar de ti
y ya tú ya empiezas a ignorarlos, ya sin darle importancia a las cosas
(…) ‘Ah, ¿cómo va a ser ese güey uno de los chidos?, no lo puedo
creer, si se ve que está muy menso’ o así ‘ah güey, pues se ve que ni
tira’; eso es lo que me imagino que pensaban (los nuevos pandilleros
de mi) (…) (Aunque) sí te respetaban, porque sí hay un respeto como
‘oye güey, calmado, no te estés braveando’ (…) La mayoría de ahí (de
otras pandillas) también ante mí… sí me respetaban (…) ‘Ah, este
bato no, pues si tira güey’, ‘sí, se ve que sí tira’, no, ‘pues él tira y yo
también y como nos toque…’. Pero tú sí lo respetabas, no de respeto
de que ‘ah, ¿qué onda?’, no de que ‘yo sé cómo es y a lo mejor si me va
a dar un tiro’. Es una forma de tener un respeto de que yo sé que tú
fuiste culero, pues no también fue y pues cada quien su cotorreo. ‘Te
respeto, me respeto y cada quien su vida’. (Informante 15).
Consideramos que es relevante analizar y dar a conocer estas di-
námicas intragrupales, pues la energía colectiva que alimenta las
acciones de las pandillas juveniles puede ser reciclada y canaliza-

85
da hacia la intervención social constructiva. De nada sirve satani-
zar un fenómeno tan extendido como necesario, asentado princi-
palmente sobre la búsqueda adolescente de identidad social en un
contexto y unas circunstancias que limitan sus opciones vitales al
mínimo exponente. Así, creemos que la comprensión de los pro-
cesos de liderazgo informal, así como la identificación de los valores
que subyacen a las lógicas grupales se debe convertir en tarea inelu-
dible para el planteamiento de acciones y políticas públicas orien-
tadas a la inserción social de estos jóvenes. Por ejemplo, se pueden
empezar a construir propuestas de intervención social a partir del
desarrollo de valores arraigados en la lógica de la pandilla, tales
como el compañerismo, la solidaridad, la lealtad, la capacidad de
sacrificio o la valentía (o bien la capacidad para la superación del
miedo sin caer en la parálisis). Estos coinciden plenamente con va-
lores centrales de la cultura militar, motivo por el que las iniciati-
vas que Prevención Social lleva a cabo para la inserción social de
estos jóvenes a través de la conformación de grupos deportivos
con disciplina de tipo militar están teniendo notable éxito.
En la siguiente cita, donde el informante explica la prepara-
ción intelectual de las confrontaciones con bandas rivales, apa-
recen otros valores que sustentan un liderazgo pandilleril y son
también muy apreciados en el mundo castrense. Se refieren a la
capacidad para la toma de iniciativas o a la capacidad de planifi-
cación y de elaborar estrategias que conduzcan a acciones colec-
tivas exitosas. Se crea así el liderazgo carismático, la confianza
en que la guía de un líder determinado garantiza que en el asalto
o en la defensa se minimice el daño en el propio grupo.
Te empezabas a pelear, a aventar tiros con otros y la empiezas…
Por decir, estrategias. Empiezas a analizar cómo entrar un barrio,
poderles partir su madre y salir sin que nos hagan tanto daño a no-
sotros (…) Tenía mis planes y decía… no, pues me ponía a pensar
‘no, pues si vamos a reventar pues tenemos que entrar de este lado,
porque este lado no se puede’. ‘Nomás que hay que siempre estar
mantenidos de firmes. De que ‘para delante, para adelante’ y si se
regresa uno, si… no sé, si se queda uno, hasta que se regresen todos
teníamos que salir. Y así era, así empezamos. Ya todos (decían) ‘so-
bres’ u otro tenía otra idea (y yo decía) ‘no, pues vamos a integrar-
lo… no pasa nada’. Pero antes de reventar planeábamos (…) A veces

86
i parte: violencia social

nuestras ideas no estaban tan bien y ya te decían ‘pero si lo hacemos


de esta manera, ¿qué te parece?’, ‘no, sí’ y ya ahí íbamos y nos re-
ventábamos (…) Empiezan a verte que tú te avientas. ‘No, pues este
bato no se aferra’, ‘no, pues esta bato es chingón’, ‘mira este bato,
mira güey, pues entramos de este lado y nadie nos tocó’ y así ya em-
piezan… No como verte, como que ‘ah, este güey conoce más o no
sé…’, ‘este güey tiene algo… que algo dice y algo mejor’, ‘sí es cierto,
porque también ese día del voltión yo ya había visto tres’. Entonces
yo les dije ‘no vamos a pasar por ahí güey. No, que porque no se
puede pasar’, ‘órale güey’ y yo regresé a dos de mis hermanos, por-
que también jugaban en el mismo equipo. Los regresé, entonces los
regresé, pero les dice uno ‘no, chingue su madre, que pinche no sale
frente’, ‘mira güey, si le quieres dar frente vamos a sacar la vuelta
güey, ahí los vamos a tener enfrente, ahí los vas a poder pescar, si
les das de frente no vas a poder pescar a nadie güey’. Pero algo me
olía mal, algo yo sabía que por algo estaban ahí ellos… Estaban en
la orilla y yo cuando hacia eso yo me ponía en la orilla. Yo pescaba
así a los contrarios. Le llamábamos ‘a la cacería’… ‘vamos a cazar
esos putos’… Íbamos tres o cuatro, en eso íbamos tres o cuatro y nos
íbamos por las orillas… por las banquetas. Y ya nos ponemos en un
lugar donde era pasadera, donde sabíamos que a fuerzas tenía que
pasar uno y nos quedamos en la esquina estancados. Podíamos du-
rar diez, quince minutos, pero ya teníamos un poco de información
de que por ahí pasaba ese que íbamos a pescar… un decir, al (cita
apodo) … ‘(cita apodo) pasa a esta horas’, ‘¿a qué horas?, ‘no, diez,
once…’, ‘no, pues cacería’. Porque ese güey ya había correteado dos,
tres batos de nosotros. Entonces ‘vamos a ponerle una cacería’… En-
tonces ¿que hicimos nosotros?, nos fuimos por la orilla y él venía en
una bici y le hicimos el cuatro. (Informante 15).
Pero no todos los valores subyacentes a las dinámicas sociales pro-
pias de las pandillas consideradas apuntan en la dirección de los
valores castrenses. Por ejemplo, el principio de autoridad del líder
informal de la pandilla no coincide con el de la jerarquía militar.
En estas pandillas el liderazgo se caracteriza por una mayor hori-
zontalidad, tanto en términos de responsabilidad como en lo re-
ferido a la toma de decisiones colectivas. En palabras de nuestro
informante: “el líder no tiene ninguna responsabilidad de nada.
Ni decir ‘eh güey, madrea ese bato’. No porque te van a decir ‘ah,
chinga, pues madréalo tú güey’”. (Informante 15).

87
Otros liderazgos, más allá del mundo de las pandillas, que las
instituciones pueden aprovechar, y de hecho lo hacen, son los que
desarrollan ciertos actores sociales (ya adultos) caracterizados por
su sensibilidad social e iniciativa para dinamizar un cambio social
hacia la normalización. Algunos de estos actores han sido ya cap-
tados por instancias municipales para el desarrollo de programas
públicos, con la inmensa ventaja que supone el conocimiento que
tienen de la colonia “desde dentro”. Tal es el caso de dos de nuestros
informantes (números 1 y 2), vecinos destacados por su labor co-
munitaria por propia iniciativa (aparte, nuestro informante 13 se-
ñalaba, por ejemplo, un vecino “que tiene un negocio, en una esqui-
na, es como una dulcería, tienda de abarrotes. Aparte, arriba, tiene
un gimnasio. A él le gusta ayudar” o a los jueces de barrio).
En este sentido, nuestro informante 2 se refiere a la existencia de
ciertas estructuras organizativas, más o menos formales, de vecinos
con capacidad de influencia, lo cual resulta muy pertinente para la
movilización de conciudadanos y su participación en las iniciativas
institucionales para el mejoramiento de los problemas de desviación
que caracterizan la vida en la colonia. Por otra parte, nuestro infor-
mante se presenta a sí mismo como canal de comunicación con ca-
pacidad para mediar entre la representación municipal, en este caso,
Prevención del Delito, y las pandillas, a través de sus líderes.
En cada cuadra, nosotros tenemos una persona. Por ejemplo, en cada
sector, nosotros tenemos aquí dos personas que en dado momento…
tenemos jueces que tienen ese poder de convocatoria. Porque se han
elegido esos perfiles, gente que en dado momento tenga influencia con
otros, que mueva más gente (…) Sí porque no podemos poner gente que
sea conflictiva, claro hay sus excepciones, hay uno o dos que no cum-
plen con ese perfil, pero la mayoría de la gente está ahí. Yo te conozco
a cada uno de los líderes de las pandillas y como nos hemos ganado
el respeto de siempre (…) Por ejemplo, si llega (menciona el nombre
de pila del director de Prevención del Delito)… les dice y le dicen que
sí, pero no le dicen cómo. ¿Sí me entendiste? Porque ya no por el mal
trabajo que haya hecho (menciona el nombre de pila del director de
Prevención del delito), sino porque el trabajo anterior, así se hizo ‘pro-
metiste y no cumpliste’. Yo fui el primero que hizo un convenio de paz,
aquí, en Escobedo y ¿sabes por qué nunca ha resultado? Porque no se
les dio seguimiento, no se le metió. (Informante 2).

88
i parte: violencia social

4. FACTORES DE CONFLICTO, DELITO


Y DESVIACIÓN SOCIAL

En el anterior capítulo realizamos un esfuerzo para tratar de des-


entrañar la lógica que marcan las dinámicas de interacción social
en el espacio público de La Unidad, prestando especial atención a
la principal manifestación de una serie de problemas sociales en
esta colonia: las pandillas. Tras conocer cómo transcurre la coti-
dianidad de los vecinos desde el plano de su normalidad, ahora
nos proponemos profundizar en los principales factores explica-
tivos de las conductas que trascienden los límites de la legalidad
(y su mutua relación). Fueron muy diversos los posibles factores
constitutivos de la problemática social de La Unidad mencionados
durante las entrevistas por nuestros informantes, aunque hubo al-
gunos más repetidos. A pesar de que no se ofreció una visión clara
de la compleja interrelación entre estos factores, sobre cuáles son
detonantes y cuáles sus consecuencias, trataremos de recuperar
los fragmentos más plausibles para reconstruir, en lo posible, una
explicación holística de la situación de los habitantes de la colonia
y su relación con la legalidad. Yendo más allá de los dos grandes
factores que ya hemos identificado y analizado en el capítulo 2 (el
educativo y el laboral), tratemos de explicar ahora cómo esos fac-
tores se interrelacionan, partiendo de las explicaciones parciales
de los informantes y contrastándolas con los resultados del traba-
jo de campo en la Secundaria 79. Con ello ofrecemos, finalmente,
una visión global y omnicomprensiva de la esencial problemática
social que marca la cotidianidad de los habitantes de La Unidad.

4.1. Espacios físicos, aislamiento de la colonia y precariedad de la vivienda


Recuperemos brevemente los problemas que suponen, como ya
expusimos en el primer capítulo, cuestiones relativas al aislamiento

89
geográfico y a una generalizada inseguridad pública. La relación en-
tre estas dos variables es señalada por nuestro informante 6, quien
menciona cómo el alejamiento de la colonia hace que ante cual-
quier emergencia los servicios públicos, ya sean bomberos, policía
o ambulancias, tarden mucho en llegar. No obstante, en esta misma
cita vemos cómo sí hay presencia de las instituciones, con progra-
mas como el que se implementó para que las fachadas de las casas
se viesen bien pintadas. En este sentido, la percepción, de este y
otros informantes, es que las condiciones materiales y estéticas de
la colonia son relativamente buenas, no destacando situaciones de
infravivienda, sino que los vecinos cuidan y arreglan bien sus casas.
Otras colonias están más feas, feas en daños, en la pintura, desarre-
gladas, gente que no cuida su casa y no, a mí me parece que las se-
ñoras de La Unidad cuidan sus casas. De hecho hace como unos dos
años en alguna ocasión escuché también una junta del municipio
un programa que traen a donde llegaban y te pintaban la fachada de
tu casa. Entonces esas cosas pues están muy padres y creo que esas
cosas funcionan. No me parece que sea una colonia descuidada. O
sea, que ahí el ambiente está muy feo, pero sí me parece que por la
ubicación geográfica que tienen. Como están hasta el final, cerca
del río, cerca del libramiento, eso hace que como de alguna forma
esté como aislada. Entonces, por ejemplo, si (hay) una emergencia,
los bomberos tardan en llegar, la policía tarda en llegar, la ambulan-
cia tarda en llegar. Entonces esa parte es la que yo creo… bueno, las
calles están igual de feas que en el centro de la ciudad de Monterrey.
Ahí sí, eso es generalizado, pero creo que es una colonia en la que se
podrían hacer muchas cosas con la gente. (Informante 6).
Tanto la anterior informante como el que sigue señalan que los es-
pacios públicos tienen un nivel aceptable, lo que no obsta la exis-
tencia ya mencionada de lugares abandonados o no urbanizados
propicios para la comisión de delitos como el narcomenudeo. En
lo que se refiere al problema de la inseguridad, el informante 8 sub-
raya el problema de la percepción del riesgo que, a su modo de
ver, genera cierta psicosis colectiva.
Temas de seguridad, que tienen que ver con temas de prevención
(…) Nos sigue pegando el tema de percepción: aunque no haya algún
delito, la gente se sigue sintiendo insegura dentro de La Unidad:
“que pasan carros enfrente de mi casa”; “sí señora, pasan carros

90
i parte: violencia social

porque es una calle”; “es que se me quedó viendo”... Principalmente


seguridad. Y hay unos temas pendientes con servicios públicos: ya
se hizo recarpeteo de una avenida que estaba en malas condiciones
y fue una inversión en esta administración. Con recarpeteo, que era
de las cosas que más le pedían a la alcaldesa. (Informante 8).
Regresando del espacio público al espacio privado del hogar, el
problema del hacinamiento en la colonia ha sido señalado por va-
rios informantes. Por ejemplo, el informante 6 reportaba la detec-
ción de situaciones de hacinamiento entre sus usuarios, afirman-
do que “los padres, dentro de algunas entrevistas (…) reportan
que tienen pues algunas situaciones de hacinamiento, o sea, son
familias muy numerosas, familias compuestas”. Asimismo, el in-
formante 17 refiere la existencia en la colonia de “micro-viviendas
de 40 metros cuadrados”. Reforzando esta percepción, en la tabla
3 del primer capítulo pudimos comprobar cómo el promedio de
ocupantes por cuarto en viviendas particulares habitadas en La
Unidad representa más del doble del promedio municipal (1.4 fren-
te a 0.6); asimismo, ya reportamos el alto índice de hacinamiento
detectado a través de la encuesta realizada en la Secundaria 79.

4.2. Desintegración familiar, embarazos adolescentes y ausencia de va-


lores hegemónicos
El lugar común en el que convergen la mayor parte de los discur-
sos de los entrevistados respecto a la causa central de la proble-
mática social en La Unidad es en los procesos de desintegración,
desestructuración y/o recomposición familiar. Independiente-
mente de la veracidad de esta afirmación, es importante conocer
lo asentadas que están ciertas explicaciones de la realidad entre
quienes están encargados de modificarla a partir de las funciones
institucionales que les han sido designadas. Por ejemplo, plantea-
da como una situación generalizada, la directora de la Secundaria
se refería a cómo las familias disfuncionales o recompuestas deri-
van con frecuencia en problemas de violencia intrafamiliar.
(Los alumnos) tienen un entorno social raro (…) Mientras en unos
hay violencia, en otros no son sus papás, en otros… la señora, nos
comentaba que su esposo se había ido con un hombre y que esto
le afectaba también a los niños (…) Casi la mayoría son familias o

91
disfuncionales o que son ya de segundo matrimonio o gente así.
‘No, es que no es su papá. Este es hijo de mi anterior matrimonio’ o
viven con las abuelitas. ‘¿Y su mamá dónde está?’, ‘no, pues es que
ella se fue a trabajar a otro lugar y me dejó los niños, pero ella me
manda dinero’, ‘¿y usted se hace cargo?’, ‘sí’. O ‘se fue a vivir con
otro’, equis y ‘me dejó aquí a los niños’. Entonces, ya escuchas esas
cosas, esos entornos. O si no la violencia, que a veces se vive tam-
bién entre las mismas parejas que vienen aquí y la reflejan. ‘No, es
que si usted supiera cómo me trata’; ‘por eso señora’, entonces ¿qué
es lo que va usted a hacer?’ ¿No?, no hacen nada. O sea sí, entre la pa-
reja ya lo ven (la violencia) como algo muy normal. (Informante 11).
Respecto a la generalidad de esta situación de desestructuración
familiar, según los datos obtenidos en la encuesta, detectamos que
19.9 por ciento de los estudiantes del turno vespertino viven solo
con su madre, el 4.5 por ciento solo con su padre, 7.1 por ciento sin
ninguno de los dos y 10.8 por ciento con la madrastra o el padras-
tro. En el turno matutino descienden todos los porcentajes de es-
tas situaciones familiares alternativas: 13.1 por ciento viven solo
con su madre, 1.1 por ciento solo con su padre, 5.2 por ciento sin
ninguno de los dos y 5.6 por ciento con la madrastra o el padrastro.
Por otra parte, según los resultados de esta encuesta, la propo-
sición de que la desestructuración familiar suele ir acompañada
de violencia intrafamiliar debe ser relativizada. Si nos centramos
específicamente en la violencia de género, entendida como una
faceta de la familiar, en el universo que estamos estudiando sí hay
una mayor aceptación de la violencia del hombre hacia su esposa
entre los que viven sin el padre, sin la madre o sin ninguno de
los dos, siempre dentro de valores relativamente muy bajos, pues,
este tipo de violencia es el que más rechazo generó entre los en-
cuestados. Concretamente, frente a 4.4 por ciento de los encues-
tados que viven con una familia biparental que considera acep-
table este tipo de violencia, el porcentaje asciende hasta 6.8 por
ciento entre los que viven sin la madre, el padre o los dos. Relati-
vizamos la proposición porque cuando nos fijamos en otra faceta
de la violencia familiar, la que ejercen los padres sobre los hijos, el
resultado de la comparación se invierte. Así, ahora serán los que
viven con familia biparental los que se muestran más tolerantes
respecto a la violencia ejercida sobre los hijos como método de

92
i parte: violencia social

educación (17.7 por ciento están de acuerdo total o parcialmente),


que en el caso de los que viven si la madre, el padre o los dos (15.5
por ciento aprueban este tipo de violencia).
Por otra parte, la relación entre estas dos variables: desestruc-
turación familiar y violencia intrafamiliar, no fue planteada de
un modo generalizado por nuestros informantes (de hecho, la in-
formante 11 fue la única que la mencionó). Mucho más recurrente
fue el establecimiento de la correlación de esta desestructuración
familiar con los problemas educativos (bajo nivel de los padres y
abandono escolar) y laborales (urgencias económicas que obligan
a trabajar al padre y a la madre o al trabajo infantil). Por ejemplo,
nuestro informante 16 nos ofrece una propuesta explicativa que
aúna estos tres elementos: abandono escolar, necesidad económi-
ca que obliga a trabajar y descomposición familiar.
Hay un cierto porcentaje de alumnos que deja la escuela, por dife-
rentes situaciones (…) Muchos de los muchachos que se han ido es
porque prefieren trabajar. O sea, la prioridad para ellos es trabajar,
y más cuando el papá y la mamá lo mandó a que desempeñen una
cierta actividad laboral. Entonces empiezan a ganar dinero y pues
prefieren trabajar para apoyar a la familia, sobre todo, a lo mejor,
(a) la mamá (que) está sola. O a lo mejor viven con los tíos o con la
abuelita y la abuelita pues va a decir ‘pues cómo te mantengo’, ‘no,
ni modo, salte de la escuela y ponte a trabajar’ Entonces, a veces,
hay muchachos que le dan prioridad al trabajo. (Informante 16).
En otro momento de la entrevista, esta persona introduce la va-
riable referida al origen de los estudiantes, aunque inmediata-
mente la replantea por no considerar la inmigración como una
circunstancia muy extendida (a pesar de que hemos podido
comprobar empíricamente que sí es recurrente entre la población
de la colonia); de tal forma que será la emigración por exigencias
económicas de los padres de los estudiantes el factor explicativo
subrayado en este análisis.
Hay alumnos que (…) migran de otras partes, de los municipios o del
estado, pero la mayoría son de aquí. Lo que sucede es que como que
hay mucha desintegración familiar. Muchos de los muchachos, o sea,
las señoritas que están aquí viven con la abuelita o viven con el papá
o viven con la mamá o con la madrastra (…) a lo mejor viven hasta a
veces con la tía, el tío… (…) Porque ellos (los padres) se van a otras

93
partes y aquí dejan al vecino como tutor, pues a lo mejor los estas po-
niendo en un riesgo muy alto, por si les llega a hacer algo (…) Y pues
eso, eso es obvio que nos traen muchos problemas (…) Porque los
muchachos al momento de estar desintegrados del núcleo familiar
es obvio que vienen con muchas problemáticas, y esas problemáti-
cas externas influyen para su formación como alumnos (…) A veces te
pones a platicar con ellos y aquí, en confianza, te empiezan a decir
‘no, pues es que mi mamá, mi papá…’ y luego ‘mi mamá trabaja en las
noches y mi papá no trabaja’ o ‘no está mi papá’… Te platican muchas
cosas. Pero sí hay… digo, ustedes han de saber que la desintegración
familiar está fuerte en estas áreas. (Informante 16).
Para dar respuesta empírica a la hipótesis de nuestro informan-
te respecto al problema del abandono escolar, dado que la pobla-
ción a la que aplicamos la encuesta se compone por estudiantes de
secundaria en activo, no tenemos datos sobre deserción escolar
consumada. No obstante, en esta encuesta identificamos varios
indicadores de posibles futuros abandonos. Concretamente, he-
mos diferenciado los siguientes: la realización de tareas como una
de las actividades más frecuentes que desarrollan en el hogar, tanto
en soledad como cuando están con sus padres, los que mencio-
naron que estudian porque les gusta hacerlo y los que lo hacen
porque sus parientes les obligan. En la tabla 9 vemos que la mayor
parte de los indicadores seleccionados favorecen a los que viven
en familia biparental (5.6 puntos más para realización de tareas,
3.2 para realización de tareas con los padres y 2.9 puntos por de-
bajo los que estudian porque les obligan en su casa). Solo mues-
tran valores más positivos los que viven sin el padre y/o la madre
en el gusto que muestran por estudiar (1.6 puntos por encima).

tabla 9. correlaciones entre estructura familiar e indicadores


de posible deserción escolar
HACE HACE TAREAS ESTUDIA ESTUDIA
TAREAS EN CON SUS PORQUE LE POR QUE LE
CASA SOLO PADRES GUSTA OBLIGAN
Familia biparental 41.1% 19.1% 4.8% 4.8%
Ausencia de padre
35.5% 15.9% 6.4% 7.7%
y/o madre

Fuente. Elaboración propia.

94
i parte: violencia social

Si nos fijamos en los deseos de desarrollo educativo, en la figura 7


vemos que también los que forman parte de una familia biparen-
tal aspiran a alcanzar mayores cotas. Mientras que 68.6 por ciento
por ciento de los que viven sin padre y/o madre quieren estudios
de profesional o de posgrado, este porcentaje asciende hasta 76.3
entre los que provienen de familias biparentales.

figura 7. relación entre estructura familiar y grado educativo


que quiere alcanzar


Fuente. Elaboración propia.

En lo que se refiere a expectativas en función de su valoración


de la realidad que les ha tocado vivir, lógicamente los valo-
res de los niveles de estudios superiores (profesional y posgra-
do) descienden y los de los niveles inmediatos al que se está
cursando (secundaria y preparatoria) ascienden. No obstante,
siguen siendo mayores los porcentajes de los estudiantes de fa-
milia biparental que creen que lograrán culminar sus estudios
de profesional o de posgrado (60.9 por ciento frente a 54.6 por
ciento).

95
figura 8. relación entre estructura familiar y grado
educativo que cree que alcanzará

Fuente. Elaboración propia.

Por todo lo anterior, consideramos razonable proyectar una menor


probabilidad de abandono educativo entre quienes están viviendo
con familia biparental. Por otra parte, no queda clara la asociación
establecida entre urgencias económicas y desestructuración fami-
liar. Esto último no puede ser corroborado con los datos que dis-
ponemos y, en todo caso, encontramos una mayor preocupación
por estas urgencias económicas entre los estudiantes de familia
biparental (Figura 9). Entre los estudiantes de familia sin padre
y/o madre son más, proporcionalmente hablando, los que piensan
que tendrían que abandonar sus estudios de secundaria por mo-
tivaciones personales, como el deseo de tener autonomía econó-
mica o su deseo de libertad.

96
i parte: violencia social

figura 9. relación entre estructura familiar y motivo para


abandonar la secundaria

Fuente. Elaboración propia.

Un último dato que nos refuerza en esta posición es el hecho de


que 86.3 por ciento de los encuestados de familia biparental di-
cen estudiar “por tener un mejor futuro”, 5.8 puntos porcentuales
por encima de los que viven en familias sin padre y/o madre, lo
cual interpretamos como un mayor grado de conciencia acerca de
los estudios como medio de superación de una situación de cierta
precariedad económica.
Respecto a posibles explicaciones de la desmotivación del estu-
diante que conduce al abandono escolar, la directora de la Secun-
daria observa que la principal causa viene dada por el hecho de
que el estudiante no cuente con el apoyo de los padres (informante
11). En la encuesta que aplicamos, el apoyo de los padres lo con-
sideramos a partir de los que afirmaron hacer tareas con ellos.
Esta variable independiente la correlacionamos con los indicado-
res de posible abandono escolar “realización de tareas”, “gusto por
el estudio” y “estudio por obligación”. En la tabla 10 vemos que
aquellos que dicen hacer tareas con sus padres presentan valores
en los tres indicadores muy favorables para la proyección de un
desarrollo educativo: 15.5 puntos porcentuales de diferencia para

97
la realización de tareas en casa por cuenta propia; 1.9 puntos por
encima respecto al gusto por estudiar; 3.2 puntos por debajo los
que dicen estudiar porque les obligan.

tabla 10. correlaciones entre encuestados que dicen hacer tareas


con sus padres y otros indicadores de posible deserción escolar

HACE TAREAS ESTUDIA PORQUE ESTUDIA POR QUE
EN CASA SOLO LE GUSTA LE OBLIGAN
Hace tareas con
53.1% 6.8% 2.8%
sus padres
No hace tareas
37.6% 4.9% 6%
con sus padres

Fuente. Elaboración propia.

Adentrándonos en el problema del plano educativo, pero en este


caso en lo que se refiere al nivel de escolarización alcanzado por
los padres y, en definitiva, su capital cultural, unido nuevamente
al problema de la falta de recursos económicos, el trabajador so-
cial de la Secundaria asienta aquí uno de los obstáculos más im-
portantes para la disminución de los índices de abandono escolar:
“Una buena proporción de padres de familia tienen muchas ganas
de que sus hijos salgan adelante, pero no tienen los recursos sufi-
cientes, tanto económicos como educativos, para encauzarlos. Y
son los padres con los que generalmente trato y con los que tienen
hijos con ciertos problemas aquí en la escuela” (Informante 9). En
la misma línea discursiva, la directora de la escuela incide en el
bajo nivel educativo de los padres, la falta de expectativas educa-
tivas para los hijos, las dificultades económicas de la familia, todo
ello junto con la percepción de una creciente conciencia entre es-
tos padres de la importancia de facilitar que sus hijos alcancen
niveles educativos superiores a los que ellos llegaron.
Será un porcentaje mínimo el que (los padres) son profesionistas.
Casi la mayoría tienen nada más secundaria, primaria… si acaso
prepa. Y estamos hablando de que ya es bastantito… su visión aquí
de los niños es ‘no, pues voy a llegar a la prepa’. Porque hasta eso los
papás ahora ya consideran como que sí es necesaria la prepa. Pero
hay algunos como que dicen ‘bueno, pues ya hasta la secundaria

98
i parte: violencia social

está bien’ ¿verdad? Algunas (veces) sí veo como que hay algunos pa-
pás que dicen ‘sí le voy a dar hasta la prepa’. Pero si su nivel econó-
mico no… a veces no da para ese siguiente brinquito que quisieran
ofrecerles a sus niños ¿verdad? (Informante 11).
Contrastemos los resultados de la encuesta con la idea que relaciona
la baja escolaridad de los padres con el abandono escolar de los hi-
jos. En la Figura 10 apreciamos la distribución del nivel educativo
de los padres de los encuestados, tomando en cuenta el máximo gra-
do de estudios obtenido por alguno de los dos, o por los dos, cuando
este grado coincide. Vemos que la mayor parte (48 por ciento) tiene
uno o dos padres que alcanzaron la secundaria, seguidos (34 por
ciento) de el o los que obtuvieron preparatoria. La presencia de pa-
dres con primaria como máximo grado de estudios alcanzado o con
profesional son mucho menores (5 por ciento con primaria y 9 por
ciento con profesional), mientras que los que no tienen estudios o
los que tienen estudios de posgrado son residuales.

figura 10. máximo grado de estudios de los padres del


encuestado

Fuente. Elaboración propia.

Atendiendo a los grados educativos con porcentajes significativos


(por lo que obviamos los hogares con estudios de posgrado y los
que no tienen estudios), en la tabla 11 comparamos los valores que
hemos estado considerando como indicadores de posible abandono.
Respecto a la realización de tareas en soledad vemos que es nota-

99
blemente superior en el caso de los hogares donde hay por lo me-
nos un progenitor con preparatoria o estudios profesionales, con
más de 6 puntos por encima de los que cuentan como máximo
con primaria o secundaria. El dato referido al apoyo de los padres
para la realización de tareas no es tan concluyente, pues vemos
que, después de los que cuentan con un mayor capital educativo,
son los padres sin secundaria los que más ayudan a sus hijos. Res-
pecto al gusto por el estudio tampoco hay una tendencia clara en
función del nivel de estudios de los padres, pero sí en el caso de los
que están estudiando por obligación: parece que cuanto menor es
el capital educativo mayor debe ser el esfuerzo de los padres para
convencer a sus hijos de que deben concluir sus estudios.

tabla 11. correlaciones entre máximo grado educativo de los


padres e indicadores de posible deserción escolar
HACE HACE TA- ESTUDIA ESTUDIA
TAREAS EN REAS CON PORQUE LE POR QUE LE
CASA SOLO SUS PADRES GUSTA OBLIGAN
Primaria 36.7% 20.4% 8.2% 14.3%
Secundaria 37% 17.8% 5.2% 6.2%
Preparatoria 43.2% 17.6% 4% 3.4%
Profesional 43.2% 22.7% 6.8% 3.4%
Fuente. Elaboración propia.

En lo que se refiere al deseo de educación por parte de los encues-


tados, en la Figura 11 hay que subrayar varias observaciones: el
nivel de los que quieren estudiar únicamente la secundaria está
marcado por una brecha importante entre los que tienen padres
con primaria o secundaria como máximo y los que tienen padres
con preparatoria o profesional; igualmente, el primer grupo (pri-
maria y secundaria) tiene más deseo de estudiar hasta la prepa-
ratoria que el segundo (preparatoria y profesional), mientras que
este segundo grupo destaca por su deseo de llegar a estudiar un
posgrado (en torno a 10 y 16 puntos porcentuales por encima del
primer grupo). En el caso del deseo de obtener un grado univer-
sitario los porcentajes se equilibran e incluso son significativa-
mente superiores en el caso de los que tienen padres con primaria

100
i parte: violencia social

como máximo grado académico (casi un 45 por ciento de los en-


cuestados con uno o dos padres con primaria como máximo quie-
ren culminar una licenciatura o ingeniería).

figura 11. grado educativo que se desea alcanzar en función


del máximo grado educativo de los padres

Fuente. Elaboración propia.

Pero en la figura anterior hablamos de deseos, no de expectativas.


El panorama de las expectativas en función del máximo nivel de
estudios alcanzado por uno o por los dos padres nos lo ofrece la
siguiente figura, un panorama resultado de la contraposición de
los deseos con los obstáculos reales percibidos por el encuestado.
Aquí es donde con mayor claridad se aprecia lo determinante que
resulta el nivel académico de los padres de los estudiantes. Si nos
fijamos en los extremos de los grados educativos que creen que
alcanzarán, vemos que el porcentaje de los que creen que se que-
darán en secundaria va progresivamente descendiendo a medida
que asciende el nivel educativo de los padres (excepto por el pe-
queño diferencial de 0.6 puntos superior en el caso de profesional
frente a preparatoria); en el caso de los estudios de posgrado esta
tendencia es inequívoca: cuando mayor es el nivel educativo de los
padres mayor es la expectativa de concluir realmente un posgra-
do. En el caso de preparatoria como grado educativo esperado el

101
porcentaje es superior entre los hijos con padres con primaria o
secundaria, mientras que los que creen que lograrán una carrera
profesional son proporcionalmente más los que tienen padres con
un nivel máximo de preparatoria o de profesional.

figura 12. expectativas educativa en función del máximo grado


educativo de los padres

Fuente. Elaboración propia.

No nos extendemos más aquí sobre el problema laboral y el educa-


tivo, remarcando ahora el papel de la familia como espacio gene-
rador o limitador de conductas desviadas. En este sentido, aunque
varios son los entrevistados que encuentran una relación unidi-
reccional entre la desestructuración familiar y un problema de fal-
ta de control sobre las acciones de los adolescentes y jóvenes, la
evidencia empírica desmiente esta creencia. Así, en los resultados
de la encuesta aplicada no hemos encontrado una relación entre la
falta de control sobre las actividades de los hijos, que medimos a
través de las horas que pasan cotidianamente en la calle sin el con-
trol de adultos, y el modelo de familia, contraponiendo las fami-
lias nucleares con presencia del padre y la madre -lo que podemos
considerar como modelo tradicional de familia- con las familias
en las que está ausente uno o los dos padres. Concretamente, 54.7
por ciento de los estudiantes que vive con sus dos padres pasa más

102
i parte: violencia social

de dos horas en la calle un día normal entre semana, mientras que


este porcentaje entre quienes viven con la ausencia de un padre,
de una madre o de ambos es ligeramente inferior (53.5 por ciento).
Diferente es si nos centramos, más que en la ausencia de los
padres, en la permisividad de estos hacia los hijos. En este senti-
do, nuestro informante 6 explica cómo la falta de atención sobre
los hijos, nuevamente por la necesidad de trabajar largas jornadas
por un bajo salario, deviene en ociosidad y, finalmente, en la ge-
neración de conductas desviadas.
La falta de oportunidades en cuanto a trabajos. Porque tenemos jóve-
nes que son menores de quince años, entonces sabemos muy bien
que para que ellos tengan un trabajo remunerado o un trabajo bueno,
digamos, tienen que tener por los menos 16 años cumplidos, como
marca la Ley Federal del Trabajo. Muchos de ellos se salen de las
escuelas, entonces tenemos una gran cantidad de… no sé si también
sería correcto llamarlos ninis: no estudian, no trabajan. Y el princi-
pal problema que yo veo es que tenemos unos padres que no se hacen
cargo. En vez de estar peleando con él, pues mejor lo dejo, pero lo
dejo hacer lo que él quiera. Hemos tenido incluso casos de familias…
o sea, la señora tiene cinco hijos y viene por los tres mayores, porque
consumen o porque los detuvieron, ¿sí me explico? Entonces, tene-
mos el grave problema de que tenemos papás y mamás que trabajan y
son jóvenes que pasan mucho tiempo solos. (Informante 6).
Esta perspectiva de la problemática es reforzada por la percepción
de la coordinadora de la Secundaria, añadiendo en su explica-
ción de forma sutil el problema de la distribución por género del
trabajo o del consumo cotidiano de bebidas alcohólicas, proble-
mas a los que prestaremos especial atención más adelante. Aquí
subrayamos la misma idea que el anterior informante ofrece: la
desatención de los padres hacia los hijos como uno de los facto-
res explicativos de sus actitudes y de las dinámicas sociales en las
que se ven inmersos (explicadas ampliamente en el capítulo 3).
Es una situación que se ve en casa: llegan los dos de trabajar, el
papá se sienta con su cerveza y la señora nada más tiene que seguir
haciendo la comida, barriendo y trapeando y qué se yo ¿verdad?
(…) Porque pues aquí tienen que ponerse de acuerdo muy bien las
parejas de ‘a ver vamos a repartirnos el trabajo’, vamos a… acércate
a los hijos y a revisarles las tareas, checa la mochila a ver que trae, a

103
ver ‘¿qué hiciste?’, ‘¿dónde estabas?’. (Pero los alumnos están) todo
el día solos, (los padres) no saben qué andan haciendo o a lo mejor
ni está en su casa. Han de andar en la calle, haciendo desorden o
maldades ¿qué sé yo? (Informante 16).
También nuestra informante 12 , desde el departamento de Pre-
vención del Delito, se refiere al problema de los padres ausentes y
permisivos, en este caso ya estableciendo más explícitamente el
vínculo entre esta circunstancia y la comisión de delitos, además
de la integración de pandillas.
En La Unidad ahorita están muy fuertes las pandillas. Secretaría
ha intervenido en cuestiones de juntas vecinales con los padres,
porque se considera que los padres son pieza fundamental. Lamen-
tablemente no se ha obtenido el resultado así… ese boom esperado.
Pero se sigue trabajando en cuestión de juntar a los padres de fami-
lia ¿Para qué?, para que ellos marquen los límites a sus hijos, porque
si el padre de familia está todo el día trabajando para traer un ingre-
so a casa y está descuidando al hijo, entonces el hijo pues sale con
toda libertad a la calle, a refugiarse con una pandilla y a cometer
delitos. (Informante 12).
La permisividad de los padres hacia sus hijos no es una variable
que nuestro instrumento metodológico cuantitativo nos permi-
ta medir. No obstante, sí podemos observar la influencia de la
ausencia o presencia de los padres en el hogar sobre indicadores
de ociosidad y de posible pandillerismo. Para ello, recuperamos
datos de la tabla 6 sobre número de amigos y sobre percepción po-
sitiva de la violencia grupal juvenil, a los que añadimos un indica-
dor de ociosidad callejera: el porcentaje de los que respondieron
que “estar en la calle con los amigos” es la actividad que realizan
con más frecuencia cuando está en la calle en su colonia, así como
los que respondieron “pasear solo”.
Ya habíamos señalado que cuando se da la ausencia de los padres
sí aparecen valores más altos en los indicadores de potencial pandi-
llerismo (cantidad de amigos y aceptación de la violencia grupal entre
jóvenes), teniendo un efecto más positivo para estos indicadores la
presencia de la mujer en el hogar por ser ama de casa que la presen-
cia de los dos padres. En la tabla 10 incorporamos el análisis de los
que consideramos indicadores de ociosidad: la afirmación de que

104
i parte: violencia social

sus actividades más frecuentes cuando están en las calles de su colo-


nia son pasear solos o, sobre todo, estar con sus amigos en la calle.
Aquí vemos que no hay correlación entre padres ausentes y
ociosidad, pues son más los que mencionaron pasar mucho tiem-
po con sus amigos o paseando solos entre los que provienen de fa-
milia biparental con mujer ama de casa que los que tienen familia
sin padre y con mujer empleada. Asimismo, los que se encuentran
a medio camino de estas dos situaciones extremas, presentan va-
lores más bajos en lo referido al hábito de estar con sus amigos en
la calle: 56.2 por ciento de los que provienen de familia biparental
en la que su madre trabaja y 52.9 por ciento de los que viven en un
hogar con ausencia paterna y con una madre que ejerce de ama de
casa. Esta última situación se corresponde con menor ociosidad
frente a la situación más extrema, que es la de los muchachos que
provienen de familias biparentales con madre como ama de casa
(7.9 puntos de diferencia).

tabla 12. correlaciones entre estructura familiar,


considerando la presencia de la madre en el hogar, con
indicadores de pandillerismo y ociosidad
Estar con sus
Considera Pasear solo
amigos en la
Tiene más normal es una de
calle es una
de diez que los sus activi-
de sus acti-
amigos jóvenes se dades más
vidades más
peleen frecuentes
frecuentes
Familia biparental con
28.6% 20.7% 60.8% 4.6%
mujer ama de casa
Familia biparental con
31.1% 27.9% 56.2% 4.9%
mujer empleada
Familia sin padre y
28.8% 26.9% 52.9% 4.8%
con mujer ama de casa
Familia sin padre y
con mujer 35.1% 30.6% 58% 1.8%
Empleada

Fuente. Elaboración propia.


Otra problemática muy extendida en la edad adolescente de nues-
tra población es la temprana iniciación sexual sin medidas regu-
lares de anticoncepción y los consecuentes embarazos precoces.

105
Directamente relacionado con este problema aparece una situa-
ción que también explica en gran medida la fragilidad de la es-
tructura familiar y los fracasos matrimoniales: la temprana edad
en la que se constituyen las familias.
Yo creo que la mayoría de los papás (de los alumnos) deben de an-
dar por ahí de los 30 años. Yo creo que la mayoría de los matrimo-
nios de estas áreas se casan muy jóvenes. A los 14, 15, 16, 17 años
ya tienen familia. Entonces, pues cuando son matrimonios jóvenes
pues a lo mejor les falta ahí estar más al pendiente de los mucha-
chos. (Informante 16).
En esta línea, encontramos que para los estudiantes que partici-
paron en los grupos de discusión de la secundaria se trata de una
situación muy común, pues prácticamente todos conocen casos
más o menos cercanos de embarazos adolescentes.11
Obviamente, con las encuestas que aplicamos no podemos rea-
lizar proyecciones de la futura vida familiar del estudiante, pero

11 Veamos una selección de los mismos distribuidos por el grupo de discusión correspon-
diente. La lista de situaciones es larga, pero creemos que es ilustrativo mencionarlas todas
no solo por la reiteración que nos muestra lo cotidiana que es esta realidad en La Unidad,
sino por las variantes que se dan tanto en las circunstancias como en las diferentes valo-
raciones implícitas en la narración de los muchachos.
En el grupo de hombres del turno vespertino se menciona el caso de una estudiante de primero
embarazada a la que “corrieron después”, así como primas embarazadas a los 14 años y des-
pués “juntadas”, o bien el caso de una muchacha, que “anda todavía, pero el chavo ya no, el
chavo era bien drogadicto y pues la dejó. Siguió su vida (y) ahí se juntó con otro chavo de acá
de la prepa”. En el caso del grupo de hombres del turno matutino citan el caso de una niña de
tercero, de padres divorciados, que fue embarazada y abandonada por el padre y que no ter-
minó los estudios; también mencionan el caso de una pareja que “viven por su lado aunque
estarán juntos, viven con sus papás. No he visto que se ponga las pilas”; otra situación: “acá
es al revés, tuvo la calentura, se la deja a la mamá y quiere vivir la vida loca. O sea ninguno
de los chavos se ponen las pilas y entonces se lo dejan a la mamá. Pero es que como antes sus
papás no le tenían mucho… mucha atención y pos le valía queso”; “En mi cuadra también…
tenía su novio, se embarazó el novio la dejó, y la chava pos trabajando”; “una morra queda
embarazada de uno y luego pos el novio la dejó y pos anduvo con otro y en corto los dos
hicieron eso y está haciendo creer que el hijo es suyo, por ahí dicen”.
En los grupos de mujeres también la mayor parte afirma conocer casos, más o menos cerca-
nos, y que casi siempre tuvieron que dejar de estudiar (excepto una muchacha que trata de
estudiar a distancia). A diferencia del grupo de hombres no ahondaron tanto en los casos
particulares, y cuando lo hicieron fue desde una perspectiva mucho más íntima y perso-
nal. Tal es el caso de la participante del turno vespertino que compartió su propia historia
(la de sus padres): “mi mamá, cuando estaba más joven, estaba allí con mi papá y pues se
embarazó y mi papá pues no le respondía. Y batalló mucho porque mi abuelita la corrió… se
fue con mi otra abuelita, con su suegra. Y sufrió mucho porque mi abuelita la menosprecia-
ba mucho, la hacía a un lado, pero es que… dejó de estudiar. Ella se vino embarazada de mi
hermano, él es más… de mi hermana la del medio y mi hermano chiquito aquí. Y ella hizo
que mi papá se hiciera hombre, pero se escondía, hasta que mi abuelita, la mamá de mi
papá lo corrió, que venía para acá, y ya lo corrió y se juntaron y ahora ya…. (viven juntos)”.
Un poco más lejana, pero también próxima, es la historia que expuso una participante del
turno matutino: “la hija de mi madrina salió embarazada en segundo de secundaria, pero
se fue a aliviar y mi tía le ayudó con sus estudios y ya ahorita está trabajando y tiene su
casa y nada más va a visitar a mi madrina cuando ella ya no trabaja”.

106
i parte: violencia social

sí podemos prestar atención a ciertos indicadores que nos hablen


de actitudes y conductas hacia las relaciones entre géneros y ha-
cia cómo imaginan su futura vida familiar. Para ello, en la tabla 13
comparamos a los encuestados que afirmaron salir con frecuen-
cia con su novio o novia (15.1 por ciento del total) y los que no
mencionaron esta opción al ser preguntados por las actividades
que con más frecuencia llevan a cabo en las calles de su colonia
(84 por ciento del total), cruzando los porcentajes de respuesta
que dieron a los indicadores de proyección de la familia que quie-
ren (o no) construir en el futuro.

tabla 13. correlaciones entre noviazgo e indicadores de


proyección familiar
Quiere
No Quiere
No tener su
Quiere quiere vivir en Quiere
quiere primer
vivir en vivir pareja an- tener
tener hijo antes
pareja en tes de los hijos
hijos de los 28
pareja 23 años
años
Afirma salir
con frecuen-
86.3% 10.3% 43.8% 90.4% 8.2% 76.7%
cia con su
novio/a
No menciona
la opción
82.3% 15.6% 34.7% 87.4% 10.7% 67.1%
“salir con
novio/a”
Fuente. Elaboración propia.

Así, en la tabla 13 vemos que el deseo de constituir una nueva fami-


lia se adelanta entre los estudiantes que ya han hecho parte de su co-
tidianidad el tiempo compartido con un novio o novia: entre los que
afirmaron salir con frecuencia con su novio o novia es mayor el de-
seo de vivir con su pareja; de hacerlo antes de cumplir la edad en la
que podrían estar cubriendo la etapa educativa de nivel profesional;
de tener hijos y de hacerlo en una edad más temprana que el resto.
Como escribíamos más arriba, no podemos anticipar cómo serán
las familias que unos y otros muchachos construyan en el futuro,
pero sí podemos observar de qué tipo de familias provienen. Tras
la aplicación de la encuesta, apreciamos cómo los que provienen
de una familia en la que no está presente el padre y/o la madre tie-

107
nen una tendencia levemente superior a establecer una relación de
noviazgo que consideramos precoz. Concretamente, frente al 14.3
por ciento de los encuestados que provienen de familia biparental y
afirmaron salir con el novio tenemos un 17.4 por ciento de los que
provienen de familia sin presencia del padre y/o de la madre.
Volviendo a la narrativa de nuestros informantes clave, también
sobre los embarazos precoces se hace recaer la causalidad de pro-
blemas como el consumo de drogas, o la desnutrición infantil (y
el consecuente déficit cognitivo de los niños, lo que conducirá al
fracaso escolar, a la baja capacitación laboral, a los bajos salarios…):
Bueno también es que en el poniente, específicamente en esa colo-
nia, tenemos niños con un déficit, digamos cognitivo, bajo. Noso-
tros como equipo lo estamos atribuyendo un poco a la desnutrición,
a mamás muy jóvenes, consumidoras (de estupefacientes) también.
No puedo decir que eso sea (la explicación), porque realmente no
he hecho una investigación, pero coinciden mucho. O sea, a veces
hacemos talleres y procuramos por lo menos tener un galletita por-
que vienen sin almorzar, sin desayunar. Hay familias que solo ha-
cen una comida, niños que van a la escuela y no han comido. Enton-
ces, el alimento es algo muy importante. Entonces: no comes bien,
no aprendes bien, consumes drogas. (Informante 6).
En este caso, ateniéndonos exclusivamente a los datos obtenidos
de nuestra encuesta, sí hemos encontrado una mayor incidencia
en la actitud favorable al consumo de marihuana entre los encues-
tados que tienen una relación de noviazgo pública y notoria. Así,
consideran que fumar marihuana es divertido 13 por ciento de
los que afirmaron que salir con su novio o novia es una de las ac-
tividades que con más frecuencia realizan, frente a 6.3 por ciento
de los que no mencionaron la opción “salir con novio/a”.
Otro factor relacionado por nuestros informantes con la pater-
nidad prematura es el pandillerismo. Más específicamente, surge el
problema del pandillerismo, entendido como un fenómeno propio
de la edad adolescente, vinculado a la paternidad juvenil y a la
corta distancia que separa las edades de padres e hijos. Esta cer-
canía en la edad y la necesidad de cargar con los hijos hace que
los padres se conviertan en los introductores de estos niños en
el submundo pandilleril, aprendiendo estos de primera mano, la

108
i parte: violencia social

mano de sus propios padres, los valores, las normas y las costum-
bres de la vida en pandilla.
Hay mucho descuido por parte de mamás, como te digo, mamás muy
jóvenes, niños criando niños, adolescentes que son responsables de
sus hermanos menores; entonces, pues muchos andan en las pandi-
llas, tienen quince años y traen al huerco de ocho, y hasta la niña
también (está en la pandilla), ‘porque pues si los dejo en la casa pues
mejor me los traigo’ o ‘los dejo encerrados’, pero ellos mismos se
salen a buscar a su hermano. (Informante 6).
Pero en este punto encontramos una idea paradójica. Si en gran
medida la paternidad prematura supone una condición agravante
del problema de las pandillas, esta misma paternidad puede ser
leída en clave de solución. El motivo es el siguiente: parece que el
punto de inflexión, en términos generales, en la vida del pandille-
ro es el momento de fundar su propia familia. Así, es común que la
llegada de las responsabilidades familiares empuje al nuevo padre
de familia a abandonar la pandilla y normalizar su conducta a tra-
vés de un trabajo formal. Lógicamente, este camino a la inserción
social y laboral está condicionado por la existencia real de opor-
tunidades laborales, por lo que no dándose estas, las urgencias de
la nueva familia se perfilan como arma de doble filo, orillando al
pandillero a cometer delitos de mayor envergadura y, en último
término, a pasar a engrosar las filas del crimen organizado. Un
ejemplo de reinserción social a raíz de la fundación de la propia
familia es narrado en primera persona por nuestro informante 15:
(Estuve en la pandilla) de los 15 a los 19 (años). Y luego salí a otro
ambiente y empezaron los malitos.12 Y pues ahí es otro ambiente di-
ferente y luego ya te empiezas a cambiar… Nació mi niño y ya empecé
a calmarme. Desde que me dijo la mamá de mi niño que estaba emba-
razada, desde ahí ya empecé… porque quería, bueno, quiero un futu-
ro mejor para mi hijo. No el mismo que yo tuve (…) (Antes de tener al
hijo) ya me venía calmando, ya por muchos problemas que tuve atrás
y por pasados míos que a la mejor fueron fuerza, a lo mejor no, ya me
fui calmando poco a poco. A veces hay una oportunidad en la vida.
Empecé a agarrar buenos trabajos y me fui dedicando más a trabajar.
(Informante 15).

12 Eufemismo local que se utiliza para referirse a personas que trabajan para el crimen orga-
nizado.

109
Lo anterior no obsta para que el ámbito familiar se convierta con
frecuencia en el espacio para la reproducción de las conductas vio-
lentas, llegando incluso a asentarse estas conductas sobre valores
considerados deseables. Así, en la siguiente cita se narra cómo las
jóvenes-adolescentes madres inculcan la reacción violenta en sus
hijos por considerar que es la educación más adecuada para la su-
pervivencia en el medio social que les ha tocado desenvolverse.
Podemos imaginar fácilmente cómo el ser violento es caracteriza-
do como alguien arrojado, valiente y fuerte.
Me tocó a mí ver ahí… las mamás, había muchas niñas de 12, 13,
14 años con niños, con bebés ya (…) Muchas, hay mucho problema
de eso. Me llamaba mucho la atención que las niñas… los niños se
peleaban y la mamá de que ‘pos tú pégale, no te dejes’ (…) Los ani-
maban a pegarse, pero lo peor era que le pegaban a una niña… ‘Pos
no le… pos pá que estaba diciéndote’, o sea, ‘pégale’, ¿me explico?
Entonces, ¿pues qué quiere decir? que esa muchacha se deja tam-
bién golpear, porque es algo normal. (Informante 4).
La normalización de la violencia, fenómeno al que prestaremos
especial atención más adelante, y su reproducción en el seno de la
familia, unido al problema de la desatención de los padres hacia
sus hijos, son situaciones también resaltadas por nuestro infor-
mante 16. Tras explicar el esfuerzo que desde la coordinación de
la Secundaria 79 han realizado impartiendo pláticas para la pre-
vención de la violencia familiar, el cual nos explica cómo estos
esfuerzos chocan con la idea muy asentada entre los padres de
que la violencia se cura con más violencia (la que proviene de la
autoridad paterna)13. Al ejercerla y justificarla, lógicamente, es-
tán sentando las bases para que sus hijos la ejerzan y justifiquen
cuando les toque ser padres.
Hemos invitado a los alumnos principalmente, y después a sus pa-
pás y si vienen… son apáticos en venir. Pero bueno, el mismo trabajo

13 Si comparamos la actitud de los encuestados hacia los distintos tipos de violencia con-
sultados, encontramos que la violencia que ejerce un padre o una madre sobre sus hijos con la
finalidad de educarlo es la segunda más aprobada, solo por detrás de la aceptada violencia entre
grupos de jóvenes. En concreto, 24.6 por ciento está de acuerdo en que la violencia grupal
juvenil es normal y 17.4 por ciento considera que la violencia de un padre hacia un hijo se
justifica si es para educarlo. Las violencias menos aceptadas son la de género (solo 4.9 por
ciento la justifica) y la violencia institucional-policiaca (justificada por 7.8 por ciento).
La violencia entendida, en términos generales, como forma necesaria de relación entre
personas es vista como algo normal por 11.8 por ciento de los encuestados.

110
i parte: violencia social

se los impide. Hay algunos papás que vienen y dicen ‘es que esta
problemática de los pleitos y eso, es bien fácil (resolverla) si la poli-
cía o los que andan en estas colonias, en estos barrios, tienen iden-
tificados a los muchachos’. O sea, ‘¿porque no van y una orden…?’
o no sé ‘los detienen’, o ellos le meten una calentada y a ver si no
les quitan lo que andan ahí haciendo, sus males, ¿verdad? Eso me
comentan algunos de los papás. (Informante 16).
En la misma línea discurre el discurso de nuestro informante 2 so-
bre la reproducción de las conductas violentas a través del ejem-
plo de los mayores, atribuido a una “falta de valores”.
Los mismos papás, los mismos adultos generan más violencia. En
vez de parar cuando hay un conflicto, los papás se meten a hacer
conflicto, tanto unos como otros. (Hay) una estadística que en dado
momento hicimos el año pasado. El mayor problema que enfrenta-
mos en la colonia La Unidad es por la falta de valores que se mandan
en la casa. (Informante 2).
Dando un paso más en la misma dirección, la directora del DIF
señala como uno de los principales causantes de la situación de
niños y adolescentes la profunda incomunicación que marca las
relaciones entre padres e hijos, la falta de valores como el respeto
y, yendo un poco más lejos que los demás informantes, la falta de
religiosidad en las familias.
Siento que los niños crecen así nada más sin respetarse entre ellos,
sin respetar a los padres, sin haber respeto. El respeto, la parte de
la fe, ahí no me voy a meter tanto; Dios, pero bueno, eso sí es otro
tema. Pero bueno, la ausencia de Dios se nota. Entonces, ¡híjole!,
siento que el respeto es algo bien (importante). La comunicación
entre los padres y los niños se rompió. Sí, la comunicación, creo que
es ‘no puedo, no puedo, ya no puedo con él y ya’, ‘no quiero’, ‘ni le
intento’ y ‘qué flojera’. (Informante 3).
En este punto creemos que merece la pena abrir un breve parén-
tesis para la reflexión. De lo expuesto aquí, parecería que más
que de un problema de ausencia de valores lo que enfrentamos
en La Unidad es un conflicto de valores. Se enfrentan una serie
de valores sub o contraculturales, que son los que dominan en
gran medida la cotidianidad de La Unidad, frente a los valores
hegemónicos promovidos y fomentados desde las principales

111
instituciones socializadoras (gobierno, iglesia, escuela). Este cho-
que queda simbolizado en los relativamente frecuentes conflictos
que se dan entre los padres de los niños y los maestros o directi-
vos de la escuela. En este sentido, el coordinador de la Secundaria
79 explica cómo ante situaciones problemáticas vividas respecto
a los hijos, la mamá en lugar de ponerse del lado de los educadores
les culpa a ellos. Ante este conflicto entre autoridades legitima-
das a ojos del menor (la paterna y la escolar), este se siente nece-
sariamente confundido y, en último término, desprotegido.
No obstante, entre estos valores hegemónicos y contrahege-
mónicos, encontramos un área de confluencia, unos coincidentes
sobre los que podría empezar a construirse un nuevo contrato
social, como los valores de la familia y la lealtad debida a sus
integrantes. Esto supone un arma de doble filo, pues igual que
conduce a proteger y esconder al hijo que delinque frente a las au-
toridades (ya sea maestro o policía), este compromiso con la pro-
pia familia puede conducir a la integración y a la normalización
de la conducta. Esta última opción (y el contraste con la primera)
lo podemos apreciar claramente en el siguiente relato acerca de
la forma de educar de la madre del entrevistado que transitó del
pandillerismo a la integración social. En él se subraya el papel
esencial que juegan las madres de familia, nos invita a proponer la
necesidad del desarrollo de iniciativas para la intervención social
que trabajen en el empoderamiento de las madres de los pandi-
lleros, convirtiéndolas en poderosas correas de transmisión de
valores más adecuados para la integración social de estos.
Sí lo protegen (los padres al pandillero). Sí fíjate, yo era pandille-
ro, pero yo tenía una mamá que era… bueno, hasta la fecha, que es
fuerte y ella siempre nos decía ‘si nos queman la casa tú me vas a
pagar los vidrios’ (…) ‘Y si pasó algo, si le pasa algo a mis hijos o tus
hermanos, contra ti, te voy a demandar, porque son tus problemas
y tú me vienes a echar problemas en mi casa’. Desde ahí, tú le tie-
nes un miedo a tu mamá. Porque una vez nos quebraron un vidrio
de un carro y me lo hicieron pagar y yo lo pagué, no completo, pero
fui abonando. Y ahora ya no, ya es muy difícil que encuentres una
mamá como la mía. Por eso a veces le doy gracias, porque nos hizo
de que no… pues en mi casa no y hacernos responsables (…) ‘A mi
casa no, a mi casa que no la toquen, no, porque mi mamá me la va a

112
i parte: violencia social

hacer de pedo’. Había riñas y mi mamá iba por un palo, por nosotros
y nos traía a palo… Y ahora ya no, ahora hay una riña, te quiebran
los vidrios, defienden a su hijo, ‘que su hijo no andaba…’ y quieren
demandar. Entonces no le estás dando una buena educación a tu
hijo. Entonces lo que tú estás haciendo es que tu hijo vaya a hacer
más desmadre. Tú lo vas a estar protegiendo, pero no siempre lo va
a proteger la mamá. Por eso a veces los papás cubren a los hijos y
los hijos se hacen más rebeldes. Ese es el problema que ahorita hay,
mucho pandillerismo por eso. (Informante 15).
Respecto al potencial de las madres, en particular, y de las mu-
jeres, en general, en la encuesta realizada encontramos algunos
datos que sostienen nuestra propuesta de apoyar este potencial
para futuras intervenciones sociales en la colonia. Por ejemplo,
las madres de los encuestados presentan un perfil mayoritario de
mujeres dedicadas a las tareas del hogar y a la crianza de los hi-
jos (55.6 por ciento), pero con un perfil educativo relativamente
desarrollado: 50.9 por ciento tienen secundaria, 23.3 por ciento
preparatoria, 5.1 por ciento licenciatura y 1.4 por ciento posgrado.
También es importante destacar el papel dentro del hogar como
educadoras y gestoras, pues, por una parte, el 17.6 por ciento de
los hogares están regidos por la madre o por otra figura femenina
(abuela, tía…). Por otra parte, la figura femenina en el hogar resul-
ta más determinante que la masculina para la toma de decisiones
(29.3 por ciento de los encuestados considera que es su madre u
otra figura femenina la que toma las decisiones en la casa, frente
a 14.4 por ciento que considera que es su padre) y para la imposi-
ción de normas (22.2 por ciento de los encuestados considera que
es su madre u otra figura femenina la que pone los castigos en la
casa, frente a 3.4 por ciento que señala a su padre; 31.2 por ciento
de los encuestados menciona a su madre o a otra figura femenina
como la que da los premios, frente a 26.2 por ciento que piensa
que es su padre).
En lo que se refiere a la caracterización de las encuestadas fren-
te a los encuestados varones (y no a las madres de ambos), desta-
camos el siguiente dato: de 42.1 por ciento de los participantes que
dijeron querer dedicarse cuando sean adultos a profesiones que im-
plican el afrontamiento de problemas sociales que viven cotidiana-

113
mente en su colonia (crimen y delincuencia, salud y educación), 72
por ciento son niñas. Esto implica cierto grado de compromiso, so-
lidaridad y voluntad para mejorar la situación global especialmen-
te marcadas en el género femenino. Con probabilidad, esta actitud
de servicio se ve influida por el rol que las niñas desarrollan en sus
hogares, mucho más colaborativos que en el caso de los niños. Esto
lo vemos con claridad en la tabla 14, sobre todo en la realización de
labores domésticas, con casi 30 puntos de diferencia a favor de la
mujer cuando se refieren a actividades en soledad.

tabla 14. labores de apoyo en el hogar según género

Cuidado Labores Cuidado de Labores domés-


de fami- domésti- familiar como ticas como acti-
liar como cas como actividad fre- vidad frecuente
actividad actividad cuente en casa en casa cuando
frecuente frecuente cuando está con está con sus
en casa en casa sus padres padres
Encuestados
42.4% 34.8% 52.8% 47.3%
varones
Encuestadas
57.6% 64.6% 38.9% 52.3%
mujeres

Fuente. Elaboración propia.

Hasta este punto ha estado apareciendo nuevamente el fenómeno


del pandillerismo como problemática en torno a la que pivotan
muchas otras. Creemos que ha llegado el momento de dedicarle
especial atención, así como al consumo de bebidas alcohólicas y
de drogas. Sirva de puente entre este apartado, dedicado princi-
palmente a la familia, y los que siguen, dedicados al pandillerismo
y a las adicciones sucesivamente, la cita que nos ofrece nuestro
informante 2 . En ella, de la desintegración familiar (relativizada
cuando afirma “aunque vivan papá y mamá, todos juntos, cada
quien vive por su lado”) deriva la búsqueda de refugio, por parte
del hijo desatendido, en la pandilla, como sustituta de una familia
que no cumple con sus funciones, así como refugio en las drogas
o el alcohol (“en alguna adicción”), las cuales pueden ser vistas
como el complemento adecuado para desenvolverse en esta “nue-
va familia” que representa la pandilla.

