Está en la página 1de 304

Contents

Title Page
Copyright
1 - Alyssa
2 - Alyssa
3 - Alyssa
4 - Alyssa
5 - Desmond
6 - Alyssa
7 - Alyssa
8 - Alyssa
9 - Alyssa
10 - Alyssa
11 - Rogan
12 - Alyssa
13 - Alyssa
14 - Alyssa
15 - Alyssa
16 - Mason
17 - Alyssa
18 - Alyssa
19 - Alyssa
20 - Alyssa
21 - Desmond
22 - Alyssa
23 - Alyssa
24 - Alyssa
25 - Alyssa
26 - Alyssa
27 - Rogan
28 - Alyssa
29 - Alyssa
30 - Alyssa
31 - Alyssa
32 - Alyssa
33 - Desmond
34 - Alyssa
35 - Alyssa
36 - Alyssa
37 - Mason
38 - Alyssa
39 - Alyssa
40 - Alyssa
41 - Desmond
42 - Alyssa
43 - Alyssa
44 - Alyssa
45 - Alyssa
46 - Alyssa
47 - Rogan
48 - Alyssa
49 - Alyssa
50 - Alyssa
51 - Alyssa
52 - Alyssa
53 - Mason
54 - Alyssa
55 - Alyssa
Epílogo
Servico Cuádruple
Sobre la Autora
El Juguete Navideño

Un romance navideño
de harén inverso

Krista Wolf
Copyright © 2019 Krista Wolf

Todos los derechos reservados. Queda prohibido


reproducir, distribuir o transmitir cualquier parte de
esta obra de ninguna manera sin el consentimiento
previo de la autora.
Imagen de la portada: imagen de stock; la historia no
tiene nada que ver con el tema o los modelos

LISTA DE CORREO VIP DE KRISTA:


Únete para enterarte de ofertas de libros gratis, ¡y de
las fechas de lanzamiento de los nuevos títulos más
populares!
Pulsa aquí para apuntarte: http://eepurl.com/dkWHab

~ Otros Libros de Krista Wolf ~


La Niñera de los Rangers del Ejército
Un Bebé Secreto para los Navy SEALs
Una Esposa Secreta para las Fuerzas Especiales
Contrato con mi Exnovio
Una Esposa para los Marines
Servico Cuádruple
El Juguete Navideño

(en Inglés)
Quadruple Duty II - All or Nothing
Snowed In
Unwrapping Holly
Protecting Dallas
The Arrangement
Three Alpha Romeo
What Happens in Vegas
Sharing Hannah
Unconventional
Saving Savannah
The Wager
One Lucky Bride
Theirs To Keep
Corrupting Chastity
Stealing Candy
The Boys Who Loved Me
Three Christmas Wishes
Trading with the Boys
Surrogate with Benefits
The Vacation Toy
The Switching Hour
Secret Baby for the Navy SEALs
Given to the Mercenaries
Sharing Second Chances
Capítulo 1

ALYSSA

—Vale, vamos a mover esta ventana —propuse—, y a reforzar


las vigas aquí y aquí, para soportar la carga adicional.
Me incliné sobre su cuerpo y señalé hacia el extremo opuesto
de los planos. Podría haber sido a propósito, pero el cabello se me
desparramó por encima del hombro y le hizo cosquillas en la cara,
que lucía una preciosa barba incipiente.
—Uy —solté con una risita—. Lo siento.
No, ni de coña. No cabía duda de que fue a propósito.
—Suena bien —respondió Desmond con su profunda voz
aterciopelada—. Cambiaré el pedido. Conociendo cómo funciona
ese almacén de suministros, no debería afectar a la fecha de
entrega.
El responsable de la construcción se reclinó en la silla y cruzó
las manos por detrás de la cabeza para mirarme. Los botones de la
camisa de Desmond se tensaban contra la extensión de su enorme
pecho. Sus brazos se pusieron rígidos, parecían a punto de
atravesar la tela.
Dios…
Teníamos esta reunión todas las semanas. Si había suerte,
incluso dos veces. Pero podría pasarme todo el día en su oficina y
no me bastaría.
Es tan perfecto.
—Por cierto, el pelo te huele de maravilla —añadió con una
sonrisa—. Como a helado de fresa.
—Es frambuesa —lo corregí, intentando no sonrojarme—. Y
vainilla. Pero gracias por fijarte.
Nuestras miradas se cruzaron y pestañeé lo justo para
mostrarme coqueta. Desmond nunca apartaba la mirada. Era todo
un hombre de negocios, siempre seguro de sí mismo. Pero
últimamente…
Últimamente me sostenía la mirada cada vez más y más
tiempo.
—Ehm, también tenemos una conferencia telefónica el jueves
—le recordé—. El proyecto Randall. Un edificio comercial.
Quieren…
—El jueves no estoy.
Parpadeé. Seguramente, por la decepción.
—Empiezo las vacaciones un par de días antes —explicó—.
Vuelo a…
—¡Stowe! —Chasqueé los dedos—. Ya recuerdo. ¡Tu viaje
navideño con los chicos! Y…
Intenté detenerme, pero era demasiado tarde. Ya había metido
la pata.
—Emma —dijo Desmond, bajando un poco el tono—. Sí, no va
a venir este año, como es evidente.
Menudo papelón. Toda la oficina sabía lo de la ruptura. Al igual
que todo el mundo conocía a los tres compañeros que se iban
juntos de vacaciones todos los años por Navidad: Mason, Rogan y
Desmond. Y desde hacía un par de años, la novia de Desmond,
Emma (que casualmente era la hija del jefe), también los
acompañaba.
—Lo siento —dije cabizbaja.
Desmond se quitó las gafas de leer y, al instante, pasó de un
sexi Clark Kent a un guapísimo Superman. Se le suavizó la
expresión y supe que aquello me beneficiaba.
—No lo sientas —respondió, al tiempo que encogía uno de sus
enormes hombros—. Lo de Emma… simplemente, no era para mí.
Era su tradición anual: tres chicos solteros sin vínculos
familiares cercanos pasando la Navidad juntos y yendo a varios
lugares exóticos. Sabía que habían estado en las Bermudas y, una
vez, incluso se fueron una semana a Europa. Pero últimamente
solían optar por el norte, a esquiar a una casa que Desmond habría
heredado en Vermont. No importaba dónde fueran, me parecía algo
mágico.
—Bueno, ella se lo pierde —solté, cruzándome de brazos—. La
Navidad de esa chica va a ser muy aburrida este año.
Desmond me miró fijamente, con cara de estar pasándoselo
bien.
—Eso crees, ¿eh?
—Oh, sí —asentí—. ¿Aquí, en lugar de en el norte, que es
donde está la auténtica diversión navideña? —Negué con la cabeza
—. Joder, qué bien me sentaría salir de Florida una temporadita.
Volver a ver algo de nieve de verdad.
—Así es. —Desmond sonrió—. Eres del norte, ¿no?
—Chica de Jersey —afirmé con orgullo. Le devolví la sonrisa
—. Con gustos neoyorquinos, por supuesto.
—Las Navidades de por aquí deben resultarte raras, entonces
—añadió—. Tormentas, en lugar de nieve. Pantalones cortos y
camisetas, en vez de abrigos y jerséis.
Me reí.
—Me costó adaptarme, la verdad.
—¿Por qué no te coges un vuelo, entonces? —preguntó—. Y
visitas a tus padres.
Intenté, sin conseguirlo, reprimir una mueca.
—A mis padres les dan exactamente igual las fiestas. Suelen ir
de un lado a otro, a casas de amigos, y de paso se pillan unas
buenas cogorzas. Ni siquiera ponen el árbol.
—Eso es una barbaridad —espetó Desmond.
—¿Verdad?
—La ausencia de cualquier tradición familiar real es una de las
principales razones por las que los chicos y yo empezamos a
celebrarlo juntos —explicó, haciendo memoria—. Los padres de
Rogan tienen una agencia de viajes. Le envían postales cada
Navidad desde todos los rincones del mundo. Y la familia de
Mason… bueno…
Se detuvo un momento, con una expresión introspectiva. Por
fin, volvió a mirarme.
—De cualquier manera, siempre nos divertimos juntos —
añadió—. Este año puede que sea algo diferente sin Emma, pero…
bueno, lo aprovecharemos al máximo.
—Seguro que sí. Y Emma se lo pierde este año —agregué—.
¿Una casa para ir a esquiar en Vermont? Con tres tíos buenos…
Las palabras se me escurrieron, pero aun así no me arrepentí.
En lugar de parecer avergonzada, doblé la apuesta con un guiño.
—No puedo ni imaginarme lo divertido que sería.
Desmond se echó para adelante en la silla y cruzó las manos
sobre el escritorio. Cuando volvió a observarme, lo hizo con una
mirada nueva y extraña. Casi como si me viera por primera vez.
—No —comentó con una sonrisa ladeada—. De verdad que no
puedes.
Capítulo 2

ALYSSA

Construcciones Valle Verde no era muy verde y, desde luego,


no se encontraba en un valle. Ocupaba los dos últimos pisos de un
gris edificio de oficinas de cuatro plantas. Justo en el centro de la
siempre plana Florida central.
Sin embargo, como lugar de trabajo, tenía un ambiente laboral
bastante aceptable. Me había graduado en Penn State. Había
acabado mi máster en ingeniería arquitectónica, antes de
trasladarme aquí para completar unas prácticas de tres años. La
empresa era joven, dinámica, llena de energía. Con un montón de
curro. Muchos proyectos diferentes, desde residenciales hasta
comerciales.
El auge de la construcción en Florida se convirtió en un trabajo
en toda regla para mí y me permitió conocer la vida bajo el sol. Me
gustaba estar aquí. Incluso siendo una chica norteña, encajaba a la
perfección.
Por supuesto, que nunca faltaran chicos guapos en la oficina
no hacía ningún daño.
Tenías las cuadrillas de construcción que pasaban de vez en
cuando, de camino a las obras, y los supervisores que las dirigían.
Por lo general, estaban en buena forma y resultaban agradables a la
vista. Vestidos a la perfección para el calor de Florida. Aun así, me
sentía más atraída por mis compañeros de oficina. Tipos con
camisas abotonadas y a veces incluso corbata, ya que gozaban de
la ventaja del aire acondicionado. Mostraban bastante menos piel,
pero dejaban un poco más a mi juguetona imaginación.
Y yo tenía una imaginación muy juguetona.
Sin embargo, a la hora de decidirme por cuáles eran los más
sensuales… Me gustaban los grandotes. Los hombres fornidos y
musculosos que cuidaban de su figura y, por ello, yo sabía que
cuidarían de mí. Gruesos bíceps y tríceps, escondidos justo debajo
de telas poco tupidas. Vientres planos que disimulaban abdominales
bien marcados, accesibles con solo desabrochar dos o tres botones
de la camisa.
Por esta misma razón, siempre me divertía visitar a Rogan.
Sobre todo desde que le vi abotonarse la camisa un día, recién
salido del gimnasio. Tuve la suerte de vislumbrar durante dos
segundos su esculpido estómago, tenso bajo una camiseta sin
mangas. Acababa de salir de la ducha. Listo para tomarse el café de
la tarde y emprender la segunda parte del día.
Volví a recordar ese par de segundos antes de llamar tres
veces a la puerta y entrar en su despacho. No solíamos interactuar
mucho, pero últimamente coincidíamos en el mismo proyecto. Uno
grande, además. Uno que por suerte podía durar meses, en lugar de
semanas.
—Hola, superestrella —sonrió, abandonando su ordenador
para mirarme—. ¿A qué debo el honor?
Rogan era alto y bien plantado, más guapo de lo que
cualquiera tiene derecho a ser. Su perilla era igual que la de
Desmond, pero más oscura. Eran sus ojos marrón claro —siempre
parecían derretirme por completo— los que me hacían tartamudear
como una colegiala perdidamente enamorada en cada encuentro.
—N-necesito tu autógrafo en unas cosas —tartamudeé.
—¿Mi qué?
Sacudí la cabeza ante la vaguedad de la referencia. O tal vez
solo quería hacerme la graciosa.
—Tu firma —aclaré con una sonrisa—. En estos permisos de
demolición.
—Ah.
Tendimos las manos al mismo tiempo y se rozaron. Sí, los
escalofríos seguían ahí. No era la primera vez. No sería la última.
Rogan miró las carpetas durante unos segundos antes de
levantar una ceja de forma inquisitiva.
—Los he firmado ya, ¿no?
Mierda.
—¿Sí? —pregunté con inocencia.
Me ha pillado.
—Estoy bastante seguro de ello —se rio. Pero, en lugar de
devolvérmelos, los volvió a firmar. A decir verdad, seguramente me
quedaría con la primera copia. Ya la había certificado un notario.
—¿Tal vez lo que querías era verme una última vez antes de
las vacaciones? —sugirió con picardía.
Mi corazón empezó a latir un poco más rápido. Decidí seguirle
la corriente.
—En realidad, sí.
—Pues ya somos dos —confesó—, porque yo también quería
verte.
Rogan se levantó de la mesa y acercó su cuerpo al mío. Solo
habíamos estado así de cerca una vez: en la sala de archivos, hace
tres meses.
—¿En serio? —pregunté, procurando no sonar nerviosa.
—Cómo no.
La sala de archivos. Mierda, casi nos habíamos besado.
Habíamos intentado pasar el uno al lado del otro y, de alguna
manera, acabé con el culo pegado a su entrepierna. Lo empujé, me
detuve… y luego puede que lo aplastara. O que él me aplastara a
mí, era difícil de decir.
A partir de ahí, sin duda, me había puesto las manos en las
caderas. Tal vez para ayudar a separarnos. Pero quizás… no. Me
giré hacia él y, por fin, acabamos cara a cara. A ninguno de los dos
nos importaba ya demasiado movernos. A no ser que contara la
lenta atracción de la inexorable gravedad, a medida que nuestros
cuerpos se iban aproximando el uno al otro y nuestros rostros se
acercaban cada vez más…
Entonces, ¡CLIC! La puerta de la sala de archivos se abrió y
entró Jenny. Vibrante. Feliz. Saludó alegremente, como si no
acabara de interrumpir el momento más romántico de toda la
historia de la oficina. Con Jenny de por medio no quedaba otra que
sonreír y darse la vuelta, el hechizo se había roto.
Mierda, había estado intentando recrear ese embrujo desde
entonces.
—Toma —dijo Rogan—. Te he comprado una cosa.
Me acercó una cajita con un lazo rojo y blanco. La abrí y
descubrí una preciosa taza de cerámica con un simpático Papá
Noel.
—Oh, guau —sonreí—. Gracias.
—Mira el otro lado.
Le di la vuelta y vi tres casillas de verificación. Una para
«Traviesa», otra para «Buena» y una ya marcada que decía «Juro
que lo he intentado…».
—Era esta —explicó Rogan—, o la que decía «Esto puede ser
vodka».
Me reí a carcajadas.
—Los viernes, esa podría dar demasiado en el clavo.
—Sí, procuré mantener el tono festivo.
—Sabes que esto significa que tenemos que empezar a tomar
el café juntos —señalé.
—Por supuesto. —Me sonrió—. ¿Por qué te piensas que la he
comprado?
Si bien los ojos de caramelo de Rogan me derretían, su sonrisa
me hacía polvo. Estaba lo suficientemente cerca como para poder
aspirar su aroma. Olía a algo delicioso, con un toque de colonia.
—Tendrá que esperar hasta que vuelvas —me lamenté—. No
puedo creerme que os vayáis ya. Estoy celosa.
—Sí, nos vendrá bien subir —coincidió Rogan—. Mason y yo
tenemos que ayudar a Desmond a superar lo de Emma.
Hice una pausa y ladeé la cabeza. Tuve que repasar la frase
en mi cabeza para asegurarme de haber escuchado correctamente.
—¿Quieres decir que… ella rompió con él?
—Sep.
—¡Guau! —jadeé, prácticamente—. La forma en que ha tratado
el viejo a Desmond últimamente…
—Lo sé —dijo Rogan—. Pero es su padre, es probable que
solo esté siendo protector. Aun así… menuda mierda para
Desmond.
Desde la ruptura, hace unos meses, era sabido que Desmond
estaba en la lista negra del jefe. Hasta ahora, me imaginaba que era
porque le había roto el corazón a su hija.
—También es una mierda para nosotros, porque nos ha dejado
con un billete de avión de sobra.
Rogan dudó y noté que sus ojos recorrían mi cuerpo. Lo hizo
descaradamente, sin reparos.
—Lástima que no puedas venir tú.
Me reí, por reflejo, antes de contestar.
—Sí, una pena. Pero no soy la novia de nadie. Parece un
requisito para recibir la invitación.
Como no dijo nada, añadí, de forma nerviosa:
—¿Tal vez debería salir con uno de vosotros hasta el año que
viene? Me encantaría volver a esquiar.
Mi frase quedó colgada de forma algo incómoda, en medio del
silencio del despacho del arquitecto. Poco a poco, la boca de Rogan
se curvó en una sonrisa socarrona.
—¿Con cuál saldrías? —preguntó.
Como no quería tentar a la suerte, me giré hacia la puerta,
abierta. Antes de salir, levanté mi taza de café nueva a modo de
brindis.
—¿Con tal de volver a revolcarme sobre la nieve? —pregunté
juguetonamente—. ¿Quién ha dicho que solo elegiría a uno?
Capítulo 3

ALYSSA

Como solía ocurrir justo antes de un festivo importante, la


oficina fue perdiendo efectivos a medida que avanzaba la semana.
El martes asistió mucha menos gente que el lunes. El miércoles,
aún menos.
Como mínimo un tercio de la plantilla no regresó de la comida,
lo que nos dejó con un equipo esquelético para finalizar la jornada.
En realidad, no importaba. La mayoría de los contratistas con los
que tratábamos estaban sufriendo lo mismo. Todos sus empleados
se habían marchado a casa, a hacer compras de Navidad o incluso
de bares. Había muy poco que hacer y prácticamente nadie para
ello.
Eso dejaba la oficina llena de gente como yo: los solteros.
Empleados sin hijos, ni cónyuges, ni demasiadas responsabilidades
navideñas. Vagábamos como fantasmas por los pasillos, antes
llenos de gente, disfrutando de una carga de trabajo
extremadamente liviana. O, en mi caso, de no hacer apenas nada,
salvo estar todo el día con el ordenador viendo pasar el tiempo.
A las dos, decidí que mi última tarea sería dejar los
presupuestos de materiales más recientes en la oficina de Mason.
Luego, dependiendo de cuáles de mis supervisores estuvieran
todavía por allí, podría escabullirme antes de hora.
Al fin y al cabo, ¿por qué tienen que quedarse los casados con
todas las ventajas de las fiestas?
Encontré a Mason justo donde estaba siempre, escribiendo en
uno de los dos teclados repartidos en tres monitores. La situación
me hacía gracia. Parecía una especie de científico loco moderno.
—Hola, abejita obrera.
Pronunció las palabras sin levantar la vista ni aflojar el ritmo.
Sus dedos seguían volando sobre el tintineo de las teclas. Sin
siquiera ver las pantallas, supe que estaban llenas de hojas de
cálculo.
—Hola, Tío Gilito —respondí, y me dejé caer en una de las
sillas para visitas.
—¿Tío Gilito?
—Bueno, ya estamos casi de vacaciones de Navidad —apunté
—, y tú sigues trabajando tanto como de costumbre.
El hombre detrás del teclado asintió sin parar.
—¿Y cómo sabes que no estoy viendo porno?
—Porque he visto porno muchas veces —dije—. Y no hace
falta teclear ni de lejos tan rápido.
De repente, capté su atención. Me di cuenta porque sus manos
bajaron el ritmo y se le subió una ceja.
—Muchas veces, ¿eh?
Me sonrojé un pelín más.
—Podría ser.
—¿Y de qué tipo de porno hablamos? —quiso averiguar.
En lugar de responder, solté una risa corta, musical.
—Es mejor que no lo sepas…
Mason terminó de repiquetear la última retahíla de palabras y
números enteros y echó la silla hacia atrás. Sus preciosos ojos
verdes se toparon con los míos y me dirigió una mirada inquisitiva.
—Bueno… ¿he oído que te vienes con nosotros de viaje?
Dejé caer los presupuestos sobre su escritorio, en el lugar
habitual. Me costó un momento procesar su pregunta, si es que lo
era.
—¿Y quién te ha dicho eso?
—Rogan —respondió con total naturalidad—. Dijo que no
tenías planes. Que tus padres… —Miró al techo un instante—, cómo
lo dijo… ¿daban asco en Navidad?
Sacudí la cabeza con evidente decepción. Asco era quedarse
corto. Mis padres no habían celebrado nada parecido a una
festividad desde hacía bastantes años. Siempre iban a su bola.
—¿Qué más ha dicho Rogan?
Mason se irguió un poco más y se dispuso a alisarse la
corbata… pero esta llevaba rato desaparecida. Se la había quitado
hacía horas, aparentemente. Se notaba que no estaba
acostumbrado a no tenerla.
—Bueno, que no tenías ningún plan para las fiestas —
respondió—. También comentó que sabes esquiar y que podías
aprovechar el billete que nos sobra.
Me esforcé por alejar la sorpresa de mi expresión.
—¿Ah, de verdad?
—Sí, de verdad —afirmó Mason, mientras añadía una media
sonrisa—. Y debo decir que estoy bastante emocionado. Lo hemos
hablado entre nosotros y creemos que vas a encajar de maravilla.
—¿Hablado? Ahora sí que me quedé boquiabierta.
—Será mejor que te vayas a casa y hagas la maleta —señaló
Mason, mirando el reloj—. Y si me dejas tu carné de conducir, te
haré el cambio de billete para que…
—¡No puedo ir con vosotros a Vermont! —solté de repente.
—¿No? ¿Y por qué no?
—Bueno, en primer lugar, no estoy todavía de vacaciones.
—¿Y? —se encogió de hombros—. Vete. Es solo un día más.
—Además, es un viaje de chicos —añadí—. Yo estaría de
sujetavelas.
Mason se volvió a encoger de hombros y sonrió.
—No somos ninguna pareja, ¿no?
—Bueno, ya me entiendes —aclaré rápido—. O más bien…
joder. No sé ni lo que quería decir.
—Emma venía con nosotros —señaló—. Sujetaba bien las
velas.
—Sí, pero Emma era la novia de Desmond —puntualicé.
—¿Y?
—Es diferente.
—No para nosotros —replicó Mason.
Me detuve unos segundos para mirarlo, preguntándome hasta
qué punto esta conversación era sincera. ¿De verdad había hablado
con los demás? Y si era así…
—Emma era Emma —declaré finalmente—. Pero yo solo sería
la chica de la oficina exageradamente irritante que se acopló y
arruinó vuestro viaje de chicos.
Mason no respondió, pero noté que miraba por encima de mi
hombro. Cuando volvió a hablar, no se dirigió a mí.
—¿Lo veis? Os dije que no vendría.
Giré en mi asiento y vi a Rogan, apoyado en el vano de la
puerta. Detrás de él, con los brazos cruzados, se situaba Desmond.
—¿En serio no quieres venir? —preguntó Desmond.
Ahora era el centro de atención. No sabía dónde meterme.
Podría haber dicho cualquier cosa, inventado cualquier excusa. En
cambio, respondí a su pregunta con otra pregunta.
—¿En serio queréis que lo haga?
Los dos asintieron de manera que no dejaba lugar a dudas.
Verlos juntos me puso nerviosa, mareada… y a la vez emocionada,
todo al mismo tiempo.
—Esquiar —dije—. En las montañas de Vermont. Durante las
vacaciones de Navidad.
—Sí, sí y sí —afirmó Rogan.
—Ya sabes —bromeó Mason—, si de verdad te gustan ese tipo
de cosas…
—¡Claro que me gustan! —exclamé—. Como a cualquiera.
—A menos que me equivoque —añadió Rogan—, estoy
bastante seguro de que usaste las palabras «me encantaría ir».
Los chicos se callaron mientras yo tragaba con fuerza. No me
creía que hablaran en serio.
—¿Y es gratis? —pregunté con escepticismo—. Quiero decir,
podría aportar algo para…
—Nos quedaremos en mi casa —explicó Desmond—, y hay
sitio de sobra. Además, tu billete ya está pagado. —Se encogió de
hombros—. Solo tienes que decirlo y lo pondremos a tu nombre.
Mi mente daba vueltas, tratando de encontrar cualquier motivo
para decirles que no. No se me ocurría ni uno.
No querrás pasar otras Navidades sola, ¿no?
No, no quería. Y eso zanjó el asunto.
—De acuerdo.
Vi cómo se les iluminaban los ojos. Tres sonrisas muy
diferentes caldearon sus rostros.
—¿En serio?
—Sí, claro. —Les devolví la sonrisa—. ¿Por qué no? La verdad
es que todo suena increíble.
Observé cómo sus miradas se cruzaban por un momento.
Desmond miró a Rogan, que miró a Mason. Una especie de
entendimiento silencioso se produjo entre ellos antes de que
Desmond volviera a centrarse en mí.
—Parece que tú también te vas a perder la reunión de mañana.
—Me guiñó un ojo.
Capítulo 4

ALYSSA

El día siguiente fue un torbellino de emociones y viajes. Tenía


un nudo de excitación en la boca del estómago cuando me fui a
casa y preparé las maletas. Una ilusión de colegiala mezclada con
la emoción de lo desconocido, ya que me disponía a irme de
vacaciones con tres hombres guapísimos a los que apenas conocía.
Pero al mismo tiempo, tampoco era así. Me había hecho amiga
de todos. Había trabajado con ellos y pasado tiempo a su lado.
Caray, incluso me había casi enrollado con uno. Todos habían
flirteado conmigo en el pasado. Y, por supuesto, yo con ellos.
Pensé en todo esto mientras llenaba la maleta. Seguro que no
había muchas mujeres de Florida con un armario de esquiadora
como el mío. Por otra parte, había pasado la mayor parte de mi vida
en el norte. Me había traído mis jerséis y abrigos más bonitos y mis
conjuntos para el frío, con la esperanza de pasar más tiempo
visitando a mis amigos en Jersey, o incluso a mi familia.
Pero nunca ocurrió.
Estaba perfectamente acostumbrada a no pasar las Navidades
con mi familia. Mi hermano estaba en el ejército, destinado en el
extranjero, y me enviaba una tarjeta cuando llegaba a algún puerto
exótico. Mi hermana Kate había adoptado el estilo de vida de la
costa oeste hasta el punto de que ya no sabíamos nada de ella.
Cualquier conversación teníamos que iniciarla nosotros y siempre se
mostraba indiferente, por no decir otra cosa.
Solo quedaban mis padres, que estaban tan poco interesados
en las fiestas como en venir a visitarme. En todos los años que
llevaba aquí, nunca habían venido a mi casa. Lo cual era un poco
doloroso, considerando que visitaban a sus amigos en New Port
Richey sin siquiera preguntarme si quería ir.
Ay.
No obstante, para cuando llegó el servicio de coche, ya lo
había superado. Aparté todos esos pensamientos para dejar
espacio a las mariposas y la emoción que sentí cuando Rogan llamó
al timbre. Él y Desmond acercaron mis cosas al conductor, mientras
Mason me acompañaba al gran y elegante sedán. Entonces, nos
pusimos en marcha. Las vacaciones habían comenzado
oficialmente.
Solo con pensarlo ya suspiraba de felicidad.
El trayecto hasta el aeropuerto fue corto, pero divertido y
cómodo, sobre todo por estar acurrucada encima del suave cuero
junto a un par de hombres muy apuestos. Alguien descorchó una
botella de champán y los cuatro nos tomamos una copa antes de
llegar a la puerta de embarque. Debí de hacer mil preguntas: cómo
era Stowe, qué tipo de cabaña teníamos, qué más se podía hacer
en el centro. Al fin y al cabo, era Navidad. Quería disfrutar al menos
un poco las fiestas.
Y joder, ¿con algo de frío y nieve? Volvería a parecer Navidad
de veras. No la versión aguada, llena de sol, de las Navidades de
Florida que había pasado los últimos años. Sino la versión cubierta
de blanco, con los dientes rechinando y mucha escarcha, que había
conocido y amado.
Cuando embarcamos y nos acomodamos, me di cuenta de que
mis temores de convertirme en la sujetavelas no estaban
justificados. Los chicos eran divertidos y graciosos, parecían
contentos de que me hubiera apuntado. Bromeaban entre ellos, sin
guardarse nada por el simple hecho de que yo estuviera allí. A
veces hasta me sumaba a ellos, me reía y hacía bromas, e incluso
me tomé unos cuantos chupitos. Y sí, esto es lo que quería. Quería
ser parte de su diversión y de su camaradería, no solo una extraña
que disfrutaba del viaje con ellos.
Despegamos y, en silencio, me pregunté qué pasaría en el
transcurso del viaje. Si uno de los chicos y yo entablaríamos algún
tipo de conexión… o si las vacaciones serían estrictamente de
esquí, snowboard y otras alegrías platónicas.
Tenía una clara conexión con Rogan y, si no fuera por la
interrupción en la sala de archivos, creo que ya la habríamos
explorado. En cuanto a Mason…
Bueno, con Mason ya nos habíamos besado.
Había sucedido el verano pasado, durante el pícnic anual de la
empresa. Mason y yo nos emborrachamos juntos, o al menos nos
pusimos contentillos. Nos habían emparejado durante la carrera a
tres patas y la cercanía y la intimidad se prolongaron después,
cuando me cogió de la mano y me llevó a una zona boscosa del
precioso parque. Entonces nos besamos… y besamos… y
prácticamente nos liamos como adolescentes durante cinco o diez
minutos, apoyados en un viejo pino en medio de la nada.
Todo fue un torbellino, pero ese torbellino había sido como
estar en el cielo. El dulce sabor de su boca. Su lengua caliente
revoloteando contra la mía. Recuerdo haberle cogido la cara y sentir
esa barba seductora bajo las palmas mientras nuestra respiración
se aceleraba y nuestras manos se volvían más atrevidas. Y
entonces nos tocamos, el uno al otro. Nuestros dedos recorriendo
los cuerpos estivales del otro, en la fresca sombra de aquel idílico
claro…
Fue entonces cuando sonó el silbato, que indicaba el siguiente
evento. Alguien vino a buscarnos. Lo siguiente que recuerdo es que
estábamos haciendo carreras de sacos de patatas e intercambiando
miradas furtivas mientras intentábamos no exhibir cincuenta tonos
de rojo delante del resto de compañeros.
Hasta ese momento, siempre había creído que Mason era una
persona muy correcta. Absolutamente formal. Es cierto que su
camisa abotonada y su corbata ocultaban un cuerpo duro y
espléndido, pero en la oficina solo estaba por los negocios y las
finanzas.
Nunca volví a mencionar nuestra aventurilla. A su vez, él
tampoco. Como los dos estábamos bastante bebidos, había veces
que me preguntaba si la recordaba.
Por último, Desmond, con el que tenía una clara química. Era
grandote y guapo, me encantaba. Nuestro coqueteo había avanzado
muy bien, hasta el punto de que esperaba que uno de los dos
acabara lanzándose. Desde luego, ya llevaba bastante tiempo
separado de Emma. Y como ella ya no trabajaba en la empresa…
Mis cavilaciones se vieron interrumpidas por el anuncio de que
pronto aterrizaríamos. Decidí ahí mismo dejarme llevar. No elegir a
ninguno en particular para ir a por él, sino dejar que uno de ellos
diera el primer paso si así lo deseaba.
¿Y si no querían nada más que una compañera de esquí?
¿Una sujetavelas con la que pasar un buen rato? Eso también
estaba bien. No quería interferir en el viaje de vacaciones anual de
tres amigos de toda la vida. Ni, sobre todo, interponerme entre ellos.
No, a no ser que ellos quisieran que me metiera entre ellos,
bromeé para mis adentros mientras desembarcábamos.
Capítulo 5

DESMOND

El camión estaba en la parte trasera del aparcamiento del


Burlington International, tal y como Jay dijo que estaría. Ya tenía las
llaves puestas. Dejaban que nuestro amigo lo guardara allí mientras
pasaba el invierno en el sur, a cambio de usar el quitanieves
instalado en la parte delantera.
Sin embargo, todo el tiempo que estábamos aquí, el gran y
viejo camión era nuestro.
La calefacción solo funcionaba de forma intermitente, lo que
hizo que nos acurrucáramos durante la hora que tardamos en llegar
a Stowe. Mason se sentó en el asiento trasero, apretujado contra
todas las maletas. Eso nos dejaba a mí y a Rogan en la parte
delantera… con Alyssa cómodamente encajada entre nosotros
mientras el vehículo rodaba con lentitud por la nieve que caía.
Estaba increíble, incluso abrigada y vestida para el invierno.
Olía aún mejor. Como a sandía y miel y perfume de vainilla, o lo que
sea que se pusiera para volvernos locos.
Y, créeme, nos estaba volviendo majaretas. En todas las
maneras posibles.
No era un secreto que la deseaba. Alyssa era esa rara
combinación de diversión y belleza: una persona auténticamente
feliz con una sonrisa brillante, bonita. Cada vez que venía a mi
oficina, buscaba la manera de retenerla durante más tiempo.
Pero Rogan también la quería. Algo sobre una conexión fallida
que habían tenido. Y Mason… bueno, se podía decir que él ya la
había tenido, de una manera bonita y semiinocente. Al parecer,
había corrido la suerte de besarse con ella en el pícnic de la
empresa, después de compartir unas cervezas al sol. Sin embargo,
lo aterrorizaba la idea de dar otro paso. Como ella no había
mencionado nada después, supuso que o bien no lo recordaba, o
simplemente estaba demasiado avergonzada para reconocer lo que
había sucedido.
Eso nos ponía en un aprieto, porque teníamos los mismos
pensamientos y sentimientos. Así que, en lugar de luchar por su
afecto y posiblemente agobiarla, ideamos un plan que solucionara
todo a la vez: la dejaríamos en paz.
Fue un pacto de caballeros; que ninguno de nosotros la
buscaría en todo el viaje. Que procuraríamos divertirnos como
cuatro colegas disfrutando de la Navidad juntos, sin la presión
añadida de un romance en ciernes, ni los posibles celos de los que
saldrían perdiendo en tal situación.
Así que… coquetear estaba bien. ¿Lo demás? Bueno,
quedaba prohibido. O, al menos, eso es lo que nos dijimos. Me
preguntaba cuánto tiempo se mantendría nuestro acuerdo y hasta
dónde podría estirar el flirteo sin romper, técnicamente, las reglas.
Al fin y al cabo, no la habíamos invitado por ninguna otra razón
que no fuera que Alyssa era divertida. Y aunque nunca nos había
faltado diversión en este viaje, sabíamos que aportaría un nivel extra
de felicidad y emoción.
Además, dijo que sabía esquiar. Y seguir el ritmo. Y tal vez
incluso ganarnos.
Eso habría que verlo.
Pero, en mi fuero interno, también sabía que ayudaría con otra
cosa. Una en la que los chicos no podían ayudar y que yo
necesitaba más que nada estas fiestas.
Necesitaba no pensar en Emma.
Daba asco admitirlo, pero tenía que enfrentarme a la idea de
que este viaje siempre había girado en torno a ella. Desde el
momento en que empezó a venir con nosotros, se había unido a los
tres de un modo que ninguna otra persona podría. Como mi novia,
había temido que le restara importancia a la cantidad normal de
camaradería y atención que prestaba a los chicos. En cambio, hizo
todo lo contrario. Emma se convirtió en el centro de atención del
viaje. No solo para mí, sino también para Rogan y Mason.
En tres años, esta sería nuestra primera Navidad sin ella.
Nuestra primera Navidad sin las cosas que aportaba al viaje,
también.
Por fin llegamos a la entrada y aparté de mi mente todos los
pensamientos sobre Emma. Tanteé la palanca que bajaba el
quitanieves y, poco a poco, fui retirando al menos medio metro de
nieve del largo sendero de pavimento serpenteante que ya tenía
prácticamente memorizado.
La cabaña quedó a la vista, oscura y hermosa, con su techo
cubierto de hielo brillando de manera espectacular a la luz de la
luna. Pronto la iluminaríamos con el calor desde dentro. Mason
reuniría leña y encendería un fuego crepitante, mientras Rogan y yo
barríamos la nieve de debajo del alero.
Había mucho que hacer, pero tenía a los chicos conmigo.
Juntos siempre funcionábamos como un reloj.
Y Alyssa, de alguna forma, sabía que encajaría a la perfección.
Capítulo 6

ALYSSA

—¡Bienvenidos a casa!
La voz de Desmond retumbó en la hermosa cabaña de
madera, atravesando la extensión de oscuridad y subiendo hasta las
vigas del alto techo abovedado. El sitio era absolutamente increíble.
Pintoresco pero espacioso. Encantadoramente antiguo, aunque
equipado con las comodidades de hoy en día, como una moderna
cocina y un televisor de pantalla plana.
La iluminación era escasa. Se notaba que más de una bombilla
no funcionaba. Y hacía un frío de mil demonios, porque cada vez
que exhalábamos salía vaho.
Pero resultaba emocionante. Un lugar como este… parecía
cálido, incluso cuando no lo era. Y los chicos lo iban a dejar de lujo.
Lo tenía claro. Me habían prometido que me iban a calentar y a
hacer que me «quitara la ropa» para no sudar, así de potente le
gustaba a Mason mantener el fuego. Y, según los demás, se le daba
bastante bien.
En cuanto a mí, solo quería colaborar. Ayudar en lo que
pudiera y convertir el sitio en nuestro hogar durante la siguiente
semana y media. Esquiar en Vale, además de cualquier otra cosa
que hiciéramos, era solo un extra. Para mí el verdadero premio era
poder pasar las fiestas con los chicos y no tener que estar sola otra
Navidad.
Mason y Rogan desaparecieron en direcciones opuestas; algo
sobre el calentador de agua y la puesta en marcha de las cañerías.
Desmond me cogió del brazo y me condujo orgulloso estancia por
estancia para darme el gran tour.
—Así que esta es la cabaña de la familia, ¿eh? —pregunté,
asimilándolo todo.
—Bueno, ahora es toda mía —dijo Desmond—. Cuando mis
padres se jubilaron, en Texas, me aseguraron que se había acabado
lo del frío para siempre.
—Ah, Texas —respondí—. Buena elección.
—Si no te gusta el frío, seguro que sí.
—¿Entonces no tienes hermanos? —pregunté, aunque creo
que sabía la respuesta.
—No. Solo yo. —Hizo una pausa a mitad de camino y se
encogió de hombros—. Aunque Rogan y Mason son como mis
hermanos. Supongo que me siento más cerca de ellos que la
mayoría de la gente que conozco de sus parientes de sangre.
Asentí en señal de total comprensión. En cierto modo, yo
formaba parte de esa triste dinámica familiar. Tenía dos progenitores
que en este punto de sus vidas mostraban un total desinterés por
sus propios hijos. Además de un hermano y una hermana muy
capaces de pasar de mí.
—En fin, esta es la cocina. La sala de estar. El baño…
Me condujo por un pasillo revestido de madera, con un suelo
de tablones que crujía.
—Mi habitación está aquí. —Señaló a la izquierda—. Las de
Mason y Rogan ahí…
Llegamos al final y trató de empujar una puerta para abrirla. Se
arqueó, pero no se movió.
—¿El frío? —solté una risita.
—Sí. —Sonrió a modo de disculpa—. Estas cosas pasan.
Se giró y empujó con el hombro, con lo que consiguió romper
el bloqueo. La puerta se abrió y dio a un hermoso dormitorio
principal, con cama de matrimonio.
—Esta es la tuya —señaló, moviendo el brazo de manera
grandilocuente—. Las sábanas están en el armario. Los edredones
de plumas son muy calentitos, sobre todo…
—Espera, ¿por qué es esta mi habitación?
—¿Qué quieres decir?
—¡Es inmensa! Yo soy diminuta. Dame una de las más
pequeñas.
Desmond negó con la cabeza.
—Esta tiene un buen baño. Lo necesitarás. Eres una chica.
Me reí a carcajadas.
—¿Tú crees?
Sus ojos me recorrieron a toda velocidad.
—Estoy bastante seguro de que sí.
—Pero este es tu cuarto, ¿no?
Desmond se encogió de hombros.
—Normalmente, sí.
—Entonces no voy a quedarme con tu dormitorio —objeté—.
¡Ni de coña! No hay razón para que yo…
—Mira —me interrumpió Desmond—. Cuando estaba con
Emma, tenía sentido que tuviéramos el principal. Éramos una
pareja. Ella era una chica. —Señaló el baño en suite—. Hacía cosas
de chica ahí dentro. En serio, lo entiendo.
Me detuve un momento y me di cuenta de lo tierno que estaba
siendo. Entonces, su mano tocó mi hombro y mis ojos se
encontraron con los suyos.
—Soy un chico. —Desmond sonrió—. Por si no te has dado
cuenta.
—Oh, me he dado cuenta. —Solté una risita.
—Puedo dormir en cualquier sitio. Me da exactamente igual.
Además, es mucho más fácil para mí compartir el baño con esos
otros dos animales. —Su sonrisa se ensanchó y me descubrí
derritiéndome allí mismo, en el acto—. Por favor, Alyssa. Quédate
con la principal.
Su mano seguía en mi hombro. El cosquilleo que irradiaba su
palma era cálido y delicioso, incluso a través de la chaqueta.
—V-vale.
Nuestros cuerpos ahora estaban cerca. Nuestras caderas, casi
tocándose. Y la forma en que pronunció mi nombre…
Un pensamiento loco pasó por mi mente, creando una fantasía
instantánea. En ella, me inclinaba y lo besaba. Nuestro beso sería
lento, sensual. Atronador. Nuestras lenguas danzarían mientras
nuestras manos vagaban y, entonces, me apartaría del abrazo de
Desmond, sonreiría tímidamente y le diría que se quedara el
dormitorio, pero conmigo.
El momento pasó. La oportunidad, desperdiciada.
—Vamos —decía Desmond, tirando de mí hacia el pasillo—.
Puedes ayudarme a llenar la nevera.
Capítulo 7

ALYSSA

Tardamos casi dos horas en ponerlo todo en orden.


Deshicimos las maletas y nos instalamos en nuestras habitaciones.
Nos abastecimos —al menos en parte— con las bebidas y aperitivos
que los chicos habían metido en otra bolsa.
—¿Estás bien?
Sonreí, levantando mi vino en dirección a Rogan. Iba por la
mitad de mi tercera copa. No sentía absolutamente ningún dolor.
—Oh, estoy mejor que bien. —Sonreí—. Estupenda, de hecho.
—Muy bien, entonces. —Asintió, añadiendo un guiño—. Como
invitada oficial de las fiestas de este año, tus necesidades son lo
primero.
La cabaña ya se notaba cálida, incluso acogedora. Como había
prometido, Mason tenía encendido un fuego esplendoroso. Irradiaba
desde la chimenea de piedra, llenando la sala de estar con un calor
relajante y acogedor.
Yo estaba en el viejo y extraño sofá, acurrucada contra uno de
sus brazos. Desmond se sentaba a mi lado. Rogan estaba
recostado en un sillón acolchado, mientras que Mason se
encontraba tumbado en un sofá de piel tan viejo y desgastado que,
a estas alturas, tenía más grietas y hendiduras que cuero.
—¿Y cómo es? —pregunté, mirando fijamente el fuego.
—¿El qué?
—Stowe. Nunca he ido.
—Pues se parece mucho a Killington —respondió Desmond—.
Grande y bonita, con muchas pistas. Aunque un poco más confusa.
Y con treinta metros más de altitud.
Incliné la copa de nuevo con aire de asombro.
—Suena divertido.
—Oh, lo es —confirmó Rogan—. La pregunta es… ¿cuál de
nosotros va a tener que hacer de niñera mañana?
Me reí tanto que casi escupí el vino. Me estaba provocando, lo
sabía. Todos lo habían estado haciendo, desde que presumí de
saber esquiar. Pero hacer de niñera…
—¿Y cómo vais a hacer de niñera exactamente —bromeé—, si
ni siquiera podréis atraparme?
Se produjo una ronda de «oohhs» ante la audacia de mi reto.
Desmond se rio junto a mí. Rogan se sentó más erguido.
—¿Atraparte?
—Eso es lo que he dicho —respondí con valentía—. Estaba
pensando que quizá uno o dos de vosotros podríais seguirme el
ritmo. O acercaros durante un rato, en cualquier caso. Pero la forma
en la que estáis presumiendo… —Dejé escapar una pequeña
carcajada—. Perro ladrador, poco mordedor.
Mason atizó uno de los troncos del fuego. Cuando se dio la
vuelta de nuevo, sus ojos verdes brillaron con el baile de las llamas.
—Hablas mucho, ¿eh? —Sonrió.
Me encogí de hombros juguetonamente y apuré el resto de mi
copa.
—Lo sabremos después de la primera carrera, ¿no?
Otra ronda de carcajadas de los chicos hizo que me pusiera un
poco más roja. Mason tenía razón: estaba hablando demasiado.
Más me valía estar a la altura.
Desmond me acercó la botella, pero le hice un gesto para que
la dejara.
—Quieres que tenga resaca —le dije en tono acusador—. Para
que vaya más despacio mañana.
—Podría ser.
—No va a funcionar. Ya está bien por hoy.
Empujé la copa hacia delante, sobre la superficie estropeada
de la destartalada mesa de centro de la estancia. Ni un solo mueble
del salón hacía juego con los demás. Por algún motivo, eso no hacía
más que aumentar el encanto.
—Por cierto, esta casa es increíble —comenté, cambiando de
tema—. Y… quería daros las gracias por invitarme. En serio.
La sala enmudeció, excepto por el chasquido y el crepitar del
fuego. Todos los ojos estaban puestos en mí, ahora.
—Necesito que sepáis que os lo agradezco —terminé—. Y que
estoy deseando que pasemos la Navidad juntos.
El viento se intensificó, haciendo sonar las finas ventanas de la
cabaña. Me hizo temblar, sin querer, porque estaba bien calentita.
—Estamos muy contentos de que hayas venido —dijo
Desmond con una sonrisa—. Eres nuestra preferida de la oficina, ya
sabes. La de todos. Con lo divertida que eres allí, sabíamos que nos
iba a gustar aún más que estuvieras.
Se levantó y se estiró con ganas, se parecía un poco a Hulk
desgarrándose la camisa. El vino había mermado mis inhibiciones
hasta el punto de no poder dejar de mirarle el pecho.
—Si queremos estar allí cuando abra la pista, deberíamos
acostarnos todos —señaló Desmond—. Ha sido un día muy largo.
Un poco a regañadientes, los demás asintieron, sobre todo
porque yo también me iba. Mason volvió a avivar el fuego. Esta vez
añadió suficientes troncos para pasar la noche.
—Es posible que quieras dejar la puerta de tu cuarto abierta —
me dijo por encima del hombro—. O es probable que te congeles.
—Oh. De acuerdo.
Me dirigí al pasillo, deseándoles a todos buenas noches.
Desmond se escabulló por su puerta, dejándonos a Rogan y a mí
solos.
—¿Te acompaño a la habitación?
Mi habitación estaba, literalmente, a tres metros de distancia.
Asentí de todos modos.
Una decena de pasos y ya estaba de pie en mi dormitorio, con
Rogan entrando detrás de mí. De un hábil movimiento con una sola
mano, cerró la puerta casi por completo tras él.
De inmediato, mi pulso comenzó a acelerarse.
—Quería darte las gracias por venir con nosotros —murmuró
—. Pensé que este año iba a ser un poco raro para Desmond. Pero
contigo aquí… no tanto.
Estábamos de pie, cerca, casi abrazados. Quizá para poder
oírnos el uno al otro, porque hablábamos muy bajo.
—¿Y eso? —acabé preguntando—. ¿Que viniera una chica al
viaje no le recordaría a Emma?
—Creo que es más bien una distracción, en realidad.
—Oh.
Rogan cambió de un pie a otro. El movimiento pudo haber sido
intencional, o no, pero nos acercó un poco más.
—¿Vas a estar bien aquí?
Señaló con la cabeza hacia la izquierda, hacia mi gran cama.
La luz de la luna que entraba por la ventana la hacía parecer
anormalmente fría.
—Eso creo.
—Hay más mantas en mi habitación —dijo—, en el armario. Ya
sabes, por si tienes frío.
Arqueé una ceja.
—¿Eso es una invitación?
Rogan se agachó un poco más, poniéndose a mi altura.
Estábamos cara a cara, nariz a nariz. Su perilla estaba a
centímetros de hacerme cosquillas en la barbilla.
—Podría ser —exhaló, y su aliento era dulce—. Si no te
importa compartir cama con los ronquidos de Mason, claro.
La habitación era bastante más fría, a esta distancia de la sala
de estar. Aun así, mi cuerpo parecía estar en llamas.
—¿Quizás podrías venirte tú aquí? —Bromeé, aunque no
estaba exactamente de coña—. Podríamos hacer la cucharita para
entrar en calor.
Se movió de nuevo y esta vez su perilla me hizo cosquillas.
Justo en los labios.
—Quiero decir: no sería la primera vez que te pegara el culo.
Hostia puta, pensé desesperadamente. ¿Qué coño estás
haciendo?
De inmediato, me imaginé cómo los engranajes giraban en la
mente de Rogan, recordando nuestro encuentro en la sala de
archivos. Cómo debió sentirse al estar apretado contra mí. Nuestros
cuerpos tan unidos en el pequeño y estrecho espacio.
—¿Quién será la cuchara grande? —preguntó al final.
—¿Eso importa?
Yo misma evoqué el recuerdo, como lo había hecho muchas
veces antes. La maravillosa dureza de su cuerpo. El grueso bulto
que se tensaba contra mí…
—Supongo que no —susurró.
Nuestras narices se tocaron. Luego nuestros labios. Fue un
acercamiento lento e inexorable. Una atracción eléctrica, igual que
la primera vez, cuando…
—Bueno, ven a buscarme si necesitas algo.
Pronunció las palabras con un aire de decepción y frustración.
Entonces, con la misma rapidez con la que todo había empezado,
Rogan abrió la puerta y desapareció por el pasillo.
Qué cojones…
Dejándome jadeante y sola.
Capítulo 8

ALYSSA

Tenía razón. La luz de la luna era fría. Pero el mundo que


había bajo mis mantas y edredones era cálido y acogedor, mucho
más suave de lo que imaginaba que sería en una cama tan grande y
amplia.
Aun así, no podía conciliar el sueño.
Por un lado, estaba emocionada por el día de mañana. Desde
el momento en que habíamos aterrizado y la primera ráfaga de aire
ártico me había llenado los pulmones, me había vuelto a enamorar
del frío. No veía la hora de estar en la cima de la montaña, mirando
hacia abajo. Colocándome las gafas sobre los ojos y fijando la vista
en el lejano fondo.
Pero, más que eso, todavía estaba confundida por mi
encuentro con Rogan.
Solo nos habíamos besado… o al menos eso creía. Pero en
cuanto sus labios tocaron los míos, se apartó y salió corriendo de la
habitación sin pensarlo dos veces.
¿Tal vez lo malinterpretaste?
No, era otra cosa. La química entre nosotros era innegable.
Desde la sala de archivos hasta nuestro encuentro de hace apenas
una hora, existía una indiscutible atracción entre los dos. La única
diferencia era que yo estaba dispuesta a actuar en consecuencia.
Y, por alguna razón, Rogan no.
El rechazo me molestó, y no precisamente por los motivos
habituales. Todo parecía demasiado repentino. Como si lo hubiera
ahuyentado de la habitación el golpe de una puerta lejana o el
sonido de unos padres que llegan a casa por sorpresa.
Me senté y me arropé con las sábanas. Necesitaba dormir
desesperadamente, pero también distraerme. Algo que me cansara.
Algo…
En un impulso, abrí el cajón de la mesita de noche. Vi un par
de calcetines que parecían cómodos. Un tubo de protector labial con
sabor a fresa. Tres caramelos de menta sueltos, envueltos de forma
individual. Una diadema negra…
Las cosas de Emma.
Lo cerré, con una sensación repentina de culpabilidad. Luego,
tras diez largos segundos de sentirme tonta, lo volví a abrir.
Había un libro en el fondo, mirándome fijamente.
No, no era un libro. Un cuaderno.
Con cuidado, tratando de no hacer ruido, lo saqué. No era una
libreta de espiral, sino más bien uno de esos cuadernos de
redacción jaspeados. De los que todavía van encuadernados y
cosidos por el centro.
Cogí el móvil y encendí la linterna. Luego, recostándome otra
vez contra la almohada, abrí la tapa y empecé a leer.
Casi de inmediato, me tapé la boca con la mano.
No era solo un cuaderno que perteneciera a Emma, sino su
diario. Y por lo que pude ver había decenas de páginas de entradas,
marcadas y fechadas.
Hostia puta.
Volví a la primera. Se escribió hace exactamente tres años,
casi el mismo día.

