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PRIMERA TEMPORADA
STASIA BLACK
ÍNDICE
Maldición.
¿Quién era este tipo? ¿Quién era yo? Era una mujer que sentía
deseo cuando el hombre más ardiente con el que he compartido aire
me rodeaba la garganta con su mano. No me estaba ahorcando. No,
este era un gesto explícitamente sexual.
Y, cielos, mi cuerpo reaccionó. Gemí un poco, pero estaba muy
excitada como para sentir vergüenza.
—Quiero tocarte —susurró en la oscuridad.
—De acuerdo —murmuré en respuesta, su tacto impetuoso aún
seguía alrededor de mi cuello.
Se movió rápidamente. No tan rápido como para no poder
detenerlo, pero lo suficientemente rápido para dejarme sin aliento
por la forma en que mi cuerpo reaccionó cuando me empotró contra
el mesón. Se abrió espacio ajustadamente entre mis piernas, las
cuales separó poniendo las manos en mi rodilla.
Se presionaba contra mí sin timidez, y sentía su presión firme en
el lugar donde había creado un gran ardor… Ay, por Dios…
—¿Qué estamos haciendo? —jadeé, como si un ápice final de
cordura intentara hacerse oír por sobre las sensaciones crecientes
que eran tan ajenas y abrumadoras.
—Aprendiendo a conocernos —susurró en respuesta, y su mano
grande y fría no titubeó mientras se deslizaba por mi muslo, desde
mi rodilla hasta la pretina de mis pantalones de pijama.
Puse los ojos en blanco por la seguridad fuerte y sensual de su
caricia.
Y entonces introdujo los dedos.
—Maldición, prefieres estar al natural —gimió, apoyando su
cuerpo contra el mío mientras sus manos se sumergían más y más.
Retorció su muñeca para poder masajearme—. Me encantan estos
ricitos.
Masajearme… allí.
Volví a jadear y me desplomé sobre él.
—Leander —siseé sorprendida mientras levantaba las manos
para sujetarlo de los hombros.
—¿Soy todo lo que habías fantaseado? —inquirió.
Yo fruncí el ceño, intentando mirarlo a los ojos. ¿Eso era lo que
pensaba de esto? ¿Que solo lo estaba usando para cumplir una
fantasía de celebridad? Pero tenía la cabeza inclinada, era evidente
que observaba su propia mano desaparecer en mi pantalón.
Maldición, qué sensual.
Pero esto parecía demasiado importante como para dejarlo
pasar sin más. Así que, a pesar de que el placer amenazaba con
doblar mis rodillas, le posé una mano en la mejilla. Quería su
mirada. Él levantó la vista de inmediato, como sorprendido por mi
tacto.
—Estoy justo aquí —dije con voz temblorosa por el placer—.
Estoy contigo en este momento. Con Leander, el hombre.
Él mantuvo el contacto visual, pero frunció el ceño intensamente
mientras su mano se movía contra mi sexo.
Y entones olvidé cuál era el punto que intentaba demostrar,
porque, cielos… Era que… yo nunca… ¿Cómo podía…? Ah… ah…
Incliné la cabeza por sobre su hombro y apreté los dientes
mientras me frotaba.
Y entonces…, entonces introdujo los dedos en mi untuosa
humedad. Y un placer del que no sabía que mi cuerpo fuera capaz
explotó como una luz brillante y me recorrió como una ola.
Quedé jadeando, impresionada, y aferrándome a Leander como
una muñeca de trapo.
¡Maldición!
Me había hecho llegar al clímax. En menos de tres minutos,
Leander Mavros me había masturbado y me había hecho tener un
orgasmo.
Bueno, yo había intentado masturbarme algunas veces, pero
nunca llegué a ningún lado. Me imaginé que no lo entendía, que lo
estaba haciendo mal o que simplemente no era lo mío.
Y, sin embargo, aquí, con el dedo de una hermosa y divina
estrella de cine en una cocina oscura, llegaba al clímax como si
subiera el monte Everest. Y cuando la sensación dichosa se
disipaba, me sentía hambrienta por ella de nuevo. Todo había
sucedido tan rápido que casi no se sentía real.
Francamente, quería subirme a Leander como si fuera un árbol y
montarlo hasta volver a sentir eso. Mierda, si esto era lo que el sexo
podía ser en realidad, ¡no me sorprendía que la gente hablara de
eso todo el tiempo y escribieran canciones y libros al respecto!
Por todos los cielos.
—Asumo que te ha gustado.
La voz de Leander era burlona y autocomplaciente. Habría
creído que cualquier otro que hablara así era un idiota arrogante.
Pero no, Leander tenía todo el derecho de sonar engreído.
—Eres m-muy bueno en esto. —Santo Dios, no tartamudeaba
desde que era una niña, pero me había deslumbrado de tal manera
que aparentemente había vuelto. Sin embargo, no me importaba—.
M-m-m-muy b-b-b-bueno. —Dejé caer mi cabeza contra su pecho y
respiré profundo—. N-necesito un m-minuto.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó, y parecía un poco preocupado.
—E-es que nunca había hecho eso —confesé, aún con la frente
en su camiseta.
Él se rio.
—¿Qué cosa? ¿Que te masturbasen en la cocina de un
penthouse?
Bueno, no iba a revelarle mi estatus virginal , así que solo me reí
para restarle importancia.
—Algo así —murmuré, apartándolo de dónde me tenía
inmovilizada, entre su cuerpo ardiente y el mesón frío.
—Estás huyendo de nuevo —dijo Leander, frunciendo el ceño
como antes—. ¿Por qué siempre lo haces? Apenas he comenzado
a probarte.