114
i parte: violencia social

Mira, 70 por ciento de los que están trabajando en Escobedo o del


área metropolitana de Monterrey, los jóvenes viven en familias des-
integradas. Y al decir familias desintegradas me estoy refiriendo (a
que) aunque vivan papá y mamá, todos juntos, cada quien vive por
su lado. Y uno y otro dejan de hacer las funciones que tienen que ha-
cer. Por eso se da esta problemática, el joven sale afuera a buscar lo
que no encuentra en la casa. En la casa se le reprime, se le presiona y
afuera también. Entonces, su identidad la busca y, por desgracia, la
encuentra en alguna pandilla o en alguna adicción. (informante 2).

4.3. Fenómeno del pandillerismo


La Dirección de Prevención del Delito ubica en Escobedo, en ene-
ro de 2016, 250 pandillas, compuestas por unos 6,000 integrantes,
con características de grupos juveniles en conflicto. La mayor
parte de estas pandillas se localiza en la zona poniente (118 de
las 250), seguida de la zona centro (80) y de la zona oriente (36).
La causa estructural de este fenómeno se localiza en el desarro-
llo urbanístico descontrolado y desorganizado, de tal modo que
es previsible la expansión del pandillerismo en nuevas áreas de
crecimiento del municipio. En coherencia con este análisis, des-
de Prevención del Delito el pandillerismo se caracteriza como un
problema del “cinturón de la mancha metropolitana, desde Santa
Catarina, García, Escobedo, Apodaca, Guadalupe y Juárez”, (Infor-
mante 13). Cercando nuestra área de interés, en el sector 9, donde
se localiza la colonia La Unidad, se identifican 52 grupos de jóve-
nes, con un aproximado de 1,150 integrantes. Finalmente, en la
propia colonia, una de las más pobladas del municipio, se ubican
18 pandillas. No es, pues, de extrañar, que el fenómeno del pandi-
llerismo, unido a la violencia social que genera, sea percibido por
nuestros informantes de forma unánime como uno de los princi-
pales problemas sociales de La Unidad.
En cuanto a la distribución interna de estas pandillas, desde
Prevención del Delito señalan dos que predominan, los Panchi-
tos, con 50 o 60 integrantes y los Nerds, con aproximadamente 80
integrantes, mismas que se reparten dos sectores de la colonia.
Estas dos están actualmente en conflicto abierto según el infor-
mante 15. En el segundo sector también se ubica otra pandilla

115
importante, Los Niños Cumbia, que junto con la UDG, completa-
rían las cuatro más fuertes; “y de ahí se desprenden los derivados
de las otras pandillas” (Informante 13), algunas también muy pro-
blemáticas, como los Tercos, Cuadra Loca o Minipanchos, según
nos refiere el informante 10. También el informante 2 menciona
a Los Maldosos y a Los Persilocos. De todas estas, se estima que
ocho están en conflicto, unos latentes, otros abiertos, una contra
muchas o una contra una o dos. Cuando no hay conflicto entre
dos pandillas la reacción de sus integrantes es ignorarse. En la si-
guiente cita se ofrece un panorama parcial de la relación de fuer-
zas entre pandillas en La Unidad:
Aquí está la secundaria (79). Aquí hay una zona de conflicto, que
es entre Cuadra Loca, Tercos y Panchos. La pandilla más fuerte in-
dudablemente es Panchos, por número de jóvenes. La más débil es
Cuadra Loca. Y Tercos y Cuadra Loca tienen más o menos el mismo
nivel de fuerza, de cantidad de integrantes… como 25. Y Panchos
como 50. Pero constantemente están en pleito. De hecho, este fin
de semana acaban de tener una riña con piedras (…) En un principio
esas pandillas estaban unidas. Panchos, Cuadra Loca y Tercos esta-
ban unidos. (Informante 13).
La mayor presencia de las instituciones, principalmente a través de
la policía, se deja sentir en ciertas áreas de la colonia, en las que se re-
gistra poca o ninguna actividad de pandillas: “yo creo que la (zona
de La Unidad) más calmada es el área aquella (la que está pegada
a la Avenida), pero porque la tienen controlada.” (Informante 2).
En cuanto a los hábitos cotidianos de estos pandilleros, en la
siguiente descripción identificamos muchos de los factores a los
que nos hemos referido en anteriores capítulos: ociosidad, activi-
dad noctámbula, consumo de drogas y bebidas alcohólicas, aban-
dono escolar, desempleo…
Están, por lo menos, 60 horas ociosos. Son lo que llamamos horas de
esquina (…) Suelen despertar a las 3 de la tarde y se duermen a las 3
de la mañana. Salen a la calle como a las 7-8 de la noche. Se lo pasan
fumando marihuana o tomando, platicando, en las redes sociales.
No estudian, no hacen deporte, no trabajan. (Informante 13).
Pero más que incidir aquí en cómo la confluencia de ciertos fac-
tores explican (o son explicados) por el pandillerismo, lo que nos

116
i parte: violencia social

interesa remarcar es la necesidad psicosocial que está detrás del


fenómeno. Nos referimos a la humana necesidad de pertenecer, de
tener un grupo de referencia con el que identificarse. Especialmen-
te en la edad adolescente el individuo busca ese refugio en el grupo
para, a partir de él, afrontar su vida en sociedad. Fruto de esta ne-
cesidad, también aparecen en La Unidad la configuración de barras
o porras vinculadas a los equipos de fútbol locales. La forma y ca-
racterísticas que adquieren estas difieren de las de las pandillas,
pero consideramos que la pulsión en el individuo, en su búsqueda,
es la misma. Como nos explica nuestro siguiente informante, esta
energía juvenil, canalizada ahora a través de la barra, deriva igual-
mente en violencia y, en consecuencia, en delito y/o desviación
social. Además, en esta cita se recuperan otros factores ya mencio-
nados y analizados con anterioridad (consumo y venta irregular de
alcohol, así como la falta de oportunidades educativas).
Tenemos ahí una presencia de porras de equipos de futbol que no
falta también que por ahí tengan broncas entre ellos. No recuerdo,
creo que es la Adicción (una barra de fútbol local) la que está sobre
la avenida La Unidad. Ahí siempre se juntan en una casa. La otra
vez la policía detuvo a un microbús completo de chavos y los metió
barandilla a todos. Venían haciendo escándalo, sacando la cabeza
por la ventana, uno arriba en el techo el camión… Alcoholizados,
intoxicados y órale, a todos los detuvo junto con el chófer. La venta
de alcohol fuera de horario también creo que debe ser uno de los
factores que propician la violencia. La falta de oportunidades edu-
cativas ahí cerca o cerca de aquí del sector también es una proble-
mática o, bueno, es un factor de riesgo. Sí, porque nos puede ayudar
mucho que haya mejor preparación. (Informante 13).
Pero no podemos establecer una correlación necesaria entre cons-
trucción de grupos de referencia juveniles y conductas violentas
y/o delictivas. En este sentido, la lógica de la tribu urbana coin-
cide en gran medida con aquella que estamos exponiendo aquí,
pero no deriva en ese tipo de conductas. Así nos lo explica nuestro
informante clave 15. Aunque en su discurso aparece cierta con-
fusión conceptual entre pandilla y tribu urbana, creemos que la
idea propuesta prevalece en el fondo del discurso. Asimismo, de-
bemos considerar que la línea que separa a la pandilla de la tribu

117
es bastante difusa, encontrando en ambos casos lugares comunes
como son los procesos de construcción de la identidad social sobre
la base del gusto (o rechazo) de ciertos estilos musicales (como
expone nuestro informante, por ejemplo, los Panchitos escuchan
música “colombia, reggaetón, a veces villera, corridos... No roque-
ro, ni ska”).
No (necesariamente pandilla implica violencia), porque sí hay pan-
dillas que existen y no tienen problemas con nadie (…) Depende
con qué pandilla te estás juntando, porque hay pandillas de emos
(que) pasan por donde sea y no tienen problemas, hay pandillas de
ska (que) no tienen problemas. Por eso es dependiendo de con quien
te juntes. Si te juntas con, por decir, Panchitos y todos se pelean,
pues tú también vas a pelear. (Informante 15).
Esta búsqueda y adscripción a un grupo de referencia, que efec-
tivamente podemos contemplar como grupo alternativo a una
familia que no provee del espacio de seguridad y confianza que
requiere el adolescente, se traduce en una inevitable oposición a
uno o varios grupos antagónicos (ya sea Panchitos contra Nerds;
Tigres contra Rayados; emos contra darketos…). Esto lo vemos
con claridad en la siguiente cita, la cual denota una abierta des-
confianza hacia pandillas ajenas a La Unidad (con la consecuente
resistencia a salir de la colonia). El contrapunto a esta descon-
fianza es el principal factor de cohesión intragrupal en la pro-
pia pandilla: la proverbial confianza, la solidaridad y el cuidado
mutuo entre compañeros, justamente, los valores que uno espera
encontrar en la propia familia.
A mí casi no me gustaba confiarme mucho. Por eso casi no salía (de
la colonia), porque una vez fuimos a San Bernabé, a un cotorreo y
el mismo que creó Los Panchos nos dieron voltión (…) El que lo
prendieron. Éramos tres esa vez y fuimos a caer a un cotorreo y se
pelearon con otra banda y nosotros todavía les hicimos un paro…
pero ellos prendieron a (cita un apodo). Entonces de ahí pa adelan-
te ya no empecé a confiar a otras bandas. Porque ya te prendieron,
dices ‘no, pues otra banda me va a prender’ (…) Si, salíamos a di-
ferentes partes, pero no nos confiábamos. Porque siempre decía-
mos ‘es que entre nosotros nos cuidábamos’, por si… Cuando uno
andaba bien loco ‘eh, calmado, pues ya andas bien loco’. Éramos
conscientes, eso era lo que nos ayudaba a todos. ‘Oye, ya andas

118
i parte: violencia social

bien loco, calmado güey, siéntate aquí, ya no le den a este bato’. Nos
cuidábamos unos a otros y los que si viven ahora ya no se cuidan.
Los Panchitos de ahora ya no… ya se burlan del otro y ‘mira cómo
se pone’. Pero en nuestra época sí nos cuidábamos unos a otros.
(Informante 15).
Otro foco de interés surge del final de la cita anterior, cuando el
informante se refiere al cambio de actitud y de valores en “los
Panchitos de ahora”: el cambio social y la relación entre genera-
ciones en el seno de una misma pandilla. No sabemos si debemos
entenderlo como dato objetivo o como el resultado de la propia
vivencia, del propio proceso de crecimiento personal vinculado
a su integración social a través de su institucionalización con un
puesto de funcionario público, pero en todo caso la percepción de
cierta pérdida de valores en las nuevas generaciones de la pandi-
lla que fundó y lideró aparece reiteradamente en la entrevista. De
la siguiente cita se desprende la existencia de un código norma-
tivo (por supuesto, consuetudinario) según el cual, por ejemplo,
no se debía (subrayo el tiempo verbal usado) agredir a personas
que no perteneciesen a alguna pandilla (“ya empiezan a golpear
personas por la nada, aunque no sean de pandillas”).
Nuestra banda, los de antes, si se aventaban un tiro tenían más con-
fianza. Ahorita ya no. Ahorita, los morros de ahora dicen que hasta
los dejan morir. Pero pues ya no es mi problema… A veces, muchos
andan nada más buscando pleitos, porque quieren hacer pleitos…
Ya empiezan a golpear personas por la nada, aunque no sean de pan-
dillas (…) Por decir, que algo les hizo esa persona y se quieren des-
quitar a fuerzas con esa persona que, por decir, lo golpeó… se la
hizo de pedo, por decir, una semana atrás y él estaba solo y nadie le
hizo paro… Entonces dicen ‘no, pues ahora me desquito’… y empie-
za a engrosarla para que todos le hagan un paro. (Informante 15).
En este mismo sentido, desde la Dirección de Prevención del De-
lito nos señalan el problema del relevo generacional, o incluso el
de la ramificación júnior a partir de las pandillas más numerosas:
Sí, sí (hay diferencias generacionales entre pandillas). En Panchos
ya hay Panchos y Mini Panchos, por ejemplo. Cuadra Loca ya no
tardan en empezar a hacer su Mini Cuadra Loca, porque ya están
creciendo estos. O sea, hace dos años los que tenían diez (años), pues
ya tienen doce y ya, ya están metiéndose (…) Si él (un pandillero)

119
antes tenía 16 y él diez, este ya tiene 18 y él ya tiene doce. O sea ya
está dentro del ruedo. (Informante 13).
Siguiendo con el ejemplo de los Panchos, en la actualidad las eda-
des de sus integrantes van desde los 13 hasta los 20 años, de los
cuales la inmensa mayoría viven en la casa familiar (informante
15). Parece que en esta pandilla no es común que los integrantes
permanezcan en la edad adulta (por ejemplo, de los cinco que la
iniciaron ninguno está actualmente), aunque esto no es generali-
zable a otras. Por ejemplo, “en los Nerds hay (integrantes) de 30
y 40 años, con familia, todavía metidos en riñas”, nos dice el in-
formante 15. Al ser cuestionado sobre la posibilidad de que coin-
cidan en la misma pandilla padres e hijos, esta fue su respuesta:
Pos… a la mejor sí, a la mejor no. Porque ya no tengo mucho contacto
con ellos (con los Nerds). No, pero sí hay hijos de ellos… algunos
que gritan “¡Los Neeeerds!”, de seis, siete años. Entonces tú dices,
‘¿qué pedo con eso?’ (…) Todavía están en la escuela y gritan “¡Los
Neeeerds!” y tú así de ‘¿qué onda con eso?’. Pero no sé si sean… de-
ben ser familiares de ellos, pero no sé si sean sus hijos o otras cosas,
pero deben ser familiar de alguien para que griten tanto ese nom-
bre. (Informante 15).
En el mismo sentido que el anterior, nuestro informante 13 afir-
ma que, aunque hay pandilleros de 30 o 40 años, tras los 25 años
suelen ocuparse en trabajos relacionados con la construcción y
disminuyen su participación en riñas:
Aunque sí a lo mejor su conducta violenta ya no es tanto, salvo los
que ya están muy afectados (que) se dedican a robar, a convertirse
en delincuentes. Pues, por ejemplo, en las mismas pandillas a lo me-
jor hay dos, tres, cuatro delincuentes, que son los conflictivos gran-
des, porque ya se dedican a robar o a hacer delitos. Que pasan de ser
pandilleros de pedradas, que pasan de ser pandilleros de consumir
drogas. Esos a lo mejor, esos ya pasan a la evolución de venderla
(la droga), o a ir a robar, pero no salen de…. siguen viviendo en los
mismos tipos de colonias. (Informante 13).
En la anterior cita surge un concepto que es importante recalcar:
la frontera que existe entre la actividad pandillera y el acto delic-
tivo. O, yendo más lejos, la estigmatización del pandillero identi-
ficándolo plenamente como delincuente. El hecho de que la pan-

120
i parte: violencia social

dilla constituya el caldo de cultivo del joven que cruzará la línea


del delito, no significa ni mucho menos que la integración de una
pandilla determine este tipo de conductas. Lo que sí parece como
hecho probable es que el pandillero que transita de las pedradas
y del consumo de drogas a venderlas, robar o a otras actividades,
permanece anclado a la colonia y a sus propias dinámicas sociales.
Las dinámicas sociales que dan forma a la cotidianidad que
trzanscurre en un espacio urbano perfectamente acotado, posibi-
litan el asentamiento de un substrato histórico compartido por
los residentes de la colonia. Así, los encuentros y los desencuen-
tros, las alianzas y los conflictos y los sentimientos generados van
tejiendo un pasado en común también entre los pandilleros, un pa-
sado que tiene un peso específico que impide sustraerse de las
fuerzas centrípetas de la pandilla. Esto lo podemos apreciar con
claridad a través de la explicación de nuestro informante 15.
Porque queda el recuerdo. Cuando tú lo golpeabas cuando era de
los malitos, ahora ya no tienes… entonces se queda con el rencor.
Entonces él te va a buscar en cualquier momento, va a buscar un
contacto para hacer el problema. Entonces empieza el problema y
empieza la riña. Porque yo tenía amigos que jalaban y se la hacían
de pedo: ‘¿te acuerdas cuando tú jalabas güey?, ahora sí vamos a
abrirnos’. Pues el otro tenía que aventarse un tiro a huevo. O a veces
tenías miedo porque eran más y por eso era el motivo de que… el
rencor… ‘Tú lo tableaste güey, tú lo tableaste’ y ese que tableaste
algún día te va a topar… y no va a ser ahora, a lo mejor, no va a ser
en un año, dos años…, pero no se le olvidó. Puede ser cinco años,
seis años… Ese güey te va a chingar. Entonces como te va a chin-
gar en cualquier momento, a lo mejor no matarte, pero te la va a
engruesar. Porque ya va a darse un día cuenta que no eres nada.
Cuando no eres nada él… a lo mejor tiene un poco de poder (y) te
va a chingar. (Informante 15).
El rencor como obstáculo para la liberación del sujeto respeto al
grupo que lo atrae también aparece en las relaciones intergru-
pales que se dan con pandillas en abierto conflicto. El pasado se
convierte entonces en obstáculo para una posible tregua. En el si-
guiente fragmento vemos cómo la fuerza del grupo y el sentimien-
to de lealtad se hacen sentir cuando algún compañero de pandilla
no está dispuesto a dejar pasar la afrenta: “es muy difícil que haya

121
pactos. Sí se puede de que… ‘no, pues tiro al león’ y ‘tíralo al león’…
pero siempre va a haber uno inconforme. De diez, siete van a jalar
contigo y tres no… entonces esos tres uno va a empezar a engrue-
sarla con los que ya tienen la paz”. (Informante 15).
A un nivel más subjetivo, adentrándonos en la dimensión psi-
cológica del pandillero, también debemos considerar consecuen-
cias de orden moral. En este sentido, nuestro informante 15, en
otro momento de la entrevista, narraba cómo la crudeza de las
confrontaciones violentas vividas deja en él un poso de angustia
y de sentimiento de culpabilidad, lo cual repercute finalmente en
la forma que adquieren las relaciones con el antagonista. También
se apunta levemente el problema del resarcimiento de la culpa a
través del arrepentimiento público, en suma, la difícil posibilidad
de la reconciliación con el que ha sido agraviado.
Te pueden causar hasta la muerte, sacar un ojo, te pueden hasta de-
jar inválido, causar la cárcel (…) Vi cuando una vez, hace mucho,
bañamos a un morro. Lo dejamos tirado, convulsionando, vomitaba
sangre. Uno de nosotros, de los mismos, ya calmados: ‘mira como
lo tienen’. Y hasta la fecha es uno de los… bueno, sí le hablo, pero
recuerdo el daño que le hice. Porque sí está bien, está en sus cin-
co sentidos, pero recuerdo eso y como que mi conciencia, diciendo
que ‘¿por qué lo hice? (…) Nunca le he pedido perdón (…) Sí le hablo,
mucho no. Pero yo pienso que a lo mejor tiene algo, si algo… una
espina que yo le causé. Pues lo comprendo, porque sí lo dejamos
muy mal (…) (Alguna vez he pedido) disculpas, sí. Disculpas sí: ‘no,
discúlpame güey, la cagamos’. Pero pos yo sé que ya no se va a repa-
rar nada. (Informante 15).
A pesar de los posibles sentimientos que genera la extrema violen-
cia que ejercen y padecen estos jóvenes, lo cierto es que aprenden
a convivir con ella como parte esencial de la vida en sociedad.
Esto está más extendido entre los encuestados que consideramos
potenciales pandilleros: aquellos estudiantes que tienen 10 o más
amigos (30.2 por ciento del total) presentan un porcentaje supe-
rior respecto a los que tienen menos de 10 amigos si nos fijamos
en el grado de acuerdo con la idea de que es normal que haya vio-
lencia en todas las relaciones sociales. Concretamente, 13.4 por
ciento de los que tienen 10 o más amigos está de acuerdo con esta

122
i parte: violencia social

idea, frente a 10.7 por ciento de los que tienen menos de 10 ami-
gos y también creen esto. Más contundentes son los datos cuando
nos referimos al grado de aceptación de la violencia grupal entre
jóvenes como algo normal: 27.8 por ciento de los que tienen en-
tre 10 y 12 amigos y 36.4 por ciento de los que tienen más de 12
amigos considera normal este tipo de violencia (recordemos que
a medida que desciende el número de amigos baja también el
porcentaje de los que aceptan, total o parcialmente, como normal
este tipo de violencia).
El escenario en el que con mayor frecuencia se dan las circuns-
tancias que detonan los eventos de violencia entre pandillas sue-
le ser el del momento festivo, cuando confluyen jóvenes para el
cortejo sexual, alcohol, drogas y música (todos ellos elementos
propicios para la desinhibición):
Donde hay bailes colombia es riña segura. Donde sea que haiga bai-
le Colombia, a menos que sea personal, o sea, de tu misma banda
y en un lugar donde tú sepas que no va a haber pleito… (…) Sí, sí.
Baile colombia es bronca segura, eso sí, siempre va a haber bron-
cas. Mentiría si te dijera ‘en cinco bailes en cuatro no hay fallas’, te
mentiría (….) (La verdad sería que) en cuatro hay fallas y en uno no.
(Informante 15).
En la siguiente narración, también de nuestro informante 15, se
detalla cómo inició un conflicto histórico entre las dos pandillas
más fuertes de La Unidad (Panchos y Nerds), retomándose varios
de los elementos que hemos identificado hasta este punto: impor-
tancia de los bailes y el consumo de sustancias estupefacientes
como detonante de peleas, la defensa del grupo de referencia, la
ocupación o reparto de territorios que quedan vedados a los inte-
grantes de pandillas en conflicto, el activo papel para la regenera-
ción de la pandilla por parte de los nuevo integrantes más jóvenes
de la misma, entre otros.
ENTREVISTADO: Por un baile colombia
ENTREVISTADOR: ¿Por qué? ¿En los bailes colombia usualmente
se inician los problemas?
ENTREVISTADO: Sí, es uno de los… es un motor para las broncas,
porque ahí levantas (un cartel con el nombre de) tu banda y que
cómo te dicen, y te grita uno en el oído y luego tú le quieres gritar

123
más, empiezas a tomar, a beber, la droga y te quieres creer y empie-
za un aventón, ‘que él me aventó’, ‘pues no’, ‘sí’. Así empieza, entre
el mismo círculo empiezan los problemas.
ENTREVISTADOR: Y, entonces, específicamente, entre los Panchi-
tos y los Nerds ¿por qué empezó el problema?
ENTREVISTADO: Con un baile colombiano.
ENTREVISTADOR: ¿De qué?, ¿igual?, empujones o…
ENTREVISTADO: Sí, por un empujón empezó.
ENTREVISTADOR: Órale, ¿y cuánto tiempo llevan esos problemas?
O sea, por un empujón nada más, ¿cuánto ha durado?
ENTREVISTADO: Unos… aproximadamente, yo que recuerde, unos
tres años o cuatro ya.
ENTREVISTADOR: ¿Y cada cuánto se pelean?, ¿cada fin o…?
ENTREVISTADO: Siempre: miércoles, viernes, sábados, domingos.
ENTREVISTADOR: ¿Y hay mercadito ahí en la Unidad?
ENTREVISTADO: Sí, los miércoles. También eso es motivo por el
que se pelean.
ENTREVISTADOR: ¿Se topan en el mercado?
ENTREVISTADO: Los Panchos no bajan al mercado, los Nerds sí,
pero como está una cuadra que divide las dos bandas, empiezan los
gritos y ya pues.
ENTREVISTADOR: O sea, ¿pasa uno y empiezan a gritar?
ENTREVISTADO: Haga de cuenta que está retirado, uno, a lo mu-
cho, unos 150 metros, a lo mucho 200, aproximadamente y empieza
la gritadera, luego estos están acá, empiezan y se empiezan a pe-
lear, la gritadera. Inician la riña los más morros (…), (de) once, doce,
ocho, nueve, diez años.
En cuanto a la percepción de la evolución del problema de los
conflictos violentos entre pandillas contamos con el testimonio
de nuestro informante clave, el cual considera que se ha agravado
con el tiempo.
Acá (en La Unidad) ya está peor. Acá cada rato pelean. Dos, tres,
cuatro de la mañana, a cualquier hora se anda peleando (…) Uno
les dice bien ‘eh, agarren la onda, no siempre es así’. Les aconsejo.
A lo mejor sí me respetan un poco. Ya les empiezo a decir ‘eh, pues
agarren la onda, no siempre es así’. Porque ya las riñas están más
fuertes, los pleitos ahí en la Unidad y los rivales no comprenden
eso. Los rivales, bueno, para mí ya no son rivales, pero ellos piensan
que yo todavía soy uno de ellos. (Informante 15).

124
i parte: violencia social

Es interesante resaltar la posición del narrador, marcada por cier-


ta indefinición identitaria ante los ojos de los otros, percepción
resultado de su proceso de transición desde la marginalidad ha-
cia la institucionalización. Es igualmente llamativo el rol que
desempeña como representante municipal, tratando de aconse-
jar y atraer a antiguos compañeros de pandilla hacia los espacios
de la normalidad imperante en la sociedad más amplia. Aquí hay
que señalar el papel esencial de las instituciones en su función
integradora y normalizadora de conductas desviadas. Concreta-
mente, nos referimos al programa de intervención con pandillas
a través del futbol que desarrolla en La Unidad y otras colonias
donde proliferan las pandillas, la Dirección de Prevención del
Delito de Escobedo.
En la siguiente narración apreciamos cómo el espacio neu-
tral que representa una liga de futbol posibilitó la superación de
un conflicto con profundas raíces históricas entre dos líderes de
las bandas más fuertes de La Unidad. Obviamente, la oportuni-
dad que propicia este espacio no es el único elemento necesario
para que se dé la reconciliación: aquí cuenta mucho la persona-
lidad de los líderes, las oportunidades laborales que generaron
nuevos espacios de socialización, la edad y circunstancias vitales
de estos líderes, entre otras. También es importante la función
ejemplarizante de estas dos personas hacia el resto de pandille-
ros que siguen enfrentados, función potenciada a través del uso
de redes sociales. Con este tipo de ejemplos las estrictas reglas
marcadas por la confianza plena en los propios y la desconfian-
za, también plena, en los rivales empiezan a ser cuestionadas y
la convivencia pacífica empieza a hacerse posible (a pesar de las
resistencias internas, que también pueden llevar a expulsar del
grupo al que fue su líder).
Llegó uno de los Nerds y dijo ‘no, ¿qué onda?... que paz’. Porque no-
sotros nos cotorreábamos con los Nerds, pero los Nerds eran Nerds,
Panchos, Panchos. Entonces teníamos comunicación, pero siempre
iban a ver, como dicen, la gota que derramó el vaso. Siempre había
piques y pues al tú por tú y nada más hasta ahí o había un pleito y
al día siguiente se calmaba, pero nada más hasta ahí. Pero siempre
iba a haber una gota de que iba a haber una bronca y ya no se iba a

125
parar, como pasó en el baile. No ‘¿qué onda?’ No, ‘ya estás’, ‘sobres’,
no que ‘vamos a jugar fútbol’. Fuimos a jugar fútbol. Nos metimos a
su liga y ya empezó la amistad. Luego nos dejamos de hablar. Luego
empezamos otra vez a cotorrearnos y empezamos a jalar juntos. Él
me brindó confianza, yo le brindé confianza y empezamos a ganar
la…. ¿cómo se llama?, la amistad. Y de esa amistad se volvió como
casi hermanos y ya hasta la fecha, pues hemos trabajado muy bien.
He trabajado muy bien. Fíjate que no lo metemos (el pasado). Ese
es uno de los buenos motivos, porque como él quedó con espinas.
Porque su banda nunca me hizo nada a mí, pero mi banda si causó
muchas heridas. Ahí y a veces cuando recuerdas eso, a veces como
que te queda un coraje y te quieres desquitar, no en ese momento
porque ya sabes que acabó, pero a veces la conciencia daña a uno y
no lo metemos, pero si recordamos lo que le hicimos. ‘Oye, a este
bato estamos bien entrados’, ‘mira, aquí nos ves’. O a veces subimos
una foto juntos en Facebook, ‘ah, no lo puedo creer, después de una
falla… que estaban bien machín y ahora ya son como hermanos’.
Y los Nerds le meten cizaña a él… porque él a veces sí les habla o
a veces no. Y ahora ellos mismos le dieron… ¿cómo se llama?, una
traición. También su banda le puso a su banda, por sí que los Nerds
le daban voltión a todo mundo y ahí fue que él ya vio cual es la ver-
dadera imagen. No, no verdadera imagen, con quien sí puedes brin-
dar tu confianza y quién no. Porque hasta la fecha ningún momento
hemos dado… bueno, ni los morros de ahora le han dado voltión
a su banda, a pesar que él ya no anda tampoco. Pero como quiera
ves que te llegan los chismes ‘ah, se peleó este bato’. Porque como
quiera, viviendo ahí, ellos como quiera te van a decir ‘¿por qué les
hablas?’. No les vas a dejar de hablar. Entonces ellos empiezan… y
hasta la fecha no se ha visto ninguna falla y no va a haber (falla).
(Informante 15).
Además de la confianza, surge constantemente en el discurso el
problema de la propia identidad (por ejemplo, “él ya vio cual es
la verdadera imagen”). Ya para concluir este apartado, dedicado
al fenómeno del pandillerismo, veamos cómo el nacimiento de una
pandilla empieza con su denominación. Es decir, nos encontramos
claramente ante un proceso de construcción de identidad colecti-
va a partir del establecimiento de vínculos de amistad entre ado-
lescentes y jóvenes que comparten una misma problemática vital
y un mismo territorio. También aparece en esta última cita el pro-

126
i parte: violencia social

blema, que ya hemos mencionado, de los límites entre el pandille-


rismo, las conductas violentas y las actividades delictivas.
Asimismo, en este fragmento, apreciamos nuevamente el pa-
pel del deporte colectivo para la consolidación de estas identida-
des, las cuales se ven fortalecidas a través del uso de uniformes
que señala con énfasis nuestro informante. Estamos, pues, ante
la práctica social idónea para que sea instrumentalizada desde
las instituciones con el objetivo de lograr la inculcación de nor-
mas y conductas deseables para la integración en la sociedad más
amplia de estos jóvenes. Por último, también se señala otra di-
mensión del fenómeno que nos acercará al fin último de toda esta
investigación (la violencia intrafamiliar): el rol de la mujer en la
pandilla (“luego empezaron a llegar mujeres”, cuando ya habían
consolidado su identidad como grupo de hombres).
Estábamos en una esquina y de repente éramos (menciona varios
nombres de personas). Éramos cinco, empezamos con cinco (…)
Nomás ya no teníamos nombre. Ahí ya… ya Los Bañados, ya pos…
ya haz de cuenta que nada más fue… (por) decir. Sí, nomás, pero
nunca estuvimos acá que pleito ni nada, no hasta que inventamos
a Los Panchitos (…) Llegó un primo de uno de ellos. Eran tres her-
manos, un camarada, que ya tengo muchos años conociéndolo, que
estábamos en la escuela, en el salón y luego, llegó un primo de Mé-
xico. Era de México, el que inventó Los Panchitos. Le decíamos (cita
un apodo) o (cita otro apodo). Era primo de ellos, de tres conocidos
que estábamos siempre en la esquina y dijo ‘no, pues vamos a ponerle
Los Panchitos’, ‘¿por qué Los Panchitos?’, ‘no, porque en México
allá es una banda que son puros menores y empiezan a robar y así
y empiezan a hacer su desmadre’. Ah, pues nos gustó la idea. ‘No,
pos Panchitos, Panchitos’. Pero ese nombre nunca pensábamos que
en menos de quince días ya éramos… ya éramos expansivos (Em-
pezaron a unirse a ellos e) hicimos un equipo de fútbol... le pusi-
mos Boca Junior, creo (…) Usábamos el traje de Boca, pero el de…
uno que traía una franja amarilla… Sí, azul y (decía) Megatoner y
una estrellita, no sé si tenía un escudo aquí. Empezamos con ese
equipo que se llamaba… y de ahí empezábamos Los Panchitos. Ya
empezamos a ser once, doce, quince, veinte, treinta… Luego empe-
zaron a llegar mujeres. Ya éramos muchos. (Informante 15).

127
4.4. Problema del consumo y venta de productos estupefacientes: de la
pandilla al crimen organizado
Desde el Centro de Atención Primaria en Adicciones (CAPA) afirman
que el alcoholismo y el tabaquismo están ampliamente extendidos
entre los jóvenes de La Unidad, con el agravante de que se consideran
la puerta de entrada al consumo de drogas más duras. Esta percepción
la podemos complementar con los resultados de nuestra encuesta a
partir de las actitudes y opiniones ante el problema de estupefacien-
tes legales e ilegales que mostraron los estudiantes de la Secundaria
79. En la tabla 15 vemos que menos de 10 por ciento de los encues-
tados consideran divertido el consumo de alcohol o de marihuana,
entre 21 y 26.5 por ciento no consideran el alcohol y las drogas como
un problema grave de su colonia y 12.4 por ciento cree que se puede
llevar una vida normal consumiendo drogas duras.

tabla 15. grado de percepción positiva del consumo de alcohol


y marihuana y percepción de las drogas como problema social

No No estoy Estoy
No
Estoy de estoy de de acuer- de
estoy de
Estoy de acuerdo acuerdo do con acuerdo
acuerdo
acuerdo en que con que que “el en que
con que
en que “el con- “Muchos consumo “se
“muchos
“tomar sumo de proble- de drogas puede
proble-
alcohol mari- mas a mi duras con-
mas a mi
hace que huana alrededor (Thinner, sumir
alrededor
las cosas hace que se arre- cocaína, drogas
se arre-
sean las cosas glarían si piedra) es duras y
glarían si
más sean la gente uno de los llevar
la gente
diverti- más fumara problemas una
tomara
das”. diverti- menos más gra- vida
menos
das”. marihua- ves de mi nor-
alcohol”
na” colonia.” mal”.

Por-
8.3% 21% 7.2% 21.2% 26.5% 12.4%
centaje

Fuente. Elaboración propia.

También se señala desde el CAPA el problema de la falta de regu-


lación de venta de estos productos a menores, así como la prolife-
ración de depósitos (recientemente han aparecido los exprés, a los
que hay que sumar la existencia de otros clandestinos que venden
en horarios prohibidos).

128
i parte: violencia social

La mayoría de los jóvenes de La Unidad reportan mucho consumo


de alcohol. Hay muchos depósitos (…) No hay una regulación para
venta de menores, hay muchas… no sé si llamarle transas; hay mu-
cha venta a menores, mucha venta de tabaco, de cigarros sueltos.
Que a lo mejor alguien puede decir ‘ay, o sea, pero eso no pasa nada’.
Bueno, la droga de inicio en los jóvenes es el tabaco y cada vez a
menor edad. El paciente más pequeño que recuerdo es como de
ocho años. No me acuerdo si… no es de esa colonia, pero sí de ‘ay,
yo agarro las bachas’, ‘en las fiestas yo y mis amigos recogemos las
latas.’ (Informante 6).
De pequeñas faltas al reglamento municipal (como la venta de al-
cohol fuera de horarios o la venta de cigarros sueltos), el problema
se agrava, tanto desde la perspectiva de salud pública como des-
de la violación de la ley, cuando nos adentramos en el consumo de
drogas ilegales. De hecho, el consumo de drogas, legales o ilegales,
es considerado también uno de los principales problemas en La
Unidad, como dice el informante 14, destacándose como más con-
sumidas o, por lo menos, como más visiblemente consumidas, la
marihuana, el Thinner, los solventes, el resistol… (Informante 2).
A continuación, nuestro informante 15 nos habla acerca de las
edades de inicio en el consumo de drogas, cuáles son las drogas
más frecuentes y las formas de obtenerlas, gracias a la solidaridad
intragrupal de la pandilla.
Se empieza a consumir a partir de los doce, trece, catorce años (…)
A la mejor el de diez, once (años) sí (prueba la droga) (…) Tolueno
es primero, (porque) es el más barato y es el que consiguen más
rápido. Porque la marihuana, ponle que a lo mejor a veces no hay
o los puntos a veces dicen ‘está cerrado’. Entonces está cerrado
un punto y se quieren drogar, que van y compran en la ferretería
y la ferretería pues es legal. No (venden) tanto el morrillo, ya no
mandas el morrillo, mandas un señor o alguien grande que te lo
compre y con tal de que… eres de la misma banda, pues te va a
hacer el paro (…) Nomás como son de la misma banda, pues yo
te hago un paro, yo lo compro, no hay pedo y ya nada más por ser
de la misma banda te compran (…) A veces el que consume to-
lueno, consume a veces… si consume tolueno, consume a la vez
piedra, tal vez mota. Cocaína es muy raro que use, es un vicio
que casi no lo usan en las colonias, así como La Unidad, Alianza

129
Real, colonias donde se vive más la piedra, el tolueno, la mota.
(Información 15).
El apoyo del grupo de referencia para la obtención de substan-
cias prohibidas para el menor representa solo uno de numerosos
ejemplos que nos hablan de la existencia de ciertas dinámicas
intragrupales a las que ya nos hemos referido ampliamente en el
capítulo anterior. En este mismo capítulo dedicamos un apartado
a analizar el poder de atracción del grupo sobre el individuo que
lucha por alejarse de su órbita. Esta misma fuerza aplica cuan-
do nos fijamos en el sujeto que lucha por superar su adicción a
las drogas. En palabras del representante de CAPA: “hay mucho
consumo. A lo mejor mi paciente dice ‘ya logré no consumir, me
estoy resistiendo’, pero las actividades que hay ahí son en la pan-
dilla, donde hay consumo”. (Informante 6).
Otros problemas asociados al consumo de drogas y/o bebidas
alcohólicas que aparecieron durante las entrevistas fueron las ex-
plosiones de violencia intrafamiliar y las carencias económicas.
Desde una lógica de carácter lineal nuestra informante 14, con-
textualizando la situación en un ambiente noctámbulo y ocioso,
unido a la estrechez económica, localiza en el consumo cotidiano
de alcohol el principal detonante del conflicto intrafamiliar:
Muchos (conflictos intrafamiliares) suceden en la noche, los sá-
bados… bueno, desde el jueves, viernes, pero más el sábado. Claro
(que el consumo de alcohol influye). Imagínate un albañil, llega
cansado, una cerveza para refrescarse, luego otra cerveza, luego
otra cerveza… Entonces, ahí viene un conflicto: no tiene dinero
por el gasto que ya se hizo en las caguamas, empiezan los conflic-
tos. (Informante 14).
Una similar explicación, añadiendo el factor pandillerismo, es la
que nos ofrece el informante 2 , quien considera que el elevado
costo de la vida obliga a trabajar al hombre y a la mujer, sin que el
salario alcance para cubrir las necesidades básicas. Por este moti-
vo, ante las estrecheces económicas:
Nos enojamos por cualquier cosa, o creemos que una cerveza nos
va a quitar ese estrés (…) que son los detonantes de la violencia
familiar que se da y por eso los jóvenes salen afuera a buscar a
alguien que los entienda, alguien que los escuche…. Y ¿quién lo

130
i parte: violencia social

entiende?: un joven como él, pero desviado, que tiene un proble-


ma y sus únicos recursos ¿cuáles son?: la violencia y las drogas
(Informante 2).
En lo que se refiere a la relación entre estupefacientes y violencia
intrafamiliar, con los resultados de nuestra encuesta sí encontra-
mos cierta relación entre actitudes favorables hacia la violencia
de género y hacia el consumo de estupefacientes. En la Figura 13
vemos que aquellos que consideran que en ocasiones hay razones
para que el hombre golpee a su esposa muestran actitudes mucho
más favorables hacia el consumo de alcohol (9 puntos porcentua-
les por encima) y de marihuana (14.7 puntos por encima).

figura 13. relación entre actitudes favorables hacia la


violencia de género y hacia el consumo de estupefacientes

Fuente. Elaboración propia.

Si nos fijamos en el otro indicador de violencia familiar, el que


se refiere a la violencia hacia los hijos entendida como estrate-
gia educativa, los resultados no son tan contundentes como en el
caso anterior, sobre todo en el caso de la percepción positiva del
consumo de alcohol. En la Figura 14 vemos que en este caso los
porcentajes son casi idénticos, pero en el caso de la marihuana la
percepción positiva de la misma es casi el doble en el caso de los

131
que aceptan como normal la violencia hacia los hijos por parte
de los padres. Así, pues, en términos generales, tenemos indicios
para considerar que, efectivamente, hay una relación positiva en-
tre la percepción positiva de la violencia familiar y del consumo
de estupefacientes.

figura 14. relación entre actitudes favorables hacia la


violencia "educativa" hacia los hijos y hacia el consumo de
estupefacientes

Fuente. Elaboración propia.

Respecto a la violencia ejercida fuera del hogar y la violencia entre


pandillas, también hemos encontrado una relación directa con
la actitud hacia el consumo de alcohol y drogas. En esta ocasión
nos lo explica el entrevistado que lo vivió en primera persona,
cuando formaba parte de una, añadiendo al factor “consumo de
substancias estupefacientes” el del noctambulismo y las diná-
micas intragrupales a las que nos referimos en el apartado ante-
rior (lealtad al grupo, peso del pasado y otras):
Pues cuando revuelves todo. Andas… pues fumas marihuana, lue-
go pisteas, luego piedra y al último ya te crees He-man. Ya hay un
pleito y te crees He-man y sin saber que (no) andas en tus cinco
sentidos y es donde empieza la violencia. Por eso se hacen las riñas

132
i parte: violencia social

a las tres o cuatro de la mañana, cuando todos andan bien pedos o


bien locos y todos se creen He-man y no miden las consecuencias
(…) Porque es la hora donde ya el cerebro nada más piensa en vio-
lencia, porque estás en un cotorreo, empiezas a pistear y empiezas
a fumar y luego siempre va a haber uno (…) que te va a decir: ‘no, la
otra vez que estábamos peleando’ y empieza a alborotar a todos y
empieza…. el ambiente que si ‘no, ahorita fui por unas guamas y me
los topé. Me les quedé viendo y no me dijeron nada’. Y luego vamos
otra vez y ahí empieza el pleito… con que uno hable de problemas…
Ya todos, no andando ni (en) cinco, cuatro, tres sentidos y entonces
empiezan a abrir la misma plática (…) Ya empieza a la violencia de
que sobre ellos y empiezan los pleitos. (Informante 15).
Pero más que centrar nuestra atención en el problema de la vio-
lencia (familiar o pandilleril), aquí tratamos de describir el papel
que juega el consumo de sustancias estupefacientes y, dando un
importante salto cualitativo, el problema que surge cuando el con-
sumidor pasa a ser también vendedor (y, por lo tanto, delincuente).
El resultado en la colonia La Unidad es la existencia de numerosos
puntos de venta de cristal, de cocaína,de metanfetaminas y otras
drogas, “pero principalmente la marihuana, (que) está en todos
lados”, (Informante 13). A decir del informante que fue pandillero
en esta colonia “los puntos (de venta) se los ponían en diferentes
partes, unos estaban atrás por la plaza pegada en La Unidad. El
otro estaba acá, el otro estaba del otro lado aquí, en la mera orilla,
pero este punto era de un camarada que estaba en Monterrey”
(Informante 15). Desde Prevención del Delito explican cómo el
problema del narcomenudeo es mayor en los territorios de ciertas
pandillas. Otro de nuestros informantes, residente en La Unidad,
nos ofrece un panorama, desde dentro, del mercado de la droga en
su colonia marcado por la densidad de puntos de venta:
A las personas que se salgan de esto (del consumo de drogas bara-
tas), pues ya están haciendo su agosto. Por eso miras a gente que
trae más de cocaína y otras sustancias, porque están abaratando el
mercado, porque hay mucha competencia. En cada colonia, en cada
tres o cuatro cuadras, hay tres o cuatro tienditas (…) Entonces hay
distribuidores en todos lados. (Informante 2).
Respecto al paso desde el consumo de drogas baratas y cuya com-
pra es legal al consumo de drogas más costosas y de venta ilegal,

133
nuestro informante 15 nos expone, a través de la ejemplificación
del tolueno y la marihuana algunas posibles explicaciones de por
qué el individuo decide dar el salto. Principalmente, la razón aquí
expuesta se basa en la efectividad de la droga ilegal, además del
daño físico mayor que hace la droga legal y más barata.
El tolueno como que te empieza ya a quedar más chisquiado, como
que ya te va acabando más rápido el cerebro. A lo mejor el alucín del
tolueno se te pasa en menos de diez minutos, estas tolueniendo y
estás en tu alucín, pero ya después de diez minutos, quince minutos
no te tolenueas y ya te empiezas a aclarar bien la idea y ya nada más
te queda el puro olor y la peste. Y la marihuana no, la marihuana
pues vas a fumar y te va a durar dos o tres horas. Y dependiendo
cómo consumas hay muchos tipos de síntomas, como puede ser alu-
cín, que te da risa, o puede ser de bajada, puede que te de hambre o
de la que nada más estás callado. (Informante 15).
Al ser cuestionado por el entrevistador por el consumo de drogas
que induzcan a la comisión de delitos, nuestro informante mini-
miza su presencia en la colonia e incluso emite un cierto juicio
o crítica moral hacia la peligrosidad de estas substancias: “(ir) a
robar (drogados), ahí nada más cuando yo me junté nada más tres
personas lo hacían. Las pastillas esas Rioche eran… y quebraron
los vidrios hasta de su casa, porque esas pastillas, son otra idea.
Te avionas más feo. Esas pastillas casi no se dan mucho en esas
colonias”. (Informante 15).
Más que pensar en el consumo de ciertas drogas como la an-
tesala de la delincuencia, identificamos en el joven la búsqueda
de lucro a través de estas actividades al margen de la ley como
el factor que permite que traspasen este umbral. En el contexto
social al que nos estamos refiriendo, y como consecuencia lógica
de las dinámicas sociales detalladas, la relación entre comisión de
delitos y la vinculación e integración del sujeto con ciertos gru-
pos delincuenciales aparece en estos casos con una altísima fre-
cuencia. En lo que se refiere a la relación entre pandilla y crimen
organizado, en el caso de La Unidad, queda ejemplificada con el
caso de una pandilla.
(Cita el nombre de la pandilla) se prestaron (a colaborar con el cri-
men organizado) desde un principio, cuando un grupo de la delin-

134
i parte: violencia social

cuencia organizada estaba arraigado aquí y comenzaron a trabajar


con estos chavos. (Son) la mano de obra barata (del narcotraficante)
(…) Se dio porque varios de ellos, al momento que estaban reclu-
tando desde el 2010, ya muchos de ellos ya los mataron (…) (Los
narcotraficantes) venían de otros estados. Su trabajo es ese, reclu-
tar, tú sabes que es muy diferente. Y algunos… muchos de aquí se
fueron. No andan aquí. Quién sabe si vivirán o no. Pero es otra gen-
te la que está comandando, gente que no es de aquí. De esa manera
trabajan. O sea que su manera de trabajar por la mano barata que
hay, es recolectar a la pandilla, a un joven que está en pleno desa-
rrollo hormonal. Le das droga, le das dinero, le das mujeres y a par-
te le das pistola: poder. Aunque él (el pandillero) sabe de antemano
que su vida va a ser corta, porque más temprano que tarde lo van a
cazar y eso va a pasar y siempre va a pasar así. (Informante 2).
Nuestro informante 15 nos ofrece otro punto de vista de cómo
se produce el reclutamiento de los nuevos integrantes del crimen
organizado en la colonia. En este caso no coincide con el anterior
informante en atribuir exclusivamente un origen foráneo a los
narcotraficantes y reclutadores, pues considera que “pueden ser
de la misma colonia o pueden ser de otras mismas colonias”.
Cuando empezaron los malitos (…) sí, sí nos tocó una época donde
varias empezaron a trabajar, donde les daban mochilas con dinero,
mochilas con libros, pero es para tapar las avenidas y empezaron
ahí a meterse varios y empezaron la venta de drogas (…) El índice
de riñas (entre pandillas), sí bajó, porque agarraban a los líderes y
empezaban a tablear (…) Es que quemaban los puntos (de venta
de droga). Si quemaban los puntos había una riña y tenía que ha-
ber granadera. No querían riñas. Entonces (si se daba) una riña y
llegaban los malitos y les tiraban unos plomazos. Los correteaban
a los que pescaban, se los llevaban, los tableaban y les daban una
chinga y pues quien va a volver a meterse. A veces te quedas trau-
mado. Te queda un trauma, porque a veces que pasas por un lugar
y te hacen un cuatro y ya no vuelves a pasar por ese mismo lugar,
aunque tú sabes que ya no va a volver a pasar, pero te queda una
conciencia que dice ‘por ahí no paso’… o vas con miedo… Porque a
mí me pasó eso, de que una vez veníamos de jugar y nos hicieron
un cuatro y nos cerraron y bañaron a varios de mis camaradas. Yo
ya trabajaba aquí y yo no pude defenderme porque tenía un trabajo
estable. Entonces yo lo que hice es correr, pero sí me quedó esa

135
conciencia que ya no paso por donde mismo, pues ya queda ese
recuerdo, de que si vuelvo a pasar a lo mejor no va a ser lo mismo
(…) (Los ‘malitos’ eran) normales. Pueden ser de la misma colonia
o pueden ser de otras mismas colonias, porque los mismos pan-
dilleros vendían drogas (y) algunos (fueron después malitos) (…)
Otros sí, sí les gustaba jalar con los malitos y empezaron a lucirse,
a creerse y empezaron a agarrar hasta de los mismos, a tablear, a
golpear. (Informante 15).
De la anterior cita también debemos resaltar la idea de la ausencia
de riñas entre pandillas como efecto de la implantación de estos
grupos del crimen organizado. Como expone este informante en
otro momento de la entrevista, la presencia del crimen organiza-
do eleva la tensión a unos niveles que exigen una paz basada en el
miedo a actos extremos de violencia: “se evitaban. A la mejor paz
sí hubo, pero también con un miedo… que… ‘ah, pos si se la hago
de pedo y ese güey anda jalando o el amigo de él…’ y ‘lo tiro al
león’. Ese era el motivo que había paz, ya existía un paz con miedo”
(Informante 15). En este mismo sentido, nuestro informante 2 nos
explica que con cierta pandilla no hay conflictos “porque ahí se
distribuye toda la droga. La mayoría de ellos, distribuyen la droga
aquí (en La Unidad) y en la (colonia) 18 de octubre (...) Entonces en
la 18 de octubre es lo mismo, hay tres o cuatro pandillas que están
en conflicto, pero las que en dado momento no tiene fallas con na-
die, es porque está metida en el crimen”. (Informante 2).
Vemos, en definitiva, cómo progresivamente el juego de la pan-
dilla se va poniendo cada vez más serio. Así, el niño o adolescen-
te que ingresa en la pandilla por inercia, es atrapado por ciertas
dinámicas sociales que derivan en un progresivo acercamiento al
mundo de la delincuencia organizada y que obliga al muchacho,
en último término, a enfrentar en toda su crudeza la realidad úl-
tima y, en este caso, prematura: la muerte.
De mis camaradas mataron a tres y a la vez uno dice… estuvo bien, a
la vez estuvo mal. Bien porque dices ‘eran bien engruese, ya se creía
muy chingón’. A veces empinaba a los mismos y pues todo lo que
hagas vas a pagar y pues yo digo que lo pagó con muerte. Porque él
quería afectar a otras personas y él mismo se afectó… y ya lo mata-
ron porque llegaron otras camionetas y él estaba con otro camarada
en la camioneta que iba a entregar la mercancía… y no les avisaron

136
i parte: violencia social

y el que era mi amigo líder, bueno, de ahí el que le decían el mando,


ese güey se peló, ese güey los dejó morir. (Informante 15).

4.5. Violencia transmitida culturalmente y


normalización de la desviación
Volvemos ahora a centrarnos en el problema de la transmisión cul-
tural de las actitudes y conductas violentas, que constituye el subs-
trato que abona el abanico de problemáticas sociales a las que nos
hemos referido hasta aquí. A pesar de que ya hemos dicho cómo
en el seno familiar se produce la transmisión de estas conductas,
no es únicamente en este entorno en el que se da este aprendizaje
y valoración de la violencia, sino que en la cotidianidad del joven
que transcurre en el espacio público de la colonia también se está
produciendo una constante asimilación de este tipo de conduc-
tas (y de conductas asociadas, como el consumo de estupefacien-
tes). Más aún cuando esta cotidianidad callejera se adueña de todo
el tiempo del joven ocioso que ni estudia ni trabaja.
(Los jóvenes en La Unidad) no hallan qué hacer (…) porque la ma-
yoría de ellos es gente que no está trabajando ni estudiando (…) (No
estudian ni trabajan porque) han crecido en un ambiente que se les
ha enseñado de esa manera (…) Porque simplemente, al drogarte en
la calle estás dando una mala enseñanza y estás invitando a niños
a drogar y ‘ah… así debo de vivir’, no, ‘él vive y muchos son líderes,
porque saben pelear y se pelean’. Y el niño busca a… con alguien
para identificarse y ahí está el círculo de violencia. De todo lo que
tenemos ahorita, volvemos a lo mismo, viene a consecuencia de la
familia. (Informante 2).
Pero es incuestionable que, como termina reconociendo nuestro
anterior informante, en el entorno familiar se fomenta la violen-
cia como un valor o, por lo menos, como una herramienta útil para
adaptarse a un medio esencialmente hostil. Así, no es de extrañar
que, tal y como nos describe la directora de la Secundaria 79, apa-
rezca con frecuencia la normalización de la violencia como mé-
todo pedagógico que emplean los padres para educar a sus hijos.
(El problema de la violencia intrafamiliar en La Unidad) ya se hizo
cotidiano (…) Yo traigo aquí a un papá y le digo: ‘es que su hijo así
y asá’, ‘ahorita va ver cuando llegue a la casa, yo sí le pego maestra’;

137
‘bueno, ¿y si ha intentado hablar con él?, yo creo que ahorita está de
este tamaño, cuando esté más alto que usted… usted le está enseñando
a que él golpee, se le va a regresar a usted señor’. Como que tienen muy
arraigado este tipo de situaciones. Dice una señora en una ocasión: ‘es
que maestra, nosotros así aprendimos’ (…) ‘Yo no creo que un golpe
a tiempo no solucione las cosas’, me decía una muchacha (…) Como
que sienten que es la forma más fácil, inclusive hasta se enojan. Hubo
aquí el pleito de unas pandillas y la señora… no, es que la señora misma
sometió, golpeó al niño, lo tiró, lo pateó la misma señora. Y cuando se
le cuestionó a la señora (respondió) ‘es que mi hijo es bien tonto, ya le
he dicho que se defienda. Aquí no se puede vivir así’, como diciendo
como…. No va a funcionar. (Informante 11).
Asimismo, entre los niños y jóvenes se reproduce una normaliza-
ción de las conductas violentas, tal y como pudimos comprobar
en los cuatro grupos de discusión realizados. En ellos, se detectó
un consenso total respecto a la necesidad de ser violento siem-
pre que se trate de defenderse de una agresión. Así, por poner un
ejemplo, escuchamos en uno de los grupos que “es justificada la
violencia cuando te tienes que defender de alguien, porque si al-
guien te dice algo tú te tienes que defender o si alguien te dice algo
te tienes que defender o te quiere golpear, te tienes que defender,
porque pues te tienes que defender y tú allí la justificas”. [Grupo
de discusión Mujeres Turno Matutino]. Este planteamiento con-
duce inevitablemente a la espiral de violencia en una colonia don-
de está tan extendida, tal y como apreciamos en una selección de
conductas violentas que las participantes recuerdan de sí mismas
o que imaginan en ciertas situaciones hipotéticas (lo que contra-
dice claramente la idea de que las actitudes y conductas violen-
tas son territorio exclusivo del sexo masculino):
“Yo si me peleaba, pero no de a montón”.
“Yo me peleé (…) con una mujer (…) por un problema”.
“Yo me peleé una vez con una niña. Me fue a sacar de mi casa”.
“Yo si me peleé con un hombre (…) porque me estaba diciendo cosas
y lo agarré”.
“Yo si me he peleado muchas veces (…) porque no la mayoría va y
nada más me agarra y yo ni sé ni porqué y ya cuando termino al
último les pregunto: ‘eh, ¿por qué me agarraste?’ y ya dicen ‘es que
me caes gorda’, ‘ah, tú también me caes gorda’”.

138
i parte: violencia social

“Haz de cuenta yo le digo a ella ‘vamos a pelearnos en la salida’ y


todos escuchan ‘para la salida’, todos saben y van todos en bolita
para allá (…) Sabrá Dios cómo se enteran, pero van todos hacia allá
(…) Está divertido (...) y lo grabamos”.
“Me acuerdo que a mi papá lo navajearon porque era de... y lo defen-
dieron a él (…). (Fueron a buscarlo) porque ellos estaban afuera y de
la nada llegaron varios de ellos, que eran Rayados, y los navajearon”.
“Si me hubieran golpeado meto golpes, pero si no, no me meto”.
“Si me hubieran pegado también les pegaría (…) y si no me hicieran
nada me estuviera riendo, grabándolo”.
“También me hubiera agarrado”
“Si es alguien, mi amiga o mi amigo, me meto”.
“También yo, si es toda mi familia, pues también me meto”
“Pues también, si no es conmigo también voy a tirar paro”
“Pues también, si ellos tampoco no me hacen algo”
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
Nos encontramos, en suma, ante un panorama general donde la des-
viación social (en forma de violencia, pandillerismo y robo) ha sido
no sólo normalizada, sino que incluso se ha naturalizado. Esta afir-
mación encuentra cierto respaldo en los resultados de la aplicación
de nuestra encuesta. Si nos atenemos a los porcentajes de actitudes
favorables a actos que son ilícitos, en términos generales encontra-
mos una aceptación porcentualmente significativa de los mismos.
Por ejemplo, declara no estar de acuerdo ni en desacuerdo (lo que
implica una aceptación pasiva) en que el consumo de marihuana es
divertido 12.2 por ciento, mientras que 7.2 por ciento afirma estar
de acuerdo total o parcialmente. El porcentaje de los que conside-
ran posible consumir drogas duras y llevar una vida normal es aún
mayor: declara no estar de acuerdo ni en desacuerdo con esto 13.7
por ciento, mientras que 12.4 por ciento afirma estar de acuerdo total
o parcialmente. En lo que se refiere a la violencia grupal entre jóve-
nes, esta es ampliamente aceptada, explícita o implícitamente, por
más de la mitad de los encuestados: 28 por ciento implícitamente,
al declarar que no están de acuerdo ni en desacuerdo con la afir-
mación de que este tipo de violencia sea normal, y 24.6 por ciento
explícitamente, afirmando que están de acuerdo, total o parcialmen-
te, con la afirmación. En cuanto a la violencia de género, la respuesta
está en el extremo opuesto, siendo la única forma de desviación

139
social que encuentra un rechazo masivo: solo 7 por ciento dijo no
estar de acuerdo ni en desacuerdo con que en ocasiones hay ra-
zones para que el hombre golpee a su esposa, mientras que 4.9 por
ciento dijo estar de acuerdo con esta afirmación.
Por lo anterior, una de las propuestas de intervención esen-
ciales para lograr el cambio social son aquellas que comiencen a
cuestionar este proceso de naturalización. En palabras de la psi-
cóloga de Prevención del Delito: “pues yo creo que lo primero
(que deben hacer las instituciones) es… quitarles esta idea, como
que ya tienen normalizada de que así son las cosas. ‘Eso es nor-
mal’, ‘eso es lo natural’. Hacerles que conciencia en ese sentido
de que hay otras alternativas para ellos. No todo es violencia, no
todo son pandillerismo y robo”. (Informante 12).
En cuanto al papel de las instituciones, encontramos un serio
obstáculo para que puedan ser eficaces en su intervención: el cho-
que entre los valores intracomunitarios (tales como la fortaleza in-
dividual para enfrentar situaciones de conflicto, aunque sea a través
de la violencia, o la solidaridad y protección intragrupal frente a
las agresiones del “exterior”) frente a los valores hegemónicos que
deben promover estas instituciones (como el respeto a la legali-
dad vigente o la represión de todas las formas de violencia no le-
gitimadas). Este conflicto de valores conlleva, por ejemplo, que la
comisión de delitos no suela ser denunciada por una generalizada
idea de lealtad al grupo de referencia y por un sentimiento de opo-
sición a los cuerpos policiacos y, por extensión, a las instituciones
que estos representan. En caso de quebrantamiento de esta leal-
tad, como explica la directora de la Secundaria 79, la comunidad
pone en marcha sus mecanismos sancionadores entre pares, de tal
modo que la sanción social al delator puede suponer su aislamien-
to, su rechazo o, incluso, la agresión.
El problema es que no tengo la dinámica de la denuncia. Los niños
no lo practican. Aparte les da mucho miedo, porque aquí eso es so-
cialmente penado, no solo por nosotros, que nosotros lo veamos,
sino que eso le llaman… ellos le dicen, ‘se peine’. Si alguien lo dice,
socialmente es rechazado. Pero oye, si sabes que es algo malo que
se estén dejando, que no haces esa práctica de la denuncia, pero
no es más… es todavía más malo, como su entorno social decir de

140
i parte: violencia social

que alguien, espéreme, así lo rechazan o no lo integran. Le hacen


sentir que no vale la pena juntarse con él, con una persona así.
Es algo feo, algo medio triste. De valores, si es bueno, si es malo.
(Informante 11).
Aun reconociendo el innegable protagonismo explicativo de la
presión social de la comunidad, así como el aprendizaje imitati-
vo entre pares, nuestro siguiente informante contempla un factor
que va más allá de todo condicionante externo al sujeto: la res-
iliencia. Esta capacidad de superación, de orden psicológico, es
subrayada como determinante, aun cuando en su casa el joven
haya vivido complicadas circunstancias familiares. En todo caso,
en su narración está omnipresente la capacidad de influencia del
medio social y de los valores que promueve, de tal forma que la
búsqueda del éxito, definido socialmente en este contexto como
logro económico o como fama adquirida a través de la belleza y el
atractivo sexual (en el caso de las mujeres), se traduce finalmente
en conductas que empujan hacia la desviación social (abandono
escolar, consumo de drogas, pandillerismo, publicitación de la pro-
pia imagen erotizada).
Los jóvenes, la mayoría ahorita, la rebeldía (…) de creerse más chin-
gones que otros. No saben, ni quieren ir a la secundaria por la rebel-
día. Ya empiezan a agarrar drogas y ya se creen más fregones… (…) A
veces sí es por problemas en la familia, a veces no. Pero yo siempre
he dicho que es dependiendo de uno, porque problemas siempre va-
mos a tener. Siempre, cualquiera, hasta el más santo tiene problemas
y es depende de la capacidad de uno cómo enfrentar los problemas.
Y hay muchos que caen en los problemas y busca el refugio en dro-
gas y busca el refugio en pandillas. Igual las adolescentes, las mucha-
chas, están tan jóvenes, ven a una que sube una foto sexy y pues ellas
también quieren hacer lo mismo porque empiezan a caer al mismo
juego. Ven que los demás lo hacen y pues sí, ¿por qué yo no? (…) (Se
meten en la pandilla porque) quieren crecer, quieren hacer, se quie-
ren comer el mundo de una sola mordida. (Informante 15).
Ofrezcamos, a continuación, un acercamiento al fenómeno de cier-
to tipo de violencia, que justifica y que sostiene en último término
este trabajo de investigación: el problema de la violencia intra-
familiar. Lejos de pretender ofrecer respuestas concluyentes que
la expliquen, queremos abrir el campo de reflexión y preparar el

141
camino para el desarrollo de los resultados empíricos que expon-
dremos, de manera profunda, en la segunda parte de esta obra.

