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Table of Contents

A los docentes del curso de ingreso


Prólogo
I. La vida universitaria
1. El rito del paso
2. La cultura universitaria
3. ¿Cómo nacen y qué son la Universidades?
Actividades sugeridas
Bibliografía
II. El conocimiento científico
1. Nacimiento de la ciencia moderna
2. La diversidad actual de ciencias y el problema de la metodología científica
3. ¿Qué es la ciencia? Diversas opiniones
4. Reflexión final
Actividades sugeridas
Bibliografía
III. La reflexión filosófica
1. ¿Qué es la filosofía? Aproximación
2. La filosofía como reflexión
Actividades sugeridas
Bibliografía
IV. Experiencia y teología
1. La experiencia religiosa
2. ¿Qué es la teología?
3. El “exceso” de Dios
Actividades sugeridas
Bibliografía
V. La integración del saber
1. La formación integral
2. Dimensiones de la integración del saber
2.1. La integración horizontal
2.2. La integración vertical
3. Importancia de la integración del saber para los estudiantes
Actividades sugeridas
Bibliografía
VI. Una experiencia espiritual y comunitaria para la maduración personal
1. Ser más
2. No a la ansiedad
3. No compararse ni achicarse
4. Ser vos mismo
5. Apertura y concentración
6. Amplitud
7. No a la violencia interior
8. Diálogo y generosidad
9. Mirar la propia vida con fe
Actividades sugeridas
Introducción al pensamiento y a la vida
universitaria
Se agradece de corazón a todos los que colaboraron de distintas maneras en la redacción y en la revisión de esta obra: el
Instituto para la Integración del Saber, el Departamento de Ingreso, Francisco Díez, Daniel Pellizzon, Gabriela Azar y el mismo
Rector, Monseñor Víctor Manuel Fernández
ÍNDICE

A los docentes del curso de ingreso

Prólogo

I. La vida universitaria
1. El rito del paso
2. La cultura universitaria
3. ¿Cómo nacen y qué son la Universidades?
Actividades sugeridas
Bibliografía

II. El conocimiento científico


1. Nacimiento de la ciencia moderna
2. La diversidad actual de ciencias y el problema de la metodología científica
3. ¿Qué es la ciencia? Diversas opiniones
4. Reflexión final
Actividades sugeridas
Bibliografía

III. La reflexión filosófica


1. ¿Qué es la filosofía? Aproximación
2. La filosofía como reflexión
Actividades sugeridas
Bibliografía

IV. Experiencia y teología


1. La experiencia religiosa
2. ¿Qué es la teología?
3. El “exceso” de Dios
Actividades sugeridas
Bibliografía

V. La integración del saber


1. La formación integral
2. Dimensiones de la integración del saber
2.1. La integración horizontal
2.2. La integración vertical
3. Importancia de la integración del saber para los estudiantes
Actividades sugeridas
Bibliografía
VI. Una experiencia espiritual y comunitaria para la maduración personal
1. Ser más
2. No a la ansiedad
3. No compararse ni achicarse
4. Ser vos mismo
5. Apertura y concentración
6. Amplitud
7. No a la violencia interior
8. Diálogo y generosidad
9. Mirar la propia vida con fe
Actividades sugeridas
A los docentes del curso de ingreso

Los docentes tienen en sus manos un texto breve para que sea utilizado por los alumnos en el
curso que les ofrece una introducción al saber y a la “vida” universitaria. Es un texto sencillo,
que tiene en cuenta la edad de la mayoría de los ingresantes, que todavía no están preparados
para comprender planteos más complejos.

Sin embargo, el texto necesita ser explicado por el docente. Muchas de las expresiones utilizadas
no son comprendidas por la mayoría de los jóvenes de dieciocho años, y no es suficiente que las
busquen en un diccionario o en una enciclopedia. No se debe suponer que todos los alumnos
entienden el real significado de algunas palabras empleadas aquí, como: “interdisciplinario”,
“forense”, “paradigma”, “fáctico”, “relativista”, “cualitativo”. Otras veces, los alumnos creen
que entienden una palabra, pero en realidad le están dando un sentido que no es el de este texto,
como: “cultura”, “objetivo”, “instrumental”, “causales”, “disciplinas”, “integrar”. El docente
debe tener la ascesis de explicar, aclarar, repasar.

Además, el docente debe ser capaz de ofrecer ejemplos que no sólo permitan entender lo que se
quiere explicar, sino que además ayuden al alumno a valorar esa información. De un docente del
curso de ingreso se espera también que ayude y estimule a los alumnos para que puedan aplicar
lo que aprendan, y para que completen el proceso de aprendizaje interactuando entre ellos.

Pero cabe advertir el objetivo último de este texto, que es introducir en la “vida” universitaria,
despertar en los alumnos el gusto de ser universitarios y de serlo en esta Universidad católica,
que les brinda la posibilidad de una formación integral.

Todo esto supone que el docente del ingreso tenga un determinado estilo, que no es el de un
conferencista, un investigador, un juez de la juventud o un dueño de la verdad, sino el de un
docente apasionado, que comprende la cultura de los jóvenes de hoy, disfruta tratando de
dialogar con ellos, y se ofrece humilde y gozosamente como un compañero de camino en los
primeros pasos que tienen que dar en la Universidad.

Los capítulos de este libro no tienen un lenguaje homogéneo ni un mismo género. Esto no es así
porque lo han redactado diversas personas, sino porque esa variedad ayuda a percibir la
diversidad de los saberes y los distintos aspectos de la vida universitaria. Del lenguaje más
técnico de la epistemología de las ciencias, se pasa a un último capítulo con un lenguaje mucho
más existencial, directo y coloquial. Todo ello conforma la “vida” universitaria, y es bueno que
los alumnos lo perciban desde el comienzo, ya que en el Proyecto Institucional 2011-2016 se
destaca una línea de acción que pide “configurar mejor el curso de ingreso como una iniciación a
la vida universitaria” (3.1, 9).
19 de marzo de 2015

PRÓLOGO

El ingreso a la Universidad es el inicio de un proyecto personal y profesional que acerca nuevos


saberes y nos traslada a un ambiente único. La vida universitaria incluye muchas experiencias de
esfuerzo y trabajo académico, de compañerismo y amistad y de maduración personal durante
todos los años de estudio de una carrera.
Este libro quiere dar respuestas diferentes a una misma pregunta: ¿qué significa hoy hacer una
vida universitaria? Junto con esta pregunta aparecen otras: ¿por qué dedicarle tantos años de
esfuerzo y de juventud? ¿Qué sentido tiene hacer una carrera? ¿De qué sirve tener una profesión?
Todas estas inquietudes están al inicio de esta vida, que se produce por una doble elección que
hace cada estudiante: por un lado, cada uno elige una carrera determinada (abogacía, ingeniería,
medicina, música, letras, etc.). Por otro lado, cada uno elige una Universidad para hacer esa
carrera.
Esta elección suele darse a la edad en que se finalizan los estudios secundarios, y es un momento
de la vida caracterizado por cambios personales importantes (se dejan atrás a los compañeros con
los que se compartieron tantos años de colegio, se elige una determinada vida laboral para el
futuro, se encuentran compañeros nuevos que podrán ser futuros colegas, etc.). La elección de la
vida universitaria se da también en un mundo y en una sociedad particular. El contexto argentino
actual suele estar caracterizado por cambios continuos, por una constante aparición de novedades
económicas, políticas o sociales que generan incertidumbre en las posibilidades laborales. Al
mismo tiempo hay una infinidad de carreras y saberes distintos que pueden elegirse. Es difícil
encontrar el sentido de emprender una vida universitaria que dura tantos años y requiere mucho
esfuerzo y trabajo.

***

Por eso la pregunta que motiva el primer capítulo de este libro es: ¿qué significa hoy en nuestra
sociedad hacer una vida universitaria? Esto exige preguntarse otra cosa: ¿qué es una
Universidad? Hay otros institutos que dictan carreras, pero que no son Universidades. Podríamos
responder rápidamente que la Universidad es el lugar donde se desarrolla y se forma el
pensamiento en un área específica. Por ejemplo, un estudiante que estudia abogacía aprenderá a
pensar con términos jurídicos ciertos problemas que son propios de esa ciencia, que luego
aplicará en el ejercicio de su profesión; lo mismo sucede con aquellos que estudian letras,
economía, inglés o música. Podríamos decir que en la Universidad cada estudiante aprende a
desarrollar una forma particular y propia de pensamiento. No usa su mente de la misma manera
un abogado que un músico, el pensamiento de un psicólogo y el de un contador público tienen
diferencias importantes. Pero entonces surge otra pregunta: ¿qué es el pensamiento?

***
Pensar es una tarea propia del ser humano, que todos ponemos en práctica diariamente. Por
ejemplo, todos pensamos los problemas que tenemos, pensamos qué hacer cada día, pensamos
qué queremos del futuro, etc. Sin embargo, pensar dentro de la Universidad es algo más. Está
vinculado con tres tareas fundamentales:
1) Transmitir y adquirir conocimientos, y esto sucede sobre todo en las aulas. Hay gente que
piensa que una Universidad sirve solamente para esto.
2) Desarrollar investigaciones en áreas determinadas, y esto lo hacen investigadores que no
necesariamente enseñan eso que investigan. Por ejemplo, hay médicos que investigan para
encontrar posibles medicinas nuevas para el cáncer, pero eso no se le enseña al alumno que
todavía tiene que aprender cosas más básicas.
3) Realizar actividades de servicio y compromiso frente a los problemas de la sociedad en la que
estamos insertos, y esto se hace pensando más allá de las carreras que se dictan. Por ejemplo,
nuestra Universidad colabora en barrios pobres de la ciudad, y allí aplica sus conocimientos a la
vez que aprende otras cosas.

Sin embargo, estas tres tareas no están separadas, porque todo lo que se vive en una Universidad
tarde o temprano termina enriqueciendo lo que se enseña en las carreras. Una Universidad es un
espacio de mucho diálogo, donde nos cuestionamos y nos iluminamos unos a otros. Los alumnos
en los bares discuten lo que dicen los profesores en las aulas, y eso también ayuda a desarrollar
un pensamiento. Para que un estudiante piense creativamente los temas que debe estudiar durante
su carrera necesita conversar, debatir e intercambiar con otros: con los profesores, con los
autores que lea, con estudiantes de otras carreras e incluso de otras Facultades. En una
Universidad como esta, con tantas Facultades y carreras, uno siempre tiene la posibilidad de
cursar alguna materia de otra Facultad que tenga que ver con algún interés personal.

Si uno quiere ser un excelente profesional, es importante que acepte ampliar su cabeza y pensar
en cuestiones que no son de su interés inmediato. Por ejemplo, un estudiante de ciencias políticas
cursa materias sobre teoría política, pero también algunas otras que le ayudan a ver otros
aspectos de la realidad. Hay materias que tienen que ver directamente con su ejercicio
profesional como la economía, la sociología, o la historia, pero además hay otras que tienen que
ver indirectamente con su carrera como son la filosofía y la teología. Cuando ese alumno termine
la carrera y ejerza su profesión, seguramente deberá trabajar o conversar con personas que tienen
esas inquietudes, y la amplitud de su formación lo preparará para desarrollar esas relaciones.
Además, si es capaz de ponerse en la mente de los demás y de comprender las inquietudes de la
gente que estudió otras carreras, eso le permitirá trabajar con profesionales de otras áreas para
pensar y solucionar mejor los problemas que se le presentan. Por eso el diálogo y la integración
de distintos saberes es una tarea fundamental dentro de la vida universitaria.

Todavía tenemos que profundizar mucho más para entender qué es el pensamiento en una
Universidad, y lo haremos en los próximos capítulos.
I. La vida universitaria

1. El rito del paso

El inicio de la vida universitaria comienza con la decisión de dar un paso, el del colegio
secundario a la Universidad. Ese paso, que el estudiante elige, suele definirse como un “rito”
(Alain Coulon, 1997) que tiene tres etapas:
1) Un tiempo de extrañeza, que es la etapa de separación de las costumbres y del modo de vida
anteriores, que se produce cuando el estudiante abandona el colegio y la rutina diaria que venía
desarrollando, para entrar en una institución nueva, la Universidad, en vistas de hacer algo
diferente, una carrera, con gente distinta y, en su mayoría, desconocida.
2) Un tiempo de aprendizaje, que es la etapa de adaptación en la que el estudiante comienza a
entender las nuevas costumbres que son necesarias para desarrollar la vida universitaria (nuevas
formas de estudio, otra manera de organizar la propia vida, etc.).
3) Un tiempo de afiliación, que es la etapa donde el estudiante se convierte en estudiante
universitario porque ya ha hecho propia esa nueva forma de vida con reglas, costumbres y
exigencias diferentes, y siente que la Universidad ya es parte de su vida.

Con el paso por estas tres etapas los “ingresantes” entran a la vida universitaria y se convierten
en “estudiantes universitarios”. Para ayudar a dar este paso, algunos cursos de ingreso a la
Universidad buscan nivelar los contenidos mínimos necesarios, facilitando el proceso de
adaptación a esta nueva cultura. También en este tramo inicial existen mecanismos de
acompañamiento a través de tutorías personalizadas. Pero más allá de estas ayudas, el ingreso a
la vida universitaria supone una constancia individual y un trabajo personal por parte de cada
estudiante, y un esfuerzo de socialización con los nuevos compañeros y profesores a fin de lograr
un sentido de comunidad.

2. La cultura universitaria

El inicio de la vida universitaria significa entrar en una “cultura” distinta que un estudiante
comparte durante muchos años de su vida. Sólo cuando uno va adquiriendo esa cultura nueva
deja de ser realmente un adolescente y un estudiante secundario y pasa a ser un verdadero
“universitario”. Por eso es oportuno preguntarse ¿qué es esa cultura universitaria en la que se
ingresa? Siguiendo a algunos pensadores, podemos dar tres características centrales:
1) Para el pensador inglés Michael Oakeshott, un primer rasgo propio de la cultura universitaria
es asumir que “la búsqueda del conocimiento no es una carrera en la que los competidores se
disputan el primer puesto, ni siquiera es un debate o un simposio; es una conversación”. Dentro
de la Universidad cada ciencia -la economía, la sociología, la música, la medicina, etc.-, tiene
que entrar en un diálogo o conversación interdisciplinaria. Pero lo particular de este diálogo es
que su fin no es ganar una discusión, sino escuchar al otro cuando expresa su forma de ver un
problema, de entender o interpretar su solución. Así uno llega a comprender un punto de vista
diferente y distinto al propio. El aprendizaje que surge de entender cómo un mismo problema
puede ser abordado de forma diferente por un contador, un abogado, un filósofo o un ingeniero,
permite ampliar el propio pensamiento, haciéndolo más creativo. Podríamos comparar este
diálogo universitario con un coro, en el que hay muchas voces distintas pero ninguna sobresale ni
se impone sobre las otras, sino que todas contribuyen a producir un conjunto vocal integrado y
armónico que es el único que puede interpretar creativamente una obra musical.
2) Un
a segunda característica de la cultura universitaria es la reflexión crítica acerca de uno mismo y
de los conocimientos y experiencias que uno trae. Eso significa aprender a preguntarse y
cuestionarse sobre todo aquello que uno da por supuesto, como si no se pudiera discutir. Si uno
tiene la costumbre de almorzar solo, no es necesario que siempre sea así, si está habituado a
escapar de las personas que hablan mucho, eso puede cambiar, si no le gusta hablar de música o
de poesía, puede empezar a abrir esa puerta. Otras cosas no tienen por qué cambiar, pero un
universitario, a medida que madura, tiene la apertura para ponerlas en discusión y quizás para
aprender a vivirlas mejor.
3) Una tercera característica de la cultura universitaria es una mayor autonomía que adquiere el
estudiante, que le permite pensar con libertad cosas que quizás en su propia casa no se hablaban
demasiado. El ejercicio de expresar y poner en diálogo las propias ideas y experiencias a través
de las lecturas, las explicaciones escuchadas en las clases y las visiones de los distintos
compañeros es una práctica propia de la cultura universitaria.

Pero lo más importante es que seas capaz de disfrutar aprendiendo. Por eso es importante hacer
una distinción entre “conocer” y “saber”. Conocer es aprender datos, pero saber es llegar a
saborear eso que aprendemos, gozar comprendiendo algo. Vale la pena que no te conformes con
recibir información y que alcances el gusto del saber.

3. ¿Cómo nacen y qué son las Universidades?