Nuestras vacaciones de Navidad, primer día


El sentimiento de culpabilidad volvió a aflorar, mientras
escudriñaba la pulcra caligrafía femenina. No debería estar leyendo
esto. Era una invasión de su intimidad.
Ella ya se ha ido.
Esa parte era cierta, por supuesto. Y Emma había roto con
Desmond, no al revés. Había sido la que había herido sus
sentimientos. Uno de los increíbles chicos responsables de
invitarme a este gran viaje, además.
Sí, en serio. Que le den por culo a Emma.
Con todo eso por fin decidido, lo abrí y empecé a leer de
nuevo.
Los primeros párrafos detallaban su viaje, similar al mío. Su
vuelo fue accidentado. Hubo retrasos en el aeropuerto. Al final
llegaron a la cabaña y se dispusieron a relajarse, solo Emma y
Desmond se quedaron más tiempo que los demás, que se fueron a
dormir un poco antes.
Ahí es donde las cosas se ponían interesantes. O, mejor dicho,
jugosas.

Primero me llevó al sofá, donde me había estado


provocando toda la noche. Me metía los dedos por
debajo de la manta, con los demás a pocos metros
de distancia. Me estaba volviendo loca. Me ponía
muy mojada y ninguno de ellos se daba cuenta.

Seguí leyendo, devorando el relato de primera mano de Emma


como una novela romántica barata. Solo que estos eran eventos de
la vida real. Habían sucedido aquí mismo, justo en el mismo sofá en
el que me había pasado media noche, y eso lo volvía aún más
excitante.
El sofá era demasiado pequeño y ruidoso. Fue
entonces cuando me tiró al suelo. Me abrió las
piernas frente al fuego y me acarició de arriba abajo
con su enorme y grueso pene. Me las separó
mientras me besaba hasta dejarme sin sentido.
Haciéndome esperar eternamente en previsión de
ese primer e increíble empujón…

¡Hostia puta! Cada vez hacía más calor bajo las mantas. Los
latidos de mi corazón no habían disminuido en absoluto, sino que
incluso se habían acelerado desde que empecé a leer.

Al principio me folló despacio, como siempre


hacía. Me besaba profundamente. Para que me
acostumbrara a él de nuevo, después del tiempo
separados. Me eché hacia atrás y dejé que me
llevara a ese maravilloso lugar entre el placer y el
dolor. Y entonces sentí que lo sobrepasaba, para
llegar a ese punto estremecedor en lo profundo de
mi vientre…

Mi respiración era cada vez más rápida. ¡Parecía que estaba


allí de verdad! Miré con nerviosismo hacia la puerta abierta, para
asegurarme de que no venía nadie. Ninguno de los chicos se había
movido en toda la noche. Ninguno había ido al baño.

¡Estábamos tan expuestos! Follando allí mismo,


en el suelo, en medio del salón. Al principio me
preocupaba que las puertas de Rogan y Mason
estuvieran abiertas. Podían salir en cualquier
momento. Nos verían.
Pero también era una de las cosas que más me
excitaban. Me ponía cachonda que uno de ellos
pudiera estar mirando. Que escucharan el sonido de
nuestros cuerpos, nuestros gruñidos y gemidos. Los
que no podía controlar, mientras me escurría y corría
con fuerza sobre la magnífica polla de Desmond…

Me removí bajo las sábanas, mis piernas se separaron un


poco. Joder, estaba mojada. Mojada de veras por leerlo. Y no solo
por leerlo, sino de pensar en Desmond. Al imaginar lo grande y
«magnífico» que podía ser y lo que podría sentir en mi interior, en el
papel de Emma.
Bajé una mano y, de repente, me estaba tocando. Frotándome
con fuerza contra la fina tela de encaje de mis bragas, que ya
estaban empapadas.
Leí el resto de la entrada metiendo y sacando dos dedos de mi
propia flor, imaginando que era Desmond el que estaba entre mis
piernas. Se había follado a Emma hasta regalarle dos intensos
orgasmos. Luego la había girado y la había penetrado con dureza
por detrás…
Era increíblemente gráfico. Como un diario sexual escrito por
alguien que sabía muy bien lo que estaba haciendo. Me sentí
dividida entre la admiración por esta chica, que tan elocuentemente
puso sus experiencias por escrito, y los celos de que ella pudiera
disfrutar de Desmond… y yo no.
Estás loca, Alyssa.
Sí y no. Quiero decir, yo sabía cómo estaban las cosas con
Desmond. Pero, al mismo tiempo, Emma se había ido. Y él estaba
solo. Yo también.

¡Se corrió tanto, de pleno, dentro de mí! Me bajó


por las piernas cuando terminó, y me temblaban.
Habíamos empapado la manta del sofá que
teníamos debajo. Tuve que arrojarla directamente al
lavadero o los demás notarían lo que habíamos
estado haciendo encima.

Se me cerraron los ojos. Hundí los dedos.


Ay, Dios mío…
Mi mano libre se deslizó por el plano de mi vientre, para
revolotear con celeridad sobre mi inflamado botón…
¡Joder, joder, joder!
Me vine con fuerza, igual que Emma en su diario. Gimiendo.
Revolviéndome. Metiendo y sacando tres dedos mientras me frotaba
el clítoris, hasta que me corrí con violencia bajo el calor súbitamente
sofocante del edredón.
Me quedé ahí sin aliento unos momentos, mirando al techo. El
mismo que miraba Emma. La misma cama en la que Emma había
dormido con Desmond y en la que probablemente había hecho
muchas, muchas otras cosas.
Todavía sumida en mi euforia, estiré la mano y volví a deslizar
el libro en la mesita de noche. Solo había leído unas pocas páginas
del diario y ya me moría de ganas de seguir. Quedaba mucho.
Y no me cabía duda de que las demás entradas serían igual de
asombrosas.
Capítulo 9

ALYSSA

—¡Hostia PUTA!
Mason soltó las palabras mientras se recolocaba las gafas, que
estaban cubiertas en tres cuartas partes de hielo y polvo.
Estábamos en la base de la montaña, respirando agitadamente.
Nuestras mejillas estaban sonrosadas y rojas por la estimulante
carrera, directos hacia abajo.
—¿Estás sorprendido? —bromeé.
—¡Sí! —exclamó—. Quiero decir… no, claro. Pero ¡vaya que
sí! Miró hacia atrás, al tramo final de la pista. Ni Rogan ni Desmond
se dejaban ver todavía.
—Te dije que te iba a ganar.
—Lo sé, pero…
—¿Pero pensabas que vencerías porque eres un tío?
La pregunta lo hizo dudar. Tanto que terminó encogiéndose de
hombros.
—No se trata de nacer chico o chica. —Le devolví la sonrisa—.
Crecí esquiando. Mis padres nos llevaban a menudo.
—Sí, vale. Pero…
—Vivía a menos de media hora de Great Gorge —continué—.
Me pasé toda la adolescencia allí con los amigos, esquiando de
noche, y no se parecía en nada a este polvito. Esquiábamos sobre
hielo duro. Aprendías a girar bien o te estampabas contra un árbol.
Tal cual.
La gente se agolpaba junto a nosotros en la cola para el
telesilla. Mason ahora me miraba con admiración. Su espeso cabello
oscuro estaba pegado de forma adorable a su cabeza, todo mojado
por la nieve derretida.
—Además… puede que estuviera en el equipo de esquí del
instituto —admití con timidez.
Se echó a reír y toda su preciosa cara cobró vida.
—Dios santo.
—Sí. —Le guiñé un ojo—. Pero no le contemos a los demás
esa parte.
Empezamos en la cima, tomando el Upper Nosedive en
Midway hacia el Lower Liftline. En lo que respecta a los recorridos,
era probablemente la forma más rápida de bajar. Los otros habían
saltado a una pista llamada Bypass, otra de dificultad avanzada. O
bien los retrasó o se habían perdido, porque ahora solo
quedábamos Mason y yo.
—Déjame preguntarte algo —dije, sintiéndome de repente
atrevida.
—Dispara.
—Después de nuestro pequeño encuentro en el pícnic de
verano… —Hice una pausa, observando atentamente su reacción
—. ¿Cómo es que nunca nos hemos…?
—¿Liado?
—Sí. Eso.
La cara de Mason, azotada por el viento, pudo haber
enrojecido un poco más. Era difícil adivinarlo.
—Bueno, para ser sincero, no estaba seguro de cómo te
sentías.
Extendí la mano y lo pinché con uno de mis bastones de esquí.
—¿Ah, sí? ¿En serio?
Parecía incómodo.
—S-supongo que quiero decir…
—¿Después de lo fuerte que te besé?
Dirigió sus ojos esmeralda hacia abajo, en dirección a nuestras
botas de esquí. Le hizo parecer muy mono, casi avergonzado.
—Tenía miedo —confesó por fin.
—¿De qué?
—De que no lo hicieras con esa intención —se limitó a decir—.
Nos habíamos tomado más de unas cuantas cervezas. Y cuando
volvimos a la oficina el lunes, actuaste como si no hubiera pasado
nada.
—¡Tú actuaste como si no hubiera pasado nada! —repliqué—.
¡Ni siquiera mirabas hacia mí!
Mason se pasó cuatro dedos por la maraña de pelo mojado y
por fin estableció contacto visual conmigo. Con el sol brillando en su
rostro ligeramente bronceado, parecía el hombre más guapo del
planeta.
—No quería ser pesado —explicó, encogiéndose de hombros
—. Estaba esperándote. Y a medida que pasaba el tiempo, supuse
que no estabas interesada.
—Así que estamos ante un caso de…
—¿Señales perdidas?
Me reí y mi risa surgió en forma de bocanadas blancas de
humo.
—Pues que me den —declaré.
Mason sonrió a la par que yo.
—Que nos den a los dos, en realidad.
La conversación decayó, mientras nuestras palabras se
asentaban. Pensamos en lo que significaban. En lo que podían
significar.
—Entonces, ¿qué te frena ahora?
¡Vaya, Alyssa!
¡No podía creerme que lo hubiera dicho! Iba totalmente en
contra de mi decisión previa al viaje de dejar que uno de ellos diera
el primer paso.
—¿Quién ha dicho que nada me detenga? —me desafió
Mason.
Me acerqué, abriendo las rodillas en una postura de
quitanieves. Dejando que sus esquís pasaran entre mis piernas.
—Llevo acordándome de esos besos casi seis meses —
admitió Mason. Cuando nuestros cuerpos se juntaron, su voz se
volvió grave—. Lo excitante que fue, en aquel claro. La sensación
de tu cuerpo, retorciéndose contra mí…
—¿El sabor de la sal y el sudor en nuestros labios? —bromeé.
—Oye —sonrió—, era verano.
Se arrimó y sus esquís se deslizaron aún más entre mis
piernas. La analogía no se me escapó.
—Un verano caluroso —prácticamente susurré. Nuestro aliento
ahora se mezclaba. Así de cerca estábamos.
—Un verano muy caluroso —reconoció—. Y muy…
—¡EH!
Nos dimos la vuelta justo a tiempo para llenarnos la cara de
nieve, mientras Rogan se detenía a nuestro lado. Mason casi se
cayó. Con sus esquís encajados tan profundamente entre los míos,
apenas pudo separarlos a tiempo para mantener el equilibrio.
—¡Dinos que le has ganado!
Desmond apareció junto a su amigo, una fracción de segundo
después. Sus mejillas sonrosadas y sus caras húmedas nos
miraban expectantes.
—Ojalá pudiera —sonrió Mason, avergonzado—. Me superó
justo al final.
Me aclaré la garganta de forma dramática.
—Si con «me superó» te refieres a que estuve en la cola del
teleférico durante medio minuto antes de que llegaras, entonces sí.
—Solté una risita—. Te superé.
—Equipo de esquí —afirmó Mason, señalándome con el
pulgar.
—¡Oye!
—Lo siento. —Se rio.
Lo golpeé con la cadera de forma juguetona.
—¡Pensé que eso quedaba entre tú y yo!
—Algunas cosas, sí. —Me guiñó un ojo—. ¿Pero eso? Ni de
coña.
—Sabes lo que significa esto, ¿no? —añadió Desmond,
sacudiendo su gorro.
—¿Que he ganado la apuesta?
—Sep.
—¿Y qué he ganado esta vez?
—Puedes elegir lo que haremos esta noche —respondió—. A
dónde vamos. Dónde vamos a comer, etc.
—Creía que todavía teníamos que hacer la compra.
—Sí —añadió Rogan—. A lo grande.
—Entonces voto por que comamos en casa —afirmé—.
Pillamos algunas cosas y tal vez os haga la cena.
—O tal vez nosotros te hagamos la cena —intervino Rogan—.
Al fin y al cabo, tú has ganado la apuesta.
Fingí que reflexionaba un momento, pero sabía muy bien que
era exactamente lo que quería. Tres tíos buenos, juntos en la
cocina. Cocinándome la cena, todos a la vez.
—Podría vivir con ello.
—Decidido entonces —concluyó Desmond, poniéndose de
nuevo el gorro.
Mason y yo intercambiamos una mirada secreta de despedida.
Una que anunciaba la promesa de que nuestra conversación
continuaría más adelante.
—Vamos a coger la telecabina hasta la otra cima —propuso,
señalando por encima de mi hombro. Dio un codazo a Desmond y a
Rogan al mismo tiempo—. Puede que haya algunas pistas de nivel
intermedio allí, así podréis seguirnos el ritmo.
Capítulo 10

ALYSSA

Pensé que ver a los chicos cocinar para mí sería divertido y


relajante. Una buena manera de desconectar después de un largo
día en las pistas.
Pero solo tenía razón en parte.
Era divertido, sin duda, pero también cualquier cosa menos
relajante. ¿El motivo? Los tres hombres metidos en la pequeña
cocina de nuestra cabaña eran muy sexis.
Estaba Mason, removiendo la salsa con una camiseta blanca
ajustada que revelaba sus abultados brazos. La probaba pasando
un dedo por la cuchara de madera y luego metiéndoselo en la boca.
Me quedé allí, con la copa de vino en la mano. Deseando ser ese
dedo. Quería que me probara a mí, mientras me guiñaba el ojo y
añadía más sal.
Rogan estaba ocupándose de una hogaza de pan italiano
caliente, colocando tiras de pimiento asado y una bola de queso
mozzarella rallada. Arrancó un trozo, me lo tendió y, cuando me
incliné hacia delante para que me diera de comer, la punta de su
dedo tocó mi lengua extendida…
Mierda.
Y luego, Desmond, hirviendo la pasta. El dios de amplios
hombros al que no podía dejar de mirar, hiciera lo que hiciera.
Desde la noche anterior, había subido unos cuantos peldaños en mi
lista mental, y ya estaba bastante alto. No paraba de imaginármelo
desnudo, en el sofá. O en el suelo, frente a la chimenea, con su
ancha y musculosa espalda flexionándose y agitándose mientras
bombeaba dentro de su novia su cálido y maravilloso semen.
Los pensamientos me hacían sonrojarme tres veces más de lo
normal y los chicos ya se habían dado cuenta. Yo le echaba la culpa
al vino. Lo atribuía a un día de esquí bajo el frío viento invernal,
cuando en realidad solo podía pensar en una cosa: el diario de
Emma.
Durante todo el día que pasamos juntos, así como durante
nuestra pequeña excursión para hacer la compra, mi mente volvió a
detenerse en el pequeño libro jaspeado que tenía en la mesilla de
noche. Me moría de ganas de volver a cogerlo. Estaba deseando
ver qué otros acontecimientos habían ocurrido aquí en la cabaña o,
incluso mejor, en mi propia cama.
Comimos juntos, la cena estaba deliciosa. Los chicos se
habían superado en la cocina y en cuidarme también. El fuego
rugía, la cabaña estaba caliente. Estábamos relajados en el
equivalente a nuestros pijamas y, a menos que te acercaras a las
ventanas, no había ni rastro del frío que acechaba fuera.
—Así que todos los años celebráis la Navidad en esta cabaña
—comenté mientras retirábamos los platos.
—Prácticamente —dijo Desmond—. Un año estuvimos dos
semanas en Europa y vimos un montón de cosas. Y una vez
pasamos las fiestas en la playa. —Sonrió.
—Bermudas, por lo que he oído.
—Sep.
—Debió de ser demasiado parecido a Florida —señalé.
—Oh, es mucho mejor que Florida —declaró Mason. Se
recostó en la silla y meneó el brazo—. Aun así… no me gustó tanto
como esto.
Como originaria de Jersey, tenía que estar de acuerdo. La
Navidad no era Navidad sin el cambio de estación. Necesitabas el
frío. Y, todavía mejor, la nieve.
—En Australia ahora mismo es pleno verano —señaló Rogan
—. Deberíamos hacerlo un año. Bajar al sur.
Mason levantó la botella de la que estaba bebiendo.
—Brindo por ello.
Eché un vistazo a mi alrededor, de pared a pared, de viga a
viga. Desmond me observaba, así que le devolví la mirada.
—¿Dónde están los adornos?
Me la mantuvo, al tiempo que se rascaba su sensual perilla
rubia. Entre sus descarnados ojos azules y su preciosa sonrisa,
daban ganas de comérselo.
—¿No sueles poner nada? —pregunté—. Quiero decir, vamos
a pasar la Navidad aquí, al fin y al cabo. ¿No?
Durante uno o dos segundos pareció incómodo y me pregunté
qué pasaba. Los amigos intercambiaron muecas de incomodidad y,
luego, intervino Mason.
—Emma solía encargarse de todo eso —afirmó con rotundidad
—. No quiero sonar sexista ni nada por el estilo, pero era una
especie de asunto suyo.
—Genial —respondí, quitándole importancia—. ¿Dónde está
todo?
—Ahí mismo —contestó Desmond, levantando la barbilla hacia
el cielo—. Hay un montón de cosas arriba, en el desván.
Capítulo 11

ROGAN

Era divertido verla trabajar. Contemplarla dando saltitos de


alegría por la cabaña con todos los adornos navideños, mientras
nosotros nos relajábamos con cerveza y pretzels.
Y, por Dios, también era tan jodidamente sexi. Sus labios
carnosos. Su bonita cara de chica corriente. Me encantaba la forma
en que se le agitaba el cabello mientras se dedicaba a sus tareas,
colgando coronas y atando luces. Colocaba todos los viejos adornos
de las Navidades que Desmond pasó aquí en su infancia, rebosante
de esa alegría y entusiasmo especiales que solo aparecen en la
gente durante las fiestas.
Su cuerpo era magnífico, sobre todo sin la ropa de esquí. Y no
llevaba nada especial, en realidad. Una camiseta y un pantalón de
chándal, convertido en un short muy corto que dejaba ver sus largas
y tonificadas piernas.
—¿Esto está recto?
Desmond dio otro trago al botellín antes de responder.
—Asómate un poco más —le ordenó en tono juguetón—. No
puedo asegurarlo.
Alyssa frunció la boca en forma de «ja, ja», pero hizo lo que él
le pedía. Estaba en el loft del desván, aferrada al balcón con un
brazo. Intentaba enderezar uno de los ornamentos sobre la puerta
de la cabaña, mientras se balanceaba apoyándose en una pierna
delgada y muy bronceada.
—Ahora gira —añadió Mason.
—No puedo girarlo.
—No el adorno —se rio—. Tú. Gira hacia la pared un poco,
para llegar mejor.
Se detuvo, dejando la decoración donde estaba para colocarse
una mano en la cadera.
—Empiezo a pensar que ha estado recto todo el rato —
comentó ella—. Y solo queréis verme el culo.
—Quizá. —Mason se encogió de hombros.
Me reí y nos echamos a reír todos juntos. Estábamos
haciéndolo mucho en este viaje, lo de reír al unísono. Lo que me
recordó…
…a Emma.
—Vale, está bastante bien —dijo Desmond.
—La corona —lo retó Alyssa—. ¿O mi culo?
—Ambos, la verdad.
—De acuerdo entonces —contestó con una risita, bajando
ágilmente por la escalera de madera—. Mientras hayamos resuelto
eso.
Maldita sea, era preciosa. Tan curvilínea y femenina, con ese
cabello castaño de seda cayendo por el centro de su espalda. Cavilé
distraídamente si le llegaría al culo. Me pregunté aún más qué se
sentiría al envolver los puños en él, con los dedos recorriendo
despacio ese mar brillante y rizado.
Anoche tuve que alejarme de la conversación en su dormitorio.
Joder, prácticamente había despreciado la invitación de Alyssa de
mantenerla caliente.
Fue una de las cosas más difíciles que había hecho jamás.
Estaba tremendamente frustrado por nuestro «trato». Mierda,
me arrepentía de él. Mi propia estupidez me tuvo en vela toda la
noche, dando vueltas en la cama. Me reprochaba no haber dado un
paso o dos más, mientras Mason roncaba feliz al otro lado de la
cama.
Podrías romperlo, sabes…
Era condenadamente tentador. Casi tanto como ella. Los tíos
se cabrearían, por supuesto, pero acabarían por entenderlo. Al
principio pensé que sería sencillo mantener la relación platónica y
actuar una vez que volviéramos a casa. Pero ahora…
Ahora sentía cierta urgencia. No solo por mi necesidad de
volver a estar con ella, sino por el hecho de que Mason iba a pasar
todo el viaje con una chica con la que ya había llegado a la primera
base. Si todavía existía alguna atracción, podría aflorar. Y ahí
estaría yo, aguantando como un idiota. Sentado sobre mis manos,
con ambos pulgares metidos en el culo…
Y, por supuesto, también estaba Desmond. Me di cuenta de la
forma en que la miraba. Era una mirada que había visto demasiadas
veces antes, en todos nuestros viajes. Solo que entonces…
Entonces, estaba más que bien.
Sí. Lo estaba.
Y sabes exactamente por qué.
Me terminé la cerveza y me levanté para coger otra. Alyssa
pasó por delante de mí, muy sonriente. Mis fosas nasales captaron
un suave olor a algo floral y dulce. Algo que hizo que el resto de mis
sentidos se activaran y hormiguearan, como la noche anterior en su
habitación.
Tal vez fuera a verla más tarde. Esperaría a que los demás se
durmieran y me acercaría sigilosamente a su cuarto para ver si
seguía despierta.
Quizá me arriesgara a que los demás se enfadaran, pero solo
porque ellos no se habían decidido primero. Y, por supuesto,
también cabía otra posibilidad: los tres podíamos toparnos a
medianoche en el pasillo.
Capítulo 12

ALYSSA

Después de ocho horas en la montaña —seguidas de todo el


recorrido— los cuatro estábamos físicamente agotados. Desmond
se estaba quedando frito en el sofá. Mason, con la mirada perdida
en el fuego. Rogan y yo habíamos jugado dos partidas a las damas,
por gentileza de una caja desgastada que había encontrado en el
desván. Hasta ahora íbamos uno a uno. Empate.
Mañana prometía ser un gran día. Íbamos a explorar Stowe
juntos. Descubrir el pintoresco y tranquilo pueblo y disfrutar de la
vida nocturna más tarde, cerca de la base de la montaña.
Era la excusa perfecta para retirarnos por hoy.
Una hora más tarde, la cabaña estaba a oscuras y en silencio,
salvo por el cálido y centelleante fuego. Me encontraba cobijada
bajo las mantas, con el diario de Emma ya en la mano. Lo abrí por la
siguiente entrada y empecé a leer.

Me moría de ganas de que llegara la noche. Por


lo que estaba a punto de suceder.

Al parecer, se saltaba los acontecimientos del día y pasaba


directamente a lo bueno. Lo cual me parecía correcto.
Habíamos hablado de ello. Habíamos
fantaseado con ello durante semanas. Y ahora, de
repente, esta noche… por fin iba a pasar. Las
mariposas me golpeaban el interior del estómago.
Casi lo suficiente como para provocarme náuseas.

Intrigada, leí los detalles iniciales de su encuentro. Todo estaba


ocurriendo en esta habitación, en esta misma cama. Emma estaba
haciéndole un oral a Desmond. Se lo metía con fuerza en la boca y,
después, subía y se empalaba en él.

Lo sentía más grande que nunca dentro de mí,


duro como el acero y tan dolorosamente grueso.
Extendí las manos sobre su pecho y bajé hasta el
fondo, hasta la base. No me detuve hasta que quedó
enterrado del todo y, entonces, me paré a saborear
la sensación de plenitud que me producía estar tan
maravillosamente llena.

Un calor familiar se alzó en mi interior, comenzando en mi


abdomen. Yo misma sentía las mariposas. Pero no podía apartar los
ojos. No podía evitar que recorrieran el diario, sin interrupción, a la
fría y filtrada luz de la luna:

Lo cabalgué durante cinco minutos, tal vez diez.


Sin embargo, me pareció una eternidad. La
anticipación de lo que estaba a punto de suceder me
tenía más mojada de lo que había estado en la vida.
Sabía lo que haríamos… pero no sabía cuándo, ni
cómo, ni en qué circunstancias. Solo sabía que lo
deseaba. Lo deseaba más que nada en el mundo.
Y pude ver, mirándolo a los ojos… que él
también.
Las manos de Desmond se mantuvieron en mis
caderas, empujando y tirando de mí arriba y abajo
sobre su virilidad. Llevándome a un frenesí tal que
podía oír mi propia humedad. Se inclinó hacia
delante y aplastó la cara contra mis pechos. Chupó
uno y luego el otro; se ensañó con ellos entre los
labios, los recorrió con la lengua, mientras yo seguía
cabalgando sobre él, cada vez más cerca del
inevitable límite…
¿Y justo cuando estaba a punto de explotar? Me
empujó hacia abajo. Grité cuando me apartó de su
hermosa polla. Sus manos guiaron mis hombros
hasta que volví a arrodillarme entre sus piernas. Y
entonces se la estaba mamando, hasta el fondo.
Saboreando mi humedad por toda su longitud,
mientras él pasaba los dedos por mi pelo y sus
manos se enrollaban formando dos apretados
puños…
Estaba bocabajo. Con el culo al aire.
Chupándosela a mi novio con fuerza y rapidez,
mientras él me guiaba la cabeza con ambas manos.
Y entonces lo oí; la puerta, que crujía al abrirse a mis
espaldas. Al menos, pudo ser la puerta. También
podría haber sido mi imaginación.
Pero no lo era.
Conseguí mirar hacia arriba, directamente a sus
ojos. Necesitaba confirmación, pero Desmond ya
estaba mirando por encima de mi hombro. ¡Mi
corazón martilleaba! Se me formó un nudo en el
estómago. De alguna manera, mantuve la calma,
seguí esforzándome en la tarea que tenía entre
manos…
Y fue entonces cuando sentí que dos manos
extrañas se posaban sobre mis caderas.
Creo que suspiré o gemí en voz alta. Ni siquiera
lo sé. Todo lo que recuerdo es que me detuve para
mirar hacia atrás, para ver cuál de ellos era. Me
acuerdo de haber mirado a Rogan a los ojos,
mientras se acomodaba detrás de mí. Noté la suave
desnudez de su cuerpo bellamente musculado y,
luego, volví a centrarme en la mirada llena de lujuria
de mi novio.
Desmond apretó los puños, guiando mi boca
hacia la cabeza de su pene. Yo estaba demasiado
ida para hacer otra cosa que no fuera obedecer. Lo
recibí hasta el fondo, con todo mi cuerpo temblando
de excitación…
…y fue entonces cuando su amigo introdujo
despacio su polla en mi coño…
Capítulo 13

ALYSSA

¡Hostia puta! ¡No daba crédito!


Lo leí otra vez, y otra vez después de esa. Cada una de ellas,
me dejaba con la boca aún más abierta. Cada lectura me mojaba
mucho más.
La estaban compartiendo.
La revelación era pasmosa, pero también indeciblemente
excitante. Ahora sostenía el diario con dos manos temblorosas.
Sentí una descarga de adrenalina. Los mismos nudos de excitación
que debía de sentir Emma en la boca del estómago.
¡Por eso siempre se iba de viaje con ellos!
Un tronco crujió con fuerza en el fuego. Miré con miedo a
través de la puerta abierta, hacia el pasillo. Pero no había nadie.
Recordé todo lo que sabía de Emma, cuando aún estaba en la
empresa. Era morena, menuda y guapa. Algo callada, un poco
tímida. Ya estaba saliendo con Desmond cuando me contrataron.
Hacía poco que lo habían ascendido, de trabajar en las obras a
supervisar desde la oficina.
¿Emma? Pensé para mis adentros, muy despierta de repente.
No parecía de ese tipo.
Emma… tirándose a Desmond y a Rogan.
Volví a abrir el libro donde mi pulgar había marcado la página.
La entrada no había terminado. Ni de cerca.
Era una locura lo fácil que había sido todo. Lo
rápido que habíamos pasado de la fantasía del
dormitorio a la cruda realidad. Pero eso era todo,
estaba sucediendo. Rogan me estaba follando de
verdad. Clavándomela profunda y lentamente desde
atrás, mientras yo se la chupaba a mi novio y me
balanceaba de uno a otro.
Y la sensación era absolutamente increíble.
Tardé unos minutos en dejarme llevar y disfrutar
de verdad. Ni siquiera me di cuenta de que me había
puesto tensa. Entonces, Desmond empezó a
masajearme los hombros y mi cuerpo se relajó. Se
sentó y me cogió la cara con sus dos grandes y
suaves manos. Y, de repente, me estaba besando.
Me besaba y lamía acaloradamente, mientras su
amigo me clavaba las manos en las caderas y me
follaba desde atrás.
Esa era mi parte favorita: cómo me agarraba
como si fuera suya. Cogió una de mis manos y
entrelazó nuestros dedos, mientras me susurraba al
oído que todo iba bien. Empecé a devolverle las
embestidas. Me di permiso a mí misma a medida
que los últimos sentimientos de culpa desaparecían
de mi mente. Entonces, los susurros empezaron a
ser más groseros. Más sucios. Y empecé a
humedecerme aún más solo de pensar en las cosas
que Desmond me decía; las que me harían. Las
posiciones que quería probar. Todos los pervertidos
actos que ahora se abrían ante nosotros, que él
necesitaba que yo hiciera.
Y supe en ese momento que lo quería todo.

Tuve que parar un momento. Mis pulsaciones eran


atronadoras, tenía la boca seca. Mi mano —que tenía voluntad
propia— quería volver a vagar. Desplazarse hacia el sur, hasta el
lugar que pudiera proporcionarme aunque fuera una fracción del
mismo placer que Emma estaba experimentando aquí, en su diario.
Seguí leyendo mientras ella detallaba sus pensamientos, sus
sentimientos. El conflicto visceral que se estaba desarrollando en su
mente, al verse abrazada y besada por su novio… mientras uno de
sus mejores amigos hacía lo que quería con ella.
Y, aparentemente, le encantaba.

Rogan iba más fuerte ahora, más rápido y


profundo. Se estaba enroscando contra mi culo
trazando círculos apretados y sensuales. Entonces,
de repente, se detuvo y se puso rígido, y supe lo que
estaba a punto de suceder. Miré a Desmond a los
ojos y me dijo:
—Deja que se corra dentro de ti.
Me estoy retorciendo incluso ahora, mientras
escribo esto. Porque dejadme deciros que no hay
nada —y me refiero a absolutamente nada— en todo
el planeta que pueda prepararte para lo excitante
que es que tu amado novio te ordene que pruebes la
leche de otro hombre…
Rogan explotó un momento después y yo con él,
apretándolo mientras lo sentía contraerse. Cerré los
ojos a medida que me llenaba de su cálida y
pegajosa semilla. Desmond me besó la cara, una y
otra vez. Las mejillas. La barbilla. La frente.
Fue dulce y sensual. Y, en ese momento, lo
mejor del mundo entero.

Ahora me estaba frotando con fuerza, con tres dedos metidos


en mi propia entrada palpitante. Me imaginaba que mi vientre era el
de Emma, desbordado por el semen de Rogan. Que su placer era
también el mío. Me estaba hundiendo bajo las sábanas y el
edredón.
Y entonces el siguiente párrafo me dejó de nuevo pegada
contra el cabecero de la cama.

Me dieron la vuelta juntos, tumbándome sobre mi


espalda. Me colocaron las manos en el interior de los
muslos y me abrieron de piernas. Fue entonces
cuando levanté la vista y vi a Mason, de pie en la
puerta… y mi corazón se saltó unos cuantos latidos.
Ya se había quitado la camiseta. Lo había visto
antes, por supuesto, pero ahora estaba desatando el
cordón de su pantalón de deporte, mientras me
miraba directamente a los ojos. Me sentí desnuda y
expuesta ante él, pero solo por un instante. Entonces
recordé nuestro trato —que iba a ser todo o nada—
y doblé un dedo en su dirección, indicándole que se
acercara, mientras Desmond seguía sosteniéndome
en su cálido regazo desnudo.
Los pantalones de chándal cayeron, revelando
solo más desnudez debajo. Nada más que la gruesa
y pesada virilidad que colgaba entre sus piernas.
Y luego lo tuve en la cama. Arrastrándose entre
mis muslos y acariciándose a sí mismo con un brazo
grande y hermoso. Lo perdí de vista cuando
Desmond se agachó y, de repente, me volvían a
besar. Mi novio y Rogan, juntos, como uno solo.
Se turnaban para hacerlo, mientras me pasaban
las manos por todo el cuerpo. Estaban
manoseándome las tetas. Haciendo girar las areolas
entre sus pulgares, mientras yo les agarraba la
cabeza y los atraía con tanta fuerza contra mis labios
que cada bocanada de aire que tomaba les
pertenecía a ellos también.
Me besaron una y otra vez hasta que por fin lo
sentí: la cabeza del miembro de Mason, arrastrada
de un lado a otro por los surcos de mi sexo. La
notaba más grande que las otras. Y tan maravillosa
e imposiblemente gruesa, mientras se abría paso…

Dejé caer el diario y me metí los dedos por última vez mientras
todo mi cuerpo empezaba a convulsionar. El clímax que siguió fue
alucinante. Me olvidé literalmente de todo lo demás, ya que mi
cerebro quedó inundado por un océano de dulces endorfinas que
borraron de mi mente cargada de lujuria todo lo que no fuera el puro
placer destilado de aquel precipitado orgasmo.
¡Jooodeeeer!
Me corrí dos veces en rápida sucesión, algo que solo me había
pasado una o dos veces en la vida. Me encontré arañando las
sábanas con la mano que tenía libre. Me agitaba con desesperación
bajo el edredón, mientras descendía despacito del séptimo cielo.
Era una locura. No, ¡era ridículo!
Pero había sucedido de verdad, todo. Y sucedió aquí. En esta
misma cabaña, con estos mismos hombres. Los mismos tres que
me habían invitado a su viaje y que habían estado coqueteando
conmigo todo el tiempo.
A quienes yo había correspondido descaradamente.
Capítulo 14

ALYSSA

—Ah, ¡aquí está!


Entré en la cocina con el olor del beicon chisporroteando y el
albornoz bien ceñido al cuerpo. Alguien me pasó una taza de café.
Otra persona, una espátula.
—¿Puedes terminar las tortitas? —preguntó Desmond con una
sonrisa.
Di un largo trago al café antes de responder. Mucha leche, un
poco de azúcar. Habían acertado.
—Eso creo.
—Bien —dijo, señalando la sartén—. Al lío.
Mason estaba batiendo una tanda de huevos, añadiendo leche
para que quedaran esponjosos, en lugar de un chorrito de agua.
Tendría que enseñarle, pero no ahora. Rogan ponía tiras de tocino
en un plato cubierto de papel de cocina. Los tres se movían con
decisión, probablemente porque la cafetera ya estaba vacía.
También parecían de muy buen humor.
—Deberíais haberme despertado —murmuré—. Me siento mal.
—Pensamos que te dejaríamos dormir hasta tarde —dijo
Rogan—. El poder reparador del sueño y todo eso.
—Sí, pero…
—Pero nada —respondió Desmond—. Seguro que estabas
agotada después de la paliza que nos diste esquiando. —Señaló
con la cabeza hacia la sartén—. Mejor dales la vuelta.
Bostecé y giré las tortitas, dándome cuenta de que ya llevaba
treinta segundos de retraso. Oh, bueno. Todavía quedaba masa.
Sin embargo, no era en las tortitas en lo que me concentraba.
No, lo único en lo que podía reflexionar era en lo de anoche. El
diario de Emma. Lo que contenía…
Increíble.
Mi mirada pasó de Desmond a Rogan y también a Mason.
Ahora los miraba con otros ojos. Era como ver a tres personas
diferentes, a unos hombres que nunca había conocido. Y, sin
embargo, eran los mismos tres guapos compañeros de trabajo de
los que había sido amiga, con los que había coqueteado, incluso
con los que me había enrollado, en los últimos dos años.
Solo que ahora…
Ahora no dejaba de imaginarlos haciendo las cosas de ese
diario. Me imaginé a Desmond, sosteniendo la cara de Emma entre
sus dos grandes manos. Besándola como un amante, mientras
Rogan penetraba a su novia desde atrás. Seguía visualizando a
Mason, de pie en la puerta. Acariciándose de arriba abajo mientras
se subía a la cama…
—Tira esas. —Desmond se mofó de mis tortitas—. Venga.
Déjame aclarar la sartén.
Se la pasé sin pensar, mientras estudiaba su cara. Me imaginé
su expresión al presenciar cómo su novia hacía todas aquellas
locuras.
La compartían. Los tres.
Seguía sin dar crédito. Aunque, de alguna forma, sí lo hacía.
Se turnaban con ella. Pasaban su cuerpo de un lado a otro,
entre ellos.
Había leído un poco más después del orgasmo. Lo suficiente,
al menos, para ver cómo había transcurrido el resto de la noche.
Desmond había visto que Mason abría a Emma y la penetraba hasta
que casi pedía clemencia. La folló hasta que no pudo más y, luego,
se vació dentro de ella tal y como había hecho Rogan.
Después, Desmond la había inmovilizado cogiéndola por las
muñecas. Volvió a introducirse en ella y aprovechó su turno. Los
demás se habían quedado observando, descansando a ambos
lados de ella. Habían jugado sin prisa con su cuerpo. La habían
besado suavemente, sin parar, mientras su novio la follaba lenta y
profundamente.
La noche terminó con una tercera corrida en el vientre de
Emma y, luego, los dos se acurrucaron bajo las sábanas. Cuando
los demás se retiraron a sus habitaciones, ella le dijo lo mucho que
había disfrutado de todo aquello. Le dio las gracias por cumplir su
fantasía, que él señaló que había sido su fantasía, de los dos.
Y luego agregó algo que hizo que se me revolviera el
estómago, justo antes de que terminara la entrada.
Emma comentó que estaba deseando repetir.
—Toma —indicó Desmond, devolviéndome una sartén limpia y
reluciente—. Úntala con mantequilla y vamos allá. Los huevos ya
casi están hechos.
Tragué con fuerza. Por alguna razón, tenía un nudo en la
garganta.
Sabes la razón.
Mecánicamente, reproduje los movimientos para preparar la
siguiente tanda de tortitas. Pero no pude evitarlo. Miraba de reojo a
los demás. Me los imaginaba a todos follando juntos, con la novia de
Desmond, retorciéndose acaloradamente entre sus piernas.
Tres años.
Recordé la fecha de la entrada del diario. Eso de por sí ya era
asombroso.
¡Se tiraron tres años compartiéndola!
Dos y medio por lo menos, pensé. Desmond y Emma habían
roto antes de verano. Por otra parte, no había leído nada más, así
que no sabía a ciencia cierta si habían vuelto a hacerlo. Es posible
que fuera algo puntual. Cumplir una fantasía de hacía mucho
tiempo. Pero por la forma en que Emma hablaba del tema…
Bueno, ni de coña me lo creía.
—Tienen buena pinta —comentó Desmond señalando con la
cabeza las tres perfectas tortitas que acababa de girar—. Sácalas
ya. Vamos a comer.
Un minuto más tarde estaba en mi sitio de la pequeña mesa
redonda, estudiando a los chicos por encima del borde de mi taza
de café. Estaban riendo y conversando. Se pinchaban unos a otros
y me daban codazos para que reaccionara. El mismo tipo de cosas
que siempre habían hecho, y yo siempre me había reído con ellos.
Solo que ahora tenía una bandada de mariposas revoloteando
en el estómago.
Capítulo 15

ALYSSA

Stowe era tan bonito como en todas las fotos que había visto, y
no habían sido pocas. Pero, ahora, durante las fiestas…
Bueno, las cosas estaban a un nivel totalmente diferente.
El pequeño y tranquilo pueblo se concentraba en la confluencia
de tres carreteras principales. Las edificaciones eran, en su
mayoría, antiguas casas coloniales. Cada una de ellas estaba
decorada con calidez por dentro y por fuera brillaba con luces
navideñas de todos los tamaños y colores imaginables.
De día, el lugar era absolutamente precioso. Todas las casas y
tiendas estaban ornamentadas a lo grande. En casi todos los
jardines delanteros había un abeto con luces centelleantes, hasta la
imponente presencia de la enorme estación de esquí, en lo alto de
la montaña.
Por la noche todo brillaba, reflejado por las capas de hielo y la
nieve blanca y brillante. Condujimos durante un buen rato,
disfrutando de la compañía mutua mientras apreciábamos de las
vistas. Tomamos chocolate caliente en el espacioso y viejo camión,
cobijados bajo nuestros gruesos abrigos de invierno.
—Me muero de hambre —dijo finalmente Rogan.
Mason levantó el brazo.
—Secundo la moción.
Desmond se echó a reír desde el asiento del conductor.
—¿Todos a favor de Harrison's?
Los cuatro nos pusimos de acuerdo a la vez y el camión giró.
Habíamos pasado por el bar-restaurante, con una apariencia
estupenda, hacía diez minutos. Desde entonces, habíamos estado
mirando las fotos y las reseñas en internet: el lugar parecía cálido y
acogedor y tenía unas hamburguesas con un aspecto fantástico.
Nos sentamos en la barra durante casi una hora mientras
esperábamos mesa, pero no me importó en absoluto. El local era
precioso. Su construcción de madera teñida se extendía en todas
direcciones. Compartíamos una jarra de cerveza y esperábamos
nuestro sitio.
—Por cierto, la cabaña ha quedado muy bonita —me dijo
Desmond—. Has hecho un trabajo estupendo.
—Lo he intentado. —Sonreí—. Aunque todavía le falta una
cosa.
—¿Cuál?
Sacudí la cabeza mientras me lamía la espuma del labio
superior.
—¿No es obvio? ¡El árbol de Navidad!
Mason se apoyó en la barra, mirando fijamente hacia mí.
Llevaba toda la noche mirándome de reojo y con medias sonrisas.
Nada malo, pero casi parecía que sabía algo. Algo que yo ignoraba.
—Hay un árbol de Navidad con lucecitas en el desván —
comentó Rogan—. ¿No lo has visto?
—Sí, lo vi.
Enarcó una ceja.
—¿Y?
—Y parecía el primer árbol de plástico de la historia. —Me reí
—. Lo hicieron de cualquier manera.
Mason se echó a reír, incluso cuando la cara de Desmond
exhibió una expresión de cierta molestia.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Desmond—. ¡Hemos
utilizado ese árbol durante toda mi infancia!
—Tiene razón —añadió Mason—. Esa cosa es… bueno…
—¿Andrajosa? —inquirió Rogan con indiferencia.
—Sí. Y eso es ser muy suave.
Desmond frunció el ceño, pero le apreté el brazo de forma
reconfortante.
—Me da exactamente igual —aseguré—. Podemos usar ese si
de verdad quieres. O…
Dejé que las palabras se perdieran, ya que se me ocurrió otra
cosa.
—¿O qué?
—No importa —respondí—. Dejad que me encargue yo. El
árbol corre de mi cuenta.
—¿De tu cuenta? —preguntó Mason.
—Sí, tengo una especie de plan —admití—. Sin embargo,
puede que necesite el camión —señalé, volviéndome hacia
Desmond.
Me miró con escepticismo.
—¿Sabes conducirlo?
Me reí con ganas.
—En Jersey, nacemos con un camión debajo del brazo. ¿Qué
te crees?
—Caramba —soltó Mason, visualizando mi alarde.
—Solo esperad hasta mañana —le dije—. Ya veréis. Dejadme
ocuparme del árbol.
Brindamos por el día de mañana y apuramos nuestras copas
justo a tiempo para que nos indicaran nuestra mesa. La cena fue
excelente. La compañía, aún más. Con cada hora que pasaba, las
cosas se volvían todavía más informales, más relajadas. El alcohol
ayudaba, por supuesto, pero era divertido pasar el rato con los
chicos.
Con el tiempo, incluso me olvidé de la noche anterior.
Empezamos a hablar del trabajo y eso nos llevó a una decena
de historias hilarantes, cada una más graciosa que la anterior.
Mason tuvo algunos viajes de negocios interesantes con gente muy
extraña. Desmond contó anécdotas de su paso por las obras y
algunas de las maravillosas estupideces de los clientes. Las
historias de Rogan tenían lugar dentro de la oficina, con gente que
conocíamos. Me enteré de los trapos sucios de un montón de
colegas. Y como las bebidas corrían, yo también di detalles jugosos.
Sin embargo, lo que más me sorprendió fue lo fluido que iba
todo entre ellos. Llevaban mucho tiempo siendo amigos, mucho
antes de que yo dejara Jersey y llegara a Florida. Interrumpían las
narraciones de los otros. Se completaban las frases mutuamente. Y
se entendían como hermanos, incluso cuando parecía que se
burlaban sin piedad de los demás.
Era obvio que seguirían compartiendo sus vidas mucho tiempo.
Lo cual, en mi fuero interno, parecía justificar —al menos un poco—
cómo podían compartir también algo tan tabú como una mujer.
Al final, salimos todos a trompicones a la nieve, que ahora caía
con fuerza. Desmond había dejado de beber hacía horas, después
de solo un par de cervezas. Arrancó el camión mientras subíamos y
nos señaló la dirección de la montaña de Stowe.
—¿Todavía queréis ir al albergue esta noche?
Ese había sido el plan original: terminar el día visitando la zona
nocturna de la base de la montaña. Solo que ahora…
—¿Tal vez mañana? —propuso Mason.
Estaba sentado en el asiento trasero conmigo, nuestros
cuerpos se inclinaban pesadamente el uno contra el otro. Para
calentarnos, claro. Pero también por el confort de estar cerca.
—Estoy contigo —dijo Rogan—. Llevamos todo el día dando
vueltas por el pueblo. Dejemos el albergue para otra noche.
En la oscuridad del asiento trasero, la mano de Mason
encontró la mía.
—Además —comentó—, la verdadera fiesta siempre ha estado
en nuestra cabaña, de todos modos.
Relajé la mano, dejando que sus dedos se entrelazaran con los
míos. Mason volvió a lanzarme esa mirada de reojo. Sus ojos
brillaron con peligro en la penumbra, conforme me daba un suave
apretón.
—A casa, pues —señaló Desmond, haciendo girar el camión.
Capítulo 16

MASON

Me encantaba todo de ella. Su corazón. Su ingenio. La forma


en que siempre se echaba el pelo hacia atrás, justo antes de reír.
Todo eso. Lo tenía absolutamente todo.
Y, por supuesto, también estaba lo de anoche…
—Yo digo que es el coronel Mostaza, en el estudio, con el
revólver.
Nos miró a cada uno, con los ojos encendidos por la creciente
excitación. Parpadeaba con aquellas pestañas absurdamente
largas, mientras nadie respondía nada.
—Ahora no tenéis nada que decir, ¿eh? —Alyssa se rio—. Se
acabó la palabrería. ¿No más discursos grandilocuentes sobre ser
los mejores?
Desmond dejó caer sus cartas. Yo hice lo propio. Alyssa
alcanzó con alegría el centro del tablero y sacó las cartas del sobre
secreto. Una por una, les dio la vuelta.
Coronel Mostaza. El estudio…
La cuerda.
—Joder —maldijo y su cara se mostró abatida—. Pero qué…
Rogan sonrió de una manera diabólica y levantó la carta del
revólver. Alyssa gruñó.
—¡Te pregunté por el revólver hace tres turnos!
—De eso nada.
—¡Sí lo hice!
Rogan se echó a reír.
—¿Oh, sí? Demuéstralo.
Alyssa saltó bruscamente sobre el tablero y lo derribó, casi
volcando su vino. Desmond estiró la mano en el último segundo y lo
atrapó, mientras ellos rodaban por el suelo de forma juguetona.
Sin duda, las cosas habían ido progresando a un ambiente
más íntimo desde que comenzó la noche. Habíamos jugado una
partida de Pictionary, pero no había sido justa. Con Alyssa y
conmigo en el «Equipo Arquitecto», habíamos destrozado a los
demás. Además, resultó que sí que sabía dibujar.
Intentamos jugar a las damas chinas, pero nadie recordaba las
reglas y faltaban la mitad de las fichas. Rogan había sugerido el
«strip Monopoly», pero Desmond lo miró mal.
—No nos vamos a desnudar con el Monopoly —había
declarado nuestro anfitrión.
Yo me había reído y señalado que ni siquiera conocía la
existencia de tal variante. Pero Alyssa sonrió con picardía y dijo que
era una pena. Afirmó que lo habría sopesado seriamente, porque las
«apuestas iban a su favor».
Ahora mismo Rogan estaba encima de ella, inmovilizándola.
Estaban nariz con nariz, cara a cara. Tenía que admitir que me
estaba poniendo un poco celoso.
—No le encuentro las cosquillas —gruñó Rogan.
—¿Quizá no estás buscando en los sitios adecuados? —se
burló Alyssa.
Le soltó las muñecas y deslizó las manos bajo sus axilas. Se
volvió loca al instante, riendo y sacudiéndose, con el pelo alborotado
sobre su rostro risueño.
Mis pensamientos retrocedieron a la noche anterior. A nuestra
casi cita, que había terminado bruscamente conmigo de pie en el
pasillo…
Hostia puta.
Había permanecido casi una hora en la cama, mirando al
techo. Debatiendo si debía o no ir a verla. Significaba traicionar a los
chicos, por supuesto, pero en última instancia sentía que debía
tener la primera oportunidad. Al fin y al cabo, yo era el que la había
besado. Yo era por quien ella admitió sentirse atraída, durante
nuestra conversación en la base de la montaña.
No me costó nada salir al pasillo una vez que Rogan se
durmió. Pero justo en la puerta de su habitación…
Bueno, ahí vi algo que me dejó estupefacto.
—De acuerdo, de acuerdo —gritó—. ¡Me rindo!
Se desenredaron poco a poco y los dos se sentaron. Rogan
buscó su cerveza. Alyssa se recogió el pelo detrás de las orejas y
Desmond le devolvió el vino.
—Eres bastante divertida. —Rogan sonrió—. ¿Lo sabes?
Alyssa tomó un largo trago de su copa. Felizmente achispada,
y con todo el pelo revuelto, estaba muy atractiva.
—¿Tan divertida como Emma? —se atrevió a preguntar.
La estancia se quedó en silencio, de repente. Mientras el fuego
crepitaba, Rogan y yo intercambiamos miradas de preocupación.
—Lo siento… —dijo Alyssa enseguida. Se giró hacia Desmond
—. Yo… no quería…
—Aún más divertida —aseguró por fin Desmond. Forzó una
amplia sonrisa—. En serio.
Los hombros de Rogan se distendieron. Solté un suspiro de
alivio para mis adentros.
—No, solo estás siendo amable —se corrigió Alyssa—. De
verdad que no debería haber dicho eso.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿No te estás divirtiendo?
—¿Yo? Como nunca —contestó, entusiasmada—. Habéis sido
increíbles conmigo. S-supongo que me siento un poco insegura —
explicó—. Sé que habéis repetido este viaje con Emma un montón
de veces y quería asegurarme de que estoy… bueno… encajando.
—Estás encajando —afirmó Rogan. Chocó su botellín con la
copa de ella—. Confía en nosotros.
—Eres la mejor jugadora, sin duda —comenté con una sonrisa.
—Y la mejor luchadora —añadió Rogan.
—Y la mejor decoradora —señaló Desmond, moviendo un
brazo a nuestro alrededor. Las centelleantes lucecitas colgadas por
toda la habitación daban un toque navideño a cualquier actividad—.
Mucho mejor que Emma.
Noté que se ponía roja ante tanta atención, pero me gustó
verlo. Una imagen sincera.
—Ay, todo eso es muy bonito. —Sonrió—. ¿Y vosotros qué?
La miramos a la vez, sin entender.
—¿Quién es el mejor en qué?
Rogan intervino enseguida. Se golpeó el pecho con un puño.
—Bueno, yo soy claramente el mejor cocinero.
Desmond y yo le lanzamos una mirada que indicaba que su
afirmación nos parecía discutible. Pero se lo concedimos, de todos
modos.
—Soy el más guapo —comentó Desmond con una sonrisa.
Hizo una pose, acariciándose la perilla para dar efecto. Alyssa se
rio.
—Por supuesto, yo soy el que mejor besa —afirmé con orgullo.
La miré directamente y le guiñé un ojo, a plena vista de los demás.
—Mentira —aseguraron Desmond y Rogan al mismo tiempo.
Todos nos reímos un poco, al tiempo que la cabaña volvía a
quedar en silencio. Alyssa nos miraba de forma extraña, casi pícara.
Pero en el buen sentido.
—Bueno, podría decíroslo ahora mismo.
Los tres nos quedamos helados en nuestros asientos. Se podía
oír cómo caía un alfiler.
—¿Decirnos qué?
—¿Quién es el que mejor besa, tonto? —soltó Alyssa con una
risita—. Estoy dispuesta a zanjar el asunto, a dar mi sincera opinión.
Por la ciencia, claro —añadió apresuradamente.
El silencio se alargó durante lo que pareció mucho rato. Alyssa
nos miraba por encima de su copa de vino, con su pelo largo y sus
sensuales ojos verdes.
—Tendría que ser una opinión objetiva —comentó Desmond de
manera abrupta.
—Por supuesto.
—Sin favoritismos —dijo Rogan—. Además… bueno, todos
sabemos que ya has besado a Mason.
Mi corazón se aceleró cuando sus ojos revolotearon hacia mí.
—Eso fue hace seis meses —aseguró Alyssa—. ¿De verdad te
da miedo que recuerde sus labios?
—Espera —intervine—. ¿Estás diciendo que mis besos son
olvidables?
—Oh, no. —Soltó una sonrisilla de inocencia fingida—. ¡Yo
nunca diría eso!
—Entonces, véndate los ojos.
La sugerencia de Desmond nos hizo detenernos en seco.
Apenas podía creerme que estuviera haciendo esto. Él había sido el
que propuso nuestro pequeño pacto.
—¿Estás dispuesta a ello? —preguntó Rogan.
Alyssa se encogió de hombros.
—Claro. Supongo. ¿De qué tipo de beso estamos hablando?
—Solo labios —le respondió Desmond—. Sin ningún otro tipo
de contacto.
—No me refería a eso —replicó Alyssa—. Me refiero a… ¿un
besito? ¿O un beso beso?
—Te refieres a un beso completo —señalé—. Labios, lengua,
todo.
Tomó otro sorbo de vino y asintió despacio.
—Es la única manera de juzgar a fondo, ¿o no?
Madre mía, ¡estaba tan sexi ahora mismo! Toda sonrojada y
cálida, con los labios llenos. Nos miraba con recato desde su rincón
del sofá.
—Entonces, con límite de tiempo —afirmó Desmond—, en
lugar de límite de besos. Digamos, treinta segundos.
Se puso un fino dedo sobre la cara e inclinó la cabeza,
fingiendo que reflexionaba.
—Un minuto estaría mejor.
La forma en que negociaba no hacía más que excitarme
todavía en mayor medida. Me di cuenta de que a Desmond le
pasaba lo mismo. Y a Rogan.
—Muy bien —declaró Desmond—. Un minuto.
La bonita boca de Alyssa se abrió formando una sonrisa
socarrona. Se levantó del sofá, dejó su copa de vino sobre la mesita
de café y la apartó.
Capítulo 17