Y al decir esto, se llevó el dedo que había tenido en mi interior a
la boca, aún empapado con mis jugos. Lo chupó por un largo rato.
Por la forma en que sus fosas nasales se dilataron, alguien creería
que se trataba de la ambrosía más fina.
Mis piernas se sentían como de gelatina. Mi lado más
imprudente quería volver a envolverlo con ellas. Pero si me había
hecho todo eso con el mero movimiento de sus dedos… Aún
éramos desconocidos, sin importar cuánto sintiese que lo conocía.
Seguí poniendo distancia entre nosotros. Con cada paso que
daba para alejarme, mi cabeza parecía aclararse más y más.
Pero mi cuerpo recordaba muy vívidamente las alturas a las que
me había llevado.
Me pasé una mano temblorosa por el cabello.
—Nos vemos en la mañana —logré decir con voz trémula,
aferrándome a la compostura que me quedaba mientras me alejaba
del refrigerador y la hermosa estrella de cine, que aún parecía
aureolada desde atrás por la luz del refrigerador abierto. Me di
cuenta de que el aparato comenzaba a emitir un pitido por estar
abierto por tanto tiempo, aunque solo ahora notaba el ruido—. Fue
agradable, esto…, encontrarme contigo.
Él sonrió burlonamente.
—Duerme bien, pequeña Hope —dijo, su voz era apenas un
susurro en la penumbra mientras yo subía deprisa las escaleras.
NUEVE
A LA MAÑANA SIGUIENTE
—Despierta, amor —dijo una voz ronca mientras que yo, confundida
y sin saber dónde estaba, abría los ojos. Despertar con la cabeza en
el regazo de Leander Mavros no me ayudó a orientarme hasta que
volvió a mi mente todo lo que había sucedido antes de que Leander
me dijera que me recostara en el viaje de vuelta a la ciudad.
Intenté sentarme, pero los pesados brazos de Leander en mi
cintura me mantuvieron quieta.
—Calla. No te pongas nerviosa con nosotros, cielo. Ya casi
llegamos al Airbnb. Vamos un poco más tarde de lo que planeamos.
—Debemos irnos rápido para no perder el avión —dijo Milo
desde el asiento de adelante—. Pedí que empacaran casi todo ayer.
Cojan sus cosas y súbanse otra vez al SUV. Tenemos quince
minutos.
Parpadeé y traté de incorporarme de nuevo. Esta vez Leander
me dejó e incluso me ayudó. También Janus, en cuyo regazo
descansaban mis piernas. Me sonrojé cuando me ayudaron a
acomodarme entre ellos. ¿Podría acostumbrarme a esto, a que me
tocaran cuatro manos?
Y no me tocaban con timidez; tocaban mi cuerpo como si
tuvieran todo el derecho a hacerlo, como si esta relación no hubiese
comenzado hace horas sino años. Y, la verdad, no se sintió tan
extraño como debería.
Se sintió natural, como si yo también hubiera estado esperando
esto toda mi vida, como si los hubiese estado esperando a ellos.
Pero no se los iba a decir. Todavía no sabía si esto era solo una
aventura de fin de semana para ellos. ¿Tal vez yo era un juguete
que follar mientras estaban de gira? ¿No era eso lo que yo buscaba
también, un revolcón divertido para que me desfloraran? A ver, esto
era más intenso de lo que tenía estipulado, pero… Mi mente volvió
al momento antes de quedarme dormida, cuando quedé saciada en
sus regazos. Recordé sus bocas… allí.
Me sonrojé y sentí escalofríos momentos después. No podía
permitirme acostumbrarme a estas atenciones. Buscaba diversión,
no sentirme mal después de que todo esto terminara. Tenía que
protegerme.
Y, sin embargo, en cuanto el todoterreno se detuvo y los chicos
se desabrocharon el cinturón de seguridad, no podía negar que me
encantaba que acercaran sus manos inmediatamente hacia mí,
cada una ocupándose de uno de mis brazos.
Nunca me había sentido más reina que en el momento en me
escoltaban dos de los hombres más guapos de la tierra divina de
Dios. Era un poco abrumador, pero no me alejé. Tanto fue así que,
cuando por fin entramos y subí a mi habitación y cerré la puerta, por
fin sola, me horroricé al sacar el móvil y ver la hora que era.
¡Madre mía! Milo no estaba bromeando cuando dijo que
teníamos poco tiempo para regresar. Nuestro vuelo a Londres salía
en una hora. Era un vuelo chárter, pero igual. No teníamos quince
minutos para recoger nuestras cosas; cinco, si acaso.
Correr de un lado a otro y meter los últimos artículos de aseo, el
maquillaje y la ropa en una bolsa de ropa al menos mantuvo mi
cerebro demasiado ocupado como para que pensara en lo que
había ocurrido.
Milo debía estar apurando a los chicos en la otra ala de la casa,
porque al rato ya bajaron con sus bolsas en mano.
—Dense prisa —dijo Milo, chocando las manos.
Corrimos y nos volvimos a subir al SUV, esta vez en dirección al
aeropuerto. Cuarenta y cinco minutos después estábamos llegando
a un aeropuerto privado en la frontera de Pensilvania.
—Esto era lo que quería —dijo Janus con una sonrisa mientras
salíamos a la pista donde estaba un pequeño y elegante Cessna.
—Nos he conseguido algo mejor —dije, devolviéndoles la
sonrisa, y me sentí aliviada de que nuestro interludio no hubiera
cambiado las cosas entre nosotros. Me podía someter a ellos en la
cama… o en el asiento trasero de una camioneta, por así decirlo,
pero eso no cambiaba lo que era en mi vida profesional: una mujer
segura, competente y que no se desviaba del objetivo.