4.6. Violencia intrafamiliar


El fenómeno de la violencia intrafamiliar supone el problema
social al que más difícil acceso tiene el investigador, pues, como
veremos, al desenvolverse en el espacio más privado e íntimo, se
da un proceso de invisibilización y ocultamiento. No obstante,
es clara la percepción de La Unidad como una de las colonias
del municipio donde más presente está este problema. Desde el
DIF, se ubica como especialmente extendida en las colonias La
Unidad, Villas de San Francisco, Praderas de San Francisco y La
Alianza (Informante 7); “(La Unidad) es una de las (colonias)
más grandes y tengo casos de Procuraduría ahí, de violencia (…)
Esas son las colonias que más pegan y son de las colonias que
más recibimos”, (Informante 14). Una visión más precisa de la
distribución de esta problemática nos la ofrecen desde Preven-
ción del Delito:
(La Unidad) está dentro de las primeras cinco colonias del munici-
pio (con más violencia intrafamiliar). La mayoría de las colonias
con violencia familiar están cargadas en la zona poniente y la co-
lonia San Miguel y San Francisco y la colonia de la Alianza, son las
primeras dos colonias. Bueno, San Miguel y San Francisco son dos
colonias, nosotros la tomamos como una porque son relativamen-
te muy pegadas, juntas. La Alianza es otra que está bien aislada y
la Unidad, pues es otra. Los identificamos como polígonos, son los
tres polígonos con más alto nivel de violencia familiar reportado
a la policía (…) Por reportes, por llamadas de reporte de auxilio.
Creo que las denuncias coinciden, no estoy seguro, pero sí por
reportes de auxilio a la policía. Entonces La Unidad siempre está
en las primeras cinco. (Informante 13).
Compartiendo esta percepción como algo especialmente preo-
cupante en La Unidad, algunos informantes clave, residentes en
La Unidad y conocedores de la problemática “desde dentro”, no
dudan en identificar en este fenómeno la causa de muchos de
los problemas que hemos referido hasta este punto. Así, según el
informante 2, la violencia intrafamiliar y la transmisión de este

142
i parte: violencia social

tipo de conductas de padres a hijos explicaría la expansión de la


violencia en general y las adicciones, entre otras.
En la colonia La Unidad, a nivel municipal parece… si no está el
primer lugar está en el segundo lugar en violencia intrafamiliar y a
consecuencia de eso viene todo lo demás. (La violencia intrafamiliar
es la causa) de todas las principales problemáticas que serían… Las
adicciones y la violencia (…) Pos influye en todo, porque, por ejem-
plo, si tú en tu casa no tienes ese apoyo y ya has conocido la violen-
cia desde niño, tienes que manifestar lo que has aprendido en casa.
Entonces, tú buscas una identidad y si en dado momento todas estas
frustraciones que tú has tenido, o que tienes como jóvenes como
ellos, la manifiestas de la manera en cómo te lo han enseñado. En-
tonces, todo eso ha influido. (Informante 2).
Respecto a la percepción de este tipo de violencia como detonan-
te principal de muchos de los problemas sociales expuestos has-
ta aquí, también coinciden desde Prevención del Delito cuando
afirman que “la violencia familiar produce obviamente deserción
escolar, produce problemas de pandillas y problema de empleo,
porque la misma gente pues no se prepara a lo mejor profesional-
mente”, (Informante 13). En la misma línea se expresa nuestro
informante antiguo integrante de una pandilla:
Sí, también tiene mucho que ver (la violencia intrafamiliar con el
pandillerismo), ¿por qué? Porque si lo ves de chico, lo vas a hacer
de grande. Entonces, por decir, si ellos ven, por decir, a la edad de
ocho o nueve años, empiezan a ver que sus papás se pelean y luego
tú sales a la calle y ves a los de la esquina, o sea, tienes doce años,
trece años… entras a la secundaria, empieza una época de rebel-
día… Entonces si tú ves que tu papá y tu mamá todavía se la viven
peleando, pos ves en la esquina… te empiezas a juntar con uno que
le habla y ya empiezas a meterte, que hay un baile, un cotorreo… Ya
empiezas a irte con ellos a platicar y ya empiezas a caer en el mundo
de las pandillas. Pero sí tiene que ver mucho la violencia familiar.
(Informante 15).
Veamos en qué grado podemos aceptar que la violencia intrafa-
miliar explica problemas de la colonia bien identificados, tales
como abandono escolar, violencia social y pandillerismo. En lo
que a este último se refiere, en la tabla 16 no vemos correlación
entre aceptación de la violencia de género e integración de pan-

143
dillas, pues son más, porcentualmente, los que rechazan este tipo
de violencia y tienen más de 10 amigos. La cosa cambia cuando
nos fijamos en las actitudes hacia la violencia, hacia la que se da
entre grupos de jóvenes y la que se da de manera natural entre las
personas: los que aceptan la violencia de género también lo hacen
respecto a la violencia grupal juvenil (25.2 puntos por encima) y
hacia la violencia en general (26.8 puntos por encima).

tabla 16. relación entre aceptación de la violencia de género,


pandillerismo y violencia social

Estoy de acuer- Estoy de acuerdo


do con que “es con que “es nor-
Tiene normal que los mal que haya un
más de 10 grupos de jóvenes poco de violen-
amigos se peleen, pues cia en todas las
siempre hay que relaciones entre
defenderse” las personas”

Estoy de acuerdo con que


“algunas veces hay razo-
27.7% 46.8% 36.2%
nes para que el hombre
golpee a su esposa”
No estoy de acuerdo con
que “algunas veces hay
30.3% 21.6% 9.4%
razones para que el hom-
bre golpee a su esposa”

Fuente. Elaboración propia.

Si nos fijamos en la aceptación de la otra forma de violencia fami-


liar que representa la que ejercen los padres sobre los hijos, encon-
tramos una situación muy parecida a la anterior: mayor proporción
de los que rechazan esta violencia que tienen más de 10 amigos y
una actitud mucho más favorable a la violencia juvenil y general
entre los que aceptan como normal la violencia de los padres a los
hijos. Es decir, parece que hay una clara correlación entre acepta-
ción de la violencia familiar y de la violencia social, pero no entre
la aceptación de la primera y la integración de pandillas.

144
i parte: violencia social

tabla 17. relación entre aceptación “violencia educativa”,


pandillerismo y violencia social

Estoy de acuerdo Estoy de acuerdo


con que “es con que “es nor-
Tiene normal que los mal que haya un
más de 10 grupos de jóvenes poco de violencia
amigos se peleen, pues en todas las
siempre hay que relaciones entre
defenderse” las personas”
Estoy de acuerdo con que
“que un padre o una madre
26.8% 37.5% 23.2%
golpee a su hijo no es malo
si lo hace para educarlo”
No estoy de acuerdo con
que “que un padre o una
madre golpee a su hijo no 30.5% 21.8% 9.1%
es malo si lo hace para
educarlo”

Fuente. Elaboración propia.

Atendiendo a la relación entre la aceptación de la violencia de


género y los indicadores de un abandono escolar en el futuro,
en la tabla 18 vemos que los que defienden la violencia de gé-
nero hacen tareas escolares solos en menor proporción que los
que la rechazan, aunque en similar porcentaje cuando realizan
estas tareas con sus padres. Los otros dos indicadores que con-
sideramos, estudio por gusto o por obligación, no presentan
resultados concluyentes (en ambos casos porcentajes superio-
res entre los que defienden la violencia de género). Debemos
considerar que estos últimos factores dependen en gran me-
dida de la personalidad del sujeto (sobre todo el estudio por
gusto), además de que estadísticamente fueron opciones muy
poco representativas (recordemos que el motivo para estar es-
tudiando que fue señalado de manera masiva fue “para tener
un mejor futuro”).

145
tabla 18. relación entre aceptación de la violencia de género e
indicadores de posible deserción escolar

HACE ESTUDIA
HACE TA- ESTUDIA
TAREAS POR QUE
REAS CON PORQUE LE
EN CASA LE OBLI-
SUS PADRES GUSTA
SOLO GAN
Estoy de acuerdo con que
“algunas veces hay razones
32% 17% 8.5% 10.6%
para que el hombre golpee a
su esposa”
No estoy de acuerdo con
que “algunas veces hay
41.6% 17.7% 4.9% 4.9%
razones para que el hombre
golpee a su esposa”
Fuente. Elaboración propia.

Mucho más clara es la relación entre violencia de género y posi-


ble abandono escolar si observamos las expectativas educativas
de los encuestados, expectativas referidas al grado que desean
obtener, no al que creen que obtendrán. En este sentido, en la fi-
gura 15 se ve con claridad cómo los encuestados que aceptan la
violencia de género se proyectan educativamente por encima de
los que no la aceptan en los niveles de secundaria y preparatoria,
mientras que los segundos se sobreponen a los primeros al visua-
lizarse en los niveles de profesional y de posgrado.

figura 15. relación entre actitud hacia la violencia de género


y grado de estudios deseado

Fuente. Elaboración propia.

146
i parte: violencia social

La relación entre aceptación de la violencia de los padres hacia


los hijos para educarlos y los indicadores de abandono escolar no
es tan clara como en el caso anterior. En la tabla 19 vemos que
quienes no aceptan esta violencia también hacen más tareas solos
que los que la aceptan (aunque los 9.6 puntos de diferencia en el
caso anterior ahora se reducen a un 5.4), pero hacen tareas con sus
padres en mayor porcentaje. Nuevamente, los indicadores “estu-
dio por obligación” y “estudio por gusto” no ofrecen resultados
concluyentes. De hecho, estos resultados y los del caso anterior
nos llevan a plantearnos la anulación del indicador “estudio por
gusto” como variable que correlacione con las actitudes hacia la
violencia familiar.

tabla 19. relación entre aceptación de la violencia “educativa”


hacia los hijos e indicadores de posible deserción escolar
HACE ESTUDIA
HACE TA- ESTUDIA
TAREAS POR QUE
REAS CON PORQUE
EN CASA LE OBLI-
SUS PADRES LE GUSTA
SOLO GAN

Estoy de acuerdo con que


“que un padre o una madre
36.9% 20.2% 3.6% 6.5%
golpee a su hijo no es malo
si lo hace para educarlo”
No estoy de acuerdo con que
“que un padre o una madre
42.3% 17% 6.5% 5.7%
golpee a su hijo no es malo si
lo hace para educarlo”

Fuente. Elaboración propia.

Respecto a los grados educativos deseados, la conducta de esta va-


riable parece, inicialmente, similar a la de la actitud hacia la vio-
lencia de género, pero encontramos en el nivel de preparatoria un
bajón importante para los que aceptan la violencia de los padres so-
bre los hijos, compensado con una gran subida de los que quieren
lograr un posgrado (porcentualmente superior a los que no acep-
tan la violencia paterna). En suma, la relación entre “aceptación de
la violencia paterna” y “abandono escolar” no es clara, aunque sí lo
es en el caso de la “aceptación de la violencia de género”.

147
figura 16. relación entre actitud hacia la violencia "educativa"
hacia los hijos y grado de estudios deseado

Fuente. Elaboración propia.

Pero más que profundizar en las características y capacidad ex-


plicativa del fenómeno de la violencia intrafamiliar, cosa que ha-
remos más adelante, aquí nos limitamos a exponer algunos con-
dicionantes sociales de la forma que adquiere el problema de la
violencia familiar. Concretamente, vamos a reflexionar, por una
parte, sobre el papel de la mujer entre los adolescentes y jóvenes
y, por otra parte, acerca de la invisibilidad, tanto social como ins-
titucional, de este tipo de violencia.

Roles de género y actitud hacia la violencia de género


Dentro de la violencia familiar, debemos distinguir un tipo espe-
cífico: la violencia de género. El valor del breve análisis que sigue,
acerca del papel de la mujer entre los más jóvenes de La Unidad,
reside en que este rol sienta las bases del modo en que la mujer
tratará y será tratada por su esposo e hijos cuando finalmente
establezca su propia familia. En lo que se refiere específicamente
a la violencia de género, la directora de la Secundaria 79 percibe
que en las conductas de sus estudiantes se da una aceptación im-
plícita de aquella, cuando no un proceso de normalización.
Entonces ya escuchas (…) la violencia que a veces se vive también
entre las mismas parejas… que vienen aquí (a la escuela) y las refle-
jan. ‘No, es que… si usted supiera como me trata’ (…), ‘¿pero qué es

148
i parte: violencia social

lo que usted va a hacer?’. No, no hacen nada. O sea, si entre la pareja


ya lo ven como algo muy normal. (Informante 11).
No obstante, los datos de la encuesta aplicada parecen contradecir
esta afirmación. Como ya hemos señalado anteriormente, el recha-
zo a la violencia de género entre los estudiantes de secundaria es
casi unánime. Únicamente 4.9 por ciento considera que es razonable
que, en ciertas ocasiones, el hombre golpee a su esposa. No obstante,
llama la atención que de este 4.9 por ciento casi la mitad se trate de
mujeres (48.9 por ciento hombres, 46.8 por ciento mujeres). Otra
señal del rechazo a este tipo de violencia es el bajísimo porcenta-
je (7 por ciento) de los que marcaron la respuesta “ni acuerdo, ni
desacuerdo”, porcentaje mucho más bajo que en las manifestaciones
respecto a otras formas de violencia, lo que nos indica que es un
tema que no deja indiferente a (casi) nadie. Esta reacción emocio-
nal de rechazo es más entendible si consideramos el papel destacado
que juega la mujer en la familia de los residentes de La Unidad.
Una posible explicación de la diferencia entre la percepción
de la directora de la secundaria y el dato de la encuesta la encon-
tramos en que este dato es la respuesta a una afirmación que se
refiere a la violencia que se da entre esposo y esposa, mientras
que nuestra informante se refiere a la violencia “entre las mis-
mas parejas que vienen aquí (a la escuela)”. Esta diferenciación
quedaría corroborada por los discursos que detectamos en la rea-
lización de los grupos de discusión. Ofrecemos un análisis de las
percepciones que los participantes comparten acerca de la distri-
bución de los roles de género, percepciones que, a nuestro pare-
cer, desembocan en cierto grado de justificación de la violencia
de género cuando se da entre jóvenes.
Empecemos fijándonos en la asignación de tareas domésticas.
Aunque son un poco más los hombres que en la encuesta dijeron
estar de acuerdo, total o parcialmente, con que es preferible que
la mujer se ocupe de la casa y de los niños (57 por ciento de hom-
bres y 42.3 por ciento de mujeres), en los grupos de discusión rea-
lizados en el turno matutino las posiciones de las mujeres fueron
mucho más conservadoras, relegando a la mujer al rol de “mante-
nida” y asignando al hombre la responsabilidad del trabajo fuera
del hogar y de la manutención:

149
“Una mujer no puede soldar, bueno a lo mejor sí puede pero se vería
mal. Porque el aseo de la casa la mujer tiene que traerlo y el dinero
el hombre”.
“El hombre es el que debe trabajar y no una mujer”.
“A veces hay unos hombres que sí pueden hacer el aseo y hay otros
que no”.
“El hombre debe ser el que tiene que trabajar (…) y la mujer es la que
debe hacer el aseo y tener la comida cuando llegue”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
En cambio, en el grupo de discusión compuesto por estudiantes
varones, los comentarios que se escucharon fueron más en la lí-
nea de la equidad entre géneros. Como apreciamos en el siguiente
fragmento, esta búsqueda de equidad y de conciencia de la discri-
minación hacia la mujer no implica una distribución de roles sin
distinción alguna. En la línea de lo que comprobamos con los datos
sobre roles de género y ejercicio de autoridad, vemos con claridad
en el siguiente diálogo cómo se asigna a la madre el rol de sancio-
nadora y sustentadora de normas (además de inculcadora de va-
lores), frente al del padre, figura más orientada a la gratificación.
E: Pos también hay trabajos que no aceptan a mujeres, que son muy
machistas.
Moderador: ¿Tú piensas que el hombre no deba hacer limpieza?
E: No, o sea sí.
Moderador: ¿Qué si deba hacer limpieza?
E: Pues sí, entre todos, todos ensucian.
C: Cierto.
Moderador: Y por ejemplo, no sé… ¿El cuidado de los hijos? ¿A quién
le corresponde?
Varios: A los dos
C: Pero la mamá es más de eso.
E: El papá es más como psicológico y la mamá es más de orden.
A: Bueno la mujer es más la de los castigos y el papá es más de que…
ah, no más te platica.
C: Trabaja.
A: Y ya la mamá es de que ‘vete algo’… ‘Estás castigado’ o algo así.
Moderador: La mamá, ¿qué le enseña a un bebé? Es que ahorita di-
cen que la mamá enseña como…
E: Valores.
A: Sí.

150
i parte: violencia social

Moderador: ¿Qué es lo principal que la mamá le enseña a su hijo?


A: Respetar.
D: Educación.
E: Más que nada ir por el camino del bien.
D: Ser una buena persona.
A: Aparte como que te da la opción de que si tú eres malo, te puede
pasar esto, esto y esto, pero si tú eres bueno esto, esto (…) La mamá
es más de castigos que el papá.
E: El papá es como el más chido.
A: Es más como que agarra la onda y ya y la mamá no, es más como
que sí se enoja más.
C: El papá es para dar más consejos y así.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
Volviendo a la asignación de labores en función del género, en el
grupo de mujeres del turno vespertino el discurso se dirigió tam-
bién hacia posiciones mucho más equitativas que en el caso de sus
compañeras del turno matutino: “cualquier mujer puede hacer lo
que el hombre hace y cualquier hombre puede hacer lo que la mujer
hace, como cocinar o andar de obrera, cualquier hombre puede co-
cinar”; “ahorita no (hay diferencia entre géneros), cualquiera hace
todo por igual tanto las chavas como los chavos” [Grupo de discu-
sión Mujeres Turno Vespertino]. Incluso, en este grupo hubo quien
explicó críticamente cómo la presión social coarta su libertad para
desarrollar actividades consideradas masculinas: “hay cosas que las
personas dicen ‘no, es que esto es para los hombres nada más’ o tú
haces lo mismo que el hombre y ya te tachan de que tú eres lesbiana
o machorra”. [Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino].
A pesar de que no se acepte, según los datos de la encuesta,
la dejación de la responsabilidad y la toma de decisiones sobre el
hombre en exclusividad, durante la celebración de los grupos de dis-
cusión pudimos detectar que persiste en los estudiantes de secun-
daria una serie de estereotipos de género que, en último término,
desembocan en una situación de dependencia de la mujer hacia el
hombre (lo que a su vez constituye una condición que favorecerá
situaciones de violencia de género). Estos estereotipos, centrados
en la debilidad de la mujer y en la necesidad de ser protegida por
el hombre, aparecieron en los discursos de ambos géneros. Veamos
algunos ejemplos al respecto:

151
“Se piensa que la mujer es el sexo débil… ‘no, le vaya a pasar algo’,
la sobreprotegen y a nosotros como somos hombres es como ‘ah,
pos…’.”
“Mi papá se la pasa ayudando más a mi hermana, que a mí y a mi
hermano; que se quiere tatuar el nombre de mi hermana… La cuida
mucho a ella (…) en sus tareas”.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
“A mí no me dejan salir. Bueno, sí me dejan pero a tal hora y a mi
hermano no (le ponen hora), porque una mujer no puede proteger-
se. Aunque uno diga ‘no, yo me defiendo’, pero no vas a poder con
un hombre y mi hermano sí, porque obviamente una mujer no lo
va a secuestrar”.
“Se supone que el hombre es el que más sabe cuidarse. Las mujeres
maduran más rápido, pero el hombre se puede defender más y la
mujer no, corre el riesgo de que le pase algo”.
“Las mujeres somos más… o sea, que no tenemos la misma fuerza
de los hombres y pues los hombres son más atrevidos y pues los
hombres tienen más fuerzas”.
“(Hay) mucha, mucha diferencia (entre hombres y mujeres), por-
que no te puedes defender y a lo mejor hasta quieren matarla y vio-
larla y aventarla o no sé y el hombre pues él actúa”.
“La mujer es más inteligente pero tiene menos fuerza y el hombre es
más tonto y tiene más fuerza”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
“Los hombres tienen más fuerza que las mujeres”.
“El hombre tiene más libertad que la .mujer”.
“(Por lo general) el hombre sale más”
“El hombre se defiende más. El hombre tiene más fuerza que la mujer
y se defiende más si le hacen algo”.
“El hombre a lo mejor se puede creer más que una mujer, porque
pues sí se defiende más que una mujer. O sea, él se cree más que
una mujer”.
“Los hombres son más violentos y las mujeres como que más tran-
quilas”.
“Que a las mujeres si andan en la calle, o sea, los hombres pueden
hablarles de una forma mal y a los hombres no”.
“La forma de vestir o de caminar (es diferente entre hombres y mu-
jeres)”.
“(Mi hermano) es más… muy violento conmigo”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]

152
i parte: violencia social

De la larga lista de aseveraciones que ponen el acento en la ma-


yor fuerza del hombre y la dependencia de la mujer derivada de
su debilidad, subrayemos las cinco últimas, las que se refieren
directamente al modo de vestir, al carácter violento del hombre
y al “derecho” del hombre de agredir verbalmente a la mujer en
el espacio público. Es importante señalar, respecto a este último
punto, que las mujeres de La Unidad desde muy temprana edad
se encuentran expuestas al cotidiano acoso sexual en la vía pú-
blica. Así lo exponen algunas de las participantes en el turno
vespertino:
A: (Me gustaría) que los señores no acosen.
B: Es como dice mi papi: cualquier chavilla que ves en la calle y
traiga un short le gritan hasta lo que no. Yo soy de esas personas
de que alguien me grita algo y les echo porque no me gusta que me
griten señores ya grandes, ya ancianos, no tienen otro pensamien-
to más que…
D: A mí me ha pasado así: la otra vez iba para mi casa y un señor
traía un niño chiquito de la mano y traía el jumper. Yo iba con la
mochila y me dijo “ssss esas piernas” y que no sé qué. Entonces yo
voltié y le dije ‘cállate el hocico, idiota’ y pues yo grité y me enojé y
haz de cuenta que el señor siguió diciéndome cosas así, como que
balbuceando y yo llegué a mi casa y le platiqué a mi mamá y me
dijo mi mamá que quién era y le dije ‘no más es uno que vive más
para allá. No lo conozco pero vive más para allá. Lo he visto en esa
casa y lo he visto con su esposa y no es la primera vez. También él
otra vez me dijo cosas’.
B: También algunos policías son bien viborones.
D: ¡Ah también!
H: A mí me ha pasado que me chiflan así como que (hace chi-
flido)
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
Pues bien, a pesar de estar acostumbradas a este tipo de acoso,
llama la atención que en los dos grupos de mujeres (a diferen-
cia de los de hombres) el discurso se dirigió claramente hacia la
asignación de la responsabilidad sobre la mujer cuando esta sufre
eventos de violencia o abuso por parte del hombre. Veamos eso
con la selección de citas extraídas de ambos grupos:

153
“Sí está mal14, porque cómo va vestida y luego es mujer, entonces
es muy probable que le vaya a pasar algo, que la vayan a secuestrar,
que la vayan a violar o algo así”.
“Cómo iba vestida la chava, está mal que la dejen salir así porque
es una señorita. Se supone que se debe de vestir adecuadamente”.
“Obviamente pues ahí la mujer comete el error, bueno, la mamá
(por permitirle salir), pero más la mujer por irse así vestida de la
faldita chiquita y esos top con el pelo así”.
“(Los hombres) en unas partes son respetuosos con las mujeres
porque las mujeres también lo permiten y en la forma como vienen
vestidas, como van, como son y en otras partes por así decirlo aquí
son respetuosos (…) Hay personas, hay chavos y muchachas, cha-
vas que se dan a respetar y los chavos saben que hay una línea, hay
una barrera en donde respeto y nos llevamos”.
“Va dependiendo de la chava, porque si la chava es llevada con él,
el chavo va ser llevado y si la chava se da a respetar el chavo la va
respetar”.
“El hombre llevado nunca se va (a) ver mal; la mujer es la que se va (a)
ver mal, porque se supone que es una señorita y tiene que darse a res-
petar y el hombre pues, ya saben cómo son y les encanta andar ahí y
yo lo veo mal, porque es como si yo (tengo) un novio y que me diga co-
sas o así peor. También hay donde y yo veo que en unos amigos están
mal, así que tengan años de conocerse está mal, porque seguramente
vas (a) andar con ellos y que alguien vea que te estás llevando con
alguien se va (a) ver muy mal y la mayoría de las veces pues les vale”.
“Es como dicen: el hombre llega hasta donde la mujer quiere”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
“La señora (la madre del video proyectado) está mal, porque deja
salir a la mujer y al hombre no”.
“Está mal que no deje salir al hombre, si el hombre se sabe cuidar
más que una mujer”.
“Está mal porque dejó salir a la mujer en vez del hombre”.
“Está mal porque dejó salir más a la mujer en vez de al hombre,
cuando debe de cuidar más a la mujer que al hombre”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]

14 Se refiere a la situación propuesta en el video del grupo de discusión, al igual que algunos
de los siguientes fragmentos. En este video, con la intención de invertir los estereotipos de
género tradicionales, se muestra una escena en la que una joven vestida con minifalda avisa
a su madre de que va a salir a la calle sin que esta le ponga ningún obstáculo, mientras que el
hermano varón debe quedarse en la casa porque sus padres afirman que salir es demasiado
peligroso para él.

154
i parte: violencia social

Papel de la mujer en la pandilla


Si a la calidad de las relaciones de género entre individuos aña-
dimos el componente colectivista y comunitario de la pandilla,
encontraremos que la cosificación de la mujer como bien de
consumo o como posesión del hombre es exacerbada. Esta valo-
ración concuerda con los resultados de la encuesta: si atendemos
a las actitudes que podemos considerar machistas (básicamente,
restricción de la mujer al ámbito doméstico y reserva al hombre
de la capacidad para la toma de decisiones importantes), en la ta-
bla 20 vemos una amplia aceptación de la distribución del traba-
jo por la que la mujer debe encargarse de las tareas domésticas
y de la crianza de los hijos (46.4 por ciento está de acuerdo total
o parcialmente con esta afirmación). Frente a esto, es muchísi-
mo más baja la aceptación de que sea el hombre el que tome las
decisiones (17 por ciento del total está de acuerdo con esto) y
que no merezca respeto por desempeñar tareas domésticas (12.7
por ciento del total está de acuerdo). Contrastando los grados
de aceptación de estas premisas con los de los encuestados que
afirmaron tener diez o más amigos,15 en esta misma tabla obser-
vamos que los valores en los tres casos son superiores respecto
a los encuestados en general.

tabla 20. relación entre actitudes machistas y pandillerismo


Estoy de acuerdo Estoy de acuerdo Estoy de acuerdo
en que “prefiero con que “el hom- en que “yo no
que el hombre tra- bre es el que debe respetaría mucho a
baje y la mujer se tomar las decisio- un hombre que se
ocupe de la casa y nes importantes encarga de las labo-
de los niños” dentro de la casa” res domésticas”
Alumnado total 46.4% 17% 12.7%
Alumnado con
57.7% 22.3% 14.8%
10 o más amigos

Fuente. Elaboración propia.

15 Estos representan el 30.1 por ciento del total de nuestro universo, de los cuales 59.8 por
ciento son hombres y 38.8 por ciento son mujeres. Recordemos que la importancia de la
variable “número de amigos en la colonia” radica en que ha sido considerada, cuando es
superior o igual a 10, como aceptable indicador de posible pandillerismo.

155
Si atendemos a la distribución del grado de aceptación de estas
premisas en función del género, en la tabla 21 vemos que en el
caso de los potenciales pandilleros son los hombres los que mues-
tran actitudes más machistas. En este sentido, las diferencias más
marcadas entre ambos géneros se dan en la preferencia de que
la mujer se encargue de cuestiones domésticas (38.1 puntos de
diferencia entre géneros, frente a los 14.7 entre el alumnado en
general) y en la falta de respeto hacia el hombre que se encarga de
estas tareas (27.9 puntos porcentuales de diferencia entre géne-
ros, frente a los 0.8 puntos en el alumnado general).

tabla 21. relación entre actitudes machistas,


género y pandillerismo
Estoy de acuerdo Estoy de acuerdo Estoy de acuerdo
en que “prefiero con que “el hom- en que “yo no
que el hombre tra- bre es el que debe respetaría mucho a
baje y la mujer se tomar las decisio- un hombre que se
ocupe de la casa y nes importantes encarga de las labo-
de los niños” dentro de la casa” res domésticas”
Encuestados
57% 72.6% 49.6%
varones
Encuestadas
42.3% 26.2% 48.8%
mujeres
Varones con
68.5% 76.9% 62.8%
10 o más amigos
Mujeres con
30.4% 20% 34.9%
10 o más amigos

Fuente. Elaboración propia.

Apoyándonos en la información cualitativa obtenida, observamos


que desde el punto de vista del pandillero de género masculino, la
pertenencia a una pandilla es percibida como factor de atracción:
“sí, a veces tienes más mujeres. Es que el pandillerismo tiene más,
como que tienen más mujeres. ¿Quién sabe por qué?” (Informante
15). Asimismo, también la mujer es conceptualizada como motivo
de brotes de violencia entre pandillas, aunque no es el motivo más
frecuente: “(se dan peleas) por mujeres también, porque le baja la
novia a aquel y empieza el pleito. Ahorita ya no se está dando mucho
eso pero, a las quinientas te dan una bronca así”. (Informante 15).

156
i parte: violencia social

A pesar de depositar en la figura de la mujer el poder de deto-


nación de riñas entre pandillas, esta figura es vista por el pandi-
llero como punto débil, como fisura que puede crear tantos o más
problemas que un varón integrante de la pandilla rival. En suma,
la desconfianza hacia la mujer no excluye la que se dirige hacia la
propia novia, motivo por el que no se le suele revelar ningún secre-
to compartido por los hombres que integran la pandilla.
A lo mejor por la misma mujer (‘se les peló’ uno de otra banda que
querían ‘pescar’), porque a veces la mujeres también son uno de los
factores que te pueden peinar. Sí, nosotros decíamos, bueno, ahori-
ta ya le dicen a cualquiera, pero nuestra banda antes decíamos ‘de-
lante de nuestras novias no digan nada’. No nos peinábamos, aunque
querías mucho a tu novia, pero no le decías porque y si le dicen, a lo
mejor ella no… pero le dice a la amiga y la amiga le dice a la otra y la
otra empieza (y) el rumor queda. (Informante 15).
Es decir, los adolescentes y jóvenes de La Unidad aprenden a man-
tener estrictamente separados el mundo de los hombres y el de
las mujeres, en suma, el de la pandilla y el de la familia. Pero este
equilibrio de mundos se torna más complicado en un contexto so-
cial donde los espacios públicos y privados se confunden (como
vimos en el capítulo 3) y, más aún, cuando se dan patrones de resi-
dencia y de convivencia marcados por la cohabitación de la fami-
lia extensa, patrones achacados por nuestro siguiente informante
a la falta de escolaridad y a la precariedad económica.
Ellos (los jóvenes pandilleros) por lo general no se alejan de la fami-
lia (ni cuando son padres). Porque como no tienen estudios o prepa-
ración académica, tienen primaria o secundaria trunca, viven con
la mamá, con el papá o con la suegra o con la abuela. Con cualquier
familiar cercano de su barrio. Entonces, por su poco ingreso y por
su poca preparación educativa, escolaridad, entonces, siguen repro-
duciendo. (Cuando embarazan a la novia) se van a vivir con la novia
o se la traen a la casa. (Informante 13).
Esta es la forma en la que la mujer es vista y tratada por los pan-
dilleros varones. No obstante, en la realización de grupos de dis-
cusión en la Secundaria 79 con participantes del sexo femenino
pudimos apreciar cómo hay jóvenes mujeres que se integran en las
pandillas presentando un rol mucho más activo. Esto fue muy cla-

157
ro en el grupo de discusión compuesto por mujeres estudiantes
del turno matutino. En el siguiente fragmento de la conversación
vemos que algunas de ellas forman parte de pandillas y que, por
tanto, están sujetas a la misma dinámica y lógica pandilleril que
condiciona su libre desplazamiento por el espacio de la colonia:
Moderadora: ¿Con cuántos amigos sueles reunirte cuando sales a
la colonia?
C: Como con 25 también.
Moderadora: Con 25 también, pero son de la misma bolita (que otra
compañera que dijo andar con 25) ¿o no?
C: Sí.
Moderadora: ¿25 hombres y mujeres?
C: Más de 25, ¿a que sí?
E: Sí.
Moderadora: ¿Con cuántos sueles reunirte?, ¿sales a tu colonia, a la
placita o así?
B: Pues no puedo porque me agarran.
Moderadora: ¿Te agarran?; ¿quiénes te agarran?
B: Unas chavas que me quZieren agarrar.
M: ¿Te quieren agarrar? Ok ¿y con cuántas personas sueles reunirte?
B: Unas siete u ocho
Moderadora: ¿Siete u ocho?; ¿puras mujeres?
B: Sip.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
En el grupo de discusión de mujeres del turno vespertino la de-
claración de pertenencia a una pandilla también fue explícita por
alguna participante, así como la de algún miembro femenino de la
familia nuclear: “mi hermana se juntaba con los Niños Cumbia y
pues se iban a pelear con los Nerds. Entonces pues allá andaba mi
hermana y mi mamá andaba atrás de ella”. [Grupo de discusión
Mujeres Turno Vespertino]. Aunque la mayor parte negó ser par-
te de una pandilla de forma explícita, en el siguiente fragmento
de la conversación vemos cómo el mundo pandilleril y sus con-
secuencias son algo con lo que conviven cotidianamente, en oca-
siones para restringir sus movimientos y en ocasiones para ser
defendidas por la pandilla “amiga” en caso de agresión:
C: De hecho siempre están acá de este lado, por donde se juntan los
Nerds, de hecho…

158
i parte: violencia social

B: Los Revueltos.
C: Haz de cuenta que en cada esquina hay una pandilla.
A: Y no puedes pasar a gusto.
Moderadora: ¿Y uno no puede..?
C: Es que cuando yo estaba con los Nerds y acá yo iba me decían
cosas (…) y me gritaban cosas.
M: ¿Pero te defendían o te defendías tú?
C: O sea, me defendían.
Moderadora: ¿Los mismos de tus amigos?
C: Sí.
Moderadora: Ok, ¿acá?
E: ¡Nombre!, no soy chola y nunca voy a ser chola.
G: Yo tampoco.
E: Nunca me junté con una banda, porque no me gustó. ‘No vayan
para allá, porque no vas a pasar a gusto’ y en mi cuadra pasaba eso y
aquí también se pone bien feo.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]

Invisibilidad institucional y social de la violencia intrafamiliar


Quizás por el mantenimiento de la barrera entre el mundo fami-
liar y el social de la pandilla, a la que nos referíamos más arriba, ni
siquiera el compañerismo al que idealmente obliga la pertenencia
a una misma pandilla desemboca en un espacio para las confiden-
cias de los problemas familiares. Así, ante la amenaza de mostrar
cualquier signo de debilidad, el pandillero optará por mantener
en secreto sus conflictos y circunstancias en el seno de su familia.
Violencia familiar no sé si (haya) mucha (o) poca, porque como no
lo he vivido, o no he visto. A lo mejor sí hay, pero no todos los que se
juntan te lo dicen ¿por qué? Porque pues les da pena. No te quieren
decir sus problemas porque no se sienten seguros. Entonces se sien-
ten más seguros en tomar o drogarse, pero no… es muy difícil que
en una banda alguien te cuente sus penas. Tú sí te das cuenta a la
vez, ‘ay, su papá y su mamá se pelean’ (…) Sí he visto muchos divor-
cios, sí he visto mucho que lo dejan, problemas de los hijos, también
se andan dejando. A la mejor también viven algo de violencia, pero
como no te lo cuentan, pues tú nomás lo que ves. (Informante 15).
No es de extrañar que siendo circunstancias que se ocultan entre
pares, el silencio sea aún mayor cuando se trata de comunicarlas

159
a representantes de las instituciones gubernamentales. Respecto
a la invisibilidad y ocultamiento de los delitos relacionados con
la violencia intrafamiliar, desde Prevención del Delito nos expli-
can cómo se evita casi de forma sistemática su denuncia ante las
autoridades.
Una característica de la violencia familiar, a diferencia de algunos
otros delitos patrimoniales, es que tiene la característica de que es
invisible (…) El delito de la violencia familiar tiene esa característica
de que es invisible porque, a diferencia de los patrimoniales, muchos
de los patrimoniales se reportan; el que más se reporta, casi el 100
por ciento es el robo de vehículo; y luego ya a lo mejor las autopartes,
los cristalazos, o el robo a casa, eso también. Por lo menos (hacen)
la llamada a la policía, no tanto ir a poner la denuncia, pero por lo
menos llamar a la policía. El de asaltos a personas o negocios igual-
mente, por lo menos llaman. Esas son llamadas a la policía, no son
denuncias, pero (los casos de violencia intrafamiliar) no se repor-
taban o no se reportan. Muchos son reportes hechos de los vecinos:
‘aquí al lado de esta casa están escuchándose gritos, parece que es-
tán golpeando a la familia, a los hijos o a la esposa’. (Informante 13).
En todo caso, la apertura de las mujeres a compartir este tipo de
íntimas problemáticas, una vez que se les provee de un espacio de
confianza y seguridad, es mayor que en el caso de los hombres,
encontrando aquí, quizás, el área de oportunidad por parte de las
instituciones para promover el acercamiento imprescindible para
el logro de soluciones. De hecho, de las iniciativas institucionales
narradas por nuestros informantes que resultaron exitosas, en el
sentido de conseguir una confianza tal en el usuario que permitie-
se la realización de confesiones familiares, siempre se dieron con
mujeres. Un ejemplo de esto lo vemos a través del relato que nos
ofrecen desde Desarrollo Económico del municipio de Escobedo.
ENTREVISTADORA: ¿Y las mamás, en este caso, llegaron a expre-
sar en algún momento, alguna situación de conflicto en casa?
ENTREVISTADA: Sí, no directamente (…). Yo les manejo mucho lo
que es la inteligencia emocional y empezamos a hablar del respeto y
que no debemos dejar que nos violenten porque los hijos es lo que
están viendo y ahí se hace un silencio y nadie se voltea a ver a nadie.
Entonces te das cuenta que sí hay problemas de violencia intrafa-
miliar severas. Hay un sistema de violencia ahí fuerte, muy fuerte.

160
i parte: violencia social

Porque luego las pandillas tapan mucho la violencia intrafamiliar


que hay ahí, entonces todos nos hemos abocado a la violencia de las
pandillas y la violencia de las pandillas es nada más el reflejo de lo
que hay en la casa. (Informante 4).
Asimismo, desde una posición liminal, la residente en La Unidad,
líder informal y activa colaboradora con las instituciones, también
narra un ejemplo de éxito, al lograr que algunas de sus alumnas
le confiasen situaciones de violencia intrafamiliar que estaban vi-
viendo en primera persona.
(Mis alumnas) sí me lo han confiado, sí me dicen. Mamis que me
dicen ‘ay, me pasó esto con mi hijo’ o ‘fíjese que mi hijo vio un pro-
blema’. (Les digo) ‘sí, mami sí, todo eso se refleja en los niños y los
niños esto y lo otro y los niños se retraen’. ‘Pero esto lo tenemos que
trabajar así porque los niños saben que hay un problema. Aunque
no vean que usted y su esposo discutan, los niños intuyen, intuyen
porque nosotros somos sensitivos y percibimos las sensaciones (…)
Y lo que yo proyecto es lo que la otra persona está recibiendo. Es
como nuestro cuerpo habla. Entonces todo eso hace que los niños
perciban que algo pasó, aunque no lo vean (…) Algunas sí son dis-
persas, pero cuando ven que es algo que se les sale de las manos o
que no tiene a quien confiarlo o en quien apoyarse sí han acudido a
mí. (Informante 1).
Estos dos últimos ejemplos nos refuerzan en la idea de que las ins-
tituciones gubernamentales y, más aún, el involucramiento en las
mismas de actores residentes y caracterizados por su liderazgo in-
formal, son elementos clave para el logro de un cambio social y de
un mejoramiento sustancial de la situación.

161
CONCLUSIONES DE LA PRIMERA PARTE

Basándonos únicamente en los resultados obtenidos de la aplicación


de la encuesta a los estudiantes de la Secundaria 79, tratemos aho-
ra de sintetizar nuestros hallazgos más importantes, exponiendo un
modelo explicativo plausible a partir de la relación entre los dife-
rentes factores identificados como determinantes de la problemá-
tica social de La Unidad. Para ello, nos moveremos sobre todo, en
los espacios del ámbito familiar, del comunitario y del educativo,
tratando de entender cómo todos ellos son transitados por dife-
rentes formas de violencia y constituyen los espacios que albergan
elementos explicativos de las actitudes hacia esas formas de vio-
lencia por parte de los adolescentes de La Unidad.
El núcleo familiar se convierte en un factor explicativo central.
Por ejemplo, en el terreno de la reproducción familiar, la presencia
de noviazgos precoces, al margen de la estructura familiar, con ma-
yor probabilidad van acompañados de una expectativa de formar
la propia familia en edades más tempranas, de un mayor riesgo de
embarazo adolescente y, en suma, de la reproducción de una débil
estructura familiar en el futuro. A ello debemos añadir la mayor
tendencia entre los encuestados que tienen un noviazgo público a
presentar actitudes más favorables al consumo de marihuana.
Respecto a la relación entre noviazgo precoz y estructura fa-
miliar, hemos encontrado que la ausencia del padre, la madre o
los dos, incide levemente en la formación de estos noviazgos. Una
idea muy asentada entre los informantes de la primera parte del
trabajo es que la ausencia del padre y la madre ocasiona que haya
una falta de control sobre las actividades de los hijos, que des-
emboca en actividades conflictivas o delictivas; lo cierto es que
los datos empíricos muestran que esta idea no tiene fundamento,
pues el tiempo que pasan en las calles los muchachos no se ve

162
i parte: violencia social

influido por esta ausencia paterna o materna. Asimismo, la falta


de control sobre las actividades de los adolescentes tampoco se
ve influida por la ausencia de la madre por ejercer su actividad
laboral, no por abandono.
No obstante, es indiscutible la posición central de la figura de
la madre, protagonismo único que encontramos en uno de cada
cinco hogares de la colonia. Más allá de los hogares con jefatura
femenina, es reseñable que la madre ha sido caracterizada por
nuestros encuestados como la que en mayor medida toma de-
cisiones en la casa y, sobre todo, la que impone los castigos y,
en consecuencia, las normas (todo esto en el caso de los que no
afirmaron que esta función la cumplen ambos progenitores, que
también fueron muy numerosos). En correspondencia con esta
realidad en el hogar, no hubo acuerdo con la idea de que el hom-
bre debe tomar las decisiones en el hogar; de los pocos que sí estu-
vieron de acuerdo, la mayoría fueron encuestados varones.
Reforzando el potencial de la mujer para desarrollar proyec-
tos de intervención social, también encontramos entre las en-
cuestadas, a través de sus expectativas laborales, una marcada
tendencia hacia el trabajo comunitario, así como una inquietud
por contribuir a resolver los problemas sociales que viven en su
colonia. Este espíritu solidario también se refleja en el ámbito do-
méstico, con una actitud del trabajo colaborativo que, por otra
parte, contribuye a reforzar una marcada asignación de roles de
género a la mujer como responsable de las labores domésticas y la
crianza de los hijos.
La amplia aceptación de los encuestados de ambos géneros de
esta última idea se corresponde con la realidad de que la mayor
parte de las mujeres de la colonia son amas de casa. No obstante,
detectamos una generalizada actitud de rechazo hacia la crítica
del hombre que realiza estas tareas domésticas; los pocos que
afirman no respetar a un hombre que hace esto se reparten por
igual entre encuestados de ambos géneros. La realidad de que la
ocupación mayoritaria de la mujer es como ama de casa, lleva im-
plícita una extendida situación de dependencia económica de la
mujer hacia el esposo, caldo de cultivo de muchas situaciones de
violencia de género, a pesar de que el perfil educativo de la mujer

163
es muy similar al del hombre, oscilando en ambos casos, entre
secundaria y preparatoria.
El capital cultural de los padres aparece como un elemento fa-
vorable para evitar futuros abandonos escolares de los encuesta-
dos o, por lo menos, favorece los valores de los indicadores que
hemos considerado ligados. Concretamente, los hogares donde apa-
recen los mayores niveles de estudios presentan mejores porcen-
tajes de realización de tareas en el hogar de sus hijos, que tienen
la expectativa de alcanzar mayores cotas educativas y son menos
los que afirman estar estudiando porque sus padres les obligan.
Volviendo al problema de la estructura familiar, relacionado con
el posible abandono escolar, hay un dato que nos induce a detectar
cierta influencia positiva de la familia biparental y la permanencia
escolar. Así, mientras que entre los encuestados que viven con su
padre y su madre presentan una mayor conciencia de la importan-
cia de la educación para su futuro y ambición en sus expectativas
educativas; aquellos en los que falta el padre y/o la madre apareció
en mayor grado el deseo de autonomía individual inmediata, el cual
entendemos como factor que puede conducir a dejar la escuela.
Asimismo, los que provienen de familias no biparentales presen-
tan una actitud ligeramente más favorable hacia la violencia de gé-
nero, aunque los que provienen de familias biparentales justifican en
mayor medida la violencia de los padres sobre los hijos con finalidad
educativa. En este sentido, hemos encontrado una correlación sig-
nificativa entre actitudes hacia la violencia familiar e indicadores
de abandono escolar. Por ejemplo, quienes se mostraron favorables
hacia la violencia de género mencionaron en menor medida reali-
zar tareas escolares que los que la rechazan, así como mostraron
menos ambición respecto al nivel educativo al que quieren llegar.
Si nos fijamos en otra forma de violencia familiar, la ejercida por
los padres sobre sus hijos, la relación con la deserción escolar ya no
es tan clara, pues aunque los que justifican este tipo de violencia
dicen realizar tareas escolares solos en mayor grado que los que no
lo justifican, estos dicen realizar más tareas con los padres que en
el caso de los primeros.
Más allá del ámbito familiar y del problema de la educación
de los hijos, otro espacio de interacción muy relevante para la

164
i parte: violencia social

comprensión de lo que sucede en La Unidad es el espacio comu-


nitario. A pesar de que la población de esta colonia se caracteriza
por sus elevados porcentajes de migrantes de primera o de segun-
da generación (ya sean personas provenientes de otros estados,
de municipios rurales del estado o, en mayor medida, de otros
lugares del área metropolitana de Monterrey), el sentido de iden-
tidad colectiva está muy presente. Es llamativo el hecho de que el
sector poblacional que siente un mayor arraigo por su colonia y
un menor deseo de vivir en otro lugar en un futuro se compone
por aquellos cuyas condiciones de vida están más marcadas por
las dificultades: hacinamiento, violencia, drogas, alcohol y pandi-
llerismo. Este sentimiento de identidad de colonia produce una
sensación de alejamiento y confrontación con las instituciones,
particularmente expresada por el amplio rechazo detectado hacia
la violencia institucional ejercida por los cuerpos de seguridad
policiacos. Esto, como en su momento señalamos, debe particu-
larizar la situación de la colonia que se aleja de la percepción po-
sitiva más extendida respecto a la Policía Municipal según datos
del INEGI del año 2018.
En este espacio público de vida colectiva aparece el fenóme-
no identificado por las autoridades como problemática más evi-
dente: el pandillerismo. En este sentido, no es clara la relación
ampliamente extendida entre ausencia del padre y/o madre, ya
sea por abandono o por obligaciones laborales, e integración de
pandillas. Si bien es cierto que es muy marcada la diferencia entre
los hogares con ambos padres y madre ama de casa, frente a los
no biparentales y con madre trabajadora, en lo que se refiere a la
integración de grupos numerosos de amigos y la presentación de
actitudes favorables hacia la violencia grupal juvenil (favorable al
segundo tipo de hogar); también hemos visto que no hay corre-
lación entre presencia de los padres y control sobre los hijos, o
sobre la presencia de los padres y ociosidad de los hijos.
La correlación entre los indicadores más claros de pandille-
rismo, alto número de amigos y actitud favorable hacia la violen-
cia grupal juvenil es inequívoca, pues a mayor cantidad de amigos
más se justifica la violencia entre grupos de jóvenes, así como la
violencia entendida en términos generales. Respecto a los roles

165
de género, entre los encuestados potenciales integrantes de pan-
dillas se dan actitudes machistas. Por ejemplo, superan el pro-
medio los encuestados con más de diez amigos que consideran
indigno que un hombre se ocupe de las labores domésticas, así
como los que prefieren que sea la mujer la que se encargue de es-
tas y del cuidado de los hijos. No obstante, si unimos las variables
violencia y género o familia, encontramos que no hay entre este
sector de la población una actitud más favorable hacia ninguna de
las dos formas de violencia familiar que hemos considerado: ni la
violencia de género ni la que ejercen los padres sobre sus hijos.
Respecto al factor considerado a priori como complemento casi
necesario de la vida pandilleril, el consumo de estupefacientes,
sí ha resultado como factor que correlaciona fuertemente con
las actitudes favorables hacia la violencia de género (recordemos
que tanto las actitudes favorables al consumo de estupefacientes
como hacia la violencia de género están repartidas equitativamente
entre encuestados varones y mujeres), así como hacia la violen-
cia entre grupos de jóvenes. De manera separada, entre los que
se muestran favorables hacia el consumo de alcohol también se
da un mayor número de horas de ociosidad en la colonia, mien-
tras que quienes ven favorablemente el consumo de marihuana
también son más condescendientes con la violencia de los padres
hacia los hijos. Respecto a este tipo de violencia educativa, que
junto con la grupal juvenil es la más aceptada en términos gene-
rales, hay una mayor probabilidad entre quienes transigen igual-
mente con la violencia grupal juvenil y en general. También los
que justifican la violencia de género aceptan en mayor medida la
violencia en general y la grupal juvenil.
Por último, en lo que se refiere a la transmisión social de la vio-
lencia, el ambiente vecinal influye en la reproducción de estas ac-
titudes levemente. Así, aquellos que perciben el vecindario como
hostil y egoísta presentan en mayor medida actitudes favorables
hacia la violencia grupal juvenil y hacia la de los padres sobre
los hijos. La intensidad de esta relación es, en todo caso, mucho
menor que la que se da con la presencia o ausencia de los padres:
los muchachos que residen en hogares con familias biparentales
en los que la mujer es ama de casa presentan valores mucho más

166
i parte: violencia social

favorables que los que viven con familia sin padre y con mujer
empleada, en lo que atañe a actitudes justificadoras del consumo
de alcohol, de marihuana y de la violencia grupal juvenil. No es
claro si el factor estructura familiar pesa más que ocupación la-
boral de la madre, pero sí encontramos cierta tendencia favorable
en el caso de los hogares donde la madre es ama de casa, aunque
el padre no esté presente.

167
II PARTE:

VIOLENCIA INTRAFAMILIAR
1. TEORÍAS SUBJETIVAS SOBRE LA VIOLENCIA
INTRAFAMILIAR DESDE LA ÓPTICA DE LOS
AGENTES INSTITUCIONALES

1.1. Violencia como fenómeno social complejo


La definición de violencia se encuentra, por lo general, sin expli-
citar en el discurso de nuestros informantes institucionales. Par-
ticularmente, se observa (con escasas excepciones) una limitada
distinción conceptual entre violencia, agresividad, y ejercicio de
la autoridad.1 Solo de manera excepcional encontramos delimita-
ciones de la violencia que la identifican con actos agresivos mo-
tivados por la intención de infligir un daño físico o emocional
(Informante 1), o no justificados suficientemente como vía para
la defensa de la propia integridad o para el establecimiento de un
límite a la conducta del otro en pos del bienestar propio o co-
mún (Informantes 7 y 15). Además se constata cierta renuencia a
establecer límites precisos entre las manifestaciones violentas y
otros procesos de una supuesta desestructuración social. A pesar
de esta falta de claridad en la delimitación conceptual, las opi-
niones de los agentes institucionales dejan entrever cuáles son
sus presupuestos generales sobre las conductas y los entornos
violentos. Si bien las posturas individuales presentan variaciones
significativas, encontramos algunos patrones compartidos que a
continuación presentamos y discutimos.
De forma casi generalizada los informantes clave describen el pro-
blema de la violencia como un fenómeno multidimensionalmente

1 La agresividad, según Perrone, es un rasgo natural del hombre en tanto ser vivo. En sen-
tido estricto “agresividad quiere decir fuerza al servicio de la supervivencia” (Perrone,
2012: 23); una “capacidad (del individuo) de defenderse de los ataques del entorno rela-
cional (que) es determinante para su equilibrio y su salud mental” (Perrone, 2012: 16).
Sin embargo, el mismo autor nos advierte, es muy común que se haga un uso abusivo de
la palabra violencia para designar esta sana manifestación de la agresividad. La violencia,
por su parte, corresponde más bien a una “agresividad descontrolada”. Solo cuando sobre-
pasa la protección necesaria de la propia identidad o supera el límite de no infligir un daño
innecesario al semejante, la agresión se convierte en violencia.
condicionado. Reconocen que su irrupción y su persistencia en
el tiempo son propiciadas por situaciones de la vida social y ma-
terial que de manera intensa afectan a algunos individuos o gru-
pos. Esto implica a su vez, que se considera que los cambios que
puedan sobrevenir o inducirse en tales situaciones significarán
modificaciones en el fenómeno de la violencia.
La opinión más extendida sostiene que no se es violento por
naturaleza, sino que, por una parte, las experiencias persona-
les condicionan que ciertos individuos tengan limitadas capaci-
dades para controlar sus emociones e impulsos. Por otra parte,
ciertos contextos exponen con mayor intensidad a situaciones
estresantes, social y psicológicamente desestructurantes. Así, la
irrupción de la violencia se considera como resultado de la com-
binación de una diversidad de factores que imposibilitan una vida
personal satisfactoria, relaciones interpersonales armónicas y la
gestión hábil de la vida emocional. Es decir, la violencia es una de
las formas en que se comportan algunos sujetos que se encuen-
tran en situaciones conflictivas en múltiples dimensiones, como
la económica, la familiar y la urbanística, entre otras.
Otra idea extendida que supone una noción compleja de la vio-
lencia es que se presenta de diversas maneras. Junto a la violencia
física se reconocen de manera generalizada, al menos, también la
verbal, la psicológica y la económica.2 Los informantes más liga-
dos a la atención de menores, también subrayan la negligencia en
su atención y cuidado como una forma de violencia que, debido
a su naturaleza pasiva, es fácilmente pasada por alto incluso por
personas cercanas a casos evidentes. Esto, son conscientes los in-
formantes, tiene implicaciones para la detección de casos y para
una labor educativa hacia la población.
La gente está desinformada y cree que la violencia nada más es la
física, los golpes, pero vienen y les hacemos ver que no nada más
la violencia física es violencia, sino que incluso el que te ignoren,
el que no les den el sustento y todas estas cosas, y sí tenemos una
influencia importante. (Informante 14).

2 La violencia sexual recibe una consideración muy limitada. La dificultad de abordar el


tema de la sexualidad en general resultó muy significativa, por lo que volveremos de nue-
vo sobre ella.

172
ii parte: violencia intrafamiliar

En la concepción de los informantes, la existencia de tipos dife-


renciados de violencia implica también que la presencia de una
de sus formas aumentará la posibilidad de que se den las otras;
o bien que al experimentarse violencia en un contexto especí-
fico sea probable que esta se replique en otros contextos. Por
ejemplo, según algunos entrevistados como vimos en el anterior
testimonio, la presencia de actos de violencia no física, muy pro-
bablemente puede conducir a la violencia física en una suerte de
espiral ascendente. A pesar de ello, se observa más extendida la
preocupación por la violencia de tipo físico. Esto resulta evidente
cuando las reflexiones de los agentes institucionales se alejan de
las meras ideas y conceptos para adentrarse en la descripción de la
realidad concreta de la población que atienden.
Uno de los vínculos que la mayoría de los entrevistados es-
tablece es entre violencia en el seno familiar y la violencia ca-
llejera de las pandillas. Dicha relación aparece constantemente
en su discurso y se sostiene con firmeza, a pesar de que no se
brinden referentes empíricos concretos suficientes para ello. “Las
pandillas tapan mucho la violencia intrafamiliar que hay ahí”, co-
mentó la informante 4, “entonces, todos nos hemos avocado como
a la violencia de las pandillas y no, la violencia de las pandillas es
nada más el reflejo de lo que hay en la casa”.
Estos razonamientos, sin embargo, suelen presentarse sin es-
pecificar los mecanismos para esos traslados o reforzamiento
de las diversas manifestaciones de la violencia. “Pues es que van
de la mano, todo, tanto (la violencia) psicológica y (la violencia)
física… van todas de la mano”, comentó la informante 14. Esta
percepción de las relaciones entre formas de violencia es corro-
borada parcialmente por diversos estudios que encuentran que es
común que haya exposición simultánea a diferentes tipos (Appel
y Holden, 1998; Margolin y Gordis, 2000). Pero de forma similar
a lo que ocurre entre nuestros entrevistados, la investigación no
ha ahondado en las conexiones específicas que pueden subyacer
a esa co-ocurrencia de las distintas formas de violencia (Margolin
y Gordis, 2004: 153).
Adicionalmente, la violencia no se considera solo resultado
de los factores de conflicto que antes comentamos, sino, a la vez,

173
como causa de diversas formas de deterioro de las relaciones in-
terpersonales y del contexto social. Pero, nuevamente, no suele
ahondarse en los mecanismos subyacentes.3 De tal forma, la con-
cepción que resulta más extendida respecto a la complejidad de
las manifestaciones de la violencia, es la de una amalgama caótica
de elementos conflictivos que se mezclan e intensifican entre sí,
como queda ejemplificado en la siguiente explicación brindada
por un informante.
Muchas veces en la violencia también influye, que es cuestión eco-
nómica, que es cuestión cultural, es un ciclo de violencia que lo
vienen arrastrando desde la infancia. Porque así crecieron y así si-
guieron, realmente sí. ¿Por qué?, porque hay muchos papás jóvenes,
hay muchas familias jóvenes, también influye la deserción escolar,
que ya tienen una responsabilidad de mantener una familia y por
equis o ye circunstancia no tuvieron la oportunidad de terminar
una preparatoria, no tuvieron la oportunidad de una carrera pro-
fesional y eso es lo que pasa, entonces, muchas veces sí influye, sí
influye todo. Es un círculo, es un circulo, ¡vaya! (Informante 7).
Así, a pesar de la complejidad reconocida, esta no se ve necesaria-
mente reflejada en un abordaje integral del fenómeno de la violen-
cia. Por ello, una de las informantes con una amplia visión sobre
el fenómeno comentó:
Bueno, eso ya es de manera particular mía, siento que actualmente
siempre se están tratando los problemas sociales como algo segmen-
tado. Mientras no lo veamos como un problema complejo es decir,
que no nada más implica lo que es en sí la familia sino el entorno tanto
social, económico, cultural, etcétera; y no se atienden de una manera
globalizada no se va a lograr hacer mucho. (Informante 11).
Ahora bien, uno de los mecanismos concretos que describen nues-
tros informantes como condicionante de la alta incidencia de ma-
nifestaciones de violencia es la normalización de estas últimas
sobre la que antes se discutió ampliamente. La situación multidi-
mensionalmente conflictiva que, según su percepción, prevalece en
la colonia estudiada genera un entorno propicio para tolerar, man-

3 Con excepción, por ejemplo, del planteamiento de que existen condiciones estructurales,
hábitos o prácticas que podrían considerarse como “precursores” que predisponen a un
individuo a reaccionar de forma violenta y que, por otra parte, existen factores o elemen-
tos “detonantes” que hacen que aparezca la conducta violenta concreta. (Informante 13).

174
ii parte: violencia intrafamiliar

tener, encubrir y no estimar como graves muchas de las irrupcio-


nes de violencia por parte de los mismos residentes (Informantes
1, 11, 13 y 15). Una de sus formas específicas comentadas por los
informantes se refiere a las madres que protegen a sus hijos ante
el llamado a responder por sus actos violentos por parte de alguna
autoridad externa: “las madres de familia minimizan las situacio-
nes, la ven de manera muy cotidiana ya la violencia, se hizo algo
cotidiano dentro de su forma de vivir”. (Informante 11).
En sintonía con esos valores contrahegemónicos encontramos
también un rechazo a la denuncia de las situaciones de desviación
en general, y de situaciones de ejercicio de violencia, en particu-
lar. Si bien, para el caso de la violencia intrafamiliar la falta de
denuncia está generalizada en cualquier entorno socioeconómi-
co, en el contexto analizado adquiere una intensidad mayor. Ya se
señaló en la primera parte la forma en que la denuncia se conside-
ra una traición a la lealtad debida al compañero de pandilla y, de
forma más amplia, al vecino.