El nacimiento de la Universidad podría remontarse hasta los griegos que fueron los primeros en
crear “organizaciones comunitarias” en torno al conocimiento –como, por ejemplo, la Academia
de El escepticismode Aristóteles– con el objetivo de reunirse a estudiar, reflexionar y, sobre
todo, dialogar. En la primera parte de la edad media, los monasterios tenían centros de estudio
superior. Luego las agrupaciones de personas que se dedicaban a un oficio empezaron a pensar
en centros de estudio donde se formara lo mejor posible para ese oficio y eso fue preparando el
surgimiento de las Universidades. Estrictamente, el nacimiento de las Universidades se produjo
en Europa durante la edad media a partir del año 1150 (siglo XII).
Desde la edad media europea hasta la actualidad, la Universidad se extendió a todo el mundo y
se transformó siguiendo distintos modelos, con rasgos muy diferentes. Desde los comienzos,
tanto las Universidades medievales como las que surgieron en nuestro país, estaban relacionadas
con el estudio de la religión, pero luego se fueron alejando de ella.
En Argentina, a comienzos del siglo XX, hubo una primera Reforma Universitaria en Córdoba,
que impactó en todo el continente latinoamericano, y definió las características esenciales de la
institución universitaria nacional: autonomía respecto del poder político, gratuidad de la
enseñanza, etc. Luego, el aumento de la cantidad de estudiantes favoreció el surgimiento y la
expansión de las Universidades privadas, que también podían incluir una formación religiosa
básica, pero sin ser financiadas por el Estado. Surgieron así las Universidades católicas. En este
contexto nacional, la fundación de la Universidad Católica Argentina se produjo oficialmente el
7 de marzo de 1958, siendo una de las primeras Universidades privadas argentinas.

La Universidad es una “comunidad de personas dedicada a estudios avanzados de una variedad


de temas pertenecientes a distintos ámbitos de la realidad”. Es una “comunidad” porque exige
una red de relaciones. “Se dedica a estudios avanzados”, porque debe tener un nivel de
excelencia con una actualización constante. Y estudia “una variedad de temas” porque nadie
puede ir a una Universidad a estudiar un solo tema o sólo a aprender un oficio. El problema es
que cada Facultad tiende a “cortarse sola” y a pensar sólo en sus temas. Un médico fanático sólo
quiere hablar de medicina, y un músico no quiere hablar de historia. El pensador argentino
Santiago Kovadloff resume así este problema:

“Hoy tenemos Facultades, no tenemos más Universidades. La vida facultativa es una vida que
habilita para el ejercicio de profesiones, la vida universitaria era una vida que inscribía la
comprensión del propio quehacer en el campo de una visión del mundo; uno egresaba de una
Universidad, no de una Facultad. La vida universitaria ha desaparecido porque el sentido de
la interdependencia se fragmentó. En consecuencia tenemos expertos, pero no tenemos
universitarios…Un hombre ignorante no es el que no tiene una especialidad, sino el que sólo
consiste en ella. Es una nueva forma de analfabetismo” (Hoevel y Micheloni, 2008: 49-53).

Si te sucede eso, si solamente estás pensando en aprender cosas de la carrera que elegiste, y
nada más, entonces nunca serás un universitario, y tampoco llegarás a ser un profesional
respetado. Profundizaremos esto en el siguiente capítulo, donde veremos distintas
dimensiones del saber humano.

***

ACTIVIDADES SUGERIDAS

- Compartir en grupo las razones que llevaron a elegir esta Universidad y esta carrera.

- Reflexionar en grupo, comparando las tres etapas que describe Coulon con las propias
experiencias.

- Escribir un listado y compartir con el grupo algunos temas o cuestiones que despiertan el interés
del ingresante universitario de hoy, tal vez ajenas a los ingresantes de diez años atrás.
- Buscar: ¿cuáles fueron las Universidades medievales más famosas?, ¿qué enseñaban?

- Construir en pocas palabras una definición de lo que es un “universitario” reflexionando a partir


de las ideas de Kovadloff, y compartirla en grupo.

BIBLIOGRAFÍA:

- Coulon, Alain (1997), El oficio de estudiante. La entrada en la vida universitaria. París, PUF.

- Hoevel, Carlos y Micheloni, Violeta (2008), “Desafíos humanos de la sociedad global: un diálogo con Santiago Kovadloff”, en
Revista Cultura Económica, Año XXVI, Nº 71, pp. 49-53.

- Oakeshott, Michael (2009), La voz del aprendizaje liberal. Madrid, Katz Editores.

- Rama, Claudio (2006), La tercera reforma de la educación superior en América Latina. México-Argentina- Brasil, Fondo de
Cultura Económica.

- Renaut, Alain (2008), ¿Qué hacer con las Universidades?. UNAS Medita, San Martín.
II. El conocimiento científico

La formación, que se adquiere durante la vida universitaria, se suele basar en una ciencia o en
una combinación de ellas, que están contenidas en el plan de la carrera que se quiere estudiar.
Por esa razón, para el estudiante universitario es esencial dar respuesta a dos preguntas: ¿qué es
la ciencia? Y ¿qué significa estudiar una ciencia en la Universidad?

Responder estas preguntas parece sencillo. De forma cotidiana tenemos contacto con saberes
científicos. Por ejemplo, los hemos estudiado durante mucho tiempo en el colegio (matemática,
biología, economía, química, etc.). Además, convivimos con los productos tecnológicos de las
ciencias, que nos ayudan a hacer la vida más fácil (los celulares, aplicaciones, etc.). A veces en la
publicidad de cualquier producto es común escuchar que su eficacia está “comprobada
científicamente”, se trate de un jabón para lavar la ropa, un insecticida o un equipo de aire
acondicionado. En este sentido, podemos decir que en nuestra sociedad la ciencia y la tecnología
están en todas partes. Por lo tanto, los científicos ocupan un lugar privilegiado. En los programas
televisivos se invitan científicos para que expliquen ciertas cuestiones. Si se trata de un problema
económico, se invita a un economista para que con cuadros y tablas explique el asunto. Cuando
hay un delito, se invita a un científico forense para que nos clarifique cuestiones que ayudan a
entender lo que ocurrió, etc. Por esta presencia tan fuerte que la ciencia tiene en nuestra
sociedad, hace ya casi 80 años Ortega y Gasset decía que vivimos “de nuestra fe en la ciencia”
(Ortega y Gasset, 1983: 81-82), como si fuera una religión o algo que aceptamos sin dudar.

Por eso, el estudiante que ingresa a la Universidad ya tiene una experiencia personal del
conocimiento científico. El estudiante suele distinguir dos tipos de conocimiento: el
conocimiento científico “sólido”, y el conocimiento no científico, que se considera de menor
valor. Por ejemplo, el conocimiento de un artesano, el de un artista que sabe pintar, o el
necesario para manejar un auto, no suele considerarse ciencia, sino una simple habilidad.

Por otro lado, el estudiante es consciente que así como el saber científico y la tecnología aportan
al bienestar, también pueden poner en peligro el mundo. Pensemos en las bombas atómicas, en
los desastres ecológicos, en la aparición de nuevas enfermedades, en la guerra química o
bacteriológica, etc. Son cosas que tienen que ver con lo que han producido los científicos. Así
surgen comúnmente preguntas que cuestionan el uso que se hace del saber científico: ¿la
tecnología y la ciencia, en principio, conducen a la liberación o a la manipulación y destrucción
del ser humano? ¿La ciencia puede responder a todos los problemas que afronta el ser humano en
su vida cotidiana? Las contestaciones a estos interrogantes dependen en gran medida de la forma
en que se responda a la pregunta ¿qué es la ciencia?

Uno puede tener una idea equivocada o parcial de lo que es la ciencia. Además, puede tener
confusiones con respecto a la ciencia concreta que ha elegido estudiar. Entonces, es esencial
comprender qué es esa ciencia que se aprenderá durante los años de vida universitaria para
ejercer luego una profesión.

1. Nacimiento de la ciencia moderna

Ya que lo que es la ciencia se puede entender de distintas maneras, quienes cuentan la historia
de la ciencia también pueden hacerlo con visiones científicas diferentes. En una época la ciencia
se entendía de un modo y en otra época de otro modo. Tampoco se la entiende igual en todos los
lugares de la tierra.

La mayor parte de los historiadores coinciden en señalar un origen remoto y otro próximo del
saber científico. El origen
más antiguo es el modo de saber que surge en Grecia en el siglo VI a. C., que los griegos
denominaron con el término “episteme”. De allí viene la palabra “epistemología”, que significa
“el estudio de las ciencias”. Respecto al origen próximo, los historiadores coinciden en que la
ciencia, en una forma similar a la que conocemos en la actualidad, comenzó en el primer período
de la Edad Moderna (desde fines del siglo XVI hasta comienzos del siglo XVIII). Fue la época
inaugurada por el famoso astrónomo, Nicolás Copérnico, y continuada por destacados científicos
y pensadores como Johannes Kepler, Galileo Galilei, René Descartes, y culminada por el físico
Isaac Newton.

Antes de ellos, se pensaba que el ser humano y el planeta eran un mundo cerrado, limitado
jerárquicamente organizado. Pero estos científicos comenzaron a pensar que somos parte de un
universo infinito gobernado por leyes matemáticas. Por ejemplo, la comprobación de que la
tierra gira alrededor del sol por parte de Copérnico o la formulación de la ley de la gravedad por
parte de Newton son ejemplos claros de ello. Se produjo, entonces, lo que suele llamarse una
“revolución científica y filosófica” donde el ser humano empezó a sentirse dueño de todo. Esto
provocó una visión del cosmos totalmente diferente y una nueva forma de entender la ciencia,
que se concentra en la manipulación de la naturaleza por medio del experimento.

A este modelo de ciencia que entró en vigencia en esa época se lo denomina “ciencia moderna” y
se lo suele caracterizar de la siguiente manera:

-Creer que basta observar, comprobar y proponer explicaciones para alcanzar un conocimiento
objetivo.
-Confiar plenamente en el experimento.
-Expresar todo en términos matemáticos.
-Entender la razón como instrumento de control y dominio sobre la realidad.
-Suponer que la persona debe ser dejada de lado: los hechos son datos puros que pueden ser
conocidos sin influencia alguna del sujeto que conoce.

A esta forma de pensar se la suele llamar comúnmente “paradigma newtoniano”. ¿En qué
consiste? En partir de un problema y buscar las soluciones posibles, planteando hipótesis
(explicaciones posibles pero de las que todavía no estamos seguros), basados en argumentos
matemáticos, para luego realizar las pruebas experimentales que permitan confirmar o refutar
esas hipótesis (Cfr. Laín Entralgo, 1979: 246, 255, 279 y 307).

Entonces, la búsqueda de un conocimiento objetivo consistía en registrar los hechos y ponerlos a


prueba en experimentos, evaluados matemáticamente por la medida y el cálculo. Esta forma de
entender la ciencia requería un nuevo lenguaje, dominado por la pretensión de lograr precisión y
univocidad. Esto se muestra con claridad en un ejemplo estudiado en física en el colegio
secundario, cuando se emplea la fórmula “v = e / t”, su traducción es
: “velocidad es igual a espacio sobre tiempo”. No se considera necesario preguntar “qué es
esencialmente la velocidad”. Lo único que interesa es su expresión matemática. Ese lenguaje en
términos matemáticos es el lenguaje de la ciencia moderna. Dicho lenguaje vino acompañado de
una transformación de la razón hacia una “razón instrumental”. ¿Qué significa eso? Una razón en
la que predomina un conocimiento de tipo utilitario, donde lo único que interesa es la utilidad, la
productividad y la eficacia de las acciones. Todo aquello que queda por fuera de estos
parámetros no interesa.

Así se llegó, en el siglo XIX, a un mundo diseñado cada vez más fuertemente por el científico
moderno. Nosotros crecemos pensando que debe ser así, que es un proceso natural, inevitable e
incluso deseado. Ese proceso culminó en la corriente científica que se denomina comúnmente
“positivismo” y que se describe en el siguiente texto:

“1. A diferencia del idealismo, en el positivismo se reivindica el primado de la ciencia:


sólo conocemos aquello que nos permiten conocer las ciencias, y el único método de
conocimiento es el propio de las ciencias naturales.
2. El método de las ciencias naturales (descubrimiento de las leyes causales y el control
que éstas ejercen sobre los hechos) no sólo se aplica al estudio de la naturaleza sino también al
estudio de la sociedad.
3. Por esto la sociología —entendida como la ciencia de aquellos ‘hechos naturales’
constituidos por las relaciones humanas y sociales— es un resultado característico del
programa filosófico positivista.
4. En el positivismo no sólo se da la afirmación de la unidad del método científico y de la
primacía de dicho método como instrumento cognoscitivo, sino que se exalta la ciencia en
cuanto único medio en condiciones de solucionar en el transcurso del tiempo todos los
problemas humanos y sociales que hasta entonces habían atormentado a la humanidad.
5. Por consiguiente, la época del positivismo se caracteriza por un optimismo general, que
surge de la certidumbre en un progreso imparable (concebido en ocasiones como resultado del
ingenio y del trabajo humano, y en otros casos como algo necesario y automático) que avanza
hacia condiciones de bienestar generalizado, en una sociedad pacífica y penetrada de
solidaridad entre los hombres… Se caracteriza por una confianza acrítica y a menudo
expeditiva y superficial en la estabilidad y en el crecimiento sin obstáculos de la ciencia”
(Reale, G y Antiseri, D., 2005. 272-273).

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, surgieron otras problemáticas que llevaron a
cuestionar esta idea de ciencia. A continuación nos dedicaremos a examinar esas dificultades ya
cercanas a nuestra época.
2. La diversidad actual de ciencias y el problema de la metodología científica

Desde sus inicios modernos hasta la actualidad, la ciencia se ha diversificado enormemente. Han
aparecido infinidades de nuevos saberes científicos como la
sociología, la psicología, la economía, etc. Cada una de esas ciencias estudia una parte cada vez
más reducida del mundo. También se han diversificado los métodos que cada ciencia utiliza para
examinar su objeto de estudio. A continuación detallamos la clasificación más común de la
ciencia actual y las problemáticas metodológicas que eso trajo aparejado.

En general, las ciencias se pueden diferenciar en función del objeto de estudio del que se ocupan.
Por ejemplo, los fenómenos económicos son propios de la economía; los hechos históricos,
propios de la historia; las manifestaciones culturales pueden ser estudiadas por la antropología
cultural o por la sociología, etc. Según este criterio, la clasificación más amplia es aquella que
divide a las ciencias en formales y fácticas. Las ciencias “formales”, entre las que se encuentran
la lógica y la matemática, se ocupan de ideas abstractas que “no poseen una existencia real” sino
que existen sólo como construcciones lógicas en la mente humana (como los números o las
formas geométricas), y emplean para su estudio una metodología de tipo deductiva, es decir, de
unas verdades más generales aceptadas (premisas) se deducen, a modo de conclusión, otras
verdades que ya estaban contenidas en las primeras. Por el contrario, las ciencias “fácticas” se
ocupan de todo aquello que tiene existencia real, y pueden ser clasificadas a su vez en ciencias
naturales y ciencias sociales (que también pueden tener el nombre de ciencias humanas o del
espíritu). Las naturales tienen como objeto de estudio a los fenómenos físicos, químicos y
biológicos (incluyendo la astronomía, la geología y la ecología, entre otras disciplinas), mientras
que las sociales se circunscriben al estudio del ser humano y de las comunidades a lo largo del
tiempo y el espacio (se incluyen aquí la sociología, la psicología, el psicoanálisis, la
antropología, la historia, la geografía, la educación, la comunicación, el derecho, la política y la
economía, entre otras).

Con respecto a la metodología de las ciencias fácticas, hoy en día, sigue siendo objeto de
discusión si todas las ciencias fácticas deben responder o no a una misma metodología científica.
Por un lado, están aquellos que sostienen que las ciencias sociales deberían estar basadas en las
mismas metodologías cuantitativas y experimentales que son exitosas para las ciencias naturales.
Otros consideran que las ciencias sociales requieren una metodología específica y distinta de las
ciencias naturales, porque las cuestiones humanas y sociales van más allá de lo que se pueda
experimentar y requieren otro tipo de reflexión. Por lo tanto, promueven la utilización de
métodos cualitativos que serían más apropiados para captar las cambiantes características del
mundo humano y social.

Tanto en las ciencias sociales como en las naturales el debate acerca de la metodología más
adecuada generó la discusión acerca de lo que se entiende por “objetividad” y por “hecho”. Lo
que para las ciencias modernas estaba claro, hoy es motivo de discusión: ¿Qué es un hecho
científico? ¿Se puede alcanzar en ciencias sociales un tipo de objetividad semejante al de las
ciencias naturales? El asunto es ver qué quiere decir que un conocimiento es “objetivo”. Algunos
piensan que sólo es objetivo algo que se estudia con un método y con una técnica rigurosa que
nos permiten ser totalmente imparciales, aunque todos sabemos que nadie puede ser
completamente imparcial, porque la persona siempre está involucrada en su objeto de análisis.
Pensemos en el economista que estudia los fenómenos económicos de su país o en el politólogo
que intenta comprender la realidad política y los hechos que allí se desarrollan. ¿Siempre será
completamente imparcial en lo que opine? Pero uno podría entender la objetividad de otra
manera, simplemente como la capacidad de captar una realidad que está afuera y que es
independiente de quien la estudia.