—Lena deseará haber venido con nosotros. —Janus se rio.
Cuando Leander trotó para alcanzarme, sentí un escalofrío por la
espalda. Fue muy tonto, la verdad. Era como si la estrella de fútbol
del instituto repentinamente le prestara atención a la chica invisible.
Me educaron en casa hasta el instituto, e ir a la escuela con
vestidos hasta el suelo que tú misma habías cosido… Bueno, no era
la chica más popular.
Y la gente decía que las cosas mejorarían cuando fuera mayor,
pero esto era una obscenidad. ¿El mismísimo Leander Mavros?
Entonces, la voz más sabia de mi interior susurró que él no era
mi caballero de brillante armadura y que yo no era una damisela en
apuros.
Pero no me iba a casar con ninguno de ellos. Ese era el meollo
de la cuestión. Tenía que dejar de tomarme las cosas tan en serio.
Dado que crecí en la iglesia, el cortejo tenía que llevar al matrimonio
y dar muchos bebés como fruto y… yo no quería nada de eso.
Lo que sí quería era un amorío ardiente con unos gemelos
guapísimos que sabían exactamente cómo tocar a una mujer y
cómo estimular todas mis terminaciones nerviosas.
Lo que quería eran noches inolvidables.
Lo que quería era descubrir exactamente quién podía ser más
allá de la mujer educada a la que habían criado mis padres. Durante
toda mi vida me habían mentido acerca de lo que era el mundo y lo
que no era, sobre lo que era una mujer y lo que no, en lo que me
podía convertir y en lo que definitivamente no.
Las frases religiosas que me enseñaron decían:
La mujer debe obedecer a sus padres.
La mujer debe obedecer a su marido.
No mentir.
No engañar.
No robar.
No fornicar.
No masturbarse.
No desear a otros ni siquiera en tu mente.
Había pasado los primeros diecinueve años de mi vida
aterrorizada por cada pensamiento que tenía. Estaba convencida de
que me iría al infierno porque casi siempre pensaba cosas
pervertidas. Y por lo que me enseñaron mis padres y mi iglesia, eso
significaba que estaba condenada al lago de fuego.
Me escapé y conseguí un trabajo en Los Ángeles mientras
estudiaba en la UCLA con una beca. Poco a poco mi mundo se fue
abriendo.
Había dejado atrás la cáscara de mi pasado en muchos
aspectos; desechado aquel viejo ideal.
Excepto en lo que parecía lo más importante y primario.
Necesitaba exorcizar esas reglas religiosas de mi cuerpo y de mi
sangre.
Necesitaba que uno o ambos hombres, que eran ilegalmente
guapos, me follaran… Me estremecía tanto la maldición como la
imagen traviesa que la maldición provocaba.
No podía dejar de pensar en eso, aunque había mucho que mirar
cuando subimos las escaleras hacia el avión privado, y mucho más
cuando nos sentamos en el lujoso avión.
Parecía más una sala privada que el interior de un avión. Me
instalé en una de las sillas a la vez que Janus desapareció más
adelante, pues se había ido a hablar con la bonita azafata rubia.
Aparté la mirada para intentar no sentir una punzada en el pecho.
Pero entonces lo recordé aquel día después de la fiesta. Era un
seductor. Era su forma de ser. Solo porque dijera cosas dulces
cuando estábamos a solas, no podía verlo como si…
Me aparté de ellos y me senté en un asiento que daba al fondo
del avión. Como era un vuelo nocturno, con solo pulsar un botón, las
sillas podían reclinarse hacia atrás y convertirse en una cama.
Había tenido un día muy largo y tenía las emociones a flor de piel.
Guardé mi bolso a mi lado y, aunque imaginaba que no debía poner
la silla en posición tumbada hasta que estuviéramos en el aire, lo
hice de todos modos y cerré los ojos.
La siesta en el coche hizo que fuera imposible dormir. Seguí con
los ojos cerrados mientras la voz del piloto anunciaba el despegue
por los altavoces. Luego experimenté la sensación habitual de
aceleración del avión y la elevación del despegue que siempre
percibía en el estómago. Al cabo rato ya estábamos en el aire.
Exhalé. Bien, ya estábamos en el aire, así que solo me dormiría y
despertaría en Londres.
Podría tratar de darle sentido a mi descabellada vida allí.
—Pero mira qué bella se ve acurrucada —dijo una voz detrás de
mí.
—Da pena molestarla —dijo otra voz ronca idéntica.
Abrí los ojos de golpe para ver a los gemelos de pie al lado de mi
asiento, y a Milo no muy lejos de ellos. Los tres me estaban
mirando.
Los ojos de Leander eran de color gris oscuro, que combinaban
con su camiseta, pero en ellos había una emoción que hizo que
sintiera cosquillas en el vientre.
—No hay tiempo para dormir, cielo. Janus le ha pedido
privacidad a la azafata para que nos dejara a solas en todo el vuelo.
Tus papis quieren jugar.
Abrí los ojos de par en par por la emoción en el momento en que
tres pares de manos comenzaron a quitarme toda la ropa y me
dejaron desnuda en segundos.
DIECISÉIS
NADA DULCES, PERO SÍ MUY SALVAJES
—No puedo creer que los haya dejado convencerme para hacer
esto —dije, cruzándome de brazos y dando varios pasos atrás. La
vista que tenía enfrente era impresionante y aterradora.
El Canal de la Mancha, azul negruzco, parecía un zafiro brillante
bajo el acantilado al que Milo acababa de llevarnos.