1.2. Estigmatización de los sectores sociales conflictivos y visión fatalis-


ta sobre la reducción de la violencia
En lo general los informantes reconocen que la violencia “no se
da nada más en nivel cultural bajo o académicamente (limitado),
hay personas también profesionistas […] que a lo mejor también
tiene una posición económica, social, normal o media” (Infor-
mante 7) que también presentan estos problemas. Sin embargo,
la complejidad con que se concibe el fenómeno de la violencia
puede verse afectada por juicios que estigmatizan a los sectores
desfavorecidos de la población en donde resultan más visibles sus
manifestaciones. Su formulación más común consiste en señalar
que es una condición propia de quienes viven en entornos con-
flictivos la misma que los genera y los mantiene. Así expresa esta
idea uno de los entrevistados:
A lo mejor el entorno, bueno… hay problemáticas de violencia, hay
problemáticas de alcoholismo, de drogadicción… pero el padre tam-
bién puede influenciar tanto en el adolescente, ponerle las reglas
y los limites. Porque si el padre de familia ve que está en un lugar
de conflicto y si yo como padre de familia no le estoy poniendo los

175
limites, pues el adolescente no lo va a tomar como parte de su co-
nocimiento, porque sabemos bien que… bueno pues el adolescente
está creado con valores y si esos valores no están bien establecidos
pues él no va a saber qué decisión tomar. (Informante 5).
Como podemos ver, los elementos del contexto social que se identi-
fican como factores condicionantes de la violencia no se intro-
ducen en un esquema explicativo que especifique cómo influyen,
y por tanto, cómo evitar esa influencia. Por el contrario se adju-
dica a la falta de voluntad individual el no oponerse al efecto de
tales factores.
Inclusive en las expresiones de agentes institucionales que,
en lo general no presentan una visión estigmatizada hacia esta
población se dejan entrever algunos matices que muestran con-
cepciones similares que conducen a la responsabilización del in-
dividuo. Por ejemplo, un entrevistado dijo de los habitantes de
la colonia donde se hace el diagnóstico: “pues es gente que a lo
mejor es brava, o que es muy impulsiva, a lo mejor” (Informante
13). Así, de manera indirecta se atribuye a los residentes caracte-
rísticas negativas que son consideradas anormales.
La gente ahí vive de noche, incluso las mamás, como una especie de
vida alterada […] desde ahí, para mí que está bien mal […] No, no,
no, como que la vida no es normal. (Informante 4).
Como se planteó en la primera parte de este reporte, algunos va-
lores arraigados en la comunidad atendida se perciben como
distanciados de los valores hegemónicos más ampliamente com-
partidos por quienes laboran en las instituciones. Esa distancia
puede influir en la menor efectividad de sus intervenciones. En
algunos casos, ante la frustración que provoca el limitado efecto
de los esfuerzos para modificar la situación que prevalece en estas
colonias, llega a expresarse una profunda ruptura entre los valo-
res de la población atendida y los del servidor público. La respon-
sabilización del individuo que se comporta con violencia o de
quien padece esos comportamientos, por aceptarlos o por no bus-
car cambiar su situación, es una de las principales formas que adop-
ta una visión fatalista sobre lo estéril que resulta atender la violencia
en dichos contextos sociales. De tal manera, aunque no se cierre
completamente la posibilidad de que las familias que viven a diario

176
ii parte: violencia intrafamiliar

la violencia puedan ver modificadas sus dinámicas, se les culpa-


biliza por no aprovechar las opciones para lograr dicho cambio.
De que la podemos erradicar (la violencia), sí la podemos erradi-
car; siempre y cuando la gente acepte y reconozca que está fallando
en alguna circunstancia y que quiera recibir la atención […] porque
volvemos a lo mismo, es un entorno de violencia. Mientras tú no
cortes esa violencia y seas resiliente y te saques de esa violencia,
es lo que vas a ser. Si tú vives con una pareja violenta y le estás en-
señando a tu hija o a tu hijo a vivir con violencia, lo van a replicar,
porque así están acostumbrados. (Informante 7).
Mientras esta opinión fue vertida por una empleada municipal que
no comparte directamente el contexto social de la colonia estudia-
da, coincide a grandes rasgos con lo que comenta una colaboradora
institucional que reside en la colonia y la conoce profundamente.
Esta última, a partir de un caso de violencia familiar, comentó:
Yo sabía que estaba pasando y que era violencia familiar, sí. Enton-
ces le dije que necesitaba buscarle una solución, pero pues como
son personas que tal vez lo vivieron con su familia, pues le buscan
una solución momentánea y regresan a lo mismo, tristemente re-
gresan a lo mismo. O sea, no tienen esa valentía para decir: ‘un solo
golpe y no me vuelves a ver’. Porque así se dice: ‘¡un sólo golpe, pon-
me una vez la mano encima y hasta ahí llegamos!’ Porque ‘¡que sea
la primera y la última!’, porque va a ser una primera y una segunda
y te la perdono y va a haber muchas más, ellas no lo entienden aun-
que uno se los diga y lo vean en los comerciales […] Entonces, pues
parece ser que medio se solucionó ese problema pero no completa-
mente, porque es muy difícil. Como dicen, ‘¡se va a componer!’. Se
compone pero con otra persona que le ponga límites, con ellas ya no
se puede. (Informante 1).
Esta cita resulta muy ilustrativa. Por una parte, muestra la res-
ponsabilización por la continuación de la violencia de pareja en
la persona que la padece. Además, reduce toda posibilidad de so-
lución a establecer la interrupción inmediata y absoluta del acto
violento como condición para continuar la relación misma. Sin
minimizar la posible eficacia de posicionamientos de ese tipo, se
trata de un discurso que renuncia al intento de una comprensión
más compleja y sistémica de las relaciones violentas y que, por lo
tanto, no permite un abordaje social y colectivo del fenómeno.

177
Por otra parte, esta visión fatalista sobre la posibilidad de inci-
dir desde las instituciones en los contextos en los que la violencia
intrafamiliar (y social) se encuentra generalizada, no necesaria-
mente se expresa siempre de forma tan contundente. Otra de sus
manifestaciones la encontramos en una actitud rutinaria en las
intervenciones que llevan a cabo, aun cuando son conscientes de
las limitaciones de sus efectos. Una informante cuya institución
ofrece pláticas a sujetos considerados vulnerables ante el proble-
ma de violencia o ya afectados, se refiere así a las dificultades que
enfrentan para atraer al público:
No es fácil que las mujeres vayan a una plática. Eh… muchas veces
ellas no, o sea, se batalla para traer, para que vayan a tomar una
plática de desarrollo humano. Pero las seguimos dando, todo el año
hemos dado. (Informante 3).
La insistencia, aparentemente poco crítica, en continuar con un
tipo de intervención que no logra convocar a la población meta
revela la resignación respecto a la impotencia de la acción propia.
El testimonio de una residente de la colonia colaboradora en dis-
tintas iniciativas gubernamentales es muy esclarecedor sobre las
limitaciones de estas acciones. La reacción que narra haber teni-
do ante una plática dirigida a madres de familia deja en evidencia
el desconocimiento desde el que pueden en ocasiones dirigirse
los mensajes hacia la población atendida y el efecto adverso al
esperado que ello puede ocasionar. Concretamente, se refiere a
una en la que se equiparaba ser madre a ser un ángel y se mos-
traba una imagen idealizada de los roles maternos.
‘¡Ay no, no!’ dije. A mí no gusta que me doren la píldora, a mí me
gusta que me digan, ‘mire señora, hay este problema y cómo lo solu-
cionamos’, ¿verdad? ¿Cuál es el problema?, ¿por qué es el problema?,
¿de dónde viene? y ¿cuál es la solución? […] A mí no me gusta que
digan ‘¡ay!, es que hay un ángel que se llama mamá’ […] Yo no soy un
ángel, soy una mamá con necesidades […] Digo yo, ‘¡no, no, no!’. Es
como si yo estuviera tonta. ‘Yo dije, no ¡no vengo a perder mi tiempo!’.
(Informante 1).
Esta misma informante subraya que en los casos de violencia in-
trafamiliar que han llegado a su conocimiento, resulta significativa
la posibilidad de brindar un espacio de confianza para compartir

178
ii parte: violencia intrafamiliar

el problema, pero sin que los afectados deseen que su situación tras-
cienda a la denuncia o a una acción más institucionalizada; como la
mayoría de los agentes gubernamentales generalmente procede.4
El distanciamiento de los valores de la población atendida
también puede llevar a los agentes gubernamentales a juzgar de
forma aún más negativa ciertas manifestaciones que se conside-
ran, no solo violentas, sino completamente irracionales e inacep-
tables. Así, una entrevistada, la informante 1, al hablar de los
moretones ocasionados en la pareja por los llamados chupetones
(que ella considera actos violentos y que algunas mujeres aten-
didas refieren como manifestaciones amorosas) alegaba que no
son correctos “porque no eres un animal, no eres una res que
tienen que marcar”. No es nuestra intención denunciar que se
trate de actos discriminatorios y, como indicamos antes, com-
prendemos que algunas expresiones son fruto de la frustración
y de un genuino interés por ayudar a la población que se atiende.
Es importante, sin embargo, subrayar que la estigmatización que
apunta a la irracionalidad de los actores de las situaciones violen-
tas cierra toda posibilidad de incidir en su transformación. Como
nos indica Segato,
hasta las prácticas más irracionales tienen sentido para sus agentes,
obedecen a lógicas situadas que deben ser entendidas a partir del
punto de vista de los actores sociales que las ejecutan [y] solamen-
te mediante la identificación de ese núcleo de sentido […] podemos
actuar sobre estos actores y sus prácticas, aplicar con éxito nuestras
acciones transformadoras. (Segato, 2003: 2).

1.3. Violencia intrafamiliar: falta de especificidad y sobregeneraliza-


ción como causante de otros conflictos
Prácticamente la totalidad de los agentes institucionales entre-
vistados coinciden en un rasgo característico de la violencia que
ocurre entre miembros de una misma familia: la dificultad para
su conocimiento y observación. Al tener lugar en el espacio más
íntimo de la vida cotidiana en muchos casos difícilmente exis-

4 Actitud que parece bastante generalizada. Según la Encuesta Nacional sobre las Diná-
micas de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2011) 34.7 por ciento de las mujeres
agredidas física o sexualmente por sus parejas considera que “si hay golpes o maltrato en
su casa es un asunto de familia y ahí debe quedar”.

179
ten testigos externos. Además, dado el vínculo consanguíneo y
emocional que existe entre los participantes y espectadores de la
relación violenta existe una fuerte barrera para informar de lo que
ocurre. Por lo tanto, los entrevistados son conscientes, de que los
casos que llegan a su conocimiento son una fracción de la inciden-
cia real del fenómeno.5
Fuera de este rasgo, existe una completa falta de caracteriza-
ción específica sobre la violencia familiar en el discurso de los en-
trevistados. Esta variante de la violencia humana, es simplemente
conceptualizada como una más de sus manifestaciones, sin rasgos
especiales más allá del ámbito en el que tiene lugar. No se plantea,
entonces, que la violencia intrafamiliar responda a factores que le
sean particulares o que se despliegue mediante diferentes meca-
nismos a la que se ejerce en espacios distintos al familiar.
La visión que prevalece es la de distintos ámbitos en que es
posible ejercer violencia, pero estos son proclives a trasvases del
comportamiento violento de unos a otros. Además, los mecanis-
mos subyacentes serían prácticamente los mismos: incapacidad
para gestionar reacciones emocionales y aprendizaje social de los
comportamientos violentos. Inclusive, resulta llamativo que los en-
trevistados al intentar ahondar en las dinámicas y características
de la violencia intrafamiliar dirigen inmediatamente sus discur-
sos hacia la violencia en general o a la pandilleril (más visible
en la zona urbana en que se llevó a cabo el diagnóstico). Así, po-
demos concluir que se considera como una manifestación de la
violencia general en un ámbito delimitado.
Sin embargo, los antecedentes empíricos que se conocen des-
tacan que la violencia intrafamiliar tiende a un perfil profun-
damente diferenciado de otras formas de violencia social. Por
ejemplo, se ha identificado que sus protagonistas enfrentan fuer-

5 Aun así, una de las características percibidas en la colonia La Unidad y en su área de in-
fluencia son los límites difusos entre el espacio público y el espacio privado, condiciona-
dos por dinámicas de convivencia vecinal, comercio informal y una relativa precariedad
de la vivienda. De tal manera, la violencia intrafamiliar quedaría más expuesta a la mirada
exterior. Así, como señaló un informante,
afortunadamente en las zonas populares (como en La Unidad) pues sabemos que
existe porque la vecina nos dice “es que siempre se escucha que le grita y le pega”,
pero te vas a la zona oriente del municipio y te encuentras una violencia silenciosa,
donde damas de ahí nos han referido que sus esposos las golpean y que ningún veci-
no estaba enterado. (Informante 8).

180
ii parte: violencia intrafamiliar

tes complicaciones “para reconocer y reconocerse y, en especial,


para nominar este tipo de violencia, articulada de una forma
casi imposible de desentrañar en los hábitos más arraigados de
la vida comunitaria y familiar de todos los pueblos del mundo”
(Segato, 2003: 3). También se han identificado formas de violen-
cia muy particulares que se despliegan en el ámbito familiar y
que son calificadas por Perrone y Nannini (1998) como violencia
castigo; una forma en la que se presenta una completa asime-
tría entre los involucrados y donde el destinatario difícilmente
puede reconocerse como víctima de la acción del otro. Por esas
características, tales formas de violencia castigo suelen perma-
necer más escondidas y en secreto, en ocasiones incluso para
otros miembros de la familia que en todo caso son participantes
pasivos de la situación.6 De esta invisibilidad no considerada por
los agentes institucionales (que depende más de las dinámicas
particulares que del espacio privado en el que tiene lugar) po-
dría derivar la casi total ausencia de referencias a la violencia
sexual en el ámbito familiar.
Posiblemente sea solamente en la profundidad mayor que los
entrevistados atribuyen a los alcances y efectos de la violencia
intrafamiliar, en donde sí encontramos una consideración par-
ticular. Apoyadas en la mayoría de los casos en un conocimien-
to parcial e indirecto, las percepciones más extendidas sobre la
violencia intrafamiliar la consideran como causa o factor subya-
cente en una diversidad de problemáticas comportamentales, de
desviación social y de violencia callejera que resultan más fácil-
mente observables. Una breve cita de una de las entrevistas nos
muestra este extendido razonamiento:
(Uno de los problemas principales es la) violencia intrafamiliar y
a consecuencia de eso, viene todo lo demás […] las adicciones y la
violencia (callejera) y que los jóvenes se metan, tanto a las pandillas
como en el narcotráfico. (Informante 2).

6 De estas dificultades se derivan también situaciones como la de uno de los adultos en-
trevistados, bajo proceso legal por violencia física hacia su pareja que él niega en forma
terminante. (Entrevista hombre 1). Denuncias previas de maltrato se desestimaron por
falta de evidencia. Solo tras la insistencia y al presentar su expareja marcas de golpes (au-
toinfligidas, según el entrevistado) se aceptó. La posibilidad de denuncias falsas fue tam-
bién referida por informantes clave. Sin necesidad de posicionarnos, el caso nos permite
reflexionar sobre la dificultad para determinar la presencia de violencia intrafamiliar.

181
Como vemos, se establece con claridad la dirección de la causa-
lidad desde la violencia intrafamiliar hacia las otras problemáti-
cas mencionadas, las cuales, además, cubren un amplio abanico,
desde la participación en una riña hasta la colaboración en una
red del crimen organizado. Ahora bien, tales afirmaciones pueden
tener algún sostén empírico. Por ejemplo, el encargado de coordi-
nar un programa que atiende a menores que han sido infractores
sostiene que la violencia familiar es la causa subyacente de sus pro-
blemas de conducta y de sus conflictos con la ley. Sin embargo, al
ser cuestionado sobre la forma en que establece esa relación, da
argumentos que solo de manera muy parcial justifican tal aprecia-
ción, como lo vemos en el siguiente fragmento de su entrevista:
ENTREVISTADO: Sí sé que muchos de esos chavos se forman por el
problema de la violencia familiar. Sí sé que… las pandillas se forman
por el problema de la violencia familiar, sé que tienen problemas de
conducta por el problema de violencia familiar, sé que tienen timi-
dez también muchas veces por esos problemas.
ENTREVISTADOR: ¿Cómo lo saben?
ENTREVISTADO: Porque varios de ellos son traídos con la psicólo-
ga […] A raíz de riñas familiares, o a raíz de problemas de conduc-
ta o de adicciones, o de alguna otra forma, o muchas de las veces
llegan ahí primero con la psicóloga y la psicóloga los canaliza con
nosotros al programa. (Informante 13).
Como vemos, nos encontramos ante una sobregeneralización de la
violencia familiar como la causante de las problemáticas visibles
que movilizan la intervención institucional. Tal generalización,
no necesariamente falsa pero sí insuficientemente comprobada,
es una idea constante. Un razonamiento similar se manifestó en
otra de las entrevistas, donde la violencia familiar se supone pre-
sente, sin necesidad de mayores evidencias, en una serie de situa-
ciones familiares que se juzgan como desestructuradas y que se
considera que orillan a los jóvenes a ingresar al conflictivo mundo
de las pandillas.
ENTREVISTADORA: Nos han hablado mucho también del pandi-
llerismo de la colonia La Unidad, ¿qué relación tiene esto con la
violencia intrafamiliar?
ENTREVISTADA: Muchísima, todo hogar desintegrado va a generar
un miembro de pandilla… no todo, perdón, porque no es una regla

182
ii parte: violencia intrafamiliar

general, pero un alto porcentaje de familias desunidas, donde los pa-


pás están peleando, divorciándose o simplemente que el papá los
abandonó, o la mamá los abandonó […], hay muchas probabilidades,
precisamente del pandillerismo. (Informante 14).
Con claridad encontramos esta tendencia a vincular todos los con-
flictos y dinámicas familiares disfuncionales con la violencia fa-
miliar en la narración de un caso que nos fue compartido. Se trata
de un joven con problemas escolares y en conflicto con la autori-
dad policial por su agresividad, agravada por el consumo de sus-
tancias. Un funcionario municipal refirió el caso como un ejemplo
que muestra como “la violencia familiar va muy de la mano con
el tema del pandillerismo” (Informante 8). Sin embargo, las re-
ferencias a dicha violencia familiar se limitan a indicar que “su
mamá trabajaba todo el día. Su mamá tenía varias parejas sexua-
les”, (informante 8). Si bien, la afirmación sobre el trabajo bien
puede suponer una desatención al cuidado del hijo que puede cata-
logarse como violencia por negligencia (aunque el entrevistado no
explicita esa idea), la segunda parte que se refiere a la vida sexual
de la madre nos muestra nuevamente como se desdibuja la carac-
terización precisa de qué es considerado como violencia familiar y
cómo se le da por supuesta ante situaciones de desestructuración
o ante la presencia de diversos factores de riesgo, aunque no nece-
sariamente estén ligados al ejercicio de la violencia.
Debe aclararse, sin embargo, que esa vinculación de la violen-
cia intrafamiliar con otras problemáticas en ocasiones sí se mati-
za en el discurso de los agentes institucionales. Particularmente,
encontramos que el entorno conflictivo barrial se ha considerado
como un factor mediador para que pueda establecerse la relación
entre violencia familiar y pandilleril. Así, la violencia experi-
mentada en casa puede ser entendida como un aprendizaje que
puede ser manifestado ante nuevas y diversas situaciones frus-
trantes (Informante 2). Pero, mientras que en colonias con diná-
micas sociales de calle conflictivas y con la presencia de diversos
factores de riesgo eso tiende a traducirse en violencia callejera,
nos dice el encargado municipal de Prevención del Delito que
No… no es determinante, sí están ligadas (la violencia familiar y la
de las pandillas), pero la violencia familiar se da en todos lados. O

183
sea, tenemos muchos casos de violencia familiar, también entre las
clases medias y las clases medias altas, y no tenemos (ahí) ningún
caso de riñas de pandillas. (Informante 13).
Para enriquecer aún más esa reflexión, habla de las condiciones
materiales de las viviendas como otro factor mediador de la re-
lación entre la violencia ejercida en el hogar y la realizada en el
espacio público. Tener más espacio disponible, por ejemplo una
habitación propia, brinda una posibilidad de intimidad y aislamien-
to en el interior de los domicilios como una válvula de escape a
la tensión que se origina en las dinámicas familiares violentas.
(Informante 13).
Es llamativo que, más allá de estas puntualizaciones sobre los
factores mediadores entre violencia familiar y otras, solamente
un entrevistado, el informante 15, cuestiona más a fondo esa re-
lación entre problemáticas sociales. Resulta significativo porque
se trata de un residente de la colonia que en el pasado perteneció
a una de las pandillas, lo que le da una posición privilegiada para
conocer las dinámicas que subyacen a los fenómenos accesibles a
un observador exterior. Al hablar de las conductas desviadas y de
riesgo que proliferan entre los jóvenes del sector estudiado, tajan-
temente establece que si bien “a veces sí es por problemas en la
familia, a veces no”. Sobre los motivos que lo llevaron a él mismo
y a otros miembros de la pandilla a la que perteneció a unirse y a
participar en riñas, descarta que la violencia intrafamiliar fuera
un motivo central: “No, no, no era lo principal eso […] a lo mucho
unos dos (entraron a las pandillas por eso)”.
Esta última postura es consistente con los hallazgos encontra-
dos en la investigación científica sobre el efecto de ser víctima
o haber sido expuesto a violencia familiar durante la infancia.
Si bien se ha encontrado en tales sujetos una mayor tendencia a
involucrarse en situaciones de violencia, como víctimas o como
perpetradores, presentar comportamientos criminales o problemas
de salud mental, tal efecto no es determinante y puede variar;
según diversos estudios, hasta un 70 por ciento de quienes son
expuestos a violencia familiar no muestra tales efectos (Margolin
y Gordis, 2004: 153).

184
ii parte: violencia intrafamiliar

1.4. Implicaciones de género y sexualidad


Para cerrar este primer capítulo, queremos destacar que las con-
cepciones de los agentes institucionales referentes a la violencia
en el ámbito familiar poseen implicaciones de género. En el nivel
más superficial, en su experiencia se constata la alta frecuencia
con la que son sujetos masculinos quienes ejercen violencia hacia
mujeres.7 Pero esta situación típica no necesariamente se ana-
liza desde un marco en el que sean explícitas las implicaciones
más amplias (más allá del ejercicio de la violencia y del ámbito
interpersonal privado) de los estereotipos y las relaciones entre
los géneros que imperan en el contexto social. Es, ante todo, una
percepción de carácter cuantitativo.
Además, a partir de la frecuencia con que los casos conocidos
suponen agresión de hombres hacia mujeres, la violencia intra-
familiar tiende a reducirse en las teorías subjetivas de algunos
entrevistados a la violencia en la relación de pareja. Violencias
ejercidas dentro de otros subsistemas familiares, especialmente
el paterno-filial, son consideradas casi con exclusividad por quie-
nes tienen responsabilidades laborales vinculadas directamente
al bienestar infantil, pero no suponen un foco de atención para
otros agentes vinculados al fenómeno general de la violencia in-
trafamiliar. La atención a las implicaciones de género desde una
visión más global, por ejemplo, sería útil para comprender no so-
lamente la violencia entre la pareja sino la forma diferenciada en
que se ejerce violencia de padres hacia hijos e hijas, o bien entre
hermanos o entre otros miembros de la familia. Obviamente, el
enfoque de género pude ser también un elemento que coadyuve
en la comprensión de la violencia sexual, un problema que posee
una alta incidencia en el entorno familiar (Contreras et al., 2010).
Si nos concentramos por el momento en la violencia en la pa-
reja, podemos retomar un dato señalado solamente por la infor-
mante 1, suficientemente llamativo para subrayar su alcance,
más aún si consideramos que se trata de un agente muy cercano
a la vida cotidiana de la colonia estudiada. Como una forma de

7 A pesar de la clara mayoría de perpetradores hombres de los actos violentos, en la de-


pendencia en la que se brinda atención psicológica a personas en situaciones de violencia
existe plena consciencia de que los hombres pueden ser también víctimas. (Informante
14).

185
reacción ante la violencia que ejercen sus parejas, algunas mu-
jeres pueden tomar una actitud no sumisa: “esa agresión es más
de parte de los hombres, pero ya muchas mujeres pues también
piensan que ‘no me dejo’”. Apunta, sin embargo, que cuando tal
actitud tiende a manifestarse mediante la confrontación, no a
través de la negociación de los desacuerdos, la denuncia o la se-
paración; contribuye igualmente al aumento de la violencia entre
la pareja y no a su resolución. De tal manera, en lugar de desha-
cer el ciclo, lo alimenta.
Entre los tipos de violencia que pueden ocurrir en el ámbito
familiar la sexual merece una mención especial. Llama la atención
que no se profundiza en absoluto en el tema al hablar de la violen-
cia intrafamiliar. Más llamativo aún resulta que las referencias a la
sexualidad en relación con la violencia familiar las encontramos,
sobre todo, en el orden de la desviación respecto a una norma mo-
ral, más que a agresiones sexuales en el ámbito de la familia, como
ocurre en citas antes comentadas donde se considera como parte
de la violencia familiar a la que estaba expuesto un menor que su
madre tuviera “varias parejas sexuales” (Informante 8) o cuando
se califica la probable homosexualidad de un padre como un factor
que afecta a los menores. De hecho, presenciar situaciones sexua-
les entre adultos por descuido o como resultado de las limitacio-
nes de espacio y privacidad al interior de los hogares la menciona
el informante 13 como “generadora de violencia”.
Si bien la exposición de un menor a imágenes o situaciones
sexuales es bajo ciertos criterios considerada como una forma
de violencia sexual, las referencias en las entrevistas no aluden a
acciones en donde se busque forzar al menor a dichas percepcio-
nes. Esto, aunado a la nula referencia a la coacción para sostener
relaciones sexuales, a violaciones, a tocamientos no consentidos
u otras formas más evidentes y graves de violentar sexualmente
a otros (sean menores o no), parece ser producto del carácter de
tabú del tema en una parte de los agentes institucionales. De esta
forma, la manifestación de la sexualidad y sobre todo la sexuali-
dad desviada de una norma moral hegemónica o la infantil que
podría ser considerada normal en algunos casos (como la exhibi-
ción no inhibida de genitales o la curiosidad por los genitales de

186
ii parte: violencia intrafamiliar

otros niños) son magnificados como desestructurantes, violentos


o propiciadores de violencia; lo que impide un tratamiento más
objetivo y desprejuiciado sobre el tema.
La misma dificultad que la informante 1 refirió observar en las
mujeres con las que ella trabaja para abordar el tema de la sexua-
lidad, especialmente en el trato con sus hijos (“se ponen rojas”, no
saben qué contestar cuando les hacen alguna pregunta sexual),
se observó en algunos agentes institucionales. Por ejemplo, en
las escuelas primarias los profesores que querían compartir con
el equipo de investigación alguna preocupación sobre conductas
que consideraban sexualizadas por parte de los niños, no lograron
describirlas con claridad sino que hicieron solamente referencias
vagas y evitaron detallarlas. Resulta muy revelador de este trata-
miento perjudicialmente sesgado de la sexualidad que personal de
una instancia municipal encargada de la atención a las problemáti-
cas que pueden enfrentar las mujeres refiera lo siguiente:
Lo que yo sí hago es ir a darles pláticas (a las mujeres jóvenes) y ahí
sí abordamos el bullying, la violencia en el noviazgo, este… cómo se
deben de cuidar las jóvenes. No me meto mucho con la sexualidad…
porque, este… yo opino que debiera más conservarse, pero les damos
los tips de que deben de cuidarse de las enfermedades, las enferme-
dades muchas veces traspasan los látex, ¿no? (Informante 17).
Como vemos, se apela a la abstención del ejercicio de la sexuali-
dad en los jóvenes como forma de evitar riesgos; que son además
reducidos a la salud física y eluden las dimensiones subjetivas y
sociales de este componente de la vida humana. Esta actitud ha-
cia el tema, por una parte, patologiza situaciones que podrían ser
consideradas normales y, por otra parte, impide el abordaje abier-
to de situaciones sexuales que bien podrían significar un verda-
dero riesgo o un claro ejercicio de violencia.
Las implicaciones que este limitado tratamiento de un tema
tan relevante en relación con la violencia intrafamiliar y otras
problemáticas sociales presentes en el contexto urbano estudia-
do, se verán al discutir en el último capítulo de esta segunda parte
sobre la resistencia al uso de métodos anticonceptivos entre los
jóvenes, a pesar de la información disponible y la alta incidencia
de embarazos no deseados a temprana edad.

187
2. PRESENCIA Y ALCANCE DE LAS
MANIFESTACIONES DE VIOLENCIA
INTRAFAMILIAR EN LA UNIDAD

Los resultados que comentaremos ahora se refieren ya no a las per-


cepciones de los agentes, sino a los datos empíricos obtenidos so-
bre las familias de los menores de los tres primeros grados de las
cuatro escuelas primarias localizadas en la colonia La Unidad. Es
importante dejar asentado que, si bien no provienen de una mues-
tra estadísticamente representativa que permita hacer generali-
zaciones cuantitativas sobre la población total, sí nos permitieron
conocer de forma panorámica algunos patrones de violencia in-
trafamiliar que prevalecen en la colonia estudiada, sus relaciones
entre sí y con diversas disfuncionalidades familiares que fueron
consideradas por los informantes clave de la primera etapa de la
investigación como importantes. Como veremos, la información
generada también resultó especialmente valiosa para reflexionar
sobre estrategias de detección de casos de violencia intrafamiliar
de forma más extendida y permanente.

2.1. Violencia física


En el capítulo anterior mencionamos cómo en la concepción de la
mayoría de los informantes clave entrevistados al inicio de este
diagnóstico, la violencia intrafamiliar tiende a ser identificada
con la violencia entre la pareja. Trataremos por ello en este apar-
tado de manera diferenciada la violencia física ejercida hacia los
menores de su manifestación entre los padres de familia y otros
adultos del círculo familiar. Llama la atención que son mucho
más frecuentes los reportes de violencia hacia los hijos que entre
los padres; lo que, sin embargo, está condicionado por la forma de
aproximación al fenómeno.

188
ii parte: violencia intrafamiliar

Violencia física ejercida hacia los menores


A pesar de todas las dificultades antes mencionadas para la detec-
ción de la violencia intrafamiliar, la física es la más identificable
por parte de quien la recibe o la observa. Es también la que resulta
más fácil de conceptualizar y comunicar por los menores de los
grados elegidos para participar en esta fase del diagnóstico. Aun
si tenemos en cuenta estas dos aclaraciones, no deja de ser llama-
tiva la frecuencia con la que abiertamente los menores reportaron
ser pegados en casa. Más de la mitad de ellos dieron respuestas de
ese tipo ante las preguntas sobre lo que hacen sus padres cuando
están enojados o cuando ellos se portan mal, o bien, que lo refi-
rieron en algún momento de la interacción con los investigadores
durante los talleres a los que asistieron. Aunque en una frecuen-
cia mucho menor aparecieron también otras formas de castigo fí-
sico (como el encierro en una habitación), en casi la totalidad de
los casos las referencias fueron variantes de la frase “me pegan”.
Partiendo de la distinción que antes hicimos entre agresión y vio-
lencia, no todo castigo físico debe ser considerado como una mani-
festación violenta. Aunque los límites entre ambas son difusos,
debemos procurar distinguir entre su uso como recurso discipli-
nario relativamente justificado y su implementación como una for-
ma de abuso. En el tipo de reportes de agresiones físicas que aho-
ra nos ocupa debemos tener presente esa distinción, pues en su
mayor parte son explícitamente vinculados al ejercicio de la dis-
ciplina por parte de los padres. En uno de los casos, por ejemplo,
la niña refiere que su padre “a veces le pega con la mano cuando
se enoja porque se porta mal”, (Exp. 127). La maestra ha tenido
acercamiento con los padres porque la menor no sabe leer ni es-
cribir y ha encontrado apertura y buena disposición de su parte.
Lo que les pida, están muy dispuestos […] les pedí material aparte, sí lo
cumplieron, les pido que trabajen con la niña en casa y sí lo hacen. […]
Sí, sí procuran mucho, vienen, si les pido algún material sí vienen y
todavía se cercioran de que no haga falta nada, de qué es lo que les es-
toy pidiendo. Las juntas igual, vienen los dos. (Entrevista maestro 18).
Además de lo relacionado con su deficiencia en lectoescritu-
ra, la maestra da un trato especial a la menor porque se trata de
una niña “muy tímida, (que) no convive, no se relaciona con sus

189
compañeros”. Sin embargo, no lo considera necesariamente una
señal de alarma, ya que la menor se integró ya iniciado el ciclo
escolar, proveniente de otro estado8 y la evolución de su com-
portamiento social es positiva. En rubros como el cuidado de su
higiene, alimentación, salud y necesidades emocionales la maes-
tra no detecta ningún inconveniente. A la pregunta expresa so-
bre conflictos en la familia también responde negativamente y
agrega: “no, es que se ven muy tranquilos, se ven muy… no sabría
cómo decirle… ni problemáticos ni nada”. Esta impresión gene-
ral se confirma por los resultados del test proyectivo en el que
no se observan alteraciones significativas y por la observación
directa de la menor en los talleres. Ciertamente existen otros ca-
sos en que los maestros pueden no tener conocimiento de una
situación de violencia física en el entorno de sus alumnos. En
esta familia, sin embargo, todo indica que la disciplina física es
un recurso que no constituye un abuso paterno ni genera una
afectación en la menor.
Aun así, la frecuencia con la que golpear fue referida por en-
cima de cualquier otra forma de disciplinar a los hijos y la falta
de reparos de los estudiantes de primaria para informarlo nos
indican que la agresión física con fines educativos se encuen-
tra normalizada entre la población que participó en esta fase del
diagnóstico. Por contraste, como vimos en los resultados de la
encuesta en secundaria, el acuerdo con el castigo físico (golpes
como forma de educación paterna) se reduce considerablemente
en ese nivel escolar (solamente 19.2 por ciento en el turno matu-
tino y 14.9 por ciento en el vespertino). Esto nos sugiere un ma-
yor rechazo racional de esa forma de disciplina y que puede estar
influenciado por la presión externa de los valores hegemónicos
y la represión que lleva al ocultamiento de la violencia vivida.
Debe considerarse, además, que recibir los golpes como castigo
físico en la infancia puede tener efectos emocionales e inducir un
aprendizaje vicario de la agresividad (por observación) más per-
manente que el recibirlo a una edad mayor, pues no puede ser jus-

8 El equipo diagnóstico considera probable que se trate de una familia de origen indígena;
con lo que dicho retraimiento se explicaría, en parte, por una mayor distancia cultural.
Sin embargo, el dato no pudo ser confirmado.

190
ii parte: violencia intrafamiliar

tificado lógicamente y cuestionado como se pudo observar que


ocurre con los jóvenes de secundaria; por ejemplo, en el siguiente
fragmento en uno de los grupos de discusión:
C: Algunos guardan rencor porque les pegan y eso.
A: También depende, ¿verdad? No te pegan nomás por pegarte, debe
ser por algo.
E: Tiene que haber explicación a todo.
Moderador: Pero entonces, si ustedes hacen algo… ustedes, ¿pien-
san que sí merecen que les peguen?
F: Yo sí.
A: Hay cosas que sí me la baño.
C: Sí amerita castigo (físico).
A: No me pegan por respeto… o no sé.
F: A lo mejor con golpes no se va a resolucionar algo.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
Ahora bien, así como relativizamos que en todos los casos las agre-
siones físicas referidas pudieran calificarse como violencia, debe-
mos señalar que también se identificaron patrones de respuestas
en los que la referencia al uso de la agresión física muestra claros
rasgos de una descarga de frustración por parte del agresor o unas
prácticas que difícilmente pueden comprenderse como un recurso
disciplinario justificado. Entre ellos encontramos alusiones verba-
les al uso de una fuerza desproporcionada (le “pegan bien feo”,
le “dejan marcas”; situaciones en algunos casos confirmadas por
los maestros o los mismos compañeros); señalamientos sobre la
utilización de objetos (como palos de escoba, cinturones, cables)
en busca de infligir un daño mayor; o bien, puntualizaciones sobre
que los golpes se presentan principalmente cuando el padre, u otra
figura de autoridad, consume alcohol.
Abonan esta valoración sobre la extensión y normalización de
los golpes como vía disciplinaria los eventos, más esporádicos pero
significativos, que algunos maestros refirieron haber atestigua-
do. Sobre una familia (Exp. 31), la maestra reportó que el pa-
dre le habría comentado que su esposa, al desesperarse porque el
hijo no realizaba una tarea escolar adecuadamente, “le gritaba y
decía el señor que lo golpeaba, o sea, que le daba cachetadas o le
daba nalgadas” (Entrevista maestro 4). Adicionalmente, aunque el

191
padre nunca reconoció él mismo haber golpeado a su hijo, la maes-
tra le observó marcas de fuertes golpes, lo cual narra como sigue:
De hecho en una ocasión traía unos moretones… el niño se levantó la
playerita y yo le alcancé a ver que traía un moretón aquí; le dije ‘¿qué
te pasó?, ¿estabas jugando?’… ‘no’ (respuesta del niño). Y él como
que, cuando es de violencia, ya no te quiere hablar, entonces… ‘es
que estaba jugando con mi hermanito’ (respuesta del niño), le digo
‘¿a qué jugabas que te pegó tan fuerte?’, ‘es que estaba jugando a los
carritos y me los aventó’ (respuesta del niño). Y le digo: ‘a ver, ven’,
y ya no quería, entonces le levanté toda la playerita y traía varios
moretones en la espalda, otro moretoncito aquí y ya le pregunté qué
había pasado, y al principio era ‘que estaban jugando, que estaban ju-
gando’. Después me dijo que su papá le había pegado porque no había
querido hacer la tarea. Le dije: ‘¿cómo te pegó?’, ‘con puño cerrado en
la espalda’ (respuesta del niño) (Entrevista maestro 4).
En otro caso, un niño de primer año refirió en los talleres que “mi
mamá me chinga, me pega con la chancla” (Exp. 3). También se lo
ha referido a la maestra, quien en una ocasión le observó rasgu-
ños cerca del ojo, ocasionados por la madre que lo golpeó por no
terminar un trabajo.
Por otra parte, algunos padres al recibir reportes de mala con-
ducta o incumplimiento escolar de sus hijos, refieren verbalmen-
te que al llegar a casa les golpearán. Generalmente en tales casos,
los maestros tratan de hacer una labor educativa con los padres,
a quienes les sugieren otras formas de disciplina y cuestionan que
los golpes lleguen a tener el efecto deseado. En algunos casos me-
nos frecuentes, en la misma escuela y frente a los maestros, los
padres golpean a los menores cuando reciben uno de los reportes
comentados. Lo significativo es la regularidad con que al refe-
rir esos casos, los maestros señalan que perciben una descarga
excesiva de fuerza, una falta de dominio por parte del padre o
madre, e incluso una intención de humillación, por ejemplo al
arrastrar por el piso al menor o dirigirle palabras de minusvalo-
ración. Estas demostraciones de violencia sin ningún tapujo ante
agentes institucionales confirman las impresiones de muchos de
los informantes de la normalización de la violencia y los valores
contrahegemónicos que imperan en una parte de los padres de fa-
milia, sobre todo cuando se justifica por sus fines educativos.

192
ii parte: violencia intrafamiliar

Estas situaciones de violencia física hacia los hijos se presen-


tan con más probabilidad cuando cohabita la familia nuclear con
la familia extendida, cuando se trata de familias reconstituidas o
cuando hay medios hermanos provenientes de distintas relacio-
nes de pareja de los padres (con mayor frecuencia de la madre);
como pudimos comprobar a través del trabajo de campo en las es-
cuelas primarias y sobre lo que nos extenderemos más adelante.
Lo que confirma parcialmente la percepción de los informantes
clave que consideraban estas condiciones familiares (alejadas del
ideal de la familia nuclear) como factores de riesgo para el ejerci-
cio de la violencia.
Si bien la gran mayoría de los menores refieren ser golpeados
por figuras paternas (padre, madre y, en menor proporción, abue-
los) también emergió otro patrón llamativo: el de los hermanos
mayores (o en algunos casos tíos cercanos en edad que viven en
el mismo domicilio) como las figuras golpeadoras. Nuevamente
es conveniente establecer una distinción que matice esta afirma-
ción. Por una parte debemos considerar los casos de hermanos
cercanos en edad, generalmente nacidos en una fase que podría
denominarse de reproducción de la familia y que puede extender-
se por unos diez años. Entre ellos, ciertamente los golpes habi-
tuales pueden significar una forma de abuso físico por parte de
los hermanos mayores, pero prevalece una estructura de relación
entre pares. No minimizamos el influjo de tales relaciones en la
creación de un clima de violencia generalizado. Sin embargo, una
situación muy distinta es la que ocurre cuando las diferencias de
edades son más amplias, desde diez años de edad. Es decir, cuando
nos encontramos ante una violencia física entre sujetos que en la
familia pertenecen al mismo grupo generacional pero no al mismo
grupo etario. Debemos subrayar que este patrón de agresores físi-
cos no estaba presente en las teorías subjetivas de los informantes.
Así, aparte de la discusión sobre si esta forma de violencia pudiera
representar una reproducción por parte de los hermanos mayores
de la ejercida hacia ellos por sus padres, se presenta la necesidad
de atender esta variante de la violencia intrafamiliar.
La dimensión de género tiene también implicaciones en esta
situación. En cuanto al género del padre que ejerce violencia, una

193
buena parte de los niños no indica al agresor. En el resto no se ob-
serva ninguna diferencia significativa. Tanto padres como madres,
abuelos y abuelas son referidos como quienes golpean o ejercen
otras formas de violencia física. La única distinción significativa
la encontramos en el caso de los tíos, que si bien cuantitativamen-
te son pocos, en todos los casos se trata de hombres.
En cuanto al género de los menores que reciben violencia fí-
sica sí encontramos una tendencia más clara en la que más varo-
nes reportan ser golpeados. Este patrón, sin embargo, debe ser
tomado con cautela. Pues, aunque se solicitó a los directores de
las escuelas elegir al azar a los menores participantes en los talle-
res diagnósticos, algunos maestros decidieron enviar a sus estu-
diantes más conflictivos y la muestra quedó conformada por 60 por
ciento de menores de género masculino. Los menores hombres
que reportaron ser pegados resultaron ser mucho más numero-
sos que las mujeres, doblando prácticamente su cantidad. No sola-
mente en términos absolutos, también la proporción de los hombres
que reportan recibir violencia física es relativamente mayor que la
de las mujeres. En esta diferencia podrían incidir también los es-
tereotipos de género que limitan la posibilidad de que las mujeres
comuniquen las experiencias de violencia contra ellas, no así los
hombres, pues ser partícipes de situaciones de agresión física se
encuentra vinculado a la noción de masculinidad. En conclusión,
aunque no podemos afirmar que objetivamente sea realmente ma-
yor la incidencia de violencia física hacia los menores hombres,
tanto en la percepción del personal escolar, como entre los mis-
mos menores, la violencia física hacia los hijos hombres resulta
más normalizada.

Violencia familiar ejercida entre adultos


A través de los menores participantes y de sus maestros también
accedimos al panorama de la violencia intrafamiliar entre adultos
y a algunos de sus patrones de ocurrencia. Los reportes de violen-
cia en general y física en particular en tales subsistemas familiares
son mucho más infrecuentes que las referencias de agresión hacia
los niños. Si en el caso de los menores que referían ser pegados
debimos tener en cuenta que no en todos los casos debía conside-

194
ii parte: violencia intrafamiliar

rarse violencia intrafamiliar, ahora es probable que ocurra justo


lo contrario y que los menores lo refieran con menor frecuencia
de la que en realidad ocurre.
Como podría anticiparse si tenemos en cuenta los rasgos cul-
turales de la sociedad mexicana y las estadísticas oficiales,9 una
importante manifestación de violencia física entre adultos en el
entorno familiar es la ejercida por el hombre hacia la mujer. “Mi
papá le pega a mi mamá” es la verbalización más común para re-
ferirse a esta situación y solo de forma excepcional se dan más de-
talles, como especificar que al golpear el padre a la madre le deja
el rostro marcado (Exp. 120). En un caso, también se reportó
violencia física hacia una hermana mayor por parte de su pareja
que la “ha aventado” (Exp. 7)10. La escasez de estos reportes por
parte de los menores y la menor visibilidad de esas manifestacio-
nes para los maestros (por contraste con la abierta violencia física
hacia los hijos en algunos casos) sin duda proviene también del
fuerte rechazo que la violencia física del esposo a la esposa genera
(solamente en torno a 5 por ciento de los estudiantes de secunda-
ria la justificaron, según nuestra encuesta), por lo que se procura
ocultarla con mayor ahínco. Se trata sin embargo, de un rechazo
más intenso en el plano discursivo que en el conductual, como
sugieren las agresiones físicas entre niños y niñas de primaria co-
mentadas por los maestros, las observaciones, un tanto anecdóti-
cas, de los informantes clave sobre la violencia de hombres hacia
su pareja, así como la aceptación de la verbal y ciertas formas de
violencia física de hombres hacia mujeres que fueron justificadas
en los grupos de discusión con estudiantes de secundaria (gritar-
les a las jóvenes en la calle, agresiones sexuales inducidas por la
forma de vestir de la mujer).

9 Según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares
(ENDIREH 2011), 25.8 por ciento de las mujeres unidas en pareja han sufrido agresiones
físicas durante su relación. En Nuevo León esa cifra es menor (18.6 por ciento); sin embar-
go, para las mujeres más jóvenes, entre 15 a 29 años, es más común la violencia de todos
los tipos ejercida por su pareja y en esa franja de edad se sitúa el grueso de los padres de
los menores participantes.
10 Aunque son pocos los casos, llama la atención que cuando se refieren agresiones físicas
entre parejas de adultos que no son los padres se identifican formas más específicas de
agresión o se describen escenas concretas; de manera contraria a lo que ocurre cuando
se comenta la violencia entre los padres. Esto abona a la idea de que los menores evitarían
comunicar detalles sobre esta última o que la recurrencia dificulta recordar y describir
algún caso puntual.

195
Aunque no minimizamos la importancia de la violencia físi-
ca del hombre a su pareja, resultaron más comunes las referen-
cias de los menores al conflicto entre los padres sin indicar con
precisión si se trataba de violencia física o de otro tipo. También
fue más frecuente que no se identificara a uno de los padres como
agresor, sino que se señalara de forma más general que los pa-
dres se pelean. Además, de manera aislada se identificó a la madre
como agresora física del padre (Exp. 75); y en un caso a un abue-
lo como agresor físico de la madre (Exp. 156).
Esta falta de claridad en la delimitación del tipo de violen-
cia y en la identificación del agresor puede tener diversas ex-
plicaciones. Una de ellas, y sobre la que se presentan mayores
indicios en las referencias de los menores así como en la infor-
mación brindada por los maestros, es la amalgama de tipos de
violencia que suele presentarse cuando se trata de relaciones
de pareja conflictivas; en donde la violencia verbal, la psico-
lógica, e incluso la económica (sobre la sexual en la pareja no
hubo referencias, aunque no descartamos también su presen-
cia) pueden presentarse en distintas combinaciones, con o sin
violencia física.
Lo referido en los grupos de discusión realizados con jóve-
nes de secundaria puede ahora ayudarnos a complementar estos
datos un tanto escuetos. En primer lugar, sus testimonios nos
confirman que la violencia física en la pareja es más común de lo
hasta ahora confirmado a través de los estudiantes de primaria.
En los cuatro grupos se refirió tener conocimiento de este tipo
de casos. Se identificó además como uno de los patrones más
importantes el de la violencia de género. Compartimos una serie
de citas en las que se comenta sobre ellos:
Una vecina, de ahí donde vivía, ella como decía: ‘no, pues yo lo amo’
y todo, y no lo quería dejar así al bato. La chava, como que las otras…
unas vecinas le decían: ‘recapacita, te está pegando, eso ya no es
amor, ¿cómo lo vas a amar si te maltrata?’. Pero pues ya, era el pen-
samiento de esa señora o chava.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
Mis tíos, eh… mi tío golpeaba a mi tía.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]

196
ii parte: violencia intrafamiliar

Especialmente el grupo de las mujeres del turno vespertino,


como en otros temas, fue más abierto al comentar sobre los casos
que conocen:
Se pelearon mis papás y mi papá le pegó a mi mamá. Siempre había
pasado eso, hasta que mi mamá le puso un alto y nosotros ya no
dejamos… o sea, le pusimos el alto y ya no dejamos que le haga nada.
El esposo de mi tía la golpeaba y hasta que lo demandó y se separó.
Mi hermano; estaba la otra vez mi cuñada y nada más la aventaba así.
Mi tío la golpeaba (a mi tía) mucho.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
Como podemos notar por estas citas, se trata en la mayoría de los
casos de situaciones de violencia física reiterada infligida por el
hombre a su pareja. Las reflexiones que se dieron en los mismos
grupos de discusión también permiten identificar el componente
cultural machista como elemento condicionante, al menos en la
opinión de los adolescentes.
C: A veces los hombres (ejercen violencia) con las mujeres en la
casa. Por ejemplo: ‘ah, yo soy el hombre, y tengo más derecho que
tú’ y así.
E: ‘A mí me respetas’ y así, que empiezan a decir.
Moderador: ¿Y por qué creen que pase eso?, ¿por qué creen que se
dé, o por qué creen que siga dándose?
G: Por el mismo bato, a veces que quiere mandar más que la mujer.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
Sin embargo, a pesar de esta mayor apertura para abordar el tema,
también hubo referencias más vagas cuando se trata de los pro-
pios padres. Solamente la cita antes compartida en que una joven
indicó que su padre golpeaba a su madre hasta que esta decidió
separarse implicó un reconocimiento claro del ejercicio de la vio-
lencia física entre los padres. El resto de los participantes en los
grupos de discusión, de forma coincidente con lo observado en
los niños de primaria, hablaron de que sus padres se peleaban sin
especificar la forma en que lo hacían; o bien, buscaron minimi-
zar ciertas formas de violencia. Esto confirma parcialmente lo
que algunos informantes clave comentaron sobre la dificultad de
algunos residentes de la colonia a conceptualizar como violencia
sus formas no físicas.

197
Moderador: ¿Ustedes han visto o escuchado algo similar? (a la esce-
na proyectada como estímulo para la discusión grupal, en la que un
hombre golpea a su esposa), ¿conocen algo?, ¿tú sí?
B: O sea así de golpes no, mi mamá es la que se vuelve loca y empie-
za a aventar todo.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
En este último grupo, inclusive se hace una gradación de la vio-
lencia física y se desestiman algunas. Al ser cuestionados sobre
cuándo era grave una situación de este tipo, uno de los participan-
tes indicó:
Ya cuando te sacan sangre… Un zapecillo o así, pues te lo valgo, pero
ya con puño cerrado (ya no).
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]

2.2. Negligencia en el ejercicio de roles paternos


Como antes hemos mencionado, a pesar de la conceptualización
compleja de la violencia, que incluye diversos tipos y ámbitos de
manifestación, por parte de los informantes institucionales que
atienden dicha problemática, se constató una tendencia un tanto
simplificadora. Así, al referir situaciones concretas de violencia
intrafamiliar se describen sobre todo dinámicas de relación entre
los padres que resultan abiertamente conflictivas y que implican
agresiones explícitas. Mucho menos atención reciben las situacio-
nes de violencia más sutiles o soterradas, sobre todo cuando se
dirigen hacia los menores de edad; con excepción de los agentes
institucionales dedicados a la atención de estos últimos. Como ve-
remos, estas percepciones podrían hacer que se pierdan de vista
algunas de las manifestaciones violentas más extendidas y de ma-
yores impactos en el bienestar de los niños y en el entorno social.
En casi un tercio de la muestra de menores participantes
se tienen reportes o se registraron indicios de negligencia en su
cuidado por parte de sus padres. A pesar de lo extendido de es-
tas situaciones no fueron referidas casi en ningún caso por los
niños sino por sus profesores. Ni siquiera cuando los maestros
encontraron evidencia de una casi total desatención parental al
no proporcionar una alimentación e higiene adecuadas fue común
que los alumnos dieran información al respecto, ya fuera en el

198
ii parte: violencia intrafamiliar

cuestionario aplicado (en donde había preguntas sobre el tema)


o durante la interacción con quienes condujeron las actividades
del taller-diagnóstico. Solamente algunos menores aislados refi-
rieron que reciben alimentos menos de tres veces al día (Exp. 25),
que nadie les cuida regularmente ni les ayuda con sus tareas es-
colares (Exp. 55) y, de forma aún más excepcional, que sus padres
les desatienden emocionalmente. Además, una menor refirió que
como castigo se quedaba sin comer (Exp. 156).
De tal manera, la mayor parte de la información sobre la des-
atención de los menores fue proporcionada por los maestros y pro-
viene de tres fuentes: observación directa de sus alumnos, diálogo
con ellos e interacción con los padres.11 Los principales indicios
observados por los maestros son la higiene personal del menor
al llegar a la escuela (en algunos casos la falta es evidente y los
menores presentan piojos de forma constante), la ropa (su estado
de deterioro, ser de la talla correspondiente y adecuada al clima),
llevar a la escuela el material básico, ser llevados y recogidos por
algún familiar adulto, apoyo y supervisión en sus tareas para rea-
lizar en casa, llevar lonche o dinero para comprar alimento en el
recreo, la asistencia de los padres a las juntas y llamados de la es-
cuela, así como cumplir los compromisos que hacen con maestros
y directivos. En algunos casos, la observación del equipo que rea-
lizó los talleres confirmó o detectó otros indicios de negligencia
que no fueron comentados por los profesores.
La desproporción entre las numerosas referencias que hacen
los menores cuando se trata de violencia física ejercida contra ellos
y la casi total ausencia sobre el tema de la negligencia responde,
en parte, a la mayor dificultad para conceptualizar y comunicar
este tipo de maltrato por parte de un niño del rango de edad en
cuestión. Pero, asimismo, nos sugiere que en la zona en que se
realizó este diagnóstico, la desatención de los padres podría ser
un tema tabú o normalizado en mayor medida que el de ser vícti-
mas de violencia física. En cualquier caso, es una señal de alerta

11 Se solicitó también a los profesores el llenado de una hoja de cotejo de indicios de vio-
lencia física y negligencia de sus estudiantes participantes en el taller. Sin embargo, en la
mayoría de los casos realizaron un llenado mecánico indistinto por lo que no se tuvo en
cuenta para la elaboración de este reporte. Se sugiere, por lo tanto, en la replicación de
este diagnóstico, considerar el llenado de ese instrumento por parte de los maestros con
el acompañamiento y asesoría del equipo de investigación.

199
para la detección y prevención de las distintas formas de violen-
cia intrafamiliar hacia los menores.
La alta frecuencia con la que los maestros de primaria perci-
ben que los padres desatienden el cuidado básico de sus hijos,
lleva a algunos de ellos a considerarlo como una característica
generalizada de las familias de sus estudiantes. “La mayoría (de
los alumnos) tienen familias muy pasivas […] que no les ponen
mucha atención en casa”, comentó en la entrevista la maestra 14;
quien señala la falta de higiene personal de los menores como la
manifestación más extendida de negligencia paterna que ella ha
observado. Otra maestra de la misma escuela coincide en la per-
cepción y enfatiza que la ubicación de la escuela, en su opinión,
marca una diferencia en la actitud de los padres, por comparación
con otros sitios en los que ha trabajado.
Nunca me había tocado trabajar en un ambiente de aquí, de Escobedo
y yo noto que sí los padres están bien desligados de los niños. ¿Cómo
puede ser posible que los dejes venir solos (caminando desde su casa)
si son de primero (de primaria)? O sea, que no estés al pendiente de
ellos, de sus uniformes, de esto, de lo otro. Yo allí veo que les falta
bastante apoyo familiar a ellos. (Entrevista maestro 15).
Estos señalamientos apoyan la visión que diversos informantes
clave compartieron sobre el entorno social conflictivo que in-
duce dinámicas sociales y familiares disfuncionales; lo que ha
sido discutido en la primera parte de esta obra. En los siguientes
apartados comentaremos con más detalle las relaciones entre di-
versas manifestaciones de violencia, así como sus vínculos con
otras problemáticas familiares; ya que se trata de vínculos muy
fuertemente sostenidos en las teorías subjetivas sobre la violen-
cia de los informantes clave que antes presentamos. Además de
ese despliegue que haremos más adelante, ahora avanzaremos de-
lineando los dos perfiles familiares que emergieron al considerar
la negligencia como forma de violencia intrafamiliar.
La mayoría de los maestros no se limitaron a señalar que han
observado indicios de negligencia en algunos de sus alumnos.
También distinguieron los diferentes ámbitos (higiene, presen-
cia paterna, necesidades materiales y apoyo escolar, entre otros)
en los que se presentaron esos indicios y en cuáles no. Además,

200
ii parte: violencia intrafamiliar

en la medida que su conocimiento lo permitió, ahondaron en la


dinámica de la familia del menor, así como en las posibilidades
que observaron en los padres para mejorar en el ejercicio de sus
responsabilidades ante los señalamientos hechos por ellos u otros
agentes escolares, por ejemplo, directivos o psicólogos. Tales ele-
mentos proporcionados por los maestros nos permitieron iden-
tificar los dos perfiles diferenciados en las familias en las que se
ejerce violencia por negligencia hacia los menores. Por una parte,
un abandono generalizado y arraigado en una dinámica familiar
conflictiva; por otra lado, negligencia en uno o varios ámbitos con
una diversidad de situaciones que las condicionan y, en general,
con la posibilidad de reaccionar favorablemente a la intervención
de agentes escolares.
Los menores más afectados en su desarrollo escolar, emo-
cional y psicológico son aquellos que padecen una negligencia
extendida y arraigada, tanto en la atención de sus cuidados y
necesidades básicas, como en los aspectos escolares. En muchos
casos, va acompañada de un descuido de los padres en otras de
sus responsabilidades como jefes de familia (económicas, en su
propia salud y bienestar), de otras formas de disfuncionalidad
familiar (en algunos casos madres jefas de familia solteras o se-
paradas de sus parejas) y del desinterés de los padres por modi-
ficar tal situación.
Aunque son casos poco frecuentes, son relevantes por diver-
sos motivos. Además de la afectación ya mencionada en el desa-
rrollo y bienestar de los hijos consecuencia de esta negligencia, se
trata de los menores que, a pesar de su temprana edad ya parti-
cipan en dinámicas callejeras que suelen incluir agresiones ha-
cia la propiedad y los vecinos o ya han establecido vínculos con
miembros de las pandillas de la colonia (Exp. 7, 132). También
se presentan en algunos casos, antecedentes de problemas con
la ley por parte de sus padres o hermanos mayores, que pueden
llevar a la ausencia de los padres por estar en prisión o por aten-
der a familiares recluidos (Exp. 42), o bien a la intervención de
las autoridades que determina la separación de los menores de su
familia (Exp. 31), así como casos de paternidad precoz. Según los
profesores, los padres de estas familias ignoran abiertamente los

201
señalamientos y solicitudes que les plantean los agentes escola-
res, los cuestionan o simulan tenerlos en cuenta cuando en rea-
lidad no lo hacen.
La forma en que una de las maestras describe la situación de un
menor y la actitud de su familia delinea con agudeza este perfil fa-
miliar. Se trata de un alumno de segundo grado con una discapa-
cidad intelectual no atendida adecuadamente por la familia (Exp.
31). A pesar de contar con servicio médico, los padres faltan a las
citas que les asignan para la atención del menor, no siguen el tra-
tamiento indicado (que inicialmente había inducido una mejoría
en el aprovechamiento escolar del niño) y ni siquiera han comu-
nicado con precisión a la escuela cuál es su diagnóstico. No apo-
yan en absoluto las actividades escolares. Existen antecedentes
de violencia intrafamiliar y del retiro temporal de la custodia del
menor y un hermano por parte del DIF. Cuando desde la escuela
han buscado generar un mayor compromiso por parte de los pa-
dres en la atención al menor, incluso al plantearlo como condición
para recibirlo en clase, la actitud es superficialmente de apertura,
pero al parecer solo como una forma de evitar el conflicto (por
la amenaza de una nueva intervención del DIF) pero no supone
cambios sustanciales en el ejercicio de las funciones paternas. La
maestra narra a detalle lo acontecido de la siguiente manera:
El señor fue el que vino a hacer el compromiso que iba a estar al
pendiente de todo lo relacionado con el niño, pero… Lo aceptamos,
lo teníamos (al menor) toda la semana (en la escuela), el niño es-
taba trabajando conmigo toda la semana. El detalle fue que empe-
zamos a darnos cuenta que nos estaban usando como guardería,
nada más. Le tocaba una cita (médica) en noviembre, la señora no
fue a la cita. Entonces la directora habló con ella y pues que ahora
la había cambiado y se la habían dado para enero; los primeros días
de enero el niño tenía la cita. Resulta que la señora no fue a la cita
nuevamente porque el esposo había chocado, pues que ella no tenía
en qué desplazarse. Cuando se le cuestiona pues que el camión, un
taxi, la señora dice que no que porque hizo demasiado frío, y apar-
te el niño tiene asma y no lo puede exponer al frío. Cuando hubo
periodos en diciembre, hubo 2 días o 3 días que hizo mucho frío
y al niño como quiera nos lo mandó, entonces le dijimos ‘¿cómo
para mandarlo a la escuela sí pudo y para sacarlo a que se fuera a

202
ii parte: violencia intrafamiliar

consultar no?’ […] Entonces, ahí fue donde nos dimos cuenta que
realmente nos estaban usando nada más para guardar al niño aquí
un rato. (Entrevista maestro 4).
Si consideramos que además la pareja de la hermana, con quien con-
vive cotidianamente este menor, presenta una adicción a los inha-
lantes, se completa así el perfil anti-ideal de familia delineado por
diversos informantes clave al hablar de los conflictos familiares y
sociales que consideran característicos de La Unidad. En algunos
casos de este tipo, inclusive, los maestros se sienten temerosos de
intervenir o exigir mayor compromiso pues saben o sospechan que
los padres o los hermanos mayores tienen vínculos con el crimen
organizado y podrían tomar represalias contra ellos.
Aunque modificar la disfuncionalidad en estas familias resul-
ta un proceso difícil y de largo plazo, observamos que la inter-
vención de un adulto cercano, pero externo a las dinámicas fa-
miliares, que ejerza informalmente, sin designación legal el papel
de tutor del menor puede incidir en la atención que este recibe y
en su bienestar general. En concreto, los maestros narraron dos
casos en los que esto ha ocurrido. En uno de ellos, una vecina ha
asumido pequeñas responsabilidades económicas y de atención a
la higiene y los asuntos escolares de una menor que han significa-
do una notoria mejoría. (Entrevista maestro 15).
En el otro caso, que describimos con más detalle, tras la sepa-
ración de sus padres por situaciones de violencia no especifica-
das, una niña de segundo grado se encontraba muy descuidada
por su madre. Su higiene y cuidado personal eran deficientes; no
llevaba el material escolar básico ni le apoyaban con sus tareas
escolares. Dejaba de asistir a la escuela por temporadas y prácti-
camente no existía ninguna vía de comunicación del personal de
la primaria con la madre. La situación mejoró cuando, ante la in-
sistencia de la maestra con la menor de que debía acercarse a la
escuela un adulto que respondiera por ella, se presentó a quien la
niña identifica como su padrino. Se trata de una persona que ya se
hacía cargo de parte de su manutención económica y que comenzó
entonces, junto a su hija de 18 años, a asumir mayores responsabi-
lidades. La menor pasa ahora con ellos el tiempo que antes pasaba
sola o con su abuela materna, que tampoco ejercía un cuidado y

203
atención adecuados. También ellos han apoyado decididamente el
desarrollo escolar de la menor. Tras esa intervención y en poco
tiempo, la atención a la menor en todos los ámbitos menciona-
dos ha mejorado y la maestra reporta también que se observa un
cambio sustancial positivo en su estado emocional. (Entrevista
maestro 17).
Quedan, sin embargo, interrogantes sobre la situación en el ho-
gar que la maestra desconoce. En nuestro diagnóstico encon-
tramos referencias de la menor a castigo físico por parte de una
figura paterna que no pudo determinarse si se refiere al padrino
o al padre. Estas situaciones forman parte de las que proponemos
supervisar cuidadosamente en tales casos de tutelaje dentro del
capítulo dedicado a las recomendaciones.
El otro perfil familiar con negligencia hacia los hijos identifi-
cado en nuestro diagnóstico representa situaciones de descuido
menos severas. En él pueden observarse desatenciones en uno o
más de los siguientes ámbitos: la higiene personal del menor (en
diferentes grados), el acompañamiento y supervisión a lo largo
del día por parte de un adulto, las cuestiones escolares (disposi-
ción de materiales básicos, seguimiento a la evolución del menor,
apoyo en sus tareas, asistencia constante del menor escuela, co-
municación de los padres con el personal escolar). Aunque este
perfil no se liga a una disfuncionalidad familiar generalizada, en
muchos casos se encuentra vinculada a situaciones familiares, o
de algunos de sus miembros, adversas para el cumplimiento de
sus responsabilidades, algunas de las cuales pueden pasar des-
apercibidas al externo.
Una de estas últimas situaciones, señalada por varios maes-
tros, fueron las largas jornadas laborales de los padres que limi-
tan su presencia y el tiempo de atención a los menores; lo que
se agrava cuando ambos trabajan fuera de casa. Los resultados
de la encuesta en secundaria habían señalado que el trabajo de
ambos padres fuera de casa no estaba vinculado a que los hijos
pasaran mayor tiempo en la calle (considerado esto último como
indicador de menor control parental) lo que también parece suce-
der en primaria. El efecto al que nos referimos ahora, subrayado
por los docentes es que, aun cuando los menores permanecen en

204
ii parte: violencia intrafamiliar

casa (o al cuidado de algún vecino), la ausencia paterna por lapsos


prolongados del día tiene impacto evidente en su atención. Es-
pecialmente refirieron el inicio del empleo de uno de los padres
que hasta entonces no trabajaba fuera de casa como un punto de
inflexión. En palabras de una de las maestras,
de volada se ve cuando un papá empieza a trabajar, tú como maes-
tra te das cuenta de volada, porque ya no es el mismo […] las libre-
tas están sucias, ya no trae el material. Le digo (al niño): ‘¿tu mamá
trabaja?’ Y dice: ‘sí’. Entonces cuando un papá empieza a trabajar y
es el que está a cargo del niño, se ve el cambio. Yo digo que es cues-
tión de que no tiene una familia sólida y que no tiene un, cómo se
dice […] una figura materna o paterna así, así marcada que le diga:
‘vas a hacer esto y así’. (Entrevista maestro 21).
Con mayor frecuencia se trata de madres, antes amas de casa, que
se incorporan al trabajo remunerado. No deben descartarse, sin
embargo, otras situaciones posibles como ocurrió con un padre al
comenzar a trabajar en un horario más extendido. Ante ese cam-
bio laboral en la familia se comenzó a descuidar la atención a la
persona y a los estudios del menor que participó en el diagnóstico
(un estudiante de primero de primaria). Además, su hermana ma-
yor ha dejado de estudiar antes de concluir la secundaria y la ma-
dre delega en ella responsabilidades de la atención del hermano
menor (Entrevista maestro 8). Otra situación laboral que abona a
una situación de vulnerabilidad en la atención de los hijos son las
largas ausencias de uno de los padres que se encuentra fuera de la
ciudad por temporadas.
Cabe señalar que, contrariamente a la impresión de algunos
informantes clave de las partes previas de este trabajo, no se
trata solo de padres en trabajos precarios quienes por sus exi-
gencias laborales descuidan a sus hijos. Los profesores también
refirieron casos de algunos dedicados al comercio o a oficios pro-
fesionales, con situaciones económicas más estables que, por sus
dinámicas de trabajo fueron considerados dentro de este perfil de
familias en las que se detectó negligencia. También debemos reco-
nocer que algunas familias ven dificultada la atención adecuada
de las necesidades de los menores por limitaciones económicas.
Si bien los efectos son similares a los de estas formas atenuadas

205
de negligencia que comentamos, debido a su causa no podemos
calificarlas como violencia paterna.
Además de los condicionantes laborales, en otros casos se ob-
serva que el consumo de alcohol por parte de algunos padres, lar-
gas ausencias de uno de ellos, la cohabitación con familia extensa
sin claridad en las figuras de autoridad y disciplina, entre otras
situaciones, son condiciones propicias para tales manifestaciones
de negligencia.
Sin desestimar la gravedad del impacto en el bienestar y el de-
sarrollo de los menores que tiene la negligencia que identificamos
con este segundo perfil familiar, debe también reconocerse el po-
tencial de mejoría que regularmente muestran estas familias. La
generalidad en tales casos, según los profesores, es que los padres
muestran apertura a los llamados de la escuela y que sus sugeren-
cias de mayor atención a sus hijos son tomadas en cuenta. Tras
ese tipo de intervenciones, normalmente los maestros observan
algún grado de mejora en la atención a sus estudiantes.
Cabe subrayar que los maestros dedicaron buena parte de sus
entrevistas a comentar sobre la desatención familiar a las cuestio-
nes escolares de los menores. En algunos casos, aparentemente
era el único ámbito en el que los padres de familia se mostraban
displicentes, pero el interés especial de los profesores en el tema
puede generar una excesiva atención que lleve a sobredimensionar
ese rubro. A pesar de ello, es de llamar la atención la frecuencia con
que los padres de familia, desde la perspectiva de los maestros, ac-
túan de una forma que denota una desestimación de la relevancia
del desarrollo escolar de sus hijos. No ayudarles ni supervisar las
tareas para realizar en casa, o hacerlas por ellos, no proveer ma-
teriales necesarios, no acudir a las entregas de calificaciones ni a
los llamados para comentar la situación de sus hijos, no enviarlos
a la escuela con frecuencia y reaccionar con pasividad cuando son
informados de rezagos graves en su aprovechamiento escolar, son
algunas de las manifestaciones de esta situación.
Cuando esta forma de violencia por negligencia a lo escolar
no se acompaña de descuidos de las necesidades más básicas (ali-
mentación, vestido, higiene, atención de salud) podría parecer que
no afecta profundamente el bienestar presente del menor. Sin em-

206
ii parte: violencia intrafamiliar

bargo, aumenta la probabilidad del abandono escolar durante o al


terminar la secundaria; situación muy frecuente en la zona. Esta
última hipótesis la avalan los jóvenes de secundaria en los grupos
de discusión que consideran el apoyo familiar como una varia-
ble central para poder continuar con sus estudios más allá de la
secundaria. Es decir, aunque pareciera que los primeros años de
primaria se encuentran aún muy alejados temporalmente del in-
greso a la preparatoria y de la futura incorporación laboral, esta
manifestación de negligencia podría contribuir a agravar la falta
de oportunidades económicas que experimenta una buena parte
de la población del sector estudiado.

