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UNIVERSIDAD SAN PEDRO

Facultad de Derecho y Ciencias Políticas


Escuela de Derecho

TEMA:
Formas de Expresión de Poder
DOCENTE:

CURSO:
Ciencias Política
CICLO:
VII-A
INTEGRANTES
Aguilar Flores Piero
La Cruz Lino Leslie Mishelly
Lucho Gonzales, Juliana Jannet
Marzal Puchulan Lesly
Palacios Avila, Karen Claudia
Romero Obregon Alejandra
HUACHO - PERU
INDICE
PRESENTACIÓN............................................................................................................................3
PODER..........................................................................................................................................4
LAS FORMAS DE EXPRESIÓN DEL PODER......................................................................................5
DOMINACIÓN...........................................................................................................................5
Interferencia y dominación................................................................................................10
EL ESTADO..............................................................................................................................12
LA CONCEPCIÓN DEONTOLÓGICA DEL ESTADO.-...............................................................12
LA CONCEPCIÓN SOCIOLÓGICAS DEL ESTADO.-.................................................................12
LA CONCEPCIÓN JURÍDICA DEL ESTADO.-...........................................................................12
LA INFLUENCIA.......................................................................................................................13
Influencia y tácticas de influencia.......................................................................................16
El poder e influencia en el liderazgo transformacional.......................................................18
Moderación de la Distancia del Poder................................................................................20
Moderación de la distancia estructural..............................................................................21
LA AUTORIDAD.......................................................................................................................22
Las cualidades esenciales para desarrollar AUTORIDAD sobre la gente.............................30
Autoridad Funcional...........................................................................................................31
OBEDIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL.....................................................................................31
OBEDIENCIA.......................................................................................................................31
DESOBEDIENCIA.................................................................................................................35
CONCLUSIÓN..............................................................................................................................44
BIBLIOGRAFÍA.............................................................................................................................45
PRESENTACIÓN
PODER
Es el fruto de una relación en que unos mandan y otros obedecen.

Está ligado a las ideas, creencias y valores que permiten la obtención de esta obediencia

dotan de autoridad y legitimidad al que manda.

En términos generales, el poder supone, la capacidad de dirigir o transformar las

conductas de los otros, incluso en contra de su voluntad.

«... el poder se puede concebir como el instrumento por el cual se obtienen todos los

demás valores, de la misma manera en que una red se emplea para atrapar peces. Para

muchas personas, el poder es también un valor en sí mismo; en realidad, para algunos

es, a menudo, el premio principal. Dado que el poder funciona a la vez como un medio

y un fin, como red y como pez, constituye un valor clave en la política»

«el poder es una relación en la cual una persona o un grupo puede determinar las

acciones de otro en la dirección de los propios fines del primero» LASSWELL Y

KAPLAN .

la capacidad de hacer que se cumplan los deseos propios a pesar de la oposición. Sin

embargo, el poder consiste en gran medida en la capacidad de influir en las acciones de

otras personas » JOHNSON.

Se define el poder como la «probabilidad de que un actor dentro de una relación social

esté en posición de realizar su propia voluntad, a pesar de las resistencias,

independientemente de las bases en que resida tal probabilidad» MAX WEBER.

Se afirma que, «...en el sentido más general, el PODER SOCIAL es la capacidad de

determinación intencional o interesada de comportamientos ajenos» STOPPINO.


Se afirma que «el poder se refiere normalmente a la habilidad o autoridad para controlar

a otros» MCKINNEY.

Se define el poder como «aquella relación entre los hombres que se manifiesta en una

conducta de seguimiento. El seguimiento indica exactamente que otros hacen lo que uno

quiere» FRIEDRICH.

Se afirma que el poder «es la capacidad de las personas o los grupos para imponer su

voluntad sobre otros, a pesar de la resistencia, mediante la disuasión que adopta la

forma de retención de recompensas otorgadas regularmente, o bajo la forma de castigos,

en cuanto la primera tanto como la última constituyen, en efecto, una sanción negativa».

John Wiley and Sons.

LAS FORMAS DE EXPRESIÓN DEL PODER


El poder social y político tienen diversas formas de expresión que están vinculadas.

Estas son las siguientes:

 LA DOMINACIÓN

 EL ESTADO

 LA AUTORIDAD

 LA INFLUENCIA

 OBEDIENCIA

 LA DESOBEDIENCIA CIVIL

DOMINACIÓN
Es uno de los elementos esenciales en las relaciones de poder, incluso de mayor

importancia que el Estado, por un lado es un instrumento de los grupos dominantes en

una sociedad y, por otro, un modo de organizar la vida política.


Hay dominación material y real (dominación física), cuando una persona o grupo de

personas, que pueden denominarse indistintamente clase, grupo o estrato dominante,

impone su voluntad por la fuerza o coacción a otra persona o grupo de personas, que

están en una situación de subordinación.

Hay también dominación entre los sexos, esta forma de dominación existe cuando el

hombre somete a su voluntad a la mujer, reduciéndola a la condición de objeto sexual

imponiéndole formas de comportamiento que impiden su realización plena y libre. Es

una de las más antiguas.

La idea de dominación de Weber, nos dice, que la dominación no es solo económica si

no también política. Al lado de la dominación económica y política hay otros factores

como la costumbre, motivos afectivos, y racionales que son fundamentales para reforzar

los lazos de dominación.

La dominación se fundamenta en la legitimidad como sistema de creencia, otorgada a

un cuadro administrativo-burocrático. Ambos factores la creencia en la legitimidad de

una autoridad burocrática y el temor a la represión, son los sustentos básicos de la

dominación política.

Russell, el poder se ha relacionado, cuando no identificado con causalidad, con la

“habilidad o la capacidad de hacer que sucedan cosas”, de producir fenómenos, de

“generar intencionalmente efectos” (Russell 1938). Y esta ha devenido, con el tiempo,

la concepción dominante: “poder es la capacidad de un actor para producir resultados

exitosos” (Wrong 1979: 1). Poder político, en consecuencia, sería “la capacidad de un

actor de conseguir que otro haga lo que de otro modo éste no haría” (Dahl 1957).

Existen además concepciones y argumentos provenientes del debate en el campo de las

ciencias sociales, que han obstaculizado una cabal elaboración normativa del concepto

de poder. La primera de ellas es el solapamiento que introduce la concepción


“científica” del poder, que lo equipara de modo reductivo con la dominación de unos

actores sobre otros, adquiriendo así una significación normativamente negativa, como lo

opuesto a la libertad.

Puede observarse bien esto último en un lugar clásico: Economía y Sociedad de Max

Weber, donde se define el poder como “la probabilidad de imponer la propia voluntad...

aun contra toda resistencia” (Weber 1964: 43). Esta idea del poder como imposición no

hará sino acentuarse en sus interpretaciones posteriores. Así sucede, por ejemplo, con la

traducción más que discutible, en la influyente obra de Parsons, de los conceptos de

Weber: Macht y Herrschaft, como, respectivamente, poder (Power) y autoridad

(Authority). Mientras Herrschaft se traduce como autoridad legítima, Macht, poder,

adopta, en buena medida un significado de coerción ilegítima, de dominación, esto es,

de uso de recursos para obtener determinados fines en interés del agente principal

coaccionando la conducta de los subordinados. De esta suerte la autoridad constituirá,

jerárquicamente, el ámbito sistémico por excelencia de la política y de la legitimidad.

Sólo desde esta tradición puede comprenderse la conocida definición de Easton del

sistema político como la “asignación de valores mediante la autoridad (“authoritative

allocation of values”) (Easton 1969: 88). Se extenderá así una concepción del poder

como lo opuesto a la autoridad, de modo que mientras el primero descansa en la sola

coerción de la voluntad, la última reposa en lo que Weber denominaba “base externa de

legitimidad”: la justificación subjetiva del dominio por parte de los ciudadanos.

La equiparación de las relaciones de poder y dominación alcanzará su grado máximo,

hasta el punto de que autoridad política y poder social no son sino dos facetas de la

dominación (Foucault 1982). De este modo se introduce y luego se consolidará un

concepto unilateralmente negativo del poder político, una identificación entre poder y

dominación que obstaculiza de modo notable un análisis normativo plausible. Así, por

una parte, se oscurece el hecho de que incluso la libertad entendida como no


dominación conlleva el legítimo ejercicio de poder. Y por otra, no se puede dar debida

cuenta de que el poder político no sólo se ejerce de arriba abajo, jerárquicamente desde

el Estado y sus procedimientos jurídicamente regulados, sino que surge asimismo como

resultado de la acción cooperativa de los ciudadanos como control, influencia y

autoproducción colectiva de preferencias e identidades.