Retrocedí hacia el pecho de Leander, que me rodeó con los
brazos y me apretó.
—Janus, Milo y yo ya hemos hecho esto, princesa —dijo
Leander—. Es seguro, si no, no te habríamos traído aquí.
—No va a saltar —afirmó Janus desde detrás de nosotros—.
Solo va a mirar.
Sentí que Leander giraba la cabeza para mirar a su hermano.
—Cállate, imbécil. Va a saltar si quiere. —Se acercó a mi oído—.
Y es un subidón que no te puedes perder, nena. Quiero mostrarte el
mundo y despertar tu cuerpo a todas las emociones que pueda
conocer. Después de que saltemos, follaremos sintiendo toda esa
adrenalina.
Leander me hizo girar para que estuviera frente a él y me atrajo
hacia sí para acercar los labios a los míos.
—No. He dicho que no, joder —dijo Janus, dando un paso
adelante y tirando a Leander hacia atrás por la camisa, lo que
también me hizo avanzar a mí.
Leander me sostuvo, luego se dio vuelta y enfrentó a su
hermano.
—¿Qué te pasa, viejo? Casi haces que se caiga.
—Por lo menos yo no estoy intentando lanzarla por un puto
acantilado.
Leander puso los ojos en blanco.
—No seas un machista de mierda. Milo nos ha traído a una parte
baja. No son ni seis metros. Había un montón de mujeres aquí
cuando saltamos el verano pasado.
Leander extendió una mano hacia mí, con la misma mirada que
me había visto el alma esta mañana, muy juvenil y libre.
—¿Confías en mí?
Le devolví la sonrisa, hundí mi mano en la suya y la apreté todo
lo que pude.
—Claro que sí.
—Espera, no. Leander, te estoy hablando en serio…
—Cálmate, Janus —dijo Milo—. Solo van a por ese pequeño
salto…
—Suéltame, cabrón —dijo Janus, pero eso fue lo último que oí
porque Leander y yo estábamos corriendo directamente hacia el
borde de un acantilado.
—Apunta las piernas cuando toques el agua —gritó Leander.
Entonces saltamos en el borde del acantilado hacia la nada.
No lo dudé ni por un instante.
Con Leander a mi lado, no podía no hacerlo.
Primero saltamos, y luego… ¡Estábamos cayendo!
Grité con todas mis fuerzas. Me solté de la mano de Leander
mientras las agitaba haciendo círculos como loca, gritando y
pateando y gritando…
Me estrellé con el agua y caí.
Me entró agua por la boca y por la nariz.
Se arremolinó en mis oídos mientras me tambaleaba de un lado
a otro.
¿Por dónde salía?
Intenté dar una patada con las piernas para controlar un poco
mis miembros, que estaban temblando. Por un momento quedé
suspendida en la oscuridad, con burbujas a mi alrededor, con la sal
picándome la lengua, la nariz y los ojos, pero luché por mantenerlos
abiertos.
Alcancé a ver una zona más clara que el resto de la oscuridad.
Nadé en ese sentido con todo mi impulso. Me ardían los pulmones y
me di cuenta de que fui una estúpida, de que gritar fue una
estupidez, de que debería haber respirado antes de caer al agua,
porque… qué no daría ahora por un poco de aire o incluso la mitad
de él. Daría un millón de dólares por un poco más de aire en mis
pulmones en ese momento en que nadaba hacia la luz.
Unos brazos me agarraron por los hombros y me arrastraron a la
superficie justo cuando creía que no lo conseguiría.
Aspiré una enorme bocanada de aire vital. Y luego otra y otra.
Me salían lágrimas de los ojos, pero entonces estallé en risas. Tenía
un gemelo a cada lado y a Milo nadando justo delante de nosotros,
sujetándome las caderas.
Me reí y eché la cabeza hacia atrás:
—¡Yujuuuuu! —grité. Dejé escapar otro grito salvaje y miré a
Leander—. Fóllame. —Le agarré el cuello—. ¡Siento la adrenalina
taaaaal y como has dichoooo!
—¿Es en serio? —dijo Leander, medio histérico—. Creíamos que
estabas muerta. Salimos a la superficie y no estabas allí. Hope, que
no estabas ahí.
Se aferró a mí. La sonrisa juvenil ya no estaba mientras nadaba
hacia un banco de arena bajo el acantilado. Janus parecía estar de
acuerdo con este plan porque ambos nadaban igual. Daban las
mismas brazadas y se movían de forma idéntica. Nos movimos más
rápido de lo que hubiera imaginado por toda el agua y luego me
subieron a la playa.
Mi cuerpo había pasado por tantas sensaciones y emociones en
el último minuto y medio, que apenas podía distinguir entre qué era
arriba y qué era abajo.
—¡Chicos! —Les di una palmada en los hombros—. ¡Ha sido
increíble! ¿Podemos hacerlo otra vez?
—¡No! —gritaron los dos gemelos al unísono, y luego se miraron
a los ojos mientras se quitaban las camisetas empapadas que traían
puestas.
Decidí que se veían tan guapos que harían que me temblaran las
piernas, así que me tumbé en la arena mientras el sol se ponía en
nuestro lado del acantilado, dándonos calor y luz a mis hombres.
—Ya fue suficiente aventura —gruñó Janus—. Tenemos que
llevarla a un lugar más cálido.
—Yo sé cómo me pueden dar calor —dije, sonriendo, con el
cuerpo todavía en llamas cuando le rocé un brazo a Janus con el
dedo.
Me fulminó con la mirada, o lo intentó, luego negó con la cabeza.
