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1 - Alyssa
2 - Alyssa
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4 - Alyssa
5 - Desmond
6 - Alyssa
7 - Alyssa
8 - Alyssa
9 - Alyssa
10 - Alyssa
11 - Rogan
12 - Alyssa
13 - Alyssa
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49 - Alyssa
50 - Alyssa
51 - Alyssa
52 - Alyssa
53 - Mason
54 - Alyssa
55 - Alyssa
Epílogo
Servico Cuádruple
Sobre la Autora
El Juguete Navideño
Un romance navideño
de harén inverso
Krista Wolf
Copyright © 2019 Krista Wolf
(en Inglés)
Quadruple Duty II - All or Nothing
Snowed In
Unwrapping Holly
Protecting Dallas
The Arrangement
Three Alpha Romeo
What Happens in Vegas
Sharing Hannah
Unconventional
Saving Savannah
The Wager
One Lucky Bride
Theirs To Keep
Corrupting Chastity
Stealing Candy
The Boys Who Loved Me
Three Christmas Wishes
Trading with the Boys
Surrogate with Benefits
The Vacation Toy
The Switching Hour
Secret Baby for the Navy SEALs
Given to the Mercenaries
Sharing Second Chances
Capítulo 1
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
DESMOND
ALYSSA
—¡Bienvenidos a casa!
La voz de Desmond retumbó en la hermosa cabaña de
madera, atravesando la extensión de oscuridad y subiendo hasta las
vigas del alto techo abovedado. El sitio era absolutamente increíble.
Pintoresco pero espacioso. Encantadoramente antiguo, aunque
equipado con las comodidades de hoy en día, como una moderna
cocina y un televisor de pantalla plana.
La iluminación era escasa. Se notaba que más de una bombilla
no funcionaba. Y hacía un frío de mil demonios, porque cada vez
que exhalábamos salía vaho.
Pero resultaba emocionante. Un lugar como este… parecía
cálido, incluso cuando no lo era. Y los chicos lo iban a dejar de lujo.
Lo tenía claro. Me habían prometido que me iban a calentar y a
hacer que me «quitara la ropa» para no sudar, así de potente le
gustaba a Mason mantener el fuego. Y, según los demás, se le daba
bastante bien.
En cuanto a mí, solo quería colaborar. Ayudar en lo que
pudiera y convertir el sitio en nuestro hogar durante la siguiente
semana y media. Esquiar en Vale, además de cualquier otra cosa
que hiciéramos, era solo un extra. Para mí el verdadero premio era
poder pasar las fiestas con los chicos y no tener que estar sola otra
Navidad.
Mason y Rogan desaparecieron en direcciones opuestas; algo
sobre el calentador de agua y la puesta en marcha de las cañerías.
Desmond me cogió del brazo y me condujo orgulloso estancia por
estancia para darme el gran tour.
—Así que esta es la cabaña de la familia, ¿eh? —pregunté,
asimilándolo todo.
—Bueno, ahora es toda mía —dijo Desmond—. Cuando mis
padres se jubilaron, en Texas, me aseguraron que se había acabado
lo del frío para siempre.
—Ah, Texas —respondí—. Buena elección.
—Si no te gusta el frío, seguro que sí.
—¿Entonces no tienes hermanos? —pregunté, aunque creo
que sabía la respuesta.
—No. Solo yo. —Hizo una pausa a mitad de camino y se
encogió de hombros—. Aunque Rogan y Mason son como mis
hermanos. Supongo que me siento más cerca de ellos que la
mayoría de la gente que conozco de sus parientes de sangre.
Asentí en señal de total comprensión. En cierto modo, yo
formaba parte de esa triste dinámica familiar. Tenía dos progenitores
que en este punto de sus vidas mostraban un total desinterés por
sus propios hijos. Además de un hermano y una hermana muy
capaces de pasar de mí.
—En fin, esta es la cocina. La sala de estar. El baño…
Me condujo por un pasillo revestido de madera, con un suelo
de tablones que crujía.
—Mi habitación está aquí. —Señaló a la izquierda—. Las de
Mason y Rogan ahí…
Llegamos al final y trató de empujar una puerta para abrirla. Se
arqueó, pero no se movió.
—¿El frío? —solté una risita.
—Sí. —Sonrió a modo de disculpa—. Estas cosas pasan.
Se giró y empujó con el hombro, con lo que consiguió romper
el bloqueo. La puerta se abrió y dio a un hermoso dormitorio
principal, con cama de matrimonio.
—Esta es la tuya —señaló, moviendo el brazo de manera
grandilocuente—. Las sábanas están en el armario. Los edredones
de plumas son muy calentitos, sobre todo…
—Espera, ¿por qué es esta mi habitación?
—¿Qué quieres decir?
—¡Es inmensa! Yo soy diminuta. Dame una de las más
pequeñas.
Desmond negó con la cabeza.
—Esta tiene un buen baño. Lo necesitarás. Eres una chica.
Me reí a carcajadas.
—¿Tú crees?
Sus ojos me recorrieron a toda velocidad.
—Estoy bastante seguro de que sí.
—Pero este es tu cuarto, ¿no?
Desmond se encogió de hombros.
—Normalmente, sí.
—Entonces no voy a quedarme con tu dormitorio —objeté—.
¡Ni de coña! No hay razón para que yo…
—Mira —me interrumpió Desmond—. Cuando estaba con
Emma, tenía sentido que tuviéramos el principal. Éramos una
pareja. Ella era una chica. —Señaló el baño en suite—. Hacía cosas
de chica ahí dentro. En serio, lo entiendo.
Me detuve un momento y me di cuenta de lo tierno que estaba
siendo. Entonces, su mano tocó mi hombro y mis ojos se
encontraron con los suyos.
