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1.

NARCOTRÁFICO COMO PROTAGONISTA DEL


CONFLICTO ARMADO Y FACTOR DE SU
PERSISTENCIA

El narcotráfico se ha considerado habitualmente como un problema de


criminalidad organizada que tiene poca relación con el conflicto armado.
La salvedad se hace en lo relativo a la financiación de grupos ilegales,
específicamente cuyo ejemplo más reiterado son las guerrillas y los
paramilitares. Menos atención tiene el vínculo entre las políticas de lucha
contra las drogas y el conflicto armado, el cual generalmente se ha medido
a partir del aumento de las hectáreas con cultivos de coca, cuya persistencia
muestra el fracaso de la llamada «guerra contra las drogas». Una visión que
se ha convertido en parte del problema que espolea la violencia, en especial
contra el campesinado y las comunidades étnicas en las regiones.

Para la Comisión de la Verdad, el narcotráfico debe verse como un


protagonista del conflicto armado colombiano y como un factor de
persistencia del mismo497, pero también como una fuerte influencia sobre
la política y la economía del país, debido a que reproduce un modo de
acumulación mafioso (usa la violencia) de riqueza y poder, a partir de una
economía ilegalizada por el prohibicionismo, la cual necesita ser legalizada
después por medio del sistema económico nacional e internacional.

Todos los actores involucrados en el conflicto armado de manera directa


o indirecta han tenido relaciones con el narcotráfico y estas relaciones han
sido determinantes en el rumbo de la guerra, su degradación y desenlaces, y
especialmente en su continuación. Cada actor armado participó de manera
diferenciada en ese proceso en distintas épocas. A partir del creciente
involucramiento de las FARC-EP en distintos eslabones de la cadena del
narcotráfico para el financiamiento de la guerra, esto cambió la relación
entre dicha guerrilla y las comunidades, y llevó a un aumento de la
violencia y el control.

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Entre tanto, el paramilitarismo construyó una relación orgánica con el
narcotráfico y lo convirtió en una bisagra entre el crimen y el poder, con el
fin de defender sus intereses y cooptar las etapas más rentables del negocio.
Las redes de protección política y económica del narcotráfico
contribuyeron a estructurar los entramados de la guerra. Por ejemplo, para
obtener legitimidad, los narcotraficantes buscaron convertirse en parte
fundamental de la contrainsurgencia. Sin embargo, la conformación de
estas estructuras no fue progresiva ni estable, sino que condujo
permanentemente a alianzas frágiles, inestabilidad y enfrentamientos entre
antiguos aliados.

El narcotráfico y su contraparte, la «guerra contra las drogas», formaron


parte de las dinámicas del conflicto armado y contribuyeron a la extensión
y degradación de la guerra donde «todo se vale» para derrotar a la
insurgencia, servir a los intereses del despojo o, por otro lado, para
enfrentar al Estado. El Estado le declaró la guerra al narcotráfico bajo la
influencia de las políticas estadounidenses desde los años ochenta, y
esta fue una de las

razones por las que se convirtió en actor de la confrontación. Primero, con


las disputas por el control del negocio entre los carteles y, después,
integrándose en la lucha contrainsurgente.

La política antidrogas se ha entendido como una guerra en la que los enemigos son
la
«narcoguerrilla» y el campesino cocalero, señalado de ser un
«narcocultivador». Mientras tanto, los narcotraficantes, a pesar de que
algunos han ido siendo capturados y algunas organizaciones descabezadas,
han actuado en conjunto con una parte de la clase política y con sectores
económicos importantes, y se han constituido de facto como miembros de
algunas élites, lo que ha conducido a una recomposición de estas en el
ámbito local, regional y nacional.

Por último, el narcotráfico ha tenido en Colombia un profundo impacto


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en la estructura de la tenencia y el uso de la tierra, en el impacto en la
naturaleza y en la estigmatización de las poblaciones asociadas al cultivo.
Colombia debe asumir la profundidad de este fenómeno y sus efectos sobre
la construcción de la economía y del Estado, pero también sobre la cultura,
dimensión en la que ha tenido un impacto muy relevante dada la
degradación del conflicto. Estos efectos han anulado la convivencia como
parte de una cotidianidad que, tanto en los territorios como en el sistema
político, está fuertemente marcada por la ilegalidad.