—Listo. Esta niña mimada va a aprender la lección. Llevas tantas
infracciones esta noche que no me alcanzan los dedos para
contarlas. Que me ignoraras y te lanzaras por ese endemoniado…
—¡Leander me acompañó! —protesté.
—¡Que contestes! —dijo Leander mientras ayudaba a Janus a
levantarme.
—¿Por qué? —me quejé, extendiendo una mano hacia los rayos
del sol—. ¿Por qué nos vamos del sol?
—Porque, amor, mira detrás de ti —susurró Janus.
—¿Qué? —dije, volteando a mirar a la playa. Había estado tan
desconcertada cuando me trajeron arrastrada a la playa, que no me
había detenido a contemplar el paisaje.
Resultó que no era solo una zona poco profunda; la playa
conducía a cuevas poco profundas debajo de los acantilados. Hacia
atrás, en una de las cuevas, ya habían encendido una fogata. Vaya,
Milo se había superado preparando todo esto para nosotros: sillas,
batas y mantas.
Me sentí mareada por la sorpresa. Esta vez me habían
sorprendido a mí. Se me encogió el corazón.
—Podríamos haberla traído hasta aquí —murmuró Janus a
Leander.
—Lo sé —dijo Leander brevemente—. Después hablaremos.
¿Después hablarían? ¿Hablarían de mí sin mí presente? Eso no
era justo. No me hablaban de los demás. Quería que me incluyeran.
—Ten. —Milo sacó una bata de una pila y me la pasó.
—Desnúdenla —ordenó Leander.
—Claramente —dijo Janus.
Y de repente me estaban desnudando mis dos papis sexis. Me
quedé sin fuerzas, apenas podía mantenerme en pie. Me sentí
increíble al entregarme a sus manos firmes y cuidadosas que me
quitaban la camisa fría y húmeda por encima del abdomen y que
luego subían por mis pechos. Las ásperas yemas de los dedos de
Janus me rozaron los pezones y los convirtieron en puntas duras y
firmes.
Me encantaba tanto dejar que me acariciaran y me desvistieran,
sentir dos manos en cada una de mis piernas mientras me quitaban
los vaqueros, que dejaron en el suelo. Unas manos firmes me
sostuvieron mientras me quitaba los vaqueros mojados. Me costó
pasar por el agujero pegajoso y húmedo de la parte inferior, pero
ellos me ayudaron a liberarme de la prenda.
Al final me reí, pero cuando Leander me levantó en sus brazos,
jadeé, inmersa únicamente en la sensación de su pecho frío contra
el mío. Me encantaba estar en sus brazos. Nunca me había llevado
a ninguna parte. Nadie lo había hecho. No era una niña pequeña,
pero Leander me llevaba como si lo fuera. Eso me hacía amarlo
más. No estaba lejos del fuego, pero aun así significaba mucho para
mí.
Me puso de pie con sutileza y Janus se acercó a mi lado una vez
más. Sentía el calor del fuego al frente y los gemelos estaban fríos a
mi espalda.
—Vengan a calentarse —incité a ambos, tratando de atraerlos a
mi lado para que pudieran sentir el calor del fuego—. Hace mucho
frío afuera del agua. Y el agua siempre está helada. ¡Endiablada
Inglaterra!
A pesar de eso, no me arrepentía de ese salto por nada del
mundo. Nunca me había sentido tan… tan libre de todo lo que me
habían dicho que supuestamente podía ser. En cada momento que
vivía con ellos me liberaba finalmente, por completo.
Por fin me pertenecía a mí misma.
Y madre mía, qué bien se sentía. Quería bailar en la puta playa,
¡se sentía tan liberador!
Así que lo hice.
Con un hombre increíble a cada lado de mí, comencé a menear
las caderas de lado a lado. Unos brazos me envolvieron de
inmediato, y al rato Milo estaba detrás de mí, cuya frialdad se
calentaba lentamente porque nuestros cuerpos estaban piel con
piel; todo mientras los gemelos se movían a mis lados tal y como
quería.
—Todos me hacen sentir muy segura, tanto que me he
encontrado a mí misma por primera vez.
—¿A quién ves? —preguntó Janus—. Porque yo sé a quién
estoy viendo.
Sonrojada, bajé la mirada, todavía meneando las caderas al
ritmo de la salsa seductora de mi cabeza, Mikayla y yo fuimos un día
a un club de salsa en Austin y era un lugar para salsa de verdad con
gente que sabía bailar de verdad, y les dieron lecciones de salsa
una hora antes para que los novatos aprendieran. Esa fue una
noche divertidísima en la que Mikayla me hizo soltarme. Ese día
tuvimos lo que todavía reconocemos hasta el sol de día como la
mejor noche de nuestras vidas.
Esa era la música que escuchaba en mi cabeza mientras el sol
se ponía: algo seductor de club en donde tuve la primera muestra de
hombres tocándome y moviéndose conmigo de forma sensual al
ritmo de la música… Fue lo mejor que sentí antes de que los
gemelos me mostraran este mundo nuevo de posibilidades.
Detrás de nosotros, el sol comenzaba a ponerse. Milo se movía
detrás de mí al mismo compás de mis caderas. Iba conmigo al ritmo
de mi cabeza. No sabía si era sudor o el agua de mar que goteaba
por mi sien cuando me lamí el agua salada de los labios, pero hizo
que Janus murmurara un sííííí.
—Necesito metérselo —dijo Janus, acercándose a mi coño y
haciéndome cosquillas en los pelos con sus dedos enormes—. Se lo
voy a meter muy duro. La fricción le dará calor más rápido.