El concepto de poder que ha dominado el pensamiento político moderno y ha sido

nuevamente puesto en primer plano en la discusión académica contemporánea lo

considera, como vimos, como una relación causal (Scott 2001). Esta perspectiva causal

se vio reforzada tras el impacto que el positivismo lógico tuvo en las ciencias sociales a

mediados de siglo XX. Así, los autores pluralistas como Dahl o Polsby, guiados por el

operacionalismo propugnado por la “behavioral persuassion” - esto es, la asunción de

que todas las instituciones o pautas de conducta deberían ser definidas en los términos

de las manifestaciones visibles mediante las que son aprehendidas- adoptaron una

definición mecánicamente causal del poder. El primer Dahl lo expresaría

inmejorablemente: “La aserción “A tiene poder sobre R” puede ser sustituida por “La

conducta de A causa la conducta de R” (Dahl 1957). Así, la atención exclusiva a las

regularidades empíricas, la pretensión de que nada puede ser asumido acerca de la

distribución del poder en una sociedad con anterioridad al análisis de los

acontecimientos, conduce a un concepto empírico-causal de poder político: la conducta

observable de un actor deviene causa de la conducta observable de otro. De suerte que

sólo existe poder en la medida en que éste (a) es ejercido de hecho y (b) de modo

empíricamente constatable (Dahl 1961, Polsby 1969).

Esto implica, sin embargo, asumir como evidente lo que no es sino una muy

cuestionable “falacia de ejercicio”, que renuncia a priori a detectar las capacidades de

los sujetos en un determinado contexto de relaciones de poder y se centra en sus

relaciones de poder actualizadas y realizadas, con efectos harto problemáticos para el


análisis normativo del poder político (Máiz 2001). Ante todo, se traduce en una

concepción superficial y reduccionista de la política como política oficial, esto es,

articulada exclusivamente en torno a los temas de la agenda (“key issues”) fijados por

los políticos y los medios en el ámbito público o, lo que es lo mismo, filtrados y

seleccionados por quienes controlan el acceso a aquélla. Esta posición conduciría aestos

autores -de la mano de una significativa distinción entre homo civicus (ciudadanos

políticamente inactivos, de lo que se infiere se encuentran satisfechos con las políticas

públicas) y homo politicus (ciudadanos que participan regularmente en política, de lo

que se infiere que poseen demandas insatisfechas)- a una patente desconsideración

politológica y normativa de las desigualdades y exclusiones de la esfera pública, así

como de un sinnúmero de tensiones y conflictos latentes. Asimetría, desigualdad y

conflicto latente que -como ejemplifican los análisis pluralistas sobre la New Haven de

Who Governs?- pasarían desapercibidas para los investigadores, epistemológicamente

invisibles en cuanto empíricamente no manifiestas, y estallarían, empero, para su

sorpresa pocos años más tarde alumbrando los conflictos sociales de los años setenta de

las ciudades americanas.

Resulta preciso introducir aquí una distinción que acote la polisemia del concepto de

poder. En efecto en inglés y alemán el mismo término -“Power”, ”Macht” - designa dos

diferentes conceptos: la capacidad de hacer algo y el ejercicio efectivo de esa capacidad.

En francés y español, sin embargo, existen dos términos diferentes para cada uno de

esos conceptos: “puisssance”, “potencia” designan la capacidad y “pouvoir”, “poder” su

ejercicio real.

Esta distinción entre capacidad y ejercicio es decisiva por varios motivos. En primer

lugar, porque el poder muchas veces es eficaz como mera potencia sin ejercicio real, de

tal modo que los sometidos a él, mediante lo que Friedrich llamaba “ley de las
reacciones anticipadas” (Friedrich 1968), obedecen ante las negativas consecuencias

previsibles de no hacerlo.

En segundo lugar, porque un análisis adecuado debe permitir dar cuenta del poder de los

actores sin necesidad de observarlos en su ejercicio, pues “el poder no es un

acontecimiento sino una posesión” (Barry 227). El problema reside es que el limitado

empirismo que subyace en el análisis causal del behavioralismo inicial impide dar

cuenta de que el poder es una propiedad potencial, y de que el hecho de que sea ejercido

o no depende de la presencia de determinadas circunstancias, entre ellas, por ejemplo,

los recursos materiales, morales, personales y organizativos que proveen de mayor o

menor capacidad de acción a los individuos. Pero esto nos traslada desde unconcepto

causal a un concepto disposicional del poder, que puede producirse o noproducirse

dependiendo de la concurrencia de diversos factores, pero que se cierne como

posibilidad real toda vez que existen actores que disponen de esa potencial disposición

pronta a ser actualizada sobre otros. Ahora bien, esto requiere, a su vez, una concepción

postempirista, una concepción del poder teórica en sentido estricto, ajena a la falacia del

ejercicio empírico observable, que pueda analizar el poder como recurso disponible para

los actores. Sólo así es posible pensar la distinción normativa clave, que luego veremos,

entre ausencia de interferencia y no dominación: pues a diferencia de la primera, en la

que el poder, la capacidad real de interferir, puede no ser ejercido de hecho por

circunstancias varias, en esta última, está bloqueada estructuralmente y por definición la

posibilidad misma no sólo en acto, sino en potencia del arbitrario ejercicio de

interferencia de unos actores sobre otros. En consecuencia, sin teoría no podremos

descubrir y evaluar disposiciones de poder que son teóricas por naturaleza, esto es,

contrafácticas, pues sean o no actualizadas de hecho por los actores, constituyen

propiedades sustantivas de su repertorio de acción, fundadoras de desigualdad de

recursos políticos (Dowding 1996:4).


Interferencia y dominación

Resulta preciso recordar, ante todo, que la fusión entre el poder entendido como la

capacidad interesada de conseguir objetivos -poder (sobre)- y el poder como expresión

de la autonomía individual y colectiva, como acción cooperativa -poder (para)-, se ha

traducido muchas veces, en los debates contemporáneos, en la hegemonía de un

concepto estratégico de poder que en última instancia hace equivaler poder y

dominación, lo que normativamente suscita graves problemas a la hora de pensar las

diversas modalidades de poder, su generación y su control.

Ya hemos visto cómo este era el caso de los participantes en el debate sobre las tres

caras del poder, habida cuenta de que, dada su formulación conductista, el poder

coactivo se hacía equivalente al poder tout court. Pero el argumento posee una muy

asentada tradición pues en la teoría social y política clásica desde Hobbes a Schumpeter,

pasando por Max Weber, tal es la perspectiva dominante: homogenizando la adquisición

y afirmación del poder político con su gestación, se ha tendido a confundir muchas

veces la totalidad del fenómeno de poder con el potencial para una estrategia

competitiva con éxito. Max Weber, en efecto, partía de un modelo teleológico de acción

mediante el que un actor se propone un fin y dispone de los medios necesarios para

alcanzarlo y, si ello depende del comportamiento de otro actor, el agente debe disponer

de los medios que fuercen al otro a realizar la acción requerida. Parsons, por su parte,

como señalaría Habermas, repetirá, en el plano de la teoría de sistemas, la misma idea

teleológica que Max Weber formulara en su día en el plano de la teoría de la acción

(Habermas 1975), esto es, el poder como potencial para la consecución de objetivos: “la

capacidad de un sistema social para movilizar recursos en interés de los fines

colectivos” (Parsons 1967).


Pero será en la tradición de la escuela de Frankfurt, y más recientemente en la compleja

obra de Foucault, donde, como ya hemos avanzado, la colusión del poder con la

dominación alcance su grado más alto. Pese a que un mérito indisputable, entre otros, de

los análisis de Foucault será el de subrayar la cualidad productiva y no meramente

negativa del poder, no debe olvidarse que el poder disciplinario, concebido como

“estructura total de acciones” se manifiesta en los instrumentos, técnicas y dispositivos

que condicionan las acciones de los sujetos.

EL ESTADO
Existen diversas concepciones sobre el estado pero las principales son:

LA CONCEPCIÓN DEONTOLÓGICA DEL ESTADO.-

Es la mas antigua y cargada de tradición filosófica; su nota común es atribuir al

estado un fin, un valor que deben realizarse mediante su acción, este fin es el

bien común.

LA CONCEPCIÓN SOCIOLÓGICAS DEL ESTADO.-

Estudia el estado como institución de poder, su característica común es construir

un concepto descomponiéndolo, en una forma de agrupación social, que se

cualifica por las propiedades intrínsecas del poder político.

LA CONCEPCIÓN JURÍDICA DEL ESTADO.-

Reduce al estado a lo estrictamente normativo, esta tendencia esta ligada a la

escuela formalista del derecho, que solamente estudia un aspecto de la realidad

estatal, su naturaleza jurídico-normativo considerándolo como esencial y real.


Para la Ciencia Política, el estado es el poder político jurídicamente institucionalizado;

es una importante estructura de la convivencia política, pero el estado no es la única

institución de poder . Ejemplo: Partido Político, Grupos de Presión.