La Comisión evidenció cuatro aspectos centrales que se sustentan en este capítulo:

1) El narcotráfico promueve un modelo de acumulación de riqueza y


poder, que se sostiene sobre la violencia y ha permeado tanto a
algunas élites como a diferentes sectores de la sociedad, en toda la
cadena de producción y comercialización, desde los cultivos de
coca y marihuana hasta el lavado de activos y la participación en la
demanda agregada de la economía legal. Este modelo criminal se
imbricó con el conflicto armado colombiano y reforzó prácticas
criminales y degradadas.
2) Las dimensiones políticas del narcotráfico y su vínculo con amplios
sectores del poder político ha sido un obstáculo para la
democratización del país. El narcotráfico no solo financió la guerra
de los grupos armados, sino que ingresó de manera directa a la
disputa por el poder político local y nacional, financiando
campañas y

distorsionando las posibilidades de una verdadera competencia, así


como con la captura de instituciones públicas para el beneficio de
sus intereses.
3) El actual paradigma de la guerra contra las drogas ha sido un
fracaso. No produjo resultados efectivos para desmontar el
narcotráfico como sistema político y económico, y no solo su
manifestación criminal, y además sumó un número enorme de
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víctimas en el marco del conflicto armado interno. El
prohibicionismo activó narrativas de criminalización sobre
poblaciones y territorios que justificaron operaciones violentas, la
aspersión con glifosato generó impactos en la vida de las
comunidades y la naturaleza, y las estrategias de sustitución
voluntaria, aunque han funcionado de forma mucho más efectiva,
no han sido sostenibles en el tiempo porque no se han
implementado a la par con procesos de desarrollo rural
transformadores.
4) El narcotráfico es un factor fundamental de la persistencia porque
mientras siga siendo ilegalizado proveerá los recursos suficientes
para seguir haciendo la guerra, corromper las instituciones
encargadas de combatirlo y financiar ejércitos privados para la
protección violenta de sus intereses, por lo que, si no se cambia el
paradigma y se afronta el problema de manera integral con un
enfoque de regulación, seremos testigos de un reciclaje permanente
de los conflictos armados.

1.1. Relación del narcotráfico con el conflicto armado

El narcotráfico está en el centro de los debates más importantes, no solo


sobre la guerra, sino también sobre la paz. Ante la Comisión, el
expresidente Juan Manuel Santos (2010-2018) se refirió a esta relación
como la de una «flecha envenenada»:

«El precio que hemos pagado y lo que ha significado para el conflicto el


negocio del narcotráfico es inmenso. Y lo he podido comprobar en todas
las impresiones, porque en todo lo que se diga de una u otra forma hay una
relación con el narcotráfico, en todo sentido. Eso es transversal a todo el
conflicto. Es como una flecha envenenada que atraviesa todo»498.

La economía colombiana tiene una relación orgánica y estructurante con


las rentas del tráfico de cocaína y marihuana, y aunque se ha mantenido así
durante décadas, el fenómeno no ha recibido la atención suficiente para que
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se comprenda su influencia en la historia económica colombiana499. A su
vez, el conflicto armado también se relaciona con la violencia de estos
mercados ilegalizados, pero no en todos los actores por igual ni en todas las
épocas o lugares.

Por otra parte, las medidas represivas para el control de las drogas
ilegalizadas que atacan a los cultivadores y a los elementos más bajos de la
cadena de producción, y, más ampliamente, las políticas para controlar el
mercado ilegal y el consumo mundial500 han sido un fracaso a pesar de los
enormes esfuerzos que, además, han dejado centenares/miles de víctimas
en el país. A pesar de la captura sucesiva de narcotraficantes, esto no ha
llevado a desmontar el negocio sino a otras formas de reciclaje del mismo
en nuevas estructuras organizativas.

Colombia ha sufrido las consecuencias de todo ello. Desde los años


setenta, varios países crearon y aumentaron las penas por producción,
tráfico y consumo de sustancias psicoactivas en el contexto de la guerra
contra las drogas501. Progresivamente, las Fuerzas Armadas se
transformaron e incluyeron entre sus tareas la persecución del narcotráfico
y los cultivos, mientras la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y
el Delito (Unodc, por sus siglas en inglés) reconoció por primera vez que
esta política había ocasionado «consecuencias negativas no previstas»502.