Para comprender todas las dificultades que existen en torno a este debate metodológico, podemos
leer detenidamente el siguiente texto:

“Entonces ¿qué es un hecho? Es evidente que no tiene nada que ver con una sensación… El
hecho no corresponde tampoco a una percepción… Pero es necesario agregar que cada ciencia
define lo que entiende por “observación” en su propio dominio… A menudo el hecho no es el
resultado directo de una observación, sino que es deducido indirectamente a partir de ella…
Parece, pues, que para ver es preciso ya saber lo que se va a ver; para buscar es preciso ya
conocer lo que se busca… Se podría decir que en ciencia el método es lo que sirve para verificar
hechos y que inversamente el hecho es aquello que se establece conforme a los principios de un
método… El hecho es entonces comparable a un lugar que, al presente, ha sido alcanzado por
los obreros constructores… Pero al mismo tiempo, los hechos son jalones que sirven para
orientar a los constructores. Y por esto todo hecho facilita el descubrimiento de un nuevo
hecho…” (Strasser, 1967).

3. ¿Qué es la ciencia? Diversas opiniones

A partir de esta diversidad del saber científico actual, no parece ya tan sencillo decir qué es la
ciencia. En este apartado vamos a presentar brevemente las principales corrientes más cercanas a
nosotros que opinan sobre qué es el conocimiento científico:

1) Quizás la concepción más clásica y conocida es aquella que afirma que “la ciencia es una
explicación causal que se deriva de los hechos”. Con eso se indica que la base firme sobre la que
se sustenta todo el conocimiento científico son aquellas cosas que simplemente “suceden” frente
a nosotros, que captamos por intermedio de nuestros sentidos y que llamamos comúnmente
“hechos”. De esos hechos se pasa a afirmaciones más generales. Por ejemplo, se parte de la
constatación de que “este cisne es blanco” para llegar a una afirmación general de que “todos los
cisnes son blancos”. A esta manera particular de razonar se la conoce como “inducción”. Si bien
la inducción es un modo de razonamiento muy generalizado en la ciencia, tiene serias
objeciones. Por ejemplo, se pregunta si siempre es conveniente realizar ese pasaje desde los
hechos singulares a los enunciados generales. ¿Puedo decir que todos los cisnes son blancos sólo
porque vi varios cisnes blancos? ¿Cuántos cisnes blancos necesito observar para poder decir que
“todos son blancos”? Por eso dejó de interesar si el conocimiento científico es verdadero, y se
comenzó a decir que es solo probablemente verdadero, es decir, que “probablemente, todos los
cisnes son blancos” sin que interese garantizar que esa afirmación sea totalmente verdadera.
2) Las limitaciones de este “inductivismo” alentaron dentro de la ciencia la búsqueda de otras
alternativas. Una de las más productivas fue el “falsacionismo” propuesto por Karl Popper. Su
idea fue que si no se puede verificar totalmente si una afirmación es “verdadera”, entonces el
esfuerzo debería estar en demostrar la falsedad de las hipótesis científicas. Siguiendo con el
ejemplo anterior, podríamos explicarlo de la siguiente manera: no se puede demostrar que todos
los cisnes son blancos, pero basta observar un solo cisne negro para afirmar con seguridad que es
falso que todos los cisnes son blancos. La falsedad de una afirmación universal se puede deducir
de hechos singulares (la observación de un cisne negro). Esta simple regla lógica transforma por
completo la metodología científica. Las teorías ya no se construyen inductivamente desde los
hechos, sino que nacen como conjeturas y suposiciones provisorias, creadas por el científico con
el fin de explicar el comportamiento de su objeto de estudio. La ciencia progresa gracias al
ensayo y el error, a las conjeturas y refutaciones, pero nunca se puede decir de una teoría
científica que es verdadera, sólo se puede decir que es la mejor disponible hasta el momento.

3) Thomas Kuhn estudiaba casos de controversias científicas, ocurridos en el pasado, y llegó a


sostener que la evolución de la ciencia muestra que algo puede ser verdadero para algunos y
falso para otros. Decía que tanto las preguntas que el científico hace, como sus respuestas, están
enmarcadas y son las permitidas dentro del esquema (“paradigma”) limitado con el que se está
trabajando. El estudio de esos paradigmas revela que las teorías científicas no son independientes
de las características sociológicas de la comunidad científica de la época. Por ejemplo, los
conceptos de “átomo” o “masa” se entienden de una manera dentro de la teoría atómica de la
materia o de la mecánica newtoniana, pero adquieren un sentido diferente en otros paradigmas
como el de la mecánica cuántica. Esto nos lleva a pensar que no existe un único método
científico. Con este razonamiento da a entender que algo puede ser considerado verdadero en un
grupo o dentro de un esquema, pero en otro contexto puede tener un significado muy diferente.
¿Entonces hay verdades realmente objetivas, o todo depende del punto de vista? No hay una
verdad que buscar, sino diferentes teorías que no pueden compararse una con otra. Cada una va
por su lado. Ya no se puede decir que una norma o la opinión sobre un valor sea mejor que otra,
sino que cada una tiene sentido en su paradigma, y tampoco se puede decir que haya un
paradigma mejor que otro.

4) El físico austríaco Paul Feyerabend publicó en 1975 un libro polémico titulado Tratado contra
el método: Esquema de una teoría anarquista del conocimiento. En él defendía la postura de que
la ciencia no posee ninguna característica que la haga superior a otras formas de conocimiento,
relacionadas con la intuición, el sentimiento, la poesía, etc. La ciencia se presenta como una
maestra de la verdad, pero en realidad responde a determinados intereses y se mueve con esos
intereses tratando de imponer su visión. Se presenta como objetiva, pero en realidad cada uno
responde a intereses de poder y se vuelve autoritario desde su propio conocimiento. Para
Feyerabend, en realidad “todo vale”, y la verdad se puede alcanzar por caminos a veces
aparentemente irracionales, incluso a través del engaño. Un brujo puede llegar a una conclusión
y un médico no tiene derecho a discutírselo desde su metodología científica. Entonces no
interesa encontrar un método serio y objetivo y hay que estar abierto a todo. ¿Esto no nos lleva a
pensar que hay una verdad para cada uno?
5) Finalmente, otra forma de abordar la ciencia surge a partir de los trabajos de Gastón
Bachelard, que propone un nuevo ideal científico. Dice que para avanzar hay que romper
esquemas y que “se conoce en contra de un conocimiento anterior” (Bachelard, 1984: 15) que es
un obstáculo para lo nuevo. De allí deriva el concepto de “obstáculos epistemológicos”. Esas
ideas que bloquean otras ideas nuevas son “hábitos intelectuales solidificados, con la inercia que
obliga al estancamiento de las culturas, teorías científicas enseñadas como si fuesen dogmas, los
dogmas ideológicos que dominan las diferentes ciencias” (Reale y Antiseri, 2005: 885).
Superando tales obstáculos —pudiendo decir “no” a los saberes impuestos— surgen las teorías
que son respuestas a las preguntas más importantes. Dicho así suena muy atractivo, pero de este
modo parece que con cada uno nace la verdad, como si cada uno partiera de cero para conocer,
como si lo que otros han enseñado fuera sobre todo un límite que hay que superar y poner
siempre bajo sospecha.

6) Estamos de acuerdo en rechazar un conocimiento científico cerrado en sí mismo, aislado y


autosuficiente. Pero si no hay una metodología científica que garantice el acercamiento a un
conocimiento verdadero, o si hay que poner todo bajo sospecha ¿qué consecuencias tiene eso?
¿Esto significa que la ciencia no conoce verdades? Algunos llegan a decir que en realidad la
verdad ya no interesa, y que la ciencia sólo sirve para generar innovaciones tecnológicas. Quizás
los últimos autores que vimos no querían decir eso, pero en realidad sus afirmaciones daban
lugar para sacar esa conclusión. Si la ciencia sólo está para producir cosas útiles, esta opinión
confunde la ciencia con la tecnología y dio lugar a la “tecnociencia”. Impulsado por la sociedad
de mercado, el progreso científico se vuelve relativista, ya no tiene interés en un “conocimiento
de verdades” y sólo le interesa generar innovaciones útiles para las empresas y los negocios. El
pensamiento como búsqueda de la verdad desaparece.

Por lo tanto, tampoco interesa pensar en el uso que pueda darse a lo que produce la ciencia.
Recordemos que el nazismo alemán utilizó los adelantos científicos de su época para armar un
enorme sistema de torturas y asesinato, y que los norteamericanos los utilizaron para lanzar dos
terribles bombas atómicas en Japón. Porque en el paradigma tecnocientífico tampoco interesa
una ética, un sentido de lo que está bien o está mal, ya que eso no sirve para producir algo que
genere poder o nuevos negocios.

El filósofo Romano Guardini –muy citado por el Papa Francisco– veía que este poder de la
tecnociencia tiende a no tener límites, y se despreocupa por la destrucción que pueda provocar en
el mundo, como si el poder que da la ciencia permitiera estrujar el planeta hasta que no dé para
más. Recordemos los problemas climáticos, las miles de especies que se extinguen y muchas
otras consecuencias que vienen de la explotación sin freno que hace el ser humano del planeta en
que vivimos. Guardini explica que los adelantos tecnológicos que nos dan más y más poder sobre
el mundo nos llevan a creer “que todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un
aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los valores”
(Guardini: 111-112), como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del
mismo poder tecnológico y económico. Pero el hecho es que “el hombre moderno no está
preparado para utilizar ese poder con acierto” (112), porque el inmenso crecimiento tecnológico
no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores, conciencia.
De hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su férrea lógica, y
“el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, ésta no se dirige ni a la utilidad ni al
bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la palabra”. Por eso “intenta
controlar tanto los elementos de la naturaleza como los de la existencia humana” (83-84). Ante
semejante estructura quedamos todos desprotegidos, pero nos queda el pensamiento que busca la
verdad para no convertirnos en esclavos.

4. Reflexión final

Quien llega a la Universidad, quizás sin darse cuenta, trae una mezcla compleja de nociones
sobre lo que es la ciencia. De alguna manera cada estudiante trae consigo una variedad de
conceptos sobre el saber científico que a veces están en oposición y se contradicen entre sí. Es
cierto que el modelo de ciencia que se ha impuesto es el modelo positivista, que permitió el
avance de las ciencias naturales y sus aplicaciones tecnológicas para el desarrollo de las
sociedades.

El asunto es que hoy este modelo, que parecía asegurar rigor, eficiencia y objetividad en el
avance del conocimiento, se enfrenta con un problema: que no todo se puede explicar con esos
métodos. Por ejemplo, los fenómenos sociales y humanos no pueden ser comprendidos ni
resueltos con las rígidas exigencias de la metodología de las ciencias naturales. ¿Cómo un
economista puede estudiar en un laboratorio los fenómenos económicos? ¿Cómo un educador
puede predecir con seguridad los procesos de aprendizaje que se den en una institución? ¿Cómo
un politólogo puede calcular las consecuencias de todas las decisiones de un gobierno? ¿Cómo
un psicólogo puede predecir todas las decisiones que tomará su paciente? Estos ejemplos
muestran claramente que la complejidad de los fenómenos humanos y sociales cuestiona al
modelo de investigación moderna y positivista.

Es evidente entonces que el concepto de ciencia surgido en la modernidad está hoy en crisis. Se
reconoce, por un lado, que no es el único modo de conocer la realidad, sobre todo la humana,
debido a las limitaciones de sus métodos y técnicas para abarcar esta complejidad. Por otro lado,
reconoce que toda producción de conocimiento tiene condicionamientos históricos y culturales.
Es importante que tomes conciencia de todo esto, para que puedas reconocer que las cosas son
más complejas de lo que aparentan y que no todo lo que se dice es tan “racional” como parece.

El problema es que se pasó de una idea rígida y cerrada de lo que es el conocimiento científico,
que no respetaba otro tipo de saberes, al “vale todo”, donde cada uno parece tener su verdad.
Esto terminó dando lugar a un utilitarismo, donde no interesan la verdad ni la ética, sino la
utilidad. Hoy no podemos despreciar las ciencias ni pretender que se dediquen sólo a resolver
problemas técnicos. Los científicos tienen que buscar la verdad cada uno en su propia ciencia,
con una metodología seria y confiable, y al mismo tiempo ser conscientes de sus límites y
dejarse enriquecer por las demás ciencias para buscar juntos la verdad sobre el mundo, sobre la
sociedad, sobre la vida humana.

Lo importante es que cada científico sea capaz de pensar con la mayor profundidad posible para
entender lo que estudia, pero sin pretender que con la metodología limitada de su ciencia pueda
opinar sobre todo. Un médico o un químico no pueden decir que la medicina o la química niegan la
existencia de Dios, o que un ser humano vale lo mismo que un gato. Un psicólogo no puede decir que
la libertad no existe, porque no es su competencia. En ese sentido, el Papa Francisco enseñó que “en
ocasiones, algunos científicos van más allá del objeto formal de su disciplina y se extralimitan con
afirmaciones o conclusiones que exceden el campo de la propia ciencia. En ese caso, no es la razón
lo que se propone, sino una determinada ideología que cierra el camino a un diálogo auténtico,
pacífico y fructífero” (Evangelii Gaudium 243).

Todo esto nos ayuda a reconocer que la forma en que se entienda lo que es la ciencia tiene
consecuencias importantes, no es solamente una cuestión intelectual abstracta. De la misma
manera, la forma como uno entienda la propia profesión tiene consecuencias importantes para
todos.

***

ACTIVIDADES SUGERIDAS

- Realizar una primera lectura del texto prestando especial atención a las palabras cuyo
significado desconozcas, para buscarlas en un diccionario y comprender mejor lo leído.

- Realizar un esquema con la clasificación de las ciencias.

- Responder: ¿cuál es el origen de la tecnociencia? Describa sus principales características.

- Buscar algún párrafo del Papa Francisco donde hable de la tecnociencia en relación con los
problemas ecológicos.

- Describir cuál es la idea de ciencia que traés y comparala con los tipos de ciencias y
metodologías explicadas. No interesa memorizar los nombres de los científicos o de las
corrientes desarrolladas aquí, pero sí comprender el tipo de ciencia que proponen.

- En todas las carreras puede haber pensamiento a fondo, ninguna carrera es puramente técnica.
¿Podrías pensar qué tipo de pensamiento, qué formas de reflexión, qué temas más profundos
podría haber en tu carrera?

BIBLIOGRAFÍA:

- Bachelard, Gaston (1984), La formación del espíritu científico. México, Siglo XXI.

- Echeverría, Javier (1995), Filosofía de la ciencia. Madrid, Akal.

- Feyerabend, Paul (1992), Tratado contra el método: Esquema de una teoría anarquista del conocimiento. Madrid, Tecnos.
- Guardini, Romano (1958), El ocaso de la edad moderna. Madrid, Guadarrama.

- Kuhn, Thomas (1992), La estructura de las revoluciones científicas. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

- Laín Entralgo, Pedro (1979), Historia de la medicina. Barcelona, Salvat.

- Ortega y Gasset, José (1933), En torno a Galileo. Madrid, Alianza, 1983, vol. V.

- Pestre, Dominique (2005), Ciencia, Dinero y Política. Buenos Aires, Nueva Visión.

- Popper, Karl (1983), Conjeturas y refutaciones: El desarrollo del conocimiento científico. Barcelona, Paidós.

- Reale, G. y Antiseri, D. (2005), Historia del pensamiento filosófico y científico. Barcelona, Herder.

- Strasser, Stephan (1967), “Miseria y Grandeza del Hecho”, en Husserl Tercer Coloquio filosófico de Royaumont. Buenos Aires,
Paidós.

Videos recomendados

El proyecto Manhattan.

http://www.dailymotion.com/video/x11gta_el-proyecto-manhattan_shortfilms

Francisco Varela (Neurobiólogo), La Belleza del pensar, 2001.


http://www.youtube.com/watch?v=3-VydyPdhhg
III. La reflexión filosófica

1. ¿Qué es la filosofía? Aproximación

Hay tres modos más comunes del saber que el pensamiento hace dialogar dentro de esta
Universidad: el conocimiento de la ciencia, que ya hemos descripto, la reflexión de la filosofía,
que será el tema de este apartado, y la experiencia de la teología a la que dedicaremos el capítulo
siguiente.

No es sencillo dar respuesta a la pregunta ¿qué es la filosofía? La ventaja es que contamos con
una definición bien conocida. Se trata de la definición de filosofía como “amor por la sabiduría”.
La definición parece referirse a una condición propia del ser humano, pues “todos los hombres –
como decía Aristóteles– tienen, por naturaleza, el deseo de saber” (Metafísica, I, 1). Quiere decir
que “amamos saber”, como deseamos, por ejemplo, saber los conocimientos que nos van a
permitir ser profesionales (músicos, médicos, abogados o ingenieros) y como deseamos saber
qué opina o qué piensa tal o cual persona, etc. Si naturalmente los seres humanos deseamos
saber, ¿hay entonces alguna diferencia entre un hombre que es filósofo y otro que no lo es?