Una perspectiva desde la que se puede captar la función del Derecho como factor de

conservación y de modificaciones sociales es la histórico-política, propia de una

búsqueda filosófica de la política, que implica el análisis de la relación entre el poder

político y el Estado, por un lado, ;t. el ordenamiento jurídico, por otro. Con más

exactitud es la búsqueda histórico-filosófica orientada a captar las correlaciones

existentes no sólo entre las diversas formas históricas del poder político y del Estado,

sino también con respecto a las diversas formas del ordenamiento jurídico --o sea sus

peculiaridades en relación a la función prevalentemente conservadora e innovadora del

Derecho . En efecto, el Derecho, en cuanto «realidad histórico-social normativamente

valorada, y por tanto protegida» (v. D. PAsiNI, Tilda y forma en ta realidad riel

Derecha, Milán, 1964, p. 89), en su momento nomogenético, que es el presupuesto de la

interpretación y de la actuación posterior, es la expresión de una valoración- opcional de

la realidad histórico~social operada por quien tiene el ejercicio del poder político y, por

tanto, el poder decisorio y decisivo. Esta decisión opcional, y por consiguiente la

objetivación normativa, pueden ser expresión de un órgano legislativo o jurisdiccional o

de voliciones anónimas de la sociedad, por las que a cada mutacïón histórica de la forma

del poder político corresponde una mutación de las objetivaciones expresas del poder y

de los órganos normativos.

En consecuencia, a las tres formas históricas típicas, fundamentales del poder político -

poder coercitivo como fuerza, poder como fuerza normativizada o legal y poder

legítimo o como autoridad, fundado en el libre consentimiento de los consociados, no

sólo corresponden las tres formas históricas típicas, fundamentales del Estado -Estado

monocrático-autocrático, Estado de derecho o legal y Estado social o legítimo o de


justicia-, sino que también corresponden, respectivamente, tres funciones históricas

típicas, fundamentales de la técnica de control social que es el Derecho.

LA INFLUENCIA
La influencia es una forma del poder político que se basa en la capacidad para persuadir

a otros que conviene adoptar o abandonar determinadas conductas.

Esta actitud para la persuasión depende del manejo y difusión de datos y argumentos,

con los que se persigue modificar o reforzar las opiniones y las actitudes de los demás.

Es la habilidad de ejercer poder sobre alguien, de parte de una persona, un grupo de

personas o de un acontecimiento en particular. También se manifiesta en la aptitud para

despertar emociones respecto de las expectativas positivas y negativas de los individuos

o grupos.

La influencia es la capacidad de persuasión que se ejerce en otras personas con el fin de

hacer cumplir órdenes o de que hagan algo que de lo contrario no hubieran hecho.

Es la capacidad sustentada en el predominio o fuerza moral sobre el ánimo de las

personas. Está basado en el talento, experiencia, laboriosidad, conocimiento o conducta

virtuosa.

Es una de las principales formas en que el poder se expresa socialmente se puede tener

influencia por múltiples razones, una porque ocupa un rol y se desempeña una función

específica en la estructura estatal, también porque se controlan los medios de

producción en la sociedad.

Las relaciones de influencia son permanentes en la vida diaria y en la acción política.

Esta influencia puede ser ejercida por quienes son autoridad o por quienes, sin ser

autoridad, es conferido un estatus especial por la sociedad.


Por lo general cuando los comuneros tienen problemas, recurren al maestro y al

sacerdote para que intercedan con sus buenos oficios. No cabe duda que el sacerdote y

el maestro son personas influyentes, pero no porque ocupen un cargo oficial, sino por la

posición social y las funciones que desempeñan. Su influencia será mayor o menor

según el grado que los comuneros otorguen a la religión y a la cultura. Esto no quiere

decir que el alcalde, el prefecto y el policía no sean influyentes.

La influencia es una forma de poder y es una de las formas en que el poder se expresa

socialmente. En la sociedad las relaciones de poder son de influencia y no hay

interacción política en donde no se presente la influencia.

La influencia corresponde a la fuerza que posee el líder sobre sus seguidores para

inducir el cambio en ellos, incluyendo cambios en comportamientos, actitudes y valores

(Munduate y Medina, 2004).Dentro del análisis acerca de la influencia, se debe tener

claridad acerca de la diferencia entre el ser verdaderamente influenciado y el ceder ante

la presión social directa o indirecta que puede ejercer una persona sobre otra. Existen

situaciones en las que el proceso de influencia es tan fuerte como para lograr un control

sobre el comportamiento de los demás, sin importar si están convencidos totalmente. En

otras ocasiones la influencia ejercida llega a cambiar actitudes, comportamientos u

opiniones privadas, comprometiéndose con la petición o el objetivo a alcanzar

(Munduate, Medina, 2004).

Por lo anterior, se han definido varios procesos de influencia los cuales no son

mutuamente excluyentes y distinguen entre el cumplimiento, la internalización y la

identificación.

 Cumplimiento

Hace referencia a un cambio en el comportamiento o las actitudes de la persona

con el fin de obtener una recompensa o como consecuencia de la coacción. Al


no ser un cambio interno, en la mayoría de ocasiones el comportamiento del

individuo sólo persiste si este se encuentra vigilado.

 Internalización

Al contrario del cumplimiento, la internalización genera un cambio interno y

verdadero de la persona que no depende del control o la vigilancia para persistir.

Las propuestas y objetivos son respaldas al ser deseadas y aceptadas por los

valores y el comportamiento del individuo.

 Identificación

Para este proceso de influencia, el individuo se convierte en un atractivo para los

demás. Hay un grado de imitación del comportamiento y las actitudes de quien

influye en la persona o rupo, buscando su aprobación (Kelman,, 1958).

Como concepto, la influencia se entiende como la capacidad que tiene un individuo para

generar un nivel alto de confianza en un grupo o persona determinada, al punto que

estos realicen voluntariamente acciones o planes deseados. Para lograr lo anterior,

existen tres tipos de influencia distintos: a) Influencia por carisma, cualidad por la cual

el individuo se vuelve atractivo para las demás personas. b) Influencia por

conocimiento, en la que la preparación suele ser altamente valorada dentro de las

organizaciones, pero sin olvidar que dicho conocimiento debe estar ligado a la

capacidad para aplicarlo a la realidad. c) Influencia por capacidad de comunicación, un

gran orador atrae y despierta el interés necesario para influir en el comportamiento de la

persona o grupo al que se quiere llegar (Fuentes, 2012).

Para French y Raven, la influencia puede ser vista como la fuerza que una persona logra

ejercer sobre los demás para inducir un cambio en ellos, ya sea en comportamientos,

actitudes y valores (Frenchy Raven, 1959). Para otros autores la influencia es conocida

como la habilidad de ejercer poder sobre alguien, de parte de una persona, un grupo o de

un acontecimiento en particular (García, 2013),


Influencia y tácticas de influencia

Por otro lado para hacer uso de esta a medida de los años han desarrollado tácticas para

influir en las personas de forma ideal, es el caso de Robert Cialdini (2006) que se

enfocó en analizar las tácticas de influencia a partir de principios psicológicos:

 Principio de reciprocidad,

En donde recalca que hay que tratar a los otros de la misma forma que ellos nos

tratan, es decir, si alguna persona ayuda, obsequia algo o ha hecho alguna cosa

por la otra, esta persona se sentirá con obligación de dar algo a cambio por

dichas acciones.

 Principio de coherencia

Donde habla de la importancia de tener acciones y comportamientos adecuadas a

lo largo de la vida.

 Principio de aceptación social,

Donde hace referencia a que las personas actuamos como la gente que los

rodean, logrando así una aceptación con la misma.

 Principio de la Simpatía,

Esta se basa en a hacer lo que desea la gente que nos gusta o a la que queremos,

Cuanto mayor es la atracción que despierta una persona, mayor es la posibilidad

que tiene de influir.

 Principio de la Autoridad es la obligación de obedecer al que tiene el mando.

Este principio se en foca en dos elementos claves que es la jerarquía y símbolos,

el primero se basa en la creencia de que las personas que llegan a puestos

superiores en la jerarquía tienen más conocimiento y experiencia que el resto y

el segundo en el aporte de credibilidad.

 Principio de escasez en el que se valora lo que es más difícil de obtener.


Existen otras técnicas que reafirman la influencia del líder. Daft (2006) nombra

7 técnicas que usaron los líderes obteniendo éxitos.

 Persuasión racional

Es una de las más usadas, se basa a partir de usos de datos, hechos y argumentos

lógicos para persuadir a otros.

 Procurar caerle bien a la gente,

Dado a que esto trae amplios beneficios para el líder, debido a que demuestra

confianza, respeto e interés por sus seguidores.

 Recurrir a la regla de la reciprocidad,

El líder comparte sus recursos a sus seguidores, lo que hace que él inspire a sus

seguidores a un ambiente de cooperación y compartimiento.

 Hágase de aliados

Es la cuarta técnica que nombra Daft (2006) en el que el líder a través de sus

seguidores puede lograr una meta efectivamente.