El narcotráfico y su relación con el conflicto armado muestran que no


solo se habla de grupos armados al servicio de un negocio ilegal, sino de un
modelo de acumulación de capital, una economía que se sostiene a partir de
la reproducción y el escalamiento del conflicto, de la ilegalización y del
enquistamiento de prácticas mafiosas de poder. Varios estudios han
considerado el peso de la economía de la cocaína en el producto interno
bruto (PIB) del país. Si bien existen distintas metodologías de análisis, los
ingresos del tráfico de cocaína en la economía nacional representan, según
diferentes autores, entre el 1 y 4 % del PIB503.

Estos datos muestran el impacto económico del narcotráfico al PIB


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nacional en comparación con el de la agricultura. La desagrarización del
país se evidencia en la caída del aporte de la economía agrícola al PIB, que
pasó del 27,3 % en 1965 al 5,3 % en 2013, su nivel más bajo. La caída de
la participación fue de cinco puntos porcentuales en solo un año, cuando
entre 1999 y 2000 pasó del 13 al 8,3 % 504. Sin embargo, los datos del
mercado de la cocaína son aproximaciones e intentos valiosos de medir
algo que parece un fantasma dado el carácter ilegal de esta actividad. No
hay en Colombia una cifra oficial que dé cuenta de ello505.

Colombia es el principal productor de cocaína en el mundo, para un


mercado que se estima entre 19 y 20 millones de usuarios506.
Aproximadamente 250 mil hectáreas, distribuidas entre tres países andinos
(Colombia, Bolivia y Perú), se encargan de proveerla. Y en 2020, solo en
Colombia, 160 mil hectáreas eran apenas la quinta parte de las áreas de
café507.

Las economías de la cocaína y la marihuana se desenvuelven en


contextos de ilegalidad y violencia, pero en ellas también hay espacios de
seguridad. Hay grupos que detentan el poder de ejercerlas, como los
traficantes, quienes lavan el dinero y comercializan los insumos, entre los
cuales hay 33 sustancias químicas reguladas y legales508.

Por otro lado, el narcotráfico en Colombia se caracteriza por la


intensidad de su violencia contra los más vulnerables, por lo que afecta de
manera diferenciada a campesinas y campesinos; pueblos étnicos; mujeres
y jóvenes vinculados al cultivo, a las estructuras de microtráfico, y a los
usuarios de drogas509. La creación de grupos de seguridad y ejércitos
privados patrocinados por narcotraficantes, así como la instalación de
reglas sobre precios, compradores, pagos, impuestos e insumos
determinados y controlados por actores armados ha tenido influencia cada
vez mayor en el conflicto armado interno. La financiación de grupos
armados, el involucramiento de sectores del Estado, de la economía y de la
política, el desarrollo del paramilitarismo y el financiamiento e
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involucramiento de grupos guerrilleros es parte de la explicación sobre la
persistencia y agravamiento del conflicto en diferentes épocas hasta la
actualidad.

También lo es la impunidad y la corrupción, puesto que los mecanismos


para frenar el negocio desde los órganos de la ejercer justicia, no han sido
del todo efectivos. Por su parte, la extensión durante décadas de la figura
de la extradición de narcotraficantes, que empezó en un contexto de
ataques a la justicia a finales de los años ochenta, se fue haciendo cada vez
más automática y limitó la capacidad de investigar el fenómeno en
Colombia, así como de utilizar esas rentas para la reparación a las víctimas,
lo que le dio cada vez más importancia al papel de los EE. UU.

Un trabajador del sector judicial afiliado a Asonal en el Valle del Cauca


le describió a la Comisión la avanzada violenta del narcotráfico sobre la
justicia en la década del ochenta. Mientras los jueces exigían al Estado una
protección que nunca llegó, la acción decidida contra el narcotráfico detonó
las «amenazas reiterativas, la mortandad de compañeros; es que fueron
muchos los compañeros que mataron en esa época». Era una pelea solitaria:
«No contaban con el respaldo de nadie, de absolutamente nadie. Me refiero
a nivel institucional alto». El testimoniante también señaló que de manera
paralela hubo varios magistrados del Tribunal de Cali que participaron en
fiestas organizadas por los hermanos Rodríguez Orejuela510.