ALYSSA

El beso fue lento, sensual. Profundo y maravilloso. Un par de


firmes labios masculinos girando suavemente contra los míos,
mientras todo mi cuerpo se deshacía en un charco hirviente de calor
y sexo.
Ay. Dios. Mío.
Llevaba diez segundos. O treinta. O tal vez una hora. ¡No
podía ni siquiera decirlo con seguridad! Solo existía esa sensación
de que me abrazaban, sin que nadie me tocara. De que me poseían,
sin ninguna otra conexión que nuestras dos bocas hambrientas…
¡Bip-bip-bip! ¡Bip-bip-bip!
La alarma del teléfono sonó, avisando de que se había
acabado. Un minuto caluroso. Sesenta segundos abrasadores en
una sesión de besos en toda regla, interrumpida por las «reglas» de
nuestro jueguecito.
¡VAYA MIERDA!
Los labios se separaron de los míos a regañadientes, tal vez
incluso los apartaron, ya que uno de los demás nos interrumpió. No
pude saber cuál fue, porque tenía los ojos vendados. En total
oscuridad.
Tragué saliva, intentando recomponerme. Me preguntaba
cuándo daría un paso adelante el siguiente concursante, dispuesto a
eclipsar a su anterior competidor. Mis labios estaban listos. Mi
cuerpo estaba deseoso…
Y fue entonces cuando una mano se deslizó por mi espalda,
tocándome el culo.
Ohhhh…
El cuerpo se me puso rígido.
Ohhhh guau.
Incluso aunque quisiera relajarse por completo, feliz.
Pero qué…
Oí un guantazo, el sonido de piel contra piel. La mano que
tenía en el culo se apretó de forma involuntaria durante un glorioso
segundo, y luego otra persona la apartó a toda prisa de mi cuerpo
con un manotazo.
No se toca, ¿recuerdas? Son las normas.
Una boca se cerró sobre la mía. El beso fue más insistente que
el anterior, pero no menos apasionado. Una lengua empujó mis
labios y se deslizó entre mis dientes, buscando mi propia lengua,
como con una pareja de la adolescencia perdida pero muy querida.
Nuestras narices se rozaron, mientras nos introducíamos el
uno en el otro. Sentí el suave cosquilleo de una perilla…
¡Desmond! Pensé para mis adentros. O tal vez Rogan…
Los labios anónimos se revolvían con fuerza contra los míos y
nuestras bocas se convertían en una sola, a la búsqueda del placer
mutuo. Besar con los ojos vendados no se parecía a nada que
hubiera experimentado antes. Había algo en la negación de un
sentido que parecía agudizar los otros. Hacía que todo fuera mucho
más intenso, sobre todo porque mis manos también estaban bien
atadas.
Sentía que me estaba excitando de una forma demencial. Las
emociones crudas y viscerales de la lujuria, la necesidad y el deseo,
alimentadas por el subidón que ya llevaba, se veían magnificadas
por la venda en los ojos. Por no hablar de la idea de no saber cuál
de los dos chicos era el que me estaba proporcionando tanto placer.
Y tendría a los tres, cada uno por su lado.
Al igual que Emma…
El pensamiento fue una puñalada de excitación en lo profundo
de mi vientre. Emma había hecho esto. Estaba siguiendo sus pasos.
Incluso si eran solo pequeños pasos, seguía siendo…
¡Bip-bip-bip! ¡Bip-bip-bip!
La lengua que tenía en la boca rodó con firmeza una última
vez. Atrayéndome. Me dejó literalmente sin aliento con un último
beso, dado con la urgencia de dos amantes a punto de separarse en
un aeropuerto o en una estación de tren.
Nuestros labios se separaron y, de repente, surgió una
presencia ante mí. Olía a colonia. O tal vez a aftershave. El dulce y
delicioso almizcle de un hombre, pero aún no sabía cuál.
Y, entonces, un par de manos se dirigieron a mi cara, tirando
de mí. Me besaron mientras me acariciaban las mejillas, con unas
yemas suaves, lentas y maravillosas.
—¡Ejem!
A un lado, uno de los chicos se aclaró la garganta de forma
audible. Las manos de mi cara desaparecieron, incluso aunque
intenté retenerlas con las mías.
Mierda.
La regla de no tocar era una pena. Debería haber negociado
mejor. Por otra parte, ¿podía quejarme? Por el momento, me estaba
yendo bien. Me estaba enrollando con el dueño de un par de labios
suaves y magníficos, con una lengua fuerte y segura que se
deslizaba sensualmente contra la mía.
Mi cuerpo quemaba. Cada centímetro de mi piel se puso de
gallina. Y entre mis piernas…
Por la forma en que se rozaban mis muslos, me di cuenta de
que ya estaba chorreando.
Emma hizo esto.
Ese pensamiento, de nuevo. Penetrante. Revolviéndome las
tripas.
Ella hizo mucho más que esto.
Estaba cruzando una línea. Era una línea que me había
invitado a cruzar, claro, pero una línea de todos modos. Y, con todo,
descubrí que no me importaba. No me habían besado así en meses,
años —tal vez nunca—, en toda mi vida. Lo necesitaba. Pero incluso
cuando me enfrenté a la honestidad de esa constatación, también
supe algo más: que quería mucho más que simples besos.
¡Bip-bip-bip! ¡Bip-bip-bip!
El corazón se me encogió al darme cuenta de que la diversión
había terminado. Esta vez era yo quien no se retiraba. Fui yo quien
se puso de puntillas, siguiendo esa maravillosa conexión mientras el
último de mis compañeros se alejaba de nuestro pequeño
experimento.
Entonces, los labios que había estado besando se inclinaron
con rapidez, presionando contra mi oreja.
—Vi lo que hiciste anoche…
Las palabras eran apenas audibles, poco más que un susurro.
Pero eran inconfundibles. Y me provocaron un escalofrío de pánico
—o en realidad excitación— que me recorrió de arriba abajo.
Lo que hice…
Ni siquiera me dio tiempo a jadear. Alguien me cogió por
ambos hombros. Me hicieron girar despacio dos, tres, quizá cuatro
veces. Era imposible contarlas. Ya estaba mareada por todos los
besos.
…anoche.
—Y… ¡allá vamos!
Uno de los chicos me quitó la venda de los ojos y allí estaba
yo. De pie entre los tres. Yo era la que giraba en medio del juego de
la botella más ardiente que se hubiera llevado a cabo jamás.
—Bueno, ¿quién? —preguntó Rogan con una floritura—. ¿El
número uno? ¿El número dos?
—¿O el número tres? —terminó Mason por él.
—¿Q-quién qué? —tartamudeé. Las piernas me temblaban
tanto que apenas podía mantenerme en pie. Extendí una mano,
buscando el sofá.
—¡El que mejor besa! —exclamó Desmond—. ¡La única razón
por la que acabamos de hacer todo esto!
Mason dejó escapar una risa grave.
—O una de las razones, al menos —murmuró en voz baja.
Ahora me miraban fijamente, con los brazos cruzados. Las
manos en las caderas. Sabía que esto era para poder presumir de
algo muy gordo. Que estaba a punto de poner muy feliz a uno de
estos tíos y a los otros dos, tremendamente celosos.
—Yo… Umm…
Desmond arqueó una ceja. Los otros se limitaron a cambiar de
posición.
—Es probable que necesite otra ronda —dije rápidamente—.
Un minuto es demasiado corto para distinguirlo. Tres minutos estaría
mejor. Tal vez si me quedara en el sofá… Acostada, o…
Debajo de su sexy perilla rubia, la sonrisa de Desmond era casi
reticente.
—Oh, de eso nada —zanjó—. Creo que ya has tenido
suficientes besos por esta noche.
Mis hombros se desplomaron. Mierda.
—¿Tal vez podríamos volver a esto cuando estés… en mejor
forma? —sugirió con un guiño.
Detrás de él estaban los demás, todos asintiendo. Me sentía
mareada. Soñolienta. Enrojecida y acalorada.
—Venga —me dijo Rogan, cogiéndome de la mano. Levantó la
barbilla y Mason me sujetó de la otra, más por estabilidad que por
otra cosa—. Vamos a meterte en la cama.
De repente, el pasillo parecía muy largo y mi habitación muy
lejana. Me pareció una gran idea. Asentí.
—Mañana será otro día.
Capítulo 18

ALYSSA

El camión botó en la siguiente elevación y yo con él. Era muy


divertido conducir un vehículo tan grande. Me hacía sentir poderosa,
al estar tan por arriba de la carretera. Con el peso de tanto acero
debajo de mí.
Llevaba el desayuno —cuatro sándwiches de huevo que
parecían bastante dignos—, pero eso no era todo. También había
cumplido mi promesa. Me había despertado antes que los otros tres,
lo que me hacía pensar que se habían quedado despiertos incluso
después de meterme en la cama. Seguramente se bebieron un par
de cervezas más, disfrutando del tiempo juntos. Quizá hasta
hablaron de lo que había pasado…
Oh, sin duda hablaron de lo que había pasado.
Una ola de calor me recorrió al recordar la noche anterior.
Acercándome a ellos. Luchando con Rogan en la alfombra del
suelo. Y después…
Más tarde los había besado, a los tres. O más bien ellos me
habían besado a mí. Todo había sido casi como un sueño: lento y
sensual. Pero también largo y profundo, con toda la pasión posible.
Con todo lo que tenían para ofrecer.
Y lo habían hecho delante de los demás.
Esa era la parte del recuerdo que me ponía la piel de gallina:
que los tres lo habían hecho antes. No sabían que yo lo sabía y eso
solo me excitaba aún más. Habían hecho estas mismas cosas con
Emma y encima en la misma habitación. Solo que habían ido
mucho, mucho más lejos…
¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar, Alyssa?
Era una pregunta justa. Entre lo indescriptiblemente excitante
que había sido la noche anterior y las increíbles historias contenidas
en el diario de Emma, entregarme a los chicos era lo único en lo que
podía pensar. Y, sin embargo, no era la novia de nadie. Era una
simple compañera de trabajo a la que habían invitado en el último
momento. Cada uno de ellos tenía su propia relación profesional
conmigo, pero hasta ahí llegaba el asunto. Hasta anoche, al menos.
¿Y qué opinarían de ti después?
Ese era el problema, en realidad. Acabar en la cama con ellos
podía ser fácil, sobre todo sabiendo que ya lo habían hecho antes.
Había hojeado un poco más el diario que tenía en la mesita de
noche y había leído todo tipo de cosas que habían practicado con
Emma en los muchos viajes que habían hecho juntos.
No fue algo puntual. Tampoco una fantasía aislada.
Los tres habían estado tirándose a esa perra afortunada cada
Navidad de los últimos tres años.
Pero conmigo, ¿cómo sería? Besarse era una cosa, pero si me
acostaba con ellos… ¿me seguirían respetando como lo hacían
ahora?
Volveríamos al trabajo con el nuevo año, y todas esas miradas
de reojo… La gente de la oficina, haciendo bromas sobre cómo una
de las solteras por excelencia se fue de vacaciones con tres de los
chicos más atractivos de la empresa. Aunque no supieran lo que
pasaba… sabrían lo que pasaba.
Se me aceleraba el corazón solo de pensarlo. Yo… y tres tíos.
Tres hombres increíblemente ardientes, encantadores y guapos,
que ya me habían regado con atenciones. Y que, de repente, me
iban a regar con algo más.
Hostia puta.
Eran unos caballeros, eso lo sabía. Estaba bastante segura de
que podían mantener la boca cerrada. Pero nosotros lo sabríamos.
Los cuatro. Y al no tener la ventaja de ser la novia de alguno, no sé
si obtendría el mismo nivel de respeto automático con que contaba
Emma.
Aun así, los quería. Madre mía, cómo los deseaba. Pero
tampoco quería perder la divertida relación laboral que teníamos
actualmente.
Quieres tenerlo todo.
Sí. Supongo que sí.
Seguí adelante, pensando en los chicos. Intentando averiguar
quién me había besado primero y quién me había tocado el culo.
Quién de los tres me había susurrado al oído que había visto lo que
había hecho la noche anterior. Eso de por sí debería haberme
alarmado, pero curiosamente solo sirvió para excitarme.
Las mariposas volvieron a aparecer en mi estómago. Quería
que Desmond me aplastara bajo su pecho perfecto. Que Rogan me
estrechara entre sus brazos duros como piedras y me mantuviera
firme mientras Mason se preparaba para penetrarme con la
hinchada cabeza de su aparentemente gruesa…
¿Podría hacerlo de verdad?
La idea me vino a la cabeza justo cuando el camino de la
entrada cubierto de nieve apareció delante de mí. ¡Casi me
equivoco al girar! Tiré del volante justo a tiempo para rebotar en el
sinuoso tramo de pavimento nevado que conducía a la cabaña.
Era una imagen perfecta. Un cuadro pintado al óleo, con
témpanos y ventanas escarchadas y un pequeño hilo de humo que
salía de la chimenea de ladrillo.
La puerta principal se abrió ante el sonido del pesado camión
diésel y los tres salieron al porche. Llevaban el pelo alborotado y
vestían pantalones cortos y camiseta. Mason, todavía en
calzoncillos, ni siquiera eso.
—¡Bueno, mirad qué tenemos aquí! —comentó entre risas
Rogan, señalando la parte trasera del camión.
Me bajé de un salto y accioné con orgullo el pestillo que abría
el portón. Nuestro nuevo árbol de Navidad estaba tumbado de lado,
con un aspecto fresco, elegante y precioso.
—¿Has comprado un árbol natural? —preguntó, incrédulo,
Desmond.
—Te dije que me encargaría de ello.
—¡Tiene el cepellón y todo! —exclamó Mason.
—Así es —confirmé—. Ni siquiera le hace falta un soporte.
Mason y Rogan saltaron a la caja del camión y empezaron a
sacar el árbol. Venía completo, con un brillante cubo rojo en la parte
inferior que permitiría mantenerlo en posición vertical.
—Vi el sitio de camino al centro el otro día —expliqué—. Un tío
de la zona estaba vendiendo árboles naturales de su jardín. Pensé
que sería mejor que cortar uno y matarlo para nada.
—Y mejor que el árbol del súper que hay en el desván —
bromeó Mason.
—Sí —me reí—. Eso por supuesto.
Desmond hizo una mueca, pero me di cuenta de que era solo
para disimular. Cuando ayudó a los demás a sacar el árbol del
camión, ya sonreía. Juntos, lo introdujeron por la puerta y en la
cabaña.
—Lo mejor —les comenté— es que después se puede plantar.
Podéis ponerlo en algún lugar del jardín. Y adornarlo todos los años
para conmemorar el mejor viaje de Navidad a la cabaña que jamás
habéis vivido.
Rogan me miró por encima del hombro.
—El mejor, ¿eh?
—Pues sí, joder —declaré, cruzando los brazos con alegría—.
El único al que tuviste la suerte de invitarme a mí.
Capítulo 19

ALYSSA

Fue uno de esos días que pasaban volando, pero que al mismo
tiempo se hacían eternos. Uno de esos días en los que esperas con
ansia algo concreto, pero no tienes demasiada prisa por alcanzarlo,
porque ya te estás divirtiendo como nunca.
Tomé la decisión hacia el mediodía, desde la cima de la
montaña. Justo antes de nuestra tercera carrera, mirando al cielo
azul cristalino.
Les comuniqué a los chicos que quería terminar el día en el
albergue de la base y cenar algo rápido allí. Nos tomaríamos unas
copas. Pero no demasiadas, porque quería que decoráramos el
árbol esta noche.
Luego volveríamos a la cabaña, donde les diría que tenía una
sorpresa.
Las condiciones en la montaña fueron fenomenales todo el día,
esquiar era como flotar en una nube. Subimos a los teleféricos,
riendo y bromeando. Flirteando con ahínco y sin reservas, antes de
bajarnos en los picos helados y deslizarnos sin esfuerzo hacia
abajo.
Al final cayó la noche y nos retiramos al calor y la comodidad
del albergue. Todo estaba decorado de forma preciosa e iluminado
con calidez, pensando en la Navidad. Comimos poco. Bebimos
incluso menos. Tal vez era porque nos habíamos pasado de la raya
la noche anterior. Pero cuando dos pares de manos encontraron las
mías en el camino de vuelta a la camioneta, me di cuenta de que
solo estaban contentos de estar conmigo… y tal vez tan ansiosos
por llegar a casa como yo.
Una vez en la cabaña, Mason resucitó el fuego. Rogan puso
música navideña clásica, mientras Desmond se enfrentaba a tres
antiguos hilos de lucecitas irremediablemente enredados.
Me senté con las piernas cruzadas en el suelo, revisando cajas
y cajas de adornos de hace décadas. Algunos estaban rotos, a otros
les faltaban los ganchos. Pero había suficientes para elegir. Más que
suficientes para que el árbol quedara increíblemente bonito e
iluminara la sala de estar con una calidez y un color totalmente
nuevos, creando un ambiente navideño instantáneo.
Una mano se deslizó sobre la mía y me di cuenta de que era la
de Desmond.
—Gracias por esto —afirmó con sinceridad, señalando con la
cabeza el árbol—. Y tenías razón. Por muy cómodo que sea montar
un árbol de mentira todos los años, así es mucho más especial.
Sonreí al ver su hermoso rostro, maravillosamente esculpido.
Por impulso, le di un beso en su mejilla barbuda.
—Feliz Navidad —le contesté, muy consciente de que los
demás me miraban—. Pero debería ser yo quien te dé las gracias
por haberme traído.
Al final terminamos y nos acomodamos para admirar nuestra
obra. La cabaña había sido un lienzo oscuro y en blanco cuando
llegamos. Ahora resultaba arrebatadora. Mason había encendido el
fuego y el parpadeo de las luces de Navidad daba pinceladas de
color por doquier. Estábamos felices y contentos. Confortables.
Perfectos.
Me puse de pie y sentí que la creciente anticipación me invadía
de inmediato. Mi estómago ya estaba dando volteretas. Era ahora o
nunca.
—Vosotros id a sentaros en ese sofá —les ordené—, y cerrad
los ojos. Os diré cuándo podéis volver a abrirlos. Será un minuto o
dos.
Mason me lanzó una mirada pícara.
—¿Ah, sí? —inquirió.
—Ah, sí —confirmé.
Rogan ya estaba sentado. Sin dudarlo, Desmond y Mason se
unieron a él. Cuando me aseguré de que se habían tapado los ojos,
me retiré a mi habitación y me despojé de casi toda la ropa. Luego
me puse mi jersey gigante favorito. El más suelto, que me llegaba
hasta la mitad del muslo.
—Sin fisgonear, ¿eh? —grité.
—No —respondió Desmond.
—Sí, lo que ha dicho —gruñó Mason.
Me temblaban las piernas al llegar a la puerta, así que me
detuve un segundo. Esto era. Todavía podía echarme atrás, si
quería. Pero una vez que entrara en la sala de estar…
Venga, ¡hazlo de una vez!
Medio minuto más tarde estaba tumbada sobre el estómago,
encima de la alfombra de felpa, debajo del árbol. Moví las piernas
de un lado a otro con movimientos lentos y sensuales, mientras me
apoyaba la cabeza en las manos.
—Muy bien —solté con la voz casi temblorosa—. Ya podéis
mirar.
Los tres abrieron los ojos al mismo tiempo. Y allí estaba yo,
sonriéndoles. Labios rojos, ojos verde brillante. Un lazo rojo intenso,
de gran tamaño, que había encontrado en el desván… colocado a la
perfección sobre la protuberancia de mi redondo culo, cubierto por el
jersey.
—¿Qué es esto? —preguntó Desmond. Aunque pude
comprobar en su mirada que ya lo sabía.
—Este es vuestro primer regalo de Navidad —dije con la voz
ronca—. Llega unos días antes.
Rogan y Mason se quedaron mirando, sin pudor, cada fluida
curva de mi cuerpo estirado. Por no hablar del gran lazo rojo que lo
remataba.
—¿Y exactamente para quién es el regalo? —preguntó Mason
con cautela.
Respiré hondo y les devolví la mirada, dejando que mis ojos
hablaran más que cualquier otra parte de mi cuerpo.
—Para quien lo quiera —ronroneé seductoramente.
Capítulo 20

ALYSSA

A mis palabras las siguió un silencio atronador. Y miradas fijas.


Y todo tipo de otras cosas.
—Alyssa —preguntó Desmond despacio—, ¿qué quieres decir
exactamente?
—Que esto es lo que queréis, ¿no? —Muy despacio, abrí y
cerré las piernas—. ¿Esto es lo que me pedisteis que hiciera aquí?
Sus ojos estaban clavados en mi cuerpo. Aprovechando, me
subí la parte inferior del jersey, dejando al descubierto uno o dos
centímetros más de carne tersa y desnuda.
—No —negaron de inmediato un par de ellos.
—Quiero decir, sí —titubeó Mason—, tal vez… pero ¿fue esa la
razón por la que te pedimos que nos acompañaras? —Negó con la
cabeza—. No. Desde luego que no.
—Nunca lo vimos de ese modo —intervino Desmond—. Te
invitamos porque nos gustas. Nos reímos contigo. Pero esto… —Se
encogió de hombros de forma indiferente—. Esto no es lo que
queríamos.
—Hmm —respondí, frunciendo mis labios pintados—. Bueno…
¿y si es lo que yo quería?
Mi afirmación les hizo volver a guardar un silencio colectivo.
Era mono y divertido a la vez, ya que mi boca se curvó formando
una sonrisa malvada.
—Hacíais estas cosas con Emma —afirmé con valentía, el
pulso se me aceleró—. Y a ella le encantaba. Sé que le encantaba
porque he leído su diario.
No solo estaban sorprendidos; se quedaron absolutamente
estupefactos. Pero ahora también me miraban de una manera muy
diferente. Y ese era mi objetivo.
—Lo siento. —Iba más para Desmond que para los demás—.
La primera noche no podía dormir. Encontré un libro en mi mesita de
noche y… bueno… me puse a leer.
Desmond abrió la boca para decir algo, pero luego la cerró. No
había palabras, en realidad.
—Esperaba que uno de vosotros se lanzara —solté entre risas,
tratando de romper la tensión—. Pero…
—No podíamos —intervino Rogan—. Más o menos, porque…
—Hicimos un pacto —explicó Mason—. Un acuerdo para no
intentar ligar contigo todo el tiempo que estuviéramos aquí.
Ahora era yo la que estaba sorprendida.
—Por el amor de Dios, ¿por qué? —Solté una risita.
—No queríamos que te resultara incómodo —aclaró Desmond.
—Ni que nadie se pusiera celoso —añadió Rogan—. Si te
enamorabas de uno, los otros dos quedarían al margen. —Me miró
fijamente con esos preciosos ojos marrones y se encogió de
hombros—. Y si has leído ese diario, sabes que ninguno de
nosotros se ha quedado fuera antes.
Como respuesta, cogí y me subí la parte inferior del jersey
hasta la cintura. El movimiento dejó al descubierto por completo la
curvatura de mi culo, que estaba desnudo, salvo por un minúsculo
tanga rojo.
—¿Quién deja a nadie fuera? Esbocé una sonrisa.
Los chicos estaban totalmente hipnotizados ahora. Me sentí
como si estuviera rodeada por tres lobos feroces, todos
relamiéndose los labios.
—Hicisteis estas cosas con Emma —repetí con suavidad—. Y
ahora yo quiero también. Quiero hacer todo lo que ella hizo. Quiero
experimentar la situación al completo. Todo. A todos.
¡Hostia puta! ¡El corazón se me salía del pecho! Había saltado
al vacío, por así decirlo. Y ahora estaba cayendo…
—¿Estás segura de que esto es realmente lo que quieres?
Las palabras vinieron de Desmond. Eran graves y pesadas.
Ahogadas por la lujuria.
—Sí —suspiré.
—Porque no hay vuelta atrás —afirmó con dureza—. Una vez
que hagamos esto…
—Lo sé —aclaré con una sonrisa—. Créeme. He estado
pensando en ello todo el tiempo que llevamos aquí.
Poco a poco me acosté sobre mi espalda, dejando que mis
piernas se separaran. Me subí el jersey justo por debajo de los
pechos y luego deslicé una mano de forma tentadora por la carne de
mi expuesto estómago.
—Esto es lo que quiero —murmuré, dejando que mis dedos se
sumergieran bajo la fina tela de mi ropa interior. Subí y bajé
despacio el dedo corazón… tres, cuatro, cinco veces. Esperando a
que sus ojos se quedaran fijos en él.
—Alyssa…
—Quiero ser vuestra novia durante el resto del viaje —pedí con
voz ronca—. De todos. De cada uno. Quiero que me toméis cuando
queráis, en cualquier momento, en cualquier lugar…
Se quedaron mudos. Totalmente al límite. Pero podía sentirlo
en el ambiente: todo había cambiado. Los muros se habían
derrumbado. Sus restricciones autoimpuestas se hicieron añicos con
mi confesión.
—Quiero que os turnéis —susurré con picardía—, o que vayáis
juntos a por mí. Quiero sentirme atrapada entre vosotros, como en
el diario.
Retiré la mano de entre mis piernas y deslicé ese dedo brillante
entre mis labios. Les devolví la sonrisa con una mueca,
manteniéndolo entre mis dientes.
—Quiero que uséis mi cuerpo como un juguete…
Esa fue la gota que colmó el vaso. La presa se rompió y los
tres abandonaron el sofá para unirse a mí, en el suelo. Rogan se
colocó junto al árbol, a mi lado derecho. Mason se puso a la
izquierda. Me pregunté si tenían una disposición estándar, o si solo
estaban improvisando, o…
—Sabes que te has metido en esto —susurró Desmond,
arrodillándose junto a mi cabeza. Se había agachado. Sus labios
estaban a pocos centímetros de los míos.
—Lo sé.
Me besó, profunda y lentamente, sosteniendo mi cabeza en su
regazo. Sentí cuatro manos moviéndose sobre mí, recorriendo sin
prisas mi cuerpo. La presión de una boca caliente, que se cernía
sobre un pezón expuesto. El inconfundible y prometedor sonido de
una cremallera…
Dios mío, Alyssa.
Dios mío de veras.
Capítulo 21

DESMOND

Era increíble que estuviéramos a punto de hacer esto de


nuevo. Aquí mismo, en este mismo viaje. La misma habitación, el
mismo lugar…
Solo que esta vez, con la compañera de trabajo ridículamente
cachonda que todos habíamos pretendido.
Entonces, ¿por qué no iba a creérmelo? Había visto de primera
mano cuánto podía disfrutar una mujer de lo que hacíamos. Emma
gozó tanto que lo prolongó tres años. Incluso lo había suplicado una
y otra vez, mientras yo la compartía generosamente con mis dos
mejores amigos.
¿Qué mujer no volvería a repetir algo así? Tomarla como lo
hicimos, por todos lados. Dándole el revolcón de su vida. Lo
habíamos hecho para cumplir una fantasía excitante, pero los dos
habíamos descubierto que nos divertía demasiado como para parar.
Y ahora, Alyssa. Acostada aquí, en mi regazo. Metiendo la
mano en mis calzoncillos y envolviendo su delicada mano alrededor
de mi ya hinchado pene…
—Oh, guau —jadeó, sonriendo hacia arriba, hacia mí—. Es
bonito.
—Claro que sí. —Me acerqué suavemente y le acaricié una
preciosa mejilla—. Sabes que va a entrar dentro de ti, ¿verdad?
Alyssa sonrió con timidez y me devolvió el gesto con la cabeza.
—Claro que sí.
Fue muy estúpido por mi parte abandonar el diario de Emma
en el cajón de la mesita de noche. Pero, en cierto modo, también fue
una suerte. Si no lo hubiera guardado allí y Alyssa no lo hubiera
encontrado, ¿estaríamos donde estamos ahora? Probablemente no.
Además, con toda franqueza, lo disfrutaba. Todos los otoños
pasaba un fin de semana en la cabaña para acondicionarla para el
invierno y prepararla para la nieve. Emma solía venir conmigo.
Salíamos de excursión y sacábamos fotos de todo el hermoso follaje
otoñal. Solo que, este otoño, había estado soltero. Este año había
venido solo.
Encontré el diario mientras recogía algunas de sus cosas. Era
un placer culpable: leer todas las cosas que le habíamos hecho. Las
amorosas. Las sucias. Y lo más interesante de todo era leerlas
desde su perspectiva.
Joder, me habían excitado de nuevo.
Y ahora habían excitado a otra persona: Alyssa. La guapa
chica con la que había estado flirteando en la oficina. La única con
la que me plantearía salir en serio, después de tantos meses solo.
—Dios santo…
Se encontraba en mi regazo, acariciándome con fuerza.
Alternando entre besarme a mí y a Rogan, mientras Mason se
deslizaba entre sus hermosas y bronceadas piernas y se lo
chupaba.
Qué suerte la de ese hijo de puta.
Sus ojos verdes se abrieron y me miró suplicante. Estaba
perdida en la lujuria. Al cien por cien, en todo lo que íbamos a hacer
con ella.
Era Emma otra vez.
—Me siento tan… tan bien…
Me abrí paso a través de su hermoso cabello castaño, hasta
que mis labios le rozaron la oreja. El contacto hizo que todo ese lado
del cuerpo se le estremeciera.
—Sabes que te has metido en esto —susurré con suavidad—.
¿Verdad?
Alyssa se retorció, girando contra la boca de Mason. En algún
momento entre eso y besar a Rogan, asintió.
—Porque vas a ser de verdad nuestro juguete. Vamos a usarte,
Alyssa. De todas las maneras. Despacio, recorrí el borde exterior de
su oreja con la punta de la lengua, haciéndola jadear.
—Todo lo que aparece en ese diario —murmuré—. Eso es lo
que dijiste. Todo lo que leíste, todas esas experiencias… es justo lo
que te vamos a dar.
Inhaló fuerte, mientras Mason le metía la lengua. Vi una de sus
manos incrustada en su pelo. Enrollando sus dedos con fuerza,
mientras sus caderas se movían hacia abajo para que él se
introdujera más.
—Quieres ser nuestro juguete —la provoqué, devolviéndole
sus propias palabras—. Eso está muy bien. Pero también significa
una cosa…
Incliné su cara para alejarla de Rogan y guie la cabeza de mi
sexo contra su boca jugosa y húmeda. Nuestros ojos se
encontraron. Sus labios se separaron.
—Durante el resto de este viaje —le susurré—, tu cuerpo nos
pertenece.
Capítulo 22

ALYSSA

Me devoraron, de la cabeza a los pies. Me besaban de aquí


para allá como si no hubiera un mañana y luego cambiaban de
lugar, con mi cuerpo como única referencia.
Era tan onírico como increíble: estaba de verdad haciéndolo.
Me estaba entregando a tres magníficos hombres, todos ellos
deseosos de lograr el control total de mi cuerpo. ¡No dejaba de
repetirme que apenas los conocía! Sin embargo, eso tampoco era
cierto. Solo era algo que una voz interior me gritaba como última
advertencia, tal vez intentando evitar que cometiera un error.
Pero oh… de ser así, este sería mi error favorito.
La verdad era que los conocía a todos, y bien. Incluso mejor
ahora que estaba aquí, pasando tiempo con ellos. Aprendiendo que
eran tan divertidos y graciosos fuera de la oficina como vestidos con
camisas abotonadas y pantalones de traje.
Me metí a Desmond hasta el fondo de la garganta, sintiendo
cómo se hinchaba con una excitación aún mayor mientras su mano
fuerte y masculina me revolvía el pelo. Me sentía en una situación
de deliciosa inferioridad numérica, pero no abrumada. El centro de
una atención lenta y relajada, de los que pronto serían mis tres
nuevos amantes.
Por fin Desmond se deslizó hacia abajo, ocupando el lugar de
Mason. Sentí que sus fuertes brazos me rodeaban las piernas. Sus
manos se aferraron al interior de mis muslos, manteniéndome quieta
mientras él se encargaba de devorarme con esa cálida y bonita
boca. Ladeé la cabeza. Rogan estaba allí, mirándome con los ojos
medio cerrados.
—Eres preciosa —declaró, y luego me besó. Sonriendo de
forma diabólica, me pasó a Mason, que tenía los labios y la barbilla
glaseados con mis propios jugos.
—Qué calor. —Mason suspiró. A ambos lados, sus cuerpos
ahora desnudos se acurrucaron contra el mío—. Tan sexi…
Su lengua se sumergió ardientemente en mi boca, dándome a
probar mi propio sabor. Estaba tan rico que solo pude gemir. Estaba
masturbando a Rogan, acostumbrándome a su tacto. Agarraba a
Desmond por su maravilloso y espeso pelo rubio y le empujaba la
cara aún más fuerte contra mi palpitante raja.
Así que esto es lo que se siente…
Tuve una visión. Una experiencia extracorporal de una fracción
de segundo, durante la cual pude imaginarme desde arriba. Tres
hombres magníficos, que me abordaban desde tres puntos distintos.
Tres pares de labios besables. Tres duros y palpitantes…
En algún lugar, se me activó un interruptor y llegué al siguiente
nivel. Empecé a acariciarlos a los dos. Los acerqué para poder
alternar lamiendo y chupando a cada uno. El pene de Rogan era
suave, perfecto y hermoso, y encajaba de maravilla en mi boca.
Pero Mason…
Mason tenía una polla descomunal.
Me quedé sin aliento la primera vez que me giré para mirarla y
vi la enorme cabeza en forma de seta. En longitud no superaba a las
otras, pero esa punta era enorme.
Y era tan. Increíblemente. GRUESA.
—Tiene que ser coña —musité, intentando que mi boca lo
rodeara.
Mason se echó a reír, pasando con cariño un pulgar por mi
mejilla.
—Haz lo que puedas.
—Tal vez no sea…
—Lo será —interrumpió—. Lo prometo.
Rogan y Desmond cambiaron de lugar, dejándome
concentrada en Mason. Estaba lamiéndosela de arriba abajo. Lo
tocaba con mi mano libre, mientras pasaba la lengua por todo el
contorno de su magnífica polla.
Qué guarra, Alyssa.
Por supuesto que lo era. Y ni siquiera me importaba.
Vas a follarte a tres tíos de la oficina en el transcurso de los
próximos treinta minutos.
Si la constatación debía asustarme, no lo hizo. En todo caso, el
nudo por la excitación se apretó aún más en mi estómago.
No, yo deseaba esto. Lo quería más que cualquier otra cosa
que jamás hubiera anhelado. Había pensado en ello. Fantaseado
con ello. Y ahora estaba aquí…
¡Hosssssstia!
La boca de Rogan era, de lejos, la más talentosa de las tres.
Me estaba haciendo cosas ahí abajo que me ponían bizca. Y sus
dedos…
—Ey…
Parpadeé y, de repente, estaba mirando a los ojos de
Desmond. Sonreía apaciblemente.
—¿Lista para el siguiente paso?
Lo agarré por la nuca y lo besé con tanta fuerza que la sala
empezó a dar vueltas. Todo era calidez y fuego y luces
parpadeantes y chispeantes.
Al final asentí con la cabeza, con aire soñador.
—¿Y cuál es el siguiente paso? —pregunté, aunque ya sabía
la respuesta.
—Te llevamos al dormitorio del fondo, por supuesto —aclaró
Desmond. Su boca se deslizó hasta mi oído para poder susurrar la
siguiente frase—: Y entonces te follamos hasta dejarte sin sentido.
Capítulo 23

ALYSSA

Me cargaron hasta el dormitorio —literalmente— echándome


sobre el enorme hombro Desmond. Me condujeron por el pasillo. Y
me depositaron, entre risas y con un rebote, sobre la superficie de la
cama de matrimonio.
Ahí es donde las cosas se pusieron serias.
Los demás se colocaron a ambos lados de mi cuerpo, mientras
Desmond se abría paso entre mis piernas. Estaba increíblemente
empapada. Mojada y dispuesta a todo, conforme él me separaba los
muslos y se guiaba contra mi palpitante entrada.
No estaba segura de por qué le tocaba a él primero. Tal vez
porque era su casa, su cama. O quizá era él quien tomaba el
control. En cualquier caso, era muy excitante verlo inclinarse sobre
mi cuerpo. Sentir cómo empujaba la cabeza de su miembro contra
mis pliegues, antes de levantarme la barbilla con dos dedos para
que pudiera mirarlo a los ojos.
—Irás despacio. —Me reí con nerviosismo—. Ten cuidado
conmigo, ¿eh?
Su expresión no varió cuando sus ojos azul zafiro se clavaron
en los míos.
—Ir despacio y con cuidado te va a costar más.
Intenté tragar, pero no pude. Tenía la garganta tensa por la
excitación y apenas podía hablar.
—Estoy dispuesta a ello.
Dios, ¡era tan increíblemente guapo! Su rostro tenía unas
formas perfectas y era de una belleza desgarradora. Su cuerpo,
terriblemente atractivo e increíblemente perfecto.
—Despacio entonces —dijo Desmond, inclinándose para
besarme. Sentí la electricidad cuando nuestros labios se tocaron.
Me hundí debido a su peso—. Al menos, al principio.
Giró las caderas y sentí cómo entraba la punta. Se deslizó
dentro de mí centímetro a centímetro, flexionando sus grandes
brazos para evitar que su enorme volumen aplastara mi cuerpo bajo
el suyo.
Virgen santísssssima.
Los demás se apartaron y nos dejaron disfrutar del momento.
Sin embargo, notaba el calor que emanaban. Sus labios,
acariciando mi hombro por un lado y mi cuello por el otro.
—Eres estrecha —susurró Desmond, con sus labios apenas
rozando los míos. Nuestras miradas no se separaban—. De todas
formas, estás muy mojada —murmuró—. Y tan absurdamente
buena.
Mis manos se deslizaron por su cuerpo y se posaron sobre su
redondo y musculoso culo. Él presionó, empujando hacia delante.
Se metió unos últimos centímetros, mientras con las palmas palpaba
los poderosos músculos que se extendían por debajo de esa suave
superficie de piel caliente.
Vientre con vientre, cara con cara, me besó por primera vez
como verdaderos amantes. Y luego follamos. Toda su longitud salía
con lentitud y luego volvía a entrar, clavándose lo bastante profundo
como para hacerme jadear al final de cada maravillosa embestida.
La mente se me quedó casi totalmente en blanco,
concentrándose tan solo en el placer puro de sentirme tan
penetrada y felizmente llena. Hacía tiempo que no me la metían tan
hondo. O ¿a quién quería engañar? Seguramente nunca.
Esto merece taaaanto la pena.
Intenté rodearlo con las piernas, pero era demasiado grande.
En su lugar, dejé que mis manos vagaran. Se arrastraron por su
magnífico pecho, saboreando la sensación con que se tensaba bajo
las puntas de mis dedos. Me estaba atravesando lenta pero
profundamente. Hacía que mis ojos se abrieran de par en par cada
vez que tocaba la base, llegando a puntos que no estaba segura de
conocer.
Sentí que la cama me engullía. Disfruté del conocido tira y
afloja al sentirme ensartada de verdad, sin reservas. Mi último novio,
Jonathan, había supuesto una regresión en lo sexual. Apenas
salíamos del misionero. Con las luces apagadas. Eran el tipo de
actos aburridos y complacientes que habían hecho que deseara
volver a mis días más salvajes, en Penn State, donde había tenido
relaciones más que interesantes.
Pero esto…
Esto estaba a un nivel completamente distinto.
Dos bocas cálidas cerradas sobre mis tetas al mismo tiempo,
cuando Rogan y Mason se unieron. Solo eso ya era orgásmico.
La hostia…
Mis manos abandonaron el culo de Desmond y se dirigieron a
sus nucas para poder acercarlos con fuerza contra mi pecho. Los
sujetaba con vigor mientras notaba como lamían y chupaban
formando círculos alrededor de las areolas. Alguien me mordisqueó
y me sobresalté. Y todo el tiempo, sus manos… recorriendo mi
cuerpo. Me ponían más caliente y húmeda —si es que eso fuera
posible— a medida que Desmond aumentaba la velocidad y
comenzaba a destrozarme.
—¿Qué quieres?
Me susurró la pregunta al oído, entre los embates. Estaba tan
ida que apenas lo entendí.
—Has leído el diario —murmuró Desmond—. ¿Qué quieres
que…?
—Dame la vuelta —exhalé por fin.
Su cara se dirigió de nuevo a la mía y su boca se curvó con
una sonrisa. Por muy divertido que le resultara, me di cuenta de que
disfrutaba aún más complaciéndome.
—Quiero hacer la Torre Eiffel —le susurré.
No podía creerme que hubiera dicho esa postura. Estaba en mi
vocabulario, por supuesto. Con todo el aburrido y terrible sexo que
había tenido mientras salía con Jonathan, había visto suficiente
porno como para poder escribir y dirigir mis propias películas.
Solo que ahora estaba protagonizando una.
—Quiero que me…
Mi frase terminó en un gruñido seco cuando me levantaron de
repente y me pusieron bocabajo. Desmond tiró de mí hacia atrás,
hasta el borde de la cama. Se deslizó hasta el suelo y me inclinó
sobre el colchón, para luego volver a penetrarme de pie desde atrás.
Ohhhhhh…
Casi me desvanezco cuando se introdujo en mi interior y sus
manos se acomodaron de forma muy sensual en la curva de mis
caderas. Así se notaba aún más profundo. Más grande y más rápido
y…
—Ponte sobre los codos —me ordenó, con su aliento ardiente
en mi oreja.
Lo obedecí. No había ni una duda.
—Ahora elige a uno de mis amigos…
Rogan y Mason estaban en la cama, arrodillados ante mí. Se
acariciaban los miembros en dirección a mí, con dos grandes y
hermosos puños.
DIOS mío de mi vida.
Primero escogí a Rogan. Aunque su paquete era increíble, era
menos intimidante que el de Mason.
—Eso es…
Mis labios se separaron para recibirlo y sentí su dureza
mientras se deslizaba por mi garganta. En este ángulo podía
metérmelo hasta el fondo. Me apoyé en un brazo, mientras lo guiaba
con el otro para maximizar el control.
Esto es tan, tan increíble.
Me sorprendió lo fácil que nos resultó a los tres entrar en un
compás familiar. Desmond, detrás de mí, me la clavaba hasta lo
más profundo. Rogan, delante, me retiraba suavemente el pelo
mientras se introducía en mi boca y salía. Estaba atrapada entre
ellos; la máxima conexión que podían tener tres personas.
Era tan excitante. Tan inesperadamente íntimo…
Nunca había sentido nada igual.
La mejor parte fue lo natural que parecía todo. Nada era
incómodo, en absoluto. No hubo vacilaciones, ni arrepentimiento, ni
vergüenza, ni nada similar. Solo una intensa y constante sensación
de euforia y felicidad. Un calor y una excitación incontenibles, sí,
también. Y, además, un sentimiento intangible de camaradería que
no me esperaba de ninguna manera.
Apreté los labios, succionando con fuerza un último envite,
antes de sacarme a Rogan de la boca. Luego, todavía botando con
alegría contra Desmond, miré hacia arriba en busca de Mason.
Pero su lugar en la cama estaba vacío.
Mierda, pensé para mis adentros. Tu primer trío —ehm,
cuarteto, más bien— y ya estás dejando a alguien al margen.
El misterio no duró mucho. Sentí que Desmond se apartaba
hacia un lado… y un par de manos diferentes se posaron sobre mis
caderas.
Ay.
Mi vientre se tensó. Ya me temblaban las piernas.
—No te pases con ella, tío. —Oí a Desmond reírse, desde
algún lugar a mi espalda—. Nunca lo ha hecho.
Capítulo 24

ALYSSA

Era como apoyarse en algo cálido y maravilloso… y muy, muy


grueso.
La idea me excitó. Me asustó. Hizo que todo mi cuerpo se
pusiera rígido, cuando necesitaba relajarse.
—Tranquila —decía Desmond, sosteniendo mi cara entre sus
manos—. Tómate tu tiempo.
Me puso mucho menos nerviosa saber que era yo la que tenía
el control. Que Mason se había comprometido a quedarse quieto y
dejarme a mí empujar hacia atrás, contra él. Saber que no me iban a
empalar bruscamente hizo las cosas mucho más fáciles. Además,
confiaba en Mason. Joder, confiaba en todos ellos.
Esa parte me parecía extraña, tal vez incluso más rara que lo
que estaba a punto de hacer. Me había acercado a tres personas a
la vez. Tres tipos muy distintos, cada uno de ellos asombroso a su
manera.
En ese sentido era como cualquier relación normal: química,
atracción, afecto, incluso romance. Pero todo tenía lugar en tres
dimensiones, en una escala triple.
—Dios santo…
Mason ahora estaba dentro de mí, estirándome deliciosamente
desde mi interior. Otro centímetro. Otro gemido. Otro soplo de
aliento caliente a través de mis apretados dientes.
—¿Está dentro?
—No, todavía no —confirmó Desmond—. No del todo.
Los ojos se me abrieron de par en par.
—¿Estás de broma?
—Nope.
—Bueno… joder.
La sensación era buena, casi demasiado. Pero también estaba
ese límite. Esa delgada línea entre el placer y el dolor, a la que mi
cuerpo se acercaba a toda velocidad.
En algún punto de la flexible carne de mi culo, noté que los
dedos de Mason se doblaban. Estaba clavándomelos. Gozaba de
sentirme tanto como yo de él.
—Solo relájate —dijo Desmond con una sonrisa—. Ve
despacio… pero no pares.
Me imaginé a Emma viviendo lo mismo. Sosteniendo la mano
de su novio, mientras esto le ocurría a ella. Me imaginé lo fantástico
que habría sido, los dos cumpliendo una fantasía mutua. Y después,
disfrutándolo una y otra vez. Año tras año…
—Eso es. Eso debería ser…
De repente lo sentí: Mason moldeaba su cuerpo contra el mío.
Los temblorosos abdominales de su bajo vientre, apretados contra
la carnosidad de mi culo.
—¿Estás bien?
Cerré los ojos. Mi coño lo apretaba como si no quisiera soltarlo.
En toda mi vida, nunca me había sentido tan magníficamente,
benditamente llena.
—«Bien» es un eufemismo —siseé con alegría.
—Genial —comentó Mason entre risas—. Eso es lo que nos
gusta oír.
Mi nuevo amante dejó escapar un suspiro de satisfacción y se
puso a trabajar con lentitud. Follar con él era increíble. Mi flor se
aferraba a él cuando salía, pero cada vez que empujaba hacia
dentro le daba la bienvenida.
Desmond me besó un par de veces, con suavidad y ternura,
antes de estirar su cuerpo ante mí. En un instante ya estaba
mamando. Saboreando toda su perfecta polla, mientras volvía
eufóricamente sobre el impresionante grosor de Mason.
Podría acostumbrarme sin problema a esto.
Era el cielo, sentirse entre estos dos poderosos hombres por
ambos extremos. Permitirles abusar de mi dispuesto cuerpo,
mientras recibía el doble de placer de ellos. En un arranque de
perspicacia, comprendí que Emma quisiera repetir esto una y otra
vez. Que sentirse tan amada y atendida podía ser peligrosamente
adictivo y no solo en el sentido físico, sino también en el emocional.
Rogan se cambió con Desmond, mientras Mason seguía
bombeando. Me estaba taladrando con un lento y profundo roce que
ya me estaba volviendo loca… pero entonces me metió la mano por
debajo. Salté al sentir la presión de tres gruesos dedos que
apretaban la parte superior de mi botoncito.
Oh, ¡Diossss mío!
El orgasmo fue casi instantáneo. Surgió de mis entrañas y me
inundó en una explosión de calor imparable. Los espasmos se
repitieron una y otra vez, contrayéndome alrededor de Mason.
Ordeñé su pene mientras me apretaba desde dentro, mis ojos se
cerraban y mi boca se abría y gemía tan fuerte que parecía otra
persona y no yo.
—Jooooder… La hostia…
Había estado pasando la lengua por todo el contorno de
Rogan, pero ya no era capaz. Ahora mismo me estaba sujetando a
él para sobrevivir. Me dejé caer de morros sobre la superficie de la
cama mientras explotaba con más fuerza que nunca en mi vida.
¡JODER!
Fue impactante, la intensidad de todo. Ni siquiera me había
dado cuenta de lo cerca que estaba. Y sin embargo, de alguna
manera, en mi fuero interno sabía que había estado al borde todo el
tiempo.
Mason se mostró piadoso, ralentizando sus movimientos
mientras yo disfrutaba de hasta el último coletazo de éxtasis. Lo
sentía hincharse dentro de mí. Su miembro palpitaba y latía a
medida que se aproximaba a su propio límite, lo que me hizo mirar
por encima del hombro y buscar sus ojos.
—Adelante —solté, sin aliento—. Hazlo.
Su mirada también estaba vidriosa por la lujuria. Su expresión,
muy, muy distante.
—¿Estás segura? —consiguió decir.
—Sí —exhalé con alegría—. Oh, Dios, sí.
Y eso fue todo, la última barrera entre nosotros. Se esfumó en
un instante, conforme Mason se estrujaba y bramaba y detonaba
dentro de mí.
—¡UNNNGGGHH!
Provenía de su garganta y era el ruido más seductor del
mundo. Y lo mejor es que iba acompañado de los espasmos de su
virilidad, que bombeaba chorro tras chorro de su semilla caliente en
algún lugar cercano a mi vientre.
Oh… oh, guau.
Siguió embistiéndome. Llenándome. Me folló durante su
violento orgasmo, mientras hundía los dedos en mi culo, que
rebotaba. Seguramente, me quedarían marcas. No me importaba…
—Tío, esto es tan condenadamente excitante.
Miré hacia atrás y Rogan estaba acariciándome la cara. Me
recogía el pelo tras una oreja para poder mirarme a los ojos.
Percibía el calor entre nosotros. La química reprimida de largos
meses de coqueteo a punto de desatarse de golpe.
—¿Estás preparado? —Sonreí, dando mis últimos brincos de
despedida sobre Mason. En el último movimiento se deslizó hasta el
final, dejándome llena pero vacía, y con ganas de más.
—Nena, nací preparado —soltó Rogan entre risas,
levantándome con sus dos estupendos brazos y poniéndome
encima de él.
Capítulo 25

ALYSSA

No había palabras, en realidad. Nada podía describir la


sensación de cabalgar a un hombre increíblemente atractivo…
mientras besaba a sus dos mejores amigos y se la chupaba.
Rogan estaba enterrado tan profundamente en mí que era
como si se hubiera convertido en parte de mi cuerpo. Sus manos se
encontraban centradas en mis caderas. No paraba de levantar el
culo de la cama para meterse aún más dentro de mí, al tiempo que
se frotaba contra mi trasero trazando círculos lentos y deliciosos.
Eché la cabeza hacia atrás, perdida por completo en ese
momento. Mi mente intentaba con desesperación memorizar todo lo
maravilloso que le estaba ocurriendo a mi cuerpo para poder
reproducirlo más tarde. Esta era la cúspide de mi sexualidad; el
pináculo dorado de todas mis experiencias eróticas. Nunca volvería
a tener algo así. No habría nada en mi vida como esto.
Al ser consciente de ello, decidí aprovecharlo al máximo.
Durante un rato, tomé el control, llevando mis caderas contra el
movimiento de pelvis de Rogan. Estrujé mi cuerpo con avidez contra
el suyo para despertar hasta la última chispa de placer sensual que
se enviaba a mi cerebro. Le clavé las uñas en el pecho. Me aferré a
sus grandes y anchos hombros. Grité hacia el techo y luego bajé la
cara para poder besarlo mientras me penetraba, introduciendo la
lengua tan profundamente en aquella perfecta boca que competía
con la preciosa erección que tenía dentro de mí.
En algún momento, el cuerpo se le quedó rígido y su cara se
contorsionó en algo que se asemejaba al placer y al dolor. Me eché
a reír de puro gozo y dejé caer la cara sobre la suya. Quería ver
cómo sucedía. Verlo en sus ojos, más que nada en el mundo.
—Córrete en mí.
Tras un último y salvaje empujón, eso hizo, llenándome desde
abajo. El miembro de Rogan palpitaba con fuerza y rapidez,
vibrando violentamente. Me enrosqué contra él, sintiendo cómo sus
pelotas se tensaban al vaciarse tan a fondo en mi interior.
—Sí, cariño, sí…
Mis palabras llegaron en voz baja y en privado, solo para
nosotros. Y, todo el tiempo, seguí mirándole a los ojos. Afianzando
nuestra unión física con una conexión más íntima, antes de cogerle
la cara entre las manos y besarlo, con delicadeza, una y otra vez.
Cabalgué a Rogan más allá del límite del agotamiento y la
felicidad, sintiéndome cálida, saciada y llena. Luego me volví a
meter en el suave edredón de plumas. Me puse de espaldas,
sonriéndoles mientras dejaba que la mano me vagara entre las
piernas.
—Tú…
Señalé con un dedo a Desmond, que aún no se había corrido.
Me recordó claramente a lo que Emma había hecho desde esta
misma cama, cuando invitó al segundo de sus nuevos amantes a
acercarse.
Pero, en lugar de meterse entre mis muslos, Desmond se limitó
a dirigir su propio dedo hacia mí. Su polla colgaba entre sus piernas,
caliente, gruesa y resbaladiza por mi propio sexo.
—Vamos.
Me senté y volví a arrastrarme por la cama, con la intención de
excitarlo. Si no quería follarme, estaba bien. Sin duda, había otras
formas de hacer que acabara.
Pero, en el momento en que llegué a su lado, me levantó y me
abrazó.
—¡AH!
Desmond me sostuvo posesivamente, soportando mi peso con
facilidad. El costado de mi cara quedó bien pegado a aquel enorme
pecho.
—Lo que queda de noche —murmuró—, eres mía.
Los demás habían salido de la cama y ya estaban recogiendo
sus cosas. Vi a Rogan lanzar una camiseta en tono de broma a
Mason, que ya se estaba poniendo los calzoncillos.
Esto es algo habitual para ellos.
Eché mis brazos alrededor de Desmond, que me llevó de
vuelta al pasillo. Su dormitorio estaba fresco, incluso frío. Pero no
duraría mucho tiempo.
—¿Te parece bien dormir conmigo?
Gimoteé y asentí con la cabeza, acurrucándome contra su
pecho. Dios, qué bien me sentí.
Un minuto más tarde estábamos bajo las mantas. Las sábanas
frías se iban calentando con mi culo desnudo y caliente. Desmond
se deslizó con facilidad entre mis muslos. Encajaba perfectamente,
como si estuviera destinado a estar ahí.
—Puede que no durmamos mucho —me advirtió.
Jadeé de placer cuando se hundió en mí de un solo empujón.
—Tranquilo —suspiré con alegría—. Dormir está
sobrevalorado.
Capítulo 26

ALYSSA

—¡Ey, dormilona! —murmuró la voz—. ¡Despierta!