2.3. Violencia psicológica y verbal


Bajo la categoría de violencia psicológica y verbal enmarcamos lo
que la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en
los Hogares (ENDIREH) denomina violencia emocional. Es decir,
formas insidiosas de tratar [a otra persona] con el fin de controlarla
o aislarla, de negarle sus derechos y menoscabar su dignidad, tales
como insultos, menosprecios, intimidaciones, imposición de tareas
serviles y limitaciones para comunicarse con amigos, conocidos y
familiares (INEGI 2013).
Estos tipos de violencia pueden presentar manifestaciones suti-
les en las que se humilla, amenaza o amedrenta a algún miembro
de la familia sin que se presenten insultos o conductas fácilmente
reconocibles como violentas. Es por ello que, a pesar de que se-
gún esa misma encuesta este tipo de violencia afecta a casi 90 por
ciento de las mujeres unidas en pareja del país y a 84 por ciento
en Nuevo León, muchas veces no se conceptualiza como violen-
cia por parte de los participantes en ella. Aunque tales variantes
casi no fueron reportadas en las primeras fases del diagnóstico,
no descartamos su presencia en los hogares de los menores par-
ticipantes; postura que resulta reforzada por uno de los casos de
familias con antecedentes de violencia en el que entrevistamos a
los padres y que comentaremos más adelante (Exp. 168).
A pesar de tener ello en cuenta, las formas de violencia psico-
lógica y verbal que más se registraron fueron las peleas manifies-
tas, que suponen gritos (entre dos miembros de la familia o de uno

207
hacia otro) y en muchos casos se acompañan de violencia física.
“Me gritan” o “mis papás se gritan” fueron las referencias más re-
currentes por parte de los menores. Mientras que apenas en casos
aislados llegaron a compartir que “mi papá le dice cosas feas a mi
mamá” (Exp. 15) sin describir que eso fuera acompañado de gritos
y peleas. De esta manera, aunque la incidencia detectada no es tan
extendida como la de la violencia física y la negligencia, esta forma
abierta de violencia psicológica y verbal refuerza las impresiones
de los informantes clave que consideran que prevalecen en La Uni-
dad situaciones familiares con gran tensión emocional.

Violencia psicológica y verbal ejercida hacia los menores


Si consideramos solamente cuando este tipo de violencia se ejer-
ce hacia los menores, podemos señalar lo siguiente. De forma
extendida se corresponde con el patrón antes señalado; es decir,
gritos en muchas ocasiones acompañados de golpes, referidos por
los menores sin brindar una descripción más precisa. Pero, ade-
más, encontramos otras situaciones que, aunque registradas con
menos frecuencia, arrojan luz sobre las formas en que esta vio-
lencia podría estar ocurriendo en un mayor número de familias.
La primera de tales situaciones que comentaremos la refieren
los maestros. Ocurre cuando dan a los padres el reporte de algún
problema de conducta de sus hijos. Al recibirlo, algunas madres12
amenazan al hijo con golpearlo al llegar a casa, o lo insultan de-
lante del maestro y de otros agentes escolares. En uno de los ca-
sos, la maestra comentó que, tras escuchar el reporte
la señora le dijo al niño ‘ya no te quiero aquí, lárgate’. O sea le habla
con muchas maldiciones, enfrente de mí y enfrente de las (otras)
mamás. Muchas mamás me han venido a decir eso… que lo trata
muy mal y yo sí lo he visto… (Le dice) ‘no sirves para nada’ y no sé
qué tanto. (Entrevista maestro 19).
En estos casos, igual que en los en que los padres golpean a los hi-
jos frente a los maestros al recibir algún reporte negativo, llama la
atención la falta de autocontrol de los padres. Estos, comentan los

12 Siempre fueron madres sobre las que se refirió este comportamiento. Esa situación debe
comprenderse en el marco de que son las mujeres en una clara mayoría quienes acuden a
los llamados de la escuela.

208
ii parte: violencia intrafamiliar

maestros, ignoran sus intentos por detenerlos y sus sugerencias


de intentar disciplinar a través de otras vías. La mayoría por ello,
ha optado por dejar de dar reportes sobre mala conducta de sus
hijos a estos padres.
La segunda manifestación de violencia psicológica y verbal defi-
nida con mayor precisión que el simple “me gritan”, supone igno-
rar los pedidos de atención y afecto del menor. En esta variante de
violencia psicológica destacan dos narraciones hechas por maes-
tros. En una de ellas, una menor comenta insistentemente a la
maestra que en su casa “la tratan mal”. La maestra dijo sospechar
que ahí “ocurre algo” sin especificar a qué se refiere pues no tie-
ne evidencias, aunque ella refirió en la encuesta ser golpeada. La
menor, según el dicho de la maestra refiere que en su casa “no la
quieren” y que “nadie la escucha” (Entrevista maestro 9). La otra
narración surge a partir de una actividad encargada por motivo
del festejo del 14 de febrero, la maestro encargó abrazar a los pa-
dres, decirles que los querían y después narrar en el grupo cómo
reaccionaron. La menor en cuestión (Exp. 120) se negaba a llevar
a cabo la actividad con el siguiente argumento:
Maestra, yo no le voy a ir a dar un abrazo a mi mamá, ni a decirle
que la amo, porque a ella no le gustan ese tipo de cosas […] (a mi
papá) tampoco le gusta que lo esté abrazando ni que le diga que lo
quiero. (Entrevista maestro 16).
Ante la insistencia de la maestra la menor realizó la actividad. Re-
portó que su papá reaccionó con rechazo físico y verbal, mientras
que su madre se comportó de forma pasiva y le aclaró que, aunque
también ella la quería, no se “lo puede estar diciendo tan seguido”
(Entrevista maestro 16).
La última situación de este tipo configura una forma de vio-
lencia verbal explícita y repetitiva que sugiere una clara inten-
ción de infligir un daño. En el primero de tales casos, una menor
comentó durante los talleres que cuando su madre se enoja le
dice a sus hermanos que desearía que no existieran (Exp. 171).
Comentaremos más adelante este caso con más detalle porque está
vinculado con otras formas de violencia, además de pasar comple-
tamente desapercibido para el profesor. En el otro caso, como ve-
remos, la agresión verbal se encuentra vinculada a la procreación

209
de la misma menor en cuestión y, por lo tanto, al manejo de la
sexualidad (tema sobre el que ya hemos señalado las dificultades
para abordarlo y que ampliaremos más adelante). Se trata de una
menor que ha comentado a la maestra que su madre le dice que
ella “es producto de una violación”. Aunque la niña dice descono-
cer lo que la palabra violación significa, alterada emocionalmen-
te, lo pregunta a la maestra. La menor vive con su madre y con
la nueva pareja de esta (Entrevista maestro 16). Durante nuestro
diagnóstico dijo saber quién era su padre biológico, una persona
mucho mayor que su madre, aunque no lo identificó con claridad.
En este rubro de la violencia psicológica hacia los menores
podemos considerar también algunas actitudes en que los padres,
basados en justificaciones religiosas, limitan las actividades de es-
parcimiento y convivencia que podrían realizar sus hijos. Estos
padres, no permiten que sus hijos participen en festejos ni en ac-
tividades culturales que suponen que bailen (Entrevista maestro
10 y entrevista maestro 4). Hay que tener en cuenta, sin embargo,
que puede existir cierto sesgo en la apreciación de los profesores,
ya que se trata de familias que pertenecen a iglesias cristianas dis-
tintas a la mayoritaria iglesia católica y a las que se refieren como
“otra religión”. Aun así, contra la idea de que estaría en juego un
prejuicio por parte de los maestros se presenta la comparación
que una de las maestras hace de dos familias en esta situación.
Una de ellas es intransigente en su oposición a tales actividades;
en cambio, la madre de la otra familia ha hablado con la maes-
tra sobre los lineamientos de su iglesia respecto a las actividades
mencionadas pero ha accedido a que su hijo participe algunas ve-
ces pues considera que puede ayudarlo en su integración social.
(Entrevista maestro 4).

Violencia psicológica y verbal ejercida entre adultos


Por otra parte, consideramos ahora la violencia psicológica y ver-
bal entre adultos miembros de las familias de los menores par-
ticipantes en el diagnóstico. Como ya comentamos, los mismos
menores la mayor parte de las veces se limitan a referir peleas
y gritos de manera poco detallada. A pesar de ello, resulta claro
que se trata siempre de violencia entre la pareja y que, cuando se

210
ii parte: violencia intrafamiliar

identifica con claridad al agresor, este es con mayor frecuencia el


padre de familia. Por ejemplo, una niña de primer grado refirió:
“Mi papá la hace enojar (a mamá), le dice cosas feas”. (Exp. 15).
También resulta más frecuente que sea el hombre quien ame-
drente a su pareja con actos como romper objetos de la vivienda
(Exp. 90, 103), correrla de la casa (Entrevista maestro 16) o ro-
barle todos los muebles y equipamiento del hogar después de su
separación (Entrevista maestro 21). En otras ocasiones, los maes-
tros suponen la presencia de este tipo de violencia al observar
algunos comportamientos de las madres de sus estudiantes que
juzgan como temerosos, aunque generalmente sin tener eviden-
cia indudable de que esa sea la causa. Esas suposiciones, en uno
de los casos fueron confirmadas tanto por la menor como por la
maestra. Se trata de la familia de una niña de segundo grado (Exp.
12). El primer indicio que la maestra observó fue un trato verbal
agresivo y despectivo de la menor hacia su madre. Al cuestionar a
la niña, la maestra obtuvo como respuesta: “es que así le habla mi
papá” (Entrevista maestro 4). La maestra también había observa-
do que el cuidado de la apariencia física de ambos padres era muy
diferente entre sí (mientras el señor se ve arreglado, la señora
se ve “muy dejada”) lo que le hacía suponer que el padre ejercía
violencia económica hacia su pareja. La madre se ha acercado a
hablar con la maestra y lo confirma; el padre no le da dinero para
las necesidades escolares de la hija, ella lo pide con temor y casi
nunca lo obtiene. Esta forma de violencia llega al grado de poner
en claro riesgo la salud de la mujer, quien le compartió a la maes-
tra que recientemente le diagnosticaron diabetes. “Me siento muy
mal” le comentó, “en la casa no hay el apoyo. Mi esposo, yo le dije
que estaba enferma y me dice que son tonterías, que la diabetes
es algo normal”. De tal manera que la mujer no está recibiendo la
atención médica adecuada. Para complicar aún más la situación,
el hijo mayor de la familia (de aproximadamente 20 años) deja a su
hija pequeña al cuidado de la abuela enferma que no recibe ningún
apoyo de su pareja para tal actividad. (Entrevista maestro 4)13.

13 Esta serie de abusos por parte de diversos miembros de la familia, no siempre nos llevan
a considerar a esta mujer como una víctima pasiva. Como Perrone y Nannini (1998) se-
ñalan, las situaciones de violencia intrafamiliar crónicas se insertan en dinámicas sisté-
micas en las que todos los involucrados participan activamente. Incluso, su concepto de

211
2.4. Violencia sexual
Si en general, la violencia intrafamiliar es difícil de observar y
reportar, cuando es de tipo sexual la detección se torna aún más
complicada. Se trata, por una parte, de la forma de violencia que
cuando ocurre en el entorno familiar se encuentra inserta en los
mecanismos de ocultamiento más intrincados y eficaces. Pero,
por otra parte, ya hemos dado cuenta de las dificultades genera-
lizadas (en residentes y agentes institucionales por igual) para
encarar el tema de la sexualidad en el contexto social en que se
llevó a cabo el diagnóstico.14 Estas condiciones y el tabú respecto
a la sexualidad hacen que prácticamente no existan reportes de
agresiones sexuales en el entorno familiar de los menores partici-
pantes. Solo dos casos excepcionales rompen esta regla.
En uno de ellos, un maestro de tercer grado refirió que hace
años tuvo como alumna a la hermana mayor de uno de sus ac-
tuales estudiantes, hija de una pareja anterior de la madre de la
familia. En aquel momento tuvo lugar un conflicto familiar por-
que la nueva pareja de la madre (con quien ha procreado dos hijos,
incluido el alumno actual del maestro) le habría hecho a la menor
insinuaciones sexuales que no son descritas con mayor claridad
por el maestro. Aunque dijo desconocer con precisión lo ocurrido,
sabe que la madre se enteró y que la hija abandonó la casa familiar
para ir a vivir con los abuelos maternos desde entonces. El pro-
fesor muestra preocupación por esta familia desde aquel evento;
sin embargo, reconoce que no hay otras señales de alarma en el
comportamiento y el estado emocional del hermano que ahora es
su alumno más allá de cierto retraimiento y de la ausencia del pa-
dre en la escuela, cuestión bastante generalizada por la costum-
bre de descargar esa responsabilidad en las madres (Entrevista
maestro 6). Como vemos, la situación encaja en el estereotipo del

“síndrome del Ángel” (Perrone, 2012), esto es, la incapacidad para oponerse a la agresión
podría ser explicativa de la situación descrita.
14 Conviene ahora retomar el caso recién mencionado de la menor que se acercó a su maes-
tra con la pregunta sobre el significado de la palabra violación. En el primer momento la
maestra rehuyó dar una respuesta a su alumna diciéndole que no sabía y que lo investi-
garía. Ante la posterior insistencia de la menor ha respondido que aún no ha revisado lo
que significa. Frente a la entrevistadora, la maestra justificó su proceder diciendo que no
quiere hablar del tema con la menor sin antes comentarlo con la madre. Lamentablemente,
esta última no tiene contacto con la escuela. Aunque el padre de familia (no padre biológi-
co de la menor) sí acude con regularidad, la maestra argumentó que “no siente confianza”
para hablar con él sobre el tema. (Entrevista maestro 15).

212
ii parte: violencia intrafamiliar

padrastro considerado como amenaza sexual, asumido en parte


por nuestros informantes clave institucionales. En este caso, la
misma menor habría sido quien comunicó a la madre lo ocurri-
do. Sin embargo, debemos señalar que, también en consonancia
con las impresiones de esos mismos informantes, la presencia de
padrastros está bastante extendida en las familias de los niños
participantes; sin que ello estuviera en ningún otro caso ligado
explícitamente a alguna agresión sexual. Así lo vemos con el otro
menor sobre el que se tienen indicios fuertes de una posibilidad
de violencia sexual.
Este otro caso corresponde al menor que presenta una discapa-
cidad y cuya custodia, antes indicamos, fue temporalmente retira-
da a los padres (Exp. 31). Su hermana mayor, siendo aún menor de
edad, lo llevó a vivir con ella fuera de la casa familiar. Durante el
tiempo que estuvo bajo su responsabilidad, la maestra menciona
que podría haber sido violentado sexualmente por alguno de los
hombres mayores de edad que visitaban a la hermana. Esta posibi-
lidad la considera principalmente por verbalizaciones del menor
que denotan conocimiento y curiosidad sobre contactos sexuales
específicos (que un hombre acaricie y bese los senos de una mu-
jer, por ejemplo); acompañados por su renuencia a responder a la
maestra sobre la forma en que había estado en contacto con ta-
les situaciones. “No sé, ya no te voy a contar, porque cuando yo
estaba… no, ya no te voy a contar”, señaló la maestra que fue la
respuesta del menor a sus preguntas (Entrevista maestro 4). Otros
signos de una probable estimulación sexual violenta de este me-
nor, señaló la profesora, son la búsqueda de contacto físico con sus
compañeras con una frecuencia inusual y una mirada que califi-
ca como “incómoda” y “morbosa”, que otras maestras que lo han
atendido en la primaria también han percibido y que consideran
como muestra de una fuerte afectación psicológica. La revisión de
su test de la familia muestra también indicios de una profunda al-
teración de su imagen corporal que apoya la impresión de la maes-
tra, si bien el alumno presenta también una discapacidad intelec-
tual diagnosticada que podría condicionar esos resultados.
En otros casos en los que existe alguna referencia a que un me-
nor haya sido violentado sexualmente, esto no ha ocurrido en el

213
hogar familiar según lo reportado por las familias. Uno de ellos
corresponde a un niño de primer grado que fue forzado por uno de
13 años a tocarle los genitales en la vía pública (Entrevista maestro
2). Esto fue comentado por la madre a la maestra después de que
esta última le manifestara su preocupación ya que el menor había
comenzado a comportarse muy inquieto en la escuela. Una situa-
ción similar ocurre con otro, de segundo grado (Exp. 113), en que
la madre cuenta a la maestra que ha sido violentado por un veci-
no de secundaria. En este caso no se especifica el tipo de violen-
cia sufrida, pero se insinúa que también podría haber sido sexual
(Entrevista maestro 16). A pesar de que estas referencias, como
aclaramos, aluden a situaciones vividas por los menores fuera de
su hogar, no podría descartarse tajantemente que no se busque
desviar la atención de las dinámicas intrafamiliares. Es llamativo
que en ambos casos funge como figura paterna un padrastro. En
el caso del segundo menor la maestra detectó un fuerte rechazo
y tensión física en la única ocasión en que el padrastro acudió a
recogerlo a la escuela; y comentó también que antes de que eso
ocurriera (y de la comunicación de la madre sobre haber sido
violentado por el vecino) ella sospechaba que el niño fue agredi-
do por el padrastro.
Aunque algunos maestros muestran un poco más de apertura
para abordar la sexualidad que la mayoría de nuestros informan-
tes, no deja de observarse en ellos una excesiva prudencia, la eva-
sión del tema en las conversaciones con los menores o el uso de
eufemismos, entre otras muestras de dificultad para encararlo.
Esto condiciona sus comentarios sobre las conductas que con-
sideran sexualizadas en los menores y que podrían representar
un indicio de una violencia sexual hacia ellos. La única conduc-
ta concreta de este tipo descrita por los profesores fue el ama-
go de dos estudiantes hombres (en ningún caso se refiere como
un hecho consumado) de mostrar los genitales a sus compañeros
(“bajarse los pantalones” refieren los maestros). Estas conductas,
sin embargo, no son asociadas por los maestros con claridad a in-
tención violenta ni las interpretan necesariamente como indicio
de alguna agresión sexual previa hacia el menor. Solo en un caso
(Exp. 162) se describe un comportamiento de este tipo con un

214
ii parte: violencia intrafamiliar

tinte mayor de violencia hacia un compañero (y que podría indi-


car una probable estimulación sexual en el hogar):
Pues sí he visto así movimientos y así. Como que es… a veces. Yo
lo sorprendí que se pega con la pared y hace como que está así… y
mueve… se contonea y así… […] Una vez me dijeron que le quería ba-
jar un pantalón a otro niño, y sí lo regañe pero, le digo son conduc-
tas, a la mejor a mí se me hace [inaudible], pero ya no se ha vuelto
a repetir, o sea, no es una […] constante. (Entrevista maestro 22).
Como vemos, hay un intento por minimizar la posibilidad de que
la conducta sea un indicio de una problemática mayor de índole se-
xual. La ausencia de reportes o denuncias de violencia sexual por
parte de familiares biológicos en las familias de los menores par-
ticipantes, no obstante, no nos permite descartar su ocurrencia. El
testimonio de una de las mujeres adultas entrevistadas por su im-
plicación en situaciones de violencia familiar nos brinda una idea
sobre una de las formas y condiciones en que pude ocurrir.15 Desde
su infancia comenzó a ser violentada sexualmente por un tío que
con frecuencia le realizaba tocamientos. La abuela materna enton-
ces a su cargo, aunque enterada, no hizo nada, por lo que la mujer
terminó por abandonar el hogar familiar. Al volver a vivir con su
madre en su temprana adolescencia, la misma situación se presentó,
ahora con la nueva pareja de su madre y el desenlace, nuevamente
fue el mismo. El caso nos muestra que, dentro del perfil de fami-
lias con profunda y generalizada negligencia, debe considerarse la
posibilidad de tolerancia del abuso sexual conocido. Igualmente, lo
comentado en uno de los grupos de discusión de secundaria, si bien
se referían a un caso hipotético de un embarazo adolescente y no
a un caso conocido por las participantes, podría indicar una pre-
sencia mayor de la violación en su contexto familiar y social del
que logramos identificar a ciencia cierta. Así, al hablar sobre tales
situaciones se comentó: “a lo mejor ella no saben si fue violada o si
su novio la obligó y ella no quería”. Y más adelante: “a lo mejor a la
chava la violaron. Yo no sé si el responsable es el papá o el padrastro
o un violador” (Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino).

15 Aunque la mujer no pasó su infancia en La Unidad (sino que llegó a vivir ahí al unirse
con su actual pareja) las diversas disfunciones familiares que vivió corresponden con los
perfiles más negativos que identificamos en las familias de la zona (desatención materna
generalizada, sucesivas parejas de su madre, embarazos adolescentes).

215
A pesar de ello, aunque entre la muestra se presentan algunos
de los que pueden considerarse posibles indicadores psicológicos
o conductuales de violencia sexual, no se reportó ni se observó por
parte de los profesores ni del equipo de investigación ninguno de
los indicadores físicos claros, los cuales son más contundentes para
presumir que la agresión está ocurriendo.16 En cuanto a las pruebas
proyectivas aplicadas a los menores, se observaron algunos indi-
cadores de preocupación sexual que pueden ser propios del desa-
rrollo y del conocimiento de la sexualidad normales a su edad.
Por otra parte, no se presentó ninguna referencia a violencia
sexual entre adultos en las familias de los menores. Esto lo afir-
mamos solamente con una reserva, a partir de la violación que
la madre de una menor menciona y que anteriormente hemos
comentado. Si bien no se corroboró el dato, el hecho de que la me-
nor dijera en el taller conocer a su padre biológico permite inferir
que, si en realidad hubo una violación, esta haya sido en el ámbito
familiar; ya fuera un familiar biológico, un conocido o una pareja
previa de la madre quien la hubiera cometido. Aun así, la violación
podría haber ocurrido cuando ella era todavía menor de edad.

16 Ropa interior rasgada o sanguinolenta; dificultad para caminar o sentarse; irritación, do-
lor o lesión en la zona genital o anal; problemas graves de control de esfínteres.

216
ii parte: violencia intrafamiliar

3. RELACIONES ENTRE DISTINTAS


MANIFESTACIONES DE VIOLENCIA

En el capítulo anterior hemos hecho una presentación descripti-


va de las situaciones de violencia que se presentan en las familias
que residen en La Unidad. Aunque en su oportunidad señalamos
para algunos casos particulares algo del contexto más amplio en
que tienen lugar las manifestaciones de violencia, esto fue todavía
limitado. Pasaremos ahora a considerar con mayor detenimiento
las diversas relaciones que se observan, a través de los casos de
familias concretas, entre distintas manifestaciones de violencia.
Una de las ideas más extendidas entre los informantes cla-
ve institucionales es la de la normalización de la violencia en los
entornos socialmente conflictivos (como es el caso de La Unidad
y su área de influencia) y, como uno de sus elementos centrales,
la de un reforzamiento mutuo entre diversas manifestaciones de
la violencia. Ante la sentencia “violencia genera violencia”, nues-
tros informantes puntualizaron: “una forma de violencia propicia
otras formas de violencia”. El núcleo de tales afirmaciones lo re-
presentan dos ideas centrales. Una de estas ideas sostiene que la
violencia se presenta como una espiral ascendente. Una relación
(de pareja o familiar) con formas de violencia no física poco lla-
mativas o de baja intensidad puede escalar progresivamente hasta
presentar formas de violencia abiertas que incluyen la violencia
física y riesgos más directos a la integridad personal. La otra idea
central sostiene que la violencia intrafamiliar, principalmente a
través de la introyección del uso de la violencia que induciría en
los hijos, es el origen de la violencia social (e incluso de muchas
otras problemáticas).
Con los datos obtenidos en fases subsecuentes de nuestra inves-
tigación podemos ahora explorar de manera más precisa cuáles son
los vínculos que existen entre esas distintas formas de violencia

217
concretas. Comenzamos con la relación entre las diversas mani-
festaciones de violencia que tienen lugar entre los adultos (espe-
cialmente los padres) y la violencia física ejercida hacia los hijos
en las familias de los menores de primaria participantes.

3.1. Violencia entre padres y violencia física hacia los hijos


Dada la gran cantidad de familias en las que se documentaron agre-
siones físicas hacia los menores es razonable esperar que cuando se
presenta violencia entre los adultos coincida con la ejercida hacia los
hijos. Pero, más allá de su ocurrencia simultánea nuestra intención
ahora es reconocer patrones de relación más precisos entre ellos.
Por lo tanto, al considerar a las familias donde se da la violencia
física hacia los hijos y tenemos conocimiento de que los padres “se
pelean”, sin mayores detalles sobre esto último (Exp. 21, 29, 55, 96,
110, 119, 155), tenemos un panorama todavía limitado. Debemos
avanzar más allá en la delimitación de relaciones más puntuales.
Por lo hasta ahora expuesto puede esperarse que sea frecuente
que la figura paterna masculina ejerza violencia hacia su pareja
y hacia sus hijos. Una serie de condiciones culturales de las rela-
ciones entre los géneros en la sociedad mexicana, presentes en el
contexto de La Unidad, así lo sugieren. De forma explícita se re-
firió violencia física del padre hacia la madre y hacia los menores
en tres casos (Exp. 45, 119 y 168) y en uno más (Exp. 15) violencia
verbal hacia la madre y física hacia la hija. Comentaremos ahora
los tres primeros, sobre los que pudo ahondarse en las dinámicas
familiares a través de las entrevistas realizadas con los maestros
de los menores.
En uno de los casos, la figura paterna no es el padre biológico;
la menor se refiere a él como papá, seguido de su nombre de pila
(Exp. 119). Se trata de la menor que antes comentamos preguntó
a la maestra por el significado de la palabra “violación”. Además
de la violencia verbal antes discutida, la menor también reporta
violencia física por parte de la figura paterna hacia ella, hacia la
madre e incluso fuera del círculo familiar hacia sus propios ami-
gos (sobre este último punto volveremos más adelante). Es el pa-
drastro quien acude a la escuela y está pendiente de los mensajes
de la profesora sobre problemas con la conducta de la hijastra; que

218
ii parte: violencia intrafamiliar

suelen estar relacionados con pequeños hurtos y daño a la propie-


dad de sus compañeros.17 La interpretación de su test proyectivo
denota impulsos agresivos en la menor y en otras figuras, especial-
mente la paterna. Por otra parte, no existen indicios de descuido
en el arreglo personal de la niña y la maestra no ha detectado la
violencia física hacia la menor (Entrevista maestro 16). Si bien en
otros casos los maestros tienen una impresión de algunos padres
como violentos, no ocurre así con este; dato a tener en cuenta en
la identificación de situaciones que no se corresponden con los es-
tereotipos generalmente construidos en torno a los maltratadores.
El segundo caso corresponde a un tipo de familia en el que
detectamos fuertes indicios de violencia y conflicto que, no obs-
tante, en la escuela pasan mayormente desapercibidos. Si bien la
menor (Exp. 45) se muestra un poco temerosa a la interacción so-
cial, no presenta descuido en su persona y arreglo; además, la
madre parece reaccionar de forma adecuada a los llamados del
personal docente. Durante las actividades del taller diagnóstico,
sin embargo, la niña externó con una fuerte carga emotiva que
su padre las golpea a ella y a su madre. El profesor indicó que
la menor comunica poco sobre su familia y que solo ha tenido
contacto con la madre, quien le ha compartido poca información
(Entrevista maestro 6). Aunque al profesor no le llama la aten-
ción esto último, es evidente el esfuerzo de la menor por ocultar
la situación familiar que vive y la presión emocional que esto le
representa. “Pocas veces expresaba algo más allá de ese cierto te-
mor. Pero igual, incluso el temor no era muy… no era visto con fa-
cilidad, tuve que estarla observando mucho para darme cuenta”,
dijo el maestro en su entrevista. La interpretación del test de la
familia aplicado a la menor, aunque no supone un desequilibrio
psicológico grave, muestra una percepción de amenaza en su en-
torno y una sensación de inseguridad, las cuales busca ocultar a
través de un énfasis en mostrar emociones positivas (Exp. 45). Es
de llamar la atención que no exista en la escuela conocimiento de
la agresividad del padre cuando la familia vive frente al plantel.

17 Esta última situación, si bien no es el foco del análisis que justo aquí hacemos, abona a la
idea de que la violencia en la familia estaría vinculada a manifestaciones de violencia de los
hijos fuera de casa; aunque en este caso una violencia de tipo más simbólica que directa.

219
Volveremos sobre estos dos casos más adelante, ya que se trata
de un perfil muy diferente a los descritos como conflictivos por
parte de los informantes clave. Se ajustan más bien a la imagen
de familias de clase media (que no suelen identificarse como un
tipo de residente de la colonia por los informantes) en las que se
observa una atención razonable hacia las necesidades de los hi-
jos y se proyecta una apariencia de funcionalidad familiar. No se
trata de padres llamativamente jóvenes (ya pasan los 30 años) ni
tampoco desempleados o subempleados.
Situación completamente diferente es la de la tercera familia
mencionada en la que el padre ejerce violencia física hacia la pa-
reja y hacia su hijo que cursa el tercer año (Exp. 168). Se trata
de una familia con una trayectoria accidentada (hijos previos a la
unión de la pareja, separaciones) y disfuncionalidad en distintas
dimensiones. Si bien buena parte de ello pasa desapercibido a la
maestra del menor, sí tenía conocimiento sobre la violencia física
del padre hacia su pareja, así como otros elementos de conflicto fa-
miliar. El niño es percibido como agresivo por parte de su maestra
pues golpeaba a otros ante situaciones aparentemente injustifica-
das. Al indagar con los padres, descubrió que el padre lo incitaba
a ser violento, lo que el señor explicaba de la siguiente manera:
durante una temporada su hijo era golpeado por otros niños a lo
que él respondió diciendo que debía defenderse con violencia o
él también lo golpearía cuando volviera a pasar. Es un modo de
proceder común en madres de familia de la zona, según lo referi-
do por algunos informantes clave. Aun así, la maestra descartaba
que el niño fuera violentado físicamente y solo percibía en él una
privación emocional (Entrevista maestro 25). A pesar de lo que
afirmaba la maestra, el menor mismo refirió durante el diagnós-
tico ser golpeado por el padre. Con ambos padres se tuvo la opor-
tunidad de llevar a cabo entrevistas en profundidad en las que
ambos confirmaron las situaciones de violencia antes referidas y
las ampliaron, pues existía también una fuerte violencia emocio-
nal del hombre a su pareja. Después ahondaremos en la informa-
ción recabada, pero ahora queremos comentar que la familia ha
experimentado una profunda transformación en sus dinámicas
recientemente. Así, la violencia física parece que se ha contenido;

220
ii parte: violencia intrafamiliar

sin embargo, persisten ahora manifestaciones de violencia psico-


lógica del hombre a su pareja no reconocidas como tales.
En este último caso, a diferencia de los dos anteriores no se
observa la preocupación de la mujer por ocultar la violencia ejer-
cida contra ella, lo que muestra que dicha violencia puede persistir
a pesar de la clara conciencia de la mujer sobre su situación y so-
bre lo inadecuado que resulta. En general, los tres casos comenta-
dos nos muestran que los padres que ejercen violencia física hacia
sus parejas y sus hijos pueden serlo en una forma poco aparente
para el contexto escolar y encontrarse alejados de las imágenes
estereotipadas del padre abusador en una familia completamente
disfuncional; que las formas de afectación psicológica y compor-
tamental de los menores receptores y testigos de estas formas de
violencia pueden ser diversos y representar distintos niveles de
gravedad a la observación externa.
Otro patrón de relación entre la violencia en la pareja de pa-
dres y la violencia física hacia los menores que se detectó, resulta
cuando las madres son (o han sido) violentadas por una figura mas-
culina (no necesariamente la pareja) y son, a la vez, las agresoras
físicas de sus hijos. Los resultados de la ENDIREH 2011 mostraban
que, a nivel nacional, es notablemente mayor el porcentaje de mu-
jeres agredidas por sus parejas que reportan golpear a sus hijos (60
por ciento) que el de hombres agresores de sus parejas que repor-
ten lo mismo (37.4 por ciento) (Inmujeres 2014, 26). Por su parte,
los datos de nuestra encuesta en secundaria arrojaron que hay un
mayor predominio de familias en que las madres son las que ejercen
la disciplina sobre los hijos; por encima de las que es el padre.
Entre las familias en las que se detectó este patrón (madres
golpeadas por sus parejas y que golpean a sus hijos), se tienen re-
ferencias directas de las madres sobre ser violentadas por sus pa-
rejas actuales (Exp. 118, 120); en otro caso el maltrato físico de la
madre al menor continuaba después de que esta se había separado
de la pareja que la agredía (Exp. 146) y, en un caso más, la madre
que ejercía violencia física hacia su hijo habría sido violentada físi-
camente por su padre (Exp. 156).
Es llamativo que los casos confirmados muestran que estas mu-
jeres tienden a compartir detalles de la violencia vivida en casa con

221
los profesores y a reconocer ante los maestros que golpean a los
menores o incluso a hacerlo frente de ellos; tendencia contraria a
la generalidad de los hombres que ejercen violencia física.
El primero (Exp. 118) es un caso complejo sobre el que volvere-
mos más adelante; pues en él se mezcla la violencia intrafamiliar
con la paternidad temprana y las carencias económicas, por lo que
resulta un buen ejemplo para discutir sobre la relación entre tales
variables. La inestabilidad de la situación familiar inducida por
la violencia en la pareja propició que durante la realización del
diagnóstico la menor dejara de asistir a la escuela. Al ser de nue-
vo golpeada por su esposo, la madre decidió separarse e ir a vivir
con sus padres, llevándose a su hija. Su decisión y los motivos de su
separación los compartió con la maestra. Con antelación, la menor
daba a la maestra referencias sobre la violencia del padre hacia la
madre pero no de violencia física de la madre hacia ella. (Entre-
vista maestro 16). Fue en los talleres diagnósticos donde comentó
esto último (Exp. 118).
Aunque la maestra no había detectado la agresión física hacia la
menor, sí era consciente de la afectación emocional que la situación
de su hogar le generaba. Signos de ello eran su comportamiento
agresivo hacia sus compañeros, sus reacciones de apresuramien-
to y temor tratando de no hacer esperar al padre cuando acudía
a recogerla. Pero, sobre todo, la forma emocionalmente intensa en
que le narraba lo ocurrido cuando su padre golpeaba a su madre.
Una afectación emocional similar refirió la maestra observar en
la madre (Entrevista maestro 16). Dicha afectación, al dificultar
el despliegue de estrategias de disciplina más adecuadas, es uno
de los factores que probablemente condiciona que estas madres
violentadas ejerzan a su vez violencia física hacia sus hijos.
La situación familiar de otra menor (Exp. 120) se encuentra
también en esta categoría. La maestra tiene conocimiento de la
violencia física ejercida por la madre pues ha sido testigo del te-
mor de la menor a que pasen algún reporte de su conducta y ha
presenciado como la madre le amenaza cuando esto ocurre (“vas
a ver ahorita que lleguemos a la casa”). Además, la maestra que
la atendió el año anterior presenció como la madre cacheteaba a
la niña al reportarle su mal comportamiento (Entrevista maestro

222
ii parte: violencia intrafamiliar

16). Sobre las conductas agresivas que la niña muestra en la escue-


la la maestra ha abundado: “nosotros pensamos: ‘bueno, a lo me-
jor es un reflejo de lo que ella vive en su casa, entonces, ella aquí
viene y hace exactamente lo mismo’ […] Es muy aplicada pero
reacciona muy violento” (Entrevista maestro 16). A pesar de esta
percepción de que la menor vive una situación violenta en casa, la
maestra no hizo referencia a la que ejerce del padre hacia la madre.
Fue la menor la que, en el taller compartió que su padre golpeaba
a su mamá, llegando a marcarle el rostro en ocasiones.
Además de ese ejercicio de la violencia física hacia esta, la
presencia de un padrastro que no tiene ningún contacto con la
escuela y que la familia viva con la abuela en una situación de
conflictos y desacuerdos que también llegan a conocimiento de
los agentes escolares, son situaciones que corresponden a la des-
cripción de las familias más problemáticas dadas por los infor-
mantes clave. Por otra parte, sin embargo, no se cumple del todo
dicha descripción. Los padres se encargan adecuadamente de la
higiene y el cuidado personal de la niña, así como de sus necesi-
dades escolares18.
El caso de un niño de primer grado (Exp. 146), también den-
tro de esta categoría, presenta un panorama mucho más adver-
so. Como arriba indicamos la madre se separó del padre por la
violencia que ejercía contra ella. Las carencias económicas y la
limitación en sus recursos personales para el ejercicio de su rol
materno hacen que la madre encare la rebeldía del menor y su
apatía hacia la escuela con violencia física y verbal, que, por otra
parte, también reconoce abiertamente ante la maestra y trata
de justificarla diciendo que “batalla mucho con él”. “No, es que
yo me desespero, yo no lo voy a estar aguantando”, añade. Ante
la orientación que la maestra le brinda en el manejo de estas
dificultades, la madre no modifica su conducta. La negligencia
en los diversos rubros de los cuidados del niño es de los casos
más extremos que registramos (Entrevista maestro 21). El abue-
lo materno también golpea al menor, quien se refiere a los golpes

18 El caso resulta así paradigmático de lo intrincado que puede resultar la detección de la


violencia en los sistemas familiares y del alcance que en esa detección podría tener una
implementación sistemática de mecanismos como los utilizados para la elaboración de
este diagnóstico.

223
(con el cinto) de la madre y del abuelo como una situación cons-
tante de la que encuentra alivio solo en su relación más sana y
armoniosa con su abuela.
Según los datos extraídos de nuestra encuesta aplicada en secun-
daria, la tendencia generalizada supone la asignación de las labo-
res domésticas y de crianza de los hijos a la mujer. A la vez, 35
por ciento de las madres de familia de los jóvenes de secundaria
trabajan fuera de casa. Del total de familias con hijos en ese nivel
escolar, casi 25 por ciento tienen jefatura monoparental, princi-
palmente con ausencia del padre. Este panorama general supone
dificultades para el cumplimiento de las responsabilidades labo-
rales y maternas; que bien podrían desembocar en las frustracio-
nes arriba descritas de una madre ante sus esfuerzos sin éxito por
disciplinar a su hijo que le llevan a justificar el uso de los golpes.
El material generado en los grupos de discusión con jóvenes
de secundaria nos permite comprender un poco más de esta diná-
mica en que las mujeres se comportan de forma violenta de ma-
nera abierta, después de haber sido víctimas de agresiones más
sutiles u ocultas por parte de figuras masculinas; y sobre la forma
en que son juzgadas por ello. Un ejemplo fue referido como sigue:
El otro día estaba en la casa y se estaban peleando (una pareja de
vecinos) nomás estaba viendo, que me asomo y estaban todas las
bocinas afuera, el estéreo, la ropa (porque la mujer sacó las perte-
nencias del esposo)…
Moderador: ¿Tienen problemas seguido?
Pues ese señor se pone bien pedo y pues con su vieja ahí… se escu-
chan los gritotes (cuando la golpea).
[Grupo de discusión Hombres Turno Vespertino]
Otro testimonio más nos muestra un matiz sobre cómo puede ser
percibida desde el exterior esta dinámica. “Mis papás siempre se
viven peleando”, compartió uno de los participantes. Sin embar-
go, luego de señalar la participación de ambos en la dinámica de
violencia, subraya: “mi mamá es la que se vuelve loca y empieza
a aventar todo […] Mi papá nada más se sordea para no seguir el
pedo” (Grupo de discusión Hombres Turno Matutino). Esa alu-
sión a la falta de cordura y de autocontrol también fue señalada
en otro grupo de discusión en alusión a la reacción de la mujer a

224
ii parte: violencia intrafamiliar

la agresión física del hombre: “Mis tíos, eh… mi tío golpeaba a mi


tía y ella se traumó y ahora… está traumada y… se aventó de la
placa (del techo)… (Risa de otras participantes, interrumpe otra
joven) Se aventó de la placa, está loca” (Grupo de discusión Mu-
jeres Turno matutino). Así, estas mujeres, más abiertas a mostrar
su comportamiento ante la mirada exterior, con mayores respon-
sabilidades en la disciplina y el cuidado de los hijos, y afectadas
emocionalmente por la violencia hacia su persona, se convierten
en el eslabón más débil del sistema familiar por el que se visibili-
za una violencia generalizada hacia el interior.

3.2. Negligencia y violencia física hacia los hijos


Otra de las relaciones que nos propusimos explorar es la de la ne-
gligencia en el ejercicio de las responsabilidades parentales y la
violencia física de los padres hacia los hijos. En primer lugar, por
el riesgo acrecentado para el desarrollo físico y emocional que su-
pone la combinación de ambas formas de violencia. Además, su
vínculo se torna relevante por las posibilidades diferenciadas que
se presentan para su detección. Mientras que la negligencia sue-
le ser fácilmente percibida por los maestros (y por otros agentes
que entren en contacto con los menores) la violencia física tiende
a pasar desapercibida o, al menos, a permanecer como una posi-
bilidad pocas veces confirmada con certeza.
Aunque existen excepciones, generalmente cuando el descuido
en la higiene y arreglo personales de los hijos, así como otras formas
de descuido de sus necesidades y atenciones básicas son reporta-
dos por los maestros como evidentes y frecuentes; el menor refiere
también que le pegan como forma de castigo o ante circunstancias
externas detonantes, como el consumo de alcohol del padre. Una
situación diferente se da cuando el descuido afecta solo (o principal-
mente) las cuestiones escolares en donde la presencia simultánea de
violencia física no siempre aparece. Igualmente, que los padres estén
separados, así como una nueva pareja de las madres (con quienes
permanecen generalmente los menores) es un patrón presente en
algunas familias que actúan con negligencia hacia los menores pero
sin que se haya confirmado la violencia física (Exp. 58, 74, 108, 129).
Comentamos más detenidamente dos de estos casos.

225
El primero de ellos es el de una menor, registrada como hija
por una persona distinta al padre biológico que, aunque separado
de la madre, continúa fungiendo como figura paterna. La situa-
ción familiar tal y como es percibida por la maestra supone una
competencia de los padres por el protagonismo en la estima de
la niña, pero no un compromiso por atenderla. No lee ni escribe
(está ya en tercero de primaria), lo que no preocupa a los seño-
res. Al contrario, la menor falta constantemente por problemas
de comunicación entre los padres (cuando pasa los fines de se-
mana con el señor) y la desatención a las cuestiones escolares es
evidente (Entrevista maestro 19). La madre ha tenido sucesivas
parejas sentimentales sobre las que siempre tiene conocimiento
la menor, quien se refiere a los distintos novios que su madre ha
tenido. Ese manejo del tema es contradictorio con un discurso rígi-
do sobre moralidad y religión que la niña comenta que le inculca
su madre. Los resultados de su test proyectivo muestran esa rigi-
dez y el intento por transmitir una imagen positiva como forma
de evasión de sus preocupaciones psicológicas (Exp. 129).
Como vemos, más que un abandono grave del ejercicio de sus
roles paternos, este caso sugiere que se combinan dos situaciones.
Por un parte, la negligencia no se percibe como maltrato por los
padres; por la otra, las complicaciones en la relación de pareja y la
afectación en la continuidad y permanencia de las figuras paren-
tales incrementan la posibilidad de desatención de los menores,
la cual se manifiesta en muchos casos en los asuntos escolares.19
En casos como este la familia suele reaccionar positivamente ante
una intervención desde la escuela que les señala sus fallas y los
efectos que tienen en el bienestar del menor. Así ocurrió en la
familia de un niño cuyo padre biológico les abandonó. Si bien tie-
ne una buena relación con la nueva pareja de la madre, presentaba
descuido en su higiene y desatención a las cuestiones escolares.
En los primeros meses (del año escolar), la señora sí tenía muy des-
cuidado el niño. (Entonces) se llevó a cabo un acuerdo entre la escue-
la y la señora, para que le prestara más atención al niño en cuestiones

19 Antes hemos subrayado que la desatención a las necesidades escolares de los hijos suele
ser una situación no estimada como grave pero que puede poseer un profundo impacto en
el desarrollo futuro de los menores.

226
ii parte: violencia intrafamiliar

de aseo personal (debía venir bien aseado, comido, atendido), de


salud; que refleje la atención emocional, en sus tareas, sí, ese fue
uno de los acuerdos, porque los primeros meses si tenía muy des-
cuidado al niño […] Ahorita el niño ya llega limpio… pues la mamá
ahorita sí ya se está esmerando con el niño. Ya pone un poco más
atención a como estaba al principio (Entrevista maestro 2).
Esta reacción positiva de la madre a la intervención escolar es tam-
bién favorecida por el hecho de que no trabaja fuera de casa.
Por otra parte, también observamos casos más graves de ne-
gligencia a pesar de que no se haya confirmado la presencia de
violencia física; en los que la desatención hacia los menores com-
promete su bienestar presente y futuro. Como ejemplo de esta po-
sibilidad encontramos a la familia de una de las menores de tercer
grado (Exp. 43). Aunque presenta buena higiene y arreglo perso-
nal, los padres muestran una completa desatención a la escuela,
pero también a situaciones en la vida cotidiana familiar que supo-
nen claros riesgos. Así, en el contexto familiar se encuentra norma-
lizado que sus hermanas mayores “se fueran con el novio” a muy
temprana edad y resulta tolerado que uno de sus cuñados consu-
ma drogas inhalantes. La niña también ha presenciado conductas
sexuales entre su hermano y compañeras de secundaria dentro
de su casa (Entrevista maestro 5). Si bien no se observa una afec-
tación grave de su estado emocional (en sus pruebas proyectivas
se observa solamente un mecanismo de compensación de la pri-
vación emocional que puede significar la desatención), se tienen
las condiciones propicias para que pudiera tener lugar dentro de
unos años una maternidad precoz y el inicio de una familia pro-
pia con condiciones económicas precarias que redundan en mayor
probabilidad de violencia familiar.
Finalmente, encontramos casos de menores sin violencia físi-
ca en la que, sin embargo, se encuentran signos de una negligen-
cia grave que afecta su bienestar actual. Sobre uno de estos niños,
en el que se ve descuidada su alimentación, higiene, vestido y es-
cuela, su maestra comentó:
La situación del niño es muy difícil, de repente sí, me conmueve
mucho, pero a veces digo yo, a veces hago todo mi esfuerzo y no
veo nada de respuesta de la mamá y por ejemplo ahorita le estaba

227
comentando a la maestra, porque la maestra lo tuvo el año pasado
y fue casi la misma situación. (Entrevista maestro 9).
El niño, además va a la escuela y regresa a casa solo y ha hecho
referencias a que el padre se droga (Exp. 19). La maestra lo des-
cribe como un niño agresivo y con profundas dificultades escola-
res. Por contraste, debemos considerar a un niño de tercer grado
(Exp. 170). Tras un periodo ingresado en un albergue del DIF por-
que la madre se presentó a dar a luz a uno de sus hermanos bajo
el efecto de drogas, la custodia se entregó a la abuela materna.
Con ella, el niño presenta deficiencias de alimentación e higiene;
así como en el cumplimiento de sus tareas escolares. Estas caren-
cias en su cuidado, considera la maestra, se deben en buena medida
a la precariedad económica en que viven y a limitaciones en las
competencias de la abuela y no necesariamente a un desinterés
de su parte. Subraya también que no se ve afectado en su estado
emocional; elemento muy importante de diferenciación de otros
casos (Entrevista maestro 25). Esto último es corroborado por re-
sultados del test proyectivo (Exp. 170). La presencia y la atención
emocional de la abuela materna son aquí un factor decisivo.
A pesar de estas excepciones que comentamos, en la mayor
parte de los casos la negligencia paterna se presenta junto con
el uso de los golpes y el castigo físico hacia los hijos. Uno de los
más extendidos patrones en estos casos es que gran parte de los
menores que reciben violencia física y maltrato por negligencia
tienen padres muy jóvenes (o que lo eran al engendrar a sus her-
manos mayores) que se embarazaron en la adolescencia o ape-
nas alcanzada la mayoría de edad. Asimismo, frecuentemente los
padres están separados en la actualidad; permaneciendo muchas
veces los hijos con la madre (y con su nueva pareja si la tiene)
y en menor proporción, con los abuelos. Las separaciones de los
padres, se tuvo conocimiento en algunos casos, ocurrieron justa-
mente por la violencia física (ejercida por el hombre con mayor
frecuencia). Este patrón es consistente con datos de ENDIREH 2011,
que nos muestra que la mayor incidencia de violencia física del
hombre hacia su pareja ocurre cuando su matrimonio o unión se
decidió por causa de un embarazo. Es también fácil entender que
un inicio temprano de la paternidad supondrá condiciones eco-

228
ii parte: violencia intrafamiliar

nómicas más adversas, menor escolaridad y mayor probabilidad


de experimentar frustraciones y estrés ante las responsabilida-
des familiares.
Una familia del estudio resulta un claro ejemplo de estas situa-
ciones (Exp. 118). Los padres son una pareja “muy joven”, según
la impresión de la maestra, que tuvieron a su hija siendo todavía
menores de edad. La niña está ahora en segundo grado. La fami-
lia presenta actualmente fuertes problemas de violencia física y
negligencia. El padre golpea a la madre y la madre golpea a la hija.
El señor es “muy violento”, dice la maestra. Han sufrido también
carencias económicas, pues el padre solamente trabaja de manera
esporádica, pero la desatención va más allá de lo que podría ex-
plicarse por las dificultades materiales. La niña deja ver descuido
en su higiene y alimentación y falta constantemente a sus clases.
Mientras se llevaba a cabo este diagnóstico la niña dejó de asistir
a la escuela definitivamente. La madre informó a la maestra que
tras una nueva agresión física por parte de su pareja, decidió se-
pararse e ir a vivir con su hija a la casa de sus padres.
La paternidad temprana y la falta de control de la natalidad
también pueden conducir a una progenie numerosa que repre-
senta una presión extra al ejercicio de las funciones parentales.
Por ejemplo, una familia (Exp. 100) está conformada por la ma-
dre de aproximadamente 30 años y 6 hijos de distintos padres.
La hija mayor se encuentra en secundaria (es decir, la mujer fue
madre adolescente). La madre se hace cargo de la manutención
de sus hijos, pero tiene solo trabajos eventuales. Sin embargo,
su descuido va más allá de las carencias materiales. La desaten-
ción a los hijos es generalizada; tanto de las cuestiones escolares,
como de la alimentación y la higiene. Uno de los hijos de la fami-
lia tiene problemas de salud en los riñones y no es atendido. A
la niña que participó en el diagnóstico le han encontrado piojos
en varias ocasiones en la escuela y ella y sus hermanos pasan
gran parte del día solos en el hogar. La menor refirió que además
la golpean. Se trata de uno de los casos en los que una vecina
ha “apadrinado” a la niña (al hacerse cargo de su higiene, ali-
mentación, materiales escolares); pero solamente a ella y no a los
otros cinco hermanos. Situación a considerar si se formaliza un

229
programa de tutores como el que describiremos en las recomen-
daciones finales.
Esta situación de desatención hacia los hijos y las amplias di-
ferencias de edades entre ellos en ocasiones supone que sean las
hermanas mayores quienes son percibidas por los maestros como
encargadas de la atención de sus estudiantes (en ningún caso de-
tectamos que fueran los hermanos hombres). En algunos casos las
diferencias de edades son amplias y esas hermanas son mayores
de edad (Exp. 9, 20 años, por ejemplo). El ejercicio parcial de las
funciones parentales por parte de ellas puede lograr que la negli-
gencia se aligere un poco. En otros casos, se trata de hermanas mu-
cho más jóvenes; incluso de los últimos grados de primaria (Exp.
145). En tales situaciones la sustitución de las funciones parentales
es menos exitosa por las obvias limitaciones para su ejercicio por
parte de las menores. Adicionalmente, hacerse cargo de sus her-
manos más pequeños puede llevar a las jóvenes a descuidar los
estudios e incluso a abandonarlos por la excesiva responsabilidad
que se les deposita; como tuvimos conocimiento de que ocurrió
con una estudiante de secundaria (Exp. 4). Eso podría, además, ser
el comienzo del círculo vicioso que tras el abandono de los estudios,
incrementa la probabilidad de la maternidad precoz y, por tanto, de
formar una familia propia con situaciones igualmente adversas para
el ejercicio satisfactorio de las responsabilidades parentales.
Otras situaciones que pueden interferir con un ejercicio satis-
factorio de los cuidados parentales son la falta de claridad sobre en
quién recae dicha responsabilidad y las exigencias laborales a los
padres. La primera de estas situaciones puede presentarse cuando
ambos padres siguen ejerciendo dichas funciones con desacuerdos
luego de su separación; cuando un padrastro no asume funciones
paternas plenas (Exp. 99); o cuando la familia nuclear vive con una
familia extensa que interfiere en dichas responsabilidades (Exp. 72
y 99). Estas realidades cotidianas son un fértil caldo de cultivo para
la aparición simultánea de negligencia y violencia física.
Aun cuando la pareja se encuentra estable (sin separaciones),
el trabajo de ambos padres fuera de casa puede propiciar poca aten-
ción a las necesidades escolares de sus hijos sin que se presenten
otros indicios de negligencia grave hacia ellos (Exp. 52, 55); aun-

230
ii parte: violencia intrafamiliar

que la situación puede ser más problemática cuando el trabajo de


uno de ellos (generalmente del padre) le lleva a estar ausente de
forma más prolongada fuera de la ciudad (Exp. 42, 132). Uno de
estos últimos casos ejemplifica esta situación (Exp. 42). El padre
acudió a la maestra en busca de orientación porque la madre gol-
pea a las hijas gravemente, utilizando en ocasiones objetos (con
un palo); lo que ocurre cuando el señor sale de viaje por motivos
laborales. La situación se ve complicada porque la mujer descuida
a las hijas, “las deja encargadas” para visitar y atender a un herma-
no mayor que se encuentra internado en el penal, al parecer por
homicidio. Según el padre, este hijo es la prioridad de su pareja, al
que visita “hasta cuatro días a la semana”. De tal forma, la higie-
ne personal de las dos hijas menores y su desarrollo escolar se ven
desatendidos. La niña que participó en los talleres falta a clases,
generalmente sin ninguna justificación. El señor ha considerado
pedir la intervención del DIF. Tienen otro hermano en casa, con-
sumidor de estupefacientes. Según la maestra, la menor y algunos
de sus primos (que asisten a la misma primaria) son portadores de
tuberculosis (Entrevista maestro 5). En el test de la familia realiza-
do por la niña se observa un conflicto claro con la figura materna.
Cabe señalar que los trabajos de noche vinculados a la sexualidad
-bailarina en table dance (Exp. 114); prostitución (Exp. 148)- son
fuente de mayores descuidos en el cuidado de los hijos.
La situación familiar de un menor de primer grado combina
tanto la separación de los padres como la limitación de la presen-
cia paterna por su trabajo (Exp. 98). Es uno de los pocos hijos de
padres separados que vive con el padre. En el taller refirió que este
le pega. La maestra tiene conocimiento de que él y su hermano
pasan mucho tiempo solos o al cuidado de una vecina. La aten-
ción que ella les brinda, sin embargo, es muy pobre; se descuida
su alimentación y su asistencia escolar debido a que el padre no
paga lo que acordaron a cambio de sus cuidados. Para el maes-
tro es evidente el descuido de su evolución escolar. El niño pre-
senta problemas de escritura y lenguaje que no reciben ninguna
atención especial por parte de la familia; tampoco hace tareas y
ninguno de los dos padres se presenta a las juntas. La madre, que
vive en una colonia contigua y con quien los niños pasan los fines

231
de semana se comporta de manera similar al padre. Cuando el
maestro buscó intervenir para generar un mayor compromiso del
padre en la atención y el desarrollo de su hijo logró un cambio
temporal al plantear la posibilidad de reportar la situación al DIF,
pero pronto la situación volvió a ser la misma.
Recordemos ahora también el caso, comentado en el aparta-
do sobre negligencia, del menor con una discapacidad intelectual
diagnosticada como “no identificada” (Exp. 31). Ya referimos la
profunda desatención a su tratamiento médico a pesar de contar
con servicio para ello, la desatención a sus necesidades básicas y
desarrollo escolar; así como las numerosas condiciones de riesgo
que ha pasado (especialmente el periodo bajo la responsabilidad
completa de una hermana aún menor de edad que desembocó en
su internamiento en un albergue del DIF) y que prevalecen en el
contexto familiar (convivencia con un cuñado adicto). El menor,
que acude al segundo grado, refirió ser golpeado por ambos pa-
dres especificando que lo hacen “bien feo” y con cinturones.
Se trata de los pocos casos en que la maestra ha observado en
su estudiante los moretones que le dejaron los golpes con el puño
cerrado que le había propinado su padre en la espalda. En este
caso en específico la violencia física no se suma simplemente a la
negligencia como una forma de maltrato adicional de los menores
sino que constituye un factor que de forma clara ha contribui-
do a agravar las situaciones de riesgo para la integridad física y
el bienestar emocional del menor. Fue esta violencia física den-
tro de la familia el factor desencadenante para que la hermana
mayor abandonara la casa y llevara a sus hermanos con ella. De-
cisión que, aunque buscaba protegerles, repercutió en una grave
desatención de los cuidados de los niños y fue entonces cuando
probablemente, tuvo lugar la situación de abuso sexual hacia el
menor también comentada antes. (Entrevista maestro 4).
Ahora bien, mientras la disfuncionalidad generalizada de esta
familia conduce sobre todo a una afectación psicológica, escolar
y cognitiva en el menor, situaciones similares en otras familias,
aún sin ser tan graves, repercuten más claramente en el inicio del
involucramiento de los niños con las dinámicas pandilleriles tan
presentes en la colonia.

232
ii parte: violencia intrafamiliar

Ocurre así con un niño de segundo grado, nacido cuando su


madre era aún menor de edad (Exp. 162). El maestro describe a la
madre y a su nueva pareja en una dinámica de noviazgo que califica
como inmaduro e irresponsable (con manifestaciones de afec-
to físico fuera de la escuela que considera inapropiadas), lo que
supone un desinterés total por los asuntos escolares del hijo (no
apoyan los esfuerzos del maestro por lograr que el menor lea y
dejan de enviarlo a clase por largos periodos) y de su supervisión
cotidiana. Incluso han olvidado ir a recogerlo a la escuela (En-
trevista maestro 22). La cohabitación con los abuelos maternos
permite que la higiene y el cuidado personal sí sean atendidos
pero se limitan solo a las necesidades materiales. Los resultados del
test proyectivo sugieren que el niño experimenta una sensación de
amenaza y preocupación por la integridad de su familia; mientras
que el maestro refiere que presenta conductas agresivas y sexua-
lizadas. Si bien el mismo maestro desestima que estas conductas
sean graves, reflejan una inestabilidad y una sobreestimulación
(violenta y sexual) en la cotidianeidad del menor.
Esta situación de negligencia y violencia física está acercan-
do al menor a la dinámica callejera y de pandillas. El niño pasa
mucho tiempo fuera de casa y sus “juegos” se inscriben ya en
una dinámica de agresiones físicas constantes. Pero ese tránsito
hacia la pandilla resulta todavía más claro en los menores de una
familia en particular (Exp. 132). La desatención por la ausencia
del padre (trabaja en un rancho) y las dificultades de la madre que
“se la pasa trabajando” (Entrevista maestro 18), propician que tres
hermanos en edades de primaria y secundaria, además de experi-
mentar violencia física y fuerte negligencia (desatención incluso
a su higiene y su alimentación) hayan comenzado ya a reunirse
con las pandillas. Sin embargo, es necesario analizar con mayor
profundidad esta y otras formas en que la violencia intrafamiliar
se relaciona con manifestaciones de la violencia social; lo hare-
mos en el siguiente apartado.