—Soy un chico. —Desmond sonrió—. Por si no te has dado
cuenta.
—Oh, me he dado cuenta. —Solté una risita.
—Puedo dormir en cualquier sitio. Me da exactamente igual.
Además, es mucho más fácil para mí compartir el baño con esos
otros dos animales. —Su sonrisa se ensanchó y me descubrí
derritiéndome allí mismo, en el acto—. Por favor, Alyssa. Quédate
con la principal.
Su mano seguía en mi hombro. El cosquilleo que irradiaba su
palma era cálido y delicioso, incluso a través de la chaqueta.
—V-vale.
Nuestros cuerpos ahora estaban cerca. Nuestras caderas, casi
tocándose. Y la forma en que pronunció mi nombre…
Un pensamiento loco pasó por mi mente, creando una fantasía
instantánea. En ella, me inclinaba y lo besaba. Nuestro beso sería
lento, sensual. Atronador. Nuestras lenguas danzarían mientras
nuestras manos vagaban y, entonces, me apartaría del abrazo de
Desmond, sonreiría tímidamente y le diría que se quedara el
dormitorio, pero conmigo.
El momento pasó. La oportunidad, desperdiciada.
—Vamos —decía Desmond, tirando de mí hacia el pasillo—.
Puedes ayudarme a llenar la nevera.
Capítulo 7
ALYSSA
ALYSSA
¡Hostia puta! Cada vez hacía más calor bajo las mantas. Los
latidos de mi corazón no habían disminuido en absoluto, sino que
incluso se habían acelerado desde que empecé a leer.
ALYSSA
—¡Hostia PUTA!
Mason soltó las palabras mientras se recolocaba las gafas, que
estaban cubiertas en tres cuartas partes de hielo y polvo.
Estábamos en la base de la montaña, respirando agitadamente.
Nuestras mejillas estaban sonrosadas y rojas por la estimulante
carrera, directos hacia abajo.
—¿Estás sorprendido? —bromeé.
—¡Sí! —exclamó—. Quiero decir… no, claro. Pero ¡vaya que
sí! Miró hacia atrás, al tramo final de la pista. Ni Rogan ni Desmond
se dejaban ver todavía.
—Te dije que te iba a ganar.
—Lo sé, pero…
—¿Pero pensabas que vencerías porque eres un tío?
La pregunta lo hizo dudar. Tanto que terminó encogiéndose de
hombros.
—No se trata de nacer chico o chica. —Le devolví la sonrisa—.
Crecí esquiando. Mis padres nos llevaban a menudo.
—Sí, vale. Pero…
—Vivía a menos de media hora de Great Gorge —continué—.
Me pasé toda la adolescencia allí con los amigos, esquiando de
noche, y no se parecía en nada a este polvito. Esquiábamos sobre
hielo duro. Aprendías a girar bien o te estampabas contra un árbol.
Tal cual.
La gente se agolpaba junto a nosotros en la cola para el
telesilla. Mason ahora me miraba con admiración. Su espeso cabello
oscuro estaba pegado de forma adorable a su cabeza, todo mojado
por la nieve derretida.
—Además… puede que estuviera en el equipo de esquí del
instituto —admití con timidez.
Se echó a reír y toda su preciosa cara cobró vida.
—Dios santo.
—Sí. —Le guiñé un ojo—. Pero no le contemos a los demás
esa parte.
Empezamos en la cima, tomando el Upper Nosedive en
Midway hacia el Lower Liftline. En lo que respecta a los recorridos,
era probablemente la forma más rápida de bajar. Los otros habían
saltado a una pista llamada Bypass, otra de dificultad avanzada. O
bien los retrasó o se habían perdido, porque ahora solo
quedábamos Mason y yo.
—Déjame preguntarte algo —dije, sintiéndome de repente
atrevida.
—Dispara.
—Después de nuestro pequeño encuentro en el pícnic de
verano… —Hice una pausa, observando atentamente su reacción
—. ¿Cómo es que nunca nos hemos…?
—¿Liado?
—Sí. Eso.
La cara de Mason, azotada por el viento, pudo haber
enrojecido un poco más. Era difícil adivinarlo.
—Bueno, para ser sincero, no estaba seguro de cómo te
sentías.
Extendí la mano y lo pinché con uno de mis bastones de esquí.
—¿Ah, sí? ¿En serio?
Parecía incómodo.
—S-supongo que quiero decir…
—¿Después de lo fuerte que te besé?
Dirigió sus ojos esmeralda hacia abajo, en dirección a nuestras
botas de esquí. Le hizo parecer muy mono, casi avergonzado.
—Tenía miedo —confesó por fin.
—¿De qué?
—De que no lo hicieras con esa intención —se limitó a decir—.
Nos habíamos tomado más de unas cuantas cervezas. Y cuando
volvimos a la oficina el lunes, actuaste como si no hubiera pasado
nada.
—¡Tú actuaste como si no hubiera pasado nada! —repliqué—.
¡Ni siquiera mirabas hacia mí!
Mason se pasó cuatro dedos por la maraña de pelo mojado y
por fin estableció contacto visual conmigo. Con el sol brillando en su
rostro ligeramente bronceado, parecía el hombre más guapo del
planeta.
—No quería ser pesado —explicó, encogiéndose de hombros
—. Estaba esperándote. Y a medida que pasaba el tiempo, supuse
que no estabas interesada.
—Así que estamos ante un caso de…
—¿Señales perdidas?
Me reí y mi risa surgió en forma de bocanadas blancas de
humo.
—Pues que me den —declaré.
Mason sonrió a la par que yo.
—Que nos den a los dos, en realidad.
La conversación decayó, mientras nuestras palabras se
asentaban. Pensamos en lo que significaban. En lo que podían
significar.