 Pida lo que quiera a sus seguidores

Si no lo hace, muy raramente recibirá algo de ellos. La sexta técnica es el

nombrado anteriormente por Rober Cialini, la técnica de escases, en donde el

líder puede aprender a enmarcar sus peticiones y sus ofertas de tal forma que

resalte los beneficios únicos y la información exclusiva que están divulgando.

 Autoridad

También recalcada anteriormente, donde ayuda al líder a tener credibilidad ante

sus seguidores.

Con lo visto anteriormente y teniendo claro los conceptos principales en los que

hace énfasis esta investigación, se debe hablar de la relación existente entre el

poder e influencia con el liderazgo transformacional.


El poder e influencia en el liderazgo transformacional

No es posible hablar de una relación de poder sin mencionar el medio social que asigna

y valida las facultades jerárquicas del individuo. La estructuración de una identidad

social en la colectividad hace posible la aparición del liderazgo, viéndolo como el

producto de las relaciones entre el líder y su grupo social de referencia. La forma en

cómo se modelan las relaciones entre colectividad y su líder dentro de las

organizaciones, constituye el poder. La importancia de este concepto dentro de una

sociedad basada en la diversidad de jerarquías y funciones radica en la posibilidad de

orientar y ordenar las tareas individuales hacia propósitos colectivos. El poder, en el

ámbito social, permite unificar y limitar la dispersión y el antagonismo. Por ello, este

concepto se convierte en una condición para la reproducción social ante la desigualdad

o inequidad de intereses (Alcázar, J. 2007).

Según Gardner (1986), “el poder no necesita ser ejercido para tener sus efectos”. Esto

refleja que la capacidad que tiene un líder para influir en sus seguidores tiene efectos

positivos aun cuando no se toma ninguna acción para influir por parte del líder. A partir

de esto, se entiende que el poder es atribuido a otros sobre la frecuencia de las tácticas

de influencia que usan, y nunca es observado directamente.

La efectividad del líder, y el poder e influencia que tiene sobre sus seguidores, puede

medirse a través de la satisfacción o motivación de los seguidores, el clima

organizacional, la cohesión y los índices de desempeño. A partir de ello, se define la

capacidad de poder y el grado de influencia disponible para los líderes y los

subordinados, entendiendo que el poder es la capacidad de causar cambio y la influencia

es el grado de cambio real en actitudes, valores o comportamientos de una persona

como resultado de las tácticas de influencia usadas por su líder (Hughes, Ginnett y

Curphy, 2007). Los líderes con un alto grado de poder pueden generar cambios
importantes en la actitud y el desempeño de sus seguidores. Sin embargo, un seguidor

que cuente con una gran cantidad de poder (sea en conocimientos o experiencia) puede

ejercer una mayor influencia que el mismo líder.

La efectividad en la práctica del liderazgo depende de la reflexión por parte de los

líderes y seguidores acerca de las tácticas de influencia y los tipos y fuentes del poder.

Para entender de dónde viene el fenómeno social del poder se deben analizar aspectos

situacionales tan básicos como la postura y disposición del espacio. Estos factores, junto

con el impacto que genera la apariencia que un líder quiere darle a sus seguidores,

mostrando símbolos, reconocimientos, diplomas, o simplemente un atuendo, pueden

incrementar el grado de poder que se tiene. Sin embargo, el exceso de apariencias de

título y autoridad llevan en muchos casos a que los seguidores sigan instrucciones

erróneas, confiando únicamente en los símbolos o títulos que no cuentan con un

respaldo adecuado (Cialdini, 1984). Además de esto, un factor para analizar es la

presencia de crisis a la hora de influir en los demás. Es decir, los líderes cuentan con un

mayor poder durante un periodo de crisis que durante periodos de calma y estabilidad.

Esto se puede deber, por un lado, a los métodos o bases a los que recurre un líder en el

momento de una crisis,

y por otro, a la disponibilidad que tienen los seguidores para aceptar una mayor

dirección y control por parte de los líderes.

Moderación de la Distancia del Poder

El artículo habla de la distancia del poder como el grado en que un individuo acepta la

distribución desigual del poder en las instituciones y organizaciones. Según en un

artículo de Hofstede la distancia de poder se refiere a la medida en que los miembros

menos poderosos de las organizaciones e instituciones (como la familia) aceptan y

esperan que el poder se distribuya de forma desigual. Esta dimensión no mide el nivel
de distribución del poder en una cultura determinada, sino que analiza cómo se sienten

las personas respecto a él. Una puntuación baja de distancia del poder significa que esa

cultura espera y acepta que las relaciones de poder sean democráticas y que se considera

a sus miembros como iguales. Una puntuación elevada de este índice significa que los

miembros menos poderosos de la sociedad aceptan su lugar y son conscientes de la

existencia de posiciones jerárquicas formales. A nivel organizacional, se puede ver que

los efectos del liderazgo transformacional diferirán para los subordinados de acuerdo

con la distancia de poder. Se sabe que el empleado que percibe una menor distancia de

poder es aquel que el líder le pide opinión sobre las tareas propuestas y es escuchado,

por esta razón, en el momento que se le establece una tarea al subordinado, este lo hará

con mayor energía y reaccionara mejor ante el líder. En el caso contrario, cuando el

empleado tiene una mayor distancia de poder, simplemente el subordinado realiza las

tareas tal cual como las dicte el líder, sin tener voz y boto en ella. Por lo que elseguidor,

se conforma en que el líder le de las ideas o soluciones para dichas tareas.

Moderación de la distancia estructural

Según el texto, la distancia estructural se define como la distancia jerárquica entre el

líder y el seguidor, que puede consistir ya sea de forma directa, o una relación indirecta

en la jerarquía de la empresa. Los líderes directos que se encuentran estructuralmente

cerca de sus seguidores se pueden observar con mayor comodidad por los seguidores

porque se facilita la comunicación entre ambos. Cuando hay poca distancia estructural

entre el líder y los seguidores, este aumenta la oportunidad para que los líderes generen

mayor atención individualizada a los seguidores. También estos pueden obtener más

estímulo para una intelectual estimulación de los líderes que son estructuralmente

menos distantes, de modo que lo harían replantear los problemas en el lugar de trabajo,

lo que motiva su habla con soluciones constructivas para las organizaciones.


Se puede concluir en este artículo que las distancias de poder y las distancias

estructurales fueron un moderador significativo en la relación entre el liderazgo

transformacional con el empleado. Al hacer referencia en la distancia de poder que trae

mayores efectos, se resume que el empleado que se encuentra a menor distancia de

poder de su líder son más propensos a hablar, dar su punto de vista y reaccionar mejor

ante las órdenes dadas, que los que se encuentran a mayor distancia de poder. Lo que se

puede decir que habrá mejor relación entre el líder y el seguidor, ya que este último

podrá expresar sus pensamientos y dar sus opiniones a favor de la empresa sin ningún

miedo, creando asímejor clima organizacional y una comunicación asertiva entre los

miembros de la organización.

LA AUTORIDAD
Por autoridad entendemos el derecho establecido, dentro de un orden social dado, para

determinar medidas, formular juicios sobre cuestiones relevantes y resolver

controversias o de manera amplia para actuar como jefe o guía de otros hombres

(Walter Buckley).

La autoridad es un poder con derecho, no es un poder en si solo, porque desde este

punto de vista el poder con autoridad concede legitimidad, mandato y disposición

oficial.

La autoridad esta revestida de formalismo. Ejemplo: El Presidente de una Nación- tiene

autoridad formal, lo mismo que el juez y el policía. En cambio el líder político que no

ocupa ningún cargo en la estructura del estado tiene autoridad sobre sus seguidores, La

autoridad es una forma de poder expresado social y formalmente.

Partiendo de esta premisa y, sin embargo, reconociendo, como en su día ya hiciera

Bismarck, que la política no es una ciencia exacta, es por lo que creo que un examen del

concepto de autoridad nos exigiría necesariamente profundizar en su parentesco y en su


presunta relación con el concepto de poder; teniendo en cuenta que con frecuencia

ambos términos parecen fundirse y confundirse tanto en la esfera del lenguaje común

como en la del pensamiento. "Hablamos de que una ley da "poder" a un ministro para

hacer esto o aquello, cuando queremos decir que le está dando autoridad. Del mismo

modo, hablamos de actuar más allá de "los poderes legales", o de actuar ultra vires,

cuando la palabra "autoridad" hubiese expresado de un modo más claro lo que

queremos decir".