En Colombia, el blanqueo de capitales en el sistema financiero, la


compra de tierras o la contratación de obras públicas se ha dado a través
de diferentes formas de financiamiento con la política, como lo mostró el
caso del Bloque Centauros en los Llanos Orientales511. Sin embargo, la
Superintendencia Financiera de Colombia en los últimos veinte años ha
abierto apenas 82 casos (3,7 % del total de investigaciones) como categoría
«Lavado de activos - SIPLA - SARLAF - Financiación del Terrorismo e
incumplimiento de normas para prevención de actividades delictivas»512.

Instituciones como la Unidad de Investigación de Activos Financieros


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(UIAF) señalan que una parte del blanqueo de capitales se da utilizando
legalizaciones a través de notarías513,de sectores como el de la minería de
oro, el financiero y el inmobiliario. En el sector notarial los mecanismos
fueron, principalmente, escriturar inmuebles a terceros (testaferrato) y la
reiterada compraventa de inmuebles por la misma persona, entre otros514.
En cuanto al sector inmobiliario, este también es vulnerable a la entrada de
flujos ilegales mediante la creación de fachadas, el uso de testaferros y la
venta de bienes inmuebles en efectivo o de empresas inmobiliarias que
presentan un incremento patrimonial injustificado515. La compra de tierras,
asociada al despojo y desplazamiento forzado por el conflicto armado,
también ha sido otra forma de blanquear capitales por el narcotráfico y
asegurar rutas para su desarrollo y exportación. Un ejemplo es el de
Víctor Carranza, quien adquirió hatos en los Llanos Orientales que
fueron legalizados por la adjudicación del Incoder516, lo que significó la
expansión del paramilitarismo en esa región.

En la revisión de 104 casos estructurados y archivados por la UIAF


sobre narcotráfico conectados con los carteles, las Autodefensas Unidas de
Colombia, el Cartel del Norte del Valle, las FARC-EP, el EPL y el ELN, se
encontró que en todos hay una referencia a entramados con empresas
comerciales o de transporte, bienes raíces o contratación pública. Por
ejemplo, se abrió un caso de investigación de 25 empresas en Colombia,
España y Países Bajos, y el de 179 predios de una constructora en Tumaco,
Nariño, ambos con nexos con el narcotráfico en 2010 y 2017517. Las
empresas petroleras y asociadas a esta economía como transportistas
también tienen una implicación particular. Por lo menos cuatro casos que
investigó la UIAF se refieren a empresas que utilizaron el sector petrolero
para lavar dinero en conexión con paraísos fiscales y narcotraficantes518, y
dos casos se referían a blanqueo de fondos relacionados con despojo de
tierras519.

También la financiación de campañas electorales, la corrupción o el


control de la política se han convertido en Colombia en mecanismos tanto 8
para lavar dinero como para detentar una forma clientelista y mafiosa de
poder, en desmedro de la democracia y controlando el funcionamiento del
Estado en diferentes niveles: local, regional o nacional.

1.2. Narcotráfico, poder político y modelo de Estado

La investigación de la Comisión de la Verdad muestra que el narcotráfico


ha estado imbricado con la economía de Colombia y el poder político desde
los años sesenta537. En los setenta, el narcotráfico alcanzó dimensiones
internacionales y relaciones con algunas élites de la economía formal que
aprovecharon infraestructuras, contactos y redes existentes (tales élites,
además, crearon nuevas infraestructuras, como pistas para aviones que
transportaban la droga y se hicieron al control de los puertos marítimos,
buscando las rutas hacia los Estados Unidos principalmente538). De este
modo se dio una adaptación al tipo de negocio que suponía la droga
ilegalizada, ya fuera con la incorporación de las élites económicas al
negocio

–dedicadas antes, por ejemplo, al banano, el algodón y el café– o en otros


casos se constituyeron nuevas élites a partir de los carteles, los clanes o las
familias locales basadas en negocios ilícitos. En algunas familias de la élite
regional caribeña, la marihuana fue un eslabón clave en su consolidación
estamental539.