—Entonces, ¿qué te frena ahora?
¡Vaya, Alyssa!
¡No podía creerme que lo hubiera dicho! Iba totalmente en
contra de mi decisión previa al viaje de dejar que uno de ellos diera
el primer paso.
—¿Quién ha dicho que nada me detenga? —me desafió
Mason.
Me acerqué, abriendo las rodillas en una postura de
quitanieves. Dejando que sus esquís pasaran entre mis piernas.
—Llevo acordándome de esos besos casi seis meses —
admitió Mason. Cuando nuestros cuerpos se juntaron, su voz se
volvió grave—. Lo excitante que fue, en aquel claro. La sensación
de tu cuerpo, retorciéndose contra mí…
—¿El sabor de la sal y el sudor en nuestros labios? —bromeé.
—Oye —sonrió—, era verano.
Se arrimó y sus esquís se deslizaron aún más entre mis
piernas. La analogía no se me escapó.
—Un verano caluroso —prácticamente susurré. Nuestro aliento
ahora se mezclaba. Así de cerca estábamos.
—Un verano muy caluroso —reconoció—. Y muy…
—¡EH!
Nos dimos la vuelta justo a tiempo para llenarnos la cara de
nieve, mientras Rogan se detenía a nuestro lado. Mason casi se
cayó. Con sus esquís encajados tan profundamente entre los míos,
apenas pudo separarlos a tiempo para mantener el equilibrio.
—¡Dinos que le has ganado!
Desmond apareció junto a su amigo, una fracción de segundo
después. Sus mejillas sonrosadas y sus caras húmedas nos
miraban expectantes.
—Ojalá pudiera —sonrió Mason, avergonzado—. Me superó
justo al final.
Me aclaré la garganta de forma dramática.
—Si con «me superó» te refieres a que estuve en la cola del
teleférico durante medio minuto antes de que llegaras, entonces sí.
—Solté una risita—. Te superé.
—Equipo de esquí —afirmó Mason, señalándome con el
pulgar.
—¡Oye!
—Lo siento. —Se rio.
Lo golpeé con la cadera de forma juguetona.
—¡Pensé que eso quedaba entre tú y yo!
—Algunas cosas, sí. —Me guiñó un ojo—. ¿Pero eso? Ni de
coña.
—Sabes lo que significa esto, ¿no? —añadió Desmond,
sacudiendo su gorro.
—¿Que he ganado la apuesta?
—Sep.
—¿Y qué he ganado esta vez?
—Puedes elegir lo que haremos esta noche —respondió—. A
dónde vamos. Dónde vamos a comer, etc.
—Creía que todavía teníamos que hacer la compra.
—Sí —añadió Rogan—. A lo grande.
—Entonces voto por que comamos en casa —afirmé—.
Pillamos algunas cosas y tal vez os haga la cena.
—O tal vez nosotros te hagamos la cena —intervino Rogan—.
Al fin y al cabo, tú has ganado la apuesta.
Fingí que reflexionaba un momento, pero sabía muy bien que
era exactamente lo que quería. Tres tíos buenos, juntos en la
cocina. Cocinándome la cena, todos a la vez.
—Podría vivir con ello.
—Decidido entonces —concluyó Desmond, poniéndose de
nuevo el gorro.
Mason y yo intercambiamos una mirada secreta de despedida.
Una que anunciaba la promesa de que nuestra conversación
continuaría más adelante.
—Vamos a coger la telecabina hasta la otra cima —propuso,
señalando por encima de mi hombro. Dio un codazo a Desmond y a
Rogan al mismo tiempo—. Puede que haya algunas pistas de nivel
intermedio allí, así podréis seguirnos el ritmo.
Capítulo 10
ALYSSA
ROGAN
ALYSSA
ALYSSA
Dejé caer el diario y me metí los dedos por última vez mientras
todo mi cuerpo empezaba a convulsionar. El clímax que siguió fue
alucinante. Me olvidé literalmente de todo lo demás, ya que mi
cerebro quedó inundado por un océano de dulces endorfinas que
borraron de mi mente cargada de lujuria todo lo que no fuera el puro
placer destilado de aquel precipitado orgasmo.
¡Jooodeeeer!
Me corrí dos veces en rápida sucesión, algo que solo me había
pasado una o dos veces en la vida. Me encontré arañando las
sábanas con la mano que tenía libre. Me agitaba con desesperación
bajo el edredón, mientras descendía despacito del séptimo cielo.
Era una locura. No, ¡era ridículo!
Pero había sucedido de verdad, todo. Y sucedió aquí. En esta
misma cabaña, con estos mismos hombres. Los mismos tres que
me habían invitado a su viaje y que habían estado coqueteando
conmigo todo el tiempo.
A quienes yo había correspondido descaradamente.
Capítulo 14
ALYSSA
ALYSSA
Stowe era tan bonito como en todas las fotos que había visto, y
no habían sido pocas. Pero, ahora, durante las fiestas…
Bueno, las cosas estaban a un nivel totalmente diferente.
El pequeño y tranquilo pueblo se concentraba en la confluencia
de tres carreteras principales. Las edificaciones eran, en su
mayoría, antiguas casas coloniales. Cada una de ellas estaba
decorada con calidez por dentro y por fuera brillaba con luces
navideñas de todos los tamaños y colores imaginables.
De día, el lugar era absolutamente precioso. Todas las casas y
tiendas estaban ornamentadas a lo grande. En casi todos los
jardines delanteros había un abeto con luces centelleantes, hasta la
imponente presencia de la enorme estación de esquí, en lo alto de
la montaña.