Me incorporé grogui, frotándome los ojos. Estaba en una
habitación extraña, en una cama extraña. Más o menos.
—¿Café? —musité antes que nada.
—Hoy no vamos a hacer el desayuno —dijo Desmond—.
Vamos a salir.
Ya estaba vestido y, a juzgar por su olor, ya se había duchado
también. Todavía desnuda bajo las mantas, estaba hecha un
auténtico desastre.
—Dónde vamos a…
—Vera’s Kitchen —respondió—. A un kilómetro por el camino.
Los mejores desayunos de todo Vermont.
—V-vale.
—Pero tenemos que darnos prisa —me apremió—. No nos va
a guardar la mesa eternamente.
Parpadeé un par de veces y me senté, apretando las mantas
contra mi pecho. Mi repentino pudor era casi cómico. Anoche no fui
tan recatada.
—Voy a necesitar como veinte minutos. —Lo miré con los ojos
entrecerrados.
—Tienes diez.
Nueve minutos y medio más tarde todavía estaba mojada por
la ducha, que por suerte había salido hirviendo. Después de
enjabonarme, traté con mimo mi cansado cuerpo. Sobre todo las
partes que estaban agradablemente doloridas.
—Todavía no me creo que no haya café —refunfuñé,
metiéndome en el camión—. Eso está… mal.
—Vas a tomar el café de Vera. —Mason sonrió desde el
asiento delantero—. Ya verás, nos lo agradecerás.
Desmond ya había bajado el quitanieves, tenía todo preparado
y dispuesto para funcionar. Limpió el camino de entrada y luego
apartó la nieve reciente que aún quedaba en la carretera… hasta
llegar a lo que parecía una pequeña y bonita cafetería en medio del
bosque.
Estaba absolutamente abarrotada.
—¿Conocéis a Vera? —pregunté.
—Ajá —respondió Desmond—. Llevo toda la vida viniendo en
vacaciones.
Menos mal.
—También trabajé un poco en el local —admitió—. Les ayudé a
añadir esa ampliación de atrás. Si no, tendríamos que esperar
noventa minutos para conseguir mesa.
Y, en efecto, nos sentaron enseguida, para disgusto de la
veintena de clientes que estaban haciendo cola. Me instalé en la
pequeña mesa de la esquina, preguntándome cómo cabrían los
chicos. De alguna manera lo consiguieron, pero a duras penas.
Era raro, pero hasta ahora ninguno de ellos había mencionado
lo de anoche. No se había hablado del tema de camino. Ni siquiera
se había insinuado lo que habíamos hecho.
¿Estaban bien?
Sabía que era una tontería. Por supuesto que sí. Se me ocurrió
que tal vez era yo la que estaba callada y rara.
Bueno… ¿qué se dice exactamente en una situación así?
No tenía ni la más remota idea. Solo sabía que el sitio olía a
gloria; tocino, huevos, galletas recién hechas… todo cosas buenas.
Y el café era todo lo que habían prometido y más. Me cambió la vida
por completo.
—Muy bien —reconocí después del primer sorbo largo—.
Teníais razón. Esto ha merecido la pena, sin duda.
—¿Lo ves?
—Quiero decir: guau.
Mason, sentado frente a mí, se limitó a guiñar un ojo.
—Guau, en efecto.
Una camarera se acercó y Desmond pidió comida para todos.
Llegó fresca y bien caliente, cocinada a la perfección y sazonada
con amor. El silencio reinaba mientras devorábamos todo lo que
teníamos delante, como si acabáramos de llegar de una caminata
de una semana por la nieve. Por fin, los chicos apartaron sus platos,
tan llenos que incluso se habían dejado el café.
—¿Y qué tal? —preguntó Desmond.
—Alucinante —murmuré, entre mi último bocado de huevos
esponjosos.
—No hablo del desayuno. —Se rio—. El sexo.
Me detuve a medio masticar.
—¿Estuvo tan bien como en el diario?
La pregunta era solo medio sincera. Me di cuenta, por las
sonrisas astutas que recorrían la mesa, que los chicos me estaban
desafiando. Y siempre me han gustado los retos.
—Estuvo bien —bromeé, y cogí otra tostada.
—¿Solo bien? —se burló Rogan.
—Quiero decir, sí, claro. Lo hicisteis muy bien. —Sonreí—.
Pero os fuisteis muy rápido.
Rogan y Mason me miraron con la boca abierta, sus sonrisas
casi se habían esfumado. Sin embargo, Desmond la conservaba.
Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
—Me imaginaba que me agotaríais. —Me encogí de hombros
—. Quiero decir, sois tres. Y yo solo una…
Rogan se echó a reír a carcajadas. Mason tiró su servilleta.
—Métete en el camión. —Señaló con la cabeza en dirección a
la salida—. Volvemos a la cabaña. Te enseñaré lo que es agotarse.
Ahora era yo la que se reía.
—Creía que hoy íbamos a patinar —recordé con inocencia.
—Patinaremos esta noche —me corrigió Desmond—. Hoy
vamos de compras.
—Eso es —rectifiqué con una sonrisa—. Me prometisteis que
me llevaríais al pueblo hoy. Para ir de tiendas. Coger algunos
recuerdos y…
—Comer por ahí —terminó Rogan por mí—. Sí.
Ahora todos me miraban. Probablemente recordando la noche
anterior tan vívidamente como yo.
—¿Y si vamos de tiendas —propuso Mason repitiendo mis
palabras—, y luego te comemos a ti?
Mi estómago se hundió como un ascensor, bajando a algún
lugar cálido y profundo. Sin embargo, de alguna manera, mantuve la
cara de broma.
—Bueno, eso suena bien y todo —dije con dulzura—. Pero ¿de
dónde vais a sacar la energía para ir a patinar sobre hielo después
si os agoto a los tres?
Santo cielo, pero ¿tú quién eres?
Era una buena pregunta. Desde la noche anterior, casi parecía
que un interruptor se había activado. Como si las palabras que
salían por mi boca no fuesen mías.
—¿Qué tal esto? —intervino Desmond—. Compras. Comida.
Patinaje sobre hielo… —Hizo una pausa para flexionar sus grandes
antebrazos—. Y luego directos a la cabaña, donde te conviertes en
la cena.
Me miraba fijamente con esos grandes ojos azules. Pasaban a
través de mí, como si me contemplara el alma. Y es que Desmond y
yo compartíamos un secreto: sí me había agotado. Me había llevado
a su cama y me había follado una y otra vez, hasta altas horas de la
madrugada, e incluso más. Me dejó tan agotada y exhausta que
apenas veía con claridad.
—Dijiste que querías ser nuestro juguete, ¿verdad?
Las mariposas habían vuelto. Y esta vez habían traído amigas.
—Sí.
—Bueno, entonces vamos a jugar contigo toda la noche —
insistió Desmond—. En repetidas ocasiones.
Tragué con fuerza. Al final, asentí con la cabeza.
—Los tres —añadió Rogan, estirando los brazos de forma
teatral para hacerse crujir los nudillos—. Por toda esa cabaña
dejada de la mano de Dios.
Las mariposas habían montado una barricada, a estas alturas.
—Hasta que te agotemos —afirmó Mason. Sus ojos verdes se
clavaron en los míos, mientras su voz bajaba considerablemente—:
Vamos a usar tu cuerpo hasta que nos ruegues que paremos.
—Si es que os ruego que paréis —lo corregí de alguna
manera.
Eres gilipollas, Alyssa.
No pude evitarlo. Mi boca estaba haciendo horas extra,
creando un escenario por el que mi cuerpo acabaría pagando la
factura.
Una gilipollas loca.
Desmond levantó el brazo para pedir la cuenta. Mientras lo
hacía, los demás arrojaron unos cuantos billetes sobre la mesa para
la propina.
—Será mejor que empecemos, entonces —declaró—. Nos
espera un gran día.
Capítulo 27

ROGAN

Por raro que suene, una de las cosas más atractivas de ella
era su pelo. Me encantaba cómo brillaba. La forma en que rebotaba
sobre sus hombros cada vez que lo movía hacia un lado. Era tan
espeso y me parecía tan agradable al tacto. Suave y liso. Como la
seda…
Por supuesto, su culo también era espectacular.
La vi girar en los brazos de Mason, volviéndose hacia él
mientras retrocedía sin esfuerzo con los patines. Claro que sabía
patinar. Ya nos había puesto en evidencia con el esquí. Nos dejó
preguntándonos si era capaz de hacer prácticamente cualquier
cosa.
Y, entonces, anoche…
La pasada noche había sido una locura total, mucho más de lo
que debería ser legal. Alyssa nos había sorprendido… asombrado.
Había tirado la única carta de la baraja que rompió cualquier
percepción que tuviéramos de ella. Anuló de pleno cualquier
«acuerdo» que hubiéramos hecho entre nosotros.
Después de lo ocurrido, no teníamos que buscarla.
Por lo visto, ella nos buscaba a nosotros.
Eran sombras de Emma. Ecos de nuestra relación anterior. Y
eso es lo que habíamos tenido, en realidad: un romance de grupo
en toda regla. Lo que empezó con Desmond había florecido en un
romance de cuatro, completado con citas a solas y conexiones
singulares, así como un sexo muy excitante, completamente
mágico, a tres bandas.
El problema, en aquel momento, era que no había ningún
problema. Desmond se había abierto a que compartiéramos a su
novia de todas las maneras posibles. Esto duró meses, años, con
Mason y yo llevándonos a Emma cuando queríamos y a donde
queríamos, casi como si fuera nuestra. En muchos sentidos, lo era.
Muy pronto, pasó a ser tanto nuestra pareja como la de Desmond.
Y todos sabemos cómo terminó eso.
Pero ahora… Alyssa. Era sexi, atrevida, divertida. Guapa a
rabiar e inteligente de cojones. Y al parecer —a juzgar por los
sonidos que provenían de la habitación de Desmond, al otro lado del
pasillo, anoche— totalmente insaciable, además.
Dios, no podía parar de pensar en ella.
Era emocionante, en cierto modo, tenerla por fin. Disfrutar de
ella como siempre había querido, incluso antes de nuestro
encuentro en el trabajo. Alyssa había estado en mi punto de mira
durante mucho tiempo. Seguramente demasiado, porque había
hecho falta algo así para que por fin actuara.
—¡Oye!
Levanté la vista y allí estaba, tendiéndome una mano
enguantada. Prácticamente brillaba sobre el hielo. Su sonrisa
iluminaba la noche.
—¿Vienes?
Sabía esquiar. Sabía hacer snowboard. Pero patinar sobre
hielo…
—Vamos. —Alyssa se rio—. Prometo que no dejaré que te
caigas.
Mi boca se curvó en una sonrisa de incredulidad.
—Si me caigo, estoy bastante convencido de que no podrás
evitarlo. Y, para que lo sepas, te llevaría conmigo.
Me sonrió y me guiñó un ojo.
—Pues nos caeremos juntos.
La pista de patinaje al aire libre estaba preciosa, toda iluminada
con luces de Navidad. Había un gran árbol en el centro coronado
por una estrella brillante. Me recordaba al nuestro, en la cabaña.
—Vamos, miedica —bromeó Alyssa. La cogí de la mano y dejé
que me arrastrara sobre el hielo—. Tres vueltas, sin tropezar. Hazlo
y puede que te dé algo.
—¿Algo como una recompensa? Ahora tenía mi atención.
—Justo eso, sí.
Recordé la mañana de hoy. Los tres nos habíamos encontrado
en la cocina, antes de que ella se despertara. Nos moríamos de
ganas de discutir los eventos de la noche anterior. Si habíamos
cometido un gran error o no.
—¿Así que vamos a hacerlo otra vez? —había preguntado
Mason con escepticismo.
—No, otra vez no —se apresuró a responder Desmond—.
Nada de eso.
—Entonces, ¿qué es exactamente esto? —tuve que preguntar
—. Porque siendo sinceros… parece lo mismo.
Observé cómo la cara de nuestro amigo se tornaba aún más
seria de lo normal. Siempre era así, cada vez que Emma salía en la
conversación. Negó poco a poco con la cabeza.
—Mirad, esto para ella es una diversión —nos había dicho
Desmond—. Una fantasía que se ha propuesto cumplir. También
puede ser divertido para nosotros, si tenemos cuidado con sus
sentimientos. Solo… no lo convirtamos en más de lo que es.
Fuera lo que fuera, ya había sucedido. Eso no lo podíamos
revertir. ¿Y a juzgar por el tamaño de la sonrisa pegada a la cara de
Alyssa todo el día? No cabía duda de que iba a suceder de nuevo.
—Eso es —decía, tomándome de la mano—. Mantén los pies
mirando al frente. Y no bloquees las rodillas. Patina con confianza.
—¿Patina con confianza? —Solté una risita.
—Puedes afrontar el noventa por ciento de la vida basándote
solo en la confianza —afirmó con sabiduría.
Levanté una ceja.
—¿Y cuál es el otro diez por ciento?
—Directamente, fingir. —Se echó a reír.
Alyssa me estrechó la mano y tiró de mí en la siguiente curva.
Era tan jodidamente guapa. Y no solo como una chica que ves por
ahí, sino con un aire de seducción por encima. Me encantaban
todas las curvas de su cuerpo, desde el ensanchamiento de sus
caderas hasta su sonrisa burlona y traviesa. En realidad, rezumaba
sexo. En todos los niveles.
Eso es seguramente por lo de anoche.
Tal vez, claro. Pero la había deseado durante meses. Y
después de lo que habíamos hecho en su cama…
—Ya son tres —comentó emocionada—. ¡Sigue así, ya casi
llegas!
Patinamos juntos durante la última vuelta, gozando de las
vistas, los sonidos y los olores de nuestro pintoresco entorno. El
aroma de los pastelillos y el algodón de azúcar. La música navideña
de antaño que sonaba en los altavoces. La gran montaña iluminada
por encima de nosotros, con todas las pistas llenas de esquiadores.
Desde aquí abajo, parecían pequeñas hormigas arrastrándose por
túneles sinuosos.
Juntos atravesamos el punto de partida y todavía no me había
caído. Alyssa estaba sonrosada y radiante. Su sonrisa era más
amplia que nunca.
—¿Y qué me llevo? —pregunté, tras apartarla a un lateral de la
pista.
Me devolvió una sonrisa recatada.
—¿Qué quieres?
Ahora mismo, el corazón me latía rápido. Y no tenía nada que
ver con el patinaje.
—No estoy seguro de saberlo todavía.
Sus brazos se deslizaron a mi alrededor. De puntillas sobre sus
patines, me besó con dulzura.
—Bueno, avísame cuando lo sepas.
Fue un momento perfecto. Me hubiera gustado congelarlo en el
tiempo. Guardármelo en el bolsillo para siempre y sacarlo cuando lo
necesitara.
—¡Ejem!
El sonido de Mason aclarándose la garganta dirigió nuestra
atención en otra dirección. Él y Desmond nos tendieron dos tazas de
espuma de poliestireno repletas de chocolate caliente. Cuando las
aceptamos con agrado, me di cuenta de que ya habían devuelto los
patines.
—¿Ya habéis terminado?
—Sí —dijo Alyssa—. Eso creo.
Desmond se frotó la perilla con aire pensativo.
—Entonces, ¿volvemos a casa?
La habíamos rodeado sin darnos cuenta. Formamos un
pequeño triángulo a su alrededor, sin siquiera pensarlo.
Justo como… bueno…
—De vuelta a casa —respondió con una sonrisa brillante,
mirándonos a cada uno de nosotros por turnos. Si estaba nerviosa,
no lo parecía para nada.
Noventa por ciento de confianza.
—A disfrutar de los juguetes… —Guiñó un ojo.
Capítulo 28

ALYSSA

La boca caliente se cerró sobre mi hombro desnudo,


provocándome escalofríos al deslizarse por mi cuello. Estaba de pie
en la cocina, con las piernas abiertas. Ya me había desnudado,
salvo por un bonito sujetador rojo y mi tanga a juego, mientras las
manos de Mason se deslizaban posesivamente por mi cuerpo.
—¿Seguro que estás preparada para esto?
Desmond se colocó delante de mí y se quitó la camiseta. Me
distrajo con su increíble cuerpo. Aun así, su pregunta exigía una
respuesta. Perdida en mi propia excitación, gemí y asentí.
—Porque esta es tu última oportunidad de echarte atrás —
advirtió—. Estamos dispuestos a llevar esto lo más lejos posible,
pero antes tienes que estar completamente metida.
Me estremecí cuando una mano se deslizó entre mis piernas.
Dos dedos ávidos me palparon, descubriendo con facilidad el
camino a través de mi tanga.
—No queremos llevarte por esta vía —continuó Desmond—, a
menos que tú lo desees. Así que tienes que decírnoslo, Alyssa.
Tienes que…
—Quiero —suspiré, y me giré para agarrar la cabeza de
Mason. Atraje su boca con fuerza contra mí. Sentí el calor de su
lengua resbalando por mi cuello, al tiempo que sus dedos se
sumergían con confianza en mi interior.
Mis párpados se estremecieron. Miré directamente a Desmond.
—Yo soy la que leyó el diario —le expliqué—. Soy la que
empezó todo esto, ¿recuerdas?
El dedo corazón de Mason se enroscó dentro de mí,
impactando en ese punto mágico que me hacía jadear. Apenas
podía mantenerme en pie mientras me deshacía en su mano.
—No habéis sido otra cosa que unos caballeros —afirmé—, y
yo me entregué a vosotros, voluntariamente. En todo caso, soy yo
quien está arrastrándoos a los tres.
Otro par de manos se deslizaron por mi cuerpo, porque Rogan
también intervino. Me cogió los pechos. Apoyó su peso sobre sus
dos cálidas palmas, mientras los talentosos dedos de Mason
seguían trabajando en mi interior.
—Si has leído el diario —señaló Desmond—, ya conoces
esto…
Levantó algo elegante y negro, con un acabado satinado. Lo
reconocí de inmediato, y mi entrepierna se humedeció mucho más.
La venda.
—Aún… no he llegado a esa parte —respondí con sinceridad.
La boca de Rogan se posó sobre mi otro hombro y mis ojos se
cerraron por el éxtasis—. He estado… un poco liada…
—¿Y qué me dices de estas?
Volví a abrirlos y me encontré frente a un par de esposas que
colgaba. No, error. Dos pares de esposas.
La mirada de Desmond se cruzó con la mía y mi estómago
pegó una vuelta de campana. Su expresión era de profunda
excitación… pero también de mortal seriedad.
—Lo que quieras —murmuré con suavidad.
¡Le brillaron los ojos! Quiero decir que brillaron de verdad, en
serio.
—¿Repite eso?
Los dedos de Mason se movían ahora de arriba abajo, a través
de la cálida humedad que había entre mis piernas. Se detuvo en la
parte superior, para ejercer una presión alarmantemente deliciosa
en mi hinchado botoncito.
—Haré… lo que… —¡Dios, apenas podía hablar!— …
vosotros… queráis… —Terminé con voz ronca.
Desmond recorrió el resto de la distancia que nos separaba y
me tomó la cara entre las manos. Me dio un beso con la boca
abierta lleno de tanto fuego y tanta pasión que las piernas casi me
cedieron por completo.
—Bien —declaró cuando por fin terminó.
Sentí el frío acero de una esposa deslizándose por mi
muñeca… seguido de una serie de lentos y amenazantes clics.
—Perfecto, en realidad —me susurró acaloradamente al oído.
Capítulo 29

ALYSSA

Ser el juguete de los chicos, su propio instrumento sexual…


bueno, no era para nada como esperaba.
Dios, era mucho mejor.
Me condujeron por el pasillo, de vuelta a mi habitación, la
escena del crimen. No debería haberme sorprendido que me
empujaran sobre la cama. Y menos cuando sacaron un par de
correas de cuero de las esquinas superiores del colchón, cada una
con una anilla atada al extremo.
Llevas durmiendo sobre eso todo este tiempo.
Mi corazón se aceleró el doble cuando me vendaron los ojos y
me estiraron los brazos por encima de la cabeza. Bocabajo, con mi
vientre rozando las sábanas, me esposaron a las anillas…
…y me dejaron allí, de forma indefinida.
En la oscuridad satinada, a mi mente se le ocurrieron
innumerables posibilidades de lo que podría ocurrir a continuación.
Deseaba haber leído más del diario de Emma. Al menos podría
haberlo hojeado, para ver qué pasaba a continuación.
Ya sabes lo que pasa a continuación.
Todo mi cuerpo estaba sofocado por el calor. Cada terminación
nerviosa de la piel me hormigueaba, como si estuviera en llamas.
Pasaron cinco minutos. Diez minutos…
Lo percibí más que escuché cuando sucedió: la presencia de
alguien más en la estancia. Todavía estaba en ropa interior.
Bocabajo, con el culo hacia arriba. Posicionada totalmente para su
placer, como Desmond había dicho tan sucintamente.
Alguien se arrodilló en la cama, inclinando mi cuerpo hacia
atrás. Un par de manos se dirigieron a mi culo…
Y entonces, de repente, una boca se cerró sobre mí desde
atrás.
Ay… La hostia…
Me retorcí un poco contra las esposas, mientras una lengua
caliente y húmeda se ponía a trabajar en mí. Notaba cómo las
manos en mi culo se flexionaban. Me exprimían aún más placer,
mientras aquel misterioso amante se lanzaba de cabeza a la tarea
de convertirme en un manjar.
Me devoró por encima del tanga, prácticamente inhalándome a
través de la tela empapada. Después, jadeé cuando lo apartó. Sentí
una lengua ardiente y mojada hundiéndose en mis profundidades.
Me lamió y chupó y engulló, a la vez que esas manos jugaban de
forma brusca con mi culo hasta el punto de que el placer y el dolor
apenas se distinguían.
Gemí de alegría cuando por fin me penetró. Hubo otro suave
bote de la cama y, de repente, el amante estaba presionando mi
interior desde atrás.
SSSÍ.
Lo acepté con facilidad, con avidez, preguntándome si podía
ser Mason. Estaba así de mojada. Así de ansiosa y excitada, y tal
vez incluso un poco adormilada por las celebraciones de la noche
anterior.
Quienquiera que me estuviera follando sabía cómo hacerlo. Me
penetraba con fuerza, haciéndome suspirar por el placer culpable de
que me trataran con tanta rudeza. Me la clavaba hasta el fondo en
cada embestida y añadía un golpe y un roce irresistibles para
rematar el empujón.
Era tan imprevisiblemente excitante no saber quién era.
Comprender que podía haber cualquier persona detrás de mí,
incluso un extraño, solo hacía que todo me resultara más travieso y
sucio. Confiaba en ellos, claro. Pero, al mismo tiempo, ¿los conocía
de verdad?
No seas estúpida, Alyssa.
Quizás, en el desván de mi mente, todo eso era parte de la
fantasía. El anonimato de no saber quién se encontraba en mi
interior. Sentirme segura y protegida, pero muy puta y genial al
mismo tiempo.
Me encorvé contra el misterioso invitado, hasta que sentí la
inevitabilidad de su inminente clímax. Su cuerpo se tensó, sus
dedos se apretaron. Los evidentes cambios en su respiración, que a
estas alturas era casi una sucesión de gruñidos y gemidos
incontrolables.
Mi amante se impulsó hacia delante una última vez y, luego, se
retiró repentina y bruscamente. Uno o dos segundos de confusión
más tarde, sentí la inconfundible sensación del esperma caliente
rodando por mi espalda desnuda. Chorro tras chorro de pegajosa
simiente caliente, que me rociaban de forma anónima sobre la piel
en una lluvia indescriptiblemente ardiente y ultratabú.
Dios, ¡estaba tan cerca de correrme! Pero, de alguna manera,
no lo había visto venir. En lugar de eso, me centré en apretar el culo
contra las piernas de mi empotrador. Sentí su erección, que se
desinflaba a toda velocidad, en la parte baja de mi espalda y en el
culo, mientras él la frotaba un par de veces contra el calor de mi piel.
Una toalla aterrizó sobre mi espalda de repente y, luego,
alguien me limpiaba. Aseada y preparada para la próxima persona
que entrara en mí, fuera quien fuera.
Esto es más que grandioso.
Mi esencia palpitaba de necesidad y deseo, prácticamente
rogando que la llenaran de nuevo con algo. Pero, como antes, me
quedé sola en la habitación. Los minutos se prolongaron, minutos
que parecían horas. Me retorcía con fuerza contra la colcha.
Buscaba a ciegas algo —cualquier cosa— que meterme entre las
piernas, quizás para descargar y aliviar algo de la tensión
preorgásmica acumulada en la parte inferior de mi cuerpo.
Y entonces volvió a suceder… y otra vez después. El crujido de
una tabla del suelo. La ligera insinuación de una brisa cuando
alguien entraba en el cuarto.
Me devoraron por debajo. Me comieron otra vez desde atrás.
Me besaron, lamieron y acariciaron los pechos, mientras me metían
los dedos con frenesí. Tenía a alguien apretado contra mis labios,
justo debajo de la tela de la venda.
Y, cada una de las veces, me follaron con intensidad tras ello.
Me tiraban del tanga con fuerza hacia la izquierda y la derecha, me
lo estiraban por encima de una nalga mientras me la introducían
bruscamente desde atrás. Fue asombroso hacerlo todo a ciegas. Ni
siquiera disponía de la ventaja de las manos para identificar a quién
pertenecían los cuerpos duros y musculosos que me estaban
asaltando.
Uno o dos de ellos se fueron sin siquiera correrse. Me jodían
hasta que no podían más, o hasta que yo estaba al borde de mi
propio orgasmo febril. Entonces se detenían… y se piraban.
¡Dios!
Era lo más frustrante del mundo, que me dejaran temblando al
límite del clímax. Sin embargo, en ciertos aspectos, también era
extrañamente agradable. Había una emoción innegable en no saber
nada de lo que venía después. Una excitación ciega que provenía
de la certeza de que yo estaba allí para complacerlos a ellos, y que
estaban usando mi cuerpo para su propia gratificación personal.
Me asolaron una y otra vez, hasta que otro se corrió en mi culo
con un largo y salvaje siseo. Notaba cómo sus pelotas se hinchaban
contra mi espalda mientras se consumían en un orgasmo. El calor
de la eyaculación burbujeante, goteándome por la parte trasera de
los muslos…
¡Joder!
No sé cuánto tiempo estuve allí. Perdí la cuenta de cuántas
veces se pasaron. Un hombre se marchaba. Otro entraba. Una y
otra vez, unas manos extrañas se dirigían a mis caderas y nunca
sabía si me iban a comer, a machacar o una combinación de ambas.
Me estaba desesperando por correrme. Me consumía por completo
la necesidad de liberarme, hasta el punto de que empecé a agitarme
y a gritar. Me sacudía hacia atrás, contra cualquiera que estuviera
dentro de mí, e incluso rogaba en voz alta que me permitieran llegar
al orgasmo.
Me habría casado en el acto con el que se apiadara de mí. Mi
último amante continuó embistiendo más allá del punto en que los
otros habían dejado de hacerlo, justo cuando mis muñecas
comenzaron a retorcerse en las esposas. El cuerpo se me puso
rígido. Mis manos se revolvían en el aire con desesperación,
mientras me preparaba para lo peor…
Pero lo peor nunca ocurrió.
Ohhhhh… ¡SÍ!
Me corrí sin parar sobre la bendita y gruesa erección que
seguía enterrada en mi interior. El cálido cuerpo situado a mis
espaldas no se retiró. Las manos en mis caderas seguían
apretando, el monstruo de mi interior seguía empujando,
martilleando, acariciándome desde dentro hacia fuera, a lo largo de
todo un glorioso orgasmo.
Puede que incluso dejara de ver. Con la venda en los ojos, era
imposible decirlo. Todo lo que recuerdo es que me quedé tumbada,
sin fuerzas, sobre el vientre. Y luego una voz en el oído, susurrando
tan bajo y áspero que no podía dilucidar quién era.
—¿Tienes hambre?
Asentí débilmente con la cabeza. En realidad, estaba famélica.
Habían pasado tantas horas desde el almuerzo, que bien podrían
ser…
¡Ohhh!
Mis pensamientos quedaron interrumpidos cuando una cabeza
con forma de seta se coló de golpe entre mis labios. Y de pronto el
amante se corrió: pulsación tras pulsación de espesa sustancia,
cálida y pesada, me llenó la boca en un instante.
Oh…
La abrí de par en par, anhelándolo todo. Ansiosa por hacer que
este hombre se quedara la mitad de bien de lo que me había hecho
sentir a mí, consiguiendo sacarle lo máximo posible con mi boca
revuelta y frenética.
Me alimentó durante lo que pareció una eternidad, sujetando
mi cabeza en su sitio. Le provoqué gruñidos bajos y primarios,
conforme descargaba la segunda mitad de su clímax directo a mi
garganta.
Era denso. Dulce. Almizclado. Todo a la vez. Y muy, muy
caliente.
—Toma…
Todavía no lograba identificar la voz. Podría haber sido
cualquiera de ellos. O podrían haber sido todos ellos, de pie a mi
alrededor. Observando. Esperando su turno…
—¿Todavía tienes hambre?
Tragué por última vez. Vacilante, asentí de nuevo.
—Bien.
Sentí la tensión en el brazo. El chasquido metálico de una
cerradura y la brusca liberación de una de las esposas.
—Recupérate —me aconsejó la voz mientras me ponía una
llave en la palma de la mano—. La cena está casi lista.
Capítulo 30

ALYSSA

No estaba segura de qué era más excitante, en realidad. Que


me hubieran encadenado a la cama y usado como un juguete, o que
los chicos se hubieran turnado para hacer la cena… mientras se
turnaban para hacérmelo a mí.
—¿Sal, por favor?
Le pasé el pequeño recipiente de plástico a Mason y él
procedió a echársela por encima de las patatas fritas. La cena era
sencilla: hamburguesas con queso y perritos calientes, cocinados en
la parrilla del patio. Los chicos debieron de pasarse la mitad del
tiempo sacando con una pala la nieve, por lo tapado que estaba
todo allí atrás. Y sabía muy bien en qué ocuparon la otra mitad.
—Entonces, ¿todavía vamos a pescar en el hielo? —preguntó
Rogan a mitad de bocado.
—Tal vez —respondió Desmond. Sonrió y me señaló con una
patata frita—. Depende de nuestra chica.
Los demás me miraron con escepticismo.
—No parece un gran pescador —comentó Mason—. Eh…
pescadora.
Era genial lo informal que era todo de repente. Estábamos
cenando, hablando de lo que queríamos hacer durante nuestras
vacaciones. Como si no se hubieran turnado para follar conmigo tan
solo unos minutos antes.
—¿Tengo que superarte pescando de la misma manera que te
superé esquiando? —lo desafié.
—¿Eres capaz?
Dejé escapar una risa traviesa.
—Podría ser.
—¿Qué tipo de…?
—Lubina, sobre todo. También peces azules. —Empecé a
contar con los dedos para darle más efecto—. Pargo, lenguado,
platija…
Mason gruñó.
—Oh, vaya.
—Corvina, trucha…
—Vale, vale. —Desmond se partía de risa—. Lo pillamos. De
un modo u otro… sabes pescar.
—Bueno, soy de Jersey. —Me encogí de hombros—. Mi tío
tenía un barco y alquilaba una casa en la costa todos los años. Nos
llevaba mucho a pescar.
—¿Y la excursión con raquetas de nieve? —preguntó Mason.
Rogan negó con la cabeza.
—Suena agotador.
—¿Escalada en hielo?
—Suena peligroso —dije, nerviosa.
—No está tan mal, en realidad —replicó Mason—. Las
cataratas Bingham tienen una cascada de nivel uno.
—¿Qué demonios es una cascada de nivel uno? —inquirió
Rogan mientras abría su última cerveza.
—Ojalá lo supiera —se burló Mason—. Lo vi en Internet.
Me acerqué a la nevera y saqué otra cerveza. Al margen del
sexo alucinante, me encantaba estar aquí. Me sentía a gusto.
Confortable. Y lo mejor de todo es que por fin podía pasar las
vacaciones con alguien. O, mejor dicho, alguienes.
—Sea lo que sea que decidamos hacer —comentó Desmond
—, va a tener que ser mañana o pasado. Se avecina tormenta. Una
de las buenas.
Lo habíamos escuchado en la radio, cuando volvíamos del
pueblo. Se acercaba una ventisca, justo en el centro del estado.
—Es probable que nos quedemos atrapados bajo la nieve en
Navidad —añadió Desmond.
—Bueno, entonces será mejor que volvamos a ir a comprar —
sentencié—. No tengo nada que regalaros, chicos.
Se callaron todos a la vez, mirándome por encima de su
comida y bebida. Cada uno con su propia sonrisa de complicidad.
—Oh, eso no me suena —bromeó Rogan.
—Además de eso —añadí, sacándole la lengua.
La idea me atraía desde antes de llegar aquí: quedarme
encerrada en la nieve con mis tres magníficos compañeros de
trabajo. Atrapados en nuestra acogedora cabaña, sin nada que
hacer más que…
—Joder.
Todos nos giramos para mirar a Rogan.
—¿Qué?
—Acabo de darme cuenta de que no mandé el regalo de
cumpleaños de mi sobrina.
Mason silbó. Desmond murmuró algo ininteligible.
—¿Cuándo es su cumpleaños? —pregunté.
—Mañana.
—¡Qué mal! —manifesté.
—Lo sé, lo sé —se lamentó Rogan—. No metas el dedo en la
llaga.
—No, me refiero a que es una mierda que su cumpleaños
caiga tan cerca de Navidad. Todos los años pasará desapercibido.
—Lo pensé durante un momento—. ¿Cuántos años tiene?
—Diez.
Me levanté de golpe y le tendí la mano.
—Ven conmigo.
Fue algo fácil, recorrer el pasillo y volver al dormitorio principal.
Las esposas seguían sobre la cama. Las aparté y saqué mi portátil.
—¿Cómo es? —pregunté.
Rogan se encogió de hombros.
—Bueno, mide como un metro y medio. Rubia. Ojos azules…
—Me refiero a qué es lo que le gusta —refunfuñé de mala
gana.
—Ah. —Rogan se echó a reír—. Uh… bueno, le gusta dibujar.
Y las manualidades. Y la ciencia.
—Así que es creativa.
—Sí, sin duda.
Diez minutos más tarde tenía el carrito de la compra lleno de
todo lo que una niña creativa puede desear. Cordones de colores
para hacer pulseras. Plantillas. Un terrario que brillaba en la
oscuridad y por el cual le habría sacado los ojos a alguien, si
hubiera existido algo así cuando yo era pequeña. Incluso un kit de
mariposas de origami.
—Ya está —señalé, satisfecha—. Y, como eres tan buen tío,
pagarás el envío en un día.
Hice clic. Rogan puso una mueca de disgusto.
—Oh, no seas así. —Me reí—. Es culpa tuya haber llegado
tarde a la fiesta. Ahora… ¿qué hay de Navidad?
—Celebro Navidad con mis hermanas después de año nuevo
—respondió.
—¿Hermanas?
—Sí, tres.
—¿Cómo es eso?
—Porque viven lejos y es un coñazo. —Sonrió.
—La familia nunca debería considerarse un coñazo —lo
regañé.
—¿Oh, sí? ¿Y la tuya?
Abrí la boca para responder, pero me detuve en seco. Me
había pillado.
—¿Cómo es que nunca pasas las fiestas con tus padres? —
preguntó Rogan—. O al menos con tu hermana. Sé que vive en
California. Esa costa es preciosa.
—Mis padres… —Se me hizo difícil—. Bueno, son una especie
de causa perdida. Y mi hermana es una persona completamente
diferente ahora. Ya no nos llevamos demasiado bien.
—¿Pero te llevas bien con nosotros? —me espetó Rogan,
tirando de mí hacia su lado de la cama.
Era una de esas personas que saben sonreír con los ojos. Su
expresión era cálida. Sin prejuicios.
—Vosotros sois diferentes —aseguré.
Me puso bocarriba con cuidado. Se colocó sobre mí.
—¿No me digas?
Me mordí el labio y asentí.
—En todos los buenos sentidos, espero… —dijo, acercando
cada vez más su boca a la mía.
Sus labios rozaron los míos, produciéndome un cosquilleo por
todo el cuerpo. Pero no me besaba. Todavía no. Solo nos
tocábamos. Respiraba mi aliento caliente mientras me miraba
fijamente a los ojos.
—Ya sé lo que quiero —susurró Rogan en mi boca—. Como
recompensa por patinar sobre el hielo.
Deslizó la mano por mi pierna para descansar tentadoramente
en la unión de los muslos. Presionó hacia dentro, con firmeza pero
con suavidad, cubriéndome el sexo. Dejé escapar un gemido
cuando me dio un delicado apretón.
—Sí, ¿no?
—Sí.
Intenté empujar contra su mano, pero se apartó lo suficiente
como para impedirlo. Cuando volví a bajar el culo a la cama, volvió a
presionar hacia delante, burlándose de mí.
—Entonces, ¿qué es?
Me lo imaginé bajándome los pantalones de yoga por las
piernas, allí mismo, en la cama. Introduciéndose entre mis muslos y
penetrándome directamente, mientras los demás recogían la cena.
En cambio, Rogan me plantó un único beso en los labios.
Luego, se levantó de la cama y me dejó allí tirada, toda acalorada y
sin aliento.
—Te lo enseñaré más tarde. —Me guiñó un ojo antes de salir
del cuarto.
Capítulo 31

ALYSSA

¡Vaya diferencia supone un año!


Todavía me resulta increíble que haya pasado
tanto tiempo. Que estemos de nuevo aquí, el lugar
donde empezó todo. Llevaba todo el año queriendo
escribir un diario, pero había demasiadas cosas de
las que hablar. Demasiadas cosas increíbles que
hicimos cuando volvimos a Florida… los cuatro,
juntos.
Sabía desde el principio que podría terminar así.
Que, una vez que el genio saliera de la botella, no
había vuelta atrás. Desmond estuvo de acuerdo; no
había razón para parar.
No es como si pudiera detenerlo, aunque
quisiera, llegados a este punto.
Hubo ocasiones durante el año en que bajamos
el ritmo, sobre todo cuando todos estábamos
ocupados. Pero luego estaban las otras épocas. Los
momentos en los que uno o más de ellos se volvían
locos conmigo… o, más a menudo, yo con ellos.
Doce meses desde la última Navidad. Doce
disparatados meses en los que me compartían mi
novio y sus dos cachondos amigos. No llevé un
diario como este, pero sí una lista. Una lista de
experiencias que anoto a continuación, para la
posteridad y para futuras referencias.
No es que haya la menor posibilidad de que las
olvide…

Ya tenía el pulso acelerado cuando pasé la página, dispuesta a


leer sobre el año de Emma. Necesitaba saber qué había pasado
después de la cabaña. Cómo habían ido las cosas entre los cuatro,
una vez que las vacaciones terminaron y la realidad de estar en
casa, en Florida, se impuso.
Por lo visto, su pequeña fantasía se había prolongado. Los
cuatro habían hecho todo tipo de cosas increíbles:

COSAS QUE RECUERDO:


~ La primera vez que nos reunimos todos en mi
apartamento, una vez que volvimos. Desmond invitó
a los demás a tomar una copa, sabiendo muy bien lo
que tenía en mente. Rogan y Mason se sentaron
torpemente, con una pinta adorable, vacilantes. Al
menos hasta que salí del dormitorio con lencería
nueva.
~ La primera vez que invité a los chicos a cenar
a casa. Y lo excitante que fue hacerlo con los tres en
mi propia cama.
~ El cumpleaños de Rogan y yo siendo su
regalo. Desmond me dejó en su casa después del
trabajo, para sorprenderlo con nada más que un
tanga y una gabardina. ¡Nunca olvidaré la cara que
puso al abrir la puerta! Y lo divertido que fue cuando
le envió un mensaje a Desmond para asegurarse de
que todo iba bien… mientras yo ya estaba ocupada
chupándosela.
~ El 4 de julio, en la playa, viendo los fuegos
artificiales. Tumbada entre los tres en la oscuridad.
Que me besaran una y otra vez hasta que me sentí
mareada. Y lo increíble que fue que me penetraran
en la arena, sobre nuestra manta peludita, mientras
los tres se turnaban para vigilar.
~ La noche en que Desmond me «prestó» a
Mason para devolverle una apuesta de fútbol, que
estoy bastante segura de que ni siquiera hicieron.
~ La vez que Mason y yo salimos a tomar una
cerveza y terminamos follando hasta la saciedad en
el asiento trasero de su coche.
~ La noche de mi cumpleaños. Salir a cenar con
Desmond y luego regresar a un elegante hotel del
centro… donde Rogan y Mason ya estaban
aguardando sin nada más que un par de
calzoncillos.
~ Halloween e ir de bar en bar a pedir dulces con
los tres. Disfrazada de enfermera guarrilla. Volver a
casa de Mason porque quedaba más cerca y, allí,
jugar a los «doctores» con ellos hasta hacer que se
corrieran todos dentro de mí.

La lista seguía y seguía. Había casi una veintena de ejemplos


de las hazañas sexuales de Emma, cada uno más picante que el
anterior. Y, a pesar de estar tan bien atendida a día de hoy, cada
uno me mojaba mucho más.
Mi favorito, sin embargo, se produjo cuando Desmond salió al
extranjero por un viaje de negocios hace dos veranos.
De hecho, me acordaba de su ausencia en la oficina, si hacía
un esfuerzo. Durante las tres semanas que estuvo fuera, Emma
aparentemente fue nombrada novia oficial de Rogan y Mason. El
título venía acompañado de todas las ventajas sexuales
imaginables, ya que los dos se turnaban para cuidarla, lo que por
supuesto significaba compartir cama.
Y a veces incluso todos juntos.
Quería seguir hojeando el diario, pero ya era tarde. Hacía frío,
estaba oscuro y ya pasaba de la medianoche. Los chicos, que al
parecer se habían cansado ellos de mí esta vez, ya se habían
acostado.
Apagué la lámpara de lectura y abrí el cajón de la mesita de
noche. Cuando iba a guardar el diario, me di cuenta de que había
alguien en la puerta.
Rogan.
—¿Quieres seguir leyendo esas cosas? —preguntó
tímidamente—. ¿O prefieres hacerlas?
Cerré el cajón sin quitarle los ojos de encima. Iba sin camiseta
a propósito. Los deliciosos picos y valles de su tableta, definidos y
asombrosos.
—¿Qué tenías pensado?
—Bueno, mi cama está caliente —propuso, desplazándose de
un pie a otro. Los músculos de su estómago se movían formando
ondas—. Mucho más que esta.
—Entonces… ¿fiesta de pijamas?
Dejó escapar una risa pícara.
—Sí. Algo así.
Fui a retirar las sábanas, pero dudé.
—¿No debería pedirles permiso a mis padres? —bromeé.
—Nah. Creo que no.
—¿Y eso?
—Porque es probable que hagas travesuras.
Levanté una ceja inquisitiva.
—¿Probable?
Rogan dio un paso adelante y me quitó el edredón del cuerpo
tan rápido que grité. Me agaché, con la piel de gallina, mientras él
me acariciaba el culo con ambas manos.
—Métete en mi cama y averígualo —refunfuñó con tono
seductor.
Capítulo 32

ALYSSA

Fue la mejor Nochebuena de mi vida.


Dedicamos las últimas horas antes de la tormenta a recorrer el
pueblo. Leche, huevos, agua embotellada… a estas alturas ya
escaseaban, pero por alguna razón Desmond sabía exactamente
dónde conseguirlos. Había pasado demasiados inviernos aquí.
Conocía a demasiada gente. Le guardaban cosas. Lo vi besar a
suficientes mujeres en la mejilla y estrechar bastantes manos
masculinas como para darme cuenta de que era muy querido.
Cada uno se alejó en direcciones diferentes para hacer sus
propias compras. Sin embargo, todo cerraba pronto. Cada cual se
dirigía a su destino, antes de que la ventisca te obligara a quedarte
dondequiera que estuvieras.
Y yo no deseaba otra cosa que acabar en la cabaña con mis
tres maravillosos chicos.
Por muy divertido que hubiera sido el día de ayer, la noche
anterior fue como un sueño hecho realidad. Rogan me había llevado
a su cama, como me había prometido, y allí me encontré a Mason
todavía despierto y esperándome. Me había metido alegremente
entre los dos. Disfruté del calor de sus anchos cuerpos bien
apretados a ambos lados…
Y luego se habían turnado para besarse y besarse conmigo
durante lo que debió ser una hora entera.
Era una locura lo mucho que me excitaban solo con unos
besos. El suave tacto de una lengua tanteando despacio. El
desmayo de pasión que se produce al respirar el aliento de alguien.
Juntos compensaron cada uno de los besos que me había
perdido mientras estaba atada a mi cama. Aquello había sido puro
sexo. Crudo, animal. Pero anoche…
Anoche hubo intimidad. Una conexión emocional total, en todos
los niveles. Rogan y Mason me habían besado, acariciado y
abrazado, hasta que comencé a gotear y a retorcerme entre ellos. Y
luego me hicieron el amor, uno por uno. Primero Mason, abriéndose
paso entre mis piernas… y luego Rogan, ocupando su lugar
enseguida, en cuanto su amigo se consumió en mi interior.
Me besaron en todo momento, acariciándome suavemente la
espalda. Me hicieron correrme no una sino dos veces, al tiempo que
los rodeaba con los brazos y abría los muslos al máximo. Y todo
ocurrió bajo las sábanas. Me habían follado con calma,
tranquilamente, sin romper el sello del edredón ni exponer mi piel
desnuda al fresco aire de la cabaña.
Si Desmond lo sabía, no lo demostró por la mañana. Y
entonces me di cuenta de que no importaba. Los tres mantenían un
acuerdo tácito que ahora me incluía a mí. No me sirvieron más que
café y sonrisas. Nada más que amor y cariño y un profundo e
implacable respeto.
Podría acostumbrarme a esto.
Me provocó una punzada de excitación en la boca del
estómago. Me encantaba la idea de que algo así pudiera continuar,
incluso después de volver a casa, a Florida.
Lo hicieron con Emma... ¿por qué no conmigo?
Me pasé toda la tarde dándole vueltas a esta misma pregunta.
Busqué baratijas, chucherías y algún que otro regalo en todas las
adorables tiendecitas, sin dejar de soñar que lo que hacíamos en
nuestra escapada navideña podría convertirse en algo recurrente.
Pero ¿era lo que quería, de verdad?
Me parecía una auténtica locura, si lo pensaba. Vivir una
fantasía entre las cuatro paredes de nuestra pequeña cabaña era
una cosa. En ese sentido, nuestro romance era igual que nuestras
vacaciones; tenía principio y final. Todo era finito, y tal vez eso lo
volvía más admisible en mi cabeza. Que no estaba haciendo esas
cosas, en realidad, por el simple hecho de que no las iba a hacer
durante un período de tiempo significativo.
A menos que…
Estaba en mi habitación envolviendo regalos cuando oí que
llamaban a la puerta. Desmond entró, con un aspecto grandioso,
atractivo, espectacular. Incluso con su grueso abrigo de invierno.
—Tengo que hacer un recado rápido —comentó, con una mano
aún en el pomo de la puerta—. ¿Quieres acompañarme?
—¿Un recado? —respondí, sorprendida—. ¿Ahora?
—Sí.
—¡Pero la tormenta está a punto de estallar!
—Razón de más para ir saliendo.
Balanceé las piernas sobre la cama y empecé a buscar mis
botas. Desmond ya las tenía en la mano.
—¿Qué tipo de…?
—El señor Foster se ha quedado atrapado en la nieve a un
kilómetro de aquí —explicó—. Vamos a sacarlo. Después lo
llevaremos con su familia, a Morristown, para que no se quede
encerrado y solo en casa por Navidad.
Lo visualicé todo. El corazón se me derritió.
—Es lo más tierno que he oído nunca —afirmé.
—Sí. —Desmond sonrió de una manera irresistible—. Seremos
héroes… —Miró por la ventana que tenía a mis espaldas—. Pero
solo si nos damos prisa.
Capítulo 33

DESMOND

La tormenta se acercaba más rápido de lo que me esperaba.


