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Queridos estudiantes:
Cuando lees los textos de las materias, cuando tomas apuntes en clases, cuando
preparas tus exposiciones, cuando escribes exámenes o ensayos, así como
cuando redactes tu tesis, estarás participando en esa larga tradición de humanos
dedicados a la producción de conocimiento. Piensa cuántas generaciones y
cuántas personas ahora alrededor del mundo están realizando estas acciones.
Al estudiar o al pasar una clase te nutres de lo que otros han dicho y pensado.
Las clases, las tesis y los libros se nutren del arduo trabajo de miles de personas
que se han esforzado por comunicarte algo sobre un tema. Es por esta razón que
tú, como lector, ¡formas parte de esa comunidad!
Sin embargo, podrías dejar de ser parte de ella. Una de las maneras de dejar de
pertenecer a la comunidad académica es recurrir al plagio o a cualquiera de sus
variantes. Muchos autores afirman que el plagio es un robo; es decir, la copia del
trabajo ajeno con la finalidad de presentarlo como propio. Esto lleva a pensar que
el plagio es la carencia de originalidad. Uno roba el trabajo ajeno y lo presenta
como propio porque carece de originalidad. No obstante, me parece que el
problema central del plagio no es el supuesto robo, ni menos la falta de
originalidad. El problema central del plagio es que con él se corta la comunicación
académica. Cuando un miembro de la academia perpetra un plagio, no aporta
nada a esa larga y esforzada tradición humana que se ha dedicado a pensar
algún aspecto de la realidad. Solo repite, insulta y se menosprecia. Repite, pues
copia lo ya existente y de fácil acceso en el internet. Insulta, pues quien plagia
asume que la comunidad, docentes y compañeros, son suficientemente tontos
como para no descubrir que él ha ‘escrito’ y ‘hablado’ sin decir nada. Por último,
el plagiador es alguien que se menosprecia; él se tiene tan poco aprecio que
piensa que ni siquiera tiene derecho a equivocarse. Quien escribe, sin duda,
suele equivocarse. Todo miembro de la comunidad académica tiene pleno
derecho a equivocarse, pues así enseña a los demás por dónde no ir. Así orienta
y anima a buscar otros caminos. Eso es verdad. Tanto, como el que se equivoca,
aprende. Quien plagia, ni yerra ni aprende; no aporta y solo insulta con una voz
y letra que no dice nada. Por ello, queridos estudiantes, más que plagiar y
autoexcluirse de nuestra comunidad, vale el valiente acto de aprender, aunque
se vaya a errar.