Por la noche todo brillaba, reflejado por las capas de hielo y la
nieve blanca y brillante. Condujimos durante un buen rato,
disfrutando de la compañía mutua mientras apreciábamos de las
vistas. Tomamos chocolate caliente en el espacioso y viejo camión,
cobijados bajo nuestros gruesos abrigos de invierno.
—Me muero de hambre —dijo finalmente Rogan.
Mason levantó el brazo.
—Secundo la moción.
Desmond se echó a reír desde el asiento del conductor.
—¿Todos a favor de Harrison's?
Los cuatro nos pusimos de acuerdo a la vez y el camión giró.
Habíamos pasado por el bar-restaurante, con una apariencia
estupenda, hacía diez minutos. Desde entonces, habíamos estado
mirando las fotos y las reseñas en internet: el lugar parecía cálido y
acogedor y tenía unas hamburguesas con un aspecto fantástico.
Nos sentamos en la barra durante casi una hora mientras
esperábamos mesa, pero no me importó en absoluto. El local era
precioso. Su construcción de madera teñida se extendía en todas
direcciones. Compartíamos una jarra de cerveza y esperábamos
nuestro sitio.
—Por cierto, la cabaña ha quedado muy bonita —me dijo
Desmond—. Has hecho un trabajo estupendo.
—Lo he intentado. —Sonreí—. Aunque todavía le falta una
cosa.
—¿Cuál?
Sacudí la cabeza mientras me lamía la espuma del labio
superior.
—¿No es obvio? ¡El árbol de Navidad!
Mason se apoyó en la barra, mirando fijamente hacia mí.
Llevaba toda la noche mirándome de reojo y con medias sonrisas.
Nada malo, pero casi parecía que sabía algo. Algo que yo ignoraba.
—Hay un árbol de Navidad con lucecitas en el desván —
comentó Rogan—. ¿No lo has visto?
—Sí, lo vi.
Enarcó una ceja.
—¿Y?
—Y parecía el primer árbol de plástico de la historia. —Me reí
—. Lo hicieron de cualquier manera.
Mason se echó a reír, incluso cuando la cara de Desmond
exhibió una expresión de cierta molestia.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Desmond—. ¡Hemos
utilizado ese árbol durante toda mi infancia!
—Tiene razón —añadió Mason—. Esa cosa es… bueno…
—¿Andrajosa? —inquirió Rogan con indiferencia.
—Sí. Y eso es ser muy suave.
Desmond frunció el ceño, pero le apreté el brazo de forma
reconfortante.
—Me da exactamente igual —aseguré—. Podemos usar ese si
de verdad quieres. O…
Dejé que las palabras se perdieran, ya que se me ocurrió otra
cosa.
—¿O qué?
—No importa —respondí—. Dejad que me encargue yo. El
árbol corre de mi cuenta.
—¿De tu cuenta? —preguntó Mason.
—Sí, tengo una especie de plan —admití—. Sin embargo,
puede que necesite el camión —señalé, volviéndome hacia
Desmond.
Me miró con escepticismo.
—¿Sabes conducirlo?
Me reí con ganas.
—En Jersey, nacemos con un camión debajo del brazo. ¿Qué
te crees?
—Caramba —soltó Mason, visualizando mi alarde.
—Solo esperad hasta mañana —le dije—. Ya veréis. Dejadme
ocuparme del árbol.
Brindamos por el día de mañana y apuramos nuestras copas
justo a tiempo para que nos indicaran nuestra mesa. La cena fue
excelente. La compañía, aún más. Con cada hora que pasaba, las
cosas se volvían todavía más informales, más relajadas. El alcohol
ayudaba, por supuesto, pero era divertido pasar el rato con los
chicos.
Con el tiempo, incluso me olvidé de la noche anterior.
Empezamos a hablar del trabajo y eso nos llevó a una decena
de historias hilarantes, cada una más graciosa que la anterior.
Mason tuvo algunos viajes de negocios interesantes con gente muy
extraña. Desmond contó anécdotas de su paso por las obras y
algunas de las maravillosas estupideces de los clientes. Las
historias de Rogan tenían lugar dentro de la oficina, con gente que
conocíamos. Me enteré de los trapos sucios de un montón de
colegas. Y como las bebidas corrían, yo también di detalles jugosos.
Sin embargo, lo que más me sorprendió fue lo fluido que iba
todo entre ellos. Llevaban mucho tiempo siendo amigos, mucho
antes de que yo dejara Jersey y llegara a Florida. Interrumpían las
narraciones de los otros. Se completaban las frases mutuamente. Y
se entendían como hermanos, incluso cuando parecía que se
burlaban sin piedad de los demás.
Era obvio que seguirían compartiendo sus vidas mucho tiempo.
Lo cual, en mi fuero interno, parecía justificar —al menos un poco—
cómo podían compartir también algo tan tabú como una mujer.
Al final, salimos todos a trompicones a la nieve, que ahora caía
con fuerza. Desmond había dejado de beber hacía horas, después
de solo un par de cervezas. Arrancó el camión mientras subíamos y
nos señaló la dirección de la montaña de Stowe.
—¿Todavía queréis ir al albergue esta noche?
Ese había sido el plan original: terminar el día visitando la zona
nocturna de la base de la montaña. Solo que ahora…
—¿Tal vez mañana? —propuso Mason.
Estaba sentado en el asiento trasero conmigo, nuestros
cuerpos se inclinaban pesadamente el uno contra el otro. Para
calentarnos, claro. Pero también por el confort de estar cerca.
—Estoy contigo —dijo Rogan—. Llevamos todo el día dando
vueltas por el pueblo. Dejemos el albergue para otra noche.
En la oscuridad del asiento trasero, la mano de Mason
encontró la mía.