Aun así, no estaba preocupado. Había algo reconfortante en tener a
Alyssa a mi lado en la cabina del camión.
—Va a caer una buena, ¿no? —preguntó.
—Sí. Fuerte y rápido.
Se echó a reír desde su asiento.
—Justo como me gusta.
Fingí que ponía los ojos en blanco cuando me dio un codazo
juguetón. Era muy divertido tenerla aquí. De alguna manera,
encajaba perfectamente entre tres machos alfa, y no solo en el
sentido físico.
Es porque es inteligente. Divertida. Despreocupada.
Sí, Alyssa era sin duda todas esas cosas y más. Se reía de sí
misma y encajaba los golpes. Como nosotros, no se tomaba a sí
misma demasiado en serio.
Y eso era raro hoy en día.
Nuestra tarea estaba hecha y ahora íbamos de vuelta a la
cabaña. El señor Foster se mostró agradecido. Lo llevamos sin
problemas.
—¿Cuántos metros crees que caerán?
—Podrían ser hasta cinco o seis —respondí, arrancando un
silbido bajo desde el lado de Alyssa—. O eso he oído.
Si alguien sabía cómo sería la tormenta de nieve, éramos
nosotros dos. Rogan y Mason eran de Florida hasta la médula. Pero
yo había pasado los inviernos aquí y Alyssa era de Jersey. Había
visto lo suyo de tormentas de nieve y ventiscas, aunque fueran a
menor escala.
—Ve más despacio —dijo de repente.
Miré hacia donde ella miraba por la ventanilla del copiloto,
entre la oscuridad.
—Confía en mí —le pedí—. Puede que no haya muchas
farolas aquí…
—O ninguna —intervino ella.
—…pero puedo manejarme con total soltura en la carretera —
terminé.
Ahora sonreía, pero no por lo que había dicho. Era más bien
una sonrisa astuta y diabólica.
—Oh, confío en ti —afirmó con naturalidad—. Pero no es por
eso por lo que te he dicho que vayas más lento.
Abrí la boca, pero antes de que pudiera pronunciar una sola
sílaba, se acercó y dejó caer una mano sobre mi muslo. Sus ojos
centellearon al tiempo que me daba un apretón no muy delicado.
Luego, sin mediar palabra, empezó a tantear el botón de mis
vaqueros.
—Yo… eh… Oh.
Soltó una carcajada.
—¿Oh? ¿Eso es todo lo que tienes que decir?
Me bajó la cremallera. Una cálida mano se introdujo en mis
bóxers.
—Yo… bueno…
—No tienes que decir nada, en realidad —añadió
compasivamente. Se inclinó más y puso los labios contra mi oreja—:
Limítate a levantar el culo del asiento —susurró—, para que pueda
bajarte los pantalones hasta las rodillas y chupártela…
El perverso énfasis que puso en esa última palabra disparó una
chispa de electricidad por todo mi cuerpo. Sentí que me ponía
rígido, me tensaba contra su mano.
—El truco para que te la coman estando al volante —comentó
entre risas— es conducir despacio y mantener los ojos en la
carretera. De lo contrario… bueno…
Dejó caer la cabeza en mi regazo y liberó mi polla. Estaba
espesa y somnolienta, pero se despertó a toda prisa. Sobre todo
cuando pegó los labios al tronco y me plantó un beso allí.
—Por supuesto, todo esto es en teoría —añadió—. Nunca lo
he probado.
Me sobresalté cuando una lengua caliente y húmeda se deslizó
por toda mi longitud. Pisé el acelerador por reflejo y el motor se
aceleró brevemente. La oí reírse desde mi falda.
—¿Alguna vez te lo han hecho? —me preguntó.
Negué con la cabeza y me di cuenta de que no podía ver el
movimiento.
—No —contesté al final—. Jamás.
—Bien —murmuró Alyssa—. Entonces ambos perderemos la
virginidad con el otro.
Su boca se cerró sobre mí y me hizo subir directo al cielo. Su
lengua se arremolinó de forma seductora, justo debajo de la cabeza
de mi erección, ahora dura. Podía sentir la suavidad de su pelo
rozando mi estómago.
Ohhh, da tanto gusto…
Era tal y como me avisó de que iba a ser: una distracción total.
Tuve que apartar los ojos de su hermosa cabeza oscilante para
volver a mirar la carretera. La nieve caía ahora en gruesos y
pesados copos. Los veía pasar entre las luces de los grandes faros
del camión, conforme avanzaba poco a poco por la carretera
desierta.
Menuda chifladura.
Mi voz interior podría estar refiriéndose a la cálida mamada que
me estaban haciendo en ese momento. Pero también podría
tratarse de nuestra situación en general. De algún modo, lo
estábamos repitiendo. Rogan, Mason y yo, compartiendo a la misma
mujer. Dándole las mismas cosas increíbles… mientras caíamos en
los inevitables apegos de la última vez.
Al principio me había convencido de que solo sería sexo. Que
no estábamos más que cumpliendo la fantasía de una compañera
de trabajo, planteada por ella. Al fin y al cabo, Alyssa había iniciado
todo. Hasta donde yo sabía, habíamos sido fieles a nuestro acuerdo
y nos habíamos abstenido de buscarla.
Y entonces ella había acudido a nosotros.
Suspiré de felicidad, mientras agregaba la otra mano a la
combinación. Alyssa me la estaba mamando mientras conducía a
casa. Bombeaba la base con una mano, mientras usaba la otra para
hacer rodar con delicadeza mis testículos entre sus ágiles dedos.
Agarraba el volante con tanta fuerza que pensé que iba a
arrancarlo. Así era. Increíble. Brutal.
Ve despacio, ¿recuerdas?
Solté el acelerador un poco más, aunque ya estaba yendo a
poca velocidad. Quería disfrutar de esto. Saborear la sensación de
su boca agitada y turbulenta, envolviéndome con cariño, mientras el
calor de las rejillas de ventilación del camión me acariciaba la cara.
Pensé en lo que estábamos haciendo y en lo similar que era
a… bueno… Emma. Mierda, era casi idéntico. Y, sin embargo,
también era totalmente diferente.
Emma había empezado como mi novia, además de ser la hija
del jefe. Eso había complicado las cosas, aunque los cuatro nos
esforzáramos por simplificarlas. Con Alyssa, sin embargo, habíamos
empezado todos a la vez. Había igualdad de condiciones. No había
otra historia que la que estábamos construyendo ahora mismo.
¿Y qué pasa después?
Era algo que los chicos me habían preguntado en privado.
Pero, incluso antes de eso, era una pregunta que me había
planteado. ¿Continuaríamos todos juntos, tras regresar a casa de
las vacaciones? ¿O sería más inteligente poner fin al asunto cuando
nuestro avión aterrizara en Florida y volver a la relación profesional
que manteníamos antes?
Y lo que es más importante... ¿qué querría ella?
No tenía ni la más remota idea. Lo único que sabía era que la
chica que tenía entre las piernas era todo lo que buscaba en una
mujer. Era inteligente, ingeniosa y genial. Tan guapa que quitaba el
aliento. Y era capaz de llevarse bien con mis dos mejores amigos,
como es obvio.
Y aunque técnicamente fuera mi primera vez, ya podía decir
que la chupaba como nadie al volante.
—Nena… —casi jadeé—. Cariño, voy a…
—Mmm-hmm…
Una mano soltó el volante sin querer, mis dedos se dirigieron a
su pelo sedoso y mi orgasmo se aproximaba a toda velocidad.
Alyssa relajó el agarre, pero apretó el sello de sus labios. Todo entre
mis piernas era calor. Humedad.
—Maravilloso.
—Madre mía…
Estallé con violencia, llenándole la boca con mi leche, dándole
todo lo que tenía. Mis huevos hervían a medida que un chorro tras
otro de éxtasis abrasador salía de mí.
¡Jooooooder!
Noté que atravesaba su talentosa boca. Le bajó directamente
por la garganta y llegó a su vientre. Alyssa lo bebió todo sin
descanso, sin apartar nunca la boca de mi pene palpitante. Se tragó
hasta la última gota mientras me masajeaba con suavidad, hasta
que me quedé exhausto y débil, flotando en una bella nube de
dopamina.
—Hostia puta, Alyssa…
Se relamió los labios mientras se incorporaba de nuevo, y los
tenía carnosos y llenos. Estaba más guapa que nunca, con la cara
toda sonrojada por el calor. Los ojos le brillaban bajo las luces del
salpicadero, como fuego líquido.
Al contemplar su precioso rostro, una oleada de intensos
sentimientos se apoderó de mí. Sentimientos que eran bruscos,
pero familiares. Sentimientos que apretaron el nudo en mi
estómago.
—Ha sido mucho más fácil de lo que pensaba —se jactó.
Capítulo 34

ALYSSA

—Adelante —me pidió Mason con una sonrisa—. Ábrelo.


Me arrodillé delante del árbol, con el tercero de mis cuatro
regalos entre manos. Este venía envuelto en papel plateado y azul,
con un primoroso lazo rojo.
—¿Puedo agitarlo?
Los ojos de Mason se entornaron. Los demás se rieron.
—¿Qué?
—En realidad se supone que tienes que agitarlo —comentó
entre risas Rogan. Casi de inmediato, Mason le lanzó una mirada
maliciosa.
—¿De verdad?
Agité el paquete, que era pequeño pero pesado. Esperaba
algún efecto, pero no emitió ningún ruido.
—Muy bien —se burló Desmond—. Acabemos ya con el
suspense.
Tiré de la cinta y encontré una caja dentro de otra caja. En su
interior, mi mano encontró algo redondo, suave y frío. Cuando lo
saqué, vi la bola de nieve más bonita del mundo.
—Oh, guau —exhalé—. ¡Es preciosa!
Me estaba quedando corta. No era una esfera corriente, sino
una réplica cara y detallada de la villa en la que estábamos. Podía
distinguir las pequeñas tiendas de la calle principal, todas pintadas
de forma colorida. El chapitel blanco de la iglesia comunitaria de
Stowe, que se elevaba por encima de todo lo demás.
—¿Te gusta? —preguntó Mason con cautela.
La agité de nuevo y pequeñas motas de nieve brillante se
arremolinaron por la diminuta ciudad. Se creó una tormenta perfecta
que coincidía con la que aún arreciaba en el exterior.
—¿Que si me gusta? —Me levanté de un salto desde mi
posición en el suelo y me subí a su regazo—. ¡Me encanta!
Los brazos de Mason me rodearon y lo besé en la boca. Lo
que empezó como un dulce agradecimiento se convirtió en algo
mucho menos inocente, ya que nuestros labios se revolvieron,
nuestras mandíbulas giraron y nuestras lenguas se tocaron.
—Calma —me advirtió Desmond—. No volvamos a caer en
esa trampa. —Se rio. Luego, con una mirada de reojo hacia los
demás, añadió—: Aún.
Me zafé de los fornidos brazos de Mason y volví a acercarme
al árbol. Los chicos ya habían terminado de desenvolver sus
regalos. Habían abierto los del «amigo no tan invisible», que, según
supe, consistía en formar un círculo el Día de Acción de Gracias y
que cada uno le comprara un obsequio a la persona de la derecha.
Todos eran de broma, por supuesto. Y los tres eran tronchantes.
Mis regalos de última hora fueron un poco menos ingeniosos,
pero igual de divertidos. Rogan recibió un llavero con la inscripción
«TE QUIERO JODER» y, debajo, «QUIERO DECIR QUE TE
QUIERO, JODER». A Desmond le regalé una taza de café gigante
que ponía «GRACIAS POR TODOS LOS ORGASMOS» y, a Mason,
un abrebotellas de acero inoxidable que decía «TE QUIERO POR
LO QUE ERES, PERO ESA POLLA TE DA PUNTOS».
Además, les entregué a cada uno una tarjeta escrita a mano en
la que les agradecía estas bonitas Navidades. Por supuesto, no me
pude detener ahí. Dentro de cada una había un vale que otorgaba al
portador una hora gratis de CUALQUIER cosa que quisiera. Sexual,
claro.
—Pero ya eres nuestro juguete —había señalado Mason—. Ya
haces todo lo que queremos.
—Quizá sea así —había respondido Rogan, sosteniendo su
cupón—. Pero estas cosas no tienen fecha de caducidad.
A propósito o no, no había especificado el vencimiento de los
cupones. Lo que solo podía significar una cosa…
Que también estás pidiéndolo en Florida.
Tragué en seco al darme cuenta. Sin embargo, lo que me
apretó aún más la garganta es que ellos también se estaban dando
cuenta.
—Alyssa—gritó Desmond, devolviéndome al presente—.
Vamos, abre tu último regalo.
Mi cuarto regalo —el especial— era de los tres. No me
imaginaba qué sería.
—Me siento mal —añadí, bajando la cabeza.
—¿Y por qué cojones?
—Porque habéis pensado unos detalles fantásticos —afirmé,
mirando la pequeña caja rectangular—. Y yo… bueno… solo os he
comprado regalitos de coña.
—Pero nos flipan nuestros regalos de coña —afirmó Desmond,
levantando la taza.
—Lo sé, pero…
—Mira, todos fuimos de compras a última hora —nos
interrumpió Mason—. Y la mitad de las tiendas eran de recuerdos.
—Aun así…
Rogan dejó su silla junto al fuego y se instaló en el suelo, a mi
lado. Me inclinó la barbilla hacia arriba con un suave gesto.
—Escucha, este último detalle, en realidad, no es tan
considerado —dijo con una sonrisa pícara.
Dejé escapar una risa breve.
—¿Prometido?
—Oh, sí —añadió Mason.
—No es el típico regalo de Navidad —coincidió Desmond.
—De acuerdo entonces. —Me reí y rasgué el envoltorio—. Más
os vale que no sea nada del otro mundo.
Hacía años que no me sentía tan feliz en fiestas. Estaba
emocionada y entusiasmada, como una niña la mañana de Navidad.
—Oh, no hemos dicho que no sea nada del otro mundo —avisó
Rogan.
—Sí —Mason estuvo de acuerdo—. Solo que no va a ser…
bueno…
Abrí una caja que había dentro de otra y me quedé mirando un
extraño objeto de suaves curvas. Era de un color rosa fuerte y
brillante. Ancho en un extremo y estrecho en el otro.
—Esto es un juguete sexual, ¿no?
Miré a Mason, que se limitó a desviar la mirada. Rogan silbó
alegremente.
—Me lo imaginaba. —Solté una risita.
—Ah, pero no es un juguete sexual cualquiera —explicó
Desmond—. Cógelo.
Lo saqué del paquete y le di un par de vueltas en mi mano. Era
pequeño, pero podía ver dónde iba. O, mejor dicho, donde se
suponía que iba.
—Eso —continuó Desmond, triunfante—, es el Lush de
Lovense.
Jadeé cuando esa cosa cobró vida en mi mano, vibrando y
pulsando contra mi palma. No había interruptores que apretar. Ni
botones. Sin embargo, de alguna manera…
—¿Qué has…?
Volví a mirar, Desmond solo sostenía su teléfono. Tenía una
aplicación abierta, con dos barras paralelas en ella.
—Nos vamos a divertir mucho con esto —comentó, mientras
deslizaba un dedo por la barra. El objeto curvado, con una forma
vagamente ovalada, zumbó aún más fuerte en mi mano.
—Sobre todo tú. —Me guiñó un ojo.
Capítulo 35

ALYSSA

—Te quiero…
Las palabras quedaron suspendidas un segundo, atravesando
casi tres mil kilómetros en el lapso de un instante. El consiguiente
silencio fue incómodo. Y luego:
—Y-yo también te quiero.
Colgué el teléfono sintiéndome emocionalmente exhausta.
Pero también, recargada. Conseguido, en cierto modo.
—Así que lo has hecho, ¿eh?
Mason estaba apoyado en la encimera, bebiéndose la leche
directamente del cartón. Lo habría regañado, pero se terminó el
envase y lo tiró.
—Sí. Lo he conseguido.
—¿Y qué ha dicho tu hermana?
—Lo de siempre —suspiré—. Cosas de California.
Kate y yo nos habíamos pasado unos seis buenos minutos al
teléfono. Cinco de ellos los ocupó hablando de sí misma. Pero eso
era típico, ya estaba acostumbrada.
A lo que no estaba acostumbrada era a decir «te quiero».
—¿Y tus padres? —preguntó Mason.
—También los he llamado —contesté—. Mamá está bien. A
papá le duele la cadera. Ahora están en Ramsey, en casa de unos
amigos.
—Bueno, bien —respondió, cruzando los brazos—. Puede que
todos tengamos familias dispersas, pero no somos salvajes. Es la
única regla que tenemos por aquí: llamamos a nuestras familias en
Navidad, les guste o no.
—Creía que vuestra única regla era que yo estaba prohibida.
—Sonreí.
—Estabas prohibida —replicó Mason—. ¿Pero ahora? —
Sonrió con malicia—. Es temporada de caza de Alyssa.
¿De Alyssa, eh? Casi lo digo, pero no lo hice. De todos modos,
era bonito. Que estos tres machotes se ablandaran lo suficiente
como para llamar a sus madres en fiestas. O, en el caso de Mason,
a su padre.
—¿Cómo te ha ido con tu padre? —pregunté.
Dudó durante un incómodo momento.
—No ha ido mal.
—¿Pero tampoco bien?
Sabía por los demás que la madre de Mason había fallecido.
Su padre había seguido adelante y se había vuelto a casar bastante
rápido, y Mason quizá estaba disgustado por ello. Por lo que me dijo
Desmond, ahora tenía la familia al completo. Un par de hijastros del
anterior matrimonio de su nueva esposa, así como dos hijas propias.
—¿Y qué hay de tus hermanas? —añadí, cuando ni había
contestado.
—No son mis hermanas de verdad.
—Son tus medias hermanas —le indiqué, un poco sorprendida
por lo arrogante que se mostraba con este asunto—. Lo siento, pero
así es la familia. Son tus hermanas. Sangre de tu sangre.
—Sí, bueno… —dudó de nuevo—. No creo que mi padre
quiera que tenga relación con…
—¿Cuántos años tienen?
Se detuvo un momento para hacer las cuentas.
—Diez y doce.
—¡Santo cielo, Mason! Eso es edad suficiente para pasar
tiempo con ellas. —Negué con la cabeza—. Podríais tener una
relación plena, al margen de tu padre. Podrías ser el hermano
mayor más guay del planeta.
—Ya tienen dos hermanos mayores —se limitó a decir—. No
me necesitan.
—Deberías llevarlas al centro comercial —comenté con desdén
—. O al cine. O a cualquier sitio, en realidad. Mason, deberíais
hacer cosas juntos. Divertirte con ellas.
Mi amante se movió, incómodo, al otro lado de la cocina.
Todavía no estaba convencido. O tal vez no le interesaba en
absoluto.
—Llamar a tu padre una o dos veces al año no sirve de nada
—señalé, cruzando la estancia—. Salvo tal vez para apaciguar el
sentimiento de culpa, o…
Cuando me acerqué lo suficiente, extendió la mano y me
acercó. Cadera con cadera, cara con cara, noté el calor de su
cuerpo contra el mío.
—¿De qué sirve tener familia si no estás dispuesto a pasar
tiempo juntos? —pregunté con delicadeza.
Nuestras miradas se clavaron y pude ver las emociones que se
reproducían en su cabeza. Se inclinó hacia delante y me besó
suavemente.
—Yo podría preguntarte lo mismo.
Capítulo 36

ALYSSA

Durante la mayor parte de la semana siguiente, viví la fantasía


más oscura y prohibida de toda chica. Porque, irremediablemente,
encerrada en una acogedora cabaña, en las montañas de
Vermont… fui el juguete sexual de no uno, sino de tres magníficos
hombres musculosos.
La ventisca se prolongó cuatro días, arrasando todo fuera de
nuestras ventanas cubiertas de nieve. Al segundo día, ya ni siquiera
podíamos salir. Las ventiscas habían tapado toda la puerta principal,
de modo que cuando la abríamos lo único que veíamos era una
pared de pura nieve blanca.
Era una auténtica locura. ¡Más nieve de la que había visto en
mi vida! En cualquier otra situación, podría haber sido incluso
aterrador…
Pero no con los chicos a mi lado.
Teníamos suficiente comida y agua para mantenernos
cómodos, y suficiente cerveza y vino también, si los racionábamos.
Desmond y Mason cargaron una tonelada de leña, mientras Rogan
y yo la apilábamos hasta que ocupó casi toda una pared.
Las llamas, alimentadas sin cesar, mantenían la cabaña cálida
y caliente a lo largo del día, incluso cuando el viento helado helaba
el exterior. Y de noche…
Bueno, de noche tenía a los chicos para mantenerme a tono.
Me lo hacían tan a menudo, y tan profundamente, que mi vida
se convirtió en un país de las maravillas lleno de sexo. Por toda la
casa, yo era un blanco fácil. Mi cuerpo era suyo para que jugaran
con él, cuando y donde quisieran.
Y me querían a menudo.
Perdí la cuenta del número de veces que me arrastraron a un
dormitorio y me follaron hasta dejarme casi sin sentido. ¡En la mitad
de las ocasiones apenas llevaba ropa! La cabaña era tan acogedora
que andaba descalza, con un tanga o un tanga bajo una camiseta
larga. Podíamos estar disfrutando de un juego, de un aperitivo o
simplemente de un descanso, que uno de ellos adoptaba una
mirada salvaje. Una mirada que llegué a conocer muy, muy bien.
Un minuto más tarde estaría inclinada sobre un sofá o apoyada
contra la pared. Me la clavaban con fuerza por detrás, o me hacían
rebotar en el regazo de alguno y me empalaban con una o más de
sus aparentemente infinitas erecciones.
Porque por mucho que me gustara y estuviera siempre
dispuesta… Los chicos estaban en celo. Había una tensión sexual
constante en el aire en todo momento y, en cualquier segundo, se
desbordaba. Uno o varios nos apartábamos y empezábamos a follar
como si el mundo se acabara.
Y, a juzgar por el tiempo que hacía fuera, podía ser el caso.
Agarré a Desmond y a Rogan en el sofá, trabajándolos de un
lado a otro en un acalorado frenesí… solo para que Mason me tirara
al suelo y me penetrara en la cocina. Follamos en todas las
habitaciones, en todas las sillas. Me dieron en el baño. Me
arrastraron al armario de los abrigos. Me empujaron bocabajo sobre
un nido de mantas y almohadas frente a la chisporroteante
chimenea y me lo hicieron de una forma espectacular hasta que las
lágrimas de alegría corrieron por mis mejillas.
Me duchaba mucho con agua caliente y pasaba mucho tiempo
de rodillas. Cada vez que alguien me quería, me tenía, de una forma
u otra. Nunca decía que no. Ni se me ocurrió.
Para mí, todo eso era parte de la emoción, del juego. Estar
disponible para ellos siempre que me desearan. Mantenerlos a los
tres plenamente satisfechos, ya fuera juntos o a solas. Cumplir cada
una de sus fantasías y, al mismo tiempo, las mías.
En resumen, me encantaba convertirme en su juguete.
Y, Dios mío, todo el tema era tan increíblemente excitante. Ser
usada por ellos, hasta que la cabaña oliera siempre a sexo.
Hiciéramos lo que hiciéramos, siempre estaba empapada.
Podíamos estar con una partida de ajedrez o sentados en el sofá.
Viendo películas viejas en el antiguo y traqueteante reproductor de
vídeo. En realidad, no importaba. Lo único que interesaba era la
deliciosa anticipación de que me cogieran, que podía ocurrir en
cualquier instante.
No es que yo no colaborara para que ocurriese. El juguete
sexual que tenía dentro de mí casi cada hora que pasaba despierta
me garantizaba estar lista. El extremo curvo más pequeño se
ajustaba a la perfección a mi clítoris y lo mantenía en su sitio
mientras la parte con forma de huevo vibraba en mi interior.
Más de una vez consiguió que me abalanzara sobre ellos.
Se turnaban para controlarlo a distancia, desde sus teléfonos.
Me provocaban sin piedad, con una serie de vibraciones tipo
montaña rusa y pulsaciones que me volvían absolutamente loca, a
distintas velocidades.
Me lo quitaba cuando no aguantaba más, pero los chicos
siempre me lo volvían a meter. Encontraron un jueguecito que les
resultaba gracioso: ver lo rápido que podían hacer que me corriera.
Averiguar a cuál se le daba mejor la aplicación y, en última instancia,
yo.
Dormía con Desmond, o entre Mason y Rogan. Y a veces ellos
se acostaban conmigo. Me despertaba para descubrir a uno o más
de ellos abriéndose paso dentro de mí, ya tiesos y duros. Y me los
follaba. Me espatarraba para uno mientras miraba fijamente a los
ojos de su amigo. Se la chupaba a uno mientras cabalgaba a otro, al
tiempo que buscaba al tercero como una maníaca enloquecida y
hambrienta de sexo.
Cuanto más tenía, más necesitaba. Cuanto más tenían ellos,
más cómodos nos sentíamos todos. Nos habríamos enajenado, si
no fuera por el sexo. Lo intercalamos perfectamente entre los juegos
y las películas y la camaradería general de nuestra compañía. Solo
yo… y tres de los chicos más tiernos y sexis del planeta.
Al llegar Año Nuevo, me sentía la perra más codiciosa del
mundo.
Peor aún: apenas me acordaba de Florida. Nuestras otras
realidades parecían tan distantes, tan lejanas. Tan diferentes a todo
lo que teníamos aquí, juntos, en nuestro pequeño universo
confinado.
Sin embargo, sabía una cosa, mientras me dedicaba a ellos de
uno en uno, de dos en dos, incluso de tres en tres: la vida nunca
sería lo mismo después de esto.
Capítulo 37

MASON

Atrapado en la cabaña, sin posibilidad de hacer nada durante


casi una semana, debería haber sido sencillo, fácil.
En cambio, fue la semana más loca de mi vida.
Uno pensaría que reducir la vida a lo básico permite relajarse,
sobre todo después de lo ajetreada que ha resultado la empresa
este año. Comer. Beber. Reír. Follar. Estas eran las cosas que
componían nuestras vidas. Empezábamos y terminábamos el día de
la misma manera: por lo general, entre las piernas de Alyssa. O con
ella entre las nuestras, despertándonos de la mejor manera posible.
Sofocándonos bajo las sábanas con su cálido y curvilíneo cuerpo…
La colección de películas de la infancia de Desmond acabó
siendo un tesoro de increíbles cintas de acción, principalmente de
los años 80 y 90. Las vimos en el televisor de pantalla plana del
salón, maravillados por lo sencilla que era la vida antes. Cómo
parecía que la gente tenía más conexión con los demás antes de
que la tecnología los aislara; teléfonos, aplicaciones, Internet…
Por supuesto, apenas teníamos cobertura. Con la tormenta,
todo parecía estar estropeado. Llamamos a nuestras familias por
Navidad, pero después debió de caer una torre y dejarnos sin línea.
Aunque era mejor así. Cuanto más desconectados estábamos del
mundo exterior, más parecíamos centrarnos en los demás.
Nos enteramos de que Alyssa había ido a Penn State. Que
había estudiado Psicología, antes de cambiar de especialidad.
Supimos que su familia estaba tan disgregada como la nuestra, que
sus padres se habían olvidado por completo de sus hijos una vez
aceptaron el nido vacío. A mí me parecía una locura. Habiendo
perdido a mi madre a una edad tan temprana, y con mi padre
prácticamente desaparecido… No veía la hora de formar mi propia
familia.
Desmond era igual. Siempre había sido bastante solitario,
comportamiento típico del hijo único. Sin embargo, poseía un gran
sentido de la familia, incluso sin tener una. Nos trató a Rogan y a mí
como los hermanos que nunca tuvo y lo recibimos con los brazos
abiertos.
Por eso no me pareció extraño que acogiéramos a Alyssa. Tal
vez fuera poco ortodoxa, pero toda la relación que floreció entre
nosotros tenía los elementos de una dinámica familiar. Había
respeto. Camaradería. Rivalidad. Incluso amor. Y sí, lo último me
pareció un poco loco la primera vez que se me pasó por la cabeza.
Pero, al mismo tiempo, ¿lo era de verdad?
Te preocupas por ella.
Eso era natural. Cierta cercanía emocional era casi inevitable,
sobre todo teniendo en cuenta lo físicamente próximos que nos
habíamos vuelto.
No, te preocupas MUCHO por ella.
Era un pensamiento persistente, que se repetía en el fondo de
mi cabeza. Aunque quizá no fuera persistente. La persistencia tenía
una connotación negativa y mis sentimientos por Alyssa eran
cualquier cosa menos eso.
En realidad, era más bien una idea bienvenida.
Reflexioné sobre estas cosas mientras estaba sentado
bebiéndome una cerveza y contemplando nuestro estupendo árbol
de Navidad. Tenía un aspecto majestuoso, sobre todo de noche, y
era mucho mejor que el endeble trozo de plástico del desván que
solíamos poner. Además, hacía que toda la cabaña oliera a pino.
Que, a su vez, era el aroma de la Navidad.
Llevábamos años viniendo aquí los tres. Al principio solos y
luego con Emma. Siempre era divertido. Una experiencia genial,
tanto antes como después de que Desmond comenzara a compartir
el afecto de Emma con nosotros, en todos los niveles posibles.
Pero este año…
Había algo que se percibía diferente, este año. Todo era más
vibrante, más vivo. Y este habíamos hecho menos cosas que los
anteriores, sin duda. Solo habíamos subido a la montaña dos veces.
Y, aparte de ir al pueblo en un par de ocasiones, no habíamos
organizado ninguna de las otras actividades que habíamos
propuesto. Ni siquiera las motos de nieve, que tanto nos gustaban
cada temporada.
La ventisca había limitado nuestras opciones. Pero, aun
dejando de lado eso, solo queríamos estar aquí. Alyssa no había
traído más que buenas vibraciones. Su felicidad y optimismo eran
contagiosos, su entusiasmo era tan adorable como ella.
Al margen de las hazañas sexuales, hacía que quisiéramos
estar cerca de ella de todas las maneras posibles. Y, aunque nunca
se lo admitiría a Desmond, Emma nunca nos provocó lo mismo.
Había muchas razones que no podía identificar, pero esa parte
era fácil. Alyssa era mucho más relajada. Se adaptaba a nuestra
situación como pez en el agua y aguantaba todo lo que le echaras.
Lo sabía por haber trabajado con ella, pero era aún más evidente
aquí, compartiendo tanto tiempo. En resumen, simplemente era…
más guay. Además de ser bastante más flexible.
Rogan y yo ya lo habíamos comentado. Sin Desmond, por
supuesto, porque, bueno…
¡Pum!
Estábamos descansando después de comer, cuando la puerta
del dormitorio principal se abrió de golpe. Todos levantamos la vista
a la vez para ver aparecer a Alyssa a toda velocidad por el pasillo.
Tenía la cara sonrojada y los ojos vivos por la repentina excitación.
—¿Qué sucede? —preguntó, alarmado, Desmond—. ¿Qué
pasa?
Alyssa sostenía un libro: el diario de Emma. Colgaba del
extremo de uno de sus delgados brazos y su rostro se convertía en
una sonrisa incrédula.
—¿Hay un jacuzzi en el jardín trasero?
Capítulo 38

ALYSSA

¡No daba crédito! Más bien deseaba, más allá de toda


esperanza, que siguiera siendo cierto. Que no lo hubieran quitado.
Que no se hubiera roto o…
—No —respondió Desmond automáticamente, frustrando mis
esperanzas—. Quiero decir, no al que podamos llegar. No ahora,
claro.
—¿Pero sigue ahí atrás?
Se encogió de hombros.
—Técnicamente, sí.
Mis ánimos querían remontar, pero mi cabeza los retenía.
Seguía dudando.
—¿Y funciona?
—Bueno… si lo encendemos, sí. Más o menos. Quiero decir…
—Lo que quiere decir es que está enterrado bajo dos metros
de nieve —apuntó Rogan.
—Muy al fondo, además —añadió Mason—. En la esquina más
lejana del jardín.
Los tres sonaban derrotistas. Odiaba el derrotismo.
—Bueno, entonces lo desenterraremos.
Desmond se quedó con la boca abierta. Rogan se echó a reír.
—Cariño, está muy, muy atrás —explicó Mason,
apaciguadoramente—. Demasiado como para llegar. Además,
tendríamos que destapar los mecanismos. Necesitará agua. La
manguera está congelada…
—Podríamos descongelar la manguera dentro —replicó Rogan
—. Esa parte es fácil.
Sentí un rayo de esperanza. Miré con entusiasmo a Desmond.
—Tenemos palas, ¿no?
—Dos —respondió Mason—. Sí.
—Así nos turnamos —propuse—. Excavamos el camino hasta
él. Lo dejamos al descubierto. Se llena…
—Tendríamos que sacar el calentador de leña también —
señaló Desmond—. Y ponerlo en marcha. —Suspiró y sacudió la
cabeza—. Pero nos llevaría mucho tiempo solo…
—De tiempo vamos sobrados —apunté—. ¿Qué otra cosa
vamos a hacer?
Los chicos se miraron brevemente entre sí. Poco a poco, todos
pusieron una sonrisita.
—Además de eso.
—Nada, supongo. —Desmond se encogió de hombros.
—Estaría bien salir un rato de la cabaña —admitió Mason—.
Aunque sea a veinte metros de distancia.
—Ey —dijo Rogan—, está en el exterior. Aire fresco. Nuevos
entornos.
—Además, es un jacuzzi —me metí—. ¿Os imagináis lo a
gusto que vamos a estar?
Mi corazón ya iba a toda velocidad. Las expectativas de hacer
algo al aire libre —y encima pasar el rato bajo las estrellas— me
provocaban una agradable oleada de adrenalina.
—Eso es un páramo apocalíptico —añadió Rogan, rascándose
la cabeza. Se giró hacia Desmond—. Si hacemos un túnel, ¿crees
que podríamos llegar hasta allí?
Desmond me miraba, quizás contagiándose de mi excitación.
Me pareció detectar el más mínimo indicio de una sonrisa.
—Sí —contestó—. Sé dónde queda.
—¿Entonces lo intentamos? —pregunté con entusiasmo.
Se levantaron y supe que lo tenía hecho. Uno a uno,
comenzaron a estirar, mientras me miraban fijamente.
—Pensad en todas las cosas que me podéis hacer en ese
jacuzzi —ronroneé—. Cosas húmedas. Deliciosas…
Mason cogió las palas y las colocó cerca de la puerta trasera.
Él y Rogan se fueron a vestirse, dejándonos a Desmond y a mí cara
a cara.
—Abrígate —me dijo, señalando con la cabeza hacia el pasillo
—. No prometo nada, pero podemos intentarlo.
Capítulo 39

ALYSSA

—¡Muy bien! —gritó Rogan, dándonos instrucciones con la


cabeza desde lo alto de un montículo de nieve—. ¡Encendedlo!
Desmond pulsó el encendedor y vi la chispa. Las llamas
envolvieron la pila de madera y la leña dentro del brillante tambor de
acero. A través de la ventanita pude apreciar cómo empezaba a
iluminarse de amarillo y después de naranja.
—Joder —exhaló Mason, con una bocanada de humo blanco
congelado—. Ha funcionado.
—¡Ya lo creo! —declaró Rogan alegremente. Bajó de un salto
desde un lateral de lo que se había convertido en nuestra trinchera
nevada, con las mejillas empapadas y rojas por el frío—. A la
primera, además.
Abrimos la puerta trasera y nos encontramos con una suave
pared de blancura, tanto que nos hizo reír. Empezamos a picar.
Trabajábamos de dos en dos, escarbando en el aparentemente
interminable montón de nieve. Creamos un túnel que estaba oscuro
al principio, pero que se fue aclarando con la luz de la luna a medida
que rompíamos el techo y exponíamos nuestra zanja al cielo.
Nos había llevado horas. Cuántas, lo ignoraba. El sol se había
puesto hacía rato cuando llegamos a la pared de listones del
jacuzzi. Cavamos por los lados formando un cuadrado, formando un
camino a su alrededor, antes de subirnos a la parte superior y
revelar la cubierta.
Mientras tanto, no podía dejar de observar a los chicos. Cómo
se movían, cómo trabajaban al unísono. Qué excitante era verlos
ponerse a currar con las manos. No quitar ojo a sus músculos, que
se tensaban contra la ropa de invierno, hasta que tenían tanto calor
que se iban desprendiendo de ella.
Y, después, que sudaran de verdad.
Los había visto desnudos y cachondos, con sus duros
músculos flexionándose y girando bajo su piel mientras se
dedicaban a mi ansioso cuerpo. Aun así, era igual de ardiente ver
esto. En la oficina, estaban sentados detrás de un escritorio. Había
coqueteado con tipos con camisas abotonadas que elaboraban
hojas de cálculo financieras, dibujaban planos arquitectónicos y
llamaban a clientes.
Pero esto… esto era el paraíso.
—¿Y ahora qué? —pregunté con entusiasmo. Estábamos tan
cerca de nuestro objetivo que no quería gafarlo.
—Ahora esperamos —respondió Mason— a que el agua coja
temperatura.
—Lo que supone…
—Tres o cuatro horas —explicó Desmond—. Más o menos.
Intenté no mostrarme decepcionada.
—Jo.
—Oye —me dijo Desmond mientras me tocaba la barbilla—.
Debería llevar ocho o doce. Por suerte, el calentador viejo se
estropeó hace un par de años. Lo sustituí por un modelo más nuevo
y puntero.
—Vale. —Esbocé una sonrisa—. Siento parecer impaciente.
—No te preocupes —contestó él, devolviéndome la sonrisa—.
Es monísimo.
Me cogió de las manos y me besó en la inviolabilidad de
nuestra trinchera, rodeada de nieve por ambos lados. Como el resto,
tenía el cuerpo helado. Pero sus labios eran cálidos y acogedores.
—Además, nos da tiempo a cenar.
¡La cena! No tenía ni la más remota idea de qué hora era. Lo
único que sabía era que la luna ya había salido, haciendo que todo
brillara y resplandeciera. Sentía mi cuerpo sudoroso, consumido y
agotado y, al mismo tiempo, exultante.
—Las sobras, probablemente. —Desmond se encogió de
hombros—. Pero apuesto a que tenemos más hambre de lo que
creemos.
Se me escapó la mano de entre las suyas al dirigirse a casa.
En ese momento, Rogan pasó junto a mí. Me estrechó entre sus
brazos y me besó; un morreo aún más profundo y significativo, que
me hizo sentir liviana al instante.
Guau…
Había algo en los besos al descubierto, con el aire helado
mordiendo cada centímetro de mi piel expuesta, que volvía todo
más íntimo. Me acurruqué contra él. Le devolví el beso con el mismo
fervor, buscando su lengua con la mía, mientras mi mano se dirigía
a su rostro reconfortantemente barbudo.
—Gracias por apoyarme —murmuré, suspirando en su boca.
—¿Con qué?
—Con todo el asunto del jacuzzi.
Rogan se conformó con sonreír y me besó un poco más.
—Oye, que lo deseaba tanto como tú.
Abrí los ojos de par en par.
—¿En serio?
—Por supuesto que sí. —Soltó una risita.
—¿Y por qué no…
—Porque Desmond no lo habría hecho por mí. Para ti, sin
embargo… nada que ver. —Me guiñó un ojo.
Volvimos a besarnos, hasta que de repente…
—¡Oye, guárdame un poco!
Mason fue el siguiente, casi arrancándome del agarre de
Rogan y tomando inmediata posesión de mí. Al alzarme entre sus
brazos, su sujeción era firme, magnífica.
—Es de todos, ¿recuerdas?
Se quitó los guantes y me cogió la fría cara con sus cálidas
manos. Me sentí tan bien que suspiré en voz alta, mientras él cubría
mi boca acaloradamente con la suya.
Es de todos…
Las palabras eran territoriales. Dominantes, pero sin celos.
Y, joder, me pusieron cachonda.
Soy realmente suya.
Se me ocurrió por primera vez que tal vez habíamos cruzado
un umbral. Habíamos superado el punto de que fuera su juguete
navideño y nos habíamos aventurado hacia un nuevo territorio de…
bueno…
¿De qué, en realidad?
No lo sabía, a decir verdad. Lo único que entendía era la
sensación de estar protegida y cuidada, incluso amada. Esa
explosión de mariposas, cada vez que me cogían. Que cualquier
sentimiento de propiedad o posesividad o tutela sobre mí que los
chicos sentían…
Era totalmente mutuo.
—¡EH!
La voz de Rogan recorrió la zanja, apagada por los gruesos
muros de nieve. Todavía nos estábamos enrollando como amantes
descarriados cuando llegó a nuestros oídos. Seguimos besándonos.
—¡Cuando hayáis terminado, entrad a cenar!
Capítulo 40

ALYSSA

¡MIERDA, mierda, mierda, mierda!


Estaba corriendo a toda velocidad. Avanzaba a toda prisa por
nuestro túnel de nieve helada, al que Rogan había empezado a
referirse como la «jacuzanja». Si tenía las piernas frías, los pies se
me estaban congelando por completo. Por alguna estúpida razón,
me había dejado las botas en la cabaña.
—¡Deprisa! ¡Entra!
Subí los improvisados peldaños y me encogí de hombros para
despojarme de la bata. El aire glacial golpeó de lleno mi cuerpo
desnudo, cubriéndome de piel de gallina, dejándome marcas en un
nanosegundo.
—No, no, espera —me pidió Rogan, levantando la mano.
—¿Qué? ¿Qué?
—Debería tomarse su tiempo. —Sonrió, contemplando mi
cuerpo tembloroso—. No hay razón para precipitarse…
—¡Al carajo!
Guiada por las manos de Desmond y de Rogan, di un paso
adelante y me metí en el burbujeante jacuzzi. El agua humeante que
se arremolinaba no solo era alucinante, sino que me cambió la vida.
—OHHHHHHHHHHH…
Fue el mejor orgasmo del mundo, tejido en una manta,
envolviendo cada centímetro de mi cuerpo.
—JODER…
Me hundí hasta el cuello, con una mueca de euforia absoluta.
El frío había desaparecido en un instante. Todo era inmediata e
irremediablemente cómodo.
—¿Cerveza?
Abrí los ojos. Desmond me estaba tendiendo una de las birras
bien frías, arrancadas de la nieve. Ya estaba abierta. La cogí y bebí
con ganas para sentir el satisfactorio torrente de líquido fresco en la
boca de mi acalorado estómago.
—A la mierda las ventiscas —afirmé, volviéndome a sentar en
mi sitio—. Deberíamos quedarnos aquí para siempre.
Los demás se rieron de forma cómplice. Cada uno tenía su
rincón en el jacuzzi.
—Para siempre, ¿eh? —preguntó Rogan.
—Oh, sí.
—Al final nos quedaríamos sin comida —señaló Mason.
—Bah. Comer está sobrevalorado.
Desmond enarcó una ceja.
—¿Agua?
Le hice un gesto para que dejara de parlotear.
—Podemos beber nieve derretida.
Durante el siguiente medio minuto, los chicos no dijeron nada,
mientras un silencio placentero se apoderaba del entorno. Sobre
nuestras cabezas, el cielo azul de la noche estaba tan despejado
como podía estarlo. Excepto por la luna… y unos mil millones de
estrellas parpadeantes.
—Supongo que al final me quedaría sin anticonceptivos —
suspiré al final.
Desmond se echó a reír.
—Eso sí podría suponer un problema.
—Uno serio, sí.
El agua era más que relajante. Calmaba nuestros cansados
músculos. Aunque ya pasaba de la medianoche, hizo que todo el
tiempo y el esfuerzo merecieran la pena.
—Por ti —añadió Rogan levantando su botellín en mi dirección.
—¿Por mí?
—Si no fuera por ti, nunca habríamos llegado hasta aquí.
Brindé con él.
—Por ese diario en mi mesita de noche —contesté—. Si no
fuera por todas las cosas que leí en él, ni siquiera sabría que había
un jacuzzi.
Los chicos se miraron entre sí, seguramente preguntándose
qué parte de sus vivencias pasadas había leído. Cuál de las
numerosas noches que habían pasado en el jacuzzi había sentido
Emma la necesidad de documentar.
—Dedicas mucho tiempo a leer ese diario —afirmó Desmond
de forma abrupta.
—Sí. ¿Y?
Dio un largo trago a su cerveza y se quedó mirando al frente.
—¿Y tal vez no deberías preocuparte tanto por el pasado?
Fruncí el ceño.
—¿Qué?
—Quiero decir que, en lugar de seguir los pasos de Emma —
explicó apaciblemente—, tal vez deberías preocuparte más por
labrar tu propio camino.
No se me había ocurrido la idea: qué opinaba exactamente
Desmond de que leyera el diario de su exnovia. Solo asumí que no
había problema, sobre todo porque nos llevó a estar todos juntos.
Pero ahora…
Ahora me daba cuenta de que había algo más.
Arrepentimiento, puede ser. O incluso una oportunidad perdida.
—Creo que ya es hora de que me contéis algo —sentencié,
asegurándome de mirarlos a todos por turnos—. Algo importante.
Su atención ahora se centraba en mí. Se preguntaban qué
vendría después.
—Sé lo que hicisteis con ella —proseguí—. Cuándo empezó,
cuánto tiempo duró. Pero necesito detalles. Quiero más información.
Me miraron fijamente entre el vapor, sus ojos reflejaban la luz
de las estrellas.
—Explicadme qué pasó con Emma…
Capítulo 41

DESMOND

Nos miraba desde su esquina del jacuzzi, con un aspecto


relajado pero dominante. Incluso con el pelo enmarañado contra la
cara, era absolutamente preciosa. De hecho, eso hacía que todo
fuera aún más sexi.
—¿Qué quieres saber?
—Me puedes contar cómo empezó, primero —pidió,
mirándome directamente. Cómo os metisteis en esto como pareja.
Lo que os dijisteis. Lo que acordasteis. Y cómo dos se convirtieron
en cuatro…
No estaba fisgoneando, le interesaba de verdad. Y,
considerando las circunstancias, si alguien tenía derecho a
saberlo… era ella.
—Bueno, al principio era una fantasía —respondí.
—¿Tuya o de ella?
—De los dos, en realidad. —Me encogí de hombros—. Quiero
decir, Emma siempre fue bastante abierta. Cuando miras el
suficiente porno, las escenas individuales se vuelven aburridas.
Empiezas a arriesgar. Investigando el material de dos contra uno.
La vi asentir, entendiendo. Incluso compadeciéndose, como si
se hubiera topado con el mismo escenario con uno o dos exnovios.
—Empezamos con lo de «harías esto…», «harías aquello…».
Siempre en la cama, por supuesto. Sobre todo cuando hacíamos el
amor y los dos estábamos excitados.
Entrecerré los ojos intentando calibrar la reacción de Alyssa.
Parecía estar más roja, posiblemente por el vapor.
—¿Seguro que quieres escuchar todo esto?
—Sí —respondió de inmediato—. Sin duda.
—Bueno, empezamos a sacar la idea de una tercera persona.
Una de sus amigas, quizás, aunque no sabía quién. Y ahí hubo
celos, cada vez que lo mencionamos. Incluso aunque fuera una
fantasía, me di cuenta de que tendría problemas para compartirme
con otra chica.
Se terminó la cerveza y se dirigió a Rogan para pedirle otra. Él
sacó una de donde reposaban enterradas en la nieve y se la pasó.
—Continúa.
—Después de eso, la mayoría de las películas que elegimos
empezaron a mostrar a dos hombres y una mujer —proseguí—. No
es que me importara, en realidad. Me empezó a agradar la idea. El
aspecto de compartir. Lo cachondo que me pondría verla con otra
persona. Que se la chupara. Que se la follaran…
Sentí que me ponía rojo por la excitación al recordar esos
momentos. Lo caliente que se ponía Emma cada vez que
hablábamos de ello.
—Me inventaba escenarios mientras hacíamos el amor y los
decía en voz alta —detallé—. O le susurraba al oído todas las cosas
que podríamos hacer si hubiera otro tío con nosotros. Nos ponía a
los dos. Lo suficiente como para que empezáramos a explorar…
opciones.
—¿Y no estabas celoso ante la idea de compartirla? —
preguntó Alyssa—. ¿Como ella lo estaba?
Ahora estaba muy colorada, y yo sabía que no era solo por el
jacuzzi. Alyssa se estaba excitando al escuchar todo esto.
—En realidad, cuanto más pensaba en ello, más sensual me
parecía —admití—. Y dado que había cero celos por mi parte,
accedí a probarlo.
—Así que elegiste a tus amigos —añadió.
—Sí. Mejor que unos extraños.
—Ya veo.
—O, más bien, fue Emma quien los eligió —confesé—.
Siempre se sintió atraída por Rogan. No paraba de coquetear con
Mason. Inventé escenarios que implicaban a uno y luego al otro, y
ella se mojaba por igual con ambos. —Volví a encogerme de
hombros—. Y entonces me di cuenta de que no importaba. Que
cualquiera valdría para cumplir la fantasía y solo teníamos que
pedirlo.
Rogan abrió otro par de cervezas. Me dio una y sonrió.
—Ahí es donde entré en escena yo —soltó con orgullo—. Una
noche que estábamos en el bar, después de haber bebido
demasiado, este gilipollas me preguntó si creía que su novia estaba
buena. —Sonrió con timidez—. Por supuesto, dije que sí. Emma era
monísima, pero aun así era un poco raro responder a esa pregunta
en boca de tu mejor amigo.
Me reí y le dediqué una mirada.
—Y luego las cosas se tornaron mucho más raras. Porque le
pregunté si le gustaría follársela.
—No —le corrigió Rogan—. Me preguntaste si me gustaría
ayudarte a follártela. Así lo expresaste.
—Mierda, tienes razón. —Me eché a reír—. Tío, te acuerdas de
todo, ¿eh?
—Sí, bueno, no se olvida uno de que tu mejor amigo te pida
que te tires a su parienta.
Alyssa soltó una breve carcajada y lo tomé como una buena
señal. Sin embargo, seguía en trance. Y advertí que la mano que no
sostenía su cerveza había desaparecido furtivamente bajo el agua
ondeante.
—Después de eso fue solo cuestión de dónde y cuándo —
afirmé—. Intentamos quedar por Acción de Gracias en mi
apartamento, pero nos emborrachamos demasiado los tres. Lo
pospusimos otra semana o dos y, de repente, llegó el momento de ir
a la cabaña. Y, cuando Emma sugirió acompañarnos «para zanjar el
asunto», nos pareció natural invitarla.
—Natural, a vosotros —saltó Mason—. A esas alturas, yo no
sabía una mierda.
Rogan se echó a reír.
—Todavía no, en todo caso —apuntó—. Pero al final te
arrastramos a todo el sórdido asunto.
Mason sonrió e inclinó el botellín.
—No hizo falta arrastrarlo, en realidad.
—¿Y cómo ocurrió eso? —preguntó Alyssa. Su voz era baja y
tensa. Un poco como sin aliento.
—Desmond y yo lo emborrachamos la noche antes de irnos —
admitió Rogan—. Cuando creímos que había tomado suficientes
birras, le contamos todo. Y… bueno…
—Llegados a ese punto, sabíamos que tenía que estar en el
ajo —añadí—. Y supuse que la mejor manera de decírselo a Emma
era hacer que «nos pillara» en el acto.
—Y se uniera —señaló Alyssa—. Como en el diario.
—Exacto.
Rogan dio un rápido trago y sacudió la cabeza, sonriendo.
—Ella lo sabía, hermano. No me importa lo que digas.
Mason asintió para mostrar que estaba de acuerdo.
—Por sus ojos, diría que sí. Estuve de pie en aquella puerta
unos pocos segundos antes de que me invitara a ir. Y no es como si
pudierais hacer algo así y ocultármelo. No en este sitio y menos
durante una semana y media.
Ahora todos mirábamos a Alyssa, que nos devolvía la mirada.
Durante unos largos segundos, todo quedó en silencio.
—Así que no fue cosa de una sola vez —afirmó rotundamente.
—Me imagino que en un principio debía serlo. —Me encogí de
hombros—. En realidad no habíamos llegado tan lejos. Solo que ella
lo disfrutó tanto que quiso volver a hacerlo. Y luego una y otra vez.
—Yo diría que ambos lo disfrutasteis —me corrigió Rogan.
Me reí.
—¿Y acaso vosotros no?
—Vale —me concedió—. Todos nos lo pasamos bastante bien.
Y todos estábamos atados a los demás durante las fiestas, así que
las pasamos… bueno… ya sabes.
—Oh, lo sé —intervino Alyssa—. Lo he leído todo. Sé que
continuó incluso después de que regresarais a Florida. Y siguió
ocurriendo año tras año, hasta que rompisteis.
Me miró con cuidado, tomándose su tiempo. Sabía cuál sería la
siguiente pregunta antes de que la soltara.
—Entonces, ¿por qué…?
—¿Rompió conmigo?
Asintió despacio, llevándose la bebida a los labios.
—Emma se volvió inestable —expliqué—. Quería mudarse al
oeste, a Las Vegas o California. Me pidió que la acompañara. No,
más bien me exigió que la acompañara.
—¿Y por qué no lo hiciste?
—Porque me va bien aquí, en la empresa de su padre —
contesté—. Antes dirigía cuadrillas. Me costó años abrirme camino
hasta una oficina climatizada y ahora dirijo varios proyectos a la vez
desde la comodidad de un bonito escritorio.
Me encogí de hombros, haciendo memoria.
—No estaba dispuesto a tirarlo todo por la borda. Sin embargo,
a Emma no le cabía en la cabeza. Su padre llevaba toda la vida
encargándose de ella, sin olvidar su confortable trabajo
administrativo, en el que no hacía prácticamente nada. No
comprendía el valor del dinero, ni la dificultad de pagar las facturas,
ni lo que suponía no llegar al alquiler. Era inmadura, en ese sentido.
Egoísta.
—Más bien egocéntrica —comentó Rogan—. Pero sí. Ajena a
las vicisitudes cotidianas.
—¿Así que sencillamente… te dejó? —preguntó Alyssa—. ¿Os
dejó a todos?
—Bueno, a mí me dejó, eso seguro. —Me reí—. En cuanto a
estos payasos, para Emma siempre fue puro sexo.
—Para nosotros también —soltó Rogan entre risas, y Mason
asintió con la cabeza—. Lo siento, tío.
—No lo sientas —le dije—. Supe lo que era desde el momento
en que ocurrió. Y aunque se prolongó durante mucho tiempo, nunca
fue nada más que eso.
Alyssa ahora escudriñaba mi expresión. Intentaba determinar si
estaba siendo sincero o si solo eran amargas palabras de despecho.
No tardó mucho en darse cuenta de lo que realmente era.
—Lo mismo que para mí, supongo —musitó—. Puede que no
sea la novia de nadie, pero es solo un montón de se…
—NO.
Era una sola palabra, pero le impidió al instante terminar la
frase. Y eso era, sin duda, porque había salido de la boca de los tres
al mismo tiempo.
—No es lo mismo contigo, en absoluto —aclaró Rogan.
Mason asintió.
—Ni por asomo.
Extendí la mano a través del agua agitada y ella la aceptó. Fue
fácil tirar de ella. Sentir la sedosa suavidad de sus piernas desnudas
resbalando a ambos lados de mi cuerpo, mientras la acomodaba
con cuidado en mi regazo.
—Contigo es diferente —señalé—. Mucho.
Su cuerpo estaba apretado contra el mío. Sentía que su
corazón latía con fuerza. Marcaba un compás violento dentro de su
pecho.
—Con Emma, todo giraba en torno a ella —continué—.
Siempre fue así y siempre lo será. —Despacio, negué con la cabeza
—. Pero contigo no. Nunca.
Le cogí la cara. Hice que mirara hacia arriba, por encima de la
cortina de pelo que le caía sobre la frente, directamente a mis ojos.
—Nos perteneces a todos —susurré—. Empezamos todos
juntos. Por igual.
Rogan se colocó a su izquierda. Mason, a su derecha. Sus
manos se dirigieron a su cuerpo, moviéndose con un afecto
deliberado. Le acariciaban la mejilla con delicadeza. Le apartaban el
pelo de la cara.
—Ya no es simplemente sexo —proseguí—. No para mí.
La besé con ternura y juraría que sentí que su corazón se
aceleraba.
—No para ninguno.
Capítulo 42