Pareciera ser que, en el caso del filósofo, lo que ama no es sólo el saber en general, sino un tipo
de saber determinado que caracteriza a la filosofía y que se denomina “sabiduría”. Entender qué
es la sabiduría tampoco es una tarea fácil. En principio, podríamos decir que la sabiduría se
alcanza a través de un conocimiento capaz de explicitar racionalmente las causas más profundas
de la realidad. Si las ciencias particulares estudian las causas más inmediatas o cercanas de las
cosas, la filosofía busca las causas más profundas, tratando de llegar a las causas últimas que
explican todo. Sin embargo, el mismo Aristóteles acepta que “el estudio de la verdad es difícil en
un sentido y fácil en otro” puesto que “nadie puede alcanzar completamente la verdad, ni estar
falto de ella de manera absoluta” (Metafísica, II, 1). Es decir, que podemos alcanzar algo de la
sabiduría pero necesitamos reconocer que jamás podremos tenerla completamente. Platón
explica bien esta dificultad cuando dice:
“Los ignorantes ni filosofan ni desean hacerse sabios, pues en esto consiste el mal de la
ignorancia: en no ser ni noble, ni bueno, ni sabio y tener la ilusión de serlo en grado suficiente.
Así, el que no cree estar falto de nada no siente deseo de lo que no cree necesitar” (Platón,
Banquete, 81).

Entonces sólo hace filosofía el que ama, es decir, el que busca la sabiduría sabiendo que no la
tiene, pero también sabiendo que no la podrá alcanzar nunca de forma completa. Por eso algunos
filósofos actuales consideran que “la filosofía es menos un saber que una vida dedicada a la
búsqueda de un determinado tipo de saber, la sabiduría” (Gilson, 1978: 16). Esa búsqueda
permanente tiene como fin la realización personal y la felicidad: “El afán de saber es algo
natural en el hombre, y su felicidad está íntimamente relacionada con la sabiduría: ésta le
capacita para descubrir el sentido de su vida y actuar correctamente, mientras que la
ignorancia es fuente de desequilibrios y de errores en la conducta que impiden conseguir la
felicidad” (Artigas, 1995: 25).

En síntesis, la filosofía podría describirse entonces como la búsqueda (amor) de un saber (la
sabiduría) del que el hombre carece, pero del que tiene necesidad para realizarse y orientarse en
la vida. A partir de la importancia que la filosofía parece tener para la vida, podemos
preguntarnos, ¿esto es exclusivamente una tarea reservada al filósofo o, por lo contrario, la
búsqueda de la sabiduría es una preocupación que tienen todos los hombres y todas las mujeres?
Una vez más, ¿cuál es la diferencia entre un hombre que es filósofo y otro que no lo es?

Podemos aclarar un poco la cuestión si señalamos que no se puede aprender a filosofar “como se
aprende una lengua extranjera o, si se quiere, como se aprende a manejar el microscopio, es
decir, mediante la adquisición de datos, mediante un ejercicio practicado metódicamente,
mediante repetición y así sucesivamente” (Pieper, 1989: 26). Es decir, estudiar filosofía y
filosofar son dos cosas diferentes. Estudiar filosofía es incorporar conocimientos de una manera
ordenada, cosa que un estudiante puede hacer en la Universidad cuando estudia la carrera de
filosofía. Filosofar, en cambio, es para todos, y presupone la apertura y una búsqueda personal de
la sabiduría. Esa búsqueda no se origina sólo en los libros, sino en el asombro y la admiración
frente a la complejidad de la realidad que habita, o también a partir de la duda, o quizás a raíz de
experiencias de dolor o de impotencia, como la muerte, el engaño o la injusticia. Estas causas
llevan a filosofar también a quien no ha estudiado filosofía, pero que filosofa sólo por ser
humano. En este sentido, el filósofo alemán Martin Heidegger propone la tesis de que ser
hombre significa ya filosofar: “No es que filosofemos en este momento o aquél, sino que
filosofamos constantemente y necesariamente en cuanto existimos como hombres. Existir como
hombres… significa filosofar” (Heidegger, 1996: 19).

Otro filósofo alemán, Karl Jaspers, afirma en el mismo sentido que todo hombre o mujer, en
cuanto ser humano, es competente para filosofar. Para desarrollar el conocimiento científico sólo
algunos hombres son aptos –por eso no todos estudian en la Universidad–, pero para filosofar
basta con “la propia humanidad, el propio destino y la propia experiencia” (8). En este sentido
amplio, toda persona filosofa. Esa filosofía espontánea apunta, precisamente, a clarificar la
propia existencia, a encontrarse a uno mismo, a preguntarse “¿qué soy?, ¿para qué vivo?, ¿qué
estoy dejando de hacer?, ¿qué debería hacer?”, aun cuando no alcance certezas definitivas (100).

Un chico puede mirar a su novia y pensar que es sólo un montón de músculos y huesos, con
reacciones químicas que explican todo lo que hace. Lo importante es que ese organismo le pueda
brindar alguna sensación. O se puede preguntar: ¿No será algo más? Ese hombre que sigue al
lado de su mujer aunque esté vieja y enferma alguna vez se hizo esa pregunta. Cuando me hago
esa pregunta comienzo a filosofar.

Puedo pensar que mi vida es sólo para adquirir poder económico, un poder que me permita tener
el dominio sobre los demás. O me puedo preguntar: ¿No será para algo más la vida? Cuando me
brota esa pregunta, aunque sea en el baño, empiezo a filosofar, y eso muestra que soy un ser
humano.
Así, poco a poco, a lo largo de la vida vamos pasando a otras preguntas: ¿para qué existe la
sociedad?, ¿para qué existe todo?, ¿qué sentido tienen los pocos años que tendrá mi vida?, ¿por
qué y para qué existe el mundo?

Gracias a estas preguntas, que nos invitan a ir más allá de lo que podemos ver a simple vista
podemos llegar a lo más profundo, hasta el fondo de la realidad, y somos cada vez mejores
filósofos. ¿Filosofar sirve para la vida, sirve para ejercer bien una profesión, sirve para ser
mejores? Por supuesto que sí, a no ser que prefiramos arrancarnos la cabeza y esconder las
preguntas más profundas, que vuelven a aparecer aunque tratemos de apagarlas con
distracciones.

Estas razones ya permiten entender por qué un estudiante universitario, que debe desarrollar un
pensamiento creativo en su profesión, necesita a lo largo de su vida universitaria hacer dialogar
el conocimiento científico de su carrera con esa actividad que llamamos filosofar. Una de las
formas concretas de ese diálogo es el estudio de algunas materias filosóficas que desarrollan esta
clase de reflexiones. Eso explica por qué esas materias existen en los planes de estudio de todas
las carreras de nuestra Universidad.

2. La filosofía como reflexión

La reflexión filosófica supone la experiencia humana, porque cuando uno se pregunta qué es el
amor, qué es la verdad, qué es la felicidad o cuál es el sentido de los males que sufrimos, es
porque tiene alguna experiencia de todo eso, es decir, la experiencia del amor, de la verdad, de la
felicidad o del mal.

La experiencia humana está definida por una relación de mutua pertenencia entre el ser humano
y el mundo. El ser humano está ligado de un modo especial a su mundo donde hay otros
humanos, otros seres y cosas y, a su vez, el mundo está ligado al ser humano. Esa mutua
pertenencia se ve claramente en la experiencia del amor, de la felicidad o de la injusticia, donde
siempre hay otras personas involucradas conmigo. En mis experiencias nunca estoy solo.

Ahora bien, aunque la filosofía y las ciencias comparten el hecho de tomar la experiencia como
punto de partida, se trata de dos formas distintas de entender la experiencia. En el caso de las
ciencias, la experiencia es el punto de partida de la observación pero a la vez un aspecto a ser
superado para llegar a una afirmación general y objetiva. Siguiendo el ejemplo que proponíamos
en el apartado anterior, si tenemos experiencia de que “este cisne es blanco” porque lo
observamos, intentaremos superar la particularidad de “este cisne” que vemos para llegar a una
afirmación general y objetiva que diga que “todos los cisnes son blancos”, y eso sería propio de
la ciencia. Para ello cuantificamos, sumamos las observaciones y las expresamos a través de
frases abstractas y universales.

En la filosofía, en cambio, la experiencia humana acompaña siempre a su reflexión, puesto que


en esa experiencia ocurre el encuentro entre el hombre y el mundo, y de esa experiencia de
encuentro van surgiendo nuevas perspectivas para comprender nuestro propio ser y nuestra vida.
Por ejemplo, la experiencia de la muerte de un ser querido, o la experiencia de estar enamorados
o de ser engañados, nos llevan a una reflexión filosófica. Esa reflexión busca encontrar nuevas
formas de comprendernos a nosotros mismos, pero también al mundo. Si muere tu mejor amigo,
tu vida no queda igual, te hace falta construirla de nuevo, darle otro sentido, y eso no termina en
una frase científica. Por eso la filosofía, a diferencia de la ciencia, no intenta superar la
experiencia, sino que busca elevarla a un nivel mayor de reflexión.

La palabra reflexión está compuesta por el término “flexión” que tiene que ver con doblar, como
cuando flexionamos el cuerpo, por ejemplo. La partícula “re” tiene que ver con repetir una
acción. La reflexión es como la repetición del acto de volver sobre algo, volver y volver. Y más
concretamente, la reflexión filosófica sería el acto por el cual el hombre considera
detenidamente, mira y vuelve a mirar sus experiencias buscando en ellas ese saber profundo que
lo oriente en la vida.

No tenemos que pensar que esto se hace únicamente en la soledad y en el silencio, porque la
persona que reflexiona siempre está implicada con el mundo y con los otros. Entonces, la
reflexión también se hace a través de un diálogo. Tomemos como ejemplo la experiencia de
haber sido engañados. La forma de reflexionar sobre esa experiencia que hemos vivido no es
únicamente en la soledad de nuestra interioridad, sino que, por el contrario, la compartimos y
generamos un diálogo buscando que nos permita comprender mejor lo vivido, y así también
comprender mejor al mundo y a nosotros mismos.

Por eso la forma de iniciar y desarrollar la reflexión filosófica, que es diálogo, es necesariamente
la capacidad de “escuchar”. Para ser capaz de conversar es imprescindible, primero, saber
escuchar. Es decir, oír lo que los otros tienen para decir, incluso cuando sea algo contra mí. No
hay conversación más inútil que la de dos personas que hablan y no quieren escucharse. La
capacidad de escuchar y de entrar en diálogo se puede caracterizar como “la verdadera
humanidad del hombre” (Gadamer 1998: 209). También cuando leemos un libro con atención,
tratando de comprender lo que quiere decir, preguntándole cosas, y dejando brotar nuevas
preguntas, estamos realizando este ejercicio de escuchar a otro y de algún modo estamos
conversando con la persona que escribió ese libro. Por la práctica de la conversación filosófica,
el ser humano se transforma, amplía su experiencia del mundo y se encuentra a sí mismo en el
otro:

“La conversación deja siempre una huella en nosotros. Lo que hace que algo sea una
conversación no es el hecho de habernos enseñado algo nuevo, sino que hayamos encontrado en
el otro algo que no habíamos encontrado aún en nuestra experiencia del mundo… La
conversación posee una fuerza transformadora. Cuando una conversación se logra, nos queda
algo, y algo queda en nosotros que nos transforma. Por eso la conversación ofrece una afinidad
peculiar con la amistad. Sólo en la conversación […] pueden encontrarse los amigos y crear ese
género de comunidad en la que cada cual es él mismo para el otro porque ambos encuentran al
otro y se encuentran a sí mismos en el otro” (Gadamer, 1998: 206-207).
En esta búsqueda y en esta conversación, uno acepta que hay algunas verdades absolutas, que no
cambian de un contexto a otro, que no tienen que ver con un método o con otro. Por ejemplo, que
no hay que matar a un inocente es algo que queda fuera de toda discusión, algo que nos supera y
que no podemos poner en duda. Es una verdad que simplemente tenemos que reconocer, no
fabricar, y que seguirá siendo verdad siempre, aunque cambien las circunstancias. Es una verdad
universal, que nos trasciende. Si eso se pudiera discutir y cuestionar, o si se admitieran
excepciones en algunas circunstancias, entonces todo cae, ya no quedan argumentos para tener
una ética sólida ni para fundamentar las leyes de la sociedad. Todo se vuelve relativo, y la misma
filosofía desaparece. Porque en la filosofía uno busca una verdad y se somete a ella libremente,
no la inventa, no la fabrica ni la adapta.

***

ACTIVIDADES SUGERIDAS

- Luego de leer el texto y de ver el video “Educatina - ¿Qué es la filosofía?” responder las
siguientes preguntas: ¿Cuál es el origen de la filosofía? ¿Qué significa filosofar? ¿Todos los
hombres filosofamos, por qué?

- A partir de las ideas presentadas en el texto, redactar en no más de quince líneas algunas ideas
sobre la filosofía aplicada a su vida cotidiana.

- Explicar las visiones filosóficas sobre cómo se da la relación del hombre con el mundo y qué
lugar ocupa la ciencia en esa relación.

- Mirá el video “TVE – Ciclo Pienso, luego


existo – Adela Cortina” y mencioná las consecuencias prácticas que la reflexión filosófica tiene
en la vida diaria.

BIBLIOGRAFÍA:

- Aristóteles (2008), Metafísica. Madrid, Alianza.

- Artigas, Mariano (1995), Introducción a la filosofía. Pamplona, Eunsa.

- Gadamer, Hans-Georg (1998), Verdad y Método II. Salamanca, Sígueme.

- Gilson, Etienne (1978), El amor a la sabiduría. Buenos Aires, Otium.

- Heidegger, Martin (1996), Introducción a la filosofía. Madrid, Cátedra.

- Jaspers, Karl (1975), La filosofía. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.


- Pieper, Josef (1989), Defensa de la filosofía. Barcelona, Herder.

- Platón (1994), El Banquete. Barcelona, Labor.

- Platón (1969), Fedón. Madrid, Aguilar.

Videos recomendados

Educatina - ¿Qué es filosofía?


http://bit.ly/Td4v9E

Canal Encuentro - Ciclo Mentira la verdad - La filosofía


http://bit.ly/15KXrVH

TVE - Ciclo Pienso, luego existo - Adela Cortina


http://bit.ly/1cUBh3Q

TVE - Ciclo Pienso, luego existo - Emilio Lledó


http://bit.ly/ooCUNm
IV. Experiencia y teología

1. La experiencia religiosa

De los tres modos más comunes del saber que el pensamiento creativo hace dialogar en esta
Universidad, nos queda tratar el último: la experiencia de la teología. En cada carrera de esta
Universidad hay tres materias de Teología. La pregunta que se impone es: ¿qué es la teología?
Viene acompañada de otras cuestiones: ¿qué necesidad hay de estudiar teología hoy? ¿Por qué
tener teología en las carreras universitarias de la UCA?

En pocas palabras uno podría decir que la teología es el estudio de la religión. Hacen falta
especialistas que estudien a fondo, ordenadamente y con seriedad la religión, para poder
entenderla mejor. Pero la teología no es un resumen de doctrinas o una serie de datos sobre la
religión. Es algo más.

Primero tenemos que reconocer que hay una experiencia del ser humano que existe desde lo más
antiguo hasta ahora, en todas partes de la tierra, y es la experiencia religiosa. Junto con la
experiencia del arte, de la técnica, de la música o de la medicina, la religión es una de las
experiencias que caracterizan al hombre como ser humano y lo diferencian del resto de los
animales. ¿Qué otro ser distinto del hombre construye templos y reza? Desde sus orígenes, el ser
humano ha tenido estas experiencias de lo divino, que han dado lugar a una diversidad de
religiones desde formas primitivas hasta sus manifestaciones más recientes. Las religiones
actuales como el Islam, el Judaísmo, el Cristianismo con todas sus variantes (el Catolicismo, el
Protestantismo, etc.) suman a miles de millones de personas en el mundo, y muestran que la
experiencia de lo divino parece ser una parte ineludible del ser humano. La mayoría de las
grandes personas que han hecho cambios importantes para la humanidad han sido creyentes, de
distintas religiones. La gran mayoría de los personajes más admirados de la historia han tenido
alguna fe.

En ese sentido, ya podríamos comprender por qué es importante examinar esta experiencia
dentro de los estudios universitarios, aunque no seamos creyentes. Si somos creyentes, esta
reflexión nos ayudará a comprender mejor la propia fe para que nos ayude a profundizar nuestra
vida. Si no somos creyentes, nos ayudará al menos a comprender el sentido de la fe cristiana de
la mayor parte de nuestro país y de la mayor parte de la población de Occidente. Junto con
adquirir las habilidades para ejercer una profesión, la Universidad motiva el desarrollo del
pensamiento creativo a través del diálogo con distintos saberes y experiencias, y entre ellas, no
puede quedar fuera el saber sobre la experiencia religiosa.

El director de orquesta Bruno Walter es un respetado referente de la interpretación musical en el


siglo XX. Él decía que “alguien que no es más que músico, es medio músico. La idea de crecer,
el esfuerzo por desarrollarse, debe abrazar la totalidad del hombre interior y no sólo a sus dones
musicales; la copa del árbol de su vida, la musicalidad, se extenderá y crecerá en la proporción
en que hunda sus raíces, firme y ampliamente, en la tierra de la humanidad universal” (Walter,
1961: 106-107). En este sentido, ignorar la experiencia religiosa o eliminarla totalmente de la
formación de un profesional sería como hacerlo “medio humano”, mutilando algo que es parte de
la humanidad.