La presencia de traficantes internacionales en Colombia se dio


tempranamente; así, se constituyeron redes entre traficantes chilenos,
cubanos y colombianos centradas en Estados Unidos. El general José
Joaquín Matallana, en 1974, denunció en un memorando de la Dirección de
Aduanas Nacionales (DIAN) que había un «cinturón de marihuana» en el
que participaban extranjeros, personas de la Florida y Texas, así como
mafias italianas e israelíes540. La Comisión de la Verdad logró establecer
que Estados Unidos fue el segundo lugar de registro de aeronaves en la
Aerocivil entre 1975 y 1986, especialmente en los estados de Florida,
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California, Kansas y Texas541.Años después, dos informes anuales de la
Procuraduría General de la Nación sobre la interdicción de drogas ilícitas
informaron de un número significativo de capturados estadounidenses por
la policía judicial542. Investigaciones del Congreso de Estados Unidos han
confirmado el uso del transporte marítimo desde inicios de los años
setenta543.

1.2.1. La entrada del narcotráfico a la política

La relación de la política con el narcotráfico ha sido motivo de


preocupación y disputas entre partidos políticos. Desde mediados de los
años setenta se adelantaron debates en la prensa y en oficinas del Estado
sobre la infiltración de contrabandistas y traficantes de drogas ilegalizadas
en el Congreso de la República, en la Dirección de Aduanas Nacionales
(DIAN) y en el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) –
promovidos por algunas agencias de los Estados Unidos–544. Desde los años
setenta, varias campañas presidenciales han sido señaladas de estar
financiadas con dineros provenientes de traficantes de drogas ilegalizadas,
lo que ha levantado un manto de ilegitimidad sobre el primer cargo público
de la nación. De este modo, la primera articulación del narcotráfico fue con
el régimen político, antes que con la violencia del conflicto armado.

Si bien el proceso 8.000 puso en evidencia la financiación de la


campaña presidencial de Ernesto Samper (1994-1998) con dineros del
Cartel de Cali, dicho fenómeno, tanto en lo regional como nacional, se
insinuaba en casi todas las campañas y los candidatos se señalaban entre
ellos. Desde 1977, en los cables enviados por su embajada al gobierno de
los Estados Unidos, se informaba de los posibles relacionamientos con
narcotraficantes de campañas presidenciales de periodos anteriores y se
planteaba que la corrupción que estaba en todos los sectores y estamentos
del gobierno era la principal amenaza para «la sobrevivencia de las
instituciones democráticas»545. Sin embargo, en muchos de esos cables es
claro que la preocupación de Estados Unidos estaba relacionada con el
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compromiso de colaboración de Colombia con las agendas de dicho país
(como las políticas de presencia de sus pilotos en operaciones antidrogas,
los programas de desarrollo alternativo, la erradicación con herbicidas y
la extradición546). Mientras tanto, algunos políticos denunciaban que estos
señalamientos eran solo rumores547.

Según los testimonios recogidos por la Comisión, la entrada de dinero


del narcotráfico en las campañas presidenciales fue una de las formas en
que el narcotráfico obtuvo poder y control político. En el periodo de la
configuración de los carteles de Medellín y Cali, el tema central de disputa
política fue la extradición. La Comisión tuvo acceso a documentos del
gobierno estadounidense548 donde representantes y agencias mostraban
serias preocupaciones por el nivel de penetración que podían llegar a tener
estos dineros en las campañas de 1974, ganada por Alfonso López
Michelsen; la de 1978, ganada por Julio César Turbay Ayala; y la de 1982,
donde López Michelsen intentó ser reelegido. Es difícil precisar quién
financió a quién, pero es claro que el sistema político y electoral ha sabido
promover el clientelismo y una creciente corrupción electoral que ha
minado la transparencia democrática –sobre todo a nivel regional– y ha
incentivado la tolerancia frente a la circulación de recursos de dudosa
transparencia como base del ejercicio político549.