ALYSSA

Se sentía absolutamente enorme dentro de mí. Más grande e


hinchada que nunca, cuando rebotaba felizmente a horcajadas
sobre el regazo de Desmond.
—Eso es, nena…
Lo cabalgaba arriba y abajo en el agua sobrecalentada. Me
atornillaba a su entrepierna con los brazos cerrados con fuerza
alrededor de sus inmensos hombros de granito.
Pero no paraba de besarme con sus amigos, por turnos.
Esto es…
Seis manos vagaban por mi cuerpo. Tres bocas hambrientas,
besándome por todas partes mientras me retorcía y giraba entre mis
tres magníficos amantes.
…la mejor noche de mi vida.
Nunca había pensado que algo pudiera resultar tan placentero.
La sensación de estar al aire libre, con el frío del invierno mordiendo
mi piel expuesta. Rodeada de nieve… el cielo… la naturaleza; y
gigantescos pinos fragantes al borde de la oscuridad.
Y, sin embargo, no tenía el más mínimo frío, porque estaba
totalmente envuelta en carne caliente.
Besaba a Mason. Masturbaba a Rogan. Cabalgaba a
Desmond, con sus manos firmes apretándome las caderas bajo la
superficie burbujeante del jacuzzi.
—Dámela.
Me pasaron al siguiente amante —Mason esta vez— y me
instalaron en su regazo, de espaldas a él. Sentí su mano, guiándose
a mi interior. Deslizando ese monstruo hasta el fondo, ayudado por
mi propia y sedosa humedad, en lo más profundo de mi ardiente
conducto.
—Joderrrrrrr —juró, arrastrando la palabra—. Nunca me
cansaré de esto.
Ahora Desmond me besaba, sosteniendo mi cara entre las
manos. Mis pechos flotaban por encima del agua, tiesos por el frío.
El contraste era increíble, sobre todo cuando Rogan se llevó uno a
su caliente boca. Suspiré cuando cerró una cálida palma sobre el
otro.
—¿Vas a ir de uno a otro? —me susurró Desmond al oído de
forma sensual—. ¿Como una putita?
Llevaba diciéndome cosas así desde el inicio. Era tan excitante
que elevaba las cosas a nuevos niveles.
—Soy una puta… —le susurré de vuelta, siguiendo el juego—.
¿No?
—Eres nuestra puta, sí.
—Mmmm… —ronroneé, sonriendo—. Me encanta que digas
eso.
Me volvió a besar, al tiempo que yo suspiraba y hacía rodar las
caderas. Me gustó tanto que quería gritar.
¡Dios mío!
Esto era mucho más que sexo, ahora. Más bien constituía una
experiencia religiosa. Nunca me había sentido más segura, más
feliz, más protegida. Más cuidada, más atendida, más rodeada de
calor y amor y…
Mason se levantó y me gruñó en el otro oído. Conocía bien el
sonido. Estaba a punto de perder el control.
—Quiero que explotes… —Gemí, inclinando mi barbilla hacia
él—. ¿Puedes hacerlo por mí? Mi coño está listo.
Estaba listo desde hacía mucho. Me había corrido tres veces,
una con cada uno. Se habían asegurado de que fuera así,
cambiándome después de que ocurriera. Pasándome en círculo,
como una pequeña y sucia posesión, hasta que acabé y entré en
erupción con cada uno dentro de mí.
—Lléname —gruñí, y le planté un beso en la mejilla a Mason.
Su cabeza ahora reposaba sobre mi hombro. Noté la intensidad en
su expresión, mientras luchaba por no caer en el abismo—. No te
contengas, cariño. Déjate llevar…
Gruñó y empujó hacia delante, impulsándose hasta el fondo.
Me lanzó hacia arriba en su regazo, con las manos apoyadas en los
músculos ondulados de sus poderosos muslos.
La hostia…
Desmond se había puesto de pie frente a mí, con su magnífico
cuerpo brillando a la luz de la luna. Se la sostenía en un gran puño.
Se la guiaba hacia mi garganta.
—Chúpala, preciosa.
Lo hice con entusiasmo, hambrienta. La agarré con una mano,
manteniendo el equilibrio con ayuda de la otra. Se inclinó un poco
hacia delante, hundiéndose más, mientras colocaba los labios
contra mi oreja.
—Chúpamela mientras mi mejor amigo se viene dentro de ti…
Eso bastó, y ni siquiera me di cuenta. Me atravesó otro
orgasmo, que surgió de la nada. Ocurrió justo a la vez que Mason
estallaba. Mi vagina lo ordeñó a través de una serie de espasmos
gloriosos conforme palpitaba, vibraba y me llenaba de leche.
No tenía sentido que algo así pudiera suceder. Hace dos
semanas no tenía ninguna expectativa. Iba a asistir a unas cuantas
fiestas navideñas relativamente tranquilas y a disfrutar de una
aburrida semana de descanso en el trabajo.
Y ahora…
HOSSSTIA…
Era placer mezclado con dolor. Oleadas de éxtasis abrasador,
rematadas con la sensación de ver sobrepasado el punto de la
comodidad. Pero no tuve tiempo de concentrarme en aquella parte
profunda de mi vientre, donde Mason y yo nos uníamos bajo el
agua. Y es que las manos de Desmond se arremolinaban en mi pelo
y su miembro se agitaba enloquecido mientras explotaba en mi
garganta.
—¡Unghhh!
Su gruñido era primitivo, casi prehistórico. Abrí los ojos de
golpe y percibí cada una de las ondulaciones de su vientre, como si
tuvieran vida propia.
Dios, esto es tan condenadamente exci…
Mis mejillas se curvaron a medida que Desmond continuaba
eyaculando, sin parar, llenándome la boca. No podía entender de
dónde provenía. Había mantenido a mis tres chicos bien atendidos.
En el último segundo, levantó la cabeza hacia el cielo de la
medianoche. Pensé que iba a aullar como un lobo, pero en lugar de
eso rugió:
—¡Dios, me FLIPA esto!
Estuve a punto de reírme, pero en ese momento estaba un
poco preocupada. Era bonito. Divertido. Gracioso incluso, sobre
todo porque los otros dos se reían.
Al final me desprendí de la entrepierna de Mason,
preguntándome si me había roto. Pero con Rogan volviendo a
deslizarse dentro de mí, no tuve que dudar demasiado.
—Voy a necesitar un poco de lo que fuera eso —se burló.
Los otros se retiraron a sus rincones, por fin saciados, y
estiraron aquellos magníficos brazos por el borde de la bañera. Los
oí suspirar satisfechos, mientras contemplaban a su amigo follarse
rítmicamente mi abertura caliente y rebosante de semen.
Delirando de felicidad, cabalgando arriba y abajo en el regazo
de Rogan, los miré por encima del hombro y me reí.
Mason y Desmond entrecerraron los ojos.
—¿Qué?
—Y pensar que me preocupaba estar de sujetavelas… —Les
devolví la sonrisa.
Capítulo 43

ALYSSA

Desmond despejó el camino de la entrada dos días después.


La víspera de Año Nuevo amaneció azul y radiante y los chicos se
abrieron paso hasta el camión antes de que yo terminara de
preparar el desayuno con las últimas provisiones.
Menos mal, no solo porque nos estábamos quedando sin
provisiones, sino también porque empezábamos a perder la cabeza.
Los cuatro estábamos sufriendo un serio caso de síndrome de la
cabaña. El jacuzzi había resultado una auténtica bendición, ya que
nos había dado la oportunidad de salir un poco al exterior este
último par de días. Pero necesitábamos más. Nos hacía falta salir de
la vivienda y ver otros lugares, otras personas.
Dos días más…
Era todo lo que nos quedaba juntos. Nuestro vuelo estaba
fijado para el jueves por la mañana y esa noche estaríamos de
vuelta en nuestros respectivos apartamentos, en Florida. De vuelta a
la realidad.
Dios, va a ser muy raro.
Me reí un poco, pero la risa surgió con un nudo en la garganta.
Era sorprendente lo rápido que una situación tan loca podía
convertirse en la norma. Y que la vida cotidiana pudiera parecer tan
extraña, comparada con la última semana y media.
Por un lado, me moría de ganas de estar en casa. Quería ver
cómo se desarrollaba nuestra relación una vez que volviéramos a la
oficina y a nuestras rutinas normales.
Por otro lado, me aterrorizaba.
Llevábamos mucho tiempo viviendo los cuatro juntos cada
segundo desde que nos despertábamos. Pero desde aquella
primera noche en el jacuzzi, las cosas se habían puesto aún más
intensas.
E «intensas» era quedarse corto.
Los chicos habían empezado a mostrarme más afecto que
nunca, tanto de forma individual como en conjunto. Pasé tiempo con
cada uno de ellos. Uno por uno, se deslizaron bajo mis sábanas.
Primero Mason, luego Desmond, después Rogan; habían dormido
en mi cama, acurrucados contra mí. Abrazándome, durante horas, a
solas.
Y también habíamos hecho el amor. No podía describirse con
otra palabra. Uno tras otro, se pusieron encima de mí, o tiraron de
mí hacia sus cuerpos duros y musculosos. Me follaron despacio, me
besaron profundamente, acaloradamente, hasta que deliramos de
deseo. Me miraban fijamente a los ojos mientras nuestra pasión
ascendía hasta un cénit emocional, antes de alcanzar el clímax
juntos, conforme se consumían entre mis piernas.
Me desperté para recorrer la cabaña por la noche, maravillada
por lo perfecto que había salido todo. De pie, desnuda, frente al
fuego. Dejando que el calor me bañara, impregnándome hasta los
huesos. Había repasado cada momento con cada uno en mi mente,
mientras miraba por la ventana nevada y me preguntaba qué
vendría después. En un momento dado, un par de brazos se
deslizaron en torno a mí: Rogan, que me besaba el hombro. Me
invitaba a volver a la cama, con su cálido cuerpo apretado contra mi
espalda.
Me encantaba este sitio. Todo al respecto. Pero, por supuesto,
todo se debía a mis hombres…
—¿Estás preparada?
Desmond me sostuvo la puerta mientras me subía al camión.
Cuando avanzó por el camino recién limpiado y salió a la calle, los
cuatro aplaudimos.
—¡Somos libres! —gritó Rogan.
—Joder, sí. —Mason se reía.
Nos dirigimos directamente al pueblo, que tenía un aspecto
espectacular todo cubierto de nieve. Solo habían excavado la mitad
de las tiendas, y únicamente la mitad de estas estaban abiertas.
—Comida. Bebida. —Desmond se instaló en su propio
aparcamiento, improvisado justo al lado de un gran montículo de
nieve—. Esas son las prioridades.
Invertimos la tarde en comprar lo que necesitábamos para
reabastecer la cabaña, pero no demasiados productos perecederos.
Al fin y al cabo, nos iríamos en un par de días. Desmond conversó
con algunos lugareños, mientras el resto nos quedamos atrás. Lo
pusieron al corriente de muchas cosas y volvió con un aspecto un
poco más serio que cuando se alejó.
—Hay un pequeño cambio de planes…
Escuchamos mientras iba explicando cómo gran parte del
pueblo seguía en una situación desesperada. Había gente atrapada.
Algunos, sin comida.
—Sería de gran ayuda que ayudara a quitar nieve durante el
resto del día —aseguró. Señaló con la cabeza a sus amigos—. Y
que vosotros cogierais las palas.
Se encogieron de hombros.
—Podríamos hacerlo —afirmó Rogan.
—Bien —respondió Desmond con una sonrisa—. Porque ya les
he dicho que lo haríais.
—Espero que tengas alguna pala para mí —le pedí. No
obstante, Desmond negó con la cabeza.
—Te necesito en casa —me indicó—. Mantén el fuego
encendido. A lo mejor puedes apartar algo de nieve del lateral de la
cabaña, para que no se congelen las tuberías.
Me quedé mirándolos un poco herida, pero me di cuenta de
que tenía razón. Si alguien se mantenía al margen, tenía que ser yo.
Sabía de primera mano que los tres eran capaces de mover mucha
nieve.
Además, me pareció extrañamente agradable que Desmond
dijera «en casa».
—Aun así, tienes que cavar —me ofreció Rogan con una
sonrisa esperanzada.
—Muy bien.
—Gracias, cariño —respondió Desmond con una sonrisa—.
Sube, te llevaré.
Rogan y Mason me abrazaron antes de que me marchara,
seguramente porque los vecinos se caerían de culo si ambos me
besaban delante de ellos. Era una de las cosas que no se me
habían ocurrido sobre la posibilidad de tener tres novios. La
perspectiva.
—¿Sigue en pie lo de esta noche? —pregunté, un poco
vacilante.
Habíamos planeado ir al albergue de Spruce Creek para
celebrar la Nochevieja, en la base de la montaña. Recibir el año
2020 con unas copas y un poco de champán. Y, por supuesto,
besos a medianoche.
—Oh, sí —dijo Desmond—. Pase lo que pase.
—Porque lo entiendo si no os apetece —añadí, siendo
empática—. Si acabáis cansados de tanto excavar y…
—Nos quedaremos como mínimo hasta medianoche —me
interrumpió Rogan—. No te preocupes.
—Genial —solté de la alegría—. No tenemos que quedarnos
mucho más. De hecho, tal vez podría, ya sabéis… —Hice una
pausa, intentando parecer recatada—. Incentivaros para irnos.
Los chicos se apiñaron a mi alrededor en silencio durante un
segundo, intercambiando miradas.
—Te escuchamos —comentó Rogan.
—¿Una tanda de cerveza helada y mamadas junto al fuego? —
Solté una risita.
Mason sonrió. Desmond silbó.
—No sé a vosotros, pero a mí me ha convencido.
Nos reímos al unísono y me subí a la camioneta, ya deseosa
de nuestra fiestecita a altas horas.
Eres mala, Alyssa… ¡malísima!
Vi a los paisanos repartir un par de palas para Rogan y Mason
mientras nos alejábamos. Fue un panorama conmovedor. Me sentí
bien al poder ser de algo de ayuda.
Desmond me condujo de vuelta sin problemas, abriendo el
camino de acceso una vez más al tiempo que me dejaba en la
puerta principal de la cabaña. Nuestra despedida en la parte
delantera del vehículo se convirtió en una improvisada sesión de
besos de dos minutos. Si hubiéramos dejado que durara más
tiempo, lo habría arrastrado hasta el interior y me habría abalanzado
sobre él.
—Volveremos un poco más tarde —me dijo—. Mantén el fuego
vivo. Quédate dentro cuando oscurezca y no te olvides de cerrar la
puerta.
—Sí, papá —le contesté con una risita.
Le hice un gesto con la mano antes de meterme en la cabaña.
En cuanto la puerta se cerró a mis espaldas, el silencio inundó todo.
—Ah —grité al vacío—. Hogar, dulce hogar.
El ambiente resultaba un poco extraño, en realidad. Se me
ocurrió que era la primera vez que me quedaba a solas desde que
empezó el viaje.
Vives sola, me recordé a mí misma. ¿Recuerdas?
Me puse enseguida manos a la obra, guardando las cosas que
habíamos comprado y alimentando el fuego. Había aprendido un
montón observando a Mason. Sabía colocar los troncos a capas y
bajar las brasas para permitir que entrara más oxígeno. Incluso me
aventuré a salir a la parte de atrás y traer unos cuantos leños más,
ya que el muro que habíamos apilado la semana anterior se estaba
acabando.
Me estaba calentando las manos y me sentía especialmente
orgullosa de mí misma cuando oí un fuerte golpe en la puerta.
No había mirilla. Ni siquiera me lo pensé dos veces. Los
locales habían sido tan amables, tan buenos vecinos, que ni siquiera
me planteé quién o qué podía haber al otro lado.
Simplemente abrí…
Para descubrir a una mujer joven de pie, sosteniendo una
bolsa. Detrás de ella, un coche se alejaba.
—Eh… hola —me saludó, mirándome con extrañeza. Arrugó el
ceño… al mismo tiempo que se encendía una bombilla de
reconocimiento en mi mente.
—¿Está Desmond?
Capítulo 44

ALYSSA

La mujer que tenía ante mí era pequeña y delgaducha, con el


pelo oscuro y unos ojos almendrados penetrantes. Asomó la cabeza
por encima de mí para mirar dentro de la cabaña y me tapé la boca
con la mano sin querer.
Emma.
Dios mío, ¡era Emma! La hija del jefe. La chica que había
trabajado con nosotros en la oficina durante un tiempo, pero a la que
no había prestado mucha atención, a decir verdad.
—Hola…
La que había salido con Desmond… y quizá técnicamente
incluso con Rogan y con Mason.
—¿Dónde está todo el mundo?
La que escribió el diario.
¡La VIRGEN!
—¡Holaaaaa! —soltó Emma, y chasqueó los dedos en
dirección a mi cara—. ¿Me has oído? Te he hecho una pregunta.
Dios, no llevaba ni diez segundos aquí y ya quería darle un
guantazo.
—¿Q-qué?
—Dónde. Está. ¿Desmond? —repitió, visiblemente molesta—.
Y Rogan, y Mason…
—Están en el pueblo —contesté a toda prisa—. Quitando
nieve.
Me miró como si no me creyera.
—¿Quitando nieve?
—Y despejando las carreteras, sí. Están liados con…
Emma pasó por delante de mí, metiendo su enorme equipaje
en la cabaña. Miró a su alrededor, sus ojos se lanzaron a todas
partes a la vez. Se fijó en el fuego, en los adornos… y finalmente en
el árbol.
—Pero qué…
Se acercó furiosa, mirando nuestro abeto de arriba abajo.
Cogió uno de los adornos con la palma de la mano. Pataleó debajo
de él, en el cepellón. Incluso rompió una de las ramas con los
dedos.
Ahora sí que quería darle una patada en el culo.
—¿Sabes cuándo volverán? —preguntó con fingida dulzura.
—N-no —tartamudeé—. La verdad es que no.
—Desmond no coge el teléfono —dijo, recorriendo la cabaña
trazando un círculo cerrado—. Ni los demás.
Se asomó por la ventana trasera y se fijó en el camino que
habíamos cavado hasta el jacuzzi. El corazón me latía con fuerza.
No tenía ni idea de qué hacer.
—Ya puedes irte —comentó de repente, sin siquiera darse la
vuelta para mirarme.
Su lenguaje corporal había cambiado. Había pasado de la
molestia al recuerdo a… bueno… algo totalmente distinto.
—¿Que puedo qué?
—Has venido a limpiar la cabaña, ¿no? —afirmó sin tapujos,
más como una exposición de los hechos que como una pregunta—.
Y te digo que no te preocupes. Ya puedes marcharte.
—Pero…
—No te preocupes, cariño —añadió—. Le diré a Desmond que
has hecho tu trabajo.
—No soy la limpiadora —le respondí, tras aclararme la
garganta.
Emma se giró para mirarme de nuevo, esta vez con una
perspectiva totalmente diferente. Me examinó de pies a cabeza.
—Entonces, ¿qué estás…?
—He venido con los chicos. De viaje.
Observé cómo sus ojos se abrían más y más, hasta que pensé
que iban a salírsele del cráneo. Mierda, era realmente divertido.
—¿Que tú qué?
—He venido a esquiar. —Me encogí de hombros y me crucé de
brazos—. Me invitaron. Hemos pasado las Navidades todos juntos.
Emma giró la cabeza como si tuviera un pivote.
—¿Con quién estás? ¿Rogan o Mason?
—Con ninguno.
La ira estalló en algún punto situado detrás de sus ojos.
—¿Estás con Desmond?
—No —aseguré quizá demasiado rápido—. Soy de la oficina.
Trabajaba contigo, Emma. Bueno, tal vez no contigo, pero al menos
cerca de ti.
Por alguna razón, parecía asombrada por la noticia. Me miraba
como si tuviera dieciséis cabezas.
—Eres la hija del jefe, Emma. Sé quién eres.
Durante unos segundos se quedó ahí parada, totalmente
perdida. Luego pasó por delante de mí por segunda vez. La miré
con miedo mientras se abría paso por el pasillo.
¡Dios santo!
El diario llevaba toda la semana en la mesita de noche. No
había motivos para esconderlo. Para guardarlo…
—¡Emma, espera!
La alcancé. Incluso casi la agarré del brazo. Pero era
demasiado rápida, demasiado veloz. Corrió por el pasillo como si
quisiera pillarme haciendo algo. No sabía qué, hasta que…
—¿QUÉ COJONES?
Me apresuré a entrar en el dormitorio principal, con el corazón
saliéndome por la garganta. Emma estaba justo en el umbral de la
puerta, mirando mi maleta.
—¡Así que estás con Desmond! —me escupió—. ¡Te quedas
en nuestra habitación!
El alivio me inundó. Todavía no había visto el diario.
—Me dieron la principal. Estoy sola. —Pasé junto a ella,
colocándome entre la mesita y su línea de visión—. Desmond se
queda en ese cuarto. —Lo señalé—. Mason y Rogan…
Salió corriendo sin decir nada más, para comprobar las
estancias contiguas. Sobrecogida por el alivio, empujé el libro a
ciegas con una mano. Sentí que resbalaba, quedando encajado
entre la mesa y la pared.
Gracias. Dios.
Emma revisó ambas habitaciones, donde encontró la ropa y los
objetos personales de los chicos. Advertí que sus hombros se
relajaban un poco, pero no mucho.
—Te he dicho que solo somos amigos —le expliqué a toda
velocidad—. Compañeros de trabajo. Hemos venido los cuatro a
esquiar y a pasar el rato.
Me devolvió una mirada de fastidio. En ese momento, me di
cuenta de que no había forma de convencerla.
—Emma, ¿los chicos saben que estás aquí?
Sus labios se curvaron formando una mueca. Si hubiera podido
gotear veneno por su boca, lo habría hecho.
—¿Los chicos?
Me encogí de hombros, sin entender a qué se refería.
—Sí. Quiero decir…
—¿Quién demonios eres tú para llamarlos «los chicos»? —
gruñó.
Hizo una pausa y, de repente, nuestras miradas se
encontraron. Noté que intentaba analizarme. Buscando más allá de
lo que decían mis labios… y buceando directamente en mi cabeza.
Oh.
Los engranajes giraban, pero no me atreví a bajar la vista. En
lugar de eso, la sostuve. Las dos nos enzarzamos en el peor de los
concursos de mantener la mirada, hasta que…
—No estás con uno de ellos… —afirmó de repente, con la voz
quebrada.
Me mordí la lengua y tragué con fuerza. Los ojos de Emma se
estrecharon y se llenaron de lágrimas.
—Estás con todos.
Hasta ahora, había estado a la defensiva. Incluso había sentido
un poco de pena por ella. ¿Pero ahora? Ahora me estaba
cabreando.
—¿Perdón?
—Has venido aquí con mi billete de avión —escupió
ácidamente—, con mi novio y sus amigos. Y luego tienes las pelotas
de quedarte en nuestra habitación. De dormir en nuestra cama…
—No es tu novio.
La cara de Emma se torció con un gesto de dolor. Podría
haberla apuñalado en el pecho y me habría mirado menos mal.
—Rompiste con él, ¿te acuerdas? —proseguí—. Además, es
su cabaña. Su cama. Si fue lo suficientemente amable como para
prestarme la principal, y los demás fueron lo bastante generosos
como para invitarme a su viaje, no veo qué te…
¡PUM!
Una ráfaga de aire me despeinó cuando la puerta que tenía
delante se cerró de golpe. A ello se sumó el chasquido del pestillo al
cerrarse, ya que Emma se había encerrado y bien en la habitación
de Desmond.
Capítulo 45

ALYSSA

—Muy bien… ¿dónde está?


Señalé su puerta, mientras Desmond pasaba por delante de
mí. Los demás entraron tras él, todos cubiertos de hielo y nieve.
—¿No llevabais encima el teléfono? He intentado llamaros una
docena de veces.
Mason negó con la cabeza.
—Los dejamos cargando en el camión.
—¿Cuándo ha llegado? —preguntó Rogan.
—Hace horas.
Parecía extremadamente incómodo ante mi respuesta.
—Y…
—No estoy segura, la verdad. Lleva encerrada en la habitación
desde entonces.
Esperamos a que Desmond entrara en su habitación, cerrando
la puerta tras él. Escuchamos voces. Murmullos…
Llantos.
—Mierda —soltó Rogan—. Esto es malo.
Los seguí a su cuarto y cerramos esa puerta también. Empecé
a contarles todo lo sucedido, mientras ellos se desprendían de la
ropa mojada.
—Joder —dije, haciendo una pausa a mitad de relato—. Estáis
mojados.
—La nieve cae en todas direcciones —explicó Mason—. Se
están formando enormes ventiscas.
—¡Sí, pero parece que hayáis hecho una pelea de globos de
agua!
Ya no llevaban camiseta, y dejé de hablar. Estaban relucientes,
cubiertos de sudor. Cada delicioso músculo resaltaba aún más
sobre su piel. No pude evitar quedarme embobada mirándolos.
—¿Ves algo que te guste? —Rogan se rio.
Parecían un par de culturistas engrasados para una
competición. Su piel mojada, su ropa empapada… todo olía a sexo.
O tal vez solo asociaba el olor con el sexo, porque últimamente mi
vida sexual consistía en tres tipos sudorosos turnándose encima de
mí.
—¿Qué más ha dicho? —preguntó Mason.
Sacudí la cabeza, despejándola de una niebla de contenido
erótico. Ahora se estaban quitando los vaqueros, pero todo eso
tendría que esperar.
—Actuó como si se supusiera que debía estar aquí —respondí
—. Como si todavía fuera la novia de Desmond. Trajo una maleta.
Y… bueno… —Hice una pausa, sintiéndome tonta de repente—.
Pensó que era la asistenta.
Mason maldijo. Rogan negó con la cabeza.
—Menuda imbécil.
Me sorprendió un poco verlos hablar así de ella. Teniendo en
cuenta todas las entradas que había leído en su diario, quiero decir.
—¿Siempre ha sido así?
—Sí y no —explicó Mason—. Quiero decir, nunca fue tan
mandona, tan insistente. En realidad, bueno…
—Solía ser divertida —terminó Rogan por él—. Durante un
rato, por lo menos.
—Sin embargo, todo cambió una vez que trabajó en la
empresa —añadió Mason—. No estaba cualificada para el puesto,
pero su padre se lo dio de todos modos, naturalmente. Y en lugar de
intentar hacerlo lo mejor posible, se pasaba la mayor parte del
tiempo vigilando a Desmond.
—Y a nosotros también —aseguró Rogan—. Durante el último
año que estuvieron juntos, Emma estaba extrañamente celosa. Y
luego se volvió caprichosa. Empezó a tener ganas de salir fuera y
ver si había cosas más interesantes por ahí.
Asentí despacio.
—Y Desmond no quiso ir con ella.
—Nope.
Ahora solo tenían la ropa interior. Los bóxers rojos de Rogan
mostraban las dos piernas musculosas que conducían a su perfecto
e increíble culo. Y el par de Mason apenas contenía la oronda
hinchazón de su gran paquete.
—Me pido primero la ducha —saltó Rogan.
Mason gruñó.
—Mierda.
—Hazle compañía. —Rogan sonrió y cogió un montón de ropa
limpia—. No te preocupes, seré rápido. Y no dejes…
—Lo sé, lo sé —lo tranquilizó Mason—. No lo haré.
—Bien.
Se escabulló y, durante uno o dos segundos, oímos voces a
través de la puerta de Desmond. Ahora eran más altas. No eran
exactamente gritos, pero tampoco hablaban a un volumen normal.
La puerta se cerró, dejándonos a Mason y a mí mirándonos en
silencio. Solo que él estaba desnudo. Al menos, en su mayoría.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer durante los próximos diez
minutos? —bromeó.
—Bueno, tengo algunas ideas divertidas. —Suspiré,
dejándome caer en la cama—. Si tu exnovia no estuviera en la
habitación de al lado.
Mason frunció el ceño.
—No es mi exnovia.
—Ya sabes a qué me refiero.
Eran una cosa extraña, los celos. Me había tirado todo el
tiempo en la cabaña sin una pizca de ellos. Y ahora, de repente…
ahí estaban.
—No deberías dejar que Emma te perturbe —declaró Mason,
sentándose a mi lado—. No es un factor. No sé qué hace aquí,
pero…
—Está aquí para recuperar a Desmond —intervine—.
Obviamente.
—Sí, pero él la ha superado. Total y completamente.
Me había quedado mirando la colcha. Me atreví a mirar hacia
arriba.
—¿Estás seguro de ello?
—Por supuesto.
Me puso una reconfortante mano en el hombro y me incliné
hacia él. Justo entonces, la puerta se abrió y Desmond entró en el
dormitorio.
—Hola…
Parecía calmado, frío. Ni siquiera un poco alterado.
—¿Qué pasa? —preguntó Mason.
—No estoy seguro a ciencia cierta —suspiró Desmond—, pero
está aquí. Por alguna razón, pensó que sería buena idea
«sorprendernos». O, más concretamente, sorprenderme a mí.
Mason gruñó.
—Misión cumplida.
—Sí, por desgracia.
—¿De verdad no tenías ni idea?
Desmond sacudió la cabeza con firmeza.
—No he hablado con ella ni una sola vez desde que se mudó
al oeste, ya lo sabes. Por supuesto que me ha enviado algunos
mensajes aleatorios, diciéndome lo genial que estaba, tal vez
incluso buscando respuesta. Y un mensaje borracha,
presuntamente, para decirme que me echaba de menos. —Me miró,
con los ojos abiertos, sincero—. Pero nunca le contesté. Los borré
todos sin responder.
Mason se rascó su mandíbula cuadrada.
—¿Y aun así ha venido? ¿Sin que la inviten?
—Cogió la tarjeta de crédito de papá y se subió a un avión. —
Desmond se encogió de hombros—. Apareció literalmente de la
nada.
—¿Y dónde está ahora?
—En la cocina, comiendo algo. —Se volvió hacia mí—. Está
furiosa por tu presencia. Sobre todo porque duermes en el
dormitorio principal. Piensa…
—Sé lo que piensa —dije con desgana.
Desmond dudó antes de continuar.
—Le aseguré que se equivocaba —continuó—. No quería
mentir, pero no podía explicarle que…
—Confía en mí —afirmé, levantando una mano—, lo sé.
Al mismo tiempo, me sentí fatal. Celosa. Totalmente fuera de
lugar. Eran sentimientos que no había experimentado en todo el
viaje. A solo dos días de que acabara, odiaba estar sintiéndolos
ahora.
—Lo siento mucho —me disculpé, sin necesidad—. Todo esto
es culpa mía. Nunca debí haber…
—Cariño, no.
—No, en serio —continué—. Puedo recoger mis cosas e irme
al aeropuerto ahora mismo. Coger un vuelo de vuelta temprano,
para que no tengáis que…
—Alyssa, para.
La última palabra de Desmond me detuvo en seco. Su voz
sonaba severa, casi a enfado. Pero no conmigo.
—Si alguien se tiene que marchar, es Emma —zanjó—. No tú.
De hecho, la montaré en un avión mañana a primera hora de la
mañana.
La oleada de adrenalina que me tenía prácticamente
temblando en el borde de la cama disminuyó un poco. Intenté
obligarme a calmarme.
—¿Y qué pasará ahora? —preguntó Mason.
—Bueno, es bastante tarde —explicó Desmond—. Y está
oscuro. Le he dicho que podía quedarse esta noche…
Mason hizo una mueca. Desmond prosiguió.
—Insistió en que le diera la habitación principal.
—No hay problema —intervine—. Puedo…
—Me reí en su cara, por supuesto —añadió Desmond—. Le
indiqué que, en lugar de eso, podía dormir en mi cama…
Sentí una repentina puñalada de celos. Se retorció como un
cuchillo en mi estómago, hasta que…
—…y yo me quedo en el sofá.
El alivio me invadió al principio, seguido de otro ataque de ira.
Desmond no debería dormir en el sofá. Lo quería en mi cama, con
su cálido cuerpo acurrucado bajo mis sábanas. En lo que a mí
respecta, Emma podía disponer del cuarto de invitados para ella
sola. De hecho, podía irse a la mierda.
—Lo siento si esto va a estropear nuestros planes para esta
noche —se disculpó Desmond.
—¿Estropearlos? —se mofó Mason—. Los hace añicos.
—Sí —coincidió Desmond—. Pero probablemente sea mejor
pasar de puntillas. Acabar con esta noche. Llevarla al aeropuerto
por la mañana.
—Más bien arrastrarla hasta allí —suspiró Mason—.
Pataleando y chillando.
Capítulo 46

ALYSSA

Fue la Nochevieja más incómoda de mi vida. Tal vez incluso de


la historia de la humanidad.
Los cinco nos paseábamos sin rumbo por la cabaña, que de
repente parecía diez veces más pequeña que antes. Emma me
ignoró por completo. No me hablaba, ni me miraba, ni siquiera
reconocía mi presencia.
Y me parecía bien.
La mayor parte del tiempo se acurrucaba junto al fuego,
mirando fijamente las llamas como si contuvieran algún tipo de
respuesta del más allá. Pero, cuando no lo hacía, seguía a
Desmond como un perrito perdido. Prácticamente se colgaba de su
pierna, mientras él mezclaba bebidas y servía aperitivos.
Odiaba esa parte. Sobre todo porque a veces le prestaba
atención. Era tan educado como debía ser, mientras trataba de
mantenerla cómoda. Podía entenderlo. Sin embargo, eso no
significaba que tuviera que gustarme.
Cuanto más nos acercábamos a la medianoche, más parecía
alargarse todo. Jugué al ajedrez con Mason. A las damas con
Rogan. Incluso acorralé a Desmond en la cocina y lo besé
rápidamente, mientras Emma estaba en el baño. Era algo territorial,
lo sabía. Pero lo hice de todos modos. Y la sonrisa que me dedicó
después me ayudó a superar la noche.
Por fin vimos caer la bola en la televisión, al tiempo que
Desmond descorchaba una botella de champán. Brindamos juntos
por el año nuevo, con mi copa tocando la de todos, menos la de
Emma. Tras una ronda de incómodos abrazos y apretones de
manos —durante la cual Emma trató de besar a todos los chicos en
la boca de forma teatral—, apagamos las luces y nos acostamos.
Me sentí mil veces más a gusto en la cama, una vez que todos
cerramos la puerta de nuestras respectivas habitaciones. La verdad
es que no estaba nada cansada. Pero al menos no tenía que
escuchar la risa falsa de Emma. O fingir ignorar el evidente secreto
a voces.
Ella se siente diez veces peor que tú, ¿sabes?
Tenía que admitir que esa parte me producía cierto sentimiento
de culpa. En la mayoría de los aspectos, Emma no era más que una
ex tratando de reavivar la antigua llama. Una que había extinguido
con sus propias acciones egoístas, por supuesto. Pero, aun así,
seguía siendo alguien que buscaba amor.
Me imaginaba lo que le producía verme aquí. Ocupando su
lugar en este viaje. Básicamente reemplazándola, en casi todos los
sentidos.
Podía perdonarla por estar cabreada conmigo. Incluso por
odiarme sin siquiera conocerme, o más bien ni recordarme en
absoluto.
Pero había herido a Desmond. Y eso no podía dejarlo correr.
Me quedé en la cama durante lo que me pareció una eternidad,
pero probablemente fueron unos cuarenta y cinco minutos. Tenía
frío, con la puerta cerrada. Mason había tenido razón en eso el
primer día.
A la mierda, voy a abrirla.
Saqué las piernas de la cama y me arrastré hasta la puerta,
pisando con delicadeza para que no me oyeran. No sabía por qué
estaba siendo tan cuidadosa. Ni que hiciera nada malo.
Tal vez debería ir a la sala de estar. Trepar encima de
Desmond.
Mierda, eso sería hacer algo malo. Aunque en realidad no,
porque estaría muy bien.
Podrías rescatarlo de ese maltrecho sofá. Convencerlo de que
venga a la cama contigo…
Cuando estaba a punto de abrir la puerta, oí voces. Una voz
masculina… y una femenina, además. Ambas venían del salón.
—Desmond… escúchame…
Me quedé paralizada al instante, el corazón se me hundió en el
estómago.
Emma.
No solo abrí la puerta, sino que la empujé. En silencio, de
puntillas, pasé por delante de su dormitorio vacío y llegué al final del
pasillo.
Desmond estaba tumbado en el sofá delante del fuego. Emma
estaba arrodillada en el suelo, junto a él. Podía oírla murmurar.
Suplicándole, mientras estiraba una mano para tocarle la cadera,
cubierta por la manta.
—Por favor, mi vida. Escúchame.
¡Estaba hecha una furia! Hervía de ira. Quería entrar corriendo
y apartarla de Desmond.
—Habría llegado antes —le explicó Emma, sin intentar siquiera
susurrar—. Si no hubiera sido por la nieve. La ventisca lo bloqueó
todo. Se cancelaron los vuelos en todo el país durante días.
Ahora no solo lo tocaba, sino que lo acariciaba. Deslizaba la
palma de la mano a lo largo de su muslo.
Estaba conteniéndome todo lo posible para no romperle la
muñeca.
—Quédate conmigo —le pidió—. Tenemos que hablar. Dile a
los demás que se vayan, pero quédate con…
Bruscamente, la cogió por la muñeca y la apartó con fuerza.
Emma abrió la boca al máximo, su expresión se volvió afectada.
—Te vas a casa mañana —aclaró él—. Te lo dije, ni siquiera es
discutible.
—Pero acabo de llegar…
—¿Y qué? Nadie te dijo que vinieras, Emma. Te fuiste hace
meses. Ni una llamada, un mensaje. Ni siquiera una carta de
despedida.
Ella lo buscó de nuevo. De nuevo, la rechazó.
—No fui capaz —sollozó—. Cuando tomé la decisión de irme,
estaba demasiado sensible, demasiado.…
—Esa decisión fue toda tuya, Emma. La tomaste y tendrás que
vivir con ella. ¿Y ahora te presentas aquí? ¿Buscando crear
problemas? —Negó con la cabeza—. Nadie te ha pedido que
vuelvas a nuestras vidas.
Vi el brillo de una lágrima rodando por su mejilla. Si era real o
falsa, no podía discernirlo.
—Cariño, háblame —suplicó—. Quédate conmigo, un par de
días más. Ya le dije a mi padre que no irías el resto de la semana.
Que no te esperara hasta el próximo lunes.
Vi como Desmond se incorporaba de inmediato en el sofá. Se
movió tan rápido que realmente la asustó.
—¿Le has dicho eso en serio?
Asintió con alegría.
—¿Y a tu padre no le importa?
—No —respondió esperanzada.
Pero Desmond estaba lejos de sentirse esperanzado.
—¿Por qué demonios me iba a permitir eso?
—Porque le dije que habíamos vuelto.
Tuve que retroceder un poco en el pasillo, porque Desmond se
puso en pie de un salto. Emma saltó hacia arriba con él, todavía
aferrándose a él, suplicante.
—¡Por favor, Desmond! —jadeó—. Ya he vuelto, puedes
tenerme de nuevo.
—Pero no te quiero.
—Lo harás —respondió ella con falsa modestia—. Si me das la
oportunidad de…
—¡Te fuiste, Emma! Te mudaste a la otra punta del país y lo
abandonaste todo aquí. Y ahora te has vuelto a ir, porque así eres.
Nunca estás contenta. No sabes comunicar…
—¡Y es precioso aquello! —exclamó ella—. Solo he regresado
porque me sentía sola. Pero si tú vinieras conmigo… bueno, sería
diferente.
Desmond se acercó a la lumbre y la vi correr a su lado. De
nuevo, él se apartó. A pesar de lo patético que era todo, me hizo
enfadar de forma vehemente. Me enfurecía que pensara que podía
volver con él tan fácilmente. Como si de verdad el mundo funcionara
así.
—Quédate conmigo cuando los demás se vayan —repitió—,
aunque sea un día más. —Se detuvo un momento, antes de
continuar—. Puedo llamar a mi padre, si quieres. Pedirle que Rogan
y Mason puedan quedarse también, si es lo que quieres.
Mis puños se cerraron de forma involuntaria. Notaba cómo las
uñas se me clavaban en las palmas de las manos, casi hasta el
punto de sangrar.
—Tu padre… —soltó Desmond con desprecio. Siseó la palabra
como si fuera un insulto.
—Mi padre hará todo lo que yo le diga —prometió Emma,
sonando bastante orgullosa de sí misma—. Podría hacer que te
despidiera mañana mismo. —Soltó una risita—. Y entonces te
tocaría mudarte conmigo.
Desmond se puso rígido. La apartó con ambas manos.
—Emma, eso no tiene gracia.
Se echó el pelo hacia atrás, sobre una oreja, y vi maldad en su
expresión. Una venganza que no había hace un momento.
—¿Quién ha dicho que sea gracioso?
Emma se giró y se alejó furiosa, dirigiéndose directamente
hacia el vestíbulo. Directamente hacia mí…
¡Mierda!
No había tiempo para volver a mi habitación. Estaba
demasiado lejos. La puerta seguía cerrada.
Me preparé para el encuentro. Estaba a tres segundos de
chocar conmigo. Dos segundos…
Dos manos salieron disparadas, agarrándome por los hombros.
Jadeé ante el repentino movimiento y, de repente, estaba de pie en
el dormitorio de Rogan y Mason, con una mano tapándome la boca.
—¡Shhh!
Consiguieron cerrar la puerta una fracción de segundo antes
de que Emma se adentrara en el pasillo. Los tres nos quedamos allí,
completamente congelados, sin atrevernos a movernos hasta que
oímos la puerta del dormitorio del otro lado del pasillo cerrarse de
nuevo.
Entonces la mano se relajó y quedé entre dos cuerpos muy
cálidos y acogedores.
—Parece que esta noche duermes con nosotros —comentó
Rogan con una sonrisa, mientras se acercaba para darme un
prometedor apretón en el culo.
Capítulo 47

ROGAN

—Así que le dijiste que se pirara a su casa, ¿no?


Desmond irrumpió en la cocina justo cuando la máquina de
hacer gofres emitió un pitido y se puso en verde. Tiró las llaves
sobre la mesa. Se quitó las botas y les dio una patada.
—Sin dejar lugar a dudas, sí.
Había hecho todo lo que nos había prometido la noche anterior.
No solo se había deshecho de Emma, sino que se había encargado
de ello a primera hora de la mañana. Antes de desayunar, incluso.
—Todavía no me creo que haya venido.
—Oh, yo sí me lo creo —aseguró Mason, dándole la vuelta a
los últimos trozos de beicon—. Al fin y al cabo, estamos hablando de
Emma.
Tenía razón, por supuesto. En materia de sorpresas, Emma era
la reina, no tenía parangón. Había preparado algunas sorpresas
para Desmond —tanto maravillosas como catastróficas— que
demostraban lo importante que era para ella mantener ese título.
—¿Cómo se lo ha tomado, al final?
—Nada bien —respondió Desmond, hundiéndose en la silla.
Le acerqué una taza de café y le di una palmada en el hombro.
—Anímate, hermano. Ya se ha acabado. Ahora es problema de
otro, dondequiera que vaya a liarla ahora.
—Sí —dijo mientras cogía el azúcar—. Pero eso es también lo
que temo.
Emma. Había sido la reina de las sorpresas, pero también de la
perseverancia. Y de otras cosas, además. Cosas en las que no
quería ni pensar.
Como la venganza…
—Hola…
Los tres nos giramos al oír la voz de Alyssa. Estaba de pie en
el arco de la cocina, con su albornoz de rizo de patchwork. El pelo le
caía en todas las direcciones posibles.
—Es el caso más espectacular de melena de recién levantada
que he visto nunca. —Me reí.
—Gracias —respondió, cansada.
—Oye, no hace falta que me des las gracias. Te lo has ganado.
—Empecé a mirar a mi alrededor—. De hecho, ¿dónde está mi
móvil? Voy a necesitar una foto de…
—¿Se ha ido?
Mason estaba masticando un pedazo de tocino. Desmond
estaba a medio tragar su primer sorbo de café.
—Oh, sí —le conté—. No tienes que preocuparte más por esa
bruja.
Los hombros de Alyssa se desplomaron visiblemente, en señal
de alivio. Dejó escapar tal corriente de aire caliente que una de las
greñas voló sobre la parte superior de su cabeza.
—Gracias a Dios.
—Joder, sí. —Mason estuvo de acuerdo. Colocó la panceta
sobre una rejilla y apagó el fuego—. Durante un minuto o dos —
añadió, señalando con la cabeza a Desmond—, creí que iba a
volver con ella.
Desmond frunció el ceño por encima de su taza.
—Gilipolleces —espetó.
Mason y yo nos echamos a reír. Pero Alyssa no. Esta vez no.
Mi amigo parecía cansado, y no solo por haber corrido a
primera hora hacia el aeropuerto. Dio otro largo trago al café antes
de continuar.
—¿Supongo que todos oísteis la conversación de anoche?
—Ajá —respondí—. Los tres.
Habíamos permanecido justo detrás de Alyssa en el pasillo,
escuchando todo lo que ocurría. En ningún momento había dejado
de confiar en que Desmond haría lo correcto. Pero, por supuesto, no
quería decírselo.
—Tiene un buen par de ovarios —comentó Alyssa, echándose
huevos en el plato—. Lo reconozco.
Me pilló mirándola de reojo. Sonreí y chocamos el puño.
Dios, es tan perfecta.
Nuestra belleza despeinada había pasado la noche bajo
nuestras mantas, acurrucada entre nosotros, en nada más que su
diminuta ropa interior. Sin embargo, de algún modo, Mason y yo nos
habíamos controlado. No le habíamos hecho el amor, ni siquiera nos
habíamos besado, por mucho que hubiéramos querido.
Pero yo me aplasté contra su cuerpo con tanta fuerza que mi
erección tardó horas en calmarse.
Sin embargo, las aproveché para pensar en ella. Me
preguntaba lo increíble que sería seguir con lo que teníamos,
incluso estando de vuelta a casa. Era algo que sabía que deseaba
con desesperación. Solo confiaba en que, una vez que hubiéramos
regresado a Florida y vuelto a nuestras viejas rutinas, Alyssa sintiera
lo mismo.
—Es una locura que se le ocurra volar hasta aquí en el último
momento —dijo Mason—. Y se espere que… ya sabes.
—Esa es Emma —señaló Desmond, sacudiendo la cabeza—.
Quizás aprenda, de todas formas. Tal vez esto sea la llamada de
atención que necesitaba.
Asentí simulando estar de acuerdo, queriendo creerlo. Pero no
estaba seguro de hacerlo.
—Olvidémonos de ella —soltó Desmond bruscamente—. Nos
queda un día, hoy. Disfrutemos de él. Aprovechemos lo que nos
resta de vacaciones juntos, antes de que el trabajo vuelva a
sacarnos de quicio.
—Además —dijo Alyssa encogiéndose de hombros—, es un
nuevo año. —Levantó un trozo de tocino demasiado hecho—. Por
las cosas nuevas. —Tenía los ojos brillantes—. Y por los nuevos
comienzos.
Cada uno cogió una tira de beicon y brindó. La mía estaba tan
quemada que se rompió con el impacto.
—¿Alguna vez piensas a aprender a cocinar bien? —espetó
Desmond, arremetiendo contra Mason.
—Ni lo sueñes —se mofó Mason.
Capítulo 48

ALYSSA

Nos sacudimos el mal rollo de la visita improvisada de Emma y


aprovechamos al máximo nuestro último día. Como todavía
disponíamos de pases, esquiamos un poco. Cenamos y tomamos
algo. Nos despedimos del pintoresco pueblecito y volvimos a casa
para quitar todos los adornos navideños y recoger la cabaña.
Entre todos, los chicos sacaron el árbol fuera, a un bonito
rincón del jardín. Desmond prometió plantarlo en otoño, cuando
volviera para acondicionar la casa de cara al invierno. O tal vez
incluso se escapara en primavera y lo hiciera entonces.
En cualquier caso, nos quedaría algo para conmemorar el
tiempo que pasamos aquí. El árbol crecería y podría decorarse año
tras año. Un recuerdo para toda la vida de nuestra primera —y
espero que no la última— Navidad en la cabaña.
¿Qué estás haciendo exactamente, Alyssa?
La voz aparecía en mi cabeza cada vez que pensaba así. Cada
vez que me atrevía a imaginar que lo que teníamos los cuatro en la
actualidad podría soportar el paso del tiempo.
Sabes que no puede durar, ¿no?
Odiaba esta voz pesimista. Por lo general, yo era una persona
optimista. No obstante, sabía que una vez que volviéramos a Florida
todo sería diferente. Una vez que todos regresáramos a nuestros
apartamentos y a nuestras vidas normales y cotidianas, lo más
probable era que nos distanciáramos, en lugar de mantenernos
unidos.
Más que nada, quería seguir viendo a los chicos. Y no solo a
uno, sino a los tres. Me parecía una locura suponer que podía
conformarme con uno, o incluso con dos, cuando estaba tan unida a
ellos como trío. Su dinámica de grupo. La camaradería de su
amistad, de la que ahora me consideraba miembro de pleno
derecho.
Para mí, era todo o nada. No concebía cómo sería salir con
uno de ellos y tener que mirar a los otros dos. Verlos salir con otras
mujeres. Echarse novia. Enamorarse…
¿Los amas?
Era una pregunta descabellada. Una que había estado
posponiendo toda la segunda mitad de nuestro viaje. Habíamos
empezado en un terreno puramente sexual, haciendo cosas que
sabíamos que eran sucias pero divertidas. Sin embargo, a medida
que el sexo mejoraba… comenzaron los apegos. Los sentimientos
de cercanía y afinidad. Las conexiones emocionales que vinieron
junto con las físicas.
Aprendí muchas cosas sobre los chicos que nunca habría
descubierto si solo trabajara a su lado. Conocí los sueños de
Desmond de tener su propia empresa de construcción. Me enteré de
que el sentido del humor de Rogan provenía de su alegre padre.
Supe que Mason deseaba en secreto conocer a sus hermanastras y,
posiblemente, reconciliarse con su padre también. Pero no tenía ni
idea de cómo hacerlo. Y yo quería ayudarlo con toda mi alma.
Estás evitando la pregunta, Alyssa.
Sí, los amaba. ¡Y me gustó tanto decirlo! Aun para mí misma,
aun en mi fuero interno, en las cámaras secretas del fondo de mi
mente.
Los quería más que a cualquier otro chico con el que hubiera
salido, por separado y también como trío. Pues, a pesar de que
cada uno de ellos era genial e increíble, la combinación de los tres
constituía un nivel de genialidad superior.
Suenas muy avariciosa.
—Sí —afirmé en voz alta, mientras empaquetaba lo que
quedaba en mi maleta—. Por supuesto que sí.
Tiré de la cremallera. Hice fuerza, hasta que por fin conseguí
guardar hasta la última pieza de ropa sucia del viaje.
Entonces le pedí a la voz de mi cabeza que se callara.
Capítulo 49