—Además —comentó—, la verdadera fiesta siempre ha estado
en nuestra cabaña, de todos modos.
Relajé la mano, dejando que sus dedos se entrelazaran con los
míos. Mason volvió a lanzarme esa mirada de reojo. Sus ojos
brillaron con peligro en la penumbra, conforme me daba un suave
apretón.
—A casa, pues —señaló Desmond, haciendo girar el camión.
Capítulo 16
MASON
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
Fue uno de esos días que pasaban volando, pero que al mismo
tiempo se hacían eternos. Uno de esos días en los que esperas con
ansia algo concreto, pero no tienes demasiada prisa por alcanzarlo,
porque ya te estás divirtiendo como nunca.
Tomé la decisión hacia el mediodía, desde la cima de la
montaña. Justo antes de nuestra tercera carrera, mirando al cielo
azul cristalino.
Les comuniqué a los chicos que quería terminar el día en el
albergue de la base y cenar algo rápido allí. Nos tomaríamos unas
copas. Pero no demasiadas, porque quería que decoráramos el
árbol esta noche.
Luego volveríamos a la cabaña, donde les diría que tenía una
sorpresa.
Las condiciones en la montaña fueron fenomenales todo el día,
esquiar era como flotar en una nube. Subimos a los teleféricos,
riendo y bromeando. Flirteando con ahínco y sin reservas, antes de
bajarnos en los picos helados y deslizarnos sin esfuerzo hacia
abajo.
Al final cayó la noche y nos retiramos al calor y la comodidad
del albergue. Todo estaba decorado de forma preciosa e iluminado
con calidez, pensando en la Navidad. Comimos poco. Bebimos
incluso menos. Tal vez era porque nos habíamos pasado de la raya
la noche anterior. Pero cuando dos pares de manos encontraron las
mías en el camino de vuelta a la camioneta, me di cuenta de que
solo estaban contentos de estar conmigo… y tal vez tan ansiosos
por llegar a casa como yo.
Una vez en la cabaña, Mason resucitó el fuego. Rogan puso
música navideña clásica, mientras Desmond se enfrentaba a tres
antiguos hilos de lucecitas irremediablemente enredados.
Me senté con las piernas cruzadas en el suelo, revisando cajas
y cajas de adornos de hace décadas. Algunos estaban rotos, a otros
les faltaban los ganchos. Pero había suficientes para elegir. Más que
suficientes para que el árbol quedara increíblemente bonito e
iluminara la sala de estar con una calidez y un color totalmente
nuevos, creando un ambiente navideño instantáneo.
Una mano se deslizó sobre la mía y me di cuenta de que era la
de Desmond.
—Gracias por esto —afirmó con sinceridad, señalando con la
cabeza el árbol—. Y tenías razón. Por muy cómodo que sea montar
un árbol de mentira todos los años, así es mucho más especial.
Sonreí al ver su hermoso rostro, maravillosamente esculpido.
Por impulso, le di un beso en su mejilla barbuda.
—Feliz Navidad —le contesté, muy consciente de que los
demás me miraban—. Pero debería ser yo quien te dé las gracias
por haberme traído.
Al final terminamos y nos acomodamos para admirar nuestra
obra. La cabaña había sido un lienzo oscuro y en blanco cuando
llegamos. Ahora resultaba arrebatadora. Mason había encendido el
fuego y el parpadeo de las luces de Navidad daba pinceladas de
color por doquier. Estábamos felices y contentos. Confortables.
Perfectos.
Me puse de pie y sentí que la creciente anticipación me invadía
de inmediato. Mi estómago ya estaba dando volteretas. Era ahora o
nunca.
—Vosotros id a sentaros en ese sofá —les ordené—, y cerrad
los ojos. Os diré cuándo podéis volver a abrirlos. Será un minuto o
dos.
Mason me lanzó una mirada pícara.
—¿Ah, sí? —inquirió.
—Ah, sí —confirmé.
Rogan ya estaba sentado. Sin dudarlo, Desmond y Mason se
unieron a él. Cuando me aseguré de que se habían tapado los ojos,
me retiré a mi habitación y me despojé de casi toda la ropa. Luego
me puse mi jersey gigante favorito. El más suelto, que me llegaba
hasta la mitad del muslo.
—Sin fisgonear, ¿eh? —grité.
—No —respondió Desmond.
—Sí, lo que ha dicho —gruñó Mason.
Me temblaban las piernas al llegar a la puerta, así que me
detuve un segundo. Esto era. Todavía podía echarme atrás, si
quería. Pero una vez que entrara en la sala de estar…
Venga, ¡hazlo de una vez!
Medio minuto más tarde estaba tumbada sobre el estómago,
encima de la alfombra de felpa, debajo del árbol. Moví las piernas
de un lado a otro con movimientos lentos y sensuales, mientras me
apoyaba la cabeza en las manos.
—Muy bien —solté con la voz casi temblorosa—. Ya podéis
mirar.
Los tres abrieron los ojos al mismo tiempo. Y allí estaba yo,
sonriéndoles. Labios rojos, ojos verde brillante. Un lazo rojo intenso,
de gran tamaño, que había encontrado en el desván… colocado a la
perfección sobre la protuberancia de mi redondo culo, cubierto por el
jersey.
—¿Qué es esto? —preguntó Desmond. Aunque pude
comprobar en su mirada que ya lo sabía.
—Este es vuestro primer regalo de Navidad —dije con la voz
ronca—. Llega unos días antes.
Rogan y Mason se quedaron mirando, sin pudor, cada fluida
curva de mi cuerpo estirado. Por no hablar del gran lazo rojo que lo
remataba.
—¿Y exactamente para quién es el regalo? —preguntó Mason
con cautela.
