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ANEXO 7.

La princesa y el frijol
Érase una vez un joven príncipe que estaba en edad de
casarse. Él debía elegir a su amada entre todas las
princesas de los reinos vecinos.

Lo cierto es que había una gran cantidad de princesas por


todo el mundo, muchísimas, pero de ninguna podía
enamorarse. Al cabo de un tiempo, viendo que no conseguía
cumplir su deseo, cabizbajo y triste, decidió regresar a su
palacio.

Un día estalló una terrible tempestad. Los rayos y los


truenos caían con ferocidad y la lluvia azotaba las calles
incansablemente.

De repente, el príncipe oyó que alguien golpeaba con fuerza


e insistencia la puerta del palacio. Al abrirla, vio a una
joven. Pero ¡Dios mío! ¡Qué aspecto más lamentable
presentaba!

La lluvia le había empapado por completo el pelo, el vestido


y los zapatos: la pobrecilla estaba mojada hasta los huesos.
Sin embargo, incluso con ese aspecto tan desaliñado, la
joven juraba que era una princesa verdadera.

A pesar del lamentable estado de la muchacha, el príncipe


quedó enamorado al instante de su graciosa figura y de su
suave voz, por lo que comunicó a sus padres, los reyes, que
ANEXO 7.1

ya había encontrado a la princesa de sus sueños y que


deseaba casarse con ella cuanto antes.

La reina, aunque deseaba ver a su hijo casado, pensó que


eso estaba por verse y decidió comprobar por sí misma si
aquella joven era, en efecto, una princesa verdadera e ideó
un plan infalible: tomó un frijol de la cocina y lo puso en la
cama de la alcoba en la que iba a alojarse la princesa.
Luego, ordenó que los sirvientes colocaran encima veinte
colchas de plumas, de forma que el frijol quedara debajo
de todo.

A la mañana siguiente, todos preguntaron a la princesa


cómo había dormido.

—¡Lo siento mucho, pero he dormido fatal! No sé qué había


en la cama, pero era algo muy duro que se me clavaba en la
espalda. ¡Qué noche más horrorosa!

De esta forma comprobaron que se trataba de una princesa


verdadera, porque a pesar de las veinte colchas, su
delicado cuerpo y su sensible piel habían notado al frijol.

(Gasol & Blanch, 2005)


ANEXO 7.1

El muchacho que no sabía cazar

En tiempos muy lejanos, cuando los animales todavía


hablaban el lenguaje de los hombres, vivía en el territorio
de los indios un muchacho que pensaba que nadie le quería
porque era muy torpe.

No podía trepar a los árboles tan bien como los otros


muchachos del poblado. Tampoco sabía nadar ni bucear muy
bien, y en las carreras siempre era el último.

Los padres del muchacho murieron cuando él era pequeño.


No había nadie para cuidarle, salvo su tío, que era el mejor
cazador del poblado.

El muchacho deseaba convertirse también en un buen


cazador. Cuando su tío le llevó con él a cazar para
enseñarle cómo ser sigiloso, pisó una rama seca que se
partió y les delató.

“Este muchacho nunca llegará a ser un buen cazador”, se


dijo el tío y no lo llevó más con él cuando iba a cazar; cada
vez se preocupaba menos por él.

El muchacho se habría quedado muchas veces sin comer de


no ser por la niña de la cabaña de al lado, que le llevaba la
comida.
ANEXO 7.1

Un día el tío le dijo:

—Ven conmigo a cazar. –El muchacho estaba feliz

—¿De verdad quieres llevarme? —preguntó.

—Sí —dijo el tío. —¡Vamos!

Y marcharon hacia el bosque. El muchacho se esforzó


mucho en caminar tan silenciosamente como su tío. Pero
siempre que en el suelo había una rama seca la pisaba, a
pesar del cuidado que ponía en no hacerlo.

El tío no dijo ni una sola palabra y siguió caminando,


adentrándose más en el bosque. Cuando ya habían caminado
tanto que el muchacho no sabría encontrar el camino de
regreso al poblado, dijo el tío:

—Quédate aquí y espérame.

El muchacho se sentó en el musgo y esperó. Llegó la tarde,


luego la noche. Bajo los árboles se hizo aún más oscuro. El
tío no regresó…

(Recheis, 2002).
ANEXO 7.1

El Manchas
Javi es un niño que tiene un perro llamado El Manchas. En la
parte de la historia que vamos a leer hoy, el niño y el perro
están separados.

Javi se sentía como si se hubiera quedado manco, cojo, sin


su sombra. Así era estar sin su perro, El Manchas. Era
cierto que el nuevo país era bueno y más saber dos idiomas,
pero estar sin El Manchas era como estar sin su alma.

Por su parte, El Manchas tenía como dueño a alguien que


pretendía ser su amigo y quien se veía buena persona; aún
así extrañaba de la misma forma a su antiguo dueño.