3.3. Violencia intrafamiliar y violencia social


Uno de los vínculos más interesantes por explorar entre las dis-
tintas manifestaciones de violencia es el que presuntamente existe

233
entre la intrafamiliar y la que ocurre fuera del hogar. Como ya he-
mos señalado con anterioridad, los informantes clave institucio-
nales que atienden las diversas problemáticas de la población de
la zona estudiada consideran que un sujeto expuesto a violencia
en el ámbito familiar tiene muchas probabilidades de comportar-
se de esa forma en otros espacios.
Los resultados de la encuesta aplicada en secundaria indi-
caron que más de la mitad de los estudiantes de ese nivel es-
colar en La Unidad consideran normal o les resulta indiferente
que los jóvenes se peleen; mientras que en los grupos de dis-
cusión realizados se observó un consenso sobre la necesidad y
justificación de ejercer la violencia física al defenderse de una
agresión (agresiones que, por otra parte, refirieron que son muy
frecuentes en su entorno). También a partir de los resultados de
la encuesta, vemos que esta aceptación en general por parte de
los jóvenes, se vincula con la aceptación de la violencia intra-
familiar; aunque de modo indirecto, porque lo que se exploró
fueron las actitudes hacia el ejercicio de la violencia dentro de
la familia y no su ocurrencia concreta. Los resultados sugieren
una clara relación. Los que están de acuerdo con que la violen-
cia física del hombre hacia su pareja puede ser justificada y los
que están de acuerdo con el uso de los golpes a los hijos con
fines disciplinarios, en un porcentaje claramente superior (de
14 a 27 puntos porcentuales en las diferentes combinaciones de
los distintos resultados) están también de acuerdo con la nor-
malidad de las peleas entre jóvenes y con la violencia en todas
las relaciones en general.
Pero, como señalamos, se trata de una aproximación indirecta
al ejercicio real de la violencia intrafamiliar. De forma concreta,
algunos casos de las familias de los menores de primaria nos per-
mitieron conocer de forma directa la relación entre violencia intra-
familiar y la que se da en el exterior del núcleo familiar. Queremos
comenzar por explorar primero, no la relación entre la intrafami-
liar (en general) y la social en la que participan los hijos, sino el
vínculo entre esa misma violencia intrafamiliar y la social ejercida
por los padres; es decir, en qué medida los padres que ejercen vio-
lencia dentro de la familia también lo hacen fuera de esta.

234
ii parte: violencia intrafamiliar

La única referencia clara brindada por uno de los menores so-


bre un padre de familia que ejerce violencia (física, en este caso)
fuera y dentro de su hogar provino de la niña de segundo año a la
que su madre le ha dicho que es producto de una violación (Exp.
119). Ella indicó que su madre la golpea y que su padrastro golpea
a su madre; esto en el contexto familiar. Sobre el contexto social,
también indicó que su padrastro golpea a sus amigos cuando se
enoja, pero no accedimos a detalles sobre la dinámica en que se
presentan estas últimas agresiones físicas. El material recabado
en los grupos de discusión puede orientarnos respecto del tipo de
situaciones en las que puede ocurrir esa violencia entre adultos.
Especialmente en uno de los grupos se compartieron las siguientes
experiencias en las que estaban involucrados sus padres, si bien no
de violencia física sí de confrontaciones explícitas entre vecinos:
Mi papá no se lleva mucho (con los vecinos) (…) Se pelean (…) por-
que le dicen cosas a mi mamá.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino].
(Mis papás) Siempre se han peleado (con los vecinos). Como que
siempre se dicen cosas y no se dejan (…) Porque la vecina de al lado
vende comidas y mi papá es soldador y pues él tiene que pintar los
barandales y huele mucho a thiner y pues la señora se queja.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
Mi papá tiene problemas con el vecino (…) porque como es taxista
y siempre han vivido así enojados y una vez los hijos de la señora
de enfrente… Como la señora es viuda, el señor falleció, y sus hijos
le traen mucho coraje a mi papá y, o sea, no sabemos por qué, si
nunca le hemos hecho nada. Y le rayaron el carro con thiner y se
lo despintaron y mi papá pues no los quiere. O sea, no los podemos
ver. Mi mamá sí se lleva con todos, pero mi papá no.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
En otro grupo se comentó como motivo de desencuentros que pue-
den desencadenar discusiones y pleitos, lo siguiente: “Luego (los
vecinos) ponen mucha música y se pasan de lanza, te mientan la
madre y no sé qué… es su música, es de ellos, pero… a veces no
dejan dormir” (Grupo de discusión Hombres Turno Matutino).
La información es limitada pero el caso de esta familia nos
sugiere que el ejercicio de la violencia física por parte del padre

235
en los ámbitos familiar y social supondría una personalidad
particularmente violenta y escasas habilidades para el manejo
de la frustración y del conflicto. Esta interpretación es reforzada
por la descripción que uno de los adultos entrevistados que ha
ejercido violencia física dentro y fuera de la familia hace sobre su
comportamiento tendiente a la confrontación.
(Es por) mi carácter, mi carácter […] Antes… me pasaba algo, o le
pasaba algo a mi señora, o le pasaba algo a los niños, o a mi mamá o
cualquiera… que te digan cosas en la calle, yo luego luego me ofen-
día; iba con esa persona (a encararlo). O sea, tenía unas reacciones
fuertes, ¿sí me entiendes? […] sí era muy expulsivo, muy explosivo,
de que me hacían algo, discutía, y antes sí… (Entrevista Hombre 2).
Esta situación en la que podrían estar involucrados los padres que
son también violentos en sus familias no fue un tema en el que los
maestros se sintieran con el conocimiento para brindar amplios
detalles, comparativamente con otras manifestaciones. La referen-
cia más concreta que tuvimos (Exp. 12) proviene de un caso en el
que al interior del círculo familiar se presenta violencia de tipo
físico hacia la hija; así como psicológica y verbal del padre y de la
hija hacia la madre. A diferencia de los casos anteriores, la agre-
sividad generalizada de este padre de familia sí es percibida por
la maestra. Esta actitud también le habría llevado al conflicto con
vecinos, según comunicó la madre de familia a la maestra, aunque
no fue del todo claro lo ocurrido. Lo que provocó que la madre le
compartiera esa información incompleta fue que “la niña llegaba
tarde, yo estuve hablando con ella (con la madre), ¿qué pasaba?”.
Entonces le dijo que
habían golpeado, o algo así, a un vecino. Me dice: ‘maestra, es que
tengo causa […] es que tengo que rodear (la calle), en lugar de salir
directo para la escuela. (Es que) tenemos problemas con unos ve-
cinos, entonces tengo que ir a dar toda la vuelta por la otra calle,
para poder salir aquí a la escuela’. O sea, sí tienen conflictos […] no
sé si sea derivado de que el señor… el tipo de carácter que tiene, o
si tienen vecinos conflictivos, pero de que hay conflicto en su casa
y su entorno…la señora cuando manifestó eso, sí eran… los proble-
mas que tenían de pandilla pero no sé si eran con ellos, o sea sí eran
vecinos conflictivos. (Entrevista maestro 4).

236
ii parte: violencia intrafamiliar

Mención aparte merece el caso en el que una maestra tiene la im-


presión de que el padre de una de sus alumnas se dedica al cri-
men organizado, aunque no describió ningún acontecimiento es-
pecífico violento fuera del hogar del que tuviera conocimiento.
Resulta llamativo que esta niña da descripciones más detalladas
que el común de sus compañeros sobre la forma en que los padres
la golpean a ella y a los hermanos: “(mi papá) me pega con el palo
[…] me tira en el cuarto y luego mi mamá me pega con la chancla”,
“(mi mamá) nos pega a los tres con el huarache y nos tumba y no
quiere que le hablen”. (Exp. 148).
Como vemos, no dejan de ser escuetas y poco frecuentes las
referencias a padres (hombres) que ejercen la violencia en el en-
torno social y en el entorno familiar. Aunque podría haber más
casos de los detectados también es un indicador de la tendencia
de los padres de familia violentos dentro de su hogar a no mostrar
su conducta en el espacio público. Aunque los maestros llegaron
a describir a algunas madres de familia como particularmente con-
flictivas no hicieron ninguna alusión a que estas se vieran impli-
cadas en situaciones violentas fuera del ámbito familiar. La mayor
transparencia de sus comportamientos ante la mirada exterior se
limita, según nuestros datos, a la violencia que ejercen hacia sus
hijos y en menor medida hacia sus parejas.
Por otra parte, en los cuatro casos recién comentados también
se documentó que se presentan comportamientos agresivos de los
menores en la escuela. De hecho, son bastante extendidas esas ma-
nifestaciones, principalmente en la escuela, por parte de niños que
experimentan violencia física en casa. Más de una cuarta parte de
los menores que viven estas situación hacia ellos y/o entre sus pa-
dres, son descritos por los maestros con conductas agresivas. En
muchos de estos casos, esa agresividad también fue identificada en
sus tests proyectivos y, en algunos de ellos, fue ratificada por la ob-
servación directa de los niños durante los talleres realizados.
Ahora bien, como recién lo asentamos, la relación más cons-
tante establecida por los actores institucionales que trabajan con
la población de La Unidad es entre violencia intrafamiliar y de las
pandillas. De forma recurrente, este vínculo se particularizó en el
estereotipo del joven pandillero que participa en riñas callejeras y

237
que, por otra parte, ha crecido sufriendo o presenciando violencia
física en casa. Alguno de los informantes llegó a señalar explícita-
mente la violencia intrafamiliar como origen de toda la violencia
y la desviación sociales (Informante 2) pero, en general, fue más
extendida una lectura un poco más mesurada de dicha relación.
Esto es, estimar que la exposición a la comportamientos violen-
tos en el hogar contribuye a normalizar y naturalizar la violencia
como aceptable y como recurso legítimo ante el conflicto. Algu-
nos casos observados nos muestran que cuando se combina la
violencia física con una negligencia severa en la supervisión de
los hijos las probabilidades de que los menores cumplan con tal
estereotipo se ven incrementadas.
Sin embargo, lo que observamos en los menores la mayor parte
de las veces son formas de agresividad en principio fuera de las
dinámicas de pandillas. Aunque la incorporación a estos grupos
se da cada vez a menor edad y algunos niños de primaria ya se han
involucrado en ellas, es la adolescencia cuando es más frecuen-
te; lo que limita las conclusiones que podemos extraer de nuestro
abordaje. Lo que sí se observó entre estudiantes de primaria es que
se encuentran ya inmersos en dinámicas de confrontación cons-
tante y violencia física con sus pares que podrían contribuir a su
ingreso a las pandillas, pero que tienen un impacto de mucho ma-
yor alcance en las dinámicas sociales juveniles (sobre todo mas-
culinas, aunque cada vez involucran más a las jóvenes mujeres).
Lo compartido en uno de los grupos de discusión en secun-
daria nos brinda una imagen de ello. Algunos participantes co-
mentaron que se ven constantemente involucrados en riñas con
compañeros, independientemente de su pertenencia o no a una
pandilla. Su justificación es que deben responder a las frecuentes
agresiones que reciben peleando a golpes. La responsabilidad so-
bre el inicio de las peleas nunca es asumida y sus causas rara vez
son claramente establecidas. “Tenemos fallas” es la expresión que
se utiliza para señalar una rivalidad sin necesidad de determinar
su motivación. La predisposición propia a la violencia física y la
participación activa en esta dinámica de agresión permanente en-
tre los jóvenes de la colonia no es reconocida por ninguno de ellos
(Notas del grupo de discusión Hombres turno vespertino).

238
ii parte: violencia intrafamiliar

Aunque estas dinámicas poseen un componente colectivo, a tra-


vés de alianzas entre grupos de secundaria, no hay una corres-
pondencia exacta entre esos grupos y las pandillas (reconocidas
como tales y que actúan en las calles). Algunos efectivamente son
parte de ellas. También se puede declarar la pertenencia a una sin
que ello sea real, como forma de intimidar a los otros. Además,
cualquier relación familiar o de amistad (o simplemente ser vis-
to) con un miembro identificado de una pandilla puede suponer
agresiones de una pandilla rival (Grupo de discusión Hombres
turno matutino). Otros jóvenes describen también estar sujetos
potencialmente a esas dinámicas, pero buscan mantenerse fue-
ra de ellas (Grupo de discusión Hombres turno matutino). Un
caso particular nos muestra hasta qué grado incluso un ejercicio
abierto de la violencia social puede intentar mantenerse de manera
consciente fuera del radio de la actividad pandilleril. Se trata del
adulto que reconoce su violencia dentro y fuera del hogar (En-
trevista hombre 2). A pesar de haberse descrito a sí mismo como
alguien predispuesto a la confrontación a la menor provocación,
señaló con cierto orgullo: “pero eso sí, nunca me dio por apegar-
me mucho a las pandillas, nada de eso”. Asimismo, aunque su hijo
ha mostrado la predisposición a las peleas físicas que antes fue
incentivada por el mismo padre (Exp. 168) se observa su preocu-
pación por alejarle del mundo de las bandas juveniles o al menos
de entretenimientos que asocia a ellas.
Él estaba reaccionando de más. O sea, hay en veces que iban niños
y jugando, se le pegaban y le palmeaban aquí (señala el hombro),
‘vente’, y él no lo veía así, o sea, él lo veía que le estaban pegando.
Y él de… pues a él le pegaban y él reaccionaba con los fregazos, y el
reporte que me pasaban a cada rato: ‘es que le pega a unos niños’ y
‘es que esto’, y ‘es que el otro’. (Entrevista Hombre 2).
La relación de esta actitud con su propia violencia es reconocida
por el padre. “¿Por qué (se comporta así mi hijo)?” se pregunta,
“porque pues yo he sido así también, y hasta la fecha, te digo, soy
así, o sea yo… a mí me hacen algo y yo reacciono”. Incluso, como
antes indicamos, explícitamente incentivaba esas reacciones.
O sea porque yo antes sí le pegaba mucho a (nombre del hijo), le
pegaba bastante a él, y siempre le decía: ‘no me gusta que te andes

239
dejando de nadie, de nadie quiero que te andes dejando. ¿Por qué?,
porque al rato te van a querer humillar o algo, o cualquier cosa que
hagas, que vean que vengas, yo voy y yo mismo te voy a pegar’.
O sea, esa era mi forma de hablar con él, ¿sí me entiendes? Y yo
mismo lo estaba orillando a que… o sea, porque sí tiene reacciones,
él si tiene reacciones, de que le hacen algo y él hace, pero si no le
hacen nada, él no hace. Y yo siempre le he dicho: ‘siempre tienes
que estar… no te vayan a pegar o algo, tú reacciona, o sea que no te
quedes… si te van a pegar, tú reacciona’, y en la escuela es lo que
hacía antes. (Entrevista Hombre 2).
A pesar de esta promoción de la conducta violenta en el hijo, le
prohibió, como dijimos, formas de entretenimiento por conside-
rarlas promotoras de la vida de pandilla.
A él le gustaba escuchar mucho […] las canciones de hip-hop; o sea,
le gusta mucho. Eso sí se lo quité. (También) le gusta el juego ese
de San Andreas20 (y) también se lo quité. (Entrevista Hombre 2).
Durante el taller, otro menor (Exp. 165) dio muestras en su dis-
curso de la valorización de la violencia física y de su papel central
en la construcción de la imagen que busca proyectar. Se trata de
un niño que refirió ser golpeado por su abuela y su tío. Durante el
taller se golpeaba la cabeza y decía que no le dolía, que su cabeza
era de cemento. Si bien el menor mezcla la fantasía en sus narra-
ciones, fue así como refirió una salida al parque:
Andábamos en la plaza y mi hermano andaba descuidado y un niño
lo pisó y luego se quebró la mano y luego le di un ¡puuum! y lo no-
queé […] yo siempre los noqueo, sí, yo sí lo noqueé y se quedó tira-
dote. El niño ero mi primo y yo lo noqueé. […] Nada más le hice así,
le saqué sangre de la nariz porque me enojé un chorro. (Exp. 165).
En algunos otros casos esta agresividad de los menores y algu-
nas de sus conductas cotidianas sí se insertan en una dinámica
más cercana a las pandillas. En ellos, la combinación de negli-
gencia severa y violencia física resulta más determinante que la
presencia solo de esta última. En el caso de un niño de primer gra-
do (Exp. 7), la maestra reportó situaciones de violencia callejera
más cercanas a los desmanes que se describen como propios de

20 Se refiere al juego de video Grand Theft Auto, que se desarrolla en una ciudad ficticia con
dicho nombre.

240
ii parte: violencia intrafamiliar

los grupos juveniles por parte de los informantes clave. Además


de que “ha golpeado a niños de otros grados, más grandes que él”,
agregó que le “han comentado a veces que el niño anda allá por
las calles gritándole cosas a la gente, aventándo piedras” (Entre-
vista maestro 1). En otros casos los maestros han referido que
hay alumnos que pasan mucho tiempo en la calle, reunidos con
niños más grandes (Exp. 78 y 94). Uno de ellos (Exp. 94), un niño
de tercer grado involucrado en peleas físicas constantes, tenía
una relación cercana con un niño en particular más grande que
él que era identificado como violento y con conocimiento sobre
armas. En un último caso dentro de esta categoría, la maestra ha
recibido reportes de que su alumno de tercer grado ya acostum-
bra juntarse con miembros de pandillas (Entrevista maestro 18)
y en los resultados de su test proyectivo encontramos algunas de
las muestras más claras de rasgos de agresividad de entre todos
los menores participantes (Exp. 132).

241
4. RELACIÓN ENTRE VIOLENCIA
INTRAFAMILIAR, DISFUNCIONALIDAD DE LAS
ESTRUCTURAS FAMILIARES HEGEMÓNICAS

En el primer capítulo de esta segunda parte argumentamos que


la relación que los informantes clave establecen entre situacio-
nes familiares que consideran desestructuradas y diversas pro-
blemáticas sociales, en especial la violencia intrafamiliar y so-
cial, en algunos casos es simplificadora; pues deja entrever una
visión estereotipada que puede estar condicionada por prejuicios
de clase. Al hacer el contraste con la realidad empírica encontra-
mos, que el estereotipo de la familia desestructurada y disfun-
cional no representa a la mayoría de las familias residentes de La
Unidad y su área de influencia, ni tampoco a todas aquellas en
las que pudo confirmarse que ocurren situaciones de violencia
intrafamiliar. Esto nos obliga a subrayar que los esfuerzos insti-
tucionales para la atención de la violencia que ocurre en los ho-
gares no deben limitarse por el prejuicio que solo considera ne-
cesitadas de atención a las familias claramente afectadas en sus
dinámicas y funciones para la mirada exterior. Por el contrario
habrían de redoblarse los esfuerzos y afinarse los mecanismos
para identificar las situaciones de violencia en cualquier perfil
de familias.
Esa imagen estereotipada de la familia desestructurada, sin
embargo, no deja de tener un importante contenido de verdad.
Así, efectivamente se identificaron con alguna frecuencia grupos
familiares cercanos al antimodelo familiar delineado por nues-
tros informantes. Además, son justamente estas familias las que,
por lo general, suponen para sus miembros las condiciones de ma-
yores riesgos para su bienestar y desarrollo, en muchas ocasio-
nes ligados a un ejercicio de la violencia entre sus miembros que
puede alcanzar formas realmente graves.

242
ii parte: violencia intrafamiliar

Por este motivo, a continuación trataremos de manera dife-


renciada la violencia hace el interior en tres perfiles de grupos
familiares: las que no muestras desestructuración familiar evi-
dente; las que cuentan con antecedentes de disfuncionalidad en
las familias de origen y en la historia personal de los padres;
y aquellas con situaciones evidentes de desestructuración ac-
tual. Luego de desplegar esto en tres apartados, ahondaremos,
a modo de conclusión parcial, en el peso que las concepciones
sobre la sexualidad y el control de la natalidad entre los jóve-
nes de la Unidad posee en el desencadenamiento de una serie
de condiciones familiares propiciadoras de desestructuración y
violencia.

4.1. Violencia en familias sin desestructuración familiar evidente


A lo largo de las páginas previas hemos proporcionado, como for-
ma de contextualización de las situaciones que presentamos, datos
sobre la composición, la trayectoria y las dinámicas de las fami-
lias de los menores que participaron en nuestro estudio y en las
que fueron detectadas situaciones de violencia. Algunos de estos
grupos familiares, señalamos en su oportunidad, no resultan per
se llamativos a los profesores de primaria cuyas entrevistas fue-
ron la principal fuente de información sobre la mayoría de las fami-
lias que pudimos conocer con mayor grado de detalle. En varias
ocasiones destacamos, por ejemplo, que la violencia física ejerci-
da contra los menores en casa (que estos últimos habían referido
durante el taller diagnóstico) no era conocida por los profesores,
e incluso que su existencia llegaba a ser descartada por ellos. Igual-
mente, en diversos casos comentaron los maestros que su conoci-
miento (o su impresión) era que los menores pertenecían a grupos
familiares en donde ambos padres estaban presentes y no exis-
tían situaciones de desviación respecto de la norma hegemónica
de la familia nuclear. Es decir, que no se presentaban separacio-
nes de la pareja, presencia de padrastros o familias reconstitui-
das, monoparentalidad, hijos de distintas parejas, cohabitación
con la familia extensa o embarazos adolescentes; situaciones to-
das ellas referidas en algún momento por informantes clave como
propicias para la emergencia de violencia.

243
Estas últimas afirmaciones de los profesores sobre las fami-
lias de sus estudiantes en algunos casos podrían ser simplemente
el resultado de un conocimiento limitado acerca de ellas. Sin
embargo, también nos muestran una realidad de la violencia intra-
familiar, que en ocasiones se presenta sin que esos factores consi-
derados de riesgo en la estructura familiar se encuentren presentes.
Al inicio de nuestra presentación descriptiva sobre la violencia
física ejercida contra los hijos comentamos el caso de una niña a la
que el padre en ocasiones pegaba como forma de disciplina (Exp.
127), mientras que la maestra percibía a la familia como estructura-
da y sin conflictos. La consideración de otros elementos de la situa-
ción personal y familiar de la niña nos llevó entonces a concluir que
dicha forma de disciplina no necesariamente podía ser calificada
como violencia física, entendida esta última como una conducta de
abuso con efectos nocivos en quien la padece. Cuando queremos su-
brayar que la violencia tiene lugar dentro de familias que no presen-
tan factores estructurales considerados de riesgo, no nos referimos
aquí a estos casos sino a otros muy distintos en los que, a pesar de
que la familia no muestra ninguna de las situaciones de desestructu-
ración que hemos mencionado antes, nuestro diagnóstico nos arroja
con claridad que efectivamente se presentan situaciones de violen-
cia significativas. Veamos ahora algunos de ellos.
Un caso (Exp. 45), que en principio parece similar al recién
comentado, nos muestra un panorama muy diferente si lo con-
sideramos con mayor detenimiento. Se trata igualmente de una
familia nuclear estable, formada por padres relativamente madu-
ros (iniciaron su paternidad siendo ya mayores de edad y aparen-
temente como un proyecto decidido) y tres hijos propios en edad
escolar. Una de las hijas se muestra temerosa a la interacción so-
cial en la escuela, lo que el profesor no considera grave; en parte,
porque desde su perspectiva no existen indicios de violencia ni
de conflicto familiar (no hay descuido paterno y la madre res-
ponde a los llamados de la escuela). A pesar de esta apariencia
de normalidad familiar, en nuestro diagnóstico se confirmaron
situaciones graves de violencia en el hogar. No solo la menor re-
firió que su padre la golpea a ella, a sus hermanos y a su madre,
sobre todo bajo el influjo del alcohol que consume con frecuencia,

244
ii parte: violencia intrafamiliar

sino que lo externó con una fuerte carga emotiva y declaró que
era motivo de temor constante para ella. Otros elementos del diag-
nóstico confirmaron que la menor experimenta una sensación de
inseguridad emocional y tensión psicológica. El hecho de que la
familia viva justo frente a la escuela y que, a pesar de ello, no se ha-
yan percibido señales para sospechar al menos la situación de vio-
lencia en el hogar, muestra el grado al que este perfil de familias
es capaz de mantener oculta esa faceta de su dinámica cotidiana.
Dos familias más confirman que estas situaciones de violencia
física en el hogar que pueden pasar desapercibidas al observador
exterior (posibilidad que algunos informantes clave consideran
propias de sectores de nivel socioeconómicos más favorecidos)
también son comunes en La Unidad. Además de ser familias nu-
cleares aparentemente sin los elementos de desestructuración an-
tes señalados, es llamativo que transmiten a los profesores de los
hijos una potente imagen de funcionalidad. Por ello, en uno de los
casos (Exp. 171), la madre tiene una fuerte presencia en la escuela
pues pertenece a la mesa directiva y el maestro describe como
“excelente” la relación con ella (Entrevista maestro 25). Los pa-
dres de la otra familia (Exp. 96) son incluso descritos como “muy
pacíficos” por la profesora (Entrevista maestro 14). Contrario a
estas impresiones, en el primer caso la madre ejerce violencia fí-
sica y psicológica hacia los hijos, lo que genera, al menos en el
menor que participó en los talleres, una clara tensión psicológica.
En el otro caso, además de que el menor refirió como formas de
castigo usadas por sus padres el ser golpeado con un cinto y en-
cerrado en un cuarto, también narró cómo sus padres se pelean a
golpes “siempre”, llegando en algunas ocasiones a arrojarse obje-
tos como cadenas o vasos. Las referencias del menor mismo a su
propia agresividad también fueron diversas.
Si bien en las familias recién descritas puede llegar a sorprender la
distancia entre la imagen pública y la dinámica privada, no resulta
así con todas las familias “no desestructuradas” en las que se ejerce
violencia hacia los hijos. Ya asentamos antes que la violencia por ne-
gligencia, sobre todo cuando alcanza formas graves, no puede pasar
desapercibida a alguien que, como los maestros, pasa tanto tiempo
con los menores. De tal forma que una familia sin los factores de

245
desestructura considerados de riesgo será por lo general, a pesar de
ello, plenamente identificada por tales observadores.
Es justamente lo que ocurre con la familia con la que cerramos
este apartado: nuclear, con cuatro hijos (Exp. 101). Sobre ellos y el
niño que participó en los talleres, su maestra comentó:
Sus papás están juntos […] no creo que tengan algún conflicto […]
Yo no le veo al niño (otro problema, distinto a la negligencia). O sea
siempre yo trato de buscar: ‘¡ay!, es agresivo por esto o es agresivo
porque su papá es así’… Pero no, el niño es muy tranquilo, no le veo
que haya algún conflicto en familia. (Entrevista maestro 15).
A pesar de esa imagen libre de conflictos en su estructura e integra-
ción, los padres se comportan tan severamente negligentes como
algunas familias identificadas como desestructuradas y conflic-
tivas. Esta negligencia además ocurre en muchos aspectos de la
atención al menor que no podrían justificarse solamente por ca-
rencias económicas. Según el maestro,
no están muy interesados en su educación. Desde inicio del ciclo
escolar le dije a su mamá la lista de útiles (y) lo mandaron con solo
una libreta y hasta la fecha está igual […] Falta mucho, no paga los
exámenes, no paga copias; o sea, no trae material para trabajar cuan-
do se le solicita […] La mamá se comprometió conmigo en el se-
gundo bimestre de que iba a estar más al pendiente del niño, que
le iba poner más ganas […] y no, hasta la fecha. Te estoy hablando
que fue en diciembre. El niño en realidad está muy atrasado en lo
académico. (Entrevista maestro 15).
En su vestimenta e higiene personal se observan también graves
carencias. Inclusive presenta un problema de salud que le genera
incontinencia urinaria (pide salidas constantes al baño y se ha
orinado en clase). Sobre esto la madre ha hablado con el profe-
sor y comentó que antes era atendido médicamente y “dijo que lo
iba a llevar otra vez a darle seguimiento” (Entrevista maestro 15),
pero no lo ha hecho.

4.2. Violencia en familias con antecedentes de disfuncionalidad en las


familias de origen y en las trayectorias personales de los padres
Algunas familias pueden aparecer a la mirada exterior como ape-
gadas al modelo de la familia nuclear hegemónico, conformadas

246
ii parte: violencia intrafamiliar

por parejas relativamente estables y sus hijos. Cuando las con-


diciones particulares de cada una de ellas no permiten un co-
nocimiento más profundo por parte de la escuela, pueden pasar
desapercibidas (o quedar solo en sospechas del personal escolar)
situaciones como las separaciones paternas, las adopciones de
hijos o la reconstitución familiar que podrían condicionar sus
dinámicas. Aunado a esas divergencias de la conformación de la
familia nuclear ideal, los antecedentes personales de las figuras
parentales pueden también ser factores que condicionen el ejerci-
cio de violencia intrafamiliar.
Los resultados de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de
las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2011, nos ponen sobre
aviso (coincidentemente con algunos de nuestros informantes cla-
ve) del influjo que las experiencias familiares pasadas de los padres
pueden tener en las dinámicas de violencia en las actuales. Dos
de los datos más concretos que arroja esa encuesta nos señalan
que hay mayor incidencia de violencia hacia la mujer por parte
de hombres con antecedentes de violencia frecuente durante su
propia infancia y, asimismo en las familias con hijos de parejas
previas (tanto en comparación con las familias con hijos comu-
nes o sin hijos). Esto nos lleva a considerar como desviaciones de
la estructura de la pareja nuclear ideal o hegemónica no solo las
situaciones actuales sino también las experiencias de los padres
en sus familias de origen y, cuando las tuvieran, también sus tra-
yectorias de formación de familias o parejas previas.
La posibilidad de sostener entrevistas en profundidad con
ambos integrantes de una pareja que reconoce abiertamente sus
experiencias pasadas y presentes de violencia intrafamiliar nos
brindó la oportunidad de analizar con detalle las relaciones en-
tre diversas formas de desestructuración y violencia familiar
en las familias de origen y en la trayectoria personal propia,
por una parte; y la violencia dentro de la familia actual, por la
otra. Además, nos permitió extraer conclusiones sobre ciertas
condiciones que posibilitan transitar hacia dinámicas más favo-
rables al bienestar de sus miembros. Por ello, en este apartado
nos concentraremos y desarrollaremos con detalle este caso en
particular.

247
Se trata de una familia sobre la que ya hemos hecho comen-
tarios en diversas ocasiones. Tuvimos contacto inicialmente a
través del hijo menor (Exp. 168), un niño de tercer grado de pri-
maria que participó en el taller diagnóstico. Posteriormente su
maestra titular nos amplió la información y se realizaron las en-
trevistas en profundidad con los padres. Es una familia nuclear
integrada por la pareja, el menor ya mencionado y su hermana
de 12 años que cursa el sexto grado. La preocupación de la maes-
tra se concentraba en la conducta del menor, quien se mostraba
agresivo y falto de control en sus impulsos. Aunque ella tenía
conocimiento de ciertas dinámicas disfuncionales en la familia,
descartaba que estas continuaran ocurriendo (al menos con la
misma intensidad que en el pasado) y consideraba la conduc-
ta del menor principalmente como el resultado de una carencia
emocional y falta de atención por parte de la figura paterna, pero
descartaba que tuviera lugar violencia física hacia él. Así, a pe-
sar de que el padre ha ejercido intensa violencia física y psico-
lógica a su pareja y a su hijo, ante la maestra no aparecía como
una familia profundamente conflictiva. Esta impresión general
la expresó así:
Bueno la señora me comentó que antes sí había violencia del papá ha-
cia ella, dice, pero… también se está hablando de hace mucho tiempo
y que actualmente, ya no tenía problemas. Yo actual(mente) veo la
familia unida y los veo bien. Cuando vinieron los dos a hablar con-
migo y en la entrega de calificaciones y todo, pues se ve que tiene
buena relación. No creo que actualmente tengan un problema, lo
que sí es que han tenido rachitas pero ahorita están bien (Entrevista
maestro 25).
Ciertamente al momento de realizar el diagnóstico la familia se en-
contraba en un momento de relativa estabilidad y con menos con-
flictos aparentes que en el pasado. No obstante, situaciones y viven-
cias negativas anteriores continuaban ejerciendo un influjo sobre su
vida cotidiana. Debemos recurrir a las entrevistas de los padres para
ver la magnitud de las situaciones y dinámicas adversas que han
tenido lugar en sus historias personales previas, y en la familia que
ahora conforman. Comenzamos por las historias personales de los
padres previas a la conformación de la actual pareja.

248
ii parte: violencia intrafamiliar

En el caso del señor, en su familia de origen el entorno estuvo


marcado por la relación conflictiva de sus padres y por la violencia
física y verbal del padre hacia la madre. Ello generaba un clima
emocional tenso que afectaba constantemente a los hijos y que a
él en particular le llevaron al distanciamiento emocional del resto
de la familia, a concentrarse en la práctica deportiva de fútbol y
box, así como a intentos de justificación sobre esa violencia entre
sus padres. “Yo no me quería involucrar porque pues son proble-
mas de ellos. Para empezar son problemas de ellos y pues, ten-
drán sus razones” (Entrevista hombre 2). Ambos padres ejercían
también violencia física hacia él, aunque siempre con una supues-
ta intención disciplinaria. Describió que esta violencia era cons-
tante y que en ocasiones eran golpes muy intensos (por ejemplo,
con un palo de escoba); pero esos castigos no lo hacían modificar
su comportamiento. Tuvieron, eso sí, un efecto involuntario e
inconsciente de normalización e introyección de la violencia fí-
sica. Adicionalmente, tuvieron un fuerte impacto en él. Aunque
ambos padres lo golpearon por igual, la reacción emocional del
sujeto fue muy distinta hacia cada uno. La diferencia, en su opi-
nión, radica en que los golpes de su padre iban acompañados de
una constante violencia verbal y psicológica a través de la desca-
lificación explícita hacia sus capacidades y hacia su comporta-
miento, de la que comenta
había cosas que yo quería hacer y me salían mal, y (mi padre) me
decía que yo no podía, ¿sí me entiendes? ‘Tú no sabes que…’, o sea,
formas así de que te hagan sentir mal. Y pues sí, sí me sentía mal
[…] Me golpeaba mucho con las palabras que me decía (Entrevista
hombre 2).
La violencia física experimentada le indujo el deseo de no repetir
él mismo tales situaciones al constituir una familia propia. Con
su primer hijo de una pareja anterior, por ejemplo, refiere “el box
sí lo dejé porque pues nació mi primer niño, ahorita el que tiene
12 años, y la verdad no quise involucrarlo mucho, que me viera
mucho con golpes… todo eso. Pero esa fue mi crianza”, (Entre-
vista hombre 2). Con la familia actual, con quien más presencia
paterna ha tenido a pesar de las separaciones que más adelante
comentaremos, ese deseo de distanciarse no pudo realizarlo; pues

249
en la convivencia cotidiana han pesado más la introyección de la
violencia como forma normal de relación (que antes menciona-
mos) y su falta de habilidades de comunicación y de otras alter-
nativas disciplinarias.
Yo antes sí le pegaba mucho a (nombre del hijo), le pegaba bastante
a él. […] No he tenido mucha comunicación con él porque te digo yo
quise hacerlo a la manera de mi papá […] Yo nunca tuve atención de
mi papá, o sea, mi papá su trabajo, su trabajo y… pues no, nunca. O
sea, ‘eh apá vamos a…’, no. (Entrevista hombre 2).
La mujer lo confirma y establece explícitamente la conexión en-
tre esta violencia hacia el hijo y las experiencias de su pareja en
su familia de origen.
Él lo que hacía era pegarle al niño, gritarle, de que: ‘ya te dije güey,
que no sé qué, que tú no entiendes’, y le pegaba y lo castigaba. En-
tonces al niño ya lo tenía como que escamado; mi esposo ya nada
más levantaba la mano, y el niño se agachaba. Entonces, no era la
forma, no era la forma de hablar, y yo hablaba con mi esposo, des-
pués de que hacía lo que hacía, yo hablaba con él: ‘es que no es la
forma de que tú trates al niño así. En vez de ayudarlo me lo estás
empeorando, entonces no quieras hacer con él lo que hicieron con-
tigo. Si a ti tu papá te trató así, no lo repitas’. (Entrevista mujer 1).
Además, el distanciamiento emocional, especialmente respecto de
su padre, supuso también una carencia afectiva durante su desarro-
llo que le indujo una falta de habilidades para mostrar y comunicar
su afecto. Todas estas vivencias negativas en el hogar paterno se-
rían un factor que influyó en su decisión de casarse a los 19 años
con una primera pareja. Engendraron dos hijos y, aunque continúa
casado con ella, se encuentra separado de ellos desde hace años.
Por su parte, la historia de la familia de origen de su pareja
actual es muy diferente, pero igualmente complicada e, incluso,
mucho más plagada de riesgos para su desarrollo y para su inte-
gridad física. Su rasgo distintivo fue una negligencia extrema que
llevaron a la mujer durante su infancia a ser víctima de ataques
sexuales, primero en la familia y luego fuera de esta, a vivir en
la calle durante temporadas, a abandonar la escuela en el tercer
grado de primaria, a la maternidad adolescente y a ser víctima en
la adolescencia, de violencia física por parte de una pareja. “No

250
ii parte: violencia intrafamiliar

soy una persona que tenga un círculo familiar digamos de padre


y de madre” comentó,
porque mi papá nunca estuvo conmigo, entonces mi mamá me dejó
desde muy pequeña, desde que tenía siete u ocho años. Ella nunca
nos puso atención. De hecho ya nos andaba recogiendo el DIF, pero
la que nos sacó fue mi abuela. Entonces, mi mamá desde chica me
dejó sola, entonces desde ahí mi vida cambió y dio un giro muy
inesperado y pues sí me tocó sufrir bastante. (Entrevista mujer 1).
Bajo un cuidado muy deficiente de la abuela a esa temprana edad,
la señora fue víctima de tocamientos sexuales por parte de un tío
y, ante la falta de intervención de la abuela, abandonó el hogar
para vivir en la calle durante un año. Entonces, refirió:
empecé a probar lo que eran drogas, cigarros, alcohol, todo eso […]
Yo todavía estaba de ocho a nueve años en la escuela […] Y pues sí
mi vida fue muy dura, conocí muchas cosas feas de las cuales yo no
sabía nada; abusaban de mí, dormía en la calle, me puse a vender
chicles, a limpiar vidrios. (Entrevista mujer 1).
Esta situación de descuido era generalizada con todos los hijos.
Muestra de ello es que otro de sus hermanos comenzó a vivir solo
a los 14 años. Fue este quien intervino para que, tras el año que
pasó en la calle, la señora fuera a vivir con su madre y su nueva
pareja. Su estancia con ella, sin embargo, no duraría mucho. La
pareja de su madre también abusó sexualmente de ella a través de
tocamientos y entonces volvió a huir de la casa familiar.
ENTREVISTADA: Yo me volví a salir porque el señor de mi mamá,
por el cual ella nos dejó y se fue con él, me empezó a tocar, y no
me quería quedar con ella…
ENTREVISTADORA: ¿Y no le externabas eso a tu mamá?
ENTREVISTADA: Sí, pero ella no me hacía caso, era tanto el amor
hacia su pareja que el amor de madre lo dejó a un lado. Y me salí,
conocí a un amigo de mi hermano, el cual se me hizo fácil meterme
con él, tenía yo 11 años.
ENTREVISTADORA: ¿Y esa persona cuantos años tenía?
ENTREVISTADA: 15 años.
(Entrevista mujer 1).
Más adelante engendraría una hija con este joven e iría a vivir a la
casa de los padres de él. Durante el tiempo que vivió intermitente-

251
mente ahí, un par de años, fue víctima de violencia física por parte de
la pareja. Antes, sin embargo, nuevamente vivió en la calle corriendo
graves riesgos y sin que su madre mostrara ninguna preocupación.
Cuando yo me salí (de la casa de mi madre) […] seguí andando en
las calles, me quedaba en las plazas. Cuando me llevaban detenida
me llevaban a la comandancia, incluso mis amigos los policías como
ya me conocían, me querían llevar. Pero no me llevaban por nada
malo, me llevaban pero por intoxicación y le mandaban a hablar a
mi mamá y pues nunca se presentó. Ya después la tercera vez me
volví a salir, o sea era lo mismo yo no quería estar con ella y le decía
que yo no quería estar con él. Me voy con mi hermano y conozco
a su amigo. De no queriendo… pues estuvimos… un muchacho de
buena familia… salí embarazada. Yo no sabía que estaba embaraza-
da, mi mamá… mi abuelita fue la que se dio cuenta. Y mi mamá y
mi abuelita me dejaron como un objeto en casa de él, o sea: ‘aquí se
la traigo porque está panzona y no la quiero’. Y así, con él viví tres
años porque me golpeaba mucho, me pegaba mucho; por nada, no
podía salirme. Sentía una maldición porque si yo salía mucho andaba
de chiflada; si yo iba a la tienda, andaba de chiflada. Entonces eran
golpes y golpes y golpes. Yo no podía salir ni en mi embarazo ni a
mis citas, tenía que ir acompañada de su mamá o de su hermana.
(Entrevista mujer 1).
Finalmente se separó de esa pareja y poco tiempo después, todavía
siendo adolescente, se embarazó de nuevo, ahora de otra perso-
na. Por su juventud, carencia de medios propios y absoluta falta de
apoyo familiar, terminó por perder el contacto con sus dos prime-
ros hijos quienes han permanecido con las familias de los padres
y a los que no ve desde entonces. Como podemos observar, igual
que su pareja, a pesar de su condena consciente de las fallas de
sus padres en el ejercicio de sus responsabilidades, aparentemente
de forma involuntaria, ha repetido los patrones negativos en sus
roles parentales; en su caso el abandono. Aunque la narración que
hace de la pérdida de estos hijos pudiera pretender justificarse y
evadir su responsabilidad, da muestra también del profundo im-
pacto emocional que le significó; impacto que jugará un papel en su
actuación muy diferente ante nuevos conflictos que experimentó
en el ejercicio de sus responsabilidades maternas con los hijos de
su familia actual. Sobre la pérdida de su primer hijo cuenta:

252
ii parte: violencia intrafamiliar

ENTREVISTADA: A mí me urgía trabajar porque mi hijo pues era


leche, pañales, ropa, y yo por él. Yo trabajé en lo que sea. Entonces
yo me metí a trabajar a bailar, de bailarina, pero no duré mucho,
duré si acaso tres meses, cuatro meses a lo mucho; no me gustó el
ambiente de trabajo […] Me retiro. Después entré a trabajar a una
imprenta, tenía yo una entrevista de trabajo, pero el último día que
fui a trabajar yo no tenía quién me cuidara a mi niño, y el niño ya no
tenía leche, entonces yo fui con mi mamá y le toqué la puerta. Estaba
lloviendo y yo traía mi hijo en brazos, y yo le dije que si me lo podía
cuidar para trabajar, que si yo le pagaba por cuidarme al niño para
trabajar aunque sea ese día, y me dijo que no. Me cerró la puerta en
la cara con mi hijo […] y me dijo que no me lo podía cuidar porque
su señor no la dejaba, entonces yo no tenía quién me lo cuidara. Me
encuentro a una muchacha amiga de mi amigo y me dice: ‘yo te lo
cuido’. Se me hizo fácil dejárselo, pero yo nunca supe que ella lo iba
a traer en la calle en la madrugada. Entonces ella se topa con el papá
de mi hijo y me quitó al niño, entonces yo no podía registrarlo por-
que era menor de edad. Y cuando yo regreso me dice: ‘es que se lo
llevaron’. ‘¿Quién se lo llevo?’. ‘No pues que se lo llevó su papá’. Y yo
no volví a ver a mi hijo. Tiene… ya mi hijo va a cumplir 14 años, que
ya no lo he visto. Desde esa vez yo perdí contacto con él. Lo busqué
como loca, lo busqué desesperada. O sea, fui a su trabajo y ya no se
presentó, fui al día siguiente otra vez y me pegó y se fue. Fui y lo
busqué a donde se metía y no lo encontré. Fui a la casa de su mamá
y ya habían vendido la casa. Fui con su hermano, (que) era policía
de Apodaca y… no me supo dar ninguna razón. Y fui y puse una de-
manda. ‘¿Cómo se llama el niño?’ (le preguntaron). ‘Es que el niño
no está registrado’ (respondió). Dicen: ‘es que, ¿cómo quiere que lo
busquemos si el niño no está registrado?’
ENTREVISTADORA: ¿Y ni fotos ni nada?
ENTREVISTADA: Tengo una foto nada más de mi hijo, tenía mi
hijo si acaso unos tres meses de nacido, pero ya no volví a saber de
él […] Fue muy duro. Seguí mi vida, seguí trabajando, seguí traba-
jando por mi hija, porque pues tenía una hija a la cual ver, aunque
no estuviera conmigo, porque ya después la señora (la abuela pa-
terna) me dijo: ‘aquí déjala, para qué la sacas en la noche, para que
la trasnochas. Aquí déjala, ven a verla cuando quieras […], ‘tu hija
siempre va a ser tu hija, yo nunca te la voy a quitar, el día que tú
quieras venir por ella yo te la voy a entregar, ella siempre va a saber
que tú eres su madre’. (Entrevista mujer 1).

253
Aunque no aclara realmente los detalles, deja asentado que la unión
con su actual pareja significó también la separación de su primera
hija. Como cabría esperar, el inicio de la relación de pareja actual
está fuertemente condicionado por las historias de conflicto de
ambos. Comenzaron viviendo juntos en condiciones muy pre-
carias e inestables y sin ningún compromiso de pareja; en esas
condiciones se presentó el embarazo no planeado de su prime-
ra hija en común. El señor, aunque ya en conflicto con su espo-
sa, mantenía una relación intermitente con ella y en las mismas
fechas concibió con ella a un segundo hijo. Ante la situación y
por presiones de su madre, el señor abandonó a la pareja actual
temporalmente. Durante los primeros años, no tendrían ningu-
na estabilidad como familia; aun así, tuvieron otro hijo tres años
después. Durante esos años, “el volvió con su esposa, él estuvo
en su casa con su familia… no necesité de él; salí adelante y se lo
demostré”, dijo la señora sobre esa etapa de su vida.
Trabajé doble turno, trabajaba día y tarde, no… tarde y noche, y
llegaba yo en las mañanas. Y saqué adelante a mis hijos, y él lo
vio cuando él regresó; me pidió otra oportunidad […] Decidimos
volver, nos decidimos juntar otra vez […] Pero volvió a ser igual,
volvió a ser igual, mi hijo le tenía coraje desde chiquito […] como
que no quería al niño… no sé, no me explico yo por qué no. A lo
mejor él traía todavía el resentimiento de que ya no lo dejaron ver
a sus otros hijos, de que a lo mejor por culpa de nosotros, pero yo
le decía a él: ‘nosotros no tenemos la culpa, ¿por qué?, porque tú
desde un principio te hubieras movido ‘oye sabes qué, yo quiero el
divorcio, quiero la pensión para poder ver a mis hijos’. Tú hubie-
ras dado una pensión y tus hijos tú los puedes ver cuando quieras.
(Entrevista mujer 1).
Las versiones de ambos confirman que aún después de esta de-
cisión de reunirse, el señor ejerció violencia física y psicológica
contra la señora; esta última principalmente a través de constan-
tes encuentros sexuales con otras mujeres (incluida su esposa) de
forma abierta al conocimiento de ella, así como a través de repeti-
das amenazas de abandonarla.
Él me insultaba bastante, me decía que no me quería, que no quería
estar conmigo, me decía que no lo tocara, que le daba asco. O sea me
insultó como no tienes una idea, yo creo que lo peor que le puedes

254
ii parte: violencia intrafamiliar

hacer a una mujer. Y yo me le humillaba mucho, yo me le humillaba


bastante porque me sentía sola y no quería que él me dejara, porque
yo no tenía apoyo de mi familia, yo no tenía a nadie, yo me sentía
sola. La soledad es muy fea y me sentía como ‘¿qué voy a hacer?,
¿qué voy a hacer sin él con mis dos hijos?’ Se me cerró el mundo por
completo (Entrevista mujer 1).
También el señor continuó ejerciendo violencia física hacia los hi-
jos, en especial hacia el varón. Antes mencionamos que se en-
cuentra en general más normalizada que hacia las hijas y este caso
aporta elementos que lo apoyan y explican. Tanto en su familia
de origen como en su familia actual, primero como hijo agredido
y ahora como padre agresor, la diferencia por géneros es notoria.
La explicación que da de su actuar como padre golpeador refuerza
el vínculo entre hombría y violencia física.
Siempre le decía: ‘no me gusta que te andes dejando de nadie, de
nadie quiero que te andes dejando. ¿Por qué?, porque al rato te van
a querer humillar o algo, o cualquier cosa que hagas, que vean que
vengas, yo voy y yo mismo te voy a pegar’. O sea, esa era mi forma
de hablar con él, ¿sí me entiendes? Y yo mismo lo estaba orillando
[…] Y yo siempre le he dicho: ‘siempre tienes que estar… no te va-
yan a pegar o algo, tú reacciona, o sea, que no te quedes… si te van a
pegar, tú reacciona’, y en la escuela es lo que hacía antes, hasta que
ya empezó a hablar la maestra: ‘¿sabes qué?, pues traigo a (nombre
del niño) con esto, esto, y esto, y pues… ¿qué puede ser?, ¿quién es
el que se está comportando así?’ (Entrevista hombre 2).
La madre confirma que el comportamiento violento de su hijo en la
escuela, coincidía con los momentos en que mayor maltrato físico
recibía del padre. Igualmente, el señor no ha sido un proveedor
económico constante pues a lo largo de los años ha pasado largas
temporadas desempleado. Así expresa la mujer su actitud general
ante estos rasgos de su relación de pareja.
Yo no pido lujos, yo no pido un lujo, yo lo único que pido es que con-
vivas con tus hijos que les dediques tantito tiempo, que cambies tu
carácter… que tiene un carácter horrible, por todo se enoja y empie-
za a gritar. Entonces yo no le pido nada, yo lo único que le pido nada
más es eso y más que nada que sea responsable, porque nunca se ha
hecho responsable; siempre la que ha sacado todo adelante soy yo.
Siempre yo ropa para los niños, útiles para los niños, comida para

255
los niños. ‘Mami me pidieron esto en la escuela’, ‘mami esto, mami
el otro’… o sea todo yo, para todo los niños se dirigen conmigo.
(Entrevista mujer 1).
Como vemos, a pesar de la clara percepción de la incorreción del
comportamiento de su pareja, si bien la mujer puede responder
de forma que logra cumplir con sus principales responsabilidades
como madre, se mantiene en una actitud sumisa y de aceptación
de la violencia ejercida contra ella. Estas situaciones de disfuncio-
nalidad y precariedad económica se ven complicadas por la casi
completa falta de apoyo por parte de las familias de ambos con
quienes mantienen relaciones distantes, y quienes no les ayudan
en el cuidado de los hijos ni económicamente. Esto último se debe
en gran medida a que sus familias desaprueban su relación, sobre
todo por el matrimonio del señor con otra mujer que aún persiste.
Tras este recorrido por su historia, vemos cómo una familia
que a la mirada exterior puede aparecer como una familia nuclear
tradicional y relativamente estable en realidad es producto de
diversas situaciones que se alejan de la estructura familiar con-
siderada normal desde una perspectiva cultural hegemónica. Esto,
aunado a la reproducción de algunos patrones de relación de las
familias de origen (y de sus experiencias de parejas pasadas) de
los padres de la familia, condiciona una relación tensa y conflic-
tiva en la pareja, una latente amenaza a la continuidad de la re-
lación de concubinato, dificultades para el cumplimiento de las
funciones de provisión material y de ejercicio de la disciplina ha-
cia los hijos y, finalmente, las manifestaciones de violencia que ya
hemos comentado.
Que la maestra del hijo pueda decir de la pareja que “han te-
nido rachitas pero ahorita están bien” ha dependido de una ca-
pacidad de resiliencia que ha permitido en los últimos años una
transformación lenta pero profunda de sus dinámicas de pareja
y familia. Esa transformación inició después de una separación
decidida por la mujer y que pretendía ser definitiva.
Fui cambiando y ver que él no le echaba ganas me cambió más. Sí, co-
nocí a otra persona a la cual sí traté, después de doce años que yo es-
tuve con él conozco otra persona. Pero yo terminé mi relación prime-
ro con él para poder empezar con otra persona. (Entrevista mujer 1).

256
ii parte: violencia intrafamiliar

La resolución de la mujer a no seguir tolerando la situación desen-


cadenó un cambio.21 La separación sumió al señor en un episodio
de depresión profunda. La madre de este, preocupada porque in-
cluso había dejado de comer, contactó a la mujer. “’Yo no te quie-
ro’, me dice, ‘pero pues sí mi hijo es feliz y si él te necesita pues te
pido que regreses con él’” recordó ella. (Entrevista mujer 1). Él le
pidió regresar y ella aceptó.
Así arreglamos, ‘pero tú vas a trabajar, le vas a echar ganas al tra-
bajo, me vas a cambiar tu carácter, vas a cambiar con los niños’. O
sea, y de poquito en poquito lo empezó a hacer… hace año y medio
regresamos… de poquito en poquito empezó a cambiar. Se metió a
trabajar […] Después hubo un tiempo que se me quiso descompo-
ner de carácter con los niños, les gritaba. Y le digo: ‘bájale, ya ha-
bíamos hablado’ […] Empezamos a cambiar la rutina de la casa. Con
los niños, nos sentamos en una mesa y hablamos los cuatro. ‘¿Saben
qué, hijos? Hemos tenido problemas anteriormente por esto, esto y
esto… de ahora en adelante lo que tengan que decirme, díganmelo,
ténganme confianza yo soy su papá, soy su mamá. Les prometo que
no nos vamos a pelear, no nos vamos a separar, yo le voy a echar
ganas al trabajo, yo los voy a sacar adelante, son mis hijos, yo los
quiero mucho […] téngannos confianza’. (Entrevista mujer 1).
Los cambios introducidos en la dinámica también incluyen más
responsabilidades en el hogar hacia los niños, disciplina más clara
en base a reglas y castigos no físicos, así como actividades de es-
parcimiento y convivencia de la familia (entrenar futbol el padre
con los niños, salidas a la plaza, al centro de la ciudad, al cine…)
que antes nunca realizaban.
Veamos ahora con más detalle algunos factores que posibili-
taron este cambio. En primer término suponen un cambio en las
posiciones subjetivas de la pareja. Si la mujer (condicionada por la
separación de sus dos primeros hijos) toleraba abusos y situacio-
nes adversas, su relativa madurez tras las diversas experiencias
pasadas le permitieron siempre hacer saber con claridad a su pa-
reja sus deseos de que se comportara de otra forma y el daño que
su comportamiento le infligía. Cuando decidió separarse sí hubo
un posicionamiento claro, pero, a diferencia de las reacciones de

21 Aunque como veremos, será el origen de una nueva situación de violencia psicológica que
amenaza de nuevo la continuidad de la pareja.

257
otras mujeres que (según algunos informantes clave y los jóvenes
de los grupos de discusión) deciden encarar la violencia de su
pareja con más violencia, la mujer mantiene su comunicación
clara y sensata.22 Esta actitud, confirma el señor, le transmite el
mensaje de que se trata de un problema de la pareja que se po-
día solucionar entre los dos y no lo percibe como una acusación
personal; elemento esencial en su posibilidad de cambiar algunos
patrones de conducta propios. Por su parte, los cambios en la di-
námica familiar que han tenido lugar, subraya la madre, suponen
una ruptura con la imagen propia del señor. “Él era una persona
muy orgullosa y doblegó su orgullo, comenzó a convivir con el
niño” comenta ella. Como vemos, la simple convivencia no vio-
lenta con el hijo, supone un cuestionamiento de su imagen como
autoridad y probablemente de su masculinidad.
El contraste entre las experiencias de paternidad previa de
cada uno de los padres con esta mayor capacidad de encarar los
problemas en su familia actual, nos permite además confirmar
que la repetición de los patrones violentos de las familias de ori-
gen se expresarán con mayor probabilidad y con resultados más
perniciosos cuando se trate de parejas y paternidad a más tem-
prana edad. Además, la posibilidad que tienen ahora de modi-
ficar sus dinámicas familiares está condicionada por el quedar
conformados como una familia nuclear solamente con los hijos
de la pareja actual (a pesar de la accidentada historia pasada de
los padres, la presencia de los hijos de parejas previas muy proba-
blemente dificultaría más las relaciones actuales).
Debe reconocerse también el peso importante que ha tenido
la intervención sensible y pertinente de la maestra de primaria
del hijo. A pesar de que desconoce la profundidad de las proble-
máticas familiares insistió con la madre de familia en la necesi-
dad de encarar las situaciones en el hogar que estaban afectan-
do la conducta del hijo menor, lo hizo con tacto y brindó a los
padres, sobre todo al señor, un espacio de diálogo y reflexión
sobre su propio ejercicio de la paternidad que resultó de gran
significación.

22 Recordemos como las reacciones agresivas de las mujeres previamente violentadas suelen
ser calificadas como insensatas o locas según lo referido en los grupos de discusión.

258
ii parte: violencia intrafamiliar

Fíjate que me sentí bien (de hablar con la maestra). Te voy a decir
por qué. Porque yo nunca tuve un apoyo así. O sea, yo siempre yo,
yo, yo… y se siente bien el platicar que te sientes apoyado, […] A ve-
ces lo necesitas y (cuando) la maestra me dice ‘tengo este detalle’, a
mí fue lo que me motivo. ‘Oye, pérame, pues si nunca he tenido una
orientación de esa con mis niños, ni mis papás conmigo cuando era
niño, ¿por qué no escucharle a más gente?’. […] Ahorita me da gusto
(tener esta entrevista) porque se puede decir que es un apoyo que tú
me das. O sea, si tú estás retroalimentándome, ¿sí me entiendes?; y
yo retroalimentándote a ti de mi caso […] Mi mamá y mi papá nunca
se acercaron a la escuela. O sea, se acercaban en caso de algún pro-
blema. ‘Háblenle a la mamá de (su nombre)’, ¿sí me explico? Pero
alguien así que ‘oye, pues vamos hablar de (su nombre)’ […] de esa
manera, o sea, no de que ‘otra más y te vas expulsado’ […] Ahorita lo
que hizo la maestra que haya platicado con nosotros respecto al caso
de (nombre del hijo), de cómo se portó, qué hizo, qué no hizo, que
golpeó a este niño, yo nunca lo viví. (Entrevista hombre 2).
Debe notarse que es fundamental que no se trata simplemente de
reportes de la maestra (como el mismo entrevistado hizo notar),
sino de un genuino interés de esta por comprender y apoyar a la
familia a través de una atención personalizada. En el caso del pa-
dre de familia esto tuvo, como ya veíamos, un fuerte impacto, no
solamente cognitivo sino emocional, más aún cuando refirió que
yo nunca tuve un amigo que digas tú traigo este problema personal
y me acerco para desahogarme, ¿sí me entiendes? Nunca, yo nunca,
ni con mi mamá, aunque tengo problemas yo nunca me he apegado.
(Entrevista hombre 2).
A pesar de lo complicado que puede resultar que este tipo de in-
tervenciones de los maestros ocurran con mayor frecuencia, no
podemos sino subrayar lo valiosas que pueden resultar por tratarse
de alguien cercano e involucrado con los hijos; por contraste con
la intervención de un profesional o un agente institucional más
probablemente percibido como extraño por los padres. Una de las
informantes clave comentó la poca disposición de los padres del
entorno social estudiado para acudir a otras instancias, como los
psicólogos institucionales, cuando son referidos por los maestros.
Hay muchas familias que las hemos canalizado y no van, no van,
no van, porque es ir a dar la vuelta y gastar. Y a veces no tienen los

259
medios o simplemente a lo mejor de la primaria ya los canalizaron
y ya saben pues que van y que no te ayudan, no te ayudan, no te
ayudan mucho. A veces los mismos programas de gobierno están
muy limitados, ¿no? […] A lo mejor vas a una plática y dicen “no,
pues no me sirve, no”. (Informante 16).
Ese rechazo puede responder por una parte, a que la canalización
a un tercero puede ser tomada como una falta de implicación y
de responsabilización sobre la situación del menor; esto aunado a
las dificultades prácticas y económicas para seguir la recomenda-
ción. Por otra parte, por un rechazo (quizás condicionado por el
entorno social y cultural así como un vago conocimiento de la la-
bor de tales profesionales) a una intervención que perciben como
una intromisión externa. En otra de las familias en las que se en-
trevistó a la madre, se observa, independientemente de la validez
que pudieran tener sus argumentos, un insistente rechazo a esas
intervenciones, lo que anticipa un resultado muy limitado en caso
de llegar a seguir la indicación.
Me dijo la maestra: ‘ve con la psicóloga’. Y le digo: ‘hay veces que
ocupa ayuda (el hijo), si quiere podemos mandarlo, pero no se me
hace que le haga falta una psicóloga, le hace falta que le hable más
yo, que a lo mejor ahorita pasaron los movimientos (en la familia)
así muy rápido […] pero si lo quiere mandar, no hay problema yo
sé que no pasa nada si lo manda, a lo mejor le ayude en algo’. Pero
no, yo le dije: ‘si quieres […] yo lo llevo. Digo, no tengo el suficiente
tiempo así que digamos porque pues también no voy a estarlo lle-
vando y el tiempo que yo paso por él es cuando lo llevo y no plati-
camos cuando va a estar allá’. Entonces dijo que sí, pero ya no me
dieron un número de teléfono y luego me dijo que estaba bien lejos,
me iban a mandar hasta Guadalupe y ya está bien lejos […] (mi pa-
reja) me dice que no lo lleve con psicólogo que nada más necesita
atención, él siempre me ha dicho. Él es un niño y va creciendo y va
cambiando y va esto pero él me dice que no necesita psicólogo él
me dice a mí, ‘él no necesita, él está bien. Lo único que le hace falta
es hablar con él, ponerle atención’. (Entrevista mujer 2).
Tras este breve comentario más general regresamos al caso de la
familia que venimos analizando. Si hasta ahora hemos subrayado
su capacidad de resiliencia y cambio en un sentido positivo, debe-
mos también señalar las limitaciones en esa capacidad. Así, aun-

260
ii parte: violencia intrafamiliar

que la dinámica paterno-filial sea ahora mucho más funcional, la


relación de pareja ha visto surgir una nueva forma de violencia del
hombre hacia la mujer. El origen de ello, como indicamos en una
nota a pie de página antes, es la relación sentimental que la mujer
tuvo con otra persona durante la última separación de la pareja.
El señor reconoce su reacción, pero sin calificarla como violenta.
El detalle ese que me pasó con mi señora […] que me haya engañado
con otra (persona) […] por eso yo me siento así como que cualquier
cosita que haga ella, le reclamo. Esa es mi forma de ser ahorita, o sea,
le reclamo y nos molestamos y los niños nos ven […] Cualquier cosa
o algo que pase con ella, o sea, yo la veo… yo lo veo mal, cualquier
cosa que ‘ay, sabes qué, voy a salir, y esto y lo otro’, y yo me pongo de
que ‘¿a dónde va?, ¿qué va a hacer?’. (Entrevista hombre 2).
Cuando se molesta, reconoce, que puede pasar días sin dirigirle la
palabra a la mujer. Pero mientras él subraya la extrañeza y la inco-
modidad que generan en sí mismo sus reacciones, hasta entonces
desconocidas; ella hace resaltar en su entrevista la agresión que
representan y lo insostenible de la situación.
Ahorita últimamente sí hemos peleado muy seguido entre él y yo,
pero porque es mucho… respecto al error que yo tuve de haberlo
dejado y cuando yo le dije que estaba tratando a otra persona 23 […]
y él piensa que todavía yo estoy haciendo lo mismo […] Para todo
me tiene bien checada, en todos los aspectos; en el celular me lo
checa todo, a quién le hablo, cuánto duro hablando, cuántos men-
sajes envío, todo. Me salgo con una señora vecina […] y también:
‘¿a qué vas para allá?, y que ‘¿por qué esto?’ y ‘¿por qué el otro?’,
que ‘duras mucho tiempo’… que voy a salir al mercado a una parte,
tiene que saber todo… todo tiene que saber todo lo que yo hago. Ya
lo hemos hablado. Hace poco él se iba a ir de la casa otra vez. Yo le
dije: ‘es que ya no te aguanto, ya no aguanto tus celos, tu insegu-
ridad, tu desconfianza ya no la aguanto y nomás porque no te he
dado motivos… no sé por qué lo haces’. (Entrevista mujer 1).
Los motivos que expresa la mujer para no llegar a la separación,
pueden resumirse como sigue:
qué daño les harías tú tan grande a ellos (los hijos) si yo ahorita me
separo. Si yo ahorita noto una mejoría en mi hijo yo creo que yo al

23 Esta referencia a un error cuando es ella quien decide separarse, muestra también impli-
caciones importantes de género que antes hemos señalado.