Esta imprecisión del lenguaje que, curiosamente, encontramos ya en el comienzo mismo

de la discusión teórica sobre la soberanía, en el siglo XVI, en la obra de Juan Bodino,3

llega hasta nuestros días. De hecho, son todavía hoy muchos los autores para quienes el

intento de establecer una distinción rigurosa entre el poder y la autoridad está, en última

instancia, destinada al fracaso. Así, por ejemplo, B. Goodwin en los últimos tiempos ha

precisado: "En cualquier situación política normal y en todas las instituciones estatales,

el poder y la autoridad coexisten y se apoyan el uno al otro, y entre ambos condicionan

la conducta de los ciudadanos".

Sin embargo, la postura contraria, la que apuesta por el binomio poder-autoridad, ha

sido también defendida por otros tantos filósofos, que mantienen que debe existir una

clara diferenciación entre ambos conceptos y no la conjunción y la mezcla que parece

caracterizar la relación entre ambas nociones en la vida política.

Incluso encontramos casos de autores en ciencias políticas y en sociología que exageran

la diferenciación entre los conceptos de autoridad y poder, llegando incluso a defender

una verdadera confrontación. A mi modo de ver, si este planteamiento no ha sido

positivo para las ciencias sociales es porque a pesar de que ha permitido incrementar la

capacidad explicativa del concepto de autoridad, de algún modo, ha empobrecido el

concepto de poder al limitarlo a la mera coacción, pero en su peor variante: la ilegítima.


Por otra parte, nos encontramos con que los juristas describen el poder como un

concepto de facto, que tiene que ver con hechos o acciones, mientras que la autoridad se

presenta como un concepto de iure, relacionado con el derecho.

Como todos sabemos, la interacción entre poder y autoridad, hecho y derecho, es un

tema que ha ocupado un lugar principal en la obra de todos los teóricos políticos

clásicos. No hay más que recordar a Maquiavelo, quien afirmaba en El Príncipe que el

nuevo gobernante, quizá un usurpador inhabilitado para reivindicar una base hereditaria

o religiosa que le permita ocupar su posición, debe convertirse, para sobrevivir, en un

experto en el ejercicio del poder y en la manipulación de las personas, utilizando

tácticas oportunistas y una "economía de violencia". La autoridad, por consiguiente, no

es esencial a corto plazo, -dirá maquiavelo- aunque el príncipe intente obtenerla a largo

plazo.

También el soberano de Hobbes en su obra Leviatán es designado para promover la

obediencia que se ha de prestar al pacto social. En la medida en que es un ente

autorizado por los contratantes originales, el soberano representa una autoridad situada

por encima de ellos. Si las generaciones que siguen a la original obedecen al soberano

por razones de prudencia es porque temen el retorno de la anarquía, de modo que a

partir de ese momento, puede decirse que el soberano ejerce poder sobre ellos, en lugar

de ejercer autoridad. Por ello, el modelo de Hobbes tiene como consecuencia,

posiblemente involuntario, la legitimación de cualquier golpe que tenga éxito o

cualquier poder de facto que se establezca a partir de este golpe.

Por último, por referirme a tres casos paradigmáticos, en contraste con Hobbes, Locke

situará la autoridad en el pueblo como soberano supremo. La autoridad y el poder son

delegados en cantidades limitadas a un gobierno que permanece subordinado al pueblo

soberano. Sin embargo, los individuos están obligados a aceptar la autoridad y a


obedecer las leyes de un gobierno adecuadamente constituido; puesto que se trata de

leyes a las que han prestado su consentimiento.

Si reflexionamos un poco sobre todo esto creo que la cuestión que necesariamente exige

ser contestada es la siguiente: ¿puede considerarse la autoridad una forma de poder? o

por decirlo con palabras de Sennett8, ¿es la autoridad la expresión emocional del poder?

Ciertos autores han tratado de contestar a esta pregunta simplemente diciendo que

"considerar a la autoridad como una forma de poder no es útil desde un punto de vista

operativo"; sin embargo, desde mi punto de vista, lo más adecuado sería responder,

siguiendo a Oppenheim, con un "depende". ¿Por qué? Porque, a mi juicio, autoridad y

poder no tienen porque siempre coincidir.

Puede ser que un sujeto esté bajo la autoridad y la influencia de otro sujeto, y, por tanto,

bajo su poder; pero puede ocurrir también que esté bajo su autoridad y, sin embargo, no

bajo su poder. Lo entenderemos mejor con el siguiente ejemplo tomado de

Oppenheim:10 El gobierno de Atenas tenía autoridad sobre Sócrates, el prototipo de

persona autónoma, quien de un modo independiente había llegado a la convicción moral

de que debía obedecer las leyes de Atenas, aunque fuesen ilegales (es decir, que no

debía escapar de su prisión aun cuando estaba convencido de que su juicio era ilegal:).

De este modo, el gobierno de Atenas no tenía influencia sobre Sócrates aunque sí poder

para castigarle. Si, por otro lado, la creencia de Sócrates de que debía obedecer

fielmente las leyes del gobierno hubiese sido alentada por el gobierno -por ejemplo,

mediante persuasión racional o adoctrinamiento- Sócrates estaría bajo la autoridad y la

influencia del gobierno, y, por tanto, también bajo su poder

En cualquier caso, y como acertadamente, ha puesto de manifiesto Labourdette, no

parece aceptable una diferenciación total o una fractura entre los conceptos de autoridad

y de poder. Pues con ello: "No sólo se mutila el alcance inclusivo del poder, sino que

también su parcelación exige, necesariamente, la constitución de un nuevo concepto


capaz de abarcar todos los ámbitos considerados. Y esto es así porque, al separar

analíticamente en segmentos los procesos de imposición, y deducir áreas específicas de

acuerdo a ciertas características, surge la impostergable necesidad de convocar a un

concepto totalizador de ese proceso de imposición global. A nuestro juicio -es decir, al

de Labourdette- ese concepto es el de "poder".

De acuerdo con la anterior, y teniendo siempre presente la estrecha relación, aunque no

identificación pero tampoco oposición, que existe entre ambos conceptos, creo que,

siguiendo a Raphael, resultaría acertado sostener que tener autoridad para algo, es tener

el derecho de hacerlo. Aquí habrían de distinguirse dos sentidos del sustantivo

"derecho". Pues, por un parte, cuando decimos que una persona tiene el derecho de

hacer algo, podemos estar queriendo decir que la acción que se propone llevar a cabo no

está prohibida por ninguna ley o norma moral, o que una determinada ley le permite

cometer acciones de esa clase. Y según este primer sentido del sustantivo "derecho", un

derecho sería una libertad, una licencia, una autorización; en suma, un "derecho de

acción". Pero, por otra parte, podríamos también querer hablar de tener un derecho

refiriéndonos a un derecho a recibir algo, un derecho frente a otro, quien tendría la

obligación de darnos aquello a lo que tenemos derecho. Según este segundo sentido, un

derecho constituiría un título a algo que se nos debe; en suma, un "derecho de

recepción".

Naturalmente, el derecho de recepción no implica que se haya de recibir algo material;

puesto que aquél puede consistir tanto en el derecho a no ser molestado, en la ausencia

de restricciones para hacer aquello que decidamos hacer, como en el derecho a recibir

obediencia de los demás.

Según Raphael, la autoridad para dar órdenes supondría esta clase de derecho de

recepción. A veces, hablamos de estar autorizados (y no tan a menudo, utilizamos la

expresión: tener autoridad) para hacer algo, cuando estamos refiriéndonos a que
tenemos un derecho de acción, pero dando a entender, además, que tenemos también un

derecho de recepción, a que no se nos moleste. (...) Por consiguiente, la autoridad para

dictar órdenes no sería sólo un permiso o un derecho a hacer algo, como lo es el permiso

(o la autorización) para conducir un coche; sería también un derecho frente a aquellos a

quienes se dirigen las órdenes, para que hagan lo que se les ordena. Esto es, implicaría

también un derecho a recibir obediencia, al que corresponde la obligación por parte de

los demás de concederla. También para Oppenheim esto es así. Pues como él mismo

determina: "Que el gobierno P tenga autoridad sobre sus ciudadanos R respecto a

determinadas actividades significa que los últimos creen que el primero está autorizado

a regular sus conductas dentro de los límites que imponen esas actividades y que ellos

tienen el deber de obedecer".

Si recordamos para Weber el rasgo distintivo del dominio o autoridad era la sumisión, la

cual podía descansar en los más diversos motivos: desde la habituación inconsciente

hasta lo que son consideraciones puramente racionales con respecto a fines. Un

determinado mínimo de voluntad de obediencia, o sea de interés (externo o interno) en

obedecer, sería, a su modo de ver, esencial en toda relación de autoridad.

El concepto de poder se enfrenta así en su análisis con el de dominación cuando reitera

que este último consiste en la probabilidad de hallar obediencia a su mandato16

proponiendo emplear el concepto de dominación en su sentido limitado, que se opone

radicalmente al poder, el cual se basa formalmente en el libre juego de los intereses.