—¿Crees que yo no se lo puedo hacer duro? —discutió Leander,
acercando la mano a la de su hermano desde el otro lado de mi
cuerpo. Dos manos en mi coño. Temblando por todas partes,
exhalé.
—No lo sé —dijo Janus, sonriéndole a su hermano con malicia.
Giré la cabeza hacia Leander, casi temiendo que se lo tomara como
un desafío.
—Lo que no entiendes, hermano —dijo Leander, masajeándome
el sexo con toda la mano—. Es que lo importante es la calidad y el
dominio del tacto, no de la rapidez para follar.
Mi cuerpo entró en un espasmo y balanceé la pelvis hacia
adelante, lo que hizo que mi ombligo se apretara con el orgasmo.
Sentía tanto placer, pero tanto placer… hasta el esternón… Qué
rápido hacían que me corriera y qué delicioso… Ay, Dios, me estaba
derritiendo. Estaba tan ligera…
—Sí, papi, así, me vengo tan duro —siseé—. Haces que me
venga muy muy duro. —Le apreté la mano a Leander.
—Fóllatela —le dijo Leander a Janus—. Fóllatela ahora rápido y
duro. Lo más rápido que puedas, como si fueras un puto
adolescente masturbándose que se hace una paja en su coño. Así
veremos quién la hace correrse más duro.
Me giré y saqué el culo para que Janus tuviera el mejor acceso.
Estaba tan mojada que seguro que goteaba por mi pierna. Acababa
de correrme tan duro que no sabía si me había corrido, pero si una
mujer no se corría durante un orgasmo tan intenso, no sabía cuándo
era que lo hacía.
Janus acercó sus manos fuertes a mi cintura y me hizo girar
bruscamente hacia él.
—Quiero tu coño, te quiero sin ninguna barrera, y quiero mirar a
los ojos a mi preciosa mujer mientras la penetro.
Y con eso, me tumbó sobre un albornoz, que alguien había
colocado lo suficientemente cerca del fuego como para que
estuviese cálido sin quemarse, y me empezó a follar
desesperadamente. Era como lo había hecho Leander, pero solo en
ese par de ocasiones en las que sentí que le había sacado el
demonio de su interior. Ahora era el turno de Janus; del demonio de
Janus.
Justo después de venir de uno de los orgasmos más intensos y
adrenalínicos de mi vida, y teniendo a Janus penetrándome en este
momento, yo… Ah…
Empecé a correrme, a asfixiarle el pene con los músculos…
—Joder, señores —dijo Janus entre dientes—. Ya se está
corriendo conmigo dentro. Me está apretando muy fuerte. Este puto
ángel se está corriendo en mi pene en el mismísimo segundo en
que se lo meto.
Alargó la mano, me agarró del culo y me inclinó de tal manera
que incorporó un centímetro más. Cuando grité, mi orgasmo
aumentó con el nuevo ángulo, y me tapó la boca con la mano.
Todavía podía respirar por la nariz, pero muy poco.
Me excitaba mucho que me follara y me hiciera callar mientras
me miraba como si lo único que deseara en su vida fuese follarme
hasta la saciedad.
Tomé aire por la nariz y me rendí ante él.
—Eres lo más excitante que he visto en mi vida —dijo Milo desde
donde estaba mirando—. Tengo una viga aquí abajo. Todavía no me
voy a correr. No me lo permito porque te mereces más respeto,
nena. Te mereces que aguante todo lo posible.
Ay, por Dios. El pene de Janus era tan grueso como el de
Leander, pero lo usaba de forma completamente diferente. Era una
máquina. Hizo exactamente lo que Leander le había ordenado.
—Te lo tengo que meter bien caliente, nena —susurró Janus, y
yo solté una risita.
Al principio pensé que estaba bromeando. Pero con la forma en
que se elevó sobre mí poniendo las manos a ambos lados de mi
cabeza y chocó las caderas con las mías de forma que le permitía
embestirme profundo, rápido y con una fricción excepcional, solo
pude… ah… sí… ah… ¡Me estaba dando más rápido y más duro y
más…!
Entonces Leander se inclinó en mi otro lado. Le quitó la mano a
su hermano y me besó. Sus labios eran vigorosos, y era como si
pudiera sentir un traspaso de calor hacia mi cuerpo. Él se inclinó
sobre mí, aprovechando el terreno que su hermano había cedido, lo
que obligó a Janus a levantar uno de sus brazos.
—Eh, idiota —dijo Janus, pero Leander siguió besándome—. Sí
—murmuró Janus—. Bueno, será mi pene rozándole el punto G el
responsable de calentarla. Ah, y cuando le dé en el F y en el B
sostenido.
—¿Mi qué?
Me reí entre gemidos cuando Janus adaptó la posición para que
su jugoso pene tocara un punto particularmente encantador en lo
más profundo de mí con cada uno de sus rápidas y furiosas
embestidas y… Ah… Sí, por Dios… Ah…
—Eso —dijo Janus, respirando con dificultad mientras seguía
empujando en ráfagas rápidas y constantes—. Ese es tu B
sostenido.
—¡Ah! —dije, o más bien chillé. Y es que, ¡¡¡santa María madre
de Dios y todo lo sagrado…!!! Me… estaba… derritiendo…
—Así, mi putita. Trágate el pene de Janus. Deja que te perfore.
Tu pequeño y rosado coño acaba de abrirse de par en par para él.
Todos podemos escuchar cómo te lo tragas. Te está embistiendo y
tú lo estás gozando. Joder, míralo como te embiste, como una
bestia. Eso te debe doler, cielo. ¿Te duele? ¿Duele un poquito?