Respiré hondo y les devolví la mirada, dejando que mis ojos
hablaran más que cualquier otra parte de mi cuerpo.
—Para quien lo quiera —ronroneé seductoramente.
Capítulo 20
ALYSSA
DESMOND
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
ROGAN
Por raro que suene, una de las cosas más atractivas de ella
era su pelo. Me encantaba cómo brillaba. La forma en que rebotaba
sobre sus hombros cada vez que lo movía hacia un lado. Era tan
espeso y me parecía tan agradable al tacto. Suave y liso. Como la
seda…
Por supuesto, su culo también era espectacular.
La vi girar en los brazos de Mason, volviéndose hacia él
mientras retrocedía sin esfuerzo con los patines. Claro que sabía
patinar. Ya nos había puesto en evidencia con el esquí. Nos dejó
preguntándonos si era capaz de hacer prácticamente cualquier
cosa.
Y, entonces, anoche…
La pasada noche había sido una locura total, mucho más de lo
que debería ser legal. Alyssa nos había sorprendido… asombrado.
Había tirado la única carta de la baraja que rompió cualquier
percepción que tuviéramos de ella. Anuló de pleno cualquier
«acuerdo» que hubiéramos hecho entre nosotros.
Después de lo ocurrido, no teníamos que buscarla.
Por lo visto, ella nos buscaba a nosotros.
Eran sombras de Emma. Ecos de nuestra relación anterior. Y
eso es lo que habíamos tenido, en realidad: un romance de grupo
en toda regla. Lo que empezó con Desmond había florecido en un
romance de cuatro, completado con citas a solas y conexiones
singulares, así como un sexo muy excitante, completamente
mágico, a tres bandas.
El problema, en aquel momento, era que no había ningún
problema. Desmond se había abierto a que compartiéramos a su
novia de todas las maneras posibles. Esto duró meses, años, con
Mason y yo llevándonos a Emma cuando queríamos y a donde
queríamos, casi como si fuera nuestra. En muchos sentidos, lo era.
Muy pronto, pasó a ser tanto nuestra pareja como la de Desmond.
Y todos sabemos cómo terminó eso.
Pero ahora… Alyssa. Era sexi, atrevida, divertida. Guapa a
rabiar e inteligente de cojones. Y al parecer —a juzgar por los
sonidos que provenían de la habitación de Desmond, al otro lado del
pasillo, anoche— totalmente insaciable, además.
Dios, no podía parar de pensar en ella.
Era emocionante, en cierto modo, tenerla por fin. Disfrutar de
ella como siempre había querido, incluso antes de nuestro
encuentro en el trabajo. Alyssa había estado en mi punto de mira
durante mucho tiempo. Seguramente demasiado, porque había
hecho falta algo así para que por fin actuara.
—¡Oye!
Levanté la vista y allí estaba, tendiéndome una mano
enguantada. Prácticamente brillaba sobre el hielo. Su sonrisa
iluminaba la noche.
—¿Vienes?
Sabía esquiar. Sabía hacer snowboard. Pero patinar sobre
hielo…
—Vamos. —Alyssa se rio—. Prometo que no dejaré que te
caigas.
Mi boca se curvó en una sonrisa de incredulidad.
—Si me caigo, estoy bastante convencido de que no podrás
evitarlo. Y, para que lo sepas, te llevaría conmigo.
Me sonrió y me guiñó un ojo.
—Pues nos caeremos juntos.
La pista de patinaje al aire libre estaba preciosa, toda iluminada
con luces de Navidad. Había un gran árbol en el centro coronado
por una estrella brillante. Me recordaba al nuestro, en la cabaña.
—Vamos, miedica —bromeó Alyssa. La cogí de la mano y dejé
que me arrastrara sobre el hielo—. Tres vueltas, sin tropezar. Hazlo
y puede que te dé algo.
—¿Algo como una recompensa? Ahora tenía mi atención.
—Justo eso, sí.
Recordé la mañana de hoy. Los tres nos habíamos encontrado
en la cocina, antes de que ella se despertara. Nos moríamos de
ganas de discutir los eventos de la noche anterior. Si habíamos
cometido un gran error o no.
—¿Así que vamos a hacerlo otra vez? —había preguntado
Mason con escepticismo.
—No, otra vez no —se apresuró a responder Desmond—.
Nada de eso.
—Entonces, ¿qué es exactamente esto? —tuve que preguntar
—. Porque siendo sinceros… parece lo mismo.
Observé cómo la cara de nuestro amigo se tornaba aún más
seria de lo normal. Siempre era así, cada vez que Emma salía en la
conversación. Negó poco a poco con la cabeza.
—Mirad, esto para ella es una diversión —nos había dicho
Desmond—. Una fantasía que se ha propuesto cumplir. También
puede ser divertido para nosotros, si tenemos cuidado con sus
sentimientos. Solo… no lo convirtamos en más de lo que es.
Fuera lo que fuera, ya había sucedido. Eso no lo podíamos
revertir. ¿Y a juzgar por el tamaño de la sonrisa pegada a la cara de
Alyssa todo el día? No cabía duda de que iba a suceder de nuevo.
—Eso es —decía, tomándome de la mano—. Mantén los pies
mirando al frente. Y no bloquees las rodillas. Patina con confianza.
—¿Patina con confianza? —Solté una risita.
—Puedes afrontar el noventa por ciento de la vida basándote
solo en la confianza —afirmó con sabiduría.
Levanté una ceja.
—¿Y cuál es el otro diez por ciento?
—Directamente, fingir. —Se echó a reír.
Alyssa me estrechó la mano y tiró de mí en la siguiente curva.