Sin lugar a dudas, la categoría de obediencia está jugando un papel decisivo en la

conceptualización del dominio. Weber se detiene en el derecho de obediencia del

mandante y en el deber de obediencia del dominado. El rasgo que precisamente

diferenciará a la autoridad o dominación del poder será, a su juicio, la "legitimidad".18

Y según la clase de legitimidad diferirá el tipo de obediencia, el cuadro administrativo

que la garantiza, y el carácter que adopta el ejercicio de la dominación. Y, por lo tanto,


también diferirán sus efectos. De ahí que, desde mi punto de vista, el célebre análisis del

poder de Max Weber constituya, en realidad, una explicación sociológica de la

autoridad.

Si recordamos, el autor alemán distinguía tres tipos ideales de autoridad o dominación

(Herrschaft)19 la legal-racional,20 la tradicional21 y la carismátíca.

1) La autoridad legal-racional constituye la forma explícita del derecho a dictar órdenes

y a que éstas sean obedecidas, en virtud de la ocupación de un cargo o posición dentro

de un sistema de normas deliberadamente estructuradas que establecen derechos y

deberes.

2) La autoridad tradicional existe cuando una persona -un rey o un jefe tribal, por

ejemplo- ocupa una posición superior de mando, de acuerdo con una tradición de larga

data, y es obedecida porque todos aceptan el carácter sagrado de la tradición.

Curiosamente, Luhmann en su obra Poder (Macht) insistirá en este punto al señalar que

la autoridad no necesita justificarse inicialmente; puesto que, a su juicio, aquélla se basa

en la tradición aunque no, por ello, aclara el autor, necesite invocar a ella.

3) La idea de autoridad carismática constituye una extensión del significado de la

palabra griega chárisma (el don de la gracia divina) que aparece en el Nuevo

Testamento. Ahora bien, tal y como Weber emplea el término, significa aquella

autoridad basada en la posesión de cualidades personales excepcionales que ocasionan

que una persona sea aceptada como líder. Puede tratarse de virtudes piadosas, que

conceden a su poseedor una autoridad religiosa; o de cualidades como el heroísmo, la

capacidad intelectual o la elocuencia, que despiertan una devoción leal en la guerra, en

la política o en cualquier otra actividad. La autoridad carismática respondería por parte

de los dominados al reconocimiento del carácter extranormal del elegido, de su


"heroísmo", de su "santidad" y "ejemplaridad"; y concordantemente con ello, al

reconocimiento de las "ordenaciones" emanadas de los elegidos.

Según B. Goodwin, esta última fuente o tipo de autoridad, a la que creo que

equivocadamente ella denomina "poder" carismático, preocupa a muchos teóricos

políticos, especialmente, después de la llegada al poder de Hitler; puesto que alude a un

factor impredecible, incontrolable, que puede amenazar o sobreponerse a la forma

democrático-burocrática de autoridad que caracteriza a la moderna sociedad occidental.

Si bien constituye una negación de la autoridad de base legal, la autoridad carismática

se apoyaría, en esencia, en la condescendencia de los discípulos a su líder, en la medida

en que ellos, sin él, no son nada. A diferencia de la autoridad impersonal que caracteriza

a las instituciones, este tipo de autoridad resulta ser enteramente personal y su pérdida

significa la inmediata pérdida del poder influyente sobre sus seguidores. Weber

consideraba al carisma como algo efímero, aunque también pensaba que podía

convertirse en rutinario mientras se transformara "en una fuente adecuada para la

adquisicíon de poder soberano por los sucesores del héroe carismático". De hecho,

Weber consideraba que el liderazgo democrático constituía una forma de autoridad

carismática disfrazada de una legitimidad basada en el consentimiento.

Algunos autores ponen de relieve que este tipo de autoridad difiere del primero y del

segundo, en tanto y cuanto consiste en la capacidad o el poder de imponer obediencia,

mientras que los otros dos modelos constituirían ejemplos de un derecho a mandar. De

acuerdo con Raphael, creo que esta consideración empaña la diferenciación existente

entre los distintos tipos de autoridad. A mi modo de ver, no se puede olvidar que lo que

Weber describe son diferentes fuentes de autoridad y no diferentes sentidos o

significados del término. En cada uno de los tres tipos se considera que la persona que

ejerce la autoridad tiene el derecho a dictar órdenes, edictos o preceptos, así como el

derecho a ser obedecida; pero este derecho surge de bases diferentes. En el caso de la
autoridad legal-racional, se deduce de un conjunto de normas que definen

explícitamente derechos y deberes. En el caso de la autoridad tradicional sucede lo

mismo, aunque aquí las normas no se "promulgan", sino que surgen; es decir, no han

sido deliberadamente formuladas por considerarlas deseables o necesarias, sino que se

han desarrollado gradualmente a lo largo de un periodo de tiempo, en el cual una

práctica consuetudinaria se ha ido solidificando hasta convertirse en una regla

normativa. En lo que atañe a la autoridad carismática, el derecho proviene de la idea de

que las especiales cualidades del líder le hacen idóneo para dirigir a los demás, o

constituyen una señal de que ha sido autorizado por un ser sobrenatural acreditado con

el derecho de dictar órdenes y de delegar este derecho a sus vicarios en la Tierra. Una

persona a la que se atribuye esta clase de autoridad tiene el poder o la capacidad para

exigir obediencia por el hecho exclusivo de que sus seguidores piensan que tiene

derecho a ello.

Cuando se ejercita efectivamente la autoridad, la persona que la detenta es capaz de que

los demás hagan lo que les exige. Pero, no podemos decir que su poder sea idéntico a su

autoridad, ni tampoco que sea la consecuencia de la mera posesión de autoridad, sino

más bien del reconocimiento de su autoridad por parte de aquellos a quienes ordena.

En el caso de la autoridad carismática, tal reconocimiento es una condición necesaria de

la existencia de poder, por lo que aquél que la posee también tiene poder. No obstante,

ésto no se cumple necesariamente en los casos de la autoridad legal-racional y

tradicional. A veces, se inviste a una persona con la autoridad de un cargo de acuerdo

con normas formales o con la tradición, pero por alguna razón (por ejemplo, una

rebelión popular contra un rey o un gobierno) su autoridad no es reconocida por la

mayoría de aquellos a quienes se supone sometidos a la misma. se tiene entonces

autoridad sin poder.


La autoridad se ejerce a partir de cierto grado de veracidad y legitimidad. En los niveles

actuales del ejercicio del poder y de la fuerza es evidente que el mero uso de la

violencia y del poder no da la legitimidad, ni la razón, ni le da justicia o validez a los

actos. La metafísica de los valores se vuelve a escurrir y se asoma ante la biopolítica del

poder inducido, que se asusta ante la presencia de los intereses de la población,

discordante de la evolución del poder y la política globales. En la política, en las

elecciones, se resuelve la legalidad, la legitimidad y la validez de las acciones, en una

relación constante con la soberanía popular, con las elecciones libres y constitucionales.

La biopolítica no puede acabar por completo con las libertades y la democracia. Las

pretende encausar y hacer actuar en positivo para buscar la concordancia del biopoder y

la ciudadanía. La rebelión, las resistencias y las luchas obstruyen tal pretensión y

siempre está el expediente democrático, que desvencijado y todo, aun le hace rendir

cuentas al poder descarnado, desnudo y fáctico.

Las cualidades esenciales para desarrollar AUTORIDAD sobre la

gente

 Honrado, digno de confianza

 Ejemplar

 Pendiente de los demás

 Comprometido

 Atento

 Exige responsabilidad a la gente

 Trata a la gente con respecto

 Anima a la gente

 Actitud positiva, entusiasta

 Aprecia a la gente
Autoridad Funcional

Es la autoridad que tendría un administrador sobre todos los empleados del mismo. Esta

autoridad complementa la de línea y la de personal. Es una forma de autoridad muy

limitada, porque su uso rompe la denominada "cadena de mando".

 Autoridad Formal

La ejerce un jefe superior sobre otras personas o subordinados, es de dos tipos:

Lineal o Funcional, según se ejerza sobre una persona o grupo, cada uno para

funciones distintas.

 Autoridad Operativa

No ejerce directamente sobre las personas, sino más bien de facultad para

decidir en torno a determinadas acciones, autoridad para comprar, para lanzar

una venta, para lanzar un producto, etc. Este tipo de autoridad se ejerce en actos

y no personas.

OBEDIENCIA Y DESOBEDIENCIA CIVIL

OBEDIENCIA

Se puede obedecer por temor a una sanción o a la represión porque los individuos creen

en las ordenes y decisiones emanadas de la autoridad son necesarias para la estabilidad

y la justicia en una sociedad.

En el terreno político la desobediencia de los individuos y grupos se llama

desobediencia civil; de la desobediencia civil a la revolución social solo hay un paso, se

han presentado y continúan presentándose casos de desobediencia civil que abren el

camino hacia la revolución .