Y como Javi no resistió más tiempo la ausencia de su amigo


El Manchas, decidió romper el cochino [su alcancía] para
poder ir en busca de él. Sabía que su madre se preocuparía
al no encontrarlo en casa, pero el regaño valía la pena.

Javi tomó el autobús, y después de tanto buscar y sudar


por los nervios de andar solo en la ciudad, encontró la
dirección. Al tocar la puerta le abrió una señora que al
verle el aspecto tan cansado, le invitó una limonada, pero
del perro no decía nada. Después la señora le dijo que, en
efecto, su hijo había tenido al perro pero que lo había
vendido.

Mientras tanto, El Manchas, después de haber bebido un


poco de agua para aguantar el viaje, decidió escapar de su
ANEXO 7.1

actual dueño, por bueno que fuera. El Manchas no hallaba


una salida; no al menos la que lo obligaba a pasar por unos
perros igual o más furiosos que él. Corrió y corrió y saltó la
cerca, pero al hacerlo su pata se lastimó. La ciudad parecía
muy grande.

Javi fue a buscar al nuevo dueño. El señor lo vio y reconoció


por quién venía pero, desgraciadamente, El Manchas ya no
estaba. Tanto viaje para nada.

El teléfono sonó. Al principio, la tristeza no permitió a Javi


poner atención a la llamada, pero pronto entendió que quien
llamaba era su mamá. Muerto de miedo y tristeza comenzó
a llorar y escuchó lo que su madre le dijo:

–¡Hijo! El susto que me has dado. No debiste marcharte así,


sin avisarme. Pero mira, te voy a poner a alguien en el
teléfono, alguien que ha hecho un largo viaje y que está
loco por verte.

A través del teléfono, Javi oyó un raro jadeo y después un


ladrido, un ladrido largo, impaciente, conocido.

¿De quién era ese ladrido?

(Medero, 1989).
ANEXO 7.1

Cuéntame otra vez la noche que nací


Cuéntame otra vez que tú y papá estaban acurrucados como
cucharas y que papá roncaba, cuando sonó el teléfono en
medio de la noche y te dijeron que yo había nacido.

Cuéntame que llamaron al abuelo y a la abuela mientras


corrían, pero ellos no oyeron el teléfono porque dormían
como troncos.

Cuéntame otra vez cómo yo no podía crecer dentro de ti y


que otra mujer, que era muy joven para cuidarme, era mi
madre biológica y me hacía crecer dentro de ella, y ustedes
querían adoptarme y ser mis padres.

Cuéntame que se tomaron de la mano todo el camino hasta


el hospital, y cuando llegaron se quedaron callados y con el
corazón encogido, me tomaste en brazos y me llamaste tu
angelito, y cómo llorabas de felicidad.

Cuéntame otra vez que me llevaban como una muñeca de


porcelana de camino a casa y cómo se apartaban de todos
los que estornudaban.

Cuéntame otra vez de nuestra primera noche en familia.

(Curtis, 2005).
ANEXO 7.1

¡Atención, peligro!
En todo el mundo el suelo tiembla varias veces por día. La
mayor parte de los sacudimientos son tan ligeros que no
nos damos cuenta. Pero algunos sismos son tan poderosos
que provocan muchos estragos: las casas se caen, los
puentes se derrumban, las carreteras se cuartean.

Ningún sismo se parece a otro. Algunos no tocan más que un


barrio en una ciudad; otros sacuden regiones enteras.

Las placas de la corteza terrestre, al desplazarse, hacen


que las rocas choquen violentamente. Esas rocas son
capaces de resistir estos movimientos, hasta cierto punto.
Después de ese límite se rompen con fuerza y generan
ondas de choque que hacen temblar el suelo: es un temblor
de tierra.

(Thery, 2002).
ANEXO 7.1

Referencias

Curtis, J. (2005). Cuéntame otra vez: la noche que nací. México: Secretaría de
Educación Pública (SEP). [Adaptado por Medición Independiente de
Aprendizajes].
Gasol, A. & Blanch, T. (2005). La princesa y el frijol. Los mejores cuentos de
Andersen. México: Secretaría de Educación Pública (SEP). [Adaptado
por Medición Independiente de Aprendizajes].
Medero, M. (1989). El manchas. México: Secretaría de Educación Pública (SEP).
[Adaptado por Medición Independiente de Aprendizajes].
Recheis, K. (2002). El muchacho que no sabía cazar. Hermano de los osos.
Madrid: Anaya Infantil y Juvenil. [Adaptado por Medición Independiente
de Aprendizajes].
Thery, Y. (2002). ¡Atención, peligro! Planeta tierra. Barcelona: Vox. [Adaptado
por Medición Independiente de Aprendizajes].

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