Porque sé que te excita que duela. Eres una puta que ama el dolor,
¿verdad que sí?
Chillé y empujé las caderas débilmente hacia Janus.
—Mira a nuestro hermano —ordenó Leander, agarrándome la
cara y volviéndome hacia Milo. Estaba de pie junto a nosotros a la
luz del fuego mientras el sol seguía poniéndose. Milo tenía el pene,
largo y recto, afuera y se lo estaba machacando con el puño. Se lo
apretaba más de lo que parecía poder soportar mirándome de arriba
a abajo. Hizo contacto visual mientras continuaba íntimamente—: A
los dos nos gusta sentir un poco de dolor, ¿verdad, nena? Qué
putita sucia tan rica eres. Gozas que te penetren como a las putas.
—¿Cómo se follan las putitas sucias? —preguntó Leander,
jugando con mi pelo mientras Janus me follaba con más furia.
—Las putitas sucias son unos cubos de semen —dijo Milo,
acercándose mientras se masturbaba sin piedad, estrangulándose
la cabeza con más fuerza que el eje—. Después de que tu hermano
la llene de semen, tienes que follarla, porque a la putita lo que le
encanta es un pene tras otro. Hay que saturarla de penes.
Apreté a Leander mientras Milo seguía con sus palabras sucias.
Leander me mordió el labio inferior y agarró uno de mis pezones con
el índice y el pulgar y lo retorció…
Le gemí en la boca a Leander.
Janus me folló más duro, perforándome, machacándome el
clítoris y los labios hinchados con su ingle mientras Leander seguía
retorciéndose y retorciendo…
Grité y me sacudí entre los gemelos.
—Pero miren qué zorra más rica —dijo Milo—. Nunca se cansa
de los penes. Los necesita. Los quiere lamer. Quieres tener uno en
la boca, ¿cierto? Si tuviera uno, sería el retrato perfecto.
Parpadeé y miré a Leander. Por una vez mis manos no estaban
atadas, así que era libre de acercarme a él y de acariciarle la
mandíbula. Asentí con entusiasmo. Sentía mucho placer en este
momento, y podía sentir el placer que le estaba brindando a Janus.
Quería completar el círculo. Necesitaba tener a Leander en mi
boca. Necesitaba probar su semen salado y amargo. Necesitaba
tragar y chupar y volverlo tan loco que no pudiera despertarse por la
mañana sin desear tener el pene clavado en mi boca, que no
pudiera ir a trabajar ni entrar en el plató sin soñar con mi deliciosa
garganta tragándoselo hasta los huevos.
Me aparté de él lo suficiente para suplicar:
—Por favor, papi. —Y entonces, mirándolo a los ojos, mirando al
hombre con el que había hecho el amor esta mañana y con el que
había jugado esta tarde, dije con honestidad—: Leander.
—Joder. —Y luego susurró—: Sabes que nunca podré negarte
nada.
Leander se arrodilló y se inclinó sobre mí, luego llevó su gordo
miembro con la mano hasta mi boca.
Lo tragué con todas las ganas y alargué la mano para agarrarlo.
Siempre había tenido manos pequeñas y me emocionaba que mi
pequeña mano no pudiese abarcar todo su enorme miembro. Tanto
me gustaba así que apreté más a su hermano mientras me tragaba
a Leander.
—Joder. Maldita sea —vociferó Leander.
Estaba salado. Lo lamí con fuerza con mi lengua mientras abría
más la boca para tragarlo muy pero muy profundo.
—Dios, mi amor —dijo Milo—. Así. Mmmm, sí, mi amor. Tu carne
le está chupando el pene a Janus mientras te folla tan bien. Pero es
que, joder, ni siquiera sé si se compara con ver tu dulce boquita de
zorra chupándole el pene a tu papi. Te la está metiendo muy
profundo, ¿no? Se ve muy profundo. Te está llegando a la garganta,
cielo. Te está ahogando. ¿Puedes soportarlo, cielo? ¿Puedes con
todo eso que tu papi te está dando? ¿Puedes soportar esta prueba?
Me salieron lágrimas de los ojos mientras mi garganta se abría
para recibir el pene de Leander. Aparté la vista de su torso y la alcé
hacia su cara, y había algo allí, algo que no podía explicar; como
intensidad, ira y una intensa lujuria.
Nuestras miradas se cruzaron.
—Tú puedes, cielo —susurró Leander—. Claro que puedes. —
Era tanto una garantía como una orden.
Mi sexo le asfixió el pene a Janus y asentí, decidida. Había
sobrevivido al Canal. Esto lo quería. Recordé lo bien que confié en
Leander y que salté. Recordé ese espacio mágico cuando me
entregué para que los dos me follaran simultáneamente por delante
y por detrás. Y me solté. Me entregué a las órdenes de Leander.
Él lo sintió, lo supe, porque una sonrisa y un orgullo que nunca
había visto antes aparecieron en su rostro. No me sacó ni un poco el
pene de la garganta. Más bien me folló más profundo.
—Puedes soportarlo, nena. Sé que puedes.
Y justo cuando estaba segura de que no podía más, me lo sacó
y me dejó respirar. Y justo después de recuperar el aliento, volvió a
ponerme el pene en los labios. Todavía estaba salado por el mar y
era delicioso, lo lamí y lo adoré mientras me entregaba a su dominio
de mi cuerpo.
Imaginaba lo que pasaba por la mente de Milo: yo en la playa,
tendida al lado de una fogata como un sacrificio no tan virginal, junto
a dos hombres con enormes y musculosas espaldas encima de mí,
uno de ellos embistiéndome con fuerza mientras me follaba a lo
bestia, mientras el otro me agarraba del pelo y me follaba la
garganta como si fuera una muñeca de trapo indefensa.