ALYSSA

—Sabes que podríamos volver a vendarte los ojos —sugirió


Rogan—. Separarte las piernas delante del fuego y hacerte adivinar.
—¿Ah, sí? —respondí—. ¿Igual que en el concurso de besos?
—Más o menos… —respondió con picardía—. Pero con un tipo
diferente de besos.
Me quedé mirando la chimenea, observando las llamas. Sentía
el calor recorrer mi cuerpo casi desnudo, mientras desfilaba ante los
chicos con mi último tanga limpio.
—Tentador, pero no —indiqué, empujándolos a los dos hacia
atrás en el sofá—. Les prometí a mis amantes una ronda de
mamadas junto al fuego. —Con una mirada por encima del hombro,
le guiñé un ojo de forma diabólica a Desmond—. Y una promesa es
una promesa.
Mason y Rogan se bajaron los calzoncillos en cuestión de
segundos y se los quitaron de una patada, mientras yo me
arrodillaba. Me acerqué a gatas, dándole la espalda al fuego. Las
llamas me resultaron agradables en el culo, mientras se la cogía a
cada uno de ellos con la mano.
—Quiero que los dos os corráis en mi boca —ordené,
lamiéndosela a Rogan de arriba abajo al tiempo que miraba a
Mason—. Y él va a mirar.
Hice un gesto con la barbilla hacia Desmond, que se relajaba
en el gran sillón de cuero, junto a nosotros. Parecía excitado y
contento, con la última de nuestras cervezas colgando de entre los
dedos.
—Irá el último —apunté con un guiño—. Se lo compensaré.
Rogan gimió mientras me lo comía hasta la base. Luego,
cambié a Mason. De un lado a otro, seguí durante dos minutos
completos. Acogiendo a cada uno de ellos en mi garganta.
Consiguiendo que todos se pusieran duros, brillantes y mojados.
—Voy a tragármelo —exhalé con la voz ronca—. Todo. Hasta
la última gota.
Me eché el pelo hacia atrás y abrí la boca. Con todo el mundo
mirándome, me señalé golosamente la superficie de mi lengua
caliente y húmeda.
—Lo quiero. Justo. Aquí.
A los dos hombres situados en el sofá les palpitaban con
fuerza, inflamándose aún más dentro de mis dos ansiosos puños.
Llevaba días esperando esto. Había querido hacer esto por ellos… a
ellos… desde antes incluso de la promesa.
Ohhh, joder, sí.
Era todavía más excitante de lo que pensaba.
Me había imaginado que la última noche aquí ardería más que
el infierno, pero quería hacerla extramemorable. Quería que mis
chicos se relajaran. Recompensarlos por haberme invitado a un
viaje tan increíble haciéndolos correr en mi boca, uno por uno.
Sobre todo, quería que lo disfrutaran. Que se preocuparan
únicamente de su propio placer, mientras me convertía de nuevo en
su juguetito erótico. Quería que todos descargaran, consumirlos
hasta que el almizcle cálido de su simiente fusionada humeara en lo
más profundo de mi vientre.
Y luego quería tumbarme y que me destruyeran.
—Mmmmm…
Gimoteé y gemí. Moví el culo solo cubierto por el tanga de
forma tentadora hacia Desmond, mientras mamaba a sus amigos
lenta y sensualmente, en lugar de fuerte y rápido. Quería tomarme
mi tiempo con ellos. Grabar para siempre esta noche en cada uno
de sus cerebros, de modo que, sin importar lo que la vida nos
deparara en Florida, siempre nos quedara esto.
Me sentí muy sexi rotando entre ellos. Sirviéndolos de rodillas.
Pensé en nuestra primera vez juntos, en la que fueron tan delicados
y pacientes conmigo. En nuestro concurso de besos, en lo tórrido y
sensual que había sido todo.
Quería que se acordaran de esta noche, pero también que se
acordaran de mí. Hace dos semanas éramos unos desconocidos.
Ahora habíamos evolucionado a buenos amigos. Amantes
apasionados.
Y muchísimo más.
Rogan se corrió primero, expulsando una cantidad
impresionante de su deliciosa simiente directamente en mi garganta.
Después de dejarlo seco, fui a por Mason con ganas, hasta que él
también estuvo a punto de explotar.
Esperé a que pasara el punto de no retorno y me lo saqué de
la boca bruscamente. Desvié la mirada y establecí contacto visual
directo con Desmond. Vi que su expresión se emborrachaba de
lujuria conforme me contemplaba masturbar a su amigo hasta el
final, directo a la superficie de mi lengua.
—¡UNGHHH!
El culo de Mason abandonó el sofá mientras se corría y me
llenaba la boca. Continué sin apartar la vista, sin siquiera poner una
mueca mientras su tremenda vara se sacudía y bombeaba contra mi
lengua. Como había prometido, me bebí hasta la última gota. La
retuve un momento en la boca y luego me la tragué toda, sin dejar
de comerme con los ojos a Desmond.
Entonces, incapaz de aguantar más, se abalanzó sobre mí.
Ohhhh SÍ.
Sentí que sus manos se posaban magníficamente en mi
cuerpo mientras me hacía girar. ¡Casi me arranca el tanga! Oí el
chasquido en su enorme puño cuando tiró de él y destrozó por
completo la fina y endeble tela.
Me penetró de un glorioso y salvaje empujón, llenándome
hasta el fondo. Gruñí de felicidad cuando rebotó en mi cuerpo y
volvió a metérmela.
Dios…
Una y otra vez, me la clavó duro, rápido y profundo. Sus manos
se enredaron en mi pelo. Las cerró y me echó la cabeza hacia atrás,
obligándome a levantar la barbilla.
—¡Ohhhh!
Entonces me empezó a machacar desde atrás, penetrándome
una y otra vez. Me gruñía todo tipo de cosas guarras al oído, como
lo apretado y húmedo que sentía mi coño y cómo le suplicaba que lo
aprovechase todo el rato que se la chupé a sus amigos.
Ay, Dios…
Casi lloré, me gustaba tanto.
Los demás observaban desde el sofá, sus cuerpos duros aún
me hacían salivar mientras me follaba al alfa de su grupito. Como
amigos y compañeros de trabajo, siempre habían sido iguales,
siempre habían estado en el mismo nivel. Pero en esto…
Bueno, Desmond tenía claramente el control.
Gemí y grité mientras me lo hacía, me aferré a él con el culo. Y
entonces me vine. Estallé de dentro hacia fuera. Mis ojos se
entrecruzaron, literalmente, hasta que mi visión se duplicó y alcancé
a ver a cuatro hombres en el sofá, acariciándoselas de nuevo para
que volvieran a la vida. Poniéndose duros y a punto para mí otra
vez, en el momento en que su amigo terminó de castigar mi cuerpo
por lo mucho que lo había provocado.
OHHhhHHhhHHH…
Mi clímax no tenía fin. Se prolongó en oleadas del más puro
éxtasis, cada una más potente que la anterior. En algún lugar a mis
espaldas sentía el dolor provocado por Desmond, que me tiraba del
pelo con una amplia mano. Estrujaba la carne flexible de mi culo con
los dedos de la otra. Clamé una y otra vez, pero mis gritos eran
siempre de placer. El dolor apenas era el filo de la navaja. La punta
afilada y mellada de algo mucho más grandioso e importante,
conforme explotaba una y otra vez, ensartada en el duro miembro
de Desmond.
Estaba medio delirando cuando él finalmente terminó. Todavía
estaba descendiendo del mayor orgasmo de mi vida, cuando lo sentí
palpitando, bombeando y llenándome desde dentro.
H-hostia...
Gritaba mi nombre. Rugía como un león mientras se introducía
hasta el fondo, salpicándome el interior del vientre con su cálida y
maravillosa semilla.
La virgen…
Me retorcí bajo él, aferrándome a las mantas. Chillaba tan
fuerte como él, lanzando gemidos y jadeos por el placer que él
experimentaba al destrozar mi cuerpo. Se derrumbó sobre mí,
prácticamente aplastándome bajo su gran peso. Apretó los brazos
para dejarme el suficiente espacio para respirar… a la vez que
mantenía su cálida piel desnuda bien apretada contra la mía.
Todavía metido en mí, sus labios encontraron el borde exterior
de mi oreja. Y entonces susurró —tan bajo que quedó entre
nosotros— algo que me provocó un escalofrío de pies a cabeza:
—Creo que estoy enamorado de ti…
Capítulo 50

ALYSSA

Me encontré mi piso justo como lo había dejado.


Aun así, me pareció completamente extraño. Como si todo
fuera diferente. Sin embargo, era la misma distribución básica con la
que llevaba viviendo los últimos dos años. Estaba el sofá en el que
me sentaba a ver películas sola. La nevera que había limpiado justo
antes de irme, deshaciéndome de todo lo perecedero que no fuera a
durar más de dos semanas.
Anoche arrastré la maleta hasta la habitación y me dejé caer
en la cama, inmaculadamente hecha. Joder, parecía que había
pasado toda una vida. Estar aquí. Levantarme con este despertador.
Mirar este techo…
Y ahora era la mañana siguiente. Y en lugar de despertarme
para desayunar con los chicos… estaba sentada a solas en mi
oficina, de cara a la pantalla, de nuevo.
Odio mi vida.
Volver de las vacaciones en viernes era la peor de las opciones
posibles, una trampa de lo más estúpida que me había tendido a mí
misma. Mientras el resto de la oficina se divertía y remataba la
semana, yo me ponía al día con mil correos electrónicos. Arreglaba
cientos de problemas a la vez o, al menos, intentaba ponerles
suficientes parches para llegar al finde.
Por lo menos, volvería a ver a los chicos.
Ya me había encontrado con Mason al entrar. Habíamos
intercambiado una sonrisa secreta y me había lanzado un guiño que
me derritió el corazón.
Sí, podía afrontar un día de locos si eso significaba volver a ver
a mis tres guapos colegas. Los hombres que ya no eran meros
compañeros de trabajo, sino mis amantes… y posiblemente incluso
más.
Solo ha pasado un día.
La idea me hizo reír. Me había despedido de los chicos ayer
mismo, tras un vuelo de regreso relativamente tranquilo. Y, sin
embargo, ya los echaba de menos. Había transcurrido una solitaria
noche en mi apartamento, sin nadie con quien hablar. Dormí sin
despertarme cuando uno o varios de ellos se colaran en mi cama.
Ahora este era un mundo completamente nuevo para todos
nosotros. El mismo trabajo, con la misma gente. Las mismas
obligaciones y tareas. Solo que nosotros habíamos cambiado. La
dinámica que existía entre nosotros había cambiado para siempre
tras el tiempo que habíamos pasado fuera.
Y luego estaban las palabras de Desmond…
Creo que estoy enamorado de ti.
Pudo haberlas pronunciado al calor de la pasión, por supuesto.
Sin embargo, no lo creía. En todo caso, el hecho de que las hubiera
dicho después significaba aún más para mí. Y es que, justo en ese
momento, estábamos tan cerca física y emocionalmente como
pueden estarlo dos personas.
Por muy felices que resultaran estos pensamientos, intenté
quitármelos de la cabeza durante un rato. Había tanto que hacer.
Tanto con lo que ponerme al día.
Me salté la comida y terminé un número récord de anexos a
planos. Envié tantas actualizaciones de proyectos que empezó a
darme vueltas la cabeza. Atribuí parte de mi éxito a mantener la
puerta de mi despacho cerrada, con el fin de ahuyentar a la
inevitable decena de personas que entraban, sonreían con astucia y
me preguntaban cómo habían ido mis «vacaciones con los chicos».
Sin embargo, poco a poco fui recuperando el ritmo.
Eran casi las cinco cuando la puerta se abrió sin que nadie
llamara. Rogan se coló dentro. Le sonreí con alegría… pero la
mirada de preocupación de su rostro borró esa sonrisa de
inmediato.
—¿Qué pasa?
Me miró con los ojos entrecerrados un segundo y luego volvió
a la puerta. La cerró tras de sí y ladeó la cabeza.
—¿De verdad no lo sabes?
Me invadió esa fría e incómoda sensación de ignorar algo. Algo
grande.
—No, ¿el qué?
Rogan tragó saliva antes de continuar.
—Es Emma.
La sensación se volvió aún más fría. Y ahora me estaba
viniendo abajo…
—¿Qué sucede con ella?
Me hundía a toda velocidad.
—Está aquí.
Parpadeé un par de veces con rapidez antes de ponerme de
pie.
—¿Aquí? —pregunté estúpidamente—. Aquí en la oficina, o…
—No solo está aquí, en la oficina —respondió Rogan—, sino
que ha vuelto. A trabajar para Valle Verde, quiero decir. Su padre le
ha devuelto su antiguo puesto.
De repente sentí que me fallaban las piernas. Me desplomé de
nuevo en mi silla.
—Ahora también tiene despacho —añadió Rogan—. ¿Adivinas
dónde está?
No tuve que adivinarlo. Ya lo sabía.
—¿Justo al lado de la mesa de Desmond?
—Justo junto a la mesa de Desmond —me confirmó—. Solo
que Desmond ni siquiera ha pasado por allí. Lleva fuera todo el día.
Dejé escapar una risa breve.
—¿No lo harías tú, si fueras él?
—Sí, pero…
—Sí, pero nada —sentencié—. Es obvio que la está evitando.
No puedo culparlo, tampoco. Sobre todo por la forma en que…
—No, no es eso —me cortó Rogan—. Por lo visto, ahora ella
tiene funciones adicionales. Además de no hacer el trabajo que ya
no hacía, el viejo le ha delegado la coordinación de las inspecciones
de obras.
Arrugué el entrecejo. Eso no tenía ningún sentido.
—La va a cagar de lo lindo.
—Por supuesto —convino Rogan—. Pero lo ha pedido ella. Y
todo lo que Emma exige, papi se lo concede.
Poco a poco, iba comprendiéndolo. Empezaba a entender.
—Hoy ha mandado a Desmond fuera, ¿verdad?
Rogan asintió, su mirada seguía seria.
—Bueno… mierda.
—Y quién sabe qué más hará —continuó—. ¿Te acuerdas de
la última vez que trabajó aquí, cuando la puso a cargo de los
camiones? En dos meses no le cambió el aceite a ninguno y dejó
vencer todos los seguros.
Sacudí la cabeza con incredulidad.
—¿Cómo pudo salir Desmond con esta chica durante tanto
tiempo? —me pregunté—. ¿Y cómo coño aguantasteis vosotros…?
BZZZZZT.
Nuestros teléfonos sonaron exactamente al mismo tiempo.
Ambos miramos nuestro chat de grupo a cuatro bandas, donde
había un nuevo mensaje de Desmond.
Tomamos algo esta noche.

Era una afirmación, no una pregunta.


Capítulo 51

ALYSSA

Resultó que la situación con Emma no era tan mala como


Rogan y yo pensamos en un principio.
En realidad, era peor.
—¿Así que te echó? —preguntó Mason con estupor—. ¿Solo
porque no quisiste tomarte un café con ella?
—Todo el día —confirmó Desmond—. Me he pasado las
últimas nueve horas conduciendo a seis obras diferentes. Llevé
suministros a tres, de todo, desde paneles de yeso hasta estribos,
pasando por una bobina de calentador de agua.
Negó con la cabeza mientras se bebía el resto de la cerveza.
Antes de que pudiera depositar la copa vacía, Rogan ya se la
estaba llenando de nuevo.
—Hoy he recogido clavos de remate, tío —soltó con rabia—.
Putos clavos de remate.
Nos enteramos de que habían sucedido muchas cosas
mientras estábamos fuera. La más notable, por supuesto, que el
padre de Emma le había facilitado un billete de avión para que
pudiera volver a Florida «para siempre». También la había colocado
en una posición de autoridad dentro de la empresa muy por encima
de sus capacidades. Por no hablar de que estaba más allá de su
capacidad para lidiar con el rechazo.
—Entonces, ¿qué vas a hacer cuando quiera tomar café el
lunes? —pregunté.
—Me tomaré un café con ella —explicó Desmond—. Nos
sentaremos los dos y le expondré lo que hay punto por punto.
—Umm… ¿no quieres contárnoslo a nosotros primero? —
bromeó Mason.
Desmond prosiguió, hablando lo bastante alto como para que
se le oyera por encima del ruido del bar. Habíamos ido un poco más
lejos de lo normal, a un sitio fuera de la ciudad. Bien apartados de la
oficina y de cualquier mirada indiscreta que aún pudiera rondarnos.
—Va a tener que superarlo —terminó por fin—. Estoy más que
harto de estos juegos de adolescentes.
—¿Y qué pasa si no lo hace? —inquirí, vacilante.
—¿No hace el qué?
—Superarlo.
Desmond gruñó y agarró su vaso un poco más fuerte. Mason
aprovechó para hacerse con la jarra de cerveza y rellenar los del
resto.
—Tendrá que hacerlo —repitió—. O iré a ver al viejo y tendré
una charla con él yo mismo.
Rogan enarcó una ceja.
—¿Irás a hablar con el jefe? —Puso una mueca—. ¿Sobre su
hija?
—Sí.
Él y Mason intercambiaron miradas de preocupación.
—No te funcionó demasiado bien la última vez que lo
intentaste.
—Pues esperemos que esta vez sea más razonable —
respondió Desmond—. Además, a estas alturas tiene que saber que
su hija no trae más que problemas.
—¿Caprichosa? Sí —señalé—. Tal vez incluso un poco
incompetente. Pero ¿problemática? —Negué con la cabeza—.
Ningún padre está dispuesto a admitir que su hijo es tal cosa.
Lo discutimos un poco más, repasando nuestras opciones.
Creamos planes de contingencia para lo que pudiera pasar.
Entonces, tras acabarnos la segunda jarra, volvimos a salir al
aparcamiento. Nos subimos a los suaves asientos de cuero del
impecable coche alemán de Mason para volver a la oficina y coger
nuestros respectivos vehículos.
—Bueno, ¿qué plan hay esta noche? —preguntó Rogan.
—Colada —refunfuñó Desmond—. Colada, colada y más
colada.
—¿Quieres decir que no mandas hacerla? —se interesó Rogan
—. ¿La haces?
—Oh, tienes que delegarla —comentó Mason entre risas—.
¡Es lo mejor del mundo! Lavan la ropa. La doblan. Lo hacen todo,
excepto guardarla. —Sacudió la cabeza mientras se incorporaba
con facilidad a la autopista—. Eres tonto si no lo…
—Tráela a mi casa.
Desmond se giró desde el asiento del copiloto para mirarme.
—¿En serio?
Asentí rápidamente.
—Tengo una secadora y una lavadora de esas que se apilan
en mi apartamento. No es el mejor modelo del mundo, pero
funciona. —Me encogí de hombros—. Podríamos hacerla allí.
—Tengo mucha ropa sucia —me advirtió—. Probablemente
nos llevará toda la noche.
Volví a mirar esos ojos azules y sonreí.
—Tengo toda la noche.
Ya habíamos decidido de antemano pasar la noche juntos. Los
cuatro, consolidando aquí el vínculo que habíamos creado en
Vermont.
—Además, me sentí muy rara durmiendo sola en mi casa
anoche. —Miré de uno a otro, absorbiéndolos—. Ahora mismo ni
siquiera siento que sea un hogar. Para ser honesta, como que…
necesito recuerdos vuestros allí. —Me sonrojé, mirándolos a los tres
—. Si eso tiene algún sentido.
La sonrisa de Rogan era de puro placer.
—¿De qué tipo de recuerdos estamos hablando?
—De ese tipo —solté con una risita—. Además de los otros,
también. Todos los recuerdos, en realidad. Solo… solo quiero…
—¿Estar con nosotros? —preguntó Desmond.
—Sí.
Asintió, y el resto siguió su ejemplo. Notaba cómo volvía la
emoción. La misma felicidad que asociaba con estar en la cabaña.
Desmond se acercó y me rozó delicadamente el costado de la
mejilla con la mano.
—Creo que todos sentimos lo mismo.
Capítulo 52

ALYSSA

Tener a los chicos en mi piso era como llevarlos a la última


pieza de mi mundo. Una conexión entre la fantasía de Vermont y la
realidad del hogar, y cada minuto que pasaba no hacía más que
consolidar ese vínculo.
Salimos a comer pizza y les mostré los alrededores. Era casi
surrealista verlos allí, en mi salón, descansando en mi sofá. Verlos
acomodarse en las sillas alrededor de mi mesa de la cocina,
pasándose unos a otros mi botecito de pimienta, mientras hablaban
y reían y retomaban nuestra vieja rutina.
Hablamos un poco más de la situación con Emma, pero no
mucho rato. Para empezar, había dominado nuestros pensamientos
durante demasiado tiempo. En la cabaña había recuerdos suyos, lo
cual era comprensible. Pero aquí, en este momento, simplemente
no tenía cabida.
Conjuntamente, dirigimos la conversación por vías más
constructivas, hablando de todo, desde el trabajo hasta la familia y
más. Rogan había recibido dos proyectos de diseño más, en uno de
los cuales colaboraría con él. Planeaba visitar a sus hermanas y a
sus sobrinas la semana que viene, para hacer todo el tema
«posnavideño» en su casa.
Mason tenía una conferencia el lunes y estaría fuera varios
días, un viaje de última hora añadido a su agenda mientras
estábamos fuera. Y el trabajo de Desmond seguía acumulándose,
porque aún no había pisado el despacho.
Alquilamos una película, pero apenas la vimos. Estuvimos
vagando por el mobiliario de mi sala de estar, hasta que Mason
volcó sin querer su cerveza y la derramó sobre la alfombra.
—¿Ya estamos creando recuerdos? —Rogan se echó a reír.
—Algunos, sí. —Sonreí mientras me acurrucaba en sus brazos
—. Pero no de los mejores. Todavía no.
A medida que avanzaba la noche, me abrí paso por la
estancia, envolviéndome en cada uno de ellos. Se turnaban para
abrazarme con fuerza, acariciándome y besándome, tal y como lo
habían hecho en la cabaña.
Pero esto estaba sucediendo aquí. Y, para mí, era importante.
Conforme la noche se acercaba, atenuamos las luces y los
fuegos artificiales regresaron. Los cogí a todos exactamente donde
quería, allí mismo, en el suelo del salón. No había chimenea. No
teníamos las luces cálidas y parpadeantes de un fragante árbol de
Navidad. Pero, incluso sin esas cosas, lo sentía como antes. Cada
beso, cada caricia, cada vez que uno de ellos me colocaba las
piernas sobre sus hombros, haciéndome jadear mientras me
penetraba hondo…
Me sentía como en casa, por fin.
También lo hicimos por todo el apartamento, por si acaso. Los
invité a que me llevaran a cualquier lugar que quisieran, solo para
romper el hielo. Arañé los cojines mientras Desmond me follaba a
tope en el sofá. Me aferraba a la mesa de la cocina mientras Mason
me daba, justo al lado de las cajas de pizza vacías.
Rogan me inclinó sobre el escritorio de mi despacho y me
rodeó la cintura con un brazo musculoso al tiempo que me la metía
desde atrás. Acabamos contorsionándonos contra la pared, con
toda su polla metida tan profundamente que tuvo que taparme la
boca con una mano para evitar que gritara…
Al final, sin embargo, los arrastré a todos a mi dormitorio. Uno
por uno, los empujé sobre sus espaldas y me abrí camino sobre
ellos, empalándome en cada uno de mis atractivos amantes y
cabalgándolos hasta saciarme.
Y, uf… cómo me llené.
Hasta altas horas de la madrugada no quedé satisfecha, e
incluso entonces sentí que podría ir a por más. Pero los chicos
estaban agotados. Se tumbaron a mi lado en varios estados de
excitación, acariciando mi cuerpo con las yemas de los dedos,
besándome con suavidad, como lo hacen los amantes.
Esto es perfecto.
Apoyé sus ávidas bocas contra mis cálidos pechos. Me retorcí
y me enrosqué hasta abrazar sus cuerpos con el mío. Me sentía
como una reina o una emperatriz envuelta por su amoroso harén.
Rodeada de carne caliente. Protegida en todos los sentidos, por la
fuerza, la resistencia y las gloriosas hileras de músculos duros y
temblorosos.
Esto es el cielo.
Estaba disfrutando de mi premio y, además, comiéndomelo.
Saqué la fantasía más íntima de toda mujer de los rincones más
pervertidos de mi mente y la convertí en una relación completa con
tres tíos increíbles.
No quería nada más que ser el centro de su mundo. Y yo
deseaba ser de ellos, total y completamente. Consagrarme a sus
sueños, a su felicidad. Cumplir todos sus deseos, todos sus
caprichos.
Permanecí mucho rato mirando hacia arriba y hacia fuera, a
través de la ventana de mi piso y hacia el difuso cielo nocturno.
Tenía todo lo que siempre había ansiado. Desde mi punto de vista,
el mundo era por fin perfecto…
La semana siguiente, no obstante, todo se iría a la mierda.
Capítulo 53

MASON

—¿Qué quieres decir con que se han llevado su escritorio?


Estábamos en el despacho de Rogan, con la puerta
inusualmente cerrada. Por una vez, la mirada de mi amigo era seria.
Alyssa estaba conteniendo las lágrimas… o tal vez la ira. No sabría
decir cuál de las dos cosas.
—Ha estado en las obras toda la semana —explicó Rogan—. Y
luego el viejo lo ha llamado a su oficina esta mañana. Algo de que
sobra gente.
—No —espetó Alyssa—. Ha sido mucho más estúpido que
eso.
—Lo que sea —comentó Rogan, quitándole importancia—. En
cualquier caso, le han dicho que había demasiados responsables en
la oficina y poca gente currando. Le han asignado su antigua
furgoneta y devuelto a las cuadrillas. —Miró al suelo—. De forma
permanente.
Se me revolvió el estómago. Desmond llevaba mucho tiempo
trabajando en el despacho. Además, no era solo cuestión de
antigüedad. En lo que respecta a la construcción, tenía más
conocimientos en profundidad que cualquier otro jefe de proyectos.
Lo que solo podía significar una cosa…
—Emma —gruñí la palabra. Los demás asintieron. —Menuda
zorra vengativa —espeté—. ¿Solo por lo que dijo el lunes?
—Y el martes —añadió Alyssa—. Y el miércoles…
Había estado fuera toda la semana. Metido en una conferencia
financiera en Miami; tres días de hacer números y estrechar manos
de gente que preferiría no haber conocido. Al menos la comida
había estado bien, aunque no pudiera disfrutar de la vida nocturna.
Apenas había tenido tiempo de hacer nada más que desplazarme
entre las reuniones y el hotel.
—¿Dónde está ahora?
—No estoy seguro —respondió Rogan—. He intentado
llamarlo, al igual que ella.
Alyssa estaba de pie frente a nosotros, con los brazos
cruzados y la cara marcada por la preocupación. Incluso alterada,
tenía un aspecto increíblemente atractivo. Pero lo último que quería
era verla disgustada.
—Alguien tiene que hablar con el viejo —afirmé—. Tiene que
saber lo que está haciendo.
—Lo sabe —apuntó Rogan—. Y ese es el problema.
¡Joder, menuda mierda era todo esto! Trabajábamos para un
hombre que literalmente llevaría la empresa a la ruina si su hija lo
sugería. En lo que se refería a ella, no se podía hablar con él.
Desmond lo había aprendido la última vez, al intentar suavizar las
cosas tras la ruptura.
—Mira, la va a apoyar —comentó Rogan—. Da igual lo que
hagamos o digamos, estará de parte de Emma. Peor aún, hará que
Desmond quede como el imbécil que busca lío. El exnovio insolente
que está «cabreado» porque su ex vuelve a trabajar en la oficina.
Mierda. Tenía toda la razón.
—Ella ya ha insinuado cosas en ese sentido —se le atragantó
a Alyssa—. En plan, «mi padre ha dicho que, si no podemos
llevarnos bien, uno tiene que irse».
Gruñí. Literalmente, gruñí.
—Y todos podemos adivinar quién será.
—Cómo no.
Levanté una mano y me apreté las sienes como si eso fuera a
acabar con mi dolor de cabeza, repentinamente agudo. Ni siquiera
estuvo cerca.
—¿Sabéis qué? Incluso sin Desmond en la oficina, no será el
final —señalé—. Se siente despreciada por todos nosotros, de
alguna manera. Y cada día que nos vea, se lo recordará.
Mason asintió. Alyssa parecía preocupada.
—¿Cuánto tiempo pasará antes de que empiecen a reasignar
nuestros mejores proyectos? —planteé de manera tajante—. ¿Antes
de que nos joda a todos, de cualquier manera que pueda?
Era un pensamiento inquietante. Ya sabía que la conversación
del lunes entre Desmond y Emma había degenerado con rapidez,
hasta dejarla herida y contrariada. Incluso había intentado
consolarla, pero eso solo lo empeoró.
Me imaginaba a Emma haciendo algo así. No la Emma que
conocimos hace mucho tiempo, sino la que había regresado de
dondequiera que hubiera huido.
Esa era una persona diferente por completo.
—Algo tiene que pasar —coincidió Rogan—, antes de que lo
haga explotar todo. Nos delatará delante de toda la oficina, a los
cuatro. No se lo pensará dos veces.
—Si nos descubre, se descubre a sí misma —señalé—. Y
delante de su padre…
—Tenemos que encontrar a Desmond —suplicó Alyssa—.
Salió corriendo tan rápido que no puedo ni imaginarme…
Me sonó el móvil y el nombre de mi amigo apareció en
pantalla. Lo coloqué en el centro del escritorio y pulsé el botón del
altavoz.
—Tío, ¿dónde estás? —pregunté en nombre de todos.
—En casa.
La voz de Desmond sonó fuerte y clara. Eran dos palabras
aterradoras, con un filo abrasador.
—¿Por qué? —preguntó Alyssa, tras un momento de silencio.
—¿Por qué? —replicó él con cinismo—. Porque ya no trabajo
allí, por eso.
Me invadió un escalofrío y cerré los puños. Maldición.
—¿Te han despedido? —preguntó, incrédulo, Rogan. Era
inconcebible. Impensable.
Capítulo 54

ALYSSA

Me pasé el resto del día hirviendo de rabia. Me esforcé por


escuchar la historia que Desmond nos contó sobre su reunión con el
jefe y cómo las cosas se habían torcido casi al instante.
No estaba dispuesto a aceptar un descenso de categoría y
nadie podía culparlo. Al principio optó por la vía fácil y trató de hacer
entrar en razón a nuestro jefe sin mencionar a Emma en absoluto.
Le explicó que era diez veces más valioso en la oficina que
haciendo recados en las obras, que había trabajado muchos años
con decenas de cuadrillas. Citó todo lo que había hecho por Valle
Verde desde el día en que lo contrataron.
Pero el viejo no quería saber nada.
Si nuestro superior era algo, era exageradamente testarudo.
Además, protegía a su hija en exceso y no tenía nada bueno que
decir de su exnovio «liante».
En resumen, a Desmond se le había presentado la batalla
cuesta arriba todo el tiempo. Había perdido incluso antes de
empezar.
Rogan y Mason ya se habían marchado a casa. Algo sobre un
plan que tenía Desmond, algún tipo de «siguiente paso». Pero yo
sabía lo suficiente como para darme cuenta de que nada
funcionaría. No en esta oficina. No después de lo ocurrido.
Una parte de mí quería ir directa a por el viejo. Sentarme con él
y hacerlo entrar en razón. Debía darse cuenta de que Desmond era
uno de los mejores profesionales de su empresa. Y que estaba
tirando ese valor por la borda solo por la venganza de su hija
malcriada ante el rechazo de un ex.
Pero, entonces, Emma pasó por delante de mi ventana.
Me sonrió. ¡La muy zorra me sonrió! Y me saludó con la mano,
encima.
¡La madre que la parió!
Me levanté de un bote. Apreté las manos formando puños, que
ansiaban hallar un nuevo hogar en la cara engreída y burlona de
Emma.
Pero antes de hacerlo… cogí algo del cajón de mi escritorio.
Abrí la puerta de golpe y salí a la planta principal a paso ligero.
Emma me vio de inmediato. Su expresión de satisfacción se
desvaneció un poco al darse cuenta de que quizá se había pasado.
Que podría deleitarme con la satisfacción de darle una bofetada…
delante de veinte o treinta de nuestros compañeros de trabajo más
cercanos.
La vi entrar corriendo en su despacho e intentar cerrar la
puerta deprisa. Pero yo fui más rápida. Primero metí el pie y luego
entré a empujones.
—¿Te has vuelto loca de remate? —maldije, mientras la puerta
se cerraba detrás de mí.
Bueno… adiós a razonar con ella.
Emma estaba de pie con las manos en las caderas, su
expresión era de completa indignación. Por un instante estuve
segura de que iba a llamar a seguridad. Pero nos miramos a los
ojos… y vi que su orgullo se interponía.
—¿De verdad quieres esto? —me desafió, cruzándose de
brazos.
—¡Cómo has podido hacerle esto! —grité—. Después de todo
lo que habéis pasado los dos, esta es la forma en que…
—¡Oh, déjalo ya!
Se apoyó en el escritorio, pareciendo más segura de sí misma
de lo que estaba en realidad. Ahora sus ojos se mostraban fríos.
Calculadores.
—¿En serio vas a sermonearme? —se burló Emma—. ¿Tú, la
chica que se abalanzó sobre mis zapatos en cuanto me los quité?
—Fuiste tú quien se los quitó —señalé.
—Y tú estabas dispuesta a metértelos —se mofó—.
Literalmente.
Sus ojos se encendieron, pero los míos también. Era inútil
negar o endulzar nada. Las dos sabíamos a qué atenernos.
—Está bien —dije—. Entiendo los celos. Ódiame todo lo que
quieras. Pero Desmond…
—…es un hombre adulto que puede librar sus propias batallas
—contraatacó Emma—. ¿De verdad necesita a su última zorra para
defenderlo? Porque el Desmond que yo conocía…
Destrocé su escritorio. Sucedió en un instante, sin ningún
pensamiento o pretensión. En un segundo estaba corriendo hacia
ella, lista para hacerla pedazos. Al siguiente… casi todo lo que
había en su escritorio estaba esparcido violentamente por el suelo.
Emma miró el montón de papeles, material de trabajo,
bolígrafos y todo lo demás. Había salvado el portátil. Seguramente
solo porque estaba enchufado.
—Te vas a largar por esto —dijo con tono ácido.
—¿Ah, sí? —me carcajeé—. ¿Vas a chivarte a papi?
Eso tocó una fibra sensible. Vi que toda su tez enrojecía al
instante.
—Tal vez papi necesita saber exactamente por qué su mejor
contratista acaba de renunciar. ¿Se lo has dicho? ¿Lo sabe?
Me acerqué a ella, pero el peligroso filo de mi ira había
desaparecido. Sin embargo, eso no redujo el factor intimidatorio.
—¿Le has hablado de Rogan? —pregunté—. ¿Y sobre
Mason? ¿Sabe tu padre todas las cosas tan perversas que hiciste
con ellos? ¿Y cómo te volviste tan mezquina y vengativa?
Retrocedió, pero no tenía adónde ir. Emma ahora estaba
contra la pared. Mirando a través del recinto acristalado de la parte
delantera de su oficina, posiblemente en busca de ayuda.
—No estás enfadada conmigo por haber hecho lo mismo que
tú —gruñí—. Solo estás amargada por el rechazo.
Parpadeó. La verdad dolía.
—¿Quizá papá debe saber que su negocio es rehén de una
mocosa promiscua y enamoradiza?
Emma tragó saliva y pareció recuperar parte de su compostura.
—¿Promiscua? —se burló—. ¡Tú eres la más indicada para
hablar! Intenta acercarte al despacho de mi padre y le diré
exactamente lo que estás haciendo.
—Lo negaré todo. —Me encogí de hombros y solté una
pequeña carcajada—. Luego iré a Recursos Humanos. Te
denunciaré por acoso.
Ahora parecía confundida del todo. Como si estuviera tan
mimada que no se le hubiera podido ocurrir nada semejante.
—Por supuesto, tú no podrás negarlo —continué—. Y, odio
decirlo, pero tu padre me creerá a pies juntillas.
La cara de Emma se torció con una mueca de negación.
—Sí, claro.
—Sobre todo cuando le enseñe esto.
Poco a poco, me metí la mano en la espalda… y saqué su
diario. No reconoció el libro de inmediato. Pero, en cuanto lo hizo, le
dio un vuelco el corazón.
Joder… pensé para mis adentros.
Fue una guarrada. Sacar el diario de la cabaña y guardarlo.
Mantenerlo a salvo en la oficina, por si acaso empezaba a haber
problemas con Emma. En realidad no quería sacarlo, ni usarlo, ni
(Dios me guarde) pasar por la incómoda pantomima de enseñárselo
a su padre. Con toda franqueza, ni siquiera estaba segura de poder
hacerle algo así a una persona.
Pero Emma eso no lo sabía.
—Tú… tú cogiste mi…
—Sí.
—¡PUTA!
—Está bien. —Esbocé una sonrisa—. Lo entiendo.
La expresión de Emma era a medias de rabia, a medias de
acabar de recibir un puñetazo en el estómago. Guardé el cuaderno y
me acerqué a la puerta.
—Ya sabes lo que tienes que hacer —solté con firmeza—. Le
contarás a tu padre que todo lo de Desmond fue un error.
Devuélvele su puesto actual y deja de entrometerte en su trabajo.
Dio un lento paso adelante, con cuidado de no resbalar con los
papeles que se habían caído.
—¿Y entonces me devolverás mi diario?
—Claro —le respondí—. Y después nos llevaremos bien todos.
Sobre todo tú, porque en el fondo sabes que me habría llevado tres
minutos sacar fotos de cada página de esta libreta. —Ladeé la
cabeza—. ¿No es así?
Sus hombros se hundieron, al igual que el resto de su cuerpo.
Ahora tenía una expresión diferente. Advertí la derrota en sus ojos.
—Mira, todo esto es muy fácil —le expliqué—. Lo único que
tienes que hacer es absolutamente nada… —Me encogí de
hombros—. Y no llegará la sangre al río.
Me di la vuelta para marcharme, antes de que las cosas se
torcieran aún más. Ya había expresado lo que pensaba. Cualquier
otra cosa resultaría contraproducente. O Emma hacía lo correcto,
o…
—De acuerdo…
Vacilante, miré hacia atrás. Había vuelto a cruzarse de brazos.
—Se lo diré a mi padre. Lo dejaré en paz.
Las palabras calaron hondo. Me di cuenta de que iba en serio
cuando se encogió de hombros.
—De todas formas, debería darte las gracias —ironizó,
volviendo a sonreír—. Por recordarme que mi nueva vida era mejor.
Que nunca debería haber vuelto a intentar cometer el mismo
estúpido error.
Esperé hasta llegar a la puerta antes de responder.
—En realidad debería ser yo quien te lo agradeciera —afirmé,
con una azucarada dulzura burlona—. Si no hubiera sido porque
descubrí tu diario… nada de esto habría sucedido.
Capítulo 55

ALYSSA

—¿Y? —pregunté con entusiasmo—. ¿Qué queréis primero?


Había llegado al apartamento de Desmond en tiempo récord.
Volaba feliz por el subidón de todo lo que acababa de ocurrir.
Encontré a los chicos reunidos alrededor de la mesa de la cocina.
Mirando su portátil y un montón de otras cosas.
Esperaba que tuvieran un aspecto desolador. Amargados y
furiosos por la marcha de Desmond. En cambio, parecían
entusiasmados con algo. Y esto incluso antes de mi anuncio.
—Buenas noticias o mejores noticias… —repitió Rogan—.
Hmm… es una pregunta difícil. —Se giró hacia Desmond—. No sé,
tío. ¿Qué queremos primero?
—Cuéntanos las buenas noticias —respondió Mason.
—La buena noticia es que Emma ya no nos molestará más —
dije con una sonrisa de felicidad. Me aseguré de captar la mirada de
Desmond—. A ninguno de nosotros.
—Joder. Eso sí que son buenas noticias —maldijo Rogan—.
Nos estás diciendo que hay noticias mejores que…
—Y Desmond ha recuperado su puesto.
Los tres se callaron, mientras yo me recostaba con una sonrisa
de satisfacción. Pero no parecían sorprendidos. Ni siquiera,
emocionados.
—¿Me habéis oído? —Parpadeé—. Emma va a hablar con su
padre. Ha prometido retractarse de todo lo que le ha contado sobre
ti.
Desmond asintió despacito.
—Eso está muy bien, la verdad.
Lo miré confundida.
—¿No lo pillas? —pregunté—. ¡Has recuperado tu trabajo! Ya
no estarás en las obras, volverás a tu despacho y…
—Pero no quiero volver.
Ahora me tocaba a mí quedarme ahí, de piedra. La cocina
quedó tan silenciosa que pude oír el tictac del reloj de plástico de
Desmond en la pared.
—He dimitido, Alyssa. El viejo no me despidió.
—¡Sí, pero renunciaste por culpa de Emma!
Mi enorme y guapísimo novio se encogió de hombros.
—Sí, fue un catalizador. O, más bien, la gota que colmó el
vaso.
—Pero puedes volver a CVV —insistí—. Por lo que insinuó,
Emma probablemente se vaya, de todos modos. ¿Por qué dejar
Construcciones Valle Verde después de esforzarte tanto para…?
—Por esto —respondió Desmond, dando la vuelta a su portátil.
Me quedé mirando la pantalla. En la pantalla había un revoltijo
de números, todos acompañados del símbolo del dólar. Una hoja de
cálculo enorme, con filas, columnas y sumas.
—N-no lo entiendo.
—Voy a montármelo por mi cuenta —explicó Desmond,
mientras Mason se aclaraba la garganta—. Bueno, miento. Vamos a
montárnoslo por nuestra cuenta.
Volví a mirar la hoja de cálculo. Vi listas de suministros. Costes
de permisos. Estimaciones de financiación y porcentajes de
préstamos. Había ventanas abiertas detrás de la hoja de cálculo,
con páginas de inmobiliarias. Coincidían con algunas de las
impresiones que ya reposaban sobre la mesa.
—Me he hartado de trabajar para otros —afirmó Desmond—.
Llevo años haciéndolo y ya tengo todos los conocimientos. Puedo
hacer lo mismo que cualquier empresario de obras, de principio a
fin. Promover propiedades a solas, desde los cimientos.
La cabeza me daba vueltas. Esto no era lo que me esperaba,
¡para nada! Y todo sonaba tan bien. Quizá demasiado.
—¿Crees que estás preparado para todo eso?
—Claro que sí, sin duda —replicó Rogan—. Ha estado listo
durante años, solo que no lo sabía. Y ahora tiene apoyo. Ayuda. —
Le dio un codazo a Mason, que gruñó en señal de acuerdo.
—Tengo ahorros —agregó Desmond—. Bastante cuantiosos,
de hecho.
—Yo también —se sumó Mason—. Y Rogan.
—Pensé en el flipping, primero —continuó Desmond—.
Comprar algunas viviendas problemáticas y arreglarlas. ¿Pero
sabes qué? Prefiero construir. Llevo trabajando en CVV el tiempo
suficiente para tener todos los contactos que pueda llegar a
necesitar. Tengo los horarios de las subastas de inmuebles. Sé
dónde conseguir el suelo y dónde comprar los materiales. Rogan
puede encargarse del diseño, presentar los planos, conseguir los
permisos…
—Mason se ocupa de la financiación —prosiguió Rogan—. Nos
consigue los préstamos para constructores. Gestiona las nóminas y
las facturas de las empresas de suministros…
—Y conozco a más profesionales de los que jamás
necesitaremos —dijo Desmond—. Fontaneros, electricistas,
instaladores de tejados, técnicos de climatización… —Sonrió, casi
con maldad—. Valle Verde se va a arrepentir de no contar más
conmigo, sobre todo porque me llevaré a parte de mis antiguas
cuadrillas.
Me quedé mirándolos a los tres, sintiendo una oleada de
felicidad y orgullo. No tenía palabras. O, mejor dicho, casi.
—Virgen santa.
La hoja de cálculo seguía brillando en la pantalla. Todo tenía
sentido.
—Puedo hacer la mayor parte de la carpintería yo mismo —
continuó Desmond—. Al menos al principio. Por no hablar de que
Rogan ha colaborado conmigo en el equipo de estructuras durante
tres veranos seguidos. Incluso Mason sabe manejar un martillo los
fines de semana.
Mi orgullo se vio sustituido por una repentina oleada de pánico.
—¿Quieres decir que vais a dejarlo todos?
—No de inmediato —admitió Rogan—. Pero, con el tiempo, sí.
Estaba atónita. Asombrada. Un poco asustada. Pero también
muy, muy contenta por ellos.
—Así que me abandonáis —solté con una risita, entre dientes,
tratando de quitarle importancia.
—Bueno… —me contestó Desmond—. En realidad…
Empujó un trozo de papel hacia delante, apartándolo de otro
grupo de hojas. Todos contenían palabras. El que tenía delante
decía lo siguiente: Construcciones Tormenta Perfecta.
Lo repasé tres veces, riéndome en cada una de ellas. Pero los
chicos seguían sin reírse.
—Es un nombre perfecto —concluí.
—Lo es… —coincidió Mason—. Pero solo si estás con
nosotros.
Las palabras resonaron en mi cabeza mientras en la cocina
reinaba un silencio sepulcral. Cada tictac del reloj de pared era
ahora un trueno.
Con nosotros…
—Íbamos a optar por Constructores Sujetavelas —intervino
Desmond—. Pero tenía, bueno… una especie de connotación
negativa.
—Espera —dije—. ¿C-con vosotros?
—Sí —afirmó Rogan.
—¿Como socia?
—Sin duda, te queremos como socia —explicó—. Pero es
mucho más que eso…
Intenté tragar, pero tenía la garganta seca. Mi corazón latía a
mil por hora, rugiendo en lo más profundo de mi pecho.
—Queremos que seas nuestra novia, Alyssa —me pidió
Desmond, mientras acercaba su mano a la mía—. Totalmente.
Completamente.
—Oficialmente —comentó Rogan con una sonrisa.
—Eres nuestra —murmuró Mason, añadiendo una sonrisa—.
Desde hace un tiempo. Y por si no te has dado cuenta… te
queremos.
Los chicos asintieron de manera solemne mientras mis ojos se
ponían vidriosos. Miré a Desmond, a Mason y a Rogan de nuevo.
Los tres me devolvían unas miradas con la misma expresión de
profunda felicidad.
—¡Y-yo también os quiero! —exclamé, echándome a llorar.
—¿Lo suficiente como para trabajar con nosotros? —Desmond
sonrió.
—¡Lo suficiente como para hacer cualquier cosa con vosotros!
—grité, antes de que me envolvieran en el abrazo cuádruple más
fuerte de la historia.
Epílogo

ALYSSA

—¿Seguro que estás preparada para esto?