Al gran filósofo George Steiner, le preguntaron en una entrevista: “¿Hay que inventar un nuevo
humanismo?” Su respuesta fue: “El siglo que acaba de terminar ha mostrado suficientemente que
el modelo clásico de un humanismo capaz de resistir a la barbarie, a lo inhumano, gracias a una
cierta cultura, a una cierta educación, a una cierta retórica, era ilusorio… He llegado a la
intuición de que un humanismo sin fundamento teológico es demasiado frágil para satisfacer las
necesidades humanas, para satisfacer a la razón misma” (2001: 323-324).

Viktor Frankl, un científico que vivió el horror de los campos de concentración, reconocía el
gran valor de una experiencia religiosa que permite darle a la realidad una profundidad única.
Porque “el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es
el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabeza alta y el padrenuestro o el shemá Israel en
sus labios” (184).

Finalmente, más cercano a nosotros, el filósofo argentino Santiago Kovadloff afirma algo
semejante al decir que: “La dimensión de lo teológico no es una dimensión alternativa
preexistente que volvería hoy a ganar actualidad. La pregunta por el hombre es la pregunta por el
misterio del hombre, es decir, por lo que el hombre tiene de inconmensurable para sí mismo”
(2003: 687).

Ese “fundamento teológico” (Steiner), esa “dimensión de lo teológico” (Kovadloff), no


significan simplemente una cuestión de estar informados sobre temas religiosos. Es tratar de
examinar con más profundidad esa dimensión preciosa que desde los inicios de la humanidad
está presente como experiencia religiosa.

2. ¿Qué es la teología?

La teología permite intentar comprender la cuestión de Dios, partiendo de la experiencia


religiosa. En la concepción cristiana, la teología puede resumirse en tres aspectos: la teología es
palabra sobre Dios, es también palabra de Dios a nosotros, y finalmente, palabra nuestra dirigida
a Dios.

1) La teología es palabra acerca de Dios, tal como afirma Olegario G. de Cardedal: “Desde
siempre hemos sabido que, como teólogos, debemos hablar de Dios. Pero somos seres limitados
y, como tales, parece demasiada pretensión querer hablar sobre Dios, que nos supera por todas
partes. Tener que hablar y no poder hablar nos llevan al extremo de intentarlo una y otra vez, en
espera de que Dios mismo ayude nuestra debilidad” (González de Cardedal, 2005: 9).
2) Por eso, el hablar acerca de Dios desemboca necesariamente en hacerse eco de la Palabra de
Dios, de lo que Dios ha expresado de distintas maneras: “Dios ha hablado primero. La teología…
sólo puede nacer de la atención, audición, u obediencia ante el Dios que habla…
El teólogo recoge y repiensa la palabra que Dios nos dijo” (González de Cardedal, 2005: 12).
Esto, para los cristianos, supone leer y reflexionar los textos de la Biblia, y dejarse ayudar por lo
que ha reflexionado la Iglesia a lo largo de veinte siglos.

3) Por último, la teología es palabra dirigida a Dios. Si Dios habla al mundo, es para entrar en
comunicación con nosotros, y el fin de ese proceso es poder hablarle mejor a Dios: la verdadera
teología es la que tiene por fin la oración, el encuentro personal de cada uno con Dios. Cada uno
es infinitamente amado por Dios, y Dios quiere escucharlo.

Las pocas horas de teología que se dictan en las carreras de la Universidad no alcanzan para
estudiar a fondo todos los temas teológicos. Sólo trataremos algunos temas que nos ayuden a
comprender un poco más qué es la experiencia cristiana.

Este saber teológico no puede desarrollarse en soledad, porque el creyente siempre se encuentra
vinculado con otros seres humanos, con el mundo y con Dios. Además, en la Biblia Dios nos
ilumina para entender muchos problemas que tienen que ver con la vida en sociedad, con el
sufrimiento de los pobres, con la injusticia, y nos propone una forma de vivir juntos. Por eso el
saber teológico es un pensar con el otro, junto a otros; es decir, pensar en diálogo. También es un
diálogo con otras ciencias. Cuando la teología reflexiona sobre el comportamiento de las
personas, por ejemplo, necesita dialogar con lo que dicen la psicología, la sociología, la
medicina, etc. A su vez, si la teología es capaz de conversar con las otras ciencias, también puede
aportarles una luz que les ayude a comprender al ser humano y a su vida. Como decía Adolphe
Gesché, sin el diálogo con otras ciencias la teología correría graves riesgos:

“La vida misma se encuentra interesada en que existan una religión y una fe abiertas de un
modo especial a la alteridad, para estar presentes de hecho en la sociedad y para suscitar una
esperanza verdadera (…). A este precio, el de la apertura a la alteridad, la esperanza cristiana
puede defender su derecho a hacerse oír en los debates junto a otras corrientes de pensamiento
y de sensibilidad, en las que una teología libre de estrecheces podría encontrar la palabra que
puede decir en la ciudad, a condición de aliarse con otros que se muestran también interesados
por las grandes cuestiones. Porque se trata ahora de tener en cuenta, todos juntos, la
complejidad de lo real (…) Hay que emprender una obra común (…) Se trata más bien de una
búsqueda común, aprovechando los recursos que aportan unos y otros (…) ¡No es bueno que el
cristiano esté solo!” (Gesché, 2004: 152-154).

En este diálogo, la teología recibe luces de las otras ciencias (ante todo la filosofía, pero también
la psicología, la economía, la sociología, la física, etc.), y también del arte y de lo que va
viviendo la sociedad. Eso le ayuda a adquirir una mejor comprensión del mundo actual y de la
realidad. Esto también le permite hablar un lenguaje que pueda ser entendido y valorado por la
gente de hoy. Pero también, dialogando con las otras ciencias y con la vida de las personas, la
teología recibe preguntas que le ayudan a profundizar y a explicar mejor su propia verdad. Su
objetivo es reflexionar la propia fe dialogando con los otros, para poder comunicar el Evangelio
con un pensamiento y un lenguaje relacionados con las cuestiones que verdaderamente interesan
al mundo actual.

Puede decirse, por lo tanto, que el estudio de la teología es como un diálogo entre la fe, la razón
y la cultura. “Cultura” se entiende aquí en un sentido amplio, que abarca no solamente el arte o la
ciencia, sino también la forma de vivir de la gente y su sensibilidad, las costumbres, los gustos,
las manifestaciones variadas de la sociedad. Para que dicho diálogo resulte posible y fecundo es
necesario entrar decididamente en el mundo de la cultura actual y hacer el esfuerzo de conectar a
la teología con el estudio de la propia carrera durante la vida universitaria. El desafío es que cada
estudiante haga ese esfuerzo de conectar lo que estudia en las materias teológicas con los
intereses y los problemas de su propia carrera. A eso no lo darán los profesores sino que es un
camino personal que cada uno hace escuchando, leyendo, buscando, consultando, creando.

3. El “exceso” de Dios

Para desarrollar una auténtica teología hay que aceptar entrar en la dimensión del “exceso”.
Deseamos saber o comprender qué es Dios, pero no podríamos encerrarlo en los estrechos
límites de nuestra comprensión —o de lo que creemos comprender—, porque Dios es lo que
“supera todo conocimiento”. El deseo de saber sobre él se concreta, entonces, en un humilde
vaciamiento de nuestras propias ideas, porque ¿qué es “más sabio que la sabiduría de los
hombres”, sino “la locura de Dios”; qué es “más fuerte que la fortaleza de los hombres” sino “la
debilidad de Dios” (1Cor 1, 25)? Esta locura y esta debilidad coinciden con el amor desbordante
de Jesús, manifestado en toda su preciosa vida, en su entrega en la cruz y en su resurrección.
Tanta belleza no se puede explicar con palabras. Para recibir un amor tan grande, uno tiene que
liberarse un poco de sus seguridades, de su orgullo, de sus resistencias, de sus esquemas
mentales.

Dios nos quiere felices, y por eso una buena teología nos ayuda a vivir mejor. La teología tiene
también como objetivo formar universitarios “expertos en humanidad”, que entiendan mejor la
vida humana porque tienen otra luz, aunque no se la quieran imponer a nadie. La teología puede
enriquecer la experiencia humana incluyendo en ella una experiencia religiosa. El encuentro
entre la cuestión humana y la Palabra de Dios se produce como experiencia espiritual, y eso es lo
que tratamos de reflexionar.

En la experiencia religiosa de cada uno siempre hay cosas en común con los demás, cosas que
Dios ha dicho en su Palabra para todos, y por eso puede haber una reflexión común, una teología
que compartimos y desarrollamos juntos. Al mismo tiempo, cuando uno ha resuelto algo en su
propia vida gracias a su encuentro con Dios, eso le puede permitir ayudar a otros que pasen por
una situación semejante.

Pero aunque podamos estudiar estas cosas, la experiencia religiosa desborda a la teología, porque
Dios siempre es más grande que nuestras ideas y que nuestras palabras, y la experiencia que cada
uno tiene de Dios es algo único, es fruto de una alianza muy personal e irrepetible que Dios
quiere hacer con cada uno. Para la teología, en última instancia, la verdad no es algo que
poseemos, sino una Persona por la que tenemos que dejarnos poseer, cada uno a su manera,
como Dios quiera alcanzarlo.

***

ACTIVIDADES SUGERIDAS

- Luego de leer el texto, describí las características que conozcas de otras religiones distintas a la
que vos profesás. Luego decí qué te parece que es lo más distintivo del cristianismo.

- Buscá ejemplos de temas o problemáticas propias de la ciencia o profesión que estudiarás, e


imaginá cómo se podrían conectar con la teología.

- Explicá por qué la teología tiene tres aspectos y


cómo se relacionan entre sí.

BIBLIOGRAFÍA:

-Frankl, Víktor (1999), El hombre en busca de sentido. Barcelona, Herder.

- Gesché, Adolphe (2004), El sentido. Salamanca, Sígueme, 152-154.

- González de Cardedal, Olegario (2005), en Ferrara, Ricardo, El misterio de Dios. Correspondencias y paradojas. Salamanca,
Sígueme.

- Jacquemont, Patrick (1991), “Dire Dieu différemment dans un monde indifférent”, en La vie spirituelle, nº 694, 301-309.

- Kovadloff, Santiago (2003), “Entrevista” en Criterio nº 2289, 687.

- Steiner, George (2001), “La barbarie douce”, en Question nº 123: Education et sagesse, Albin Michel.

- Walter, Bruno (1961), Of Music and Music-making, W. W. Norton & Company, Inc. New York, 106-107.
V. La integración del saber

1. La formación integral

Todos quienes ingresan a la Universidad tienen el interés de alcanzar un título profesional. Pero
ese título se puede alcanzar de diversas maneras, con modos distintos de formación. Por ejemplo,
la formación podría ser “exclusivamente profesional”, porque uno sólo quiere ejercer una
profesión para tener trabajo y para eso busca un título en el menor tiempo posible con una
habilitación laboral rápida. Pero también uno podría buscar una preparación profesional con una
formación universitaria más completa, que le sirva para ejercer bien la propia profesión, y
también para su vida. En definitiva, si uno puede tener una visión amplia, creativa y flexible de
las preocupaciones humanas y profesionales, eso lo hará también un profesional capaz de tener
en cuenta otras cosas. De hecho, según el ranking inglés de Universidades QS, la UCA es una de
las Universidades de Argentina y América Latina preferida por los empleadores. Esto ocurre
porque ven que los graduados de la UCA son capaces de tener en cuenta otras cosas a la hora de
analizar un problema, tienen otras perspectivas, miran aspectos que otros no tienen tan en cuenta.

La Universidad Católica Argentina propone como objetivo fundamental de su institución ofrecer


una formación universitaria que sea integral, humanista y cristiana. Eso quiere decir que, junto
con la obtención del título universitario, ofrece a los estudiantes una formación que, junto con la
forma de pensar propia de su profesión (la de músico, ingeniero, médico, abogado), desarrolle un
pensamiento crítico y creativo que le permita explorar dimensiones distintas a las de su carrera.
Por eso esta formación integral requiere que uno esté abierto y dispuesto a la escucha y al
diálogo con otras formas diferentes de comprender, distintas de la propia profesión elegida. Eso
es una “integración” de la propia ciencia con otras formas de conocer y de hablar.

Esto es muy valioso en la época actual, caracterizada por una gran diversificación de los saberes,
que se convierte en una multitud de saberes separados y desparramados, sin conexión entre ellos.
La especialización excesiva provoca que las diferentes disciplinas delimiten campos de
investigación y de acción cada vez más estrechos, creando subdisciplinas que, a su vez, se
especializan y subdividen sucesivamente. A veces se llega así a la formación de graduados
universitarios que están encerrados en su propio sector de conocimiento y que no están
capacitados para el diálogo con otros profesionales, ni abiertos a otras formas distintas de
comprender el mundo. En la medida en que la especialización de cada profesión se convierte en
esta fragmentación del saber, dicha fragmentación no afecta solamente la vida intelectual sino
también lo personal y lo cultural.

2. Dimensiones de la integración del Saber


En la integración del saber, se pueden distinguir dos dimensiones. La primera, que llamamos
integración horizontal, se refiere a la relación entre ciencias distintas que dialogan a partir de una
temática u objeto de estudio común, teniendo en cuenta los problemas complejos a los que se
enfrentan. Así, por ejemplo, en la economía aparecen temas que tienen que ver con las ciencias
políticas, la sociología, el análisis matemático, la estadística. La otra dimensión de la integración
es la que denominamos integración vertical. Se trata de la integración que se da en la
profundidad del conocimiento, en el querer pensar a fondo al ser humano y a la propia vida en
relación con los otros, con la naturaleza, con lo divino, etc. Esa integración es la que pueden
realizar las ciencias con la filosofía y la teología. A continuación detallaremos estos dos modos
de integrar los saberes.

2.1. La integración horizontal

La integración horizontal de los saberes es un tarea que tiene dos momentos fundamentales. El
primero podríamos llamarlo “disciplinar”, porque es el momento en que cada disciplina o ciencia
se desarrolla a fondo de acuerdo a sus métodos propios. El segundo, “interdisciplinario”, que es
el desarrollo del diálogo con otras disciplinas con una finalidad concreta de enriquecimiento
mutuo. La condición indispensable para que esta integración horizontal sea creativa es que desde
el comienzo de su trabajo una ciencia esté abierta al diálogo con las otras, con una apertura hacia
un horizonte humano más rico y más amplio (histórico, cultural, social, artístico, etc.). Si de
entrada tiene un profundo desinterés, está ya impedida de antemano para dialogar
interdisciplinariamente.

Uno de los mayores peligros en la formación universitaria es que el estudiante empiece a creer
que la única forma de comprender la realidad y el único método para alcanzar un conocimiento
verdadero es el de su carrera, y entonces desvaloriza al resto de las ciencias y de los
profesionales. Por eso es clave reconocer desde el comienzo de la carrera la importancia de la
diversidad de saberes y profesiones. Es importante que un estudiante quiera adquirir una
formación integral que capacite para el diálogo con otras ciencias y lenguajes, porque son otras
formas de comprender y de ver el mundo que permiten percibir cosas que uno no descubre. Esa
apertura posibilitará luego en la vida profesional el diálogo necesario para el trabajo colaborativo
y creativo con otros.

Por todo lo expuesto se hace imprescindible que los problemas que se le presentan a cada ciencia
sean encarados interdisciplinarmente, ya que un solo enfoque no es suficiente, y las perspectivas
diferentes son necesarias para resolver un mismo problema.

2.2. La integración vertical

La integración vertical es el ejercicio de un diálogo entre las ciencias, la filosofía y la teología,


que surge desde los cuestionamientos que se hacen en las propias ciencias. Por ejemplo, la
preocupación por entender la vida humana que tienen la
abogacía, la política, la economía, la psicología o la medicina, conduce muchas veces a
preocupaciones de tipo filosóficas: ¿Qué es el ser humano? ¿Cómo puede ser definido? ¿Para
qué vivimos y trabajamos? También cualquiera de esas ciencias pueden tener preocupaciones de
tipo teológicas: ¿Cómo puede ayudar la fe de una persona para alcanzar la paz interior? ¿Por qué
existe el mal? ¿Qué papel tienen las religiones para ayudar a comprender la vida humana? ¿Qué
se puede aportar desde la experiencia religiosa para entender los problemas de la sociedad?, etc.

Aquí también uno de los mayores peligros es formar un profesional que crea que la única manera
de comprender la realidad es la de su ciencia, y que no sea capaz de hacerse otras preguntas más
profundas relacionadas con la vida de la gente. Eso sería perder la capacidad para pensar con
más amplitud y profundidad los problemas de su ciencia o profesión. Una formación integral nos
lleva a ensayar constantemente la unión entre saberes distintos frente a un mismo problema, para
encontrar soluciones más completas. Así podemos evitar la reducción del ser humano a la
máquina, o confundirlo con el instinto animal, o reducir el ser humano a sus órganos, o pensar y
sentir que un ser humano es una cosa más.