Era tan jodidamente guapa. Y no solo como una chica que ves por
ahí, sino con un aire de seducción por encima. Me encantaban
todas las curvas de su cuerpo, desde el ensanchamiento de sus
caderas hasta su sonrisa burlona y traviesa. En realidad, rezumaba
sexo. En todos los niveles.
Eso es seguramente por lo de anoche.
Tal vez, claro. Pero la había deseado durante meses. Y
después de lo que habíamos hecho en su cama…
—Ya son tres —comentó emocionada—. ¡Sigue así, ya casi
llegas!
Patinamos juntos durante la última vuelta, gozando de las
vistas, los sonidos y los olores de nuestro pintoresco entorno. El
aroma de los pastelillos y el algodón de azúcar. La música navideña
de antaño que sonaba en los altavoces. La gran montaña iluminada
por encima de nosotros, con todas las pistas llenas de esquiadores.
Desde aquí abajo, parecían pequeñas hormigas arrastrándose por
túneles sinuosos.
Juntos atravesamos el punto de partida y todavía no me había
caído. Alyssa estaba sonrosada y radiante. Su sonrisa era más
amplia que nunca.
—¿Y qué me llevo? —pregunté, tras apartarla a un lateral de la
pista.
Me devolvió una sonrisa recatada.
—¿Qué quieres?
Ahora mismo, el corazón me latía rápido. Y no tenía nada que
ver con el patinaje.
—No estoy seguro de saberlo todavía.
Sus brazos se deslizaron a mi alrededor. De puntillas sobre sus
patines, me besó con dulzura.
—Bueno, avísame cuando lo sepas.
Fue un momento perfecto. Me hubiera gustado congelarlo en el
tiempo. Guardármelo en el bolsillo para siempre y sacarlo cuando lo
necesitara.
—¡Ejem!
El sonido de Mason aclarándose la garganta dirigió nuestra
atención en otra dirección. Él y Desmond nos tendieron dos tazas de
espuma de poliestireno repletas de chocolate caliente. Cuando las
aceptamos con agrado, me di cuenta de que ya habían devuelto los
patines.
—¿Ya habéis terminado?
—Sí —dijo Alyssa—. Eso creo.
Desmond se frotó la perilla con aire pensativo.
—Entonces, ¿volvemos a casa?
La habíamos rodeado sin darnos cuenta. Formamos un
pequeño triángulo a su alrededor, sin siquiera pensarlo.
Justo como… bueno…
—De vuelta a casa —respondió con una sonrisa brillante,
mirándonos a cada uno de nosotros por turnos. Si estaba nerviosa,
no lo parecía para nada.
Noventa por ciento de confianza.
—A disfrutar de los juguetes… —Guiñó un ojo.
Capítulo 28
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
DESMOND
ALYSSA
ALYSSA
—Te quiero…
Las palabras quedaron suspendidas un segundo, atravesando
casi tres mil kilómetros en el lapso de un instante. El consiguiente
silencio fue incómodo. Y luego:
—Y-yo también te quiero.
Colgué el teléfono sintiéndome emocionalmente exhausta.
Pero también, recargada. Conseguido, en cierto modo.
—Así que lo has hecho, ¿eh?
Mason estaba apoyado en la encimera, bebiéndose la leche
directamente del cartón. Lo habría regañado, pero se terminó el
envase y lo tiró.
—Sí. Lo he conseguido.
—¿Y qué ha dicho tu hermana?
—Lo de siempre —suspiré—. Cosas de California.
Kate y yo nos habíamos pasado unos seis buenos minutos al
teléfono. Cinco de ellos los ocupó hablando de sí misma. Pero eso
era típico, ya estaba acostumbrada.
A lo que no estaba acostumbrada era a decir «te quiero».
—¿Y tus padres? —preguntó Mason.
—También los he llamado —contesté—. Mamá está bien. A
papá le duele la cadera. Ahora están en Ramsey, en casa de unos
amigos.
—Bueno, bien —respondió, cruzando los brazos—. Puede que
todos tengamos familias dispersas, pero no somos salvajes. Es la
única regla que tenemos por aquí: llamamos a nuestras familias en
Navidad, les guste o no.
—Creía que vuestra única regla era que yo estaba prohibida.
—Sonreí.
—Estabas prohibida —replicó Mason—. ¿Pero ahora? —
Sonrió con malicia—. Es temporada de caza de Alyssa.
¿De Alyssa, eh? Casi lo digo, pero no lo hice. De todos modos,
era bonito. Que estos tres machotes se ablandaran lo suficiente
como para llamar a sus madres en fiestas. O, en el caso de Mason,
a su padre.
—¿Cómo te ha ido con tu padre? —pregunté.
Dudó durante un incómodo momento.
—No ha ido mal.
—¿Pero tampoco bien?
Sabía por los demás que la madre de Mason había fallecido.
Su padre había seguido adelante y se había vuelto a casar bastante
rápido, y Mason quizá estaba disgustado por ello. Por lo que me dijo
Desmond, ahora tenía la familia al completo. Un par de hijastros del
anterior matrimonio de su nueva esposa, así como dos hijas propias.
—¿Y qué hay de tus hermanas? —añadí, cuando ni había
contestado.
—No son mis hermanas de verdad.
—Son tus medias hermanas —le indiqué, un poco sorprendida
por lo arrogante que se mostraba con este asunto—. Lo siento, pero
así es la familia. Son tus hermanas. Sangre de tu sangre.
—Sí, bueno… —dudó de nuevo—. No creo que mi padre
quiera que tenga relación con…
—¿Cuántos años tienen?
Se detuvo un momento para hacer las cuentas.
—Diez y doce.
—¡Santo cielo, Mason! Eso es edad suficiente para pasar
tiempo con ellas. —Negué con la cabeza—. Podríais tener una
relación plena, al margen de tu padre. Podrías ser el hermano
mayor más guay del planeta.