Estaba estirada en nuestra cama nueva, sobre nuestras
sábanas nuevas. En la suite principal de nuestra recién alquilada
casa de cuatro dormitorios.
—Más que nunca. —Le guiñé un ojo a Desmond.
Me dio una palmada en mi culo desnudo lo bastante fuerte
como para que pegase un respingo. Estaba chorreando. Tan, pero
que tan preparada…
—Vamos allá, entonces —añadió Rogan, impaciente, tirando
de mí hacia arriba y sobre su duro cuerpo—. No puedo esperar ni un
minuto más para volver a entrar en ti…
Me deslicé encima de él, suspirando a medida que me iba
llenando por dentro. Apoyé las manos en aquel pecho perfecto y
moví las caderas hacia delante y hacia atrás varias veces, mientras
los demás miraban.
—¿Todo a punto? —preguntó Mason, colocándose a mi lado.
Lo besé intensamente, le pasé la lengua por la boca mientras
seguía retorciéndome contra su amigo.
—Aquí, disfrutando del momento.
Se echó a reír contra mi boca, devolviéndome el beso con más
pasión de lo normal. Y es que esta noche no era para nada normal.
Ni mucho menos.
Esta noche estábamos de celebración.
Las manos de Rogan subieron y me amasaron los pechos.
Arrastró las yemas de los pulgares por mis zonas más sensibles,
instándome a recorrer su erección hacia delante y hacia atrás.
Dieciséis meses…
Ese era el tiempo que había transcurrido. El período que había
pasado desde la primera vez que me tocaron, me abrazaron, me
hicieron el amor… todo a la vez. Cómo me gustaba.
Cómo me gustaban.
—La próxima, me toca abajo —murmuró Mason en mi boca.
—Está bien —sonreí, besándolo un poco más. Le di un apretón
firme y prometedor a su increíble miembro—. Sobre todo porque no
cabes en ningún otro sitio…
Dieciséis meses. Casi un año y medio juntos. Tres casas
construidas desde cero y otras cuatro en proyecto. Dos nuevos
solares en barrios prometedores. Una venta pendiente…
—Dios, qué bien me haces sentir —gruñó Rogan, debajo de
mí. Su voz tenía esa tensión familiar que yo conocía demasiado bien
—. Casi demasiado bien…
—No te atrevas a correrte todavía —solté con un suspiro. De
mala gana, aflojé un poco el ritmo. También dejé de apretar las
nalgas cada vez que tocaba fondo—. Si yo aguanto esto, tú
también.
Se echó a reír y bufó para sacarse parte de mi pelo de la boca.
Se quedaba colgando cuando lo montaba, haciéndole cosquillas en
la cara, mientras yo miraba suplicante a Mason.
—Estoy en ello.
Mi tercer amante alargó la mano y me sujetó los mechones
sueltos detrás de las orejas. Al menos algunos.
Para la próxima, coleta.
Me reí por lo absurdo que era tomar notas mentales. Aun así,
la logística era muy complicada cuando se trataba de follar con tres
tíos al mismo tiempo. Sobre todo teniendo en cuenta lo que
estábamos a punto de hacer.
¡No me creo que por fin estemos todos juntos!
Habían pasado tantas cosas en el último año que todo seguía
siendo un torbellino. El apartamento de Desmond se había
convertido en nuestro cuartel general. Un espacio de trabajo, pero
también el lugar donde nos reuníamos casi todas las noches de la
semana.
Rogan se mudó tres meses después de empezar.
Transcurrieron otros seis antes de que se acabara el contrato de
Mason. Yo mantuve mi piso incluso más tiempo, hasta ahora. Pero
mudarnos a una casa era inevitable. Tenía sentido, y ya.
Además, nos permitiría ahorrar un dineral.
—Sube un poco más —susurró Desmond a mis espaldas—. Ya
casi estoy.
Noté que Rogan se movía y me recorrió un escalofrío de
anticipación. Estaba a punto de hacer una locura. Algo para lo que
había estado preparándome y que habíamos prometido probar la
primera noche en nuestra nueva casa.
—Recuerda lo que hablamos. —Le sonreí con dulzura a
Desmond—. Sobre ir despacio…
—Sí, sí —respondió, mientras se la acariciaba lentamente,
arriba y abajo. Su pene estaba resbaladizo y brillante. Totalmente
cubierto de aceite, a la vez que se deslizaba detrás de mí.
La cabaña. Todo había comenzado allí y también habíamos
vuelto estas Navidades. Tal y como iba el negocio, esta vez solo nos
tomamos unos días. Caray, ni siquiera esquiamos.
Pero follamos como locos por todas partes, recordando la
ventisca que tanto nos había unido.
Eso no es todo lo que hicisteis allí…
Esa parte era cierta, también. Y es que durante las pasadas
vacaciones, suavemente encajada entre mis tres preciosos novios,
conocí lo que era el sexo anal por primera vez.
Quién lo iba a decir… pero me fascinó.
Fue tan placentero, de hecho, que me cabreó. Me enfadé
conmigo misma por haber tardado tanto y haber desperdiciado un
año de mi vida sexual sin que me la metieran por el culo.
Tal vez es porque lo hacían de lujo. Rogan y Desmond habían
sido el primero y el segundo, penetrando despacio y con cuidado
ese lugar secreto al que ningún hombre había llegado. Disfruté tanto
que incluso dejé que Mason lo intentara… aunque me vi obligada a
interrumpir su pequeña aventura, casi a mitad de camino.
—Fue divertido mientras duró —me dijo con una sonrisa de
pesar. Sin embargo, me aseguré de cuidarlo mucho durante el resto
del viaje, para compensar todo lo que se estaba perdiendo. Eso sí,
dejé que los demás me lo hicieran cuanto quisieran.
Y ahora aquí estábamos, la primera noche en nuestra nueva
casa; una en la que vivíamos todos juntos. Una verdadera familia,
por primera vez. Un día, planeábamos diseñar y construir los cuatro
la casa de nuestros sueños. La levantaríamos desde los cimientos y,
con ella, un futuro totalmente nuevo.
Pero eso vendría más adelante. ¿Ahora mismo?
Ahora mismo estaba a punto de lograr una doble penetración
por primera vez en cualquiera de nuestras vidas.
—Mantente quieta un minuto —advirtió Desmond—. No te
muevas.
Sentí que me ponía las manos en las caderas. Sus dedos se
doblaron para acercarme, mientras Rogan ralentizaba las
embestidas hasta detenerse, en algún lugar debajo de mí.
Esto o va a doler de verdad… pensé para mis adentros. O va a
ser lo mejor del mundo mundial.
Era lo bastante prudente como para darme cuenta de que las
cosas podían salir de cualquier manera. También, lo suficientemente
optimista como para esperar lo segundo.
Desmond me separó las nalgas con delicadeza y me dispuse a
esperar lo inevitable. Sentí cómo apretaba la punta contra mí, justo
en mi nuevo punto favorito.
—Hazlo.
Empujó tan despacio como era capaz. El lubricante cumplió su
función. Se introdujo en mi interior, abriéndose paso sin problema.
Me inundó el cerebro con esa increíble sensación de plenitud,
combinada con el acalorado cosquilleo de estar cometiendo una
travesura prohibida.
—Oh… oh, guau.
Desmond no soltaba un «guau» a menudo. Pero cuando lo
hacía…
—Esto está más apretado de lo que imaginaba.
Me mantuve en mi posición, mirando con cariño a Rogan.
Sentía el calor de su pecho apretado contra mis tetas, a medida que
su amigo me llenaba el culo, centímetro tras centímetro. Era
glorioso.
—¿Todo bien? —preguntó, y me besó.
—Dímelo tú. —Le sonreí.
—Puedo asegurarte que nunca he sentido a nadie
deslizándose dentro de mi chica mientras yo ya estaba dentro de
ella —admitió—. Pero que me parta un rayo si no es tremendamente
excitante.
Las manos de Desmond se relajaron en mi trasero y supe que
estaba casi dentro. Empujó un poco más, impulsándonos a los dos
hacia delante y, de repente, sentí el calor de su duro estómago
apretado contra mi espalda.
—Felicidades —comentó Mason entre risas—. Sois un
sándwich sexual.
Ohhhh…
Se me cerraron los ojos, mi mente se concentraba en la nueva
y exquisita sensación de tener a dos de mis amantes dentro de mí al
mismo tiempo. Estaba increíblemente ajustado. Deliciosamente
tenso. Pero valía tanto la pena…
—Adelante… —Asentí, arrastrando el cabello por el pecho de
Rogan—. Por favor. Tomadme.
Empezaron uno por uno, cada uno poniendo a prueba nuestros
nuevos límites. Me follaban despacio, entrando y saliendo, mientras
el otro mantenía su posición dentro de mí.
Entonces empezaron a hacerlo al unísono… y se me pusieron
los ojos en blanco.
Jooooooder.
Debería haber disfrutado el doble. De alguna manera, sin
embargo, era mucho mejor que eso.
DIOS SANTO.
¡Nada era comparable a esa intensidad! A la cercanía física de
nuestros tres cuerpos excitados, que se agitaban y retorcían como
uno solo.
Además, tenía una dimensión emocional; me daba un subidón
de adrenalina sentirme poseída por los dos a la vez. Era lo mejor de
las dos cosas. Todo el placer de que Rogan me la clavara, llenando
mi húmeda y ansiosa cavidad… magnificado por la cruda vulgaridad
de absorber el miembro de Desmond, tan dolorosamente enterrado
en mi culo.
—¡Madre mía, qué gusto!
Tenía dos manos suaves sobre los hombros que me sujetaban.
Me empujaban hacia atrás en cada embestida…
Mason.
Contemplé los preciosos ojos verdes de mi tercer amante. Ya
estaban vidriosos, brillantes por la lujuria.
—Ven aquí, cielo —exhalé, acercándome a él. Sonreí y me
relamí los labios—. Ni de coña te vas a quedar fuera…
Era la última pieza del rompecabezas. El eslabón perdido.
Ssssí.
Mason se alzó ante mí, su increíble cuerpo se tensaba
mientras se ponía de pie sobre la cama. Cerré los dedos en torno a
su gruesa porra… y, de alguna manera, logré abarcarla con la boca.
Mmmmmm…
Y así, de repente, estábamos todos conectados,
simultáneamente. Una y otra vez, les había dicho a los chicos que lo
único que quería era ser el centro de su mundo.
Y ahora aquí estaba.
¿Qué es lo siguiente, Alyssa?
Mil cosas. Diez mil aventuras. Construir y vender. Comprar… y
luego volver a edificar.
Sí, pero ¿qué es lo siguiente para todos vosotros?
Habíamos debatido acerca del futuro y solo hizo que pareciera
más prometedor. Amor. Vida. Risa. La construcción de un hogar.
Asentarse, y luego llenarlo de niños…
Todos ellos querían formar una familia. Y grande.
¿Puedes lograrlo?
Dios, claro que podía. Últimamente, había pensado mucho
sobre traer vidas al mundo. Y lo más bonito de todo: compartirlo con
los tres hombres a los que amaba más que a nada y que siempre
me habían amado.
Niños.
Me moría de ganas de dar a luz a sus bebés. Se lo había dicho
a los tres, casi desde el principio. Lo que habíamos hecho juntos
había sido, en el mejor de los casos, poco ortodoxo. ¿Y si mi vida
era poco ortodoxa, pero delirantemente feliz?
Sí, podría vivir con ello.
—Voy a correrme… —decía una voz, en algún lugar lejano.
Abrí los ojos. Podría haber sido cualquiera.
—Cuando lo hagáis… —jadeé—. Procurad llegar a la vez…
Rogan soltó una carcajada repleta de quejidos.
—¿Qué somos, magos?
Lo apreté a modo de castigo, aumentando su tormento.
—Vale, vale… —resopló—. Solo… avísame… cuando…
—AHORA.
Desmond explotó con esa sola palabra, saliendo disparado
como un volcán. Derramó su semilla caliente en lo alto de mi
trasero.
—Eso es —jadeé—. Estrújamelo…
Las manos se le doblaron, sus dedos se clavaron en mi carne.
Todo me resultaba placentero. Agradable.
—Estrújame el culo mientras te corres dentro de mí…
Abría y cerraba las palmas de las manos, apretándome las
nalgas con fuerza. Me enviaba señales mezcladas de euforia y dolor
por toda la columna vertebral, hasta los centros del placer de mi
cerebro.
—¡JODER, sí!
Grité en el penúltimo momento y llegué al clímax sobre las
pollas de ambos. Me sentí como una estrella que estalla y
finalmente se convierte en supernova. Liberé hasta el último gramo
de amor, calor y energía, de una vez, consumiéndolo en una
fulgurante erupción de felicidad y satisfacción.
Cuando bajé la vista, Rogan ya tenía la cara contorsionada por
la euforia. Se había dejado ir sin que me diera cuenta, llenándome a
rebosar. Gastó hasta su última gota en mi cuerpo, mientras los tres
luchábamos por llenarnos los pulmones de dulce y delicioso
oxígeno.
¡Mason!
Me aparté de ellos y me coloqué en el centro de la cama. Estiré
los brazos en dirección a Mason, al tiempo que abría obscenamente
los muslos para él.
—Ven a por mí…
No hizo falta pedírselo dos veces. Se coló entre mis piernas y
se introdujo directamente en mis entrañas.
—Quiero decir: ven de veras.
Nuestras bocas se chocaron con tanta fuerza que los dientes
sonaron y, entonces, me besó como nunca me habían besado. Le
clavé los dedos en la espalda. Metí la lengua hasta el fondo de su
dulce boca, mientras Mason me machacaba sin tregua,
hundiéndome en nuestro nuevo colchón.
OHHHHH…
¡Su culo se movía como una máquina! Bajé las manos para
maravillarme con la musculatura que escondía esa piel. Noté sus
glúteos flexionándose y destensándose, conforme me bombeaba
con tanta fuerza que pensé que me iba a partir por la mitad.
¡Qué profundo está!
Sentía como si me perforaran. Que me taladraba algún tipo
brutal de…
Mierda, Alyssa, está tan hondo que…
Le arañé el culo, mis uñas recién pintadas se hincaron. Gruñó
como un animal y su mandíbula se tensó de repente.
Gracias a DIOS.
Separamos las bocas. Nos miramos fijamente. Mason me miró
de frente —sin siquiera verme— y su boca se abrió formando una
«O» perfecta. Supe lo que venía a continuación.
—¡Sí, cariño!
El primer chorro pareció un cañón. Disparándome.
Destruyéndome desde dentro.
—SSSÍ…
Mi segundo orgasmo fue muy parecido al primero, aunque más
concentrado, focalizado. Envolví las piernas a su alrededor lo mejor
que pude, desesperada por mantenerlo dentro. Daba igual. No iba a
parar hasta que terminara.
—Me… me parece…
Le sonreí entre el placer sin adulterar. A través de la bruma de
entumecimiento y sufrimiento distantes, superados por el éxtasis
de…
—Me parece que he encontrado el fondo de tu coño.
Asentí con la cabeza, me eché a reír y apreté los labios contra
los suyos, con la cara sudorosa y mi pelo enredándose en nuestras
bocas mientras nos morreábamos.
—Estoy bastante segura de ello.
¡Parecía un territorio inexplorado! Pero el malestar era sordo y
distante. Y el placer resultaba tan increíblemente rico.
—Voy a acordarme mañana. —Asentí con aire soñador. Lo
rodeé con el muslo y tiré de él hacia mí—. Y puede que pasado
también…
Sabía, sin lugar a dudas, que tenía razón. El escozor ya
asomaba, tenue, profundo y sublime.
—Vaya manera de estrenar la cama nueva —nos reprendió
Rogan, lanzándonos un par de toallas limpias.
—Por no hablar de la casa nueva —añadí.
En la habitación contigua, alguien puso en marcha la gran
ducha de cristal. Oí que Desmond se metía en ella.
—¿Deberíamos estrenarla también?
Rogan miró a Mason y negó con la cabeza.
—¿Tú te crees lo de esta zorra insaciable?
—Oye, solo hablo de ducharse —ronroneé juguetonamente,
estirando los brazos por encima de la cabeza—. En cuanto a
cualquier otra cosa… es probable que necesite un minuto.
—Vas a necesitar más de un minuto —bromeó Mason.
—Sí. —Me eché a reír y le di un codazo cuando se levantó de
la cama. Le dediqué una sonrisa por encima del hombro a Rogan—.
Me ha roto.
Dieciséis meses. Eso era todo. Un año y medio, y todo había
cambiado.
—¿Vienes antes de que se enfríe el agua?
Salí del trance al observar dos culos redondos y bien
musculados alejándose. Uno de ellos, ahora, surcado de marcas de
uñas.
Tres hombres.
Mis hombres.
—Perra avariciosa e insaciable —solté entre risas, para nadie
en particular.
Y el techo fue mi único y silencioso testigo.
¿Quieres más harén inverso?
Capítulo 1

SAMMARA

El muy capullo llegaba un cuarto de hora tarde; quince minutos


largos de cojones. Ni una llamada, ni un mensaje. Nada. Y, como
bien sabe toda chica que haya tenido que sentarse sola en un bar
abarrotado de gente, quince minutos pueden parecer una eternidad.
«Márchate y ya está.»
La idea era tentadora, pero es que me había gustado mucho
ese chico. O, para ser precisa, me había gustado su perfil: parecía
un morenazo que salía guapo incluso en esos selfis raros de por
encima de la cabeza que debía de haber repetido mil veces hasta
quedarse conforme.
Además, en los pocos mensajes que habíamos intercambiado,
parecía ocurrente y mono. ¿Qué chica puede resistirse a eso?
La puerta se abrió... y otra parejita feliz entró en el local, riendo.
Al menos alguien parecía estar pasándolo bien. Mi boca se torció en
un gesto de decepción, mientras los últimos restos de sal que
quedaban en la copa de mi margarita se diluían y me decidía a
llamar la atención del barman.
«¿Hasta cuándo te esperas en una situación así?»
No tenía ni idea, la verdad. Nunca lo había hecho.
«¿Diez minutos más? ¿Otros quince?»
—Otra copa —decidí en voz alta. El barman sonrió y me sirvió
otra. Me acercó la copa y yo la levanté hacia él a modo de saludo—.
Y luego...
—¿Y luego qué?
Me giré y estuve a punto de derramar mi nueva bebida por
encima del borde escarchado a la perfección. Y eso hubiera sido un
crimen. Más todavía si llego a perder la rodaja de limón.
Reconocí inmediatamente a la persona que estaba a mi lado:
un hombre alto y esbelto, bien proporcionado, que había estado
sentado en una mesa cercana, solo. Ya lo había mirado unas
cuantas veces desde que llegué.
—Y bien, ¿cuál es el veredicto? —preguntó.
—¿Eh?
—¿Qué pasa después de tomarte otra copa?
Me sonrió por debajo de sus ojos grises como el acero y sentí
que el hielo de mi interior se derretía un poco. Tenía una sonrisa
realmente preciosa. También unos ojos preciosos.
—Veo que ya estás cabreada —observó, con una seriedad
fingida—. Entonces, ¿qué pasa luego? ¿Te cabreas todavía más?
—Solo si alguien me da una razón —le contesté.
Él me echó una mirada perspicaz, examinándome de arriba
abajo. En circunstancias normales, me hubiera sentido cohibida.
¿Pero esa noche? Esa noche iba vestida para triunfar. Esa noche
tenía una cita...
O, al menos, casi una cita.
—Te han dado plantón, ¿verdad?
—No —respondí inmediatamente.
Él se limitó a sonreír un poco más.
—Puede —suspiré finalmente. Se acabó la farsa—. Vale, sí.
—¿Y qué? —dijo, encogiéndose de hombros—. No es para
tanto.
—Para ti, quizá —reí—. No es a ti a quien han dado plantón.
Él se sentó e hizo unas señas al barman. Al mismo tiempo,
dejó caer unas cuantas monedas sobre la barra.
—Lo gracioso es que... —rio entre dientes— te equivocas.
Eché un vistazo a su mesa vacía.
—¿Tú también?
—Pues sí. Aunque, para serte sincero, no tenía muchas
esperanzas de que apareciera—se frotó la barba incipiente de su
barbilla—. Es... bueno, es complicado.
Fruncí las cejas, confundida. Ese hombre estaba para mojar
pan: alto y musculoso, pero no con los típicos músculos hinchados
que los tíos consiguen en el gimnasio solo para presumir; no, lo
suyo eran músculos útiles. Era fuerza. Era poder. Mi mirada se clavó
en sus fuertes brazos, donde su camiseta de manga corta
apretadísima rodeaba sus bíceps gigantescos.
¿Quién coño sería capaz de darle plantón?
—Los dos somos demasiado atractivos para que nos planten
—coqueteé—. Me parece que debes de estar mintiéndome.
Llegó una cerveza y él la envolvió con una mano enorme. Pude
ver las duricias. Parecía un obrero, o quizás...
—¿Eres un soldado?
Él asintió.
—Del Ejército, especializado en el comando Ranger.
Lo volví a mirar, esta vez con otros ojos. Los soldados y los
hombres de uniforme eran mi debilidad. Siempre lo habían sido.
Pero un soldado Ranger...
—¿Te incomoda?
—No, no —me apresuré a responder—. En absoluto. De
hecho, me parece genial.
Él rio y tomó un sorbo de su cerveza.
—Para algunas cosas, sí lo es —dijo. Observé cómo la nuez
de su cuello subía y bajaba de una forma muy sexi al tragar. Incluso
su cuello tenía músculos—. Pero para otras cosas...
—¿Como salir con alguien?
—Sí —confirmó—. Para salir con alguien, es una mierda.
—Bueno, no sé yo —lo desafié—. Yo diría que debes de
tenerlo bastante fácil con las chicas. Al menos, lo que es a mí, los
soldados siempre me han parecido bastante atractivos.
—¿Alguna vez has salido con uno?
Sacudí la cabeza. Aunque la base militar se encontraba
bastante cerca, por alguna razón, nunca había salido con un
soldado.
—Si lo hubieras hecho, te habrías dado cuenta de que hay...
complicaciones.
—¿Por eso te han dejado plantado? —pregunté.
—No. —Pensó un momento—. Y sí. Algo así.
—¿Algo así?
Apuró su cerveza, sin quitarme el ojo de encima en ningún
momento. Me sentí fascinada por él, atrapada en su mirada. Incapaz
de apartar la mía.
—Oye —dijo, apartando a un lado el vaso vacío—. ¿Te
apetece salir de aquí?
Pestañeé.
—Supongo. Claro. ¿Pero no vas a...?
Él sacudió la cabeza.
—No, ya no. Ahora mismo, ya ni siquiera quiero que mi cita se
presente.
Me reí.
—Yo tampoco.
Mi soldado buenorro se puso en pie y me tendió la mano. La
tomé. Era más suave de lo que imaginaba: cálida y agradable.
Juntos, nos dirigimos hacia la puerta.
—Por cierto, me llamo...
—¡Sammara!
El grito sonó a nuestras espaldas. Casi me di un manotazo en
la frente: era el chico de la web de citas.
«Mierda.»
—¡Eh, Sammara! Joder, siento muchísimo haber llegado tarde.
No te creerás lo que...
Se interrumpió a mitad frase, bajando la mirada hacia el lugar
donde mi nuevo amigo y yo nos tomábamos de la mano.
—Yo... Esto...
—Ahórratelo —dijo mi galán, colocando una mano en el
hombro del que hubiera sido mi cita, con gesto consolador—. Lo
siento, amigo, pero creo que has perdido el tren.
Él pareció confundido. Luego, furioso. A continuación, después
de mirar un par de veces al tipo que sostenía mi mano... desolado.
Mientras pasábamos por delante de él sin mediar palabra, mi
casi-cita hundió la barbilla en el pecho. Sentí pena por él, pero solo
un momento. Después recordé que el muy imbécil me había tenido
esperándole durante casi media hora y ni siquiera se había
molestado en llamarme.
—Ah, y un consejo —añadí mientras nos alejábamos—. Deja
de hacerte fotos desde ángulos raros para esconder lo alto que
eres.
Mi soldado sonrió con satisfacción y apuntó:
—O lo alto que no eres.
Capítulo 2

KYLE

Su pelo era rubio y sus ojos, azules: todo lo opuesto al tipo de


chica que normalmente elegiría. Aunque sí que tenía unas piernas
larguísimas y un culo que se veía bonito hasta en el taburete de la
barra. Y también tenía una piel increíble, como de porcelana, con un
tono tan blanco que parecía casi de alabastro.
Para ser honestos... esos rasgos también me gustaban.
Fue una estupidez por mi parte intentar ligar con ella. Por no
hablar de lo tremendamente estúpido que fue sacarla del bar. Sabía
desde un principio (incluso desde antes del principio) cómo iba a
terminar. Sabía que daba igual lo bueno o mágico que fuese el
tiempo que pasásemos juntos, porque no daría resultado... Al
menos, no de la forma que querríamos.
Decidí besarla de todos modos.
Ocurrió a unas cinco manzanas, mientras íbamos andando y
charlando muy juntos. La conversación se detuvo un momento, y
eso fue todo lo que hizo falta: nuestras mentes y expresiones se
quedaron completamente en blanco. Fuimos acercando las caras
despacio, inclinándonos el uno hacia el otro inexorablemente,
mientras las fuerzas irresistibles de la atracción y el instinto tomaban
el control...
No sabría decir si fue ella quien puso sus labios sobre los míos,
o al revés.
El beso fue ardiente: lleno de fuego y pasión, y la promesa de
algo más. Su mandíbula giraba lentamente contra la mía, incluso
cuando nuestras lenguas se encontraron y empezaron a bailar en
nuestras bocas. Por encima de todo, su aroma era una delicia: olía a
sol, o a coco, o a la brisa del mar.
«Madre mía...»
¡Y su pelo me tenía loco! Era tan increíblemente largo, tan
inconcebiblemente suave... No podía parar de deslizar los dedos
entre esos tirabuzones dorados, hundiendo las manos en ellos
mientras estrechaba su cuerpo contra el mío.
A medida que nuestro beso se prolongaba, la aparté de la
acera y la llevé hacia la relativa privacidad de un recoveco cercano.
Nuestros cuerpos se fundieron en uno solo bajo el saliente que nos
cubría y sus manos se posaron con delicadeza a los lados de mi
cara. Ella era preciosa. La criatura más hermosa del mundo me
devolvía la mirada con esos ojos de azul oceánico, sin dejar de
besarme, una y otra vez, mientras suspiraba suavemente en mi
boca.
«Mierda, estoy bien jodido.»
Lo tuve claro desde un primer momento. Lo tuve claro sin
siquiera tener que preguntármelo. Esa chica no estaba ahí para
encontrarse conmigo. No tenía ni la menor idea de quién era yo, de
lo que quería, o de lo que le pediría antes de tan siquiera considerar
volver a verla.
Y aun así... al mismo tiempo, no me importaba. Besar a esa
hermosa diosa rubia era enteramente liberador, así como sentir el
creciente calor de sus muslos, apretados contra los míos, mientras
nuestras manos se encontraban y se entrelazaban.
Saboreé la sensación de estar tan cerca de alguien otra vez. O
tan solo de abrazar a alguien. O dejar que mi cuerpo disfrutase del
placer de la intimidad con otro, a la vez que mi mente se refugiaba
en el olvido, absolviéndome de cualquier responsabilidad futura.
Cuando se terminó, ambos estábamos sin aliento. Ella tenía un
aspecto adorable en ese hueco: su pecho se estremecía, sus
mejillas se habían ruborizado por el repentino flujo de sangre y sus
labios se habían vuelto más gruesos de lo que ya eran. La tomé de
la mano y la conduje por una calle lateral, hasta un pequeño parque
que sabía que estaba bien iluminado, pero aislado del tránsito
peatonal de la avenida principal.
Terminamos sentados en un banco, todavía con las manos
entrelazadas, mirándonos con ese tipo de mirada voraz, que
anticipa otra explosión de pasión en cualquier momento.
—Sammara es un nombre de la hostia, por cierto —dije, antes
de verme obligado a besarla otra vez.
Ella se sonrojó.
—Gracias. Pero yo todavía no sé el tuyo.
—Es Kyle.
—Ah... hola, Kyle.
—Adelante, puedes decirlo. Kyle es un nombre de mierda.
Eso la hizo reír con ganas, y riendo estaba todavía más guapa.
—Bueno, dime, Sammara —continué—. ¿Cómo es que no
tienes novio?
Ella se tomó un momento antes de contestar:
—Mmm... ¿Porque los tíos son lo peor?
—La mayoría lo somos —coincidí—. Verdad.
Ella soltó una risita.
—Tú por lo menos eres sincero.
—A no ser que esté mintiendo —contesté—. Ya sabes,
diciéndote lo que quieres oír para poder llevarte a la cama.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Joder, ¿vas a ser sincero hasta sobre eso?
—Podría estar mintiendo sobre lo de mentir —rebatí,
encogiéndome de hombros—. Nunca se sabe.
La mirada de Sammara se perdió en la lejanía. Era tan
perfecta, tan inmaculada, que la imaginé como una bonita muñeca
de porcelana.
—He tenido muchos novios —confesó—, pero ninguno que
valiese mucho la pena. O que estuviese conmigo durante más de un
año o eso.
—¿Quizá sea por ti?
Ella rio otra vez.
—Podría ser, pero lo dudo. Yo soy una tía genial.
—Y muy modesta.
Sus ojos relucieron a la luz de la farola. Estrujó mi mano.
—Yo prefiero la palabra realista.
«Tienes más razón que una santa», quise decir, pero no lo
hice.
—¿Quizá no estés saliendo con el tipo de chico adecuado,
entonces?
Sammara se encogió de hombros.
—Bueno, suelo salir con dos tipos de chicos. Casi
exclusivamente.
—Soy todo oídos.
—El primero es el capullo inseguro. Las cosas van bien al
principio: mucha atención y buenos ratos... luego, de repente, quiere
controlarme. Tiene que saber dónde estoy y qué estoy haciendo.
Por qué no estoy con él. Por qué resulta que tengo una vida sin él.
—Suspiró, claramente recordando—. Eso degenera muy rápido en
paranoia, celos, inseguridad... ese tipo de cosas.
—Muy poco atractivo —acepté.
—Pues sí.
—¿Y el otro?
Ella respiró hondo.
—El otro tío es el típico chico malo narcisista. Es atento al
principio, pero muy pronto la relación pasa a ser toda sobre él.
Cuanto más intento complacerlo, más difícil se vuelve, porque el
chico malo narcisista no quiere que lo complazcan. Quiere que lo
persigan.
—Ya veo.
—Las cosas se van a pique muy rápido en ese caso. Al final,
todo se desmorona porque la base de la relación no era sobre
nosotros...
—Era sobre él —completé.
—Exacto.
Noté que tiritaba. Me di cuenta de que seguramente tenía frío,
así que me quité la chaqueta y la puse sobre sus hombros.
—También eres un caballero —dijo, arrebujándose en mi
chaqueta—. Gracias. Tus acciones acaban de subir unos cuantos
puntos.
—Conque mis acciones, ¿eh? ¿Ya es hora de venderlas?
—Todavía no.
Podía ver su aliento, solo un poco, en el aire frío. Sus labios
eran increíbles: carnosos y pintados de rojo cereza. Los quería de
nuevo, de mala manera.
—Y, Kyle, ahí en el bar... ¿a quién estabas esperando? Has
dicho que era complicado.
—Oh, lo es —aseguré—. Muy complicado.
Sammara dejó caer los hombros.
—Ah —dijo, con expresión decepcionada—. Estás casado.
—Pues no.
—¿Tienes novia, entonces?
—Otra vez no.
—¿Novio?
Me reí.
—¿Después de ese beso? ¿Tú qué crees?
Sammara rio y encogió los hombros.
—Mierda, me he quedado sin ideas. Debe de ser súper
complicado, entonces. —Sammara puso los ojos en blanco de forma
dramática mientras movía los dedos—. ¡Y misterioso!
—Te estás riendo de mí, ¿no?
—Un poco.
—Vale, pues solo por eso, te lo diré.
Le devolví la mirada y vi que me observaba atentamente. Tan
atentamente, que no pude resistirme:
—Unos traficantes de antigüedades colombianos secuestraron
a mi amante —dije, con sencillez—. Y si no les devuelvo una
esmeralda gigante que robamos de una cueva en la jungla, la darán
de comer a los caimanes.
Sammara asintió con la cabeza, aunque con demasiada
lentitud.
—Ah... Parece que tienes el mismo problema que el
protagonista de Tras el corazón verde.
Me quedé de piedra.
—Vaya. ¿En serio conoces esa película?
—Claro que la conozco. Y eran cocodrilos, no caimanes.
Parpadeé muy rápido unas tres o cuatro veces.
—Hostia.
—Sí. De hecho, me sorprende que tú la conozcas, teniendo en
cuenta que es una peli romántica y eso.
—Bueno, es que Michael Douglas era un genio —expliqué—.
Mató un cai... un cocodrilo, quiero decir, solo con las manos y luego
se hizo unas botas con él.
—Eso es bastante genial —admitió Sammara—. Y eso que ni
siquiera era un Ranger del Ejército.
Me estrechó la mano y la puso sobre su regazo. Con los dedos
de la otra mano, me obligó a mirarla a la cara.
—Vale, ahora dime por qué —dijo, y no había ni un asomo de
sonrisa en su rostro—. Pero esta vez, en serio.
«En serio...»
Asentí a desgana. Saqué mi teléfono móvil.
Y se lo enseñé.
Capítulo 3

SAMMARA

—No... ¿En serio?


Miré con los ojos entrecerrados la pantalla brillante del móvil y
releí atentamente las pocas líneas de texto. Para mi sorpresa,
decían lo mismo también la segunda vez.
—Te estás quedando conmigo, ¿no?
Kyle sacudió la cabeza.
—Me temo que no.
—¿Quieres decir que esto va en serio de verdad? —Alcé la
vista para mirarlo—. ¿Tú de verdad harías algo como esto?
El gran soldado que estaba sentado al otro lado del banco se
encogió de hombros.
—¿Si fuera la chica indicada? —reflexionó—. Sí. Sin pensarlo
dos veces.
El anuncio que acababa de leer era un completo disparate.
Volví a leerlo por tercera vez, solo para asegurarme.

~ SE BUSCA: NOVIA COMPARTIDA ~


Cuatro (4) especialistas del Ejército buscan una
mujer extraordinaria y de mentalidad muy abierta
para un acuerdo de relación exclusivo.

TÚ eres joven, lista, atractiva, genial, y estás


preparada para que te lleven en volandas, te mimen,
y te traten como a una verdadera princesa.

NOSOTROS somos cuatro fuertes guerreros y


mejores amigos, listos para amarte, compartirte y
protegerte en nuestra casa del lago, en medio de
una extensa hacienda.

Consigue todas las ventajas de ser la esposa de


un militar... ¡sin nada de tristeza o soledad!

SIN DRAMAS SIN CELOS


SIN LOCURA SIN TONTERÍAS

Imagínalo: cuatro amantes entregados


(fuertes y apasionados)
compartiéndote por igual, en mente, cuerpo y
alma.
QUEREMOS UNA MUJER CON MADERA DE
ESPOSA
RELACIÓN A LARGO PLAZO EN EXCLUSIVA
ADEMÁS...
¡MÁS TE VALE SEGUIRNOS EL RITMO!

—Venga —sonreí, mirando alrededor—. ¿Dónde está la


cámara?
Pero Kyle se limitó a sacudir la cabeza.
—Tengo veintiséis años. ¿Sabes por cuántas relaciones he
pasado? —preguntó—. ¿Lo difícil que es mantener una novia
cuando pueden movilizarte en cualquier momento y enviarte lejos
durante medio año o más?
Me encogí de hombros.
—Sí, vale. Entiendo lo que quieres decir, pero aun así...
—¿Sabes cuántos matrimonios de militares terminan
funcionando en realidad? ¿Cuántas mujeres renuncian a sus
relaciones porque no pueden soportar estar solas más tiempo?
No tenía ni idea. Aunque sí que podía imaginar que el
porcentaje sería alto.
—¿Y con soldados Ranger como nosotros? —sacudió la
cabeza—. Es todavía peor. Desaparecemos en mitad de la noche,
prácticamente. Regresamos sin avisar. Cualquier pareja termina de
los nervios. Y no es que la culpe por ello.
Tuve que reírme.
—¿Y lo que quieres es que una pobre chica sufra cuatro veces
esa pena?
—No —dijo—. En realidad, es todo lo contrario. Al hacerlo así
—señaló la pantalla de su teléfono—, solo sufres una cuarta parte
de dolor, porque...
—...porque tienes tres amantes más —terminé por él.
—Exacto.
Lo miré y vi verdad en su mirada. Lo que para él era la verdad,
al menos. Él creía en todo eso en serio. Lo veía como un método
racional.
—¿Y vivís todos juntos en esa... casa del lago?
—Es más como una vieja mansión —respondió—. Juntamos
nuestros ahorros y la compramos el año pasado. Es un sitio
increíble. Le hace falta una buena reforma, eso sí.
Un hormigueo repentino me recorrió la nuca. Eso me había
llamado la atención.
—Los cuatro somos como hermanos —prosiguió Kyle—,
Dakota y yo servimos en la misma unidad. Ryan también. Y Briggs...
bueno, él solo...
—Un momento —lo interrumpí—. Rebobina.
No podía creerlo, pero aquello iba en serio. El anuncio iba en
serio. Ellos de veras estaban dispuestos a hacer algo así.
—Tú y tus amigos...
—No son «amigos». Son hermanos de armas.
—Bien —dije—. ¿Tú y tus hermanos de guerra en serio os
planteáis llevar a cabo algo así? ¿Compartiríais una chica? De
manera... bueno, ya sabes...
—¿Si la compartiríamos sexualmente? Por descontado.
Se me formó un nudo en la garganta. En algún punto de mi
estómago, todo un enjambre de mariposas alzó el vuelo.
—¿Y eso no provocaría celos? —planteé—. Quiero decir...
otros tíos, ya sabes, estando con tu chica mientras no estás.
—Otros tíos no —dijo Kyle—. Nosotros cuatro somos como
una sola persona. Seríamos como una unidad. Un núcleo familiar.
Más o menos lo mismo que somos cuando nos movilizan, pero
también en casa.
Kyle se fijó en que la chaqueta se me estaba deslizando por el
hombro. Antes de seguir, alargó el brazo y me cubrió mejor con ella.
Me pareció un gesto muy dulce.
—Y en cuanto a la chica, recibiría cuatro veces más amor —
Kyle se encogió de hombros—. Cuatro veces más atención. Cuatro
veces más... bueno...
Dejó la frase a medias con una sonrisa lobuna.
—Lo pillo.
Kyle se echó hacia atrás sobre el respaldo del banco y alzó la
mirada hacia el cielo nocturno.
—Mira, tú me has preguntado. Así que te lo he enseñado.
Tragué saliva. El nudo no se deshacía de ningún modo.
—Sé que parece una locura. No espero que lo entiendas. Y...
—se giró para mirarme—. Siento haberte besado. Lo digo porque tú
sin duda no estabas ahí en respuesta a nuestro anuncio, así que no
ha sido justo.
—Yo te he devuelto el beso —admití—. Tampoco es que sea
totalmente inocente.
—Puede. ¿Pero para lo que buscamos? Tú obviamente eres
territorio prohibido.
«Territorio prohibido...» Las palabras resonaron en mi cabeza.
Casi como un reto.
—Tú solo eras una espectadora que estaba en ese bar de
casualidad. Una que resultó ser preciosa, y estar sola, así que yo...
—¿Me rescataste de mi cita de mierda? —completé con una
sonrisa de satisfacción.
—Bueno, pues sí —confirmó, soltando una carcajada—.
Tampoco es que tú quisieras tener hijos de altura reducida y
engañosa con ese tío, ¿verdad?
—No —admití—. Ni de lejos.
—Pues entonces no se ha echado nada a perder —dijo Kyle,
apagando la pantalla de su teléfono. Mientras se lo metía de nuevo
en el bolsillo, noté una sensación de decepción. De oportunidad
desperdiciada.
No quería que se fuera.
—¿Estás completamente seguro de que no te interesa una
novia particular? —pregunté con timidez fingida.
Él exhaló un largo suspiro.
—Lo siento, cielo. Lo he intentado demasiadas veces. La
mismísima definición de la demencia es...
—¿Repetir exactamente lo mismo una y otra vez y esperar un
resultado distinto?
Él suspiró con tristeza.
—Mierda. De verdad eres mi tipo de chica.
Yo no podía parar de revivir nuestro beso en mi cabeza; o,
mejor dicho, nuestra sucesión de besos. Todo había sido tan
perfecto que casi parecía un sueño. No había sentido ese tipo de
electricidad o conexión instantánea en Dios sabe cuánto tiempo.
«Déjalo correr, Sammara.»
Mi voz interior volvía a ser severa y me advertía como una
madre demasiado estricta. La aparté a un lado con rebeldía y miré
hacia abajo, donde nuestras piernas seguían tocándose.
—¿Y si me subiera a tu regazo? —dije, subiéndome a su
regazo—. ¿Y luego te besara hasta que te olvidaras de tu estúpido
anuncio?
Bajé mis labios hasta los suyos y volví a beber de él. Kyle me
devolvió el beso sin dudarlo y sus manos fueron directamente a mis
caderas. A horcajadas sobre él, podía sentir el aire fresco de la
noche en el interior de los muslos. Mi minúsculo vestido de tubo rojo
me estrechaba las piernas, tirante, pero no me importaba.
—Eres tentadora —murmuró Kyle entre besos—. Eres tan
jodidamente tentadora...
Besé su cara: su mejilla sombreada por la barba y la línea
afilada y masculina de su mandíbula. Besos suaves. Besos dulces.
—Entonces, ¿por qué resistirte?
—Porque hicimos un pacto —murmuró, dentro de mi pelo.
Ahora su boca estaba en mi hombro. Besándolo. Mordiéndolo.
Me revolví encima de él. Un bulto se había formado en su
regazo, en algún punto bajo la curva de mi culo.
—¿Y no puedes cambiar de opinión? —suspiré en su oído.
Reposé las manos a ambos lados de su rostro con delicadeza. Me
eché un poco para atrás para mirar dentro de esos ojos grises como
una tormenta—. ¿No puedo hacerte cambiar de opinión?
Kyle suspiró con suavidad dentro de mi boca. Nuestros labios
se rozaron con una suavidad indescriptible. El calor entre nuestros
cuerpos era abrasador.
—Lo siento, pero no —dijo—. Les di mi palabra de que
intentaríamos eso.
Había una tristeza genuina en su mirada. Yo me sentí
decepcionada también, pero, al mismo tiempo, llena de admiración
por el hecho de que él pudiera ser tan fuerte. Qué leal...
—Déjame tu teléfono otra vez.
Me observó fijamente durante cinco segundos completos,
viendo a través de mí, hasta el interior de mi alma. Entonces se
movió y sentí que me ponía el teléfono en la mano.
«¿Qué coño estás haciendo?»
La pantalla todavía mostraba el anuncio. Esa locura de
anuncio. Volví a leerlo y me quedé sin aliento, incluso mientras él
encajaba el prominente bulto de su polla, cada vez más dura, entre
las cálidas nalgas de mi culo, cubierto por un tanga.
—Esto... —dije, mientras accedía a la página de Mensajes—,
es por si quiero ponerme en contacto contigo.
Me envié un mensaje a mí misma para que ambos tuviéramos
la información del otro. En lugar de texto, envié una captura de
pantalla del propio anuncio.
«¡Sammara, para!»
Kyle me apretó las caderas con diez fuertes dedos que se
hundían en mi carne blanda, bajo el vestido. Imaginé cómo sería si
él estuviera dentro de mí, en lugar de apretado contra mí... Las
escasas capas de tela que nos separaban eran un incordio.
—¿Así que me das tu número —murmuró—, en caso de que
renuncie a toda esta locura y decida que quiero una novia de
nuevo?
—Tal vez...
Moví las caderas en círculos y le provoqué un gemido.
—Tal vez no.
Kyle jadeó cuando descargué mi peso sobre él, con fuerza, una
última vez. Entonces me deslicé fuera de su cálido regazo y volví a
la seguridad platónica del frío banco del parque.
De alguna manera, me las arreglé para ponerme de pie sobre
mis piernas flojas. Me quité su chaqueta, se la devolví y me incliné
hacia delante hasta que estuvimos de nuevo frente a frente.
—Esto es por salvarme esta noche —le dije, y lo besé por
última vez.
Las mariposas volvieron a volar, seguidas de chispas. Fuegos
artificiales. Erupciones volcánicas...
Cuando me puse recta de nuevo, sus ojos estaban
entrecerrados.
—Buenas noches, mi soldado sexi —dije, levantando la mano
en señal de saludo. Kyle sonrió ampliamente y me devolvió el
saludo.
—Buenas noches, mi princesa de marfil —le oí decir mientras
me alejaba.
Capítulo 4

SAMMARA

—Bueno... ¿Cómo fue tu cita?


Melissa me miró expectante por encima de su taza de café
humeante. Estaba emocionada por mí. Entusiasmada.
Casi odié tener que decepcionarla.
—Fue... interesante.
Sus ojos resplandecieron y me di cuenta de mi error: había
interpretado en seguida que me había acostado con él.
—Bueno, no tan interesante. Pero, aun así, no fue lo que
esperaba.
Pasé a los detalles, contándole cómo me habían dejado
plantada (o, mejor dicho, parcialmente plantada) y luego me había
ido del bar con un soldado llamado Kyle. Le conté sobre la duración
del beso. Joder, me puse a mil de nuevo, solo con recordarlo.
—¿Y después dices que fuisteis a un parque?
—Sí.
—¿Y qué pasó ahí? ¿Más besuqueo?
—Sí, más o menos. —Eché el freno un poco, intentando decidir
qué contar y qué no. Podría enseñarle el anuncio. Lo tenía justo en
el teléfono. Sería fácil. Lo explicaría todo...—. Y después digamos
que intercambiamos los teléfonos y nos fuimos —dije, finalmente.
Su expresión cambió por completo. Se había quedado hecha
polvo.
—¿Y ya está?
—Sí, es lo que hay.
Melissa era mi mejor amiga. Ella ya estaba casada, sin
embargo, así que me utilizaba para vivir emociones. Podría darle
algo de vidilla a su día. Podría contárselo todo sobre la turbadora
idea de Kyle de compartir novia, y cómo funcionaría, y decirle que
los otros tres soldados que vivían en la casa del lago en esa
hacienda, seguramente, eran igual de cachas, fuertes y guaperas
que Kyle.
Pero no le conté nada.
«¿De qué te escondes, Sammara?»
Ahí estaba la vocecita otra vez, tocando las narices. Sabía
exactamente qué se cocía en el fondo de mi mente y lo sacaba a
relucir tanto como podía.
«Estás pensando en llamarlo, ¿verdad?»
Pues sí. Sin duda. Y seguramente era una mala idea.
«Es una mala idea», me amonestó la voz. «Deberías borrar su
número ahora mismo.»
—¿¡Hola!?
Parpadeé mientras volvía al mundo real, como si acabara de
salir de un trance. Melissa me observaba con curiosidad.
—Entonces, volverás a salir con él, ¿o qué? —preguntó,
probablemente por segunda o tercera vez.
—No —respondí de inmediato—. Que no lo creo, quiero decir.
—¿Y por qué diablos no? —exclamó—. Has dicho que era
guapísimo. Y que estaba cachas. ¡Y que besaba muy bien!
—Besaba de diez.
—¡Pues con más razón! —rio ella—. ¿Por qué no llamarlo?
«Tú ya sabes por qué...»
Tomé una larga bocanada de aire, que luego solté en forma de
un suspiro interminable.
—Bueno, es... es complicado.
Me reí interiormente al usar la misma explicación que Kyle.
—Dime por qué —dijo Melissa. Me miró intensamente durante
un momento y luego sus ojos se abrieron de par en par—. ¡Hostia!
—gritó—. ¡Está casado!
—No, no —dije—. No está casado ni tiene novia.
—¿Te echa para atrás que sea soldado?
—No...
—Joder, es que a mí tampoco me importaría —sonrió Melissa.
Se reclinó contra el respaldo de su silla—. ¡Yo siempre he querido
un novio del Ejército! O incluso de los Marines. O de la Armada. O
de...
—Hay algo sobre él —dije—, que simplemente lo convierte en
territorio prohibido.
Ella me echó una mirada de astucia, con su pelo liso y oscuro
cayéndole sobre un ojo. Melissa me conocía lo suficiente como para
saber cuándo estaba ocultando algo. Pero, por suerte, no era una
de esas amigas odiosas que tienen que saberlo todo. También sabía
cuándo dejarme en paz.
—Pues vale, entonces —suspiró ella—. De vuelta a la casilla
de salida.
Asentí con la cabeza mientras hundía la cara en la taza. «Una
pena.»
—Todavía no entiendo cómo alguien llega media hora tarde a
una cita contigo —rio—. Quiero decir... ¿en qué coño estaba
pensando ese tío?
—No sé —reí.
—Eres lista, guapísima, triunfadora...
Sacudí la cabeza.
—No me siento lista. Tampoco me siento guapa.
«Y no he triunfado ni la mitad de lo que crees...», pensé
sombríamente.
—Tonterías —dijo Melissa—. Puede que te sientas de ese
modo, vale, pero eso es solo porque eres demasiado dura contigo
misma.
Sabía que mi amiga se estaba esforzando al máximo por
animarme. En ese momento, sin embargo, no lo quería. Casi
prefería sentirme miserable. Casi prefería simplemente estar sola.
Para pensar en Kyle...
Ella golpeteó la mesa con una uña pintada. Vi claro que su
mente estaba en funcionamiento otra vez.
—¿Todavía no quieres que te presente a uno de los amigos de
Rich?
—No.
—Solo lo digo porque puede que sea mejor que mover fichas a
ciegas en una de esas páginas de citas —razonó.
—Creo que voy a esperar un tiempo —dije—. Estoy bastante
bien sola. Y, de todos modos, el trabajo me tiene demasiado
ocupada. Dawn me ha estado apretando las tuercas con toda esa
publicidad comercial, y se supone que tengo que aprobar un montón
de cosas antes de...
—Que le den a Dawn. Que le den al trabajo. Que le den a todo
eso —dijo Melissa, con desdén—. Tienes que sacar tiempo para ti,
Sammara. Te mereces a alguien. Te mereces ser feliz fuera del
trabajo.
Asentí y acepté el sermón. O, más bien, el discurso
motivacional de mamá.
—Además, Dawn no es tu jefa, es tu socia de negocios.
Dejé escapar una carcajada.
—Pues que alguien se lo diga.
Melissa me agarró la mano y la apretó.
—No, Sammara. Díselo tú.
Levanté la vista y vi que su expresión se había vuelto muy
seria de repente.
—Sí, sí —dije—. Lo sé.
Capítulo 5

SAMMARA

Leí el anuncio otra vez. Y otra. Y después otra vez más. Y cada
vez que lo leía... me ponía más y más cachonda.
Noté un nudo en el estómago con solo pensarlo: no uno, ni
dos, ni siquiera tres... sino cuatro hombres. Todos para mí. Todos a
la vez.
«¿A la vez?»
Tenía que admitirlo: la fantasía era atrayente.
Y, aun así, en el fondo sabía que eso era todo lo que era: una
fantasía estúpida. Durante la universidad, ya hice alguna incursión
en el terreno de los tríos, cuando las relaciones eran mucho más
casuales y había manga ancha en cuanto a responsabilidades. Pero
esto no era un trío de una noche loca. Tampoco era uno de esos
vídeos crudos, viscerales, de sexo grupal que había visto en el
ordenador, mientras me preguntaba cómo una chica llegaba a
meterse en una situación como esa, en realidad.
No, esto era la vida real.
Y, al fin y al cabo, quizás precisamente por eso me atraía tanto.
Por el hecho de que podría pasar de verdad. Porque había un tío
bueno guapísimo por ahí, con tres amigos posiblemente igual de
guapos, que no es que quisiera compartir una chica una noche o
durante un fin de semana, sino convertirla en la novia de todos de
manera permanente.
«Novia...»
Leí el anuncio de nuevo. «Novia compartida.» «Mujer con
madera de esposa.» «Relación a largo plazo en exclusiva.»
Me estiré en la cama y se me escapó una risita entre los labios.
Lo gracioso es que creía que podría hacerlo. Que se me podría dar
bien ser la novia de cuatro tíos a la vez. Después de todo, yo era la
reina de la multitarea. Y sin duda me manejaba bien con los tíos. Si
acaso, eran ellos los que literalmente me habían dicho que yo les
resultaba demasiado difícil de manejar. Lo cual sería perfecto en
esta situación hipotética porque habría cuatro veces más manos
masculinas para manejarme, de todos modos.
Y mi deseo sexual... bueno, creo que eso tampoco sería un
problema.
Deslicé los dedos hacia abajo, por encima de mi vientre, y
atravesé la cinturilla de encaje de mis braguitas...
El sexo siempre resultaba ser una fuente de discusiones para
mí. Mis exnovios solían quejarse de que quería hacerlo demasiado
y, a los más inseguros, les molestaba mi historial de experiencias
sexuales previas. Por supuesto, también había habido un grupo
selecto de chicos que sí habían conseguido seguirme el ritmo, sobre
todo al principio. Con algunos de ellos, había mantenido el contacto
hasta después de que la relación se fuera al garete. Porque, mira,
una tiene necesidades.
A pesar de todo, nada me había funcionado. Los tíos eran tíos,
y normalmente querían estar al mando. Querían ser los que
iniciaran. Querían decidir cuándo y dónde, y cualquier desviación de
su plan solía provocar que su frágil autoestima se tambalease.
Pero cuatro tíos...
Permití que mis dedos se paseasen por mi piel y se deslizasen
por la apertura húmeda de mi vagina. Me había sentido cachonda
desde la noche anterior; desde que me había duchado y me había
subido a la cama para leer el dichoso anuncio una vez más (¿o
cinco veces más?) antes de dormir.
Cuatro tíos. Cuatro tíos militares, que seguro que no tenían
tantos problemas de autoestima.
«Déjalo correr, Sammara.»
El atractivo de aquel plan iba más allá de lo puramente físico.
Se ocuparían de mantenerme sexualmente satisfecha, sí, pero
además de eso, tendría cuatro amantes fornidos que me protegerían
y cuidarían de mí.
Y yo de ellos...
Cerré los ojos e introduje el primer dedo. La presión era
deliciosa. El tacto era cálido, sedoso y, oh, extraordinariamente
caliente.
¡RRRR!
Mi teléfono empezó a vibrar. Molesta, lo aparté de una patada
con el tacón y volví a abrir las piernas.
¡RRRR! ¡RRRR!
Suspirando, alargué el brazo para silenciar la intrusión. Solo
tardaría un segundo en apagarlo. Tardaría un segundo en volver a...
Había un mensaje en la pantalla, de un número desconocido.
Solo me costó un segundo caer en quién era:
«¡Kyle!»
Me levanté de un salto. Mi corazón dio un vuelco mientras le
daba al botón que abriría su mensaje.

¡Feliz aniversario de 24 horas


desde nuestra casi-cita!

Su sentido del humor era mordaz. De una forma adorable, eso


sí.
Mi coño palpitó, suplicándome que continuase. Consideré
apartar el teléfono por el momento, pero sabía que sería incapaz de
concentrarme. Al menos hasta que respondiese.
Ooooh, qué mono. Eres un romántico.

Él se puso a escribir de nuevo en seguida, tal como indicaba el


pequeño bocadillo parpadeante, que dejó paso a:

¿Lista para pasarte al lado oscuro?

Me reí. Si esa era su manera de persuadirme, tendría que


currárselo un poco más.

¿Lado oscuro? ¿Vamos a llamarlo así?

Para mí, todo aquel asunto podía describirse con muchos


calificativos. «Oscuro» no era uno de ellos.

Puedes llamarlo como quieras,


siempre que mires por tu ventana.
Estoy fuera.

Dejé caer el teléfono. Un escalofrío de emoción me recorrió por


dentro.
«¿En serio?»
Me acerqué a las cortinas y las aparté hacia atrás poco a poco.
Efectivamente, fuera en la calle, un gran vehículo rectangular
reposaba en la zona de estacionamiento.
«Hostia puta.»
El teléfono sonó, ¡y casi me da un infarto! Lo descolgué al
tercer o el cuarto tono y lo puse contra mi oreja.
—Ya era hora —dijo Kyle—. ¿Dónde aparco este trasto?
—¿Eso...? ¿Eso es un todoterreno Hummer?
—Precisamente. Aunque no es mío. Es del Tío Sam. —El
gruñido de Kyle resonó en mi oído mientras giraba el volante y se
metía en una de las plazas—. Una de las ventajas de conocer a
alguien de la flota de vehículos.
—No puedes aparcar ahí —dije, observándolo—. Estás
ocupando dos plazas. Además, ese aparcamiento está reservado
para los inquilinos del edificio y las plazas están numeradas.
Llamarán a la grúa.
Mi soldado sexi se limitó a reír.
—Ya, claro que lo harán.
Salió del coche, miró hacia arriba, y me indicó con un gesto
que abriera la ventana. Como él ya no estaba al teléfono, tuve que
hacerlo.
—Hola, preciosa —sonrió.
—Eh... Hola.
Desde el segundo piso, sus anchos hombros parecían
gigantescos y su bonito rostro estaba enmarcado por cabello suave,
de tono arenoso. El viento se levantó y una corriente de aire frío se
coló en mi habitación. Pero su sonrisa, incluso desde ahí abajo, era
cálida y radiante.
—¿Vas a dejarme subir? —preguntó Kyle—. ¿O tengo que
hacerme con un radiocasete y darte una serenata primero?

Servico Cuádruple
esta disponible en amazon!
Sobre la Autora

Krista Wolf es una amante de la acción, la fantasía


y todas las películas de terror buenas… además de
una romántica empedernida con un lado insaciable.

Escribe historias de suspense y misterio llenas de


giros y sorpresas muy calientes. Historias en las que
heroínas testarudas e impetuosas constituyen una
fuerza irresistible contra el objeto inamovible de
héroes musculados y poderosos.

Si te gusta el romance inteligente e ingenioso,


aderezado con un toque picante… acabas de
encontrar a tu nueva autora favorita.

Haz clic aquí para ver todos los títulos en


la página de autora de Krista

También podría gustarte