3. Importancia de la integración del saber para los estudiantes

Entonces, se entiende por qué en nuestra Universidad hay un esfuerzo constante en formar
excelentes profesionales, por un lado, y, por otro, en darles una formación integral que abarque
no sólo su disciplina sino otras ciencias y otros saberes como la filosofía y la teología. Porque
esto permitirá al alumno y futuro profesional tratar las dificultades con un pensamiento amplio,
crítico, creativo.

La elección de una ciencia y profesión es también la elección de un modo de vida y de una forma
de ver el mundo, pero es necesario que sea una forma “abierta” de pensar, de vivir, de trabajar y
de mirar la realidad. Podemos plantear entonces muchas preguntas que el ingresante tendrá al
momento de entrar en nuestra Universidad: ¿qué deseo hacer?, ¿a qué me siento llamado?, ¿qué
formación quiero para esa profesión que elegí?, ¿a qué preguntas profundas responde mi
carrera?, ¿qué clase de profesional y persona quiero llegar a ser?, ¿cómo me gustaría ser
recordado después de mi muerte?, ¿qué me gustaría que puedan decir mis hijos de mí?

Estas preguntas, junto a otras, serán interrogantes constantes durante los años de tu vida
universitaria y luego en la vida profesional, que te estimularán a crecer. Por eso, la formación
integral que la UCA busca ofrecer a sus estudiantes proporciona las herramientas para que esas
preguntas puedan ser respondidas por cada uno de forma creativa a lo largo de toda su vida.

***

ACTIVIDADES SUGERIDAS

- Responder: ¿Por qué la especialización en una ciencia puede conducir a la fragmentación


del saber?
- Compartir en grupo ejemplos de cuestiones humanas fundamentales que surgen, pero que no
pueden ser resueltas por una sola ciencia.

- Reflexionar sobre los modos en los que se cruzan las dos dimensiones (horizontal y vertical)
alrededor de un mismo problema. Poner ejemplos.

BIBLIOGRAFÍA:

Interdisciplina e integración del saber

UCA (2002), “Investigación, integración del saber e interdisciplinariedad” (parte I), en Revista Consonancias, Año 1, nº 2,
diciembre, Instituto para la Integración del Saber.
UCA (2003), “Investigación, integración del saber e interdisciplinariedad” (parte II), en Revista Consonancias, Año 2, nº 3,
marzo, Instituto para la Integración del Saber.
UCA (2003), “Docencia e integración del saber: aportes para una reflexión”, en Revista Consonancias, Año 2, nº 4, junio,
Instituto para la Integración del Saber.
UCA (2013), “Interdisciplina e integración del saber”, en Revista Consonancias, Año 12, nº 44, septiembre, Instituto para la
Integración del Saber.

Formación integral

UCA (2004), “Aportes para pensar un itinerario formativo” en Revista Consonancias, Año 3, nº 10, diciembre, Instituto para la
Integración del Saber.
UCA (2005), “El itinerario formativo en torno a las ciencias duras” en Revista Consonancias, Año 4, nº 11, marzo 2005, Instituto
para la Integración del Saber.
UCA (2006), “Itinerario formativo y dimensión lúdica”, en Revista Consonancias, Año 5, nº 15, marzo, Instituto para la
Integración del Saber.

Reflexiones sobre la integración del saber

UCA (2003), “Integración del saber: un ensayo de reflexión “(Parte I), en Revista Consonancias, Año 2, nº 5, septiembre,
Instituto para la Integración del Saber.
UCA (2003), “Integración del saber: un ensayo de reflexión “(Parte II), en Revista Consonancias, Año 2, nº 6, diciembre,
Instituto para la Integración del Saber.
UCA (2005), “Las variedades de la integración del saber”, en Revista Consonancias, Año 4, nº 14, diciembre, Instituto para la
Integración del Saber.
UCA (2007), “Consonancias de consonancias”, en Revista Consonancias, Año 6, nº 21, septiembre, Instituto para la Integración
del Saber.

Interdisciplina e integración en las Facultades

Música
UCA (2006), “Consonancias Mozartianas”, en Revista Consonancias, Año 5, nº 18, diciembre, Instituto para la Integración del
Saber.
UCA (2011), “Al servicio de la música”, en Revista Consonancias, Año 10, nº 37, septiembre, Instituto para la Integración del
Saber.

Ciencias Sociales

UCA (2007), “Medio Oriente y Occidente, temores recíprocos”, en Revista Consonancias, Año 6, nº 19, marzo, Instituto para la
Integración del Saber.
UCA (2005), “Un diálogo ejemplar. Algo más sobre el diálogo Habermas-Ratzinger”, en Revista Consonancias, Año 4, nº 13,
septiembre, Instituto para la Integración del Saber.
UCA (2010), “Ortega y Gasset: la integración del saber”, en Revista Consonancias, Año 9, nº 31, marzo, Instituto para la
Integración del Saber.
UCA (2012), “Reflexiones desde una nueva Facultad”, en Revista Consonancias, Año 11, nº 39, marzo, Instituto para la
Integración del Saber.

Ingeniería

UCA (2011), “Hacia una contextualización de la ingeniería”, en Revista Consonancias, Año 10, nº 36, junio, Instituto para la
Integración del Saber.
UCA (2013), “Pensar la tecnología”, en Revista Consonancias, Año 12, nº 43, marzo, Instituto para la Integración del Saber.

Teología

UCA (2004), “Hacia la perspectiva teológica de la integración del saber”, en Revista Consonancias, Año 3, nº 8, junio, Instituto
para la Integración del Saber.
UCA (2006), “La relevancia del diálogo de la teología con las ciencias”, en Revista Consonancias, Año 5, nº 16, junio, Instituto
para la Integración del Saber.
UCA (2008), “La vocación teologal y teológica, dar razón de nuestra esperanza”, en Revista Consonancias, Año 7, nº 24, junio,
Instituto para la Integración del Saber.
UCA (2008), “La esperanza y la historia. En diálogo con Spe Salvi,” en Revista Consonancias, Año 7, nº 26, diciembre, Instituto
para la Integración del Saber.
UCA (2010), “Vida teologal y diálogo interdisciplinar”, en Revista Consonancias, Año 9, nº 33, septiembre, Instituto para la
Integración del Saber.
UCA (2011), “Desafíos y horizontes de la investigación teológica”, en Revista Consonancias, Año 10, nº 38, diciembre, Instituto
para la Integración del Saber.
UCA (2012), “El Concilio Vaticano II como acontecimiento”, en Revista Consonancias, Año 11, nº 42, diciembre, Instituto para
la Integración del Saber.

Psicología

UCA (2008), “La mirada y la escucha”, en Revista Consonancias, Año 7, nº 23, marzo, Instituto para la Integración del Saber.
UCA (2010), “La religiosidad en la primera infancia”, en Revista Consonancias, Año 9, nº 34, diciembre, Instituto para la
Integración del Saber.
UCA (2012), “Psicología e integración”, en Revista Consonancias, Año 11, nº 41, septiembre, Instituto para la Integración del
Saber.

Derecho

UCA (2006), “La relevancia del diálogo de la teología con las ciencias”, en Revista Consonancias, Año 5, nº 16, junio, Instituto
para la Integración del Saber.
UCA (2009), “Desafíos de la Universidad contemporánea”, en Revista Consonancias, Año 8, nº 27, marzo, Instituto para la
Integración del Saber.

Filosofía y Letras

UCA (2005), “Un diálogo ejemplar. Algo más sobre el diálogo Habermas-Ratzinger”, en Revista Consonancias, Año 4, nº 13,
septiembre, Instituto para la Integración del Saber.
UCA (2005), “Las variedades de la integración del saber”, en Revista Consonancias, Año 4, nº 14, diciembre, Instituto para la
Integración del Saber.
UCA (2010), “El concepto de Consonancias”, en Revista Consonancias, Año 9, nº 32, junio, Instituto para la Integración del
Saber.
UCA (2009), “Belleza, herida y otredad como figuras de vida”, en Revista Consonancias, Año 8, nº 30, diciembre, Instituto para
la Integración del Saber.

Ciencias Agrarias

UCA (2008), “Desarrollo humano y problemática ambiental”, en Revista Consonancias, Año 7, nº 25, septiembre, Instituto para
la Integración del Saber.
UCA (2013), “Pensar la tecnología”, en Revista Consonancias, Año 12, nº 43, marzo, Instituto para la Integración del Saber.

Medicina

UCA (2008), “La mirada y la escucha”, en Revista Consonancias, Año 7, nº 23, marzo, Instituto para la Integración del Saber.

Ciencias Económicas

UCA (2008), “Desarrollo humano y problemática ambiental”, en Revista Consonancias, Año 7, Nº 25, septiembre, Instituto para
la Integración del Saber.
UCA (2009), “La crisis y lo sagrado”, en Revista Consonancias, Año 8, nº 29, septiembre, Instituto para la Integración del Saber.
UCA (2011), “Desarrollo en Caritas in Veritate”, en Revista Consonancias, Año 10, nº 35, marzo, Instituto para la Integración
del Saber.
UCA (2011), “Economía en sociedad”, en Revista Consonancias, Año 11, nº 40, junio, Instituto para la Integración del Saber.
VI. Una experiencia espiritual y comunitaria para la
maduración personal

Este libro es también una introducción a la “vida” universitaria, y no sólo al pensamiento


científico, filosófico o teológico. La vida universitaria no está hecha sólo de clases y de lecturas,
y tampoco sólo de pensamiento y reflexión. A lo largo de una carrera hay muchas cosas que van
madurando al estudiante y todas esas experiencias son útiles: el estudio en grupos, el deporte, las
tareas sociales, la participación en retiros o en la pastoral universitaria, compartir almuerzos,
asistir a conferencias abiertas o a seminarios que ofrece la Universidad, etc.

También estas cosas ayudan a formarte como profesional, porque amplían tus perspectivas y te
enseñan a convivir. Para ser un buen profesional no basta ser un genio en la propia ciencia, y
tampoco basta ser una persona con una profunda reflexión. Hay profesionales muy inteligentes,
que dicen cosas interesantes, pero que no son buenas personas. En cambio, hay médicos muy
capaces, pero que además saben comprender las angustias de los pacientes porque han hecho
tareas sociales cuando eran estudiantes. Hay ingenieros que quieren la felicidad de la gente y
buscan construir lugares donde las personas puedan encontrarse, porque durante su carrera han
hecho experiencias en algunos barrios y han desarrollado el cariño por la gente. Hay docentes
que aman a sus alumnos y son capaces de dialogar con paciencia y comprensión porque cuando
eran estudiantes ayudaron a sus compañeros con dificultades. Hay psicólogos que son capaces de
soportar las agresiones de algunos pacientes porque cuando eran universitarios encontraron una
experiencia de Dios que les da paz interior.

Estas cosas no se aprenden en los libros, y suponen una maduración personal que te va
convirtiendo en una mejor persona. Eso mismo te convierte en un profesional más completo, que
tiene un “plus”, que posee algo más que los demás sabrán valorar.

1. Ser más

Cuando uno trata de ser mejor, el asunto no es sólo hacer muchas cosas buenas. Todo eso puede
ser pura apariencia. Imagina una persona que hace un montón de acciones cordiales pero en su
interior los demás no le interesan. Entonces todas sus acciones son puro vacío. Siempre se dice
que vale más “ser” que “tener”. Pero también hay que decir que vale más el “ser” que el “hacer”.
Por supuesto que es hermoso hacer muchas obras buenas, pero no por compromiso, no por
obligación, no para quedar bien, no para aparentar, no para que hablen bien de nosotros.
Cualquier obra buena hecha con esas intenciones sólo sirve para agrandar tu vacío interior. Por
eso Jesús pedía esto: “Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la
derecha, para que tu limosna quede en secreto. Así tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará” (Mt 6, 3-4).
Las obras buenas te hacen crecer si realmente te parecen importantes, si creés de verdad que son
buenas, si realmente te interesa el bien de los demás. Entonces no las hacés para que te
agradezcan o para que te den algún premio. Cuando ayudas a alguien porque valorás a esa
persona y te interesa su felicidad eso significa que en tu interior hay algo bueno. ¿A quién le
agrada ser tratado con cortesía si descubre que la otra persona es falsa, y sólo está fingiendo por
conveniencia o por obligación? Por eso es muy importante cuidar tu interior, ocuparte no sólo de
lo que se ve sino también de lo que nadie puede ver.

Si no hacemos un camino de maduración personal e interior, se nos hará cada vez más difícil
afrontar con paz los problemas de la vida, muchas cosas que nos daban un placer superficial
terminarán dejándonos vacíos, y sentiremos una especie de hueco en nuestro interior. Pero todo
puede ser diferente. Se puede aprender poco a poco a vivir mucho mejor, a encontrarle otro
sentido a las cosas de la vida, se pueden ampliar los gustos y los intereses, se puede aprender a
encauzar la propia sensibilidad, se puede crecer.

Si te comparás con lo que eras el año pasado, o diez años atrás, ¿sentís que sos mejor persona?
¿Sentís que te has superado, que tenés más amor, más generosidad, más paciencia, más
humildad, más fortaleza? Si no es así, no te angusties. Lo importante es que tenés un camino por
delante y que realmente podés vivir mejor y ser una persona más bella. Lo que interesa es que
realmente desees seguir creciendo.

Porque si has optado por seguir siempre igual, entonces estás muerto. Sólo los muertos no
cambian, sólo los cadáveres del cementerio ya no pueden mejorar. Entonces no optes por la
muerte. No importa si has fracasado, si no has logrado mucho con tus esfuerzos, si los demás no
reconocen tu empeño. Lo importante es que te sientas vivo, porque sos capaz de seguir
avanzando. Hoy mismo, podés tomar este día como una oportunidad para ser mejor, o podés
dejarte llevar por los pensamientos negativos que te dicen que todo es igual, que da lo mismo ser
buenos o mediocres.

Los seres vivos están en constante cambio y crecimiento. Si nuestra vida interior todavía está
latiendo, eso nos lleva a aceptar el cambio, a buscar siempre algo más, a desear avanzar,
madurar. No te conformes con decir que no sos una mala persona o que los demás son peores.
Esas son tentaciones que te llevan a la muerte interior. Hay un llamado interior que te propone
cada día buscar tu desarrollo. Por eso, no lo postergues más. Preguntate sinceramente qué te
gustaría mejorar o madurar de tu persona y pedile a Dios que te ayude. Si dejás que broten las
ganas de ser mejor, seguramente algo nuevo nacerá en tu vida.

Eso no significa que tengas que realizar actos impresionantes o heroicos, sino que llegues a vivir
con más profundidad lo que haces. Pero ¿qué es en el fondo vivir con profundidad? En definitiva
la profundidad es el amor. Mi vida será más profunda sólo si amo más. No hay otro secreto. Si
actuás con amor, tratando de hacer bien las cosas como una ofrenda a Dios, eso es vivir
profundamente. O si hacés cada cosa con ganas, porque creés que podés ofrecer algo a los demás
con tu esfuerzo, eso también es vivir profundamente. Si hablás con las personas y las mirás con
cariño, aunque te miren con un rostro agresivo o exigente, eso es un triunfo espiritual, y cada uno
de esos actos te hará crecer y madurar por dentro. Quizás no te lo agradecerán, pero serás una
mejor persona, más semejante a lo que Dios soñó cuando te creó.

***

¿Por qué no acercarte a la Coordinación de Compromiso Social, informarte de las distintas


tareas, y prestar alguna ayuda en los barrios pobres? Eso seguramente te hará mejor persona.
¿Por qué no entrar algunos minutos a la iglesia de la Universidad y quedarte un rato en silencio?
¿Por qué no hacer alguna vez uno de los retiros espirituales que ofrece la Pastoral de la
Universidad? ¿Por qué no ir un rato a la Reserva ecológica a tomar contacto con la naturaleza?
¿Por qué no asistir alguna vez a escuchar una de tantas conferencias que hay en las distintas
Facultades sobre temas sociales o cuestiones humanas que no tienen que ver con tus intereses
inmediatos? ¿Por qué no ir con algún compañero al teatro o a ver una buena película y
comentarla juntos? ¿Por qué negarte estas experiencias?

Todas estas cosas ayudan a que te tomes en serio como un ser humano, a que madures como
persona, y no como una maquinita de pasar exámenes ni como un futuro profesional concentrado
sólo en las ganancias. Estas y otras actividades te podrían ayudar para que tu experiencia como
estudiante universitario sea más completa, más enriquecedora de tu persona.

2. No a la ansiedad

Algo que es importantísimo para aprovechar tu tiempo de formación universitaria es reconocer


que este día vale la pena, también para vos. Hay cosas que Dios te quiere ofrecer a lo largo de
este día. Pero hace falta que tengas un corazón abierto, la mente atenta, todo tu ser dispuesto para
vivir lo que hoy te toque vivir. Seguramente no todo será agradable, pero sin duda de todo podrás
aprender algo, de todo podrás aprovechar algo. De todo lo que te pase podrás hacer una
experiencia bella y profunda. Se trata de tomar contacto con la realidad para aprender de todo lo
que te toque vivir.