261
sepárame de su papá mi hijo se va a volver a descomponer y yo no
quiero. (Entrevista mujer 1).
Aunque ninguno de los dos lo aborde de manera abierta, es la idea
misma del contacto sexual y sentimental de su pareja con otro
hombre la que (una vez más, como en el caso de sostener una re-
lación afectiva con su hijo) cuestiona la propia imagen y la mascu-
linidad del padre de familia. Cuestionamiento que, por otra parte,
empuja hacia los patrones de conducta violentos introyectados en
su historia personal.24
Esta persistencia de la violencia intrafamiliar, que adopta nuevas
formas tras los procesos de cambio en las dinámicas familiares nos
muestra que, al menos en las familias con problemas de violencia
profundos y arraigados, es más realista y factible la mejoría rela-
tiva que la erradicación definitiva de la violencia. Con miras a las
posibles formas de intervención, esto debe ser tomado en cuenta
junto a los señalamientos que hicimos al comentar la intervención
de la maestra de la escuela. Pero esa limitación en las posibilida-
des de cambio hacia dinámicas familiares libres de violencia, no
debe hacernos desestimar la magnitud del cambio experimentado
en esta familia cuya historia hemos tratado detalladamente. Si bien
hemos señalado una serie de factores que se combinaron para que
ese cambio fuera posible (edad de la pareja, la ausencia de sus hijos
de parejas anteriores, capacidad de aprender de sus relaciones pasa-
das) esto se ha dado principalmente sin apoyos externos además de
la puntual intervención de la maestra. Un apoyo más decidido que
tenga en cuenta las indicaciones que hemos destacado, seguramente
puede reforzar tales procesos de transformación familiar. Con las
familias con condiciones similares a esta, se tiene un buen margen
de posibilidad de incidir en los padres para reducir la violencia; al
menos en sus manifestaciones más graves.

4.3. Violencia en familias con evidentes situaciones de desestructura-


ción y riesgo
Es necesario hacer explícito que cuando hablamos de situaciones

24 Este elemento de las relaciones entre los géneros puede condicionar también la mayor
propensión a la violencia en familias en donde existen hijos de la madre de parejas pre-
vias.

262
ii parte: violencia intrafamiliar

de desestructuración en las familias, no pretendemos hacer un jui-


cio totalmente objetivo ni postulamos una única estructura fami-
liar deseable. Nos referimos a distintas variaciones respecto de
la norma social dominante que plantea como lo deseable a la fa-
milia nuclear heterosexual solamente con hijos de ambos padres.
Que dichas familias representen la normalidad (tanto estadística
como psicológica) es algo que puede ser cuestionado con muy di-
versos argumentos. Aun así, como ya lo indicábamos, la realidad
familiar que estudiamos refleja parcialmente esa coincidencia que
nuestros informantes clave establecieron entre familias que res-
ponden a esas variantes consideradas desestructuradas y algunas
manifestaciones de violencia. Ahora bien, puesto que las varia-
ciones respecto a la familia nuclear ideal son tantas y se presen-
tan en diversas combinaciones, debemos distinguir algunas de
ellas que resultaron relevantes y procurar identificar cuál es su
influjo particular al analizarlas.

a) Consumo habitual de estupefacientes y ocupaciones ligadas a


la sexualidad
Evidentemente, en principio el consumo de estupefacientes (sean
legales o no) o actividades laborales como la prostitución o el bai-
le en table dance no se refieren directamente a la estructura de la
familia. Sin embargo, hemos decidido incluirlos en este bloque de-
bido a la equivalencia que algunos informantes clave establecieron
entre familia desintegrada y dinámicas familiares afectadas con
estas situaciones. Es decir, no consideramos el consumo de alco-
hol o drogas solo como un elemento que puede funcionar como
detonante de las conductas violentas dentro de la familia (lo que
probablemente podría ocurrir), sino que lo tenemos en cuenta
como un factor habitual que condiciona las relaciones familiares
de manera más permanente. Lo mismo ocurre con las actividades
económicas ligadas a la sexualidad que, como antes señalamos, en
los dos casos que conocimos de dos madres de familia se encuen-
tran vinculadas a situaciones cotidianas de riesgo para los hijos.
Tras hacer estas aclaraciones, podemos ahora señalar que el con-
sumo habitual de alcohol fue identificado con precisión como un
elemento que puede condicionar relaciones agresivas de los padres

263
consumidores con los hijos y las parejas. Aunque más cercano a la
dinámica de un detonante de la violencia, en los tres casos en que
se identificó con certeza dicho consumo, este era tan regular que
la violencia física que les resulta asociada es un rasgo constante de
la relación con ese padre de familia. Esto era así en el caso de una
madre de familia (Exp. 4) y de dos padres varones (Exp. 9, 45).
Por su parte, el consumo de drogas muestra una mayor diver-
sidad en cuanto a los miembros de la familia que lo llevan a cabo
y una operación más clara como factor que condiciona las relacio-
nes familiares. En cuanto a los miembros consumidores identifi-
cados con claridad se encuentran una madre (Exp. 170), un padre
(Exp. 19), un hermano mayor (Exp. 42) y un cuñado (Exp. 43). En
todos esos casos la forma de violencia común es la negligencia
hacia los hijos menores; que en unos casos resulta grave y en uno
más se ve combinada también con violencia física (Exp. 42).
En cuanto a las ocupaciones de las madres ligadas a la sexuali-
dad, en los dos casos que conocimos se encuentra vinculada a una
falta de claridad o estabilidad de una figura paterna en la fami-
lia (Exp. 114, 148). Además, como ya mencionamos antes, posee
un influjo contrario a generar condiciones de desarrollo libre de
riesgos para los hijos. La dinámica nocturna de trabajo, las au-
sencias prolongadas y constantes que demanda, e incluso, el trato
de las mujeres con clientes dentro del hogar familiar, dificulta una
dinámica cercana y confiable entre madres e hijos e introduce si-
tuaciones de alto grado de riesgo para los menores. Así, en estos
dos casos se detectaron situaciones graves de violencia física y
profunda negligencia.

b) Parejas separadas y presencia de padrastros


La separación de los padres de los estudiantes fue un dato indi-
cado por los profesores entrevistados y por los mismos niños par-
ticipantes en el diagnóstico. Esa alta frecuencia concuerda con
las impresiones de los informantes clave sobre la población de La
Unidad. Sin embargo, debemos aclarar que no solo en el contexto
socioeconómico específico, relativamente marginal en el que rea-
lizamos el diagnóstico, sino en toda la entidad, los divorcios (una
de las formas más evidentes de registrar dichas separaciones) se

264
ii parte: violencia intrafamiliar

han incrementado en los últimos años (Ribeiro, 2014). Así, si bien


emergió con cierta claridad en nuestro análisis que las separacio-
nes, y el fenómeno relacionado de la presencia de padrastros, con
frecuencia se vincula a algunas formas de violencia intrafamiliar,
también registramos a familias con padres separados en las que
no se detectó violencia (Exp. 2, 167).
La primera relación que podemos establecer entre la separa-
ción de una pareja y la violencia, es cuando esta última representa
la causa de la separación (Exp. 114, 146, 153, 166). Pero, indepen-
dientemente de si ese es o no el origen de la ruptura, y de la si-
tuación actual de la familia (que se encuentren los menores con
familia extensa, solo con uno de los padres o con este y padras-
tros) la mayoría de las familias en las que hubo una separación
de los padres ha presentado una o más formas de violencia in-
trafamiliar. Las situaciones concretas en que ocurre pueden ser
muy variadas. Los casos que documentamos van desde una familia
en que los padres separados mantienen una convivencia constan-
te pero con problemas de comunicación y conflictos que inciden
en la negligencia hacia la hija, sobre todo en cuestiones escolares
(Exp. 129); hasta casos graves de violencia física (que menciona-
mos antes) en donde es principalmente la madre que antes fue
violentada y que queda a cargo de los hijos quien los golpea (Exp.
146, 162). Lo cierto es que, al igual que en la encuesta realizada en
secundaria, la jefatura familiar femenina, con madre trabajadora
y sin presencia del padre, es una de las situaciones más negativas
para la supervisión de los hijos y el ejercicio adecuado de sus cui-
dados básicos.
De la misma manera, ocurre violencia en casi todos los casos
estudiados en los que sabemos que hay un padrastro, con una
sola excepción (Exp. 147); aunque esa violencia no sea necesa-
riamente ejercida por el padrastro contra los hijastros. También
debemos asentar que, en la mayor parte de los casos en los que se
confirmó la presencia de padrastros en el grupo familiar no cono-
cemos a ciencia cierta si existió una separación de pareja previa o
si la mujer había sido madre soltera.
A pesar de estas aclaraciones, hemos de puntualizar que en
efecto en tales familias encontramos problemas de violencia que

265
resultan significativos. Existen casos en los que los padrastros ejer-
cen violencia física clara contra los menores (Exp. 117, 119). Pero
en otros se identifican situaciones más intrincadas, como ocurre
en una familia en que el padrastro golpea a la madre y esta a la hija
(Exp. 120), esto último incluso delante de los maestros de la es-
cuela. Adicionalmente este caso presenta otra situación de des-
viación respecto a la familia nuclear, compartir la vivienda con la
abuela materna con quien sostienen una relación conflictiva que
pone incluso en riesgo la estabilidad de su residencia en el lugar,
con la consiguiente tensión psicológica que ello implica. (Entre-
vista maestro 16).
Ya mencionamos antes también que uno de los pocos casos que
registramos de violencia sexual hacia una menor provenía de un
padrastro (violencia ejercida hacia la primera hija de su pareja)
(Exp. 61); y que, en otro caso también con presencia de un padras-
tro, a pesar de no estar confirmado, hay situaciones que ponen en
alerta a la maestra en ese mismo sentido (Exp. 113). A la maestra
le llama especialmente la atención que la única ocasión en que el
padrastro ha recogido al niño en la escuela, el alumno reaccionó
con rechazo hacia él y con una evidente tensión física. Si bien es
cierto que la madre, a quien tuvimos oportunidad de entrevistar,
explicaba que tras una separación temporal de esta su segunda
pareja, su hijo ha reaccionado con cierta distancia emocional ha-
cia él (Entrevista mujer 2), también se encontraron otras situacio-
nes de riesgo. El menor indicó ser golpeado por la figura paterna
con un cinto mojado (un detalle que supone una clara intención
de lastimar y que lo descarta como un recurso disciplinario jus-
tificable). Además, la misma madre refirió que el padrastro tie-
ne dificultades para asumir un rol de autoridad paterna ante el
menor, por lo que permanece en una situación ambigua y mani-
festó tener un intenso temor por la posibilidad de una agresión
sexual contra su hijo. Sin embargo, no señala como objeto de su
desconfianza de forma directa a su pareja, sino potencialmente a
cualquier persona o incluso a su propio padre (abuelo materno del
niño) con quien comparten su hogar.
Mi mamá siempre nos dijo: ‘nunca te confíes de nadie, ni de tu
papá tampoco’ […] Siempre le pregunto (a mi hijo): ‘¿qué haces? y

266
ii parte: violencia intrafamiliar

¿qué estás haciendo? y ¿fue tu abuelito?’. ‘No, pues que sí’. ‘Y ¿qué
hizo?’ […] Entonces yo le digo: ‘yo nada más quiero que me digas’.
Siempre le he dicho: ‘nadie debe de andarte tocando, nadie debe de
agarrarte aquí, nadie debe de andarte diciendo cosas, nadie debe
de andarte hablando de esto del otro’ […] Yo siempre paso en mi
cabeza que yo no quiero que mi niño pase por esas cosas y siempre
traigo por la cabeza, siempre por eso ahorita que se va a quedar le
dejo el teléfono; ‘pero cada vez que yo te hable tienes que contes-
tarme, si te hablo cinco veces en una hora me vas a contestar’ […]
Yo no me siento a gusto con nadie, porque pueden pasar miles de
[…] Por eso trato de estar pendiente con eso y hablando y decirle
todos los días, todos los días, todos los días… (Entrevista mujer 2).25
En este mismo caso, otros elementos dan cuenta de un activo ocul-
tamiento de la situación familiar hacia el exterior. A la impresión
de la maestra de que han presionado al menor para que no com-
parta con ella más información de lo que ocurre en casa (Entre-
vista maestro 16), se suma además la insistente reticencia a acudir
con un psicólogo ante la sugerencia que compartimos en el apar-
tado anterior y que proviene de la entrevista a esta madre de fa-
milia (Entrevista mujer 2). Existe, pues, por lo que vemos, una
resistencia particularmente intensa en esta familia al escrutinio
de sus dinámicas.
Finalmente, debemos también subrayar que en otras familias
con presencia de padrastros, este no es el factor más relevante para
explicar las situaciones de violencia que experimentan. Las ma-
nifestaciones de violencia intrafamiliar se explican mejor por el
entorno familiar construido paulatinamente a partir del inicio
temprano de la maternidad, en el que la presencia de una figu-
ra paterna distinta al padre biológico de uno o más de los hijos
es también un efecto secundario, y no necesariamente central.
Este es el caso, por ejemplo, de una familia con un hijo que cursa
ahora el segundo grado de primaria y que nació cuando su madre
era aún menor de edad. Aquí, la violencia física detectada hacia el
hijo proviene de la madre (Exp. 162) y las responsabilidades pa-
rentales se han descargado desde la más temprana edad del me-

25 Como vemos, aunque la mujer habla de la sexualidad con su hijo, la imagen que transmite
es la de un terreno de amenaza y no una faceta normal de la vida humana. Se confirma las
fuertes dificultades para un abordaje apropiado del desarrollo sexual de los menores.

267
nor en la abuela materna, quien las cumple insatisfactoriamente.
Este patrón confirmado como frecuente a través de las distintas
aproximaciones metodológicas de nuestro diagnóstico, establece
las condiciones de fondo para que también se presente violencia
por negligencia hacia el menor (que presenta graves problemas en
su aprovechamiento escolar, descuido en su higiene y se reporta
que diariamente pasa varias horas en la calle, lo que puede ser
el inicio de su incursión a las pandillas). La negligencia y la falta
de supervisión adulta del menor se ven intensificadas por la pre-
sencia de una nueva pareja sentimental de la madre. Aunque más
que un ejercicio directo de violencia del padrastro hacia el niño
lo que se observa es que la relación de pareja ha obstaculizado
aún más el que la madre asuma las responsabilidades parentales
(Entrevista maestro 22).
De hecho, el inicio de la maternidad temprana antes o apenas
poco después de la mayoría de edad (la mayoría de las veces fue-
ra de una pareja establecida) resultó ser una variable mucho más
trascendente para condicionar la presencia de situaciones de vio-
lencia intrafamiliar que otro tipo de desviaciones respecto de la
familia nuclear hegemónica. Ya hicimos en secciones anteriores
de esta Parte II algunos señalamientos al respecto y a continua-
ción los retomamos y ampliamos.

c) Maternidad temprana y desestructuración del sistema pater-


no-filial
En el caso recién comentado (Exp. 162) encontramos uno de los
patrones de dinámicas familiares más recurrentes en los que des-
emboca inicialmente la maternidad temprana: la madre perma-
nece en la casa paterna y asume una responsabilidad incompleta
respecto a su hijo, delegando parte de esas responsabilidades en
los abuelos. Como hemos visto, incluso esta misma situación ya
incrementa la posibilidad de que se presente violencia intrafami-
liar; por el hacinamiento y las situaciones de conflicto que suele
inducir. Otros dos posibles desenlaces de la maternidad tempra-
na, según los datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de
las Relaciones en los Hogares (ENDIREH 2011), incrementarían la
frecuencia con la que se presenta violencia entre las parejas. Uno

268
ii parte: violencia intrafamiliar

de ellos ocurre cuando, ante un embarazo no planeado la pareja de


los padres decide unirse. En tales parejas es claramente superior
la incidencia de violencia. Pasa lo mismo cuando se une una pareja
y uno de ellos concibió hijos previamente con otra persona. Como
recién mencionamos arriba, la presencia de hijos de uno solo de los
padres está ligada a mayor presencia de violencia hacia la mujer.
Pero mientras los datos de esta encuesta nacional nos presen-
tan una tendencia sin matices, nuestra aproximación, más cercana
a las dinámicas familiares concretas, nos permitió identificar con
mayor precisión procesos relativamente generalizados que generan
de forma más directa las situaciones en que la violencia física y por
negligencia suelen ocurrir; esto, sobre todo en los casos en los que
se observan situaciones más severas de afectación a los menores y
más escasas posibilidades de incidir en la conducta de los padres.
Como ya indicamos antes también, una de estas situaciones in-
ducida por los embarazos tempranos es la formación de familias
con padres jóvenes con niveles limitados de estudios y pocas op-
ciones de ingresos económicos suficientes. El resultado inmediato
es una mayor probabilidad de experimentar tensiones psicológi-
cas debido a la precariedad y reducción en las posibilidades de
supervisión paterna de los hijos. En algunas ocasiones los maestros
subrayaron como un dato central de las familias conflictivas y vio-
lentas de sus estudiantes que se trataba de padres “muy jóvenes”.
Por ejemplo, una niña que presenta unas de las más graves situa-
ciones de violencia física y negligencia detectadas fue engendrada
cuando sus padres eran menores de edad. Esa paternidad temprana
se encuentra claramente vinculada a las carencias económicas que
ha vivido la familia por la imposibilidad del padre de obtener un
empleo estable. Además se presenta el patrón antes discutido del
padre que golpea a la pareja, mientras esta última golpea a los hi-
jos (Exp. 118); patrón que señalamos se presenta en familias con
fuerte tensión emocional entre los miembros. Aunque esta familia
sí había logrado independizarse de las familias de origen de los
padres, tras la separación de la pareja a causa de la violencia física,
la mujer regresó con su hija a la casa de sus padres. Esta cohabita-
ción con la familia de origen tras la maternidad temprana, muchas
veces desde el inicio del embarazo (incluso cuando sí está presente

269
el padre, que va a vivir a la casa de los suegros), es otra fuente de
tensiones y conflictos potencial sobre la que volveremos.
Hay además otros efectos de la maternidad temprana en la es-
tructura familiar que se van configurando en el mediano plazo
y que, según hemos observado, llegan a tener un peso muy fuer-
te en las dinámicas familiares. Con mucha frecuencia el inicio
de la reproducción en la adolescencia configura, al paso de los
años, familias organizadas en torno a una madre con una nume-
rosa descendencia (cinco o seis hijos en ocasiones). La presión
adicional que esto supone para lograr cubrir adecuadamente las
necesidades materiales y de atención es evidente. Además, algunas
veces se trata de hijos de diferentes padres, cuestión que puede ver
complicadas las relaciones familiares por motivos ya referidos re-
petidamente, y que introduce además una discontinuidad de las
figuras que ejercen la autoridad y los cuidados parentales. En di-
chas situaciones encontramos entonces a algunas de las familias
con las situaciones de negligencia más graves y generalizadas en
todos los rubros de cuidados de los hijos: escuela, alimentación,
higiene, servicios de salud, supervisión paterna. (Exp. 71, 100).
Ahora bien, adicionalmente al inmediato problema de tener
más bocas que alimentar y más menores que atender, también las
amplias diferencias de edades que pueden resultar entre unos y
otros hijos se convierten con frecuencia en fuente de nuevos con-
flictos y disfuncionalidades familiares. Nos referimos, en primera
instancia, a diversos elementos negativos en las conductas de los
hijos mayores.26 Otro de los casos más graves de violencia física
y negligencia que ya hemos referido presenta dichas condiciones
estructurales. Se trata del niño con una discapacidad intelectual
no atendida por la familia a pesar de contar con servicio médi-
co para hacerlo (Exp. 31), sobre el que hicimos antes comentarios
relativamente extensos. Como mencionamos en su momento, ade-
más de esa y otras formas de negligencia hacia el niño que se su-
man situaciones crónicas de violencia intrafamiliar, la presencia
de una hermana mayor, distante en edad de los hijos menores de la
pareja, representa riesgos adicionales para el bienestar de los niños

26 Si bien estas conductas podrían tener relación con las limitaciones de los cuidados pater-
nos en la infancia y adolescencia de los primeros hijos, esto rara vez pudo ser confirmado.

270
ii parte: violencia intrafamiliar

y más oportunidades de ser víctimas de formas diversas formas de


violencia. De forma concreta, en el pasado, la hermana mayor,
siendo aún menor de edad se llevó de la casa familiar a sus herma-
nos más pequeños, poniéndolos en una situación residencial ines-
table y peligrosa (es el periodo en el que podría haber ocurrido un
abuso sexual hacia el menor participante en el diagnóstico), que
en su momento desembocó en el retiro de los menores por parte
de las autoridades. Asimismo, la pareja actual de esta hermana,
consumidor de drogas inhalantes, está presente cotidianamente
en la casa familiar (Entrevista maestro 4).
Aunado a esto, la frecuente dependencia que las mujeres y las
parejas que tienen hijos cuando son todavía muy jóvenes mantie-
nen respecto de sus familias de origen (para subsistir y para ejercer
funciones parentales), resulta un arma de doble filo. Por una par-
te puede aligerar las carencias en el cuidado de los menores, pero
también puede ser fuente adicional de conflicto; y no es raro que
los mismos abuelos o los tíos con quienes cohabita el nuevo grupo
paterno-filial sean señalados como agresores de los menores.
Una de las primeras situaciones que mencionamos en este diag-
nóstico y que derivan de la maternidad temprana y la abundante
descendencia es el de los hermanos mayores que ejercen violen-
cia física hacia los menores (Exp. 15, 28 , 40, 135 y 161). 27 Como
ejemplo de esta situación tenemos a una niña de primer grado
cuyo hermano adulto funge como figura paterna ante la ausen-
cia del padre biológico y que, junto con la madre, ejerce violencia
física constante hacia la niña (Exp. 14). Esta menor ha externado
en la escuela su intención suicida. Si bien las causas de esto últi-
mo podrían ser diversas, la maestra identifica un claro punto de
inflexión a partir del cual observa descuido de su higiene y su
apariencia personal lo que es indicativo de una desatención pa-
rental que podría ser uno de los principales factores de su estado
psicológico (Entrevista maestro 1).
En otras ocasiones estos hermanos mayores no necesariamente
ejercen una violencia física directa hacia sus hermanos más peque-
ños, sin embargo, generan en la familia otras formas de violencia

27 Ya aclaramos también que nos referimos a los casos de amplias diferencias de edades que
suponen un claro abuso y no una agresión entre pares.

271
o situaciones que, indirectamente repercuten en la configura-
ción de un entorno conflictivo y violento, o bien interfieren en la
atención y en el desarrollo de los miembros más pequeños. Una
de tales situaciones se da por la violencia en las parejas de los her-
manos mayores que continúan viviendo en casa de los padres.
Esto ocurre en el hogar de uno de los menores, caracterizado
como uno de los más negativos por sus situaciones de conflicto,
así como por la absoluta falta de disposición de los padres a pro-
curar mejorar la atención de su hijo, quien cursa el primer año
(Exp. 7). El menor refiere la violencia física entre su hermana y
su pareja “como un chiste”, dice su maestra (Entrevista maestro
1), lo que refleja su normalización. Violencia que, sin embargo, les
ha llevado a la separación luego de haber engendrado dos hijas.
Aunque no se haya confirmado, la posibilidad de que el mismo
menor reciba agresiones físicas es alta; mientras que la negligencia
y la falta de supervisión (sí confirmadas), propician que se trate de
uno de los niños que antes indicamos que se encuentra más cerca
de las dinámicas pandilleriles desde su temprana edad. En otras
familias, incluso los noviazgos de los hermanos mayores pueden
ser ya relaciones a través de las cuales los niños se encuentran
expuestos a violencia de género, como ocurre con una niña de se-
gundo grado que vive con su madre, sus hermanos y su padrastro
(Exp. 24). También se registró algún caso en el que la hermana
mayor de una niña de tercer grado, a pesar de no vivir formal-
mente en la casa familiar pasa ahí mucho tiempo, y que con fre-
cuencia golpea a sus hijos durante sus visitas (Exp. 131).
Las conductas más abiertamente desviadas de las normas so-
ciales de algunos hermanos mayores también contribuyen a los
entornos familiares nocivos y, de forma indirecta, a un ejercicio
más violento de las funciones paternas hacia los hermanos me-
nores que se encuentran en una etapa más vulnerable de su desa-
rrollo. Ya comentamos antes el caso de una niña en la que la vio-
lencia física y la negligencia que ejerce la madre hacia ella son de
las más graves registradas (Exp. 42). En su familia encontramos,
entre otros factores de conflicto y tensión constante, alusiones a
conductas delictivas de dos hermanos mayores vinculados a la
portación de armas, amenazas de agresiones a terceros e incluso

272
ii parte: violencia intrafamiliar

un probable homicidio cometido por uno de ellos. Este sería el mo-


tivo por el que uno se encuentra en prisión; mientras que el que
permanece en la casa familiar es consumidor habitual de drogas.
La preocupación de la madre por visitar al hijo recluido induce
un grave descuido de sus hijos menores y con alta probabilidad
contribuye a una tensión psicológica en ella que refuerza su uso
de violencia física hacia los hijos menores (Entrevista maestro
5). Otro caso más, si bien no registra esos grados de violencia,
también nos muestra el influjo de las desviaciones sociales de los
hermanos mayores en la dinámica familiar (Exp. 73). Es sabido
por la maestra que los hermanos mayores de su alumno de primer
grado se dedican al robo, lo que genera constantes preocupacio-
nes y problemas a la madre que, aunque se esfuerza por atender a
su hijo menor, descuida su desarrollo académico y experimenta
fuerte tensión por evitar que el niño “sea igual que sus herma-
nos”. Preocupaciones que se ven intensificadas por la ausencia pa-
terna, primero de los elementos de desestructuración que men-
cionamos. (Entrevista maestro 2).
Finalmente, pero no menos significativo, entre los principa-
les efectos de la maternidad temprana y la numerosa progenie,
debemos contar el incremento en la posibilidad de repetición del
patrón del inicio de la sexualidad y los embarazos no deseados
durante la adolescencia en los hermanos mayores. Estos, por una
parte, operan como elementos normalizadores de dicho patrón ante
los menores que conviven con esas situaciones de forma cotidia-
na. Por otra parte, suelen introducir nuevas exigencias al sistema
familiar, así como mayores factores de conflicto y con ello mas
probabilidad del ejercicio de la violencia.
Sobre la normalización de tales patrones de trayectorias sexua-
les y de pareja antes referimos el caso de una niña de tercer grado
(Exp. 43) de quien la maestra informó que las hermanas mayores
habían iniciado vida de pareja con los novios durante la adoles-
cencia (refuerza la idea de la falta de supervisión paterna o en su
defecto, de dinámicas funcionales de dichas parejas el hecho de
que uno de los cuñados consume inhalantes). Igualmente, la me-
nor habría estado expuesta a presenciar situaciones sexuales de su
hermano mayor con una compañera de la secundaria (Entrevista

273
maestro 5). Como también indicamos antes, estas situaciones nos
muestran condiciones propicias para que, al llegar a la adolescen-
cia esta hija menor pudiera presentar una maternidad precoz con
las condiciones económicas y familiares adversas que ello signifi-
caría. Otros casos de maternidad temprana de las hermanos ma-
yores los encontramos en diferentes familias (Exp. 7, 131), confir-
mado en dos casos que esto ocurrió cuando eran menores de edad
(Exp. 15, 132).
La procreación por parte de los hermanos mayores que gene-
ralmente permanecen en la casa familiar supone un incremento
en los niveles de conflicto dentro de los grupos familiares. Entre
sus efectos está no solo el evidente incremento del hacinamiento
en el hogar y la mayor exigencia económica y material. A su vez
puede significar un trastrocamiento de las estructuras de autori-
dad y responsabilidad parental y alterar los subsistemas paterno-
filiales entre sus padres y sus hermanos menores. Si tenemos en
cuenta, además, que esto suele ocurrir en familias cuyo ejercicio de
las responsabilidades parentales se veían ya afectados este efecto
se verá incrementado. Este aumento de la tensión y el conflicto en
el entorno familiar desembocan frecuentemente en ejercicio de
violencia. Entre los casos en esa situación se documentó violen-
cia de tipo físico entre la hermana mayor y la pareja, así como ne-
gligencia hacia el hermano menor (Exp. 7); violencia física entre
los padres y hacia los menores (Exp. 15); física hacia la niña (Exp.
131); física y por negligencia hacia el menor (Exp. 132). Asimismo,
en dos de estos casos (Exp. 7 y 132) se confirmó el mayor acerca-
miento que registramos de los hijos menores a las pandillas o a las
dinámicas propias de esos grupos juveniles.
En algunos casos resulta evidente uno de los mecanismos en que
esta situación general de maternidad temprana como inicio de la fa-
milia y la presencia de numerosos hijos con amplias diferencias de
edades entre algunos de ellos, puede presionar a los hijos mayores
(especialmente a las mujeres) hacia la reproducción temprana pro-
pia y con ello a repetir la trayectoria de formación y desarrollo de su
familia de origen, en una suerte de círculo vicioso. Al ser las mujeres
quienes culturalmente (en lo que también puede ser considerado
una muestra de violencia de género sutil y estructural) se consideran

274
ii parte: violencia intrafamiliar

responsables del cuidado de los niños de las familias, resulta común


que los padres descarguen en las hermanas mayores esas funciones.
Fueron varias las familias en que los maestros identificaron esa
situación de las hermanas mayores como principales responsables
de los cuidados de sus hermanos. Aunque los rangos de edad pueden
variar ampliamente, desde niñas en los últimos grados de primaria
hasta jóvenes de más de 20 años, es sobre todo cuando las chicas
se encuentran en edad escolar cuando se observan los mayores
riesgos. En primer lugar la capacidad para cumplir tales funciones
resulta siempre limitada y en casos en que eso ocurre se observan
algunas de las condiciones más graves de negligencia hacia los hi-
jos menores de la familia y también los inicios de la dinámica calle-
jera que acerca a los niños a las pandillas. Además, como pudimos
confirmar, el asumir semejante responsabilidad puede interferir
con sus estudios y conducir al abandono escolar en el momento
crítico previamente identificado de la secundaria. Así ocurrió con
una adolescente que recibía cada vez mayores responsabilidades en
la atención de hermanos menores (Exp. 4). Como también ya había-
mos referido, el abandono escolar es un importante factor de riesgo
para la maternidad temprana. Con ello, la reproducción precoz en
la generación de los padres puede ser el inicio de una cadena de
condiciones adversas que se van sumando e incrementan la proba-
bilidad de que ocurran en la generación de los hijos, nuevos casos
de reproducción precoz que contribuyen a perpetuar condiciones
familiares adversas al desarrollo de sus miembros y, a la vez, propi-
cias a la irrupción de violencia en el hogar.
En general podemos concluir que las diversas situaciones, con
frecuencia inducidas inicialmente por la maternidad temprana, en
el fondo conducen a una desestructuración del susbsistema fami-
liar paterno-filial. Es decir, a la pérdida de claridad sobre las res-
ponsabilidades y la autoridad paterna respecto de los miembros
más jóvenes (aún en desarrollo, más dependientes y vulnerables)
de las familias; a una disolución de los límites claros entre las
generaciones; así como a una complicación, a veces excesiva, so-
bre las relaciones de dependencia material y emocional dentro del
hogar. Suelen ser estas también, las familias que antes comenta-
mos que ignoran los señalamientos y solicitudes que les plantean

275
los agentes escolares, los cuestionan o simulan tenerlos en cuenta
cuando en realidad no lo hacen. Es decir, aquellas que menos po-
sibilidad tienen de modificar sus funcionamiento (y reducir sus
niveles de violencia) por la influencia o atención a través de los
padres. Por ello, como indicaremos en la sección dedicada a las
recomendaciones que derivan de este diagnóstico, consideramos
potencialmente más efectivo enfocar los esfuerzos en el trabajo
con los mismos niños o, en todo caso, con adultos distintos a los
padres de familia.

A modo de conclusión parcial: Centralidad explicativa de las concep-


ciones sobre la sexualidad y el control de la natalidad en los jóvenes de
La Unidad.
Ya en el primer capítulo de la Parte II de este libro, dedicada a
la violencia intrafamiliar, discutimos sobre fuertes obstáculos para
un tratamiento adecuado de la sexualidad, tanto entre los resi-
dentes de la zona en que se llevó a cabo el diagnóstico como entre
algunos de los agentes institucionales que les brindan atención.
Como hemos visto en las secciones previas, el hecho de que se
presente un embarazo temprano, en la mayoría de los casos no
planeado y durante la adolescencia, es uno de los factores con
más influjo para propiciar (directa o indirectamente) situaciones
familiares violentas en los hogares (lo mismo que la incorpora-
ción de los menores a dinámicas de violencia social fuera de es-
tos). También resulta claro, por lo presentado hasta ahora, que se
trata de un acontecimiento que se presenta frecuentemente entre
los jóvenes de La Unidad.
También hemos venido señalando en distintos momentos, al-
gunos de los factores que contribuyen a esa alta frecuencia de em-
barazos tempranos como son: la normalización de los mismos en
el contexto familiar y social, el abandono escolar y la renuncia a
planes de vida que contribuyen a retrasar la edad del inicio de la
paternidad, el deseo de abandonar un hogar familiar conflictivo
y/o en el que se asignan responsabilidades sobre los cuidados de
los hermanos menores. Debemos, sin embargo, subrayar ahora el
fuerte influjo que también tienen en la ocurrencia de estos emba-
razos las concepciones prejuiciosas sobre la sexualidad, condicio-

276
ii parte: violencia intrafamiliar

nadas por una educación sexual casi nula por parte de las familias,
y limitada a lo informativo desde una perspectiva biologicista en
el entorno escolar o institucional. Para ahondar en ello recurrire-
mos principalmente a los resultados de la encuesta y a los grupos
de discusión que realizamos en la secundaria.
En la primera parte de nuestra argumentación debemos dejar
claro que, a pesar de esa normalización del embarazo temprano
en su contexto, los jóvenes que asisten a la secundaria en su gran
mayoría refieren que dentro de su proyecto de vida (al menos en
el plano consciente) la paternidad en ningún caso es contemplada
antes de la mayoría de edad. Aproximadamente tres de cada cua-
tro de los estudiantes indica querer tener su primer hijo después
de los 28 años o a una edad aún mayor. Edades similares fueron re-
feridas en los grupos de discusión, donde además fue posible ahon-
dar en los razonamientos detrás de esos deseos. Así, por ejemplo,
en uno de los grupos masculinos compartieron que deseaban for-
mar una familia propia una vez que lograran terminar sus estu-
dios (universitarios, según la expectativa de la mayoría) y con-
seguir un buen trabajo (Grupo de discusión Hombres Matutino).
Es decir, visualizan un proyecto de vida similar al de cualquier
joven de un contexto urbano menos conflictivo que el estudiado,
y si, en todo caso la normalización del embarazo temprano juega
un papel determinante, este no opera en un plano consciente sino
introyectado involuntariamente por los adolescentes.
A pesar de estas expectativas sobre el inicio de la paternidad,
en los cuatro grupos de discusión realizados casi todos los partici-
pantes conocían casos de embarazos adolescentes que, además, se
encontraban vinculados a una o más de las problemáticas señala-
das: abandono escolar, monoparentalidad, carencias económicas,
separaciones de pareja y presencia de figuras paternas distintas a
los padres biológicos. Si bien también todos los jóvenes participan-
tes juzgaban un eventual embarazo temprano como algo indeseable
en su vida, al abordar la forma de evitarlo, la gran mayoría se re-
fería a la abstinencia sexual como vía principal a pesar de que di-
recta o indirectamente se reconociera el inicio de la vida sexual en
la adolescencia como algo normal o al menos probable. Los claros
conocimientos, en un plano informativo, sobre métodos anticon-

277
ceptivos, en la mayoría de los jóvenes no tenía ningún impacto en
sus prácticas habituales. Si bien en ambos grupos de mujeres algu-
nas participantes refirieron que las chicas debían “cuidarse y no
salir embarazadas” no se referían al uso de métodos anticoncepti-
vos sino, nuevamente a la abstinencia, pues aclararon que la forma
de cuidarse es “no brincarse etapas” (Grupo de discusión Mujeres
Matutino). En uno de los grupos de hombres se indicó que, cuando
los padres hablan abiertamente de la sexualidad con ellos, también
se tiene esta visión de la abstinencia que ignora la actividad sexual
real de los adolescentes de la zona. “Mi papá me dice que estamos
jóvenes, que todo a su tiempo […] porque lo haremos un día” (Gru-
po de discusión Hombres Turno Matutino)28 refirió uno de los par-
ticipantes, dejando clara la injerencia de las formas de educación
sexual en su reticencia a encarar más abiertamente la posibilidad
de reconocer la conducta sexual de los adolescentes y la posibili-
dad de promover el uso de anticonceptivos.
Esto no quiere decir, como ya señalamos, que los jóvenes ca-
rezcan de información sobre dichos métodos anticonceptivos. Sin
embargo, suele brindárseles en un plano biologicista (siendo jus-
tamente la maestra de biología la encargada) y no reconociendo
la sexualidad como una dimensión más amplia de la vida normal
de los jóvenes. El resultado de esto es la sensación de que el em-
barazo es una amenaza latente si, a pesar de la presión hacia la
abstinencia, “te gana la calentura” (Grupo de discusión Hombres
Turno Matutino) o si no te esperas y “abres las patas” (Grupo de
discusión Mujeres Turno Matutino).
La mayor carga de responsabilidad asignada a la mujer para
evitar un embarazo y la forma de referirse a ello, como vemos,
llega a tener tintes que bien pueden calificarse de violencia de gé-
nero. Así, en uno de los grupos se llegó a sostener que los padres
deben tener un mayor control sobre las hijas pues si no “salen em-
barazadas” (Grupo de discusión Hombres Turno Vespertino). Otra
manifestación de esta violencia de género llega a responsabilizar
a la mujer incluso por ataques sexuales en su contra, situación

28 Podemos recordar que también agentes institucionales mostraron en sus entrevistas esta
inclinación a la abstinencia sexual como forma de evitar los embarazos no deseados y
desestimaban un abordaje más abierto e integral de las posibilidades del uso de métodos
anticonceptivos.

278
ii parte: violencia intrafamiliar

que, como se indicó en la Parte I de este libro, se expresa más


abiertamente por mujeres que por hombres. Reproducimos algu-
nos fragmentos de la sesión en donde se presenta esta idea.
“Sí está mal (la situación propuesta en el video mostrado), porque
cómo va vestida y luego es mujer, entonces es muy probable que le
vaya a pasar algo, que la vayan a secuestrar, que la vayan a violar o
algo así”.
“Cómo iba vestida la chava, está mal que la dejen salir así porque
es una señorita. Se supone que se debe de vestir adecuadamente”.
“A lo mejor hasta quieren matarla y violarla y aventarla o no sé y
el hombre pues él actúa y no sabe ni quien fue y obviamente pues
ahí la mujer comete el error, bueno, la mamá (por permitirle salir),
pero más la mujer por irse así vestida de la faldita chiquita y esos
tops con el pelo así”.
“(Los hombres) en unas partes son respetuosos con las mujeres
porque las mujeres también lo permiten y en la forma como vienen
vestidas, como van, como son y en otras partes por así decirlo aquí
son respetuosos”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]
Otro elemento que las opiniones vertidas en los grupos de discu-
sión pusieron de manifiesto, es el completo rechazo de los jóvenes
a la posibilidad del aborto una vez que se presenta un embarazo.
La postura combina tanto la reticencia a aceptar una forma de evi-
tar la paternidad distinta de la abstinencia sexual como la respon-
sabilización excesiva de la mujer por tal desenlace. A pesar del
rechazo de la paternidad temprana como proyecto consciente de
vida y de la claridad sobre las implicaciones que generalmente tie-
ne en la interrupción de los estudios y las dificultades económicas,
tanto entre los hombres como entre las mujeres, si ello llegara a
presentarse hubo quien lo calificó como una “bendición de dios”
(Grupo de discusión Hombres Turno Matutino) o quien reconoció
que aunque no se buscara, “a la vez está bonito” (Grupo de discu-
sión Mujeres Turno Matutino). En el caso de las mujeres abordaron
más abiertamente esa posibilidad del aborto y la rechazaron de
forma terminante con una participante como única excepción.
Si bien, en un inicio, se presenta una actitud similar en hom-
bres y mujeres sobre la responsabilidad de hacerse cargo de un
hijo no planeado, dejan también verse diferentes concepciones

279
sobre las responsabilidades que dependen del género. Así, aun-
que los hombres de manera generalizada manifestaron que se ha-
rían responsables, también reconocieron que existe la posibilidad
de no hacerlo, e incluso conocen casos en que ha sido así.
Moderador: ¿Ustedes estarían en esa situación de embarazar a al-
guien?
A: Le pido ayuda a mis papás.
E: Me quedo con mi hijo, es una bendición de Dios.
C: Busco un trabajo y de perdido que pueda pagar los gastos mé-
dicos.
A: Te hace reflexionar o algo así… te tienes que poner las pilas, ya
tienes hijo.
E: Te cambia la vida.
A: Ya tienes que… tu estilo de vida pos ya cambió, tienes que hacer-
te cargo de un bebé y de la mamá.
E: No, pues yo vendo mis cosas, mis cadenas y todo, gorras, me meto
a trabajar.
A: Si lo tuviera, me vuelvo más responsable…
H: No sé yo me haría cargo de mi hijo, y les pediría ayuda a mis
papás.
A: Pero es que, ¿quién sabe? Ahorita decimos que seríamos respon-
sables pero ya que lo tenemos, como que dices: ‘¿me hago o no?’
E: Dan los nervios
A: Es que nomás diciendo: ‘me hago cargo’, pero ya cuando estás en
esa situación le piensas más.
[Grupo de discusión Hombres Turno Matutino]
Entre las mujeres, junto a esa convicción de que debes hacerte car-
go, asoma también un juicio moral en la culpabilización por resul-
tar embarazada.
“Está mal, debió haber terminado todos sus estudios”.
“(Debe) tenerlo y cuidarlo, pues que si tuvo el suficiente valor para
abrir las patas pues también para cuidarlo”.
“Que lo tenga, que lo cuide. El bebé no tiene la culpa”.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Matutino]
Yo creo que la chava estuvo mal, porque no pensó dos veces antes
de actuar, porque si hubiera pensado a la primera tal vez ahorita
estuviera estudiando otra vez. Pero como le gano el calor… a lo
mejor la chava se prostituyo y le valió.
[Grupo de discusión Mujeres Turno Vespertino]

280
ii parte: violencia intrafamiliar

Esta visión de los jóvenes inmersos en el entorno en el que tales


embarazos son comunes es confirmada por personal escolar de la
secundaria. La persona encargada del área donde se realizaron
las sesiones de los grupos de discusión mostró interés por los te-
mas que se tratarían y de manera informal en conversación con
el equipo de investigación refirió que la paternidad temprana es
la norma entre las familias de los estudiantes. También señaló que
cuando tienen estudiantes embarazadas se les sugiere seguir sus
estudios en una modalidad no presencial; situación que, reco-
noció, suele desembocar en el abandono definitivo de los estu-
dios por parte de la joven (Notas del grupo de discusión matutino
hombres). Si bien argumentó que no se busca con ello ocultar el
problema del embarazo adolescente sino evitar normalizarlo, nos
habla, de nuevo, de la profunda inadecuación del tratamiento de
la sexualidad y la educación sexual en el contexto social en que se
realizó el diagnóstico.

281
CONCLUSIONES DE LA SEGUNDA PARTE

TEORÍAS SUBJETIVAS SOBRE LA VIOLENCIA INTRAFAMILIAR


DESDE LA ÓPTICA DE LOS AGENTES INSTITUCIONALES
Los agentes institucionales involucrados en la atención de la pobla-
ción de La Unidad y su área de influencia muestran una clara no-
ción de que la violencia representa un fenómeno social complejo,
multifactorial, que se manifiesta de formas y en espacios diversos.
Está muy extendida la idea de que la presencia de un tipo de vio-
lencia en un espacio determinado aumenta la posibilidad de que
se produzcan manifestaciones de otros tipos y en otros espacios.
Sin embargo, se observa que la mayoría de los informantes con-
cibe la complejidad atribuida al fenómeno de la violencia como
una amalgama de elementos conflictivos que se mezclan e inten-
sifican entre sí, sin intentar identificar dinámicas subyacentes de
manera más precisa. Tampoco se hace una distinción clara en-
tre agresividad, violencia y ejercicio de autoridad. Por lo tanto, la
complejidad reconocida no se ve necesariamente reflejada en un
abordaje integral y complejo del fenómeno de la violencia.
Otro elemento que impide una comprensión más integral del
fenómeno es la presencia, en algunos agentes institucionales,
de juicios que estigmatizan a los sectores desfavorecidos de la
población en donde las manifestaciones de violencia son más vi-
sibles. Esto puede llegar a una ruptura radical entre los valores de
unos y otros, así como a la responsabilización del individuo por
los factores de su contexto que conducen a la irrupción y man-
tenimiento de la violencia. Tales juicios conducen a persistir en
intervenciones informativas unidireccionales poco eficaces. Por
el contrario, los afectados por situaciones de violencia muestran
más apertura cuando las intervenciones logran establecer cer-
canía y confianza con la población; aunque generalmente desean

282
ii parte: violencia intrafamiliar

que su situación no trascienda hacia una denuncia o una atención


más institucionalizada.
Resultó muy llamativo que en las teorías subjetivas de los in-
formantes clave se observa una falta de caracterización específica
de la violencia intrafamiliar, que se conceptualiza como una forma
de violencia que tiene lugar en un ámbito específico pero que no
presenta dinámicas particulares. Los únicos rasgos diferenciados
que se le reconocen son su ocultamiento (aunque en el contexto de
la colonia La Unidad, ese ocultamiento sería menor) y una mayor
profundidad de sus efectos perniciosos sobre quienes la experi-
mentan (sobre todo porque la violencia experimentada en el ho-
gar sería replicada ante nuevos conflictos). De hecho, se percibe
una sobregeneralización de la violencia intrafamiliar como causa
de una diversidad de problemáticas de desviación social (parti-
cularmente la violencia pandilleril) que resultan más fácilmente
observables. Apreciación no necesariamente falsa, pero sí insufi-
cientemente corroborada.
Por otra parte, la privilegiada atención que se da a la violencia
entre las parejas tiende a restar interés a la que es ejercida en el
subsistema paterno-filial. Además, esta violencia generalmente no
es analizada atendiendo a los estereotipos, los roles y las relacio-
nes de género imperantes. En algunos agentes institucionales se
observa también una dificultad para el tratamiento objetivo de la
sexualidad, lo que puede incluso conducir a una patologización de
manifestaciones de la sexualidad por distanciarse de los valores
morales hegemónicos, así como a magnificar sus efectos psicoló-
gicamente desestructurantes y propiciadores de violencia.

PRESENCIA Y ALCANCE DE LAS MANIFESTACIONES


DE VIOLENCIA INTRAFAMILIAR
El castigo físico hacia los hijos a través de golpes se observa ex-
tendido y normalizado entre las familias de la colonia, siendo iden-
tificado en poco más de la mitad de los casos estudiados. Si bien
no siempre puede catalogarse problemáticamente como violen-
cia, es un hábito que legitima el uso de la violencia física para
afrontar el conflicto y para incidir en la conducta de los otros.
Gran proporción de menores que experimenta violencia física lo

283
comunica abiertamente cuando es cuestionado sobre el tema y
algunos padres llegan a ejercerlo en presencia de agentes institu-
cionales, lo que confirma la presencia y arraigo de valores contra-
hegemónicos en las familias de la zona.
Junto a los padres, los hermanos mayores (con amplias diferen-
cias de edades respecto de los menores) aparecen como figuras
golpeadoras. La violencia física hacia los hijos hombres resulta
más normalizada. En ello influyen estereotipos sobre la masculi-
nidad como naturalmente tendiente a la violencia, e incluso re-
forzada mediante su ejercicio.
La violencia física (en muchos casos de forma paralela a otros
tipos de violencia) es bastante frecuente entre los padres y es prin-
cipalmente ejercida por el hombre contra la mujer. Cuando este
tipo de violencia ocurre se observan mucho más esfuerzos por
ocultarla y es condenada con firmeza en el plano discursivo. Aun
así pudo registrarse en cerca de la sexta parte de las familias par-
ticipantes y la proporción muy probablemente es mayor. Ante la
discrepancia entre lo discursivo y lo fáctico puede recurrirse a
intentar justificarla o racionalizarla, a través de estereotipos de
género que podrían calificarse de violencia simbólica hacia la
mujer. En una frecuencia menor también se registraron casos de
violencia física de la mujer hacia su pareja o entre otros adultos de
la familia, como entre padres y tíos o padres y abuelos.
Por otra parte, alrededor de un tercio de las familias incluidas
en el diagnóstico registran violencia por negligencia en distintos
grados y en uno o varios ámbitos de la atención y los cuidados de
los hijos. Entre esos casos no solamente se encontraron padres
en condiciones socioeconómicas adversas sino también algunos
con situaciones más favorables. La negligencia paterna resulta para
algunos informantes clave un rasgo característico muy extendido
entre familias de la zona.
Se distinguen con claridad dos perfiles de familias negligentes.
Uno en el que se observa ese abandono en uno o pocos rubros,
ya sea la higiene, alimentación, supervisión paterna o el apoyo
escolar, que suele ocurrir por condiciones externas adversas.
Estas familias muestran posibilidad de mejorar ante una interven-
ción institucional. Otro perfil es el de la negligencia generalizada,

284
ii parte: violencia intrafamiliar

profunda y arraigada en las dinámicas familiares que resulta fá-


cilmente observable desde el exterior. En estas familias es muy
probable que también se ejerza violencia física hacia los hijos y
la afectación psicológica y del desarrollo de los menores tiende
a ser más profunda. Las probabilidades de mejora a partir de una
intervención exterior orientadora son casi nulas. Sin embargo, la
toma de responsabilidad respecto a los menores por parte de un
adulto cercano a la familia, de manera informal, puede incidir fa-
vorablemente y suele ser permitido por los padres.
Se encuentran más extendidos los casos de negligencia circuns-
crita a las cuestiones escolares de los hijos. Aunque las familias
parecen considerar que esto afecta en menor medida el bienestar
del menor, aumenta y mucho la probabilidad de deserción escolar
temprana que se registra en la zona y de reducir sus oportunida-
des laborales y económicas futuras.
Respecto a la violencia psicológica y verbal ejercida por los pa-
dres hacia sus hijos, se observa más extendido su ejercicio por
parte de las madres. Esto es condicionado por la mayor respon-
sabilidad depositada en las mujeres sobre el cuidado de los me-
nores, lo que supone más posibilidades de frustración y tensión
emocional. Los casos de presencia simultánea de violencia físi-
ca, verbal y psicológica muestran mayor afectación emocional que
cuando se presenta solamente en forma física. Entre las pocas des-
cripciones precisas de actos de agresión verbal ejercida hacia los
hijos destacaron verbalizaciones ligadas a la ausencia del deseo
de engendrarlos. Esto resulta llamativo siendo los embarazos no
planeados un tema recurrente y con profundos efectos para las
dinámicas sociales y familiares de La Unidad.
La violencia psicológica y verbal entre adultos se encontró am-
pliamente extendida en las relaciones de pareja de los padres de
familia, aunque de una forma difusa que permea en sus dinámicas
cotidianas y muchas veces no es reconocida como violencia. En
los casos más graves y fáciles de identificar se ejerce por el hom-
bre hacia su pareja.
Sobre la violencia sexual se encontraron muy pocas referen-
cias directas, motivadas por un ocultamiento aún mayor respecto
a otras formas de violencia y por las dificultades referidas en este

285
diagnóstico para encarar el tema de la sexualidad en la población
y en los agentes institucionales. Aun así, la posibilidad de la vio-
lencia sexual dentro y fuera de la familia es claramente concebida
por las mujeres jóvenes de la colonia y representa una constante
fuente de preocupación para unas pocas madres de familia. Lo
que sugiere un conocimiento de la incidencia del fenómeno en
el entorno inmediato. Por otra parte, los pocos casos en los que
se presentan indicios o situaciones conocidas de violencia sexual,
se encuentran ligados a la presencia de padrastros, a ausencia de
supervisión paterna o a grave negligencia por parte de las figuras
paternas responsables de los menores.

RELACIONES ENTRE DISTINTAS MANIFESTACIONES


DE VIOLENCIA
Es relativamente común que la violencia de distintos tipos entre
los padres de familia se presente de forma paralela a la violencia
física hacia los hijos. La figura que más comúnmente la ejerce es el
padre, generalmente con una participación pasiva de su pareja que
permite esa violencia y contribuye a su ocultamiento. Así, incluso
en casos de maltrato grave, puede pasar desapercibido al exterior.
Resultaron muy escasos los casos identificados en los que un
padre de familia ejerce violencia física tanto en el ámbito familiar
como fuera de este. Cuando se presenta, se trata de personalidades
inhábiles en el manejo de la frustración y del conflicto que resul-
tan fácilmente identificables. Con mucha mayor frecuencia, los
padres violentos dentro de casa, no se muestran así en el exterior.
Mención aparte merecen los padres dedicados a actividades de-
lictivas, cuya presencia resulta relativamente normalizada en el
entorno social específico.
Otro importante patrón se detectó en mujeres que son violen-
tadas por su pareja, u otra figura masculina, en el ámbito familiar y
que, a su vez, son las agresoras físicas de sus hijos. La mayor permisi-
vidad que la cultura otorga a la mujer para mostrar su vida emotiva,
aunada a situaciones de fuerte afectación emocional y una carencia
de estrategias de disciplina no violentas, contribuyen a ello.
Por otra parte, no se encontró evidencia clara que dé sustento
al vínculo estrecho (frecuentemente establecido por los informan-

286
ii parte: violencia intrafamiliar

tes clave) entre violencia física hacia los hijos o violencia entre la
pareja e incorporación de los hijos a las pandillas. Existe mayor
evidencia de la relación entre la negligencia generalizada hacia los
hijos y su acercamiento a estos grupos juveniles. Aunque cierta-
mente, cuando los hijos son violentados físicamente por sus padres
es común que muestren comportamientos agresivos en la escuela
y que la confrontación y la violencia física tiña las relaciones con
sus pares (sobre todo entre los varones, aunque cada vez involu-
cran más a las jóvenes mujeres), pero no necesariamente en diná-
micas de pandilla.
Otro de los hallazgos del diagnóstico es que resulta muy pro-
bable que un menor objeto de negligencia grave en varios rubros
de sus necesidades y cuidados básicos sea también víctima de vio-
lencia física en casa. En cambio, cuando el descuido afecta solo,
o principalmente, las cuestiones escolares, la violencia física no
necesariamente se presenta. Esta última situación puede no per-
cibirse como violencia dentro de las familias que la ejercen.
En la mayor parte de los casos en que la negligencia paterna
se presenta junto con el castigo físico hacia los hijos se trata de
padres muy jóvenes (o que lo eran al engendrar a los hijos mayo-
res) que se embarazaron en la adolescencia o apenas alcanzada
la mayoría de edad. Un inicio temprano de la paternidad supon-
drá en términos generales mayor probabilidad de experimentar
frustraciones y estrés ante las responsabilidades familiares. En
los casos de negligencia más graves y en las familias más nume-
rosas, la violencia física (y sexual) puede presionar al abandono
del hogar familiar por parte de hijos que repercute en nuevas si-
tuaciones de riesgo para ellos. Aun en tales situaciones de negli-
gencia grave, la presencia y la atención emocional de un adulto
en la familia puede ser un factor decisivo que reduzca la afecta-
ción psicológica del menor.

RELACIÓN ENTRE VIOLENCIA INTRAFAMILIAR,


DISFUNCIONALIDAD Y DISTANCIAMIENTO
DE LAS ESTRUCTURAS FAMILIARES HEGEMÓNICAS
El estereotipo de la familia desestructurada y disfuncional no re-
presenta a la mayoría de las familias residentes de La Unidad y su

287
área de influencia, ni tampoco a todas aquellas en las que pudo
confirmarse que ocurren situaciones de violencia intrafamiliar.
Familias con graves situaciones de violencia (principalmente físi-
ca) pasan desapercibidas al observador exterior y algunas de ellas
pueden incluso transmitir una potente imagen de funcionalidad
para agentes que mantienen una relación relativamente cercana
con ellas. Es decir, a pesar de la mayor visibilidad al exterior de
las dinámicas privadas que se presenta en la colonia, se requieren
esfuerzos para afinar los mecanismos de identificación de las si-
tuaciones de violencia en todos los perfiles de familias.
A pesar de esto, sí son relativamente frecuentes los grupos fa-
miliares con condiciones de desestructuración y disfuncionalidad
cercanos al antimodelo familiar delineado por los informantes cla-
ve. Además, son justamente estas familias las que suponen los ma-
yores riesgos para el bienestar de sus miembros por el ejercicio de
la violencia.
El consumo de alcohol fue identificado como elemento que pro-
picia agresiones físicas puntuales de los padres consumidores ha-
cia los hijos y/o las parejas. El consumo de drogas ilícitas muestra
una mayor diversidad en cuanto a los miembros de la familia que
lo llevan a cabo (padres, cuñados, hermanos) y se encuentra más
claramente ligado a familias que ejercen negligencia hacia los hi-
jos menores. Mientras que las ocupaciones ligadas a la sexualidad
en las madres de familia suponen una falta de estabilidad de una
figura paterna e introducen situaciones de profunda negligencia
y alto grado de riesgo para los menores.
Respecto al influjo de las experiencias de violencia en las fami-
lias de origen, pudieron constatarse patrones de violencia hacia la
mujer por parte de hombres con antecedentes de violencia fre-
cuente durante su propia infancia. Lo mismo ocurre con la violen-
cia física hacia los hijos ejercida por padres que fueron víctimas de
ello en su infancia. Esto incluso cuando existe un reconocimiento
consciente y la voluntad de alejarse de tales patrones de conducta.
La repetición de patrones paternos negativos similares también se
observó para el caso del abandono materno. Las vivencias de vio-
lencia en la familia de origen pueden también ser un importante
factor de presión hacia el establecimiento de una propia familia o

288
ii parte: violencia intrafamiliar

el abandono del hogar a una edad temprana, lo que a su vez aumenta


la probabilidad de repetir los patrones de violencia.
La separación de los padres es un dato que llama la atención
por su frecuencia en el contexto estudiado. Independientemente
de que la violencia haya sido o no la causa de la separación, en la
mayoría de estas familias se han presentado una o más formas de
violencia intrafamiliar. Sin embargo, no debe desestimarse que tam-
bién se registraron familias con padres separados en las que no
se detectó. La jefatura familiar femenina sin presencia del padre
es una de las situaciones más negativas para la supervisión de los
hijos y el ejercicio adecuado de sus cuidados básicos.
De la misma manera, se detectó violencia en prácticamente
todos los casos estudiados en los que se registró la presencia de
un padrastro, aunque esa violencia no siempre es ejercida por el
padrastro hacia los hijastros. Sí ocurre en algunos casos de vio-
lencia física o en donde existen indicios de violencia sexual. Pero
en otras familias con padrastros, la violencia se explica mejor
por el entorno familiar construido a partir del inicio temprano
de la maternidad, mientras que la presencia de una figura pater-
na distinta al padre biológico de uno o más de los hijos es un efecto
secundario y no un elemento central.
El inicio de la paternidad temprana, la mayoría de las veces
fuera de una pareja establecida, resultó ser una variable mucho
más trascendente para condicionar la presencia de situaciones
de violencia intrafamiliar que otro tipo de desviaciones de la fa-
milia nuclear hegemónica. Gran parte de los menores que sufren
violencia física y maltrato por negligencia tienen padres muy
jóvenes (o que lo eran al engendrar a sus hermanos mayores)
que se embarazaron en la adolescencia o apenas alcanzada la
mayoría de edad.
La paternidad temprana y la falta de control de la natalidad
también pueden conducir a una progenie numerosa que represen-
ta una presión extra al ejercicio de las funciones parentales. Cuan-
do además se trata de hijos de diferentes padres, se presenta una
discontinuidad de las figuras que ejercen la autoridad y los cuida-
dos. En dichas situaciones encontramos a algunas de las familias
con las situaciones de negligencia más graves y generalizadas.

289
Además, las amplias diferencias de edades de los hijos de estas
familias frecuentemente son fuente de nuevos conflictos y disfun-
cionalidades. En primera instancia, se presenta la posibilidad de
que ocurran conductas nocivas de los hijos mayores: que ejerzan
violencia física hacia sus hermanos, normalicen el inicio tempra-
no de la sexualidad, actúen con violencia hacia sus propios hijos o
muestren conductas delictivas. Además, la procreación temprana
por parte de los hermanos mayores que permanecen en la casa
familiar intensifica el hacinamiento y las exigencias económicas
y materiales. Puede también significar un trastrocamiento de las
estructuras de autoridad y responsabilidad parental y alterar los
subsistemas paterno-filiales entre los padres y los hijos menores.
En tales situaciones se encontraban las familias en las que se con-
firmó el mayor acercamiento de los hijos menores a las pandillas,
así como las que se muestran más reacias a reaccionar ante inter-
venciones institucionales.
En estas familias también es frecuente que se descargue en las
hermanas mayores, muchas veces aún en edad escolar, la respon-
sabilidad de la atención de los menores. Generalmente esto su-
pone una atención deficiente de las necesidades de estos últimos
y llega a ocasionar que las hermanas mayores abandonen los es-
tudios y tiendan a la formación temprana de una familia propia.
Mecanismo que puede perpetuar un círculo vicioso de inicio de la
maternidad temprana que se repite de generación en generación.