Es indudable que los pueblos tiene derecho a desobedecer a gobiernos que usurpan sus

derechos políticos y civiles, mas aún la simple desobediencia no basta hay que revelarse

contra el poder usurpador.

Spinoza y la obediencia como el mal más pequeño.

El principio fundamental que avala el que nos refiramos brevemente al pensamiento de

Spinoza es que en él encontramos la defensa de la mayor igualdad entre los gobernados

y los que gobiernan, reconociendo en los hombres una única naturaleza en la que la

razón no es siempre la guía, y la utilidad de las cosas se decide inclinado por las

pasiones. Estas son las mismas en todos los hombres, que se muestran predispuestos a

tomar sus decisiones guiados por ellas.

Al ser las pasiones guías, ninguna sociedad puede prescindir del poder y la fuerza que

son las leyes que dirigen al hombre. El derecho natural del hombre está basado en la

lucha y en fuerzas que se oponen, no se puede encontrar en este autor, dentro del

derecho natural, algo parecido a los derechos humanos que son para él productos

derivados de la razón.

Pero la naturaleza humana está constituida de modo muy diferente. Busca cada uno, sin

duda, su interés; pero ni es la razón regla y canon de nuestros deseos, en la mayoría de

los casos, ni ella decide sobre la utilidad de las cosas, sino que, más a menudo, son las

pasiones y las afecciones ciegas del alma sin cuidado de los demás objetos ni del

porvenir. Resulta de esto, que ninguna sociedad puede subsistir sin poder y sin una

fuerza, y por consiguiente, sin leyes que gobiernen y dirijan el desenfreno de las

humanas pasiones. Sin embargo, la naturaleza humana no se deja sujetar enteramente,

como dice Séneca el trágico: <<Nadie puede sostener por mucho tiempo un gobierno

violento; los moderados permanecen>>. (Spinoza, 1670, p. 35)


Partiendo del mismo presupuesto que Hobbes, la maldad de los hombres, critica

abiertamente la postura de éste, al querer dominar por la fuerza del poder tiránico la

voluntad humana, creyendo hacer así el Estado más fuerte y duradero.

Según Spinoza, la práctica nos muestra que la naturaleza humana no se sujeta por la

fuerza, y no hay nada tan odioso al hombre como sentirse dominado por sus semejantes.

Para evitar los peligros de la sedición, Spinoza propone que el poder esté “…en las

manos de la sociedad entera para que cada uno se obedezca a sí mismo, y no a su

semejante” (Spinoza, 1670, p. 35).

En ningún momento, acepta la teoría del pacto. Los hombres viven en sociedad como un

hecho que no necesita de justificaciones filosóficas. Para él no es necesario buscar

motivación a un hecho que se observa como una realidad y una práctica social.

La obediencia, entendida como la aceptación de los mandatos de un Estado en el que

todos se dan las leyes, no es tal obediencia y el pueblo actúa por consentimiento y sin

miedo.

Los pactos de sumisión por la fuerza, carecen de validez para Spinoza. Los súbditos

pueden prometer sabiendo que no cumplirán. La unión social se rige por una ley

universal de la Naturaleza humana, “…cada cual elige entre dos bienes aquel que le

parece mayor, y entre dos males aquel que entiende ser más pequeño” (Spinoza, 1670,

p. 59). Y nos aclara que dice parecer y no ser. Las cosas no suceden del mismo modo

que nosotros creemos; la necesidad y los fines escapan al corto entendimiento humano.

La relatividad de nuestras acciones y decisiones es algo que nos conmina a aceptar. El

pacto social es fruto de la máxima por la cual los hombres guían sus elecciones, por ello

carece de fuerza si pierde la utilidad; el pacto se rompe cuando la causa que lo

fundamenta desaparece. Esto lo conocemos, dice Spinoza, por la experiencia.


Sostiene que la rebelión es algo posible en cualquier tipo de Estado, los hombres no han

cedido su derecho a ella, por ello la obediencia es más algo interno, dependiente de la

voluntad, que externo. Hay en la obediencia un acto individual y voluntario de cada uno

de los sujetos que conforman una sociedad.

La obediencia externa puede ser fingida, esperando en esta apariencia el momento

propicio para la sedición. Afirma que son los súbditos de los gobiernos tiránicos los que

más miedo inspiran a sus gobernantes, estos llevados por el miedo fortalecen con

medidas represoras sus Estados.

Como las rebeliones han sido algo frecuente, los reyes han intentado hacerse ver como

descendientes de los dioses, con la intención de ser obedecidos. Esto les hace defensores

de aquellas doctrinas que les confieren tal poder. La solución es dominar por el miedo y

no por la razón. Pero esto no quiere decir que el Estado se gobierne bien, ya que según

nos dice: “Por consiguiente, una cosa es tener derecho de gobierno y administrar un

Estado y otra gobernarlo y administrarlo del mejor modo posible” (Spinoza, 1670, p.

171).

Concuerda con Hobbes en que el fin del Estado político es la paz y la seguridad de la

vida, pero no coincide en el pago a dar por ello: la obediencia absoluta propuesta por

Hobbes es para él un precio que no compensa y además no asegura el cumplimiento de

los objetivos propuestos, la sumisión de los súbditos no garantiza un buen gobierno.

Como también nos dirá Locke no se puede mantener la paz a cualquier precio.

Ejemplo, El gobierno legítimamente constituido que gobierna para proteger oligarquías

económicas y transgrede las leyes fundamentales de una nación; en este caso, los

gobernados deben desobedecer a la autoridad sobre todo cuando no existen organismos

constitucionales que permitan a los ciudadanos someter decisiones y normas emanadas

de las autoridades a consulta popular.


DESOBEDIENCIA

La desobediencia civil es un deber y un derecho de los pueblos, pero ante todo debe ser

moralmente responsable y seria. De allí, que en gran medida se justifica el hecho de que

deben usarse todos los mecanismos legales para formular los reclamos exigidos, hasta

que agotados estos no hay otra alternativa que recurrir a la desobediencia civil. “La

desobediencia civil no constituye una forma de escape, es una reclamación contra en

estado, expresado públicamente también a través de la acción, esa disposición de actuar

públicamente y de brindar explicaciones a los demás sugiere también una disposición a

pensar y a preocuparse por los posibles resultados de la acción para el conjunto de la

sociedad.

Desobediencia civil también puede ser útil identificar otras formas de resistencia. En

este sentido, y dado que ya hemos anticipado el carácter moderno que otorgamos a la

desobediencia civil, debe señalarse que la pregunta ¿por qué he de obedecer al Estado?

no es nueva en la historia del hombre. Las teorías políticas, desde Grecia a la actualidad,

llevan implícita dicha interrogante al tratar la legitimidad del Gobierno como uno de los

puntos más importantes de la filosofía política. Si la respuesta fuese clara, el afán

legitimista de miles y miles de páginas sería algo innecesario.

Observamos que es difícil delimitar un concepto que siempre supone una tensión entre

el individuo y la sociedad civil, esta, si quiere seguir siéndolo, no puede abandonar la

decisión de la obligación a la obediencia en el individuo particular.

El Estado justo platónico no tiene necesidad de esta desobediencia, que se daría por la

injusticia de los estados. Aristóteles no admite ningún tipo de disidencia o

desobediencia a la ley. La garantía de un gobierno descansa en el cumplimiento de las

leyes, por ello debe impedirse toda trasgresión, por pequeña que sea. Pero sí que admite
que las leyes deben ser modificadas, sin grandes perjuicios para la sociedad establecida.

En tal sentido afirma que:

Además, de estas razones, tampoco es mejor dejar inmutables las leyes escritas,

porque, de igual modo que en las demás artes, es también imposible poner por

escrito con todo detalle la normativa política, ya que es forzoso que lo escrito sea

general, y en la práctica los casos son particulares. (Aristóteles, s. f. p. 98)

Justificaciones de la desobediencia civil

La separación entre ética, política y deber jurídico es un espejismo que va

desapareciendo a medida que nos acercamos a un análisis más detallado de cada

uno de estos campos del saber. A propósito de ello, de todos es conocida la

relación clásica entre ética y política. Aranguren (1958) en su estudio sobre el

principio genético-histórico de la ética nos habla de que la separación de esta de

la filosofía fue en subordinación de la política.

La moralidad pertenece primo e per se a la pólis; las virtudes del individuo

reproducen, a su escala, las de la politeia con su reducción conforme a un

riguroso paralelismo (…).

He aquí por qué la ética de Platón es, rigurosamente, ética social, ética política.

Es la pólis y no el individuo, el sujeto de la moral. (p. 31)

Continúa Aranguren hablando de Aristóteles y la relación de subordinación que

éste establece de la ética a la política. Aunque el bien del individuo y el de la

ciudad sea el mismo, el de Estagira considera mejor el bien común. Los dos

tienen como finalidad la felicidad, pero para él se hace imposible pensar en la

felicidad del hombre fuera de la polis. “En fin, para


Aristóteles la justicia depende de la Ley, de tal modo que, cuando ésta ha sido

rectamente dictada, la justicia legal no es una parte de la virtud, una virtud, sino

la virtud entera”. (Aranguren, 1958, p. 33).