Estamos muy habituados a clasificar las cosas: este día es bueno, otro día nos parece malo,
decimos que un año es positivo y que otro año es negativo. Pero así nos equivocamos tantas
veces. Quizás esa semana que te parece negra, fea o negativa fue una semana donde la vida te
enseñó muchas cosas, donde te purificaste de algo malo en tu interior, donde recibiste alguna
bendición secreta. Un día nos parece que la gente nos quiere, que todos nos tratan bien, que todo
está tranquilo, o que la vida está hecha para nosotros. Otro día las cosas nos salen mal, parece
que la gente nos ignora o nos desprecia, nos duele la cabeza, o aparecen nuevos problemas. Pero
no podemos decir que un día es bello y que otro es feo, que un día vale la pena y que el otro no,
que un día es bueno para nosotros y que el otro es malo. Los dos días son necesarios, los dos
tienen su hermosura y su misterio. Los dos días nos hacen falta para madurar, para limpiarnos
interiormente, para llegar a ser lo que estamos llamados a ser.

Pero la ansiedad nos juega una mala pasada. Y este es un mal propio de nuestra época. Una cosa
es servir a los demás y hacer bien nuestros trabajos, o tratar de terminar nuestra carrera en tiempo
y forma, pero otra cosa es angustiarse y agotarse en un nerviosismo ansioso. Si nos dejamos
dominar por la ansiedad, toda nuestra vida se vuelve una carrera permanente por cumplir
objetivos que nos proponemos lograr, por hacer algo que todavía no hicimos. De esa manera
dejamos de concentrarnos en lo que estamos viviendo ahora. Perdemos este momento, perdemos
este día, perdemos este mes, y se nos va la vida sin vivirla
por tener la mente siempre adelante, fuera del presente.

Es como escuchar una canción ansiosos por llegar al final. No la disfrutamos. Sólo nos interesa
terminarla. Así sucede con tantas cosas que hacemos en la vida. Preocupados por alcanzar un
objetivo no vivimos bien lo que estamos haciendo, y así nos domina una ansiedad que termina
enfermándonos. Cuando nos damos cuenta de eso, el camino de retorno y de curación es largo y
lento, porque se requiere un profundo cambio interior. Se trata de modificar todo tu estilo de
vida, para aprender a estar aquí y ahora.

¿Cómo se logra eso? En primer lugar con un cambio mental. Por ejemplo: dejo de hacer
gimnasia para estar mejor, y empiezo simplemente a disfrutar del entrenamiento físico. Dejo de
trabajar sólo para cobrar un sueldo a fin de mes, y aprendo a disfrutar del trabajo. ¿No es mejor?
Todos los proyectos son sanos siempre que el acento no esté puesto en la meta, en el futuro, en lo
que falta. Al contrario, el acento debe estar en la tarea misma, para vivirla con todas las ganas y
aprovecharla al máximo.

En segundo lugar se trata de ejercitarte poco a poco para lograr que la mente se quede quieta, que
deje de vagar por tantas partes y se concentre completamente en lo que estás haciendo o
disfrutando. Ahora estás aquí, y esta es tu vida real, esto es lo que Dios te regala, esto es lo que
hay que vivir. Lo mismo sucede con una tarea. Si deberás estar dos horas leyendo algo o tenés
una hora de clase, entregate completamente a eso y dejá de pensar en otras cosas, expulsá
cualquier pensamiento que te aparte de esa tarea. No hay nada más satisfactorio que vivir a pleno
lo que a uno le toca hacer. Si te distraés en clase, ponete a tomar apuntes, o escribí las dudas que
te surjan, o tratá de hacer un esquema con lo que escuches, o intentá expresar en un dibujo lo que
vayas entendiendo. Viví esa hora a pleno y te vas a sentir mejor que si te la pasás mirando la
pared y esperando que termine. ¿Para qué perder inútilmente una hora de juventud?

Esto te ayuda a perderle el miedo al futuro. El futuro nos hace sufrir porque no sabemos bien qué
haremos con nuestra vida, si estamos en la carrera correcta, si podremos ser buenos
profesionales, si nos irá bien, si seremos felices o no con esa profesión. Esas dudas te provocan
sufrimientos inútiles. Porque la única forma de preparar el futuro es vivir bien este presente, es
entregarte con todas las ganas a lo que estás haciendo ahora, porque eso te fortalece, te madura,
te abre la mente a realidades nuevas. No podrás ser fuerte en el futuro si ahora vivís a medias. En
cambio, si te entregás con todas las fuerzas a lo que hagas este año, y el año que viene cambiás
de carrera, este año no será inútil, porque seguramente habrás aprendido cosas y eso siempre te
servirá.

3. No compararse ni achicarse
Otra cosa que nos hace sufrir y gastar energías inútilmente es compararnos con otros: con tu
hermano, con tus padres, con tus compañeros. Pero nunca te sientas menos. Porque en realidad
no hay unos que valen más y otros que valen menos. Simplemente hay personas distintas, y todas
son importantes a los ojos de Dios. No dejes que te coloquen en la cabeza ese propósito dañino
de ser igual a otro o más que otros. No caigas en esas redes.

No es fácil quererse a uno mismo y dejarse querer por Dios. Estamos siempre necesitando que
otros nos aprecien y nos valoren. Si no tenemos la aprobación y el reconocimiento de los demás,
no sabemos amarnos a nosotros mismos. De hecho, muchas personas se pasan la vida tratando de
demostrarles a los demás que valen algo, que son importantes, que son capaces. Gastan
inútilmente sus fuerzas y su tiempo buscando aprobación.

Lo peor es que viven comparándose, y si ven que otros son más queridos o más elogiados,
entonces se sienten poca cosa y sufren profundamente por su ego insatisfecho. De esta manera
entran en una loca competencia por demostrar quién tiene la razón, quién es más importante,
quién es más capaz, quién vale más. Eso produce un profundo cansancio interior, y termina
llenando el corazón de tristeza e insatisfacción. ¿Te parece que vale la pena gastar tus energías
en eso? ¿Te conviene entristecerte por estar comparándote con los demás?

Algunos creen que para ser felices primero tienen que ser perfectos, sin errores ni fallas. Sienten
que si cometen errores no tienen derecho a disfrutar de la vida. Eso nos pasa cuando olvidamos
que Dios es verdaderamente un amigo, que realmente nos ama, y por eso lo que más desea es que
seamos felices. Para llegar a ser profundamente feliz, tenés que recordar que sos una creatura
amada por Dios y que él quiere tu felicidad, aunque no seas perfecto, aunque cometas algunos
errores, con tal que no bajes los brazos. Vos tenés todo el derecho a tener sueños y proyectos,
deseos y planes, aunque todavía tengas que mejorar. Si Dios te regaló la vida es para que la
aproveches al máximo, no para que te mortifiques por tus errores. El Señor es tu Padre creador y
vos existís porque él te ama. Él te dio un espacio en este mundo, y te quiere.

Por eso tenés derecho a pisar esta tierra, a desarrollar tus capacidades y a sacarle provecho a los
años que te toque vivir. Los demás tienen derecho a ser felices, y vos también tenés ese derecho.
Como ser humano e hijo de Dios tenés el mismo derecho que cualquier otro. Ellos pueden
defender sus derechos y vos podés defender también los tuyos. No por vanidad o por
egocentrismo, sino por dignidad, porque te mirás a vos mismo con amor y respeto, como el
Señor te mira. Y si alguna vez te equivocás, podés empezar de nuevo y caminar por la calle con
la frente alta, porque Dios te ama, te dio una dignidad inmensa, y quiere que salgas adelante.

Tampoco te sientas menos que los demás ni pienses que tenés que conformarte con poco porque
no tenés capacidad. Nadie puede obligarte a conformarte con propósitos pequeños, con
perspectivas limitadas. Estás hecho para cosas grandes, para gozos intensos, para alegrías
profundas. No te niegues todo eso. De hecho, hay personas que en algún momento de la vida se
sienten débiles, imperfectas o enfermas, y entonces reducen sus sueños, achican sus proyectos.
De esa manera se limitan todavía más y se vuelven más débiles, porque por dentro se declaran
muertas. En cambio otras personas, en un momento de debilidad o de caída, crean nuevas
ilusiones y se abren a nuevos desafíos. Entonces se fortalecen por dentro y desarrollan fuerzas
para salir adelante.

También es verdad que es bueno que madures, que crezcas, que mejores. Pero eso no es una
obligación que te imponen. Sencillamente es una ley de la misma vida. La vida es dinamismo, es
crecimiento, es cambio. Por eso nadie es feliz si se clausura, si se cierra al cambio, si renuncia al
desarrollo, si se encierra en lo que ya ha conseguido, si piensa que no tiene nada que mejorar.

4. Ser vos mismo

No estamos hablando de un tremendo esfuerzo. Se trata simplemente de dejar florecer lo mejor


de tu propio ser. Es lo que nos enseña aquella vieja leyenda del rey león, que cuando se vio a sí
mismo reflejado en el agua reconoció la grandeza que llevaba dentro y decidió vivir con más
dignidad. Dejá libres tus mejores energías, dejá florecer las posibilidades que llevás dentro, y
caminá seguro y con esperanza. No necesitás ser más que nadie. Sólo necesitás dejar aflorar tu
propio ser, ser lo mejor de vos mismo. Simplemente entregá lo mejor que hay en vos, y dedicate
con toda el alma a las pequeñas o grandes cosas que te toquen cada día. Entregate, porque eso te
hace bien.

Si lográs amarte y respetarte de esa manera, vivirás más seguro y entonces ya no sentirás dolor
por lo que tengan o digan los demás. Serás capaz de alegrarte con la felicidad de los otros,
porque no la sentirás como un peligro para vos. Si estás en paz con vos mismo, si sos
sencillamente feliz a tu manera, si luchás en los brazos de tu Padre Dios, ¿cómo no te va a
alegrar que los demás sean felices?

A veces, por tratar de agradar a los demás o por quedar bien con todos, ya no sabés quién sos.
Sin embargo, vos sos único, sos diferente y especial. Tu propio ser interior es hermoso, pero
probablemente esté sepultado debajo de tantas preocupaciones por aparentar y por ser
reconocido. Pero vos tenés derecho a ser lo que sos y a ser diferente. Para eso hace falta que
reconozcas todo lo que sos, sin esconderte nada. Por ejemplo, hay personas que tienen una gran
sensibilidad poética, pero no escriben poemas por vergüenza, o porque temen que a los demás no
les gusten. Pero cuando uno tiene un don debe desarrollarlo, debe dejarlo crecer y explayarse. Y
esas personas deberían escribir poemas aunque nunca se publiquen. No importa si los demás los
valoran o no. Su propio ser se los está reclamando.

Cada uno tiene una misión y Dios no crea seres inútiles. A todos nos utiliza como instrumentos
para aportar algo. Todos pasamos a la historia, todos somos importantes para este mundo y por
eso vivimos un tiempo en esta tierra. Es verdad que algunos son más célebres que otros. Algunos
quedan registrados en los libros de historia y otros son olvidados para siempre. Pero que sean
ignorados y olvidados no significa que no hayan sido importantes. Cada uno deja su marca en
esta tierra a su manera, y es un instrumento que el Señor usa para hacer nacer algo, para
estimular algo, para provocar algo, aunque los demás no lo vean o no te aplaudan.
Si aceptás eso y te entregás, estarás en paz con vos mismo y brotará poco a poco toda tu belleza
interior. Si dicen que sos perfecto y espectacular, sabés que no es verdad. Conocés tus límites,
tus debilidades, tus imperfecciones. Pero si te dicen que no servís, que sos una porquería, que no
entendés nada, eso también es una mentira. Sabés que eso no es cierto.

Pero no les pidas a los demás que aprueben todo lo que hagas y digas, porque no lo harán. Y en
realidad vos no necesitás la aprobación de todos. Liberate de eso, echá fuera esa falsa necesidad,
arrojá esa debilidad lejos de vos. Entonces, si los demás te corrigen o te invitan a cambiar, no lo
tomes como una agresión. Mejor tomalo como un estímulo para crecer, para madurar. A veces tu
Padre Dios utiliza a los demás para invitarte a dar un paso más en la vida, a superarte un poco
más. Porque si alguien te acepta, te valora y te ama, siempre te invitará a crecer. Fijate bien: si
vos realmente querés a alguien y lo valorás, también vos desearás que esa persona no se quede
estancada en la vida, te importará su crecimiento.

Lo mejor es que dejes que el Señor te mire. Porque él no ignora tus límites y tus debilidades,
pero te ama y prefiere mirar todo lo bueno que él mismo puso en vos. Él conoce todas las
posibilidades que hay en vos y quiere hacerlas brotar. Sos lo que sos a los ojos de Dios, porque
nadie como él conoce tu verdad más íntima. Entonces, entrá en oración unos minutos y pedile al
Señor que te ilumine para conocerte mejor a vos mismo y para aprender a sacar lo mejor de tu
propio ser para bien de los demás.

5. Apertura y concentración

Si nunca estás contento, si nunca estás conforme, recordá que no existe el lugar ideal, no existe
un lugar donde te sentirás maravillosamente bien. No lo busques, es un engaño. Porque en esta
vida no se puede escapar de los límites y problemas. Esta es la tierra, no es el cielo. Al paraíso
sólo se llega después de la muerte, no pretendas alcanzarlo en algún lugar de este mundo, porque
jamás lo alcanzarás. La felicidad es más bien un estado interior, una manera de vivir y de
enfrentar las cosas.

Cualquier cosa que existe es un milagro, un brote de hermosura, un reflejo de Dios. Por ejemplo,
tomá una piedra y prestale toda tu atención, como si en el mundo sólo existieran vos y esa piedra.
Quedate al menos diez minutos contemplando esa piedra, tocándola, oliéndola, y descubriendo
todos los detalles que encierra. Tu mente querrá divagar, pero usá tus sentidos para concentrarte.
Percibí los colores de la piedra y los distintos matices, la luz y las sombras, las formas y olores,
la temperatura, las grietas, todo lo que puedas reconocer en esa piedra. Verás que esos diez
minutos estarán llenos de vida, de fuerza, de paz, y todo con poca cosa y sin pagar.

Para estar activo y lleno de vida no hace falta ir a ninguna parte, no hace falta correr hacia otro
lugar. Basta con quedarse aquí, en este lugar, con esta tarea, en este momento. Fijate, por
ejemplo, en lo que pasa los fines de semana. Hay personas que se escapan a un lugar lejano de su
casa para descansar y disfrutar, pero terminan ocupándose todo el fin de semana por mantener su
casa de descanso, limpiando, cortando el pasto llenos de prisa, preocupados por la inseguridad,
desconfiando de algún vecino, etc. Se van lejos, pero nada cambia, porque se llevan las angustias
y el nerviosismo bien adentro. Cambiar de lugar no es el remedio.

Entonces el secreto no es cambiar de lugar, no es escapar de algo. El secreto es estar siempre


dispuestos a lo que la vida nos ofrezca, siempre disponibles para lo que el Señor nos quiera
proponer a través de lo que se nos presente. De ese modo uno se vuelve capaz de enfrentar la
realidad, pero sin tirantez interior, sin tensión, sin nerviosismos inútiles. Sólo hay que estar aquí.
Aquí y ahora hay un secreto maravilloso, si sabés mirarlo bien. Por lo tanto, evitá que tu mente te
lleve a otra parte. Entrá en pleno contacto con lo que la vida te presente ahora, sin importar lo
que sea. Aprovechá bien este instante y así estarás preparado para vivir cosas grandes.

Nuestro problema es que no sabemos disfrutar, porque siempre creemos que necesitamos más.
Los seres humanos nos arruinamos la vida cuando empezamos a acumular. Más que gozar,
queremos acumular experiencias como si fueran puntos que vamos sumando. Por eso, cuando
somos felices, empezamos a pensar que podríamos ser más felices todavía, queremos sumar más
felicidad, y así no disfrutamos la felicidad que tenemos. Esperamos más, deseamos más, no nos
conformamos con algo y queremos todo. Pero el deseo de una felicidad perfecta nos arruina
permanentemente las cuotas de placer que Dios nos regala cada día. Esos pequeños placeres y
esas simples alegrías de cada día son reales, y bastarían para que vivamos agradecidos.

Todo cambia si uno acepta que hay que hacer una cosa por vez, y se concentra en eso. Hay que
entregarse completamente a lo que uno está haciendo y no dejar que la mente divague en otras
cosas. Cuando el cuerpo está haciendo algo y la mente está en otra parte, se produce una división
dañina en nuestro ser y entramos en un estado de prisa interior que nos desgasta mucho. El
primer paso para lograr este cambio es estar más atentos. Cuando estés haciendo algo no dejes
que la mente divague. Concentrate allí. Imaginá un especialista en botánica, que ama las plantas,
caminando por una selva. A ese hombre no se le escaparía ninguna planta bella o atractiva,
porque estaría muy atento. Pero si caminás por la selva distraído, enojado y sin interés, todo te
parecerá monótono y aburrido. Perderás el tiempo y no te servirá para nada. Lo mismo pasa con
tu vida. Pensalo.