Los señalamientos por el involucramiento del narcotráfico en la política


han salido de los propios narcotraficantes. En julio de 1984, el expresidente
Alfonso López Michelsen (1974- 1978) se entrevistó con narcotraficantes
en Panamá, donde dijo que ellos «[c]onfirmaron rumores que circulan
acerca de cheques que comprometían a funcionarios públicos, recibidos
durante la pasada campaña presidencial»550. La Comisión de la Verdad
entrevistó a conocidos narcotraficantes del Cartel de Cali, que confirmaron
una frecuente relación y apoyo económico a diferentes políticos,
particularmente miembros del Congreso, Senadores y Representantes de
quienes entregaron a la Comisión los nombres.

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Frente a estas denuncias, el Estado colombiano no ha establecido una
estrategia de control contundente de capitales en las campañas políticas.
Por el contrario, en la década del noventa, el despliegue del narcotráfico y
el paramilitarismo detonó en dos procesos fundamentales que terminaron
de quebrar la legitimidad del régimen político e inauguraron una nueva
etapa donde el clientelismo y la corrupción aumentaron. El primero fue el
proceso 8000: en él, la Comisión de Acusaciones de la Cámara de
Representantes, aduciendo falta de pruebas, sobre la responsabilidad del
presidente Samper en la infiltración, ciertamente comprobada de dineros
del Cartel de Cali en su campaña551, ordenó el archivo del proceso que se
adelantaba contra el presidente Samper por infiltración de dineros del
narcotráfico en su campaña. El proceso deterioró las relaciones de
Colombia con Estados Unidos, situación que puso en juego la estabilidad
institucional del país. En este periodo, a pesar de que el Cartel de Cali se
desmanteló, floreció con fuerza el Cartel del Norte del Valle552.

El segundo proceso ocurrió en la historia política más reciente. El


excomandante paramilitar Salvatore Mancuso, en el marco de la ley de
justicia y paz que facilitó el proceso de desmovilización de paramilitares en
Colombia, reveló que en 2005 el 35 % del Congreso había sido elegido
gracias al paramilitarismo, dado que ese porcentaje correspondía a
representantes de zonas de influencia paramilitar donde los dineros del
narcotráfico habían sido fundamentales para las campañas553.

El escándalo de la parapolítica evidenció que el dinero que financió la


política regional y nacional también coadyuvó al agravamiento de la guerra
y a la corrupción del régimen político colombiano554. Se profundizó el daño
a las reglas del juego de la democracia y a las maneras de hacer política,
debido a la distorsión de una competencia transparente y democrática, y a
la captura de instituciones públicas para el beneficio de sus intereses, entre
otras. Por ejemplo, Salvatore Mancuso estableció una red de alianzas con
los actores políticos de Córdoba que contó con la decisión y voluntad de
los mismos, sin ejercer la presión de las armas. En la misma región, como 12
le explicó a la Comisión de la Verdad una excongresista acusada de tener
nexos con los paramilitares, candidatos al Congreso que no tenían un peso
relevante en la política local, tras la inyección del dinero del narcotráfico y
el apoyo de los ejércitos privados paramilitares, lograron más votación que
los políticos tradicionales, como
«Eleonora [que] salió con 82.000 votos en Córdoba que era una locura. O
sea, para una muchacha que acababa de ser concejal de Tierralta con 400
votos»555.

El principal investigador de la parapolítica le relató a la Comisión que


una de las pistas que develó la infiltración del narcoparamilitarismo en las
elecciones fue la distribución de las votaciones en los distritos electorales
de una manera tan estricta que causó sospechas: «O sea, esto no puede ser
disciplina electoral, no puede ser que los partidos son tan fuertes y que les
atienden tanto las bases que dicen: “Aquí solo votan por Pedro y al lado
solo votan por Juan”, y la gente cumple. Esto tiene que ver con algo
más»556.

A pesar del escándalo y las investigaciones de la parapolítica, no hubo


una transformación significativa de la cultura o del sistema político del país
que desmontara la relación del narcotráfico y el régimen político,
vinculación que aún pervive557. De estos dos procesos quedaron varios
impactos. Por un lado, con el proceso 8.000 los Estados Unidos utilizaron
la coyuntura para incidir en la agenda antidrogas del país; y, por otro, en el
caso de la parapolítica, emergió una crisis de legitimidad, y aunque 44
congresistas estuvieron en la cárcel, no se ha investigado suficientemente
las redes del sistema político que la hicieron posible, ni los partidos que
fueron influenciados o cooptados.