Otro clásico, esta vez premoderno, Maquiavelo, estableció la separación entre

ambas en los siguientes términos:

Y además no debe preocuparse de incurrir en la infamia de aquellos vicios sin

los cuales difícilmente podría salvar el estado, porque, si se examina todo

atentamente, se encontrarán cosas que parecen virtudes y sin embargo le

llevarían a la ruina, y otras que parecen vicios, de los que por el contrario

nacerán su seguridad y su bienestar. (1513, p. 110)

Pero, a pesar de esta separación, propia del Estado moderno, es frecuente que

vuelvan a su antiguo estado cuando se analiza en profundidad el significado de

cada una de ellas.

A este respecto, la relación entre el Derecho y la moral parece a simple vista más

fácil de evitar, sobre todo si nos atenemos a los llamados filósofos positivista del

derecho. Kliemt (citado por Garzón, 1985, p. 32) afirma:

Estos filósofos pueden ser llamados empiristas e incluso más correctamente

positivistas no sólo por cuanto asumen la separabilidad conceptual entre derecho

y moral, sino también por razones derivadas de su empeño en dotar de una base

observacional a la genuina ciencia jurídica.

Pero surge un problema cuando nos vemos obligados a responder a la cuestión

de ¿por qué hay que obedecer el Derecho? Y aquí es donde Peces-Barba (1988),

después de un análisis de la cuestión precedente, concluye que las razones que

justifican la obediencia al derecho son las mismas que pueden justificas su

desobediencia.
Esto nos lleva de nuevo a plantear las dificultades inherentes a la justificación o

no de la desobediencia civil en los campos antes mencionados. Por esto, es ésta

una separación metodológica a efecto de delimitar el discurso que difícilmente

puede impedir las continuas conexiones y referencias entre ellas. A continuación

examinaremos los tres ámbitos de justificación de la desobediencia civil.

La justificación moral.

No abordaremos aquí un análisis del tratamiento de la desobediencia civil en las

distintas teorías éticas, como tal encontramos un estudio bastante detallado en la

obra de Malem (1988) sobre la desobediencia civil. Empezaremos por intentar

delimitar el punto de partida ético para después ejemplificar con algunas

propuestas concretas.

Para ello es útil aludir al conocido ensayo de Ferrater y Cohn (1981), quienes, al

reflexionar sobre lo que se ocupa la ética, afirman:

Los titulados “problemas éticos”, en cuales quiera de sus múltiples formas –

definición y aclaración de lo que cabe entender por “bueno”, “malo”, “justo”,

“injusto”, “prudente”, etc.; examen de si las normas o reglas éticas son absolutas

o relativas; formulación de normas destinadas a promover la equidad y a evitar

la iniquidad; escrutinio y posible solución de conflictos entre diversos derechos;

investigación sobre tipos de deberes y obligaciones, etc.- se plantea, en efecto,

dentro de sociedades humanas. (p. 11)

Donde surge el conflicto, el individuo se convierte en el último referente para

justificar su propio comportamiento eligiendo un código de referencia en

relación al cual justifica sus acciones. Así lo refiere López (2000) cuando, en un

análisis de los “casos difíciles”, y no hay duda de que la desobediencia civil lo

es, afirma que:


Mientras que, en las normas y textos legales, los casos pueden ser descritos

como

<<circunstancias>> sobre las que se averigua qué está permitido o prohibido, en

el ámbito moral la prohibición o sanción es exclusivamente de tipo interno.

Corresponderá al agente individual la decisión sobre cada caso particular. (p.

278)

El análisis de situación se remite así al individuo concreto que de alguna manera

se ve implicado en la acción. Por ello Navarro (1990) nos dice que al referirse la

objeción de conciencia a la ética individual resulta más fácil de justificar que la

desobediencia civil.

Cada sujeto, de manera particular, puede dar cuenta de los principios que guían

sus actos, pero al ser la desobediencia civil una acción colectiva, algo con lo que

se muestran de acuerdo la mayoría de autores, al introducir en la definición el

concepto de “acto público”; la justificación de la misma se torna más

problemática. Es complicado, en estos casos, encontrar un marco de referencia

“moral” que sea aceptado como último referente para todos los implicados en la

acción.

Incluso en aquellos casos, ya referidos, en los que la desobediencia civil empezó

como objeción de conciencia, el primer referente individual se explicaba en

relación a la justificación individual de unos pocos sujetos y su justificación

remitía a la conciencia de cada uno de ellos. Pero al extenderse la acción a

grupos más amplios de la sociedad, el referente individual pierde valor como

argumento justificativo. Veamos dos ejemplos: el caso de la objeción de

conciencia contra el servicio militar obligatorio en España o la objeción contra la

guerra de Vietnam de los hermanos Berrigan; mientras se limitaron al ámbito de


la objeción individual, sus acciones se justificaban atendiendo a principios

religiosos o morales de rechazo contra la violencia. Pero al generalizarse estos

movimientos y pasar al estatus de desobediencia civil, estas justificaciones ya no

aparecen tan claras, se pasa así a alegar defensa de principios constitucionales,

como la obligación de que el Congreso americano cumpla la norma de declarar

formalmente la guerra antes de emprender una acción armada. O, en el caso

español, oponerse al servicio militar, por la pérdida de tiempo y dinero, así como

la discriminación que sufrían los hombres al estar apartados de la vida civil

durante más de un año.

La justificación jurídica.

Comenzaremos con una afirmación rotunda de Garzón (1985): la justificación

jurídica de la desobediencia civil es bastante más compleja que la justificación

moral y la política. Por eso es rechazada por parte de los estudiosos del tema.

Navarro (1990), por su parte, sostiene “que aplicando criterios lógico-

conceptuales de validez la justificación de la desobediencia civil se hace casi

imposible” (p. 49).

De entrada, desde el ámbito del derecho parece, pues, algo contradictorio el

planteamiento sobre la justificación de la desobediencia civil.

Siguiendo con la limitación de circunscribir la desobediencia civil a sociedades o

Estados constitucionales de Derecho, defensores de los derechos humanos y de

la democracia como organización política, se abren dos posibilidades: la primera

la representan aquellos que, basándose en la naturaleza del derecho, dan

argumentos que imposibilitan la justificación jurídica de la desobediencia civil.

La segunda, aparece representada por aquellos que, aun reconociendo la

paradoja, para el derecho, de una justificación de “no cumplimiento” de la


norma, fundan una vía de justificación remitiendo el derecho a principios

abstractos y generales.

Como apunta Peces-Barba (1988) “la desobediencia civil no es un derecho sino

una situación de hecho que afecta al derecho” (p. 167). El tránsito de un camino

u otro afecta de facto al desobediente, pues aunque se parte de la disposición a

aceptar la pena por su infracción, no se asume de buen grado una sanción por

luchar por un principio de justicia que se considera violado por quien

directamente impone la norma. Pensemos en los actos de disidencia en los que

se reclama el cumplimiento de una ley constitucional. Para el disidente, la

sanción por estas acciones, aun aceptada, viene a ser otra ilegalidad más a sumar.

Es decir, el desobediente civil no niega la autoridad de quien juzga, solamente

cuestiona la legalidad de la ley violada y apela al sentido de “justicia” del

tribunal o del juez con la esperanza de que se repare tal injusticia.

Plantearemos dos modelos para establecer consecuencias y posibilidades de la

justificación de la desobediencia civil en el ámbito jurídico.

Los teóricos del contrato aceptan unánimemente que es mejor obedecer las leyes

que los sujetos se han dado para la constitución de una sociedad, ya que la

cohesión y las ventajas que reciben de vivir en sociedad se derivan prima facie

del sometimiento a la ley. Brown (citado por Malem, 1988, p.191) explica lo

contradictorio de la búsqueda de justificación jurídica de la desobediencia y

confirma que:

Parece implicar la posibilidad de la existencia de un caso legalmente permitido

de violación a la ley. Pero si la desobediencia civil, que es una violación a la ley;

puede ser justificada, entonces la ley tendría que haber permitido que estuviese

justificada. Pero la ley no puede permitir lógicamente violar la ley. No puede


lógicamente asumir que en el curso de una protesta pública la violación de una

ley válida no constituya violación alguna. Ésta es una razón extremadamente

fuerte para negar la posibilidad de justificar la desobediencia civil.

Prosigue afirmando que la desobediencia civil no entra dentro de excepciones de

la ley, como el asesinato cometido en defensa propia. El desobediente que viola

una ley injusta pretende que dicha ley se elimine de manera definitiva, no hay en

él carácter de excepcionalidad. Sus acciones tienen una pretensión normativa de

largo alcance.
CONCLUSIÓN
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