Esto es todavía peor si hacemos una tarea resistiéndonos por dentro, con una tensión defensiva.
La hacemos, pero la rechazamos, nos resistimos a dedicarle nuestro tiempo porque estamos
pensando en otras cosas que queremos hacer. Una tarea realizada de esa manera nos cansa
mucho más de lo normal, nos quema por dentro. Esa es la forma más segura para terminar
odiando esa tarea. En cambio, si uno se entrega a esa tarea en cuerpo y alma, aunque no le guste,
y pone todas las ganas en lo que está haciendo, las tensiones aflojan. Por eso te recomiendo esto:
nunca hagas algo con la cabeza en otra cosa. Si estás haciendo algo, entregate a eso como si no
existiera ninguna otra cosa en el universo. Si podés comer una tostada con mermelada disfrutala,
y así quizás serás más feliz que los más ricos de la tierra, aunque sea algo pequeño. Si estás
regando una planta, que esa planta sea lo único que existe. Si estás llenando una planilla, que esa
planilla sea lo único que ocupe tu mente. Aunque no lo creas, te hará bien, porque sentirás que
has vivido algo. Decía un antiguo proverbio oriental: “Cuando te sientes, siéntate. Cuando te
pares, párate. Pero, hagas lo que hagas, no vaciles”.
6. Amplitud

Alguien que piensa que el único placer intenso es beber, sólo se sentirá pleno bebiendo. Quien
cree que el único placer es la comida, se sentirá un niño abandonado cuando no pueda comer lo
que le agrada. Así perderá su libertad de elección, se volverá dependiente de esa obsesión para
sentirse bien. De este modo se le escaparán otras innumerables ocasiones de gozo que da la vida.
Si sólo piensa en el sexo, será incapaz de gozar de una buena amistad. ¿No será mejor que abra
su mente y amplíe sus gustos?

Quizás no estés obsesionado por la bebida o por la comida, pero hay otras obsesiones que pueden
limitarte: la apariencia, el dinero, la buena fama, los viajes, las compras, los apegos afectivos,
etc. Preguntate si no te conviene ampliar un poco más tu capacidad de disfrutar. Quizás puedas
reconocer mejor muchos pequeños placeres que la vida te está ofreciendo y que ahora estás
dejando escapar.

Lo peor ocurre cuando estás vacío por dentro y pretendés llenar eso con algo que te obsesiona: la
bebida, la comida, la fama, el poder. Hay gente que necesita que te sientas así, porque de ese
modo te puede vender cosas o te puede dominar. Pero mejor no seas un esclavo y rompé esas
obsesiones de permanente “consumidor”. El problema que tiene la mitad de la gente es que sólo
saben vivir la vida de una manera. Por ejemplo, les gusta un solo tipo de comidas, disfrutan sólo
de un tipo de música o aman sólo a un tipo de gente. Piensan que la vida únicamente se puede
disfrutar de una forma y no de otra. Así se pierden muchas cosas lindas de este mundo, porque
no entran en su esquema. Si te gusta la carne roja, ¿por qué no podés aprender a disfrutar del
pescado o del pollo? Si te gusta el rock, ¿por qué no podés disfrutar también de alguna música
clásica? Si te gusta mirar películas de acción, ¿por qué no podés leer una buena novela? Si te
gusta conducir un automóvil, ¿por qué no podés sentirte bien caminando por un parque? Si lo
intentás, tu vida se abre, se agranda, se enriquece.

Podés mirar la vida en colores, o podés mirarla sólo en blanco y negro. Podés oír la canción del
universo como si fuera un tambor sonando, o como si fuera un bello y rico concierto. Eso
depende mucho de tus ojos y de tus oídos. Hay personas que ven todo como si fuera de un solo
color, porque no han aprendido a apreciar la variedad de tonos y matices que hay en la realidad.
Hoy, si querés, podrías descubrir en tu vida muchas cosas que este mundo te está ofreciendo y
que todavía no aprendiste a valorar. Podrías detenerte en esa inmensa variedad de sonidos,
colores, melodías, rostros y situaciones que tienen mucho para enseñarte. Para eso sólo es
necesario que tengas apertura, que amplíes tu sensibilidad, que tu corazón esté dispuesto para
recibir lo que la vida te ofrezca. De este modo, tu afectividad no queda atada a un objeto, a una
persona, a una forma de placer, sino que se abre a otro tipo de experiencias, y así se hace capaz
de probar una alegría diferente.

Hay un secreto que no conviene olvidar: la vida nos ofrece un poco de cada cosa, una
combinación donde nada es excesivamente intenso. Cuando queremos mucho de una sola cosa, y
queremos más, y deseamos más y más de lo mismo, nos volvemos adictos. Entonces la felicidad
se arruina, la vida se enferma. Una vida sana significa un poco de todo, un tiempo para una cosa
y un tiempo para otra. Para eso hay que saber parar oportunamente cuando nos estamos
apegando y obsesionando. Es muy saludable tomar conciencia y detenernos cuando comenzamos
a pedirle a algo o a alguien un éxtasis infinito de placer y nos estamos yendo al extremo. Nunca
olvides que las cosas de esta tierra no son divinas y que la vida en esta tierra está hecha de una
adecuada variedad.

A veces también nos relacionamos con las personas como si fueran objetos que tienen que
darnos todas las satisfacciones que necesitamos. Pero nunca vas a encontrar en esta tierra una
persona completa que sea capaz de satisfacer todas tus necesidades de afecto y de felicidad.
Nadie podrá darte eso, te lo aseguro. Mejor tratá de aprender a recibir y a aceptar con gratitud el
pequeño afecto de las personas que encuentres cada día, aunque no tengan el atractivo y todas las
cualidades que deseás. Que ese amor sea imperfecto no significa que no sea real o que no sirva
para nada, sólo es imperfecto. Te amará de una manera tu esposa, de otro modo tu amigo, de otra
forma tu madre o tu compañero de trabajo. Siempre serán imperfectos y limitados, pero eso no
significa que sean falsos o que no te amen. Cada uno tiene algo para dar, pero no lo tiene todo,
no le exijas demasiado, sino lo que puede dar.

La felicidad depende de la amplitud del corazón. Si tu corazón es pequeño, pocas cosas te harán
feliz. Pero mientras más amplitud tenga tu interior, más podrás disfrutar de la vida. Si aprendés a
encontrarle el gusto a otras cosas, tendrás muchas más posibilidades de sentirte bien.

7. No a la violencia interior

Todos tenemos una especie de violencia interior que nos lleva a rechazar y a odiar todo lo que no
coincida con nuestros planes, todo lo que nos rompa los esquemas. Pero de esa manera vamos
acumulando cada vez más el nerviosismo y la negatividad. Vivimos como a la defensiva, en
guerra con todos y con todo.

¿Pensás que sólo serás feliz cuando no tengas problemas, cuando todo esté en su lugar? Entonces
nunca serás feliz. ¿Te parece que sólo tendrás paz cuando no tengas ningún dolor, ninguna
dificultad, ningún contratiempo? Entonces nunca vivirás en paz. Las personas felices son las que
saben adaptarse a lo que les toque vivir. Si pueden resolver lo que está mal, lo hacen, y si todavía
no pueden, se adaptan y tratan de aprovechar lo que está bien. Darwin enseñaba que los que
sobreviven no son los más inteligentes o los más capaces, sino los que saben adaptarse. Una
persona puede tener mucha inteligencia, abundante dinero, títulos, belleza y habilidades, pero si
no sabe adaptarse a las cosas que le toque vivir, se enfermará por dentro, perderá la paz, y de
nada le servirán sus bienes y sus capacidades.

Supongamos que en tu vida está todo bien, creés que tendrás un tiempo de tranquilidad, pero de
pronto comienza a dolerte una pierna, y pasan las semanas. Vas al médico, pero te dice que
seguirá doliendo un tiempo más. Entonces perdés la paz, y no disfrutás de nada. Te obsesionás y
creés que sólo podrás tener paz y felicidad cuando acabe ese dolor en la pierna
. Pero pensá esto: si una brisa tibia acaricia tu rostro, ¿por qué no podés disfrutarla en medio de
un dolor de pierna? Claro que podés disfrutarla. Porque ese dolor físico no debe contaminar toda
tu vida, es sólo una parte de tu vida, no es la totalidad de tu existencia.

Seguramente todos los meses tendrás que soportar algunas cosas que no te agradan, porque algo
te sale mal, o alguien te dice algo que no te gusta, o te duele el estómago, o se rompe algo en tu
casa. Una mujer hablaba con su amiga y le decía que descubrió algo importante. Se dio cuenta
que siempre, de diez cosas que le pasan en la vida, siete son buenas y tres son malas. Seguro que
normalmente es así, son más las cosas buenas que las malas. Pero cuando uno es pesimista y
negativo no ve toda la realidad, sólo ve las partes malas. Por eso, se olvida de las siete cosas
buenas y sólo le interesan las tres malas.

La vida está llena de obstáculos. Así es esta tierra. Lo primero que hace falta para no enfermarse
es aceptar que la vida es así. Lo importante es que nunca sufrimos inútilmente. Algún día
veremos que nada de lo que nos ha sucedido es inútil. Todo ha servido para llevarnos a nuestro
verdadero ser, todo tiene un sentido, todo tiene su lugar. Confiá en tu Dios, que no te priva de los
problemas, pero es capaz de sacar algo bueno para vos en cualquier cosa que enfrentes. Ese es el
misterio de la vida, que sólo se aprecia con la mirada de la fe. Si estás pasando por algo difícil,
recordá que ya has atravesado muchos momentos duros en la vida, has podido comenzar de
nuevo, y el tiempo ha serenado las cosas. Eso mismo volverá a suceder. Podrás aprender a
empezar de nuevo y salir adelante. Lo que en este momento te está lastimando pasará. Recordá
que eso no es lo único que existe, que tu vida es más que eso, porque también están las siete
cosas buenas.

8. Diálogo y generosidad

La vida es encuentro, es un montón de relaciones, es compartir, es caminar juntos. En la


Universidad, una forma muy importante de relacionarse es el diálogo. Dialogar serenos es una
cosa bella. Las personas resentidas, que se aíslan y escapan de los demás, se pierden este
hermoso placer de encontrarnos que tenemos los humanos.

Pero es necesario escuchar al otro sin prisa, poniendo toda la atención y todo el corazón en ese
diálogo, con un profundo interés en lo que diga esa persona. Aunque lo que diga parezca una
tontería, sus palabras pueden esconder algo profundo, y uno siempre puede aprender cosas
escuchando a otro.

Además, es importante estar abiertos para reconocer los intereses del otro. Él tiene derecho a
defender lo que cree importante, y aunque use palabras agresivas, puede estar diciendo algo que
yo necesito escuchar. No siempre que alguien se irrita es por orgullo o ignorancia. Por eso es
bueno tratar de ponerse en el lugar del otro para entender lo que le preocupa y lo que le apasiona.
De esa manera, el diálogo puede ser toda una aventura.

Pero no bastan las palabras. El amor supera las peores barreras, y cuando tratamos de amar
logramos entendernos mejor. El otro debe dejar de ser un enemigo peligroso o un “competidor”,
para convertirse en un compañero de camino. Si estoy seguro en mi interior, no me interesa
ganarle al otro en una discusión o lograr que me dé la razón. Podemos escucharnos, aunque no
estemos de acuerdo, porque escuchándonos siempre puede brotar una pequeña luz.

Si en ese diálogo tenemos que mordernos la lengua, o hacemos un esfuerzo para no perder la
paciencia, esa entrega es algo muy sano y valioso. Recordemos, como dice la Biblia, que “hay
más felicidad en dar que en recibir” (Hch 20, 35). Aunque los demás no nos den la razón,
aunque no nos feliciten, podemos vivir la alegría de dar amor en una conversación. Eso es muy
importante, porque “Dios ama al que da con alegría” (2 Co 9, 7).

Junto con el diálogo están el servicio, la generosidad, la capacidad de hacer cosas por los demás,
para hacerlos felices, para ayudarles a vivir mejor. Es la experiencia de ser fecundos, es la
felicidad de no estar encerrados en nuestras propias necesidades, esclavos de nuestro propio yo.
Ayudar a una sola persona a ser feliz o a vivir con más dignidad ya justifica la entrega de toda mi
vida.

9. Mirar la propia vida con fe

Si sos creyente, aunque sientas que tu fe es muy débil, es importante que mires tu propia vida
con una mirada agradecida a Dios. Pensá que vos podrías no haber existido. Tus padres podrían
no haberse conocido, o quizás podrían haberte abortado. Simplemente no existirías, y este mundo
seguiría funcionando sin vos. Pero Dios quiso para vos el milagro de la vida, y quiso regalarte
varios años en esta tierra preciosa. Por una decisión de amor de Dios, hoy vivís. Tu cuerpo
podría estar muerto, y sin embargo en este momento sentís el calor de tu piel, sentís el aire que
pasa por tu nariz y agranda tus pulmones, sentís la brisa en tu rostro, hay sangre corriendo por tus
arterias y tu corazón late maravillosamente. Vivís, y ese es el mayor milagro. Sentite vivo, valorá
la vida, disfrutala. Quedate en silencio un momento y concentrate en tu respiración, sentila,
gustala. Eso bastaría para que seas feliz.

Tu existencia es limitada e insatisfecha, pero es real. Vivir ya es mucho. El solo hecho de vivir es
un asombro cotidiano. Tomar conciencia de esto ya es valorar la vida y sentirse llamado a
aprovecharla, a vivirla a pleno. Algunas personas simplemente aguantan cada día, y si hace calor
se lamentan, si hace frío se sienten mal, si hay nubes se ponen tristes, si hay sol se angustian.
Nunca viven, porque les parece que siempre hay algo que está mal y entonces lo único que hacen
es soportar la vida. Otros solamente quieren gastar el tiempo, y buscan cosas para distraerse, para
pasar el día. Otros simplemente sobreviven, y lo único que quieren es seguir vivos un tiempo
más, pero no lo disfrutan demasiado, hasta que llega la hora de dormir y dicen: “por fin, ya se
terminó”. Pero eso no es vivir, vivir es otra cosa. Vivir es meternos enteros en el río brillante de
la vida, con todos sus desafíos, con todas sus alegrías, con lo que venga. Este día que estás
viviendo es para vos una gran posibilidad, un llamado a entrar con todo tu ser, lleno de ganas, en
la corriente de la vida. Dale gracias a Dios, que es pura vida y quiso compartirla con vos.

A veces, en un momento de aburrimiento, te parece que tu vida está hueca. Otras veces, en un
momento desagradable, te parece que estás pasando un momento vacío. Si creés en Jesús, o si al
menos lo admirás, tenés que saber que en realidad, pase lo que pase, no existe un momento
vacío. Porque Jesús prometió estar siempre con nosotros, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Y
él cumple su palabra. Jesús resucitado, lleno de vida, está verdaderamente presente con vos. Él
está como el aire, que vos necesitás para respirar, aunque te olvides que está ahí. Como la luz,
que es tan importante, aunque te olvides de ella. Él está para iluminar cada momento de tu
existencia. Y si él está, siempre podrás recoger alguna enseñanza de lo que te pase, siempre
podrás tener la esperanza de salir adelante y la fuerza para volver a comenzar. Con él es posible
enfrentar cualquier obstáculo. Con él es posible triunfar aunque todo parezca muy duro. Con él
todos los momentos tienen algún valor.

Jesús está vivo, y por eso ya no existen las semanas oscuras, los días sin sentido, los instantes
abandonados, la soledad o el desamparo. Todo tendrá sentido, tanto tus sufrimientos como tus
alegrías. Con Jesús en tu vida podrías descubrir
qué sentido tiene cualquier cosa que te pase. No te librarás del dolor, pasarás por él, pero
después del trago amargo siempre aparecerá la luz. De eso no tengas dudas.

Jesús está en cada realidad, en cualquier lugar, en todas las personas, en todo lo que nos pasa.
Está en la oscuridad y en el frío, en el fuego y en el agua, en las fiestas y en la mesa compartida,
en un abrazo de amigos y cuando caminamos por la calle. Miralo con los ojos de la fe y podrás
reconocerlo hoy mismo a tu lado, porque él nunca se va, jamás desaparece de tu lado.

Hace bien buscar un rincón en cualquier lugar, o ir a una iglesia, sentarte un rato con Jesús,
contarle lo que te preocupa, pedirle ayuda. O ponerte positivo y darle gracias, dejarte querer por
él y permitirle que te fortalezca con su amor. Con la poca o mucha fe que tengas, podés decirle a
Jesús:

“Señor, gracias porque estás conmigo, siempre estás, amigo. Enseñame a reconocerte”

***

Ojalá que tus años de formación en esta Universidad te ayuden a “ser” más.

***

ACTIVIDADES SUGERIDAS:

- Compartir en grupo qué es lo que más le ha interesado a cada uno de las cuestiones tratadas en
este capítulo.

- Averiguar cuáles son las actividades que se ofrecen en el Instituto de Pastoral, en la


Coordinación de Compromiso Social, en Deportes y en el Centro Cultural de la Universidad.

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