La Comisión de la Verdad considera que la penetración del narcotráfico


obedece a un entramado de relaciones, coaliciones y vínculos entre
diferentes actores políticos, económicos, armados o militares, que se funda
en el beneficio y la acumulación de capital, pero también en redes
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clientelistas y relaciones familiares. Tales redes y relaciones, aunque son
conocidas de manera informal o se han evidenciado en escándalos
sucesivos558, no han sido investigadas en profundidad ni desmanteladas.

Estos vínculos son rastreables en Magdalena, Tolima, Córdoba,


Cundinamarca, Bolívar, Meta, Boyacá, Sucre, Cesar, Valle del Cauca,
Antioquia, La Guajira, Nariño, Chocó y Santander, lo que evidencia que no
solo las periferias, sino también los centros de poder político, han sido
decisivos en la consolidación del poder del narcotráfico. En algunos casos,
parte de la impunidad y la corrupción se concentraron en el poder del
Congreso, donde se dan los principales debates sobre la agenda antidrogas
y la extradición, que determinan el rumbo de la misma. Lo que ha
permanecido en el régimen político es una estructura constituida bajo las
dinámicas de financiación de campañas, pactos locales y nacionales
irradiados o convergentes en el Congreso, y complicidades explícitas entre
el narcotráfico, la contratación pública y la representación política. La falta
de investigación a profundidad del caso del Parqueadero Padilla, de la
Oficina de Unicentro y de Funpazcor559 son ejemplos de cómo no se
alteraron las estructuras financieras ni de poder del narcoparamilitarismo
en el país560.

La función pública ha sido utilizada por el narcotráfico de dos formas.


Por una parte, para asegurar la impunidad en la logística ilegal de la
operación del narcotráfico, lo que muestra el entramado paramilitar ya
descrito por la Comisión y su influencia en el propio sistema de
investigación judicial en diferentes momentos de las últimas décadas. Y
por otro, para lavar el dinero a través de la contratación pública o de la
compra de tierras (esta compra muchas veces ha estado ligada al despojo de
población campesina víctima del conflicto armado y en tal despojo han
estado involucrados diferentes niveles de organismos e instituciones del
Estado, como algunas notarías561).

Es importante prestar atención a la impunidad junto con la corrupción en


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la reproducción y el escalamiento de las violencias del conflicto armado y
el narcotráfico, dado que no ha habido mecanismos efectivos para ejercer
justicia frente a la violencia que se desató. Como advirtió en su tiempo el
procurador Carlos Jiménez Gómez cuando investigó el grupo Muerte a los
Secuestradores (MAS), «nuestra misión no era escribir un informe, sino
trabajar contra la impunidad»562. La arremetida violenta de la alianza de
políticos y narcotraficantes tuvo un tremendo impacto negativo en la
fortaleza judicial del país.

Una forma usada por el narcotráfico para crear alianzas con la política
ha sido mediante la influencia en el nombramiento de cargos públicos de
especial relevancia. Hay varios ejemplos al respecto. José Miguel
Narváez, exsubdirector del extinto DAS (2001-2005), mantuvo relaciones
estrechas con el jefe paramilitar Carlos Castaño, a quien indujo a asesinar
al humorista Jaime Garzón el 13 de agosto de 1999563. Un exgobernador del
Cauca, elegido para el periodo 2004-2008, se vio involucrado en relaciones
con los narcoparamilitares del Bloque Calima, quienes incidieron en su
elección como gobernador del departamento y en las elecciones a
Congreso, también patrocinadas por el paramilitarismo. Jorge Noguera,
exdirector del DAS (2002-2005), condenado a 25 años de prisión, tuvo
relaciones cercanas con jefes paramilitares de la Costa Caribe como Hernán
Giraldo y alias Jorge 40, a quienes pasaba información confidencial si
había alguna operación en su contra o en contra de los intereses del
narcotráfico (le alertó a Giraldo sobre una investigación que se estaba
llevando en su contra por lavado de activos564).