Qué imagen más sensual. Era la muñequita de mis papis y me
habían traído a la playa, junto con el resto de su lujoso equipo, para
follar y servirles. Probé succionar con la boca y la garganta el
grueso pene de Leander y tararear notas bajas.
—Puta madre —estalló Leander—. Esta rica zorrita está
chupándomela al estilo garganta profunda como toda una experta.
Sí. Eso. Así, coño. —Me agarró el pelo por debajo de la base de la
cabeza y me folló la cara con fuerza.
—Más duro —le gruñó Leander a su hermano, y me di cuenta de
que estaba perdiendo el control, cosa que me encantaba. Chupé y
tragué y saqué la mano para jugar con sus pelotas, apretándolas de
una manera que sabía que le gustaba…
Se corrió como una pistola disparada en mi garganta y
repentinamente lo sacó, de modo que el semen caliente y salado se
derramó en mis labios y mi barbilla. Y entonces Milo se acercó y se
agachó de rodillas frente a Leander y a Janus, que nunca había
dejado de follarme con todas sus fuerzas.
—Y ahora puedo añadir mi semen a estas tetas que me
encantan —dijo Milo—. Tú no lo sabes, pero siempre que puedo te
estoy mirando los pechos. Estoy obsesionado con tus pezones, que
siempre se te ponen tan duros. A veces ni siquiera me puedo
concentrar en nada si te veo los pezones.
Me quedé sin aliento. Milo estaba siempre tan tranquilo. Era el
más serio y tranquilo del grupo. Y era respetuoso. Nunca decía nada
sobre esta serie de pensamientos y deseos sucios que tenía. Y
escucharlo así ahora, bueno… Era la primera vez que realmente me
dejaba ver este lado de él. Antes solo observaba en silencio.
Se apretó con fuerza el pene, de forma brusca y rápida, y
sacudió el glande en mis pechos.
—Sí, qué tetas más gordas. Sueño con ellas. Sueño despierto
con estos pezones perfectos. Siempre deseo ver a mis hermanos
follarte y luego correrme en estas suculentas tetas.
Bajó la mano desocupada para tocarme los pezones. Hizo que
se pusieran rígidos y duros como picos.
Chillé y me retorcí, todavía tratando de tragarme todo el semen
de Leander, al tiempo que intentaba asimilar esta sinceridad de las
sucias palabras de Milo. Todo esto era tan excitante. Secreté más
humedad para facilitarle el camino a Janus.
—Y ahora Janus puede acabarte dentro —dijo Milo—. Y por si
no te has dado cuenta, Leander le ha dejado hacértelo sin
protección. ¿Le has visto la cara de éxtasis a mi hermano Janus?
Bajé la mirada, luego miré hacia arriba y observé a Janus. Santo
cielo, Milo tenía razón. No me había dado cuenta. Leander no le
había dicho a Janus que se pusiera condón, y dudaba que fuera un
descuido. Lo había dejado hacérmelo sin nada.
Pero Leander se había interpuesto y había eclipsado a Janus,
que había estado allí trabajando constantemente en un segundo
plano todo el tiempo. ¿Era por rivalidad entre ellos?, ¿o era un
derroche natural de testosterona tratando de reclamarme?
En todo caso, mirando ahora a Janus, estaba decidida a darle al
menos tanto o más de lo que le había dado a Leander. Fue muy
paciente y amable, y en realidad solo estaba velando por mi
seguridad en la orilla del acantilado cuando no quiso que saltara.
Fue más aterrador de lo que había previsto y, aunque no me
arrepentía, apreciaba el instinto de protección. Significaba mucho
para mí.
Apreté con todas las fuerzas mis músculos pélvicos, o como sea
que se llamen esos músculos de abajo. Lo apreté con todo lo que
pude.
Apreté y giré. Si me concentraba en mi feminidad, podía sentir la
punta de su pene dentro de mí. Ahora solo me embestía de forma
lenta e íntima. Se estaba inclinando hacia el B sostenido de nuevo.
Endemoniado hombre…
Janus se inclinó hacia abajo, levantó la mano e hizo a Milo a un
lado.
Janus me miró a los ojos durante unos pocos segundos y me
besó. Me besó profunda y dulcemente y me folló con lentitud, y mi
sexo, que había estado tan insensibilizado por toda la acción y a la
vez tan sensibilizado…
Janus meneó las caderas hacia abajo mientras su pene
entraba…
Le rodeé el cuello con los dos brazos y lo atraje hacia mí.
—Dime que me amas —me susurró Janus al oído para que solo
yo pudiera oírlo.
Parpadeé sorprendida, pero miré a los ojos al hombre que no
solo me estaba follando, sino que me estaba haciendo el amor…
—Te… te… —tartamudeé, y luego le dije la verdad—: Te amo.
Una sonrisa tal brillante como la luz del sol después de una
tormenta se dibujó en la cara de Janus mientras me acercaba a él,
me embestía profundo y se corría dentro de mí.
—Yo también te amo.
Sentí una ráfaga de alegría junto con la fuente de semen de
Janus… hasta que miré a Leander por encima del hombro de Janus,
quien se veía absolutamente más que enojado.
VEINTITRÉS
UN FESTÍN EN DUBÁI
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D C R
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Lastimada
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Mi bestia extraterrestre
R
Unidos para protegerla
Unidos para complacerla
Unidos para desposarla
Unidos para desafiarla
Unidos para rescatarla
G
Luna De Miel
ACERCA DE STASIA BLACK
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