—Ya tienen dos hermanos mayores —se limitó a decir—. No
me necesitan.
—Deberías llevarlas al centro comercial —comenté con desdén
—. O al cine. O a cualquier sitio, en realidad. Mason, deberíais
hacer cosas juntos. Divertirte con ellas.
Mi amante se movió, incómodo, al otro lado de la cocina.
Todavía no estaba convencido. O tal vez no le interesaba en
absoluto.
—Llamar a tu padre una o dos veces al año no sirve de nada
—señalé, cruzando la estancia—. Salvo tal vez para apaciguar el
sentimiento de culpa, o…
Cuando me acerqué lo suficiente, extendió la mano y me
acercó. Cadera con cadera, cara con cara, noté el calor de su
cuerpo contra el mío.
—¿De qué sirve tener familia si no estás dispuesto a pasar
tiempo juntos? —pregunté con delicadeza.
Nuestras miradas se clavaron y pude ver las emociones que se
reproducían en su cabeza. Se inclinó hacia delante y me besó
suavemente.
—Yo podría preguntarte lo mismo.
Capítulo 36
ALYSSA
MASON
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
DESMOND
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
ROGAN
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
MASON
ALYSSA
ALYSSA
ALYSSA
SAMMARA
KYLE
SAMMARA
SAMMARA
SAMMARA
Leí el anuncio otra vez. Y otra. Y después otra vez más. Y cada
vez que lo leía... me ponía más y más cachonda.
Noté un nudo en el estómago con solo pensarlo: no uno, ni
dos, ni siquiera tres... sino cuatro hombres. Todos para mí. Todos a
la vez.
«¿A la vez?»
Tenía que admitirlo: la fantasía era atrayente.
Y, aun así, en el fondo sabía que eso era todo lo que era: una
fantasía estúpida. Durante la universidad, ya hice alguna incursión
en el terreno de los tríos, cuando las relaciones eran mucho más
casuales y había manga ancha en cuanto a responsabilidades. Pero
esto no era un trío de una noche loca. Tampoco era uno de esos
vídeos crudos, viscerales, de sexo grupal que había visto en el
ordenador, mientras me preguntaba cómo una chica llegaba a
meterse en una situación como esa, en realidad.
No, esto era la vida real.
Y, al fin y al cabo, quizás precisamente por eso me atraía tanto.
Por el hecho de que podría pasar de verdad. Porque había un tío
bueno guapísimo por ahí, con tres amigos posiblemente igual de
guapos, que no es que quisiera compartir una chica una noche o
durante un fin de semana, sino convertirla en la novia de todos de
manera permanente.
«Novia...»
Leí el anuncio de nuevo. «Novia compartida.» «Mujer con
madera de esposa.» «Relación a largo plazo en exclusiva.»
Me estiré en la cama y se me escapó una risita entre los labios.
Lo gracioso es que creía que podría hacerlo. Que se me podría dar
bien ser la novia de cuatro tíos a la vez. Después de todo, yo era la
reina de la multitarea. Y sin duda me manejaba bien con los tíos. Si
acaso, eran ellos los que literalmente me habían dicho que yo les
resultaba demasiado difícil de manejar. Lo cual sería perfecto en
esta situación hipotética porque habría cuatro veces más manos
masculinas para manejarme, de todos modos.
Y mi deseo sexual... bueno, creo que eso tampoco sería un
problema.
Deslicé los dedos hacia abajo, por encima de mi vientre, y
atravesé la cinturilla de encaje de mis braguitas...
El sexo siempre resultaba ser una fuente de discusiones para
mí. Mis exnovios solían quejarse de que quería hacerlo demasiado
y, a los más inseguros, les molestaba mi historial de experiencias
sexuales previas. Por supuesto, también había habido un grupo
selecto de chicos que sí habían conseguido seguirme el ritmo, sobre
todo al principio. Con algunos de ellos, había mantenido el contacto
hasta después de que la relación se fuera al garete. Porque, mira,
una tiene necesidades.
A pesar de todo, nada me había funcionado. Los tíos eran tíos,
y normalmente querían estar al mando. Querían ser los que
iniciaran. Querían decidir cuándo y dónde, y cualquier desviación de
su plan solía provocar que su frágil autoestima se tambalease.
Pero cuatro tíos...
Permití que mis dedos se paseasen por mi piel y se deslizasen
por la apertura húmeda de mi vagina. Me había sentido cachonda
desde la noche anterior; desde que me había duchado y me había
subido a la cama para leer el dichoso anuncio una vez más (¿o
cinco veces más?) antes de dormir.
Cuatro tíos. Cuatro tíos militares, que seguro que no tenían
tantos problemas de autoestima.
«Déjalo correr, Sammara.»
El atractivo de aquel plan iba más allá de lo puramente físico.
Se ocuparían de mantenerme sexualmente satisfecha, sí, pero
además de eso, tendría cuatro amantes fornidos que me protegerían
y cuidarían de mí.
Y yo de ellos...
Cerré los ojos e introduje el primer dedo. La presión era
deliciosa. El tacto era cálido, sedoso y, oh, extraordinariamente
caliente.
¡RRRR!
Mi teléfono empezó a vibrar. Molesta, lo aparté de una patada
con el tacón y volví a abrir las piernas.
¡RRRR! ¡RRRR!
Suspirando, alargué el brazo para silenciar la intrusión. Solo
tardaría un segundo en apagarlo. Tardaría un segundo en volver a...
Había un mensaje en la pantalla, de un número desconocido.
Solo me costó un segundo caer en quién era:
«¡Kyle!»
Me levanté de un salto. Mi corazón dio un vuelco mientras le
daba al botón que abriría su mensaje.
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