CONCEPCIONES SOBRE LA SEXUALIDAD Y EL CONTROL


DE LA NATALIDAD EN LOS JÓVENES DE LA UNIDAD
La inmensa mayoría de los jóvenes de la zona en que se realizó
el diagnóstico no contemplan la paternidad antes de la mayo-
ría de edad y la mayor parte de ellos idealmente desean tener a
sus primeros hijos después de los 25 o los 30 años; luego de ter-
minar estudios profesionales y de incorporarse a un trabajo bien
remunerado. A pesar de estas expectativas vitales y de los claros
conocimientos que poseen sobre métodos anticonceptivos, los em-
barazos tempranos se presentan frecuentemente en la zona. Las
concepciones sobre la sexualidad, influenciadas por una deficien-
te educación sexual (tanto en la familia como por agentes escola-

290
ii parte: violencia intrafamiliar

res e institucionales), tienen un fuerte influjo en que la mayoría


de los jóvenes no tengan ninguna práctica habitual de control de
la natalidad y que sea generalizada la consideración de la absti-
nencia como única vía aceptada para evitar la procreación, la cual
en muchos casos no se practica.
Adicionalmente, entre los jóvenes se asigna a la mujer una ma-
yor carga de responsabilidad para evitar un embarazo, referida
siempre a la abstinencia sexual. La forma de verbalizar esa postu-
ra deja ver una concepción moralizante que descalifica la activi-
dad sexual femenina y que muestra tintes que pueden calificarse
de violencia de género. Es también llamativo el completo rechazo de
la posibilidad del aborto una vez que se presenta un embarazo. Esa
postura combina tanto la reticencia a aceptar una forma de evitar
la paternidad distinta de la abstinencia sexual, como la responsa-
bilización excesiva de la mujer por tal desenlace. Así, aunque los
hombres de manera generalizada manifiestan sentirse obligados
a asumir la paternidad y hacerse responsables por su hijo en el
caso de embarazar a una mujer, también reconocieron que existe
la posibilidad de no hacerlo y que es una situación común en su
entorno social.

POSIBILIDADES DE MEJORA DE LAS SITUACIONES DE VIOLENCIA


INTRAFAMILIAR
Las familias con la mejor perspectiva de mejora de sus situacio-
nes de violencia intrafamiliar son las que ejercen solamente ne-
gligencia hacia los hijos en uno solo de los ámbitos de sus cuida-
dos, sobre todo en las cuestiones escolares. Estas familias tienden
a reaccionar favorablemente ante una intervención institucional
orientadora. En el otro extremo, las familias que ejercen una ne-
gligencia generalizada y arraigada en sus dinámicas, junto a la vio-
lencia física hacia los hijos, tienden a mostrar un margen casi nulo
para reaccionar ante tales intervenciones. Se observa en algunas
de ellas, sin embargo, la apertura a que un adulto cercano a la fami-
lia, de manera informal (sin la intervención de autoridades) asuma
responsabilidades respecto de sus hijos.
En el caso de padres con exposición a violencia en sus familias
de origen, mientras más temprano sea el inicio de la conformación

291
de su propia familia, presentan mayores posibilidades de repetir
esos patrones. Cuando se han tenido parejas previas pero no se
tuvo hijos con la pareja anterior o no permanecen bajo su res-
ponsabilidad, esas experiencias pasadas pueden operar como una
fuente valiosa de aprendizaje y contribuir en la modificación par-
cial de los patrones de relación violentos al formar un nuevo gru-
po familiar.
Inclusive en familias en que se presentan violencia física y psi-
cológica en sus diversos subsistemas, siempre y cuando no se
trate del perfil con negligencia generalizada y profunda, existen
posibilidades de una modificación limitada de sus dinámicas. Entre
los factores que contribuyen a ello encontramos la posibilidad de
que un adulto que ha sido víctima de esa violencia reconozca que
también participa y es parcialmente responsable de la dinámica
violenta. La intervención sensible y pertinente de un agente insti-
tucional percibido como cercano y no amenazante también es un
factor positivo en la modificación de las dinámicas de violencia
en tales familias. Más que el señalamiento de las situaciones de
violencia que deberían modificarse, un espacio de diálogo y re-
flexión sobre el ejercicio de la paternidad y sobre las dinámicas
de relación de pareja puede tener efectos positivos. Por el contra-
rio, se observa poca disposición en el entorno social estudiado para
acudir con un psicólogo cuando son referidos por algún agente ins-
titucional. Aunado a las dificultades prácticas y económicas para
seguir la recomendación, la canalización a un tercero puede ser
tomada como una falta de implicación de quien la realiza, espe-
cialmente cuando se trata de personal escolar, y como una poten-
cial intromisión externa.
A pesar de estas posibilidades de transformación cuando se
combinan varios factores favorables, en las familias con problemá-
ticas de violencia diversas tiende a observarse una persistencia de
la violencia intrafamiliar ante los esfuerzos de mejora. La violencia
puede disminuir en algunos aspectos pero adoptar nuevas formas
de manifestarse tras los procesos de cambio. Así, la mejora rela-
tiva de las dinámicas familiares y la disminución de los riesgos al
bienestar de sus miembros resulta una meta más realista y factible
que la erradicación definitiva de la violencia intrafamiliar.

292
RECOMENDACIONES
1. LINEAMIENTOS GENERALES Y ESPÍRITU
RECTOR DE LAS INTERVENCIONES

Las recomendaciones que aquí se presentan se desarrollaron con


base en la amplia documentación de experiencias concretas de in-
tervención, así como de las reflexiones de los mismos agentes insti-
tucionales que las llevan a cabo; además del análisis de las problemá-
ticas y características distintivas de los residentes de la zona urbana
estudiada. En un primer momento presentamos una serie de linea-
mientos que, por su carácter de orientaciones generales, pueden ser
tenidos en cuenta de manera transversal en todas las intervenciones
institucionales para contribuir a potenciar su pertinencia e impacto.

1.1. Conocimiento de la comunidad atendida y cercanía hacia ella


Las experiencias previas de los agentes institucionales permitieron
constatar que, para que sus intervenciones logren ser aceptadas
por la población a la que van dirigidas e incidir en las metas bus-
cadas, deben corresponderse con una necesidad o con una inquie-
tud real de la población y, asimismo, ajustarse lo más posible a su
contexto específico. Por ello, la recomendación más general que
hemos de hacer es que, previamente a la implementación de cual-
quier intervención, es imperioso que se lleven a cabo diagnósti-
cos sociales o, cuando menos, pequeños sondeos con sectores de
la población meta bien delimitados. Esto aumenta las posibilidades
de participación de los usuarios y la utilidad de la intervención.
Un claro ejemplo de éxito en este sentido lo hemos encontrado en
la implementación de los talleres de música impartidos por Pre-
vención del Delito que han sido adecuados a los géneros musicales
preferidos por los jóvenes de cada colonia en que se imparten.
Si bien la pertinencia de realizar esos diagnósticos o sondeos
previos podría parecer una obviedad, queremos subrayar otros
lineamientos que hemos identificado para las intervenciones,
a cuyo cumplimiento esos ejercicios de acercamiento previo a la
población contribuyen de manera directa. En primer lugar, resul-
ta fundamental que las propuestas de intervención se constru-
yan sobre valores ya existentes en la población a la que se di-
rige el programa o la actividad y que, en ningún caso se opon-
gan frontalmente a las prácticas y los valores arraigados en la
población. Esto aun cuando lo que se busca sea combatir alguna
práctica o situación que se presenta entre la población y que con
suficiente justificación se considera negativa o indeseable.
En ese mismo sentido, tiene mayores posibilidades de éxito
una intervención por parte de agentes percibidos como cercanos
y que sea respetuosa de la intimidad de los residentes y no la
pronta presión hacia la denuncia ante autoridades de corte más
represivo o la inmediata canalización a profesionales más dis-
tanciados del contexto social específico de esos mismos residen-
tes. La denuncia y la intervención exterior son prácticas vistas con
recelo por la población y por tanto, aunque necesarias en algunos
casos, no es conveniente imponerlas como principal alternativa. En
suma, la tarea aquí debe empezar por identificar el área de con-
fluencia de valores hegemónicos y valores “locales” (por ejemplo,
valor de la familia y de la lealtad debida a sus integrantes, o el arrai-
go de los residentes a la colonia) y trabajar sobre esta base para
lograr que las actividades propuestas sean realmente atractivas y,
sobre todo, logren una incidencia significativa.
El conocimiento certero de la realidad en la que se preten-
de incidir empujará a las instituciones responsables a no tomar
medidas de intervención social que atenten contra costumbres
arraigadas (lo que inevitablemente generará situaciones de con-
flicto), pero, adicionalmente, permitirá adecuar sus propuestas a
los tiempos, los espacios y las condiciones en los que se dan las
dinámicas sociales de la colonia. En este sentido, en ciertas oca-
siones, hemos podido comprobar que, junto a los diagnósticos o
sondeos previos, también el método “ensayo-error” ha resultado
eficaz. En el caso específico de la colonia La Unidad, esto ha per-
mitido organizar algunas actividades teniendo en cuenta cuáles
son los espacios controlados por pandillas y cuáles son territorios
“neutrales”, por ejemplo; o alinear los talleres de emprendimien-

298
recomen dacion es

to hacia actividades económicas para las que los insumos necesa-


rios se encuentran disponibles en la misma zona.
Dos cuestiones más han de tenerse en cuenta dentro de esta
cercanía institucional por la que abogamos. La mayor cercanía po-
sible en el perfil del funcionario que tiene contacto directo con
la población, por una parte; y, por la otra, la localización prefe-
rente de las intervenciones en el mismo espacio físico cotidiano
en que la población se encuentra. Sobre la primera, disminuir la
distancia social y cultural (teniendo en cuenta edad, género, an-
tecedentes familiares y educativos y cualquier otra variable que
resulte adecuada) permite, por ejemplo, cuestiones tan concretas
como el uso de un lenguaje acorde al que utiliza y comprende la
población objeto de atención; o bien, una identificación mayor en-
tre usuario y agente institucional, reduciendo así la percepción de
que la intervención es un intento de imposición por parte de las
autoridades. Por otra parte, la cercanía física de las intervencio-
nes puede permitir superar tanto los costos y otras dificultades
de los traslados a las oficinas y centros de atención (que muchas
veces representan un verdadero obstáculo), como algunas resis-
tencias de tipo más subjetivo o psicológico para participar en las
actividades institucionales. Esto último puede potenciar el acceso
a los usuarios más alejados de las instituciones, los cuales no sue-
len acercarse por propia iniciativa aunque, generalmente, son los
que en mayor medida necesitan su apoyo.
Otra ventaja de este acercamiento físico de las instituciones a
la calle radica en una mejora de la imagen que proyectan sobre la
ciudadanía. Esta imagen es especialmente negativa en el caso de
instituciones, como la policiaca, cuyo principal papel es la impo-
sición coercitiva de la ley sobre la población (otra institución per-
cibida principalmente como represiva es el DIF). El trabajo para
mejorar la imagen de las instituciones debe sostenerse sobre
actos cotidianos y visibles que generen confianza y seguridad
en la población.

1.2. Integración de residentes en los procesos de intervención


La recomendación que ahora planteamos continúa en sintonía con
la cercanía que antes hemos aconsejado pero presenta también un

299
contorno más preciso que nos interesa subrayar de manera parti-
cular. Se trata de la inclusión de miembros de la comunidad aten-
dida en la planeación y el desarrollo de las intervenciones.
Las formas específicas de relación entre la instancia institu-
cional y el ciudadano que participa pueden variar, desde el volun-
tariado, la inclusión en comités de vecinos, hasta su incorporación
como empleados permanentes de la institución. En cualquier caso,
estas figuras pueden aportar un conocimiento y una experiencia
vivencial única, así como contribuir con su ejemplo a impulsar los
procesos de empoderamiento y autogestión por parte de los usua-
rios. Por otro lado, representa una vía para distanciar el trabajo
institucional de la imagen del mero asistencialismo.
En la modalidad más formalizada que puede alcanzar esta in-
clusión de residentes encontramos lo que hemos dado en deno-
minar la figura del “residente institucionalizado” o “ciudadano
institucionalizado”, esto es, el residente de la colonia que se in-
tegra de forma permanente al equipo institucional como ejecutor
de servicios a usuarios. Su situación particular le coloca en las
dos caras de la moneda: la social y la institucional. Preferente-
mente, estos agentes han de tener capacidad de movilización, sen-
sibilidad social e iniciativa como mediadores entre instituciones y
población. De esa forma, además de aportar su conocimiento de
primera mano de la comunidad atendida, pueden funcionar como
ejemplo ante el resto de la población de las oportunidades de me-
jorar que existen a través de la colaboración con las instituciones.
Ahora bien, se debe ser cuidadoso en la visibilización de estos
perfiles de residentes como casos ejemplarizantes para el resto
de la población. Pues si bien pueden ser los detonantes del acer-
camiento de más residentes hacia las instituciones, su posición li-
minal (entre la población y la institución) los hace especialmente
vulnerables en su medio social en donde la colaboración institu-
cional también puede ser vista como falta de lealtad. Por ello las
instituciones que tomen estas iniciativas deben asumir también la
responsabilidad por el cuidado de estas figuras.
Otra estrategia diferente que puede ser útil para implicar a los
residentes en los procesos de construcción de ciudadanía sería
compartir con ellos, desde las instituciones, los resultados de

300
recomen dacion es

los trabajos diagnósticos, para construir propuestas conjuntas


basándose en estos resultados. De ahí la importancia de difun-
dir este y otros trabajos, en futuros ejercicios de apropiación so-
cial del conocimiento.

1.3. Aprovechar condiciones propicias para el cambio social de ciertos


sectores de la población: las madres y los jóvenes estudiantes
Además de la posibilidad de insertarse operativamente en las in-
tervenciones institucionales que recién comentamos, algunos sec-
tores específicos fueron identificados como residentes con rasgos
con gran potencial de incidir en cambios sociales profundos en
el entorno social en el que habitan. Una figura clave específica
que puede fungir como mediadora entre población e institucio-
nes, así como catalizadora de esos procesos de cambio social,
es la mujer, en general, y las madres, en particular. Recordemos
que hemos caracterizado a la población femenina de La Unidad
mayormente como amas de casa (lo que posibilita pensar en un
compromiso como colaboradoras) y con un buen nivel educativo
(lo que nos habla de sus capacidades para esta colaboración). Es
importante considerar también cómo las madres son vistas por
los estudiantes encuestados como figuras de autoridad, en tanto
que imponen normas y toman decisiones en el hogar en mayor
medida que los hombres. A todo ello debemos sumar que hay
un número elevado de hogares regidos únicamente por mujeres.
Otra característica detectada en la mujer de La Unidad es su ma-
yor disposición a la participación y su actitud más abierta que la
del hombre a compartir públicamente sus problemáticas íntimas
(condición indispensable para salir, por ejemplo, del círculo de la
violencia de género).
Yendo más allá de la atención que se debe prestar a las mujeres
adultas y madres, también hemos encontrado en la población es-
tudiantil femenina de la Secundaria 79 una vocación de servicio
que bien encauzada con programas institucionales podría rendir
importantes beneficios sociales. Más allá de la lógica colaborativa
en las tareas domésticas impuesta por los roles de género propios
de su contexto cultural, recordemos que del altísimo porcentaje
de estudiantes que aseguraron querer dedicarse profesionalmen-

301
te a combatir el delito, al sector salud o al sector educativo más
del 70 por ciento fueron estudiantes del género femenino. Es de-
cir, entre las adolescentes de La Unidad hay una clara vocación
de profesiones solidarias que contribuyan a paliar los problemas
que perciben a diario en su colonia, lo cual supone una ener-
gía colectiva que podría ser canalizada desde las instituciones.
Si bien el perfil estudiantil masculino de secundaria no presenta
tan marcado ese carácter solidario, encontramos también entre
la mayoría de los varones proyectos de vida que incluyen logros
en educación y trabajo superiores a los que alcanza el grueso de la
población adulta de la colonia; logros que, por otra parte, ideal-
mente establecen como condición previa para el inicio de la pater-
nidad. De esta forma, no solamente las de las compañeras mujeres
sino todas las aspiraciones laborales, educativas y los proyectos
familiares de los jóvenes estudiantes de secundaria de La Uni-
dad pueden ser canalizados desde las instituciones para contra-
rrestar la aparente apatía social detectada por algunos agentes
institucionales entre la población atendida.

1.4. Detección y atención de casos de violencia intrafamiliar a través de


agentes escolares
Para afrontar el problema de la violencia intrafamiliar, hemos de-
tectado en el proceso de entrevistas a maestros de primaria que
estos disponen de información sobre los menores y sus familias
extraordinariamente valiosa, misma que permitiría respaldar in-
tervenciones exitosas para paliar este tipo de problemática. Para
ello, una forma de potenciar la focalización correcta y las posibili-
dades de éxito, es recomendable antes de plantear una propuesta
en concreto de intervención para el tema de la violencia intra-
familiar, establecer mecanismos de detección de casos y planea-
ción de intervenciones a través de los maestros de primaria.
Esto supone también la necesidad de poner en marcha progra-
mas de capacitación y motivación para la implicación y compro-
miso de estos maestros de primaria con la problemática de la co-
lonia. Idealmente la labor de los maestros debe ir más allá de la
detección para la canalización a otras instancias (lo que se des-
aconseja) y tener una participación más activa. Reconocemos que

302
recomen dacion es

el logro de ese ideal se ve obstaculizado, no solamente por la car-


ga laboral que los maestros tienen, sino también por las preocu-
paciones que les puede generar el desconocimiento sobre cómo
proceder ante los casos de violencia que identifican, así como los
alcances de su responsabilidad al respecto. Es por ello que la ase-
soría, apoyo y contención por parte de otras instancias munici-
pales es vital. También debe señalarse que una parte de los casos
de violencia intrafamiliar (especialmente de tipo física y sexual)
tiende a escapar de la observación de los maestros por lo que de-
ben brindarse herramientas para una mejor detección. Sin em-
bargo, no es exagerado subrayar que es a través de los maestros
(especialmente de nivel primaria) la vía más potente para acercar-
se a un conocimiento más exacto de la realidad de violencia intra-
familiar de La Unidad.

1.5. Enfatizar el incremento del bienestar sobre el combate a la violencia


El fenómeno de la violencia, según los amplios antecedentes em-
píricos que existen y la propia constatación en el caso concreto
aquí analizado, se caracteriza por su complejidad: una multipli-
cidad de factores que la predisponen y la desatan. Además, no
podemos perder de vista que, aunque violencia y agresividad no
sean equivalentes exactos, poseen un vínculo estrecho. Así, sien-
do la agresividad un componente irreductible de la conducta y las
relaciones humanas, la posibilidad de la irrupción de la violencia
no puede ser erradicada por completo. Además, la mayoría de las
veces, la violencia que se presenta en las dinámicas sociales tiene
también componentes que resultan funcionales para los involu-
crados en dichas dinámicas, por más que sean cuestionables para
una mirada exterior.
Por ello, nuestro diagnóstico nos indica que existen mayores
posibilidades de incidir con cierto grado de éxito en las diná-
micas marcadas por la violencia cuando el énfasis de la inter-
vención se pone en generar un incremento del bienestar social
o familiar de quienes la experimentan y no en el combate fron-
tal de las manifestaciones de violencia. Ese combate directo puede
ser percibido como un ataque o una descalificación, o, inclusive
como un intento por ser despojado de un recurso para defenderse

303
o afrontar un conflicto. Desde la visión del agente institucional,
por su parte, el énfasis en la erradicación de la violencia predis-
pone a una mayor frustración en su labor de intervención. Esto
que proponemos es, sin embargo, un lineamiento general para el
que existen excepciones. Especialmente cuando se trata de situa-
ciones de violencia intrafamiliar sistemáticas que ponen en in-
minente riesgo la integridad física de alguna persona. Aun así, el
principio sigue siendo el mismo: focalizarse en el bienestar de los
residentes (que puede ser amenazado por la violencia) y no en la
violencia en sí misma.

304
recomen dacion es

2. ELEMENTOS DE LA ATENCIÓN
INSTITUCIONAL ACTUAL QUE SE
RECOMIENDA MODIFICAR

2.1. Inclusión de la perspectiva de género y de la atención directa a las


temáticas sexuales
El trabajo que algunos agentes institucionales ya realizan mues-
tra, en algunos aspectos, sensibilidad acerca de las implicaciones
de género que rigen los roles sociales de hombres y mujeres, así
como las relaciones entre ellos. Sin embargo, se observó que es
más extendida la ausencia de esa sensibilidad (o se encuentra muy
limitada), por lo que resulta necesario fortalecer con decisión un
enfoque de género en el personal institucional que puede y debe
ir más allá de su consideración en las relaciones de pareja (y
de los casos de violencia dentro de ellas). De manera más gene-
ral, encontramos en la población estudiada prácticas, actitudes y
creencias muy condicionadas por estereotipos de género que des-
embocan en diversas situaciones adversas al bienestar familiar y
social, las cuales muchas veces son pasadas por alto por los agentes
institucionales. Entre estas situaciones encontramos, en primera
instancia, una violencia de tipo estructural contra la mujer que en
distintos momentos de nuestro diagnóstico destacamos.
Así como tales implicaciones del género deben ser motivo de
mayor atención y constituir una temática más explícita en las in-
tervenciones institucionales, también es necesario y urgente el
impulso de un tratamiento de la sexualidad de forma desprejui-
ciada por parte de los agentes institucionales, así como de una
educación sexual mucho más realista (que tenga como punto
de partida las verdaderas prácticas y problemáticas sexuales,
sobre todo de adolescentes y jóvenes) y compleja (es decir, que
sea realmente multidimensional y no limitada a una visión bio-
logicista) hacia la población.

305
Lo más preocupante de la actual forma de proceder de los agen-
tes institucionales es la evasión casi generalizada del tema de la
sexualidad, sujeto de un fuerte tabú incluso desde las institucio-
nes. Aunque existen algunas iniciativas para la educación sexual,
el tratamiento que se da a esta cuestión es muy lejano a la realidad
de los jóvenes y adolescentes de la colonia. Así, cuando los focos de
atención que son responsabilidad directa de estos agentes hacen
prácticamente imposible evadirse del tema, se presentan también
fuertes resistencias a darle un trato abierto, libre de prejuicios y
que reconozca su relevancia; en algunos casos tendiendo incluso
a promover con exclusividad la abstinencia como forma de afron-
tamiento de la sexualidad juvenil.
La extensión y la normalización de los embarazos tempranos
entre la población de La Unidad y su trascendencia, dada la gran
cantidad de repercusiones negativas que tiene en el bienestar fa-
miliar (suele conllevar la formación precoz de la familia, el aban-
dono de los estudios, los problemas económicos, los sentimientos
de frustración en el entorno familiar, mayor propensión al consu-
mo de estupefacientes y, finalmente, a la violencia intrafamiliar)
solo enfatizan la profunda necesidad y la urgencia de una mejor
manejo de la educación sexual. Esto, en un primer momento ha-
cia los actores institucionales, para que puedan después hacerlo
extensivo hacia la población que atienden.

2.2. Reducción de las intervenciones de tipo informativo


El tema de la sexualidad ejemplifica con claridad que las interven-
ciones de tipo predominantemente informativo poseen un muy
limitado efecto en la población a la que van dirigidas. Práctica-
mente todos los jóvenes han recibido educación sexual y po-
seen información sobre métodos anticonceptivos. La ineficacia
como vía para prevenir los embarazos tempranos salta a la vista
y la confirman residentes de la colonia y prácticamente la totali-
dad de nuestros informantes clave. Pero la falta de pertinencia y
efectividad de esa forma de intervención no se limita a ese tema
particular sino que existen elementos para recomendar de manera
mucho más general, reducir lo más posible las intervenciones de
corte meramente informativo y sustituirlas por intervenciones

306
recomen dacion es

que involucren activamente a la población afectada, a través de


programas, talleres o actividades con un componente vivencial
y dialógico más claro; así como desde el reconocimiento de la
realidad cotidiana de La Unidad.
Además de la ineficacia antes señalada de este tipo de inter-
venciones, documentamos otras valoraciones que confirman su
inadecuación. Una de las informantes que cumple con el perfil
de “residente institucionalizado” (lo que da a su testimonio una
mayor autoridad) fue enfática en subrayar no solamente la esteri-
lidad de una plática informativa unidireccional sino lo contrapro-
ducente que puede llegar a ser para predisponer negativamente a
la población contra las instituciones. Este tipo de intervenciones,
predominante en ciertas dependencias, pueden generar en los re-
sidentes la sensación de que las instituciones les hacen perder su
tiempo, subestiman su inteligencia y no se preocupan por cono-
cer su realidad. Este desenlace, evidentemente tiene mayor posi-
bilidad de ocurrir cuando la información que se busca transmitir se
determina sin conocer antes a la población objetivo o simplemente
se replica un mismo contenido generado ante cualquier público.
El uso de un lenguaje muy técnico o que resulte ingenuo ante las
problemáticas que vive el sector al que se dirige, agrava esta inco-
municación. Por otra parte, son los funcionarios que con mayor
frecuencia optan por estas formas de intervención los que duran-
te nuestro diagnóstico se mostraron culturalmente más distantes
de la población de La Unidad y con mayor tendencia a experi-
mentar sentimientos de frustración debido a la falta de resulta-
dos de sus intervenciones; falta de resultados que, sin embargo,
adjudican a la falta de disposición para el cambio en los usuarios
de sus servicios.

2.3. Evitar la focalización en el residente “violento”


Una oportunidad de intervención comunitaria poco explorada la
encontramos en la posibilidad de dirigir algunos esfuerzos institu-
cionales de atención a las situaciones de violencia hacia sectores
de la población no considerados violentos por los agentes insti-
tucionales. Aunque esta recomendación puede ser concretada de
diversas maneras queremos subrayar algunas. En primer lugar,

307
puede tener un peso relevante, particularmente en las experien-
cias de intervención respecto a la violencia social juvenil donde
encontramos un alto grado de focalización en los jóvenes que par-
ticipan en forma directa en esas formas de violencia o que se iden-
tifican como susceptibles de involucrarse en ellas. Sin embargo,
a pesar del relativo éxito alcanzado así, resulta insuficiente si no
se acompaña de una atención de la población juvenil que no parti-
cipa activamente de esas formas de violencia. En primer término
porque, según hemos detectado, los jóvenes que no participan de
las dinámicas pandilleriles viven de forma cotidiana insertos en las
problemáticas que de ellas se derivan y por tanto deben lidiar con
los riesgos y los efectos que supone la presencia de esos grupos en
su entorno. Adicionalmente, muchos de estos jóvenes se encuen-
tran inmersos en los mismos contextos (familiares y sociales) de
vulnerabilidad y riesgo que sus vecinos pandilleros, por lo que de-
ben hacer grandes esfuerzos por mantenerse fuera de las diná-
micas de confrontación constante y amenazas entre pares propias
de su colonia. Esfuerzos que, sin embargo les pueden mantener
también alejados de los “beneficios” que la atención institucional
brinda a los pandilleros. Es decir, se trata de un sector que, aunque
puede presentar las mismas necesidades socioafectivas, suele ser
relegado de algunos esfuerzos por atenderlas.
Por supuesto que debe también tenerse cuidado y considerar-
se que incluir a jóvenes “pacíficos” en las intervenciones que hasta
ahora se encuentran focalizadas en las pandillas podría significar
nuevos riesgos para los primeros. No se trata pues, solamente de in-
cluirlos sino de idear nuevos esquemas y mecanismos de interven-
ción con jóvenes con riesgos similares pero con diferentes perfiles.
Por su parte, un punto ciego similar lo encontramos en la aten-
ción a la violencia intrafamiliar que puede involucrar a niños y
a adultos. Un sesgo en las preconcepciones de los agentes en-
cargados de atender esta problemática (desmentido por nuestro
diagnóstico) es considerar que en La Unidad se presentan princi-
palmente formas de violencia intrafamiliar más evidentes para
los vecinos y otros actores externos a la familia. Por tanto que,
condicionados por variables socioculturales (sobre todo por su ni-
vel económico y educativo) los padres violentos de la colonia son

308
recomen dacion es

fácilmente percibidos así. Lo que encontramos es que si bien ese


perfil está presente, junto a él una buena proporción de padres
que ejercen violencia intrafamiliar (incluso física) son percibi-
dos como “no violentos” y “pacíficos”, es decir, corresponden a
un perfil que los informantes identifican con otro sector social
y, de no incluirlos como población meta de las intervenciones
se mantendrá incompleta la atención a esta problemática.

2.4. Reducir las canalizaciones


Para concluir esta sección, presentamos una recomendación que
tiene estrecha relación con la cercanía de las intervenciones que an-
tes aconsejamos. Una forma específica de esa cercanía en la aten-
ción institucional puede expresarse en limitar las canalizaciones
de la población hacia su atención por otros profesionales más dis-
tantes de su contexto inmediato y maximizar la atención por los
agentes con mayor presencia en este.
Por supuesto que esta recomendación no se contrapone a la ne-
cesidad de tener prevista y coordinada entre instituciones la po-
sibilidad de canalización (teniendo también en cuenta como una
respuesta a las situaciones imprevistas surgidas de la misma inter-
vención). Aun así, a las bondades antes referidas sobre la atención
que es percibida cercana por parte de la población, debe agre-
garse para su consideración una resistencia identificada en La
Unidad que se manifiesta particularmente hacia la canalización
a los servicios de atención psicológica profesional en unidades
institucionales. La canalización que sigue a la detección de una
problemática de tipo comportamental o psicológica, además de
la resistencia “natural” (intensificada en La Unidad) que puede
generar, puede ser percibida por la población como una falta de
responsabilización por parte del funcionario que la indica; algo que
induce también a tener pocas expectativas sobre la utilidad de
seguir la recomendación.
Contrario a ese panorama negativo, tras un periodo de aten-
ción por parte de un agente institucional percibido como cercano
y confiable, se incrementan las posibilidades de aceptar una ca-
nalización y mostrar mayor apertura y expectativas hacia ella.

309
3. ELEMENTOS DE LA ATENCIÓN
INSTITUCIONAL ACTUAL QUE SE
RECOMIENDA FORTALECER O REPLICAR

Algunas de las recomendaciones generales que antes planteamos


son parte ya de intervenciones concretas que diversas institu-
ciones han venido realizando en los últimos años en la colonia
La Unidad y otras zonas con características similares. Queremos
por ello dedicar esta sección a señalar esas experiencias y subra-
yar algunos de sus rasgos de manera que estos puedan ser forta-
lecidos o replicados con nuevas iniciativas y desde otros espacios
institucionales.

3.1. Actividades, programas y talleres para jóvenes implementados por


Prevención del Delito
En primer lugar queremos mencionar todo un paquete de inter-
venciones variadas pero que responden a un esfuerzo coordinado
y coherente de atención a jóvenes y adolescentes en conflictos
de violencia social o en riesgo de incurrir en ellos. Se trata de
una oferta de actividades, programas y talleres implementa-
dos por parte de Prevención del Delito que, aprovechando la
necesidad psicosocial presente en todo adolescente de contar
con grupos de referencia en los que socializar e identificarse,
buscan alejarlos de los patrones de conductas socialmente des-
viadas y acercarlos a conductas aceptadas. En esta línea, es muy
aconsejable reproducir experiencias como los grupos Águilas y
Lechuzas de Juventud PROXPOL , que se constituyen en espacios
sociales en los que el adolescente encuentra confianza, seguridad,
solidaridad y cuidado mutuo, representando una alternativa a las
pandillas. En lo que se refiere a la oferta de alternativas de so-
cialización para los que integran o integraban pandillas, hay que
poner especial atención a la necesidad de contrarrestar el poder

310
recomen dacion es

de atracción de las pandillas sobre quienes están en proceso de


alejamiento de las mismas.
Otras de las actividades que forman parte de ese amplio esfuer-
zo son las clases de música (y más esporádicamente otras discipli-
nas artísticas) y la organización de torneos de deportes de equipo.
Estos, sobre todo los últimos, se han mostrado como un mecanis-
mo muy eficiente, para la inculcación de normas y conductas
deseables para la integración social. Además, estas iniciativas sir-
ven para canalizar la rivalidad entre grupos a través de actividades
que gestionen y controlen esta confrontación, con la finalidad de ir,
poco a poco, disolviendo las diferencias. Aquí es clave que se dé la
convivencia entre grupos antagónicos, por lo que sería interesante
contemplar la posibilidad de organizar convivios en los que partici-
pen todos los equipos después de cada partido.
Una de las características que explotan estas actividades (y que
podría extenderse tanto a otros sectores de la población como los
jóvenes “no violentos” como a otro tipo de actividades) es la bús-
queda de reconocimiento público muy presente en la edad ado-
lescente y juvenil (pero también relevante en la edad adulta).
Sobre todo se detectó como una recompensa efectiva aquellas
que son de tipo simbólico: la entrega de uniformes y trofeos en
los torneos de futbol, las presentaciones públicas de los grupos
musicales, la participación en desfiles oficiales, o incluso la apa-
rición en los medios masivos de comunicación. A partir de este
último punto podría explorarse el potencial que las redes sociales
digitales, más fáciles de acceder y manejar por los agentes insti-
tucionales, podrían tener para generar un efecto similar a partir
de la socialización de logros y reconocimientos a miembros de la
comunidad con comportamientos meritorios.
Finalmente, la evidencia nos muestra que seguir un par de re-
comendaciones puede potenciar el impacto de estas formas de
intervención. En primer lugar, no focalizarse solamente en los
jóvenes con perfil pandillero, sino ampliarlo a la mayor parte
de los jóvenes de la colonia y su área de influencia, por las ra-
zones más arriba expuestas. Por otra parte, evitar en todo mo-
mento cualquier énfasis o actitud directiva en torno a no actuar
violentamente. La naturaleza de las actividades que comentamos

311
subrayan la creación de alternativas no violentas (o socialmente
desviadas) de conducta y de uso del tiempo libre sobre la con-
frontación de modalidades violentas. Gran parte de su éxito se
basa en no descalificar los intereses y las capacidades propias de
los jóvenes. Introducir el discurso moralizante de la no violen-
cia puede ser contraproducente. En todo caso, las oportunidades
de abrir espacios de reflexión a partir del contacto que este tipo
de actividades suponen entre agentes institucionales y jóvenes
(aunque potencialmente también con adultos), puede ser aprove-
chado para abordar las preocupaciones propias de estos últimos y
los factores vinculados a la desviación social indeseable.

3.2. Intervenciones para la apropiación de espacios públicos y de empo-


deramiento de residentes
Dentro de las actividades dirigidas a jóvenes recién comentadas,
ligadas a la organización de eventos deportivos se están llevan-
do a cabo también acciones de recuperación de espacios públicos.
En algunos casos con el apoyo de empresas socialmente respon-
sables pero, sobre todo con el esfuerzo y el trabajo de la propia
comunidad. Así, la rehabilitación o mejoramiento de espacios
abandonados o poco funcionales mediante su limpieza, dota-
ción de iluminación e infraestructura, pueden incrementar la
sensación de seguridad y contribuir a un mejor uso del tiem-
po de esparcimiento. Esa participación de la propia comunidad
también contribuye al fortalecimiento de una identidad social
y del sentimiento de pertenencia.
Iniciativas similares se están impulsando desde la Dirección de
Participación Ciudadana que pueden involucrar a otros sectores
de la población, no solo a los jóvenes. Se trata de proyectos en
donde, preferentemente con la intervención también de alguna
institución educativa u otro agente externo, se lleva a cabo esa
rehabilitación de un espacio público. El involucramiento de los
vecinos se pretende que tenga dos etapas. Por una parte, que
sean los mismos vecinos quienes identifiquen las necesidades
y que con base en ello se determine la acción. Por otra parte,
su colaboración directa en las labores físicas de recuperación
(limpiar, pintar y otras). Tal forma de proceder compromete más

312
recomen dacion es

profundamente a la población en el cuidado de sus espacios co-


munes y en su propia responsabilidad por su bienestar, en la que
puede colaborar con instancias institucionales.
En una tercera etapa, vendría el uso y disfrute del espacio
ganado. Por ejemplo, en el caso de la población juvenil la habi-
litación de espacios es propicia para el desarrollo espontáneo de
deportes de equipo, el cual mantiene su función educadora aun
cuando no está presente ninguna autoridad. En suma, si los jóve-
nes trabajan juntos para apropiarse de espacios públicos a través
de programas municipales de trabajo comunitario se estará tra-
bajando simultáneamente para la generación de un sentimien-
to de identidad de colonia, más allá de la pandilla. Otra posible
acción, en la línea del aprovechamiento de la energía colectiva
juvenil, consistiría en el desarrollo de espacios festivos controla-
dos y que funjan como sustitutivos de las reuniones informales o
fiestas en las que se suelen dar más brotes de violencia, pues con-
diciones como el cortejo sexual y el consumo de alcohol, drogas y
música favorecen la desinhibición de los adolescentes y jóvenes.
En este caso sería especialmente importante que se organizara el
evento implicando a usuarios clave por su liderazgo carismático.
De lo que se trataría, finalmente, es de trabajar para superar
la existencia en La Unidad de un sentido de vecindad, una soli-
daridad comunitaria que se contrapone a las instituciones y a
la ley, construyendo una normalización diferenciada de la con-
ducta desviada. Para lograr superar esto debemos aprovechar
el arraigo que sienten los residentes por la colonia para ayu-
darles a construir comunidad (recordemos que a un importante
porcentaje de estudiantes le gusta vivir en La Unidad y que no
quieren vivir en otro sitio, paradójicamente en mayor grado los
que viven más inmersos en la desviación de la norma); pero dan-
do un protagonismo a las instituciones en esta construcción de
comunidad que solo se puede lograr con el acercamiento de las
mismas a la población.
Por otra parte, también es muy recomendable seguir forta-
leciendo y replicar la realización de actividades que fomentan
la asunción de responsabilidades por parte de los residentes,
tales como los talleres de técnicas de economía doméstica que

313
fomentan el autoempleo. Estos talleres de economía doméstica
(preferentemente dirigidos a mujeres pero cuyo alcance se pue-
de ampliar) concentran muchos de los lineamientos generales de
intervención institucional que hemos recomendado. Parten de un
conocimiento cercano de la comunidad a la que van dirigidos,
identificando sus fortalezas y sus necesidades. También se han
adaptado paulatinamente con base en el ensayo y error logran-
do un efecto más profundo y una mejor aceptación. Procuran rea-
lizarse en las mismas colonias de la gente que atienden y entrenar
a los usuarios en actividades económicas viables y redituables.
Finalmente, no buscan la confrontación directa de las proble-
máticas sociales en las que se busca incidir sino que persigue
una mejora de las condiciones negativas que suelen ser factores
agravantes o desencadenantes de dichas problemáticas.

3.3. Información y acompañamiento escolar para evitar el abandono


en secundaria
Como indicamos en distintos momentos de este diagnóstico, en la
Secundaria 79 observamos una gran disposición para buscar contri-
buir al mejoramiento del entorno social de sus estudiantes. Una
de las manifestaciones más claras de ese compromiso y que con-
sideramos más relevante para ser socializada entre los agentes
institucionales que trabajan en La Unidad (y en otras zonas con
problemáticas similares) son sus esfuerzos por prevenir el aban-
dono escolar de sus estudiantes y la interrupción de los estudios
de nivel medio superior. Se trata de unos esfuerzos por dar segui-
miento cercano a los estudiantes para identificar indicadores
de riesgo de abandono, acercamientos con las familias (inclu-
so a través de visitas domiciliarias) para buscar disminuir ese
riesgo, así como brindar información y apoyar en la gestión de
becas ante instancias externas (sobre todo para la inscripción
en la preparatoria). Estos esfuerzos muestran un conocimiento
de las problemáticas sociales del estudiantado, una sensibilidad
que lleva más allá de la mera responsabilidad escolar concreta y la
comprensión de la importancia de la vinculación entre escuela y
familia como una de las piedras angulares sobre las que se deben
sostener las intervenciones.

314
recomen dacion es

En este sentido, es claro que la estructura y las condiciones


que se dan en el seno familiar determinarán fuertemente las si-
tuaciones de desviación o de integración social de la población
de la colonia.1 Es por ello que, trascendiendo el ámbito educati-
vo, también se deben proponer proyectos de intervención que se
centren en el fomento de la comunicación intrafamiliar. Yendo
más lejos, si proveemos de espacios de convivencia familiar en los
que coincidan integrantes de diferentes pandillas, apoyándonos
en el respeto que existen en las pandillas a la vida privada y fa-
miliar, puede ser una buena decisión forzar, con todas las precau-
ciones necesarias, la confrontación de la lealtad a la pandilla y a
la propia familia. En las propuestas a este respecto, orientadas a
la recuperación de los padres del control sobre sus hijos y de
su empoderamiento como figuras de autoridad, el papel que de-
ben jugar las madres es esencial, pues, como ya hemos señalado,
representan las principales correas de transmisión de valores, así
como los agentes que velan por el cumplimiento de las normas en
sus hogares.

3.4. Colaboración interinstitucional y con actores de la sociedad civil


La favorable disposición encontrada en la Secundaria 79 se inser-
ta en una actitud de las autoridades escolares de colaboración y
articulación de esfuerzos con otros agentes institucionales. Sin em-
bargo, depende en buena medida de esfuerzos personales y puede
verse fortalecido con una mayor sistematización en un programa
formal y con más participación de instituciones colaboradoras.
Esto nos lleva a la última recomendación sobre las formas de con-
ducir las intervenciones que sugerimos fortalecer y replicar.
Muchas de las intervenciones más exitosas registradas en
nuestra investigación se cimentaron, en gran medida, sobre la
fluida colaboración entre departamentos y/o entre institucio-
nes y otros agentes. La posibilidad de aprovechar las fortalezas,

1 “Es claro”, pero no por ello sencillo ni fácil de explicar. Así, por ejemplo, en nuestro diag-
nóstico hemos podido comprobar cómo cuando se da la ausencia del padre y/o madre
aparecen actitudes y conductas más favorables al consumo de estupefacientes y al pandi-
llerismo, pero que la presencia de la madre en el hogar como ama de casa, aunque falte el
padre, es más determinante para no presentar este tipo de actitudes que en el caso de la
familia biparental en la que trabajan ambos padres. Asimismo, vimos que el grado de des-
control de los hijos, medido en el número de horas que pasan en la calle, no correlaciona
con la estructura familiar o con la presencia o ausencia de los padres en el hogar.

315
el conocimiento sobre la comunidad, los recursos y esfuerzos
previos realizados por otros agentes institucionales es una de
las claves del éxito. Permite poner en práctica actividades y pro-
gramas más pertinentes y que respondan mejor operativamente.
Además, en un contexto de generalizada insuficiencia de recur-
sos materiales, permite un mejor aprovechamiento de los mismos
y evita también la duplicación de esfuerzos.
Nuestro diagnóstico se enfocó particularmente en un nivel ins-
titucional municipal, pero estas reflexiones incluyen otros nive-
les de gobierno. Si bien conocimos ejemplos de cooperación en
ese sentido, por ejemplo por parte del DIF municipal y de INMUJE-
RES, que se coordinan con sus homólogos a nivel estatal y federal,
así como con otras instituciones, también encontramos que dicha
colaboración más allá de lo municipal puede fortalecerse sobre
todo si se logran establecer vías de comunicación más allá de
los mecanismos formalizados. Otros agentes importantes que
identificamos como claves del éxito de algunas intervenciones
son empresas, particulares o instituciones educativas (universi-
dades de prestigio locales) que ponen su conocimiento, instala-
ciones o donativos en especie y económicos para sacar adelante
actividades y programas. La iniciativa por parte del funcionaria-
do gubernamental para lograr esos apoyos resultó un elemento
fundamental.

316
recomen dacion es

4. PROPUESTAS ESPECÍFICAS DE
INTERVENCIÓN SOCIAL

4.1. Tutorización laboral de jóvenes con tatuajes


Uno de los principales problemas detectados en la colonia es el de
la inserción laboral de los jóvenes que residen en la misma. La
dificultad para encontrar un trabajo se hace proverbial en el caso
de los cientos de jóvenes que, como respuesta a ciertas lógicas de
su contexto cultural, decidieron poner en su cuerpo uno o va-
rios tatuajes. La reglamentación interna de la mayor parte de las
empresas de la zona impide contratar a personal tatuado, por lo
que estos jóvenes se ven atrapados en un callejón sin salida. Entre
las pocas opciones que tienen para ganarse la vida son dedicarse
a la construcción (trabajo inestable, muy duro y riesgoso) o bus-
car fuentes informales de ingresos, algunas de ellas de carácter
ilícito. Para contribuir a solucionar este problema proponemos
que desde el gobierno municipal se implemente un programa de
tutorización a jóvenes con tatuajes para su inserción laboral,
por ejemplo, suscribiendo convenios con empresas que impli-
quen compromisos y responsabilidad por parte del municipio.
Tras un riguroso proceso de selección de candidatos, este tipo de
programas podrían dar a la empresa certezas sobre su personal,
contribuyendo así a romper el estigma del tatuado.
Algunos ejemplos que pueden servir de orientación son las expe-
riencias de asociaciones que trabajan con migrantes o con personas
en situación de calle. Aunque no se trata de la misma situación, esta
población es víctima de estigmas similares a los que enfrentan los
jóvenes de La Unidad para insertarse en el mercado laboral. Alber-
gues como Casa INDI2 han logrado establecer mecanismos de arti-
culación entre empleadores y algunos de sus residentes sobre los

2 Ver www.casaindi.org

317
que pueden asumir la responsabilidad de recomendar y responder
por ellos. En el caso del programa que proponemos, evidentemen-
te requiere de una mayor formalización y enfocarse hacia opciones
laborales estables en el largo plazo. Pero, las instancias de gobier-
no municipales tienen una mayor posibilidad de gestionar ante las
empresas una colaboración más decidida que abone en ese sentido.

4.2. Empleos complementarios para estudiantes


La recomendación anterior va dirigida principalmente a adultos
jóvenes que, por obtener el grado escolar que deseaban o por aban-
donar definitivamente sus estudios de manera involuntaria, se
encuentran ya fuera de la disyuntiva escuela-trabajo. Esto último
hace surgir el dilema entre potenciar los estudios o el trabajo del
joven o adolescente. El acceso del mismo a un ingreso económi-
co puede ser visto como un arma de doble filo, pues, por un lado,
al tener su propio dinero puede animarlo a abandonar sus estu-
dios, pero, por otra parte, sabemos que las carencias económicas
con mucha frecuencia provocan la deserción escolar. No hay una
respuesta a este problema que desde las instituciones se pueda
implementar de manera homogénea, por lo que quizás la solución
pasaría por diversificar programas, de tal manera que se pudiese
dar la opción adecuada a las circunstancias sociales y personales
del candidato. En este abanico de posibilidades puede caber una
solución intermedia: el fomento de trabajos complementarios
para estudiantes, exigiendo mantener un mínimo promedio en
las calificaciones para poder acceder a estos, como ya sucede con
grandes supermercados que exigen este requisito para permitir a
los paqueteros trabajar con ellos.
Se trata, de nuevo de una propuesta que requiere la coordina-
ción entre autoridades escolares, municipales y la iniciativa privada;
rasgo de las intervenciones que hemos subrayado positivamente
en varias ocasiones.

4.3. Programa de involucramiento de los padres en la situación escolar


de sus hijos
Antes mencionamos los esfuerzos llevados a cabo en la Secun-
daria 79 para prevenir la deserción y recomendamos empleos

318
recomen dacion es

complementarios para estudiantes en los que también habrían de


colaborar los agentes escolares de secundaria y educación me-
dia superior. Sin embargo, hemos detectado que el riesgo de
abandono escolar depende en gran medida de la falta de apoyo
familiar al estudio y, de manera más amplia del alto grado de des-
responsabilización paterna respecto a las cuestiones escolares de
los hijos. Si bien la deserción suele ocurrir en los últimos grados
de secundaria, el riesgo de que esto ocurra comienza a gestarse
desde la educación primaria. En este nivel educativo una de las
principales formas de negligencia paterna es justamente la falta
de interés y apoyo en las cuestiones escolares. Es, no obstante,
una de las formas de violencia con mayores posibilidades de me-
joría a través de la intervención institucional. Proponemos, por lo
tanto, la promoción de un programa amplio, flexible y a largo
plazo, de involucramiento de los padres en la situación escolar
de sus hijos en el nivel primaria.
Sugerimos que el programa tenga, al menos, tres ejes princi-
pales: acompañamiento y asesoría a los padres para concientizar
sobre las implicaciones de la negligencia escolar y desarrollar
en ellos competencias para el apoyo escolar de sus hijos, incre-
mento de la presencia cotidiana de los padres en la escuela y
estrategias de apoyo para la supervisión de los hijos de padres
trabajadores. Como indicamos, dado el gran reto que supone esta
recomendación y que en La Unidad existen cuatro primarias, lo
que complica aún más su implementación, recalcamos la flexi-
bilidad que la iniciativa requiere para poder llevarse a cabo des-
de cada escuela y atendiendo a las características de las familias
atendidas. Siguiendo algunas recomendaciones antes planteadas,
es importante mantener las actividades específicas alejadas del
modelo de pláticas informativas. Asimismo no forzar la participa-
ción de los padres en el programa sino comenzar por aquellos que
tienen disposición para hacerlo. En nuestro diagnóstico encon-
tramos que los padres que desatienden las cuestiones escolares,
pero sin otras formas de negligencia grave suelen mostrar aper-
tura y disposición.
Sobre el segundo eje mencionado, el incremento de la presen-
cia cotidiana de los padres en la escuela, queremos hacer sugeren-

319
cias más precisas. La dinámica actual de las primarias ya supone
una muy frecuente visita de los padres durante los recreos. Sin
embargo, permanecen afuera de la institución y generalmente se
limitan a llevarles lonche. Esta práctica puede ser el punto de par-
tida para permitir la entrada a los planteles y para que de manera
organizada y con compromisos formales, asuman responsabilida-
des respecto a la conducta y las actividades de los menores dentro
de la institución (según las necesidades de cada plantel) y no sola-
mente de sus propios hijos.

4.4. Formalización de un programa de tutores para menores en situa-


ción de negligencia grave
Una de las situaciones familiares más graves que localizamos en
nuestro diagnóstico ocurre cuando tiene lugar una negligencia
generalizada, profunda y arraigada en las familias de algunos ni-
ños. Generalmente va acompañada de violencia física, supone
una de las mayores afectaciones psicológicas de los menores y,
también representa un claro riesgo de incorporación a las diná-
micas pandilleriles. Para complicar aún más la situación, se trata
de las familias con menores posibilidades de reaccionar positiva-
mente a la intervención de los agentes escolares e institucionales.
A pesar de ese panorama desolador, se detectaron casos en los
que este perfil de familias aceptaba que algún adulto cercano a ellos
asumiera responsabilidades parentales que ellos no cumplían res-
pecto de su hijo. Cuando ello ocurre, el estado del menor y su des-
empeño escolar mejora considerablemente. Sin embargo, se trata
de acuerdos informales que no representan ningún compromiso
legal ni mucho menos. Teniendo en cuenta el limitado panorama
de mejoría para esos niños, recomendamos ampliamente la for-
malización y sistematización de un programa de tutores (no
legales) para menores en situación de negligencia grave y ge-
neralizada. Para llevarlo a cabo, es indispensable la colaboración
del personal escolar, especialmente los maestros titulares, homo-
logar criterios de detección de los casos potenciales, así como de-
sarrollar mecanismos de búsqueda y seguimiento de los tutores.
Dada la escasez de personal de trabajo social y psicología en los
planteles, es también indispensable el apoyo de instancias como

320
recomen dacion es

el DIF u otras instituciones municipales que puedan asesorar y


orientar a los maestros.

4.5. Infancia PROXPOL


Otra alternativa dirigida a esa población infantil que sufre negli-
gencia grave puede ser la extensión (una focalización más clara)
y la adaptación (más adecuada a edades y a la infraestructura
escolar) del programa Juventud PROXPOL a las edades de los
menores de primaria; lo que tentativamente llamamos Infancia
PROXPOL . Son justamente ellos los que desde edades más tempra-
nas inician su incorporación a las pandillas o, al menos, su parti-
cipación en dinámicas de violencia y desviación social callejera.
Como ya indicamos, los padres de tales menores muestran las
peores condiciones de disposición para participar en intervencio-
nes institucionales por lo que resulta mucho más factible interve-
nir directamente con los menores. La intención es proporcionar-
les los beneficios que antes mencionamos del programa dirigido
a adolescentes; es decir, alternativas positivas al uso del tiempo
libre y fortalecimiento de valores como la disciplina, la lealtad gru-
pal y el liderazgo, entre otros. Dado el perfil familiar poco coope-
rativo y la edad de los menores, idealmente el programa debería
desarrollarse en los mismos planteles escolares para maximizar
la posibilidad de participación de los menores. Como recién es-
tablecimos, para estos casos es necesario homologar criterios de
identificación por parte de los maestros. Sin embargo, es impor-
tante señalar que, a diferencia de otras modalidades de violencia
intrafamiliar que pueden ocultarse con cierto éxito, en estos ca-
sos que ahora comentamos los indicadores de negligencia resul-
tan siempre accesibles a la observación de los profesores.

4.6. Programa prioritario de educación para la sexualidad en secundaria


Un tema en el que las limitaciones de las pláticas informativas
tienen efectos de dimensiones alarmantes es el de la educación
sexual de los jóvenes de la colonia. Su eficacia es casi nula en la
prevención del embarazo adolescente y la paternidad temprana;
los cuales, a su vez fueron identificados como el factor de mayor
incidencia en generar las condiciones propicias para la violencia

321
social e intrafamiliar en La Unidad. Los defectos del actual ma-
nejo de la temática de la sexualidad en la población y los agentes
institucionales ya fueron señalados a lo largo del diagnóstico y en
recomendaciones previas. Ahora sugerimos un programa concre-
to de intervención para atenderlo.
Es necesario considerar el embarazo adolescente como el
tema prioritario de atención social e iniciar un robusto progra-
ma de intervención en el espacio institucional de la secundaria
donde posee mayor alcance y posibilidades para su despliegue
efectivo. El reconocimiento y la visibilización desprejuiciada de
la actividad sexual adolescente es condición necesaria para su
abordaje. Asimismo, las acciones concretas deben poseer al me-
nos las siguientes características: diseñarse y ajustarse a partir
de las preocupaciones, experiencias y necesidades subjetivas de
los adolescentes en relación al ejercicio de su sexualidad, así
como fomentar la expresión de las mismas en espacios percibidos
seguros; tener un carácter transversal, multifacético y extendido
en el espacio y los tiempos escolares no limitado a una clase o
a pocas actividades puntuales (es decir, ser realmente un tema
prioritario en la institución escolar); evitar cualquier matiz re-
presivo o moralizante y fomentar en los adolescentes el reco-
nocimiento de la trascendencia de su conducta sexual y de la
sexualidad como una dimensión fundamental de su desarrollo.
Si bien se trata de una propuesta demandante, la trascenden-
cia de la problemática que busca atender, así como el arraigo y
normalización que tiene en el entorno social la hace ineludible.
Asimismo, a pesar de las dificultades que supone su puesta en
marcha existen dos antecedentes que permiten prever un esce-
nario favorable para ello. En primer lugar, existe un importante
caso exitoso de una intervención de este tipo en una escuela co-
lombiana de un contexto social muy similar. Se trata del progra-
ma de Educación para la Sexualidad, Género y Diversidad en la
Escuela en el Colegio Gerardo Paredes en Bogotá, implementado
por el maestro Luis Miguel Bermúdez que, con un espíritu similar
al que planteamos y con un currículo diseñado con los estudian-
tes y que involucraba su participación activa ha logrado abatir los

322
recomen dacion es

altos índices de embarazo del plantel. 3 Por otra parte, la dirección


de la Secundaria 79 demostró a lo largo de nuestro diagnóstico
una destacable disposición a la colaboración y un claro compro-
miso con las condiciones sociales de su estudiantado mucho más
allá de sus meras responsabilidades escolares. Si bien es cierto, el
tipo de programa que sugerimos demanda un cambio de actitud y
perspectiva respecto de la educación sexual por parte del perso-
nal escolar, su apertura para emprenderlo es indudable.

4.7. Proyecto audiovisual sobre la historia colectiva de La Unidad


Una iniciativa que contribuiría a construir una suerte de identi-
dad de colonia que vaya más allá de fragmentaciones y conflic-
tos sectarios podría ser una dinámica para la reconstrucción
de una historia oral colectiva. Como hemos podido apreciar
en nuestro diagnóstico, la rememoración de eventos pasados con
frecuencia se convierte en el detonante de confrontaciones vio-
lentas entre pandillas. Habida cuenta de que sí hay un substrato
identitario en la población referido a la colonia donde viven, se
pueden llevar a cabo actividades que contribuyan a la consolida-
ción de un colectivo a través de la participación de todas las par-
tes, especialmente las enfrentadas.
Consideramos que el formato que podría tener mejor re-
cepción entre los jóvenes es el audiovisual (ya sea documental,
cápsulas publicitarias, concursos fotográficos…). Esto por múlti-
ples motivos: el uso de una cámara empodera a los jóvenes y les
acerca a conocer “nuevos mundos” dentro de su propio mun-
do; el uso de la imagen actualmente es la forma más eficaz y
directa de conectar con los jóvenes; la elaboración de este pro-
ducto obliga al que lo hace a reflexionar sobre su propia rea-
lidad desde “fuera”; el formato es susceptible de constituirse
como concursos que impliquen proyecciones y reconocimien-
tos públicos.

3 Algunos elementos de su propuesta y reconocimientos obtenidos a partir de su éxito pue-


den consultarse en:
https://elpais.com/internacional/2017/08/04/colombia/1501864960_431787.html
https://prezi.com/h8lkpg_e-szx/educacion-sexual/

323
FUENTES PRIMARIAS: APROXIMACIÓN ETNOGRÁFICA

NÚMERO DE
CARGO INSTITUCIÓN
INFORMANTE
1 Mujer residente La Unidad
2 Hombre residente La Unidad
3 Directora DIF municipal
Responsable de Desarrollo
4 Municipio de Escobedo
Económico
5 Trabajador social (CAIPA) Municipio de Escobedo
6 Trabajador (CAPA) Municipio de Escobedo
Responsable de la Defensoría
7 DIF municipal
Niños
Responsable de Participación
8 Municipio de Escobedo
Ciudadana
9 Trabajador social Secundaria 79
Maestra de música
10 Municipio de Escobedo
(Prevención del Delito)
11 Directora Secundaria 79
Psicóloga
12 Municipio de Escobedo
(Prevención del Delito)
Director
13 Municipio de Escobedo
(Prevención del Delito)
14 Trabajador DIF municipal
Municipio de Escobedo
15 Trabajador/expandillero
/ La Unidad
16 Coordinador Secundaria 79
17 Directora Instituto de la Mujer

FUENTES PRIMARIAS: ADULTOS INVOLUCRADOS


EN SITUACIONES DE VIOLENCIA ENTREVISTADOS

MUJER 1.
Sexo: femenino. 30 años. Escolaridad: primaria trunca. Vive con esposo, dos
hijos (9 y 12 años). Mesera a tiempo parcial. 5 años radicando en La Unidad.
MUJER 2.
Sexo: femenino. 28 años. Escolaridad: preparatoria trunca. Vive en casa de
su padre, con esposo e hijo de su pareja previa (7 años). Empleada empresa.
Desde los 6 años de edad radica en La Unidad.
MUJER 3.
Sexo: femenino. 42 años. Escolaridad: secundaria. Vive con esposo, hijo (6
años) (otra hija de 22 años casada). Ama de casa (antes ha trabajado fuera de
casa). 17 años radicando en La Unidad.

324
referen cias

HOMBRE 1.
Sexo: masculino. 35 años. Escolaridad: preparatoria. Vive con su madre y
pareja de esta. Separado, dos hijos viven con la madre. Conductor en servicio
privado. 10 años radicando en La Unidad.
HOMBRE 2.
Sexo: masculino. 35 años. Escolaridad: secundaria. Vive con esposa, dos hijos
(9 y 12 años). Ayudante general. 5 años radicando en La Unidad.

FUENTES PRIMARIAS: MAESTROS DE PRIMARIA ENTREVISTADOS

NÚMERO DE MAESTRO
INSTITUCIÓN GRADO
ENTREVISTADO
1 Francisco A. Riestra 1º
2 Francisco A. Riestra 1º
3 Francisco A. Riestra 2º
4 Francisco A. Riestra 2º
5 Francisco A. Riestra 3º
6 Francisco A. Riestra 3º
7 Concepción Treviño de Montemayor 1º
8 Concepción Treviño de Montemayor 1º
9 Concepción Treviño de Montemayor 2º
10 Concepción Treviño de Montemayor 2º
11 Concepción Treviño de Montemayor 3º
12 Concepción Treviño de Montemayor 3º
13 Concepción Treviño de Montemayor 3º
14 Dalila Gutiérrez Lobato 1º
15 Dalila Gutiérrez Lobato 1º
16 Dalila Gutiérrez Lobato 2º
17 Dalila Gutiérrez Lobato 2º
18 Dalila Gutiérrez Lobato 3º
19 Dalila Gutiérrez Lobato 3º
20 Carlos Montemayor 1º
21 Carlos Montemayor 1º
22 Carlos Montemayor 2º
23 Carlos Montemayor 2º
24 Carlos Montemayor 3º
25 Carlos Montemayor 3º

325
FUENTES SECUNDARIAS

Appel, A. y Holden, G. (1998). The co-occurrence of spouse and


physical child abuse: A review and appraisal. Journal of Family
Psychology. 12, pp. 578–599.
Contreras, J.; Bott, S.; Guedes, A. y Dartnall, E. (2010). Violencia
sexual en Latinoamérica y el Caribe: análisis de datos secunda-
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Cuadra, D. y Catalán, J. (2016). Teorías subjetivas en profesores
y su formación profesional. Revista Brasileira de Educação.
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ries. Studies in Second Language Acquisition. 13, pp. 187-214.
INEGI (2010). Censo de Población y Vivienda 2010.
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Estados Unidos Mexicanos, ENDIREH 2011. México.
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vo León, ENDIREH 2011. México.
INEGI (2018). Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana,
ENSU Septiembre 2018. Principales Resultados. México.
INMUJERES (2014). Hombres que ejercen violencia contra sus
parejas. Análisis a partir de la ENDIREH 2011. México.
Margolin, G. y Gordis, E. (2000). The effects of family and com-
munity violence on children. Annual Review of Psychology. 51,
pp. 445–479.
Margolin, G. y Gordis, E. (2004). Children’s exposure to violence
in the family and community. Current directions in psychologi-
cal science. 13(4), pp. 152-155.
Perrone, R. (2012). El síndrome del ángel. Consideraciones acerca de
la agresividad. Buenos Aires: Paidós Terapia Familiar.
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familia. Un abordaje sistemico y comunicacional. Buenos Aires:
Paidós.
Ribeiro, M. (2014). El divorcio en Nuevo León. Tendencias actua-
les. Papeles de población. 80, pp. 193-215.
Segato, R. (2003). Las estructuras elementales de la violencia:
contrato y status en la etiología de la violencia, en Série Antro-
pologia 334. Brasilia. Disponible en http://dan.unb.br/images/
doc/Serie334empdf.pdf

326
Se imprimieron 1000 ejemplares en enero de 2019,
en los talleres de
El cuidado editorial estuvo a cargo del
Fondo Editorial de Nuevo León.

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