Aunque estas prácticas se han hecho habituales en diferentes regiones


del país como parte de la política colombiana, numerosos testimonios
presentados a la Comisión muestran un deterioro en la manera como la
población percibe la función pública y el papel del Estado. Por ejemplo, en
algunos pueblos los alcaldes son vistos como funcionarios comprometidos
con el narcotráfico, al ofrecer conciertos y eventos públicos: «con eso
mantiene como empendejado el pueblo mientras convierte el municipio en 15
un berraco lavadero»565. Esta percepción del narcotráfico se mantiene en
muchos lugares, como en Buenaventura, Valle del Cauca, y en
Barranquilla566, Atlántico, donde una buena parte de la ciudadanía
considera que la política está orgánicamente relacionada con el
narcotráfico567.

En los casos de la UIAF se relacionan solamente cuatro investigaciones


sobre lavado de activos y narcotráfico sobre políticos y funcionarios
públicos entre 2015 y 2020568. Esta influencia del narcotráfico en la
política, sea directa o indirecta, y las formas de legalizar los dineros del
narcotráfico a través de las contrataciones públicas, no solo han
profundizado la corrupción estructural, sino que han obstaculizado la
posibilidad de una apertura democrática. Así, las élites colombianas han
tenido un doble discurso frente al narcotráfico con la «guerra contra las
drogas», focalizándose en las guerrillas y el campesinado cocalero,
mientras mantienen relaciones con los traficantes de cocaína. El modelo de
acumulación de capitales a partir de la cocaína ha sido amplio en el país y,
en algunos casos, tan frecuente y profundo, que se ha convertido en un
atentado a la democracia y a la independencia de las instituciones.

La sospecha que cunde sobre la política colombiana ha dado pie a la


preeminencia de las agendas de los Estados Unidos, que se han impuesto o
negociado con facilidad. La relación de la política con el narcotráfico ha
sido motivo de preocupación y disputas entre actores políticos nacionales e
internacionales. La Comisión encontró que si bien el tema de la corrupción
del narcotráfico en la política fue un tema ético que afectó la legitimidad de
la autoridad estatal, también fue utilizado para negociar agendas por parte
de Estados Unidos. Mientras este país construía un discurso sobre el
«flagelo del narcotráfico» que propiciaba un aparente consenso nacional,
aumentaba la presencia de la DEA en Colombia y se reconfiguraba el
Estado en función de la «lucha contra las drogas. Los Estados Unidos
lograron alinear al gobierno colombiano en temas claves como
militarización de regiones, empezando por la Campaña de La Guajira en 16
1978569. La Comisión de la Verdad encontró que en medio de estas
conversaciones hubo un pico de transferencia de apoyos presupuestales de
los Estados Unidos a Colombia a finales de los setenta, cuando se instauró
el Estatuto de Seguridad (1978-1982)570.

6.3.3. Relación de la fuerza pública con el narcotráfico

Un último elemento para analizar la penetración del narcotráfico en las


instituciones del Estado tiene que ver con las fracturas ocurridas al interior
de las Fuerzas Armadas por el involucramiento de algunos de sus
miembros en ese negocio ilegal". Testimonios tomados por la Comisión
relatan cómo algunos grupos del Ejército, la Policía, Fuerza Aérea, Armada
y DAS se enriquecieron con el narcotráfico579 y permitieron el movimiento
de insumos químicos. A finales de los ochenta y la década de los noventa,
uno de los lugares más disputados por los militares o policías para ser
trasladados fue el aeropuerto de Medellín. Un teniente coronel de la Policía
Nacional, retirado, le relató a la Comisión lo que significaba para los
policías trabajar en los aeropuertos y por qué eran lugares tan apetecidos:

«Cuando estaba en la Dijin nos mandaban en comisión de tres meses al


aeropuerto; yo nunca fui a esa comisión. Pero entre los policías de la Dijin
todo el mundo quería ir al aeropuerto… ¿por qué se iba a esos tres meses
en el aeropuerto? Porque por allí había la salida del narcotráfico, entonces
el policía fácilmente podía llegar y manipular y obtener información de los
narcotraficantes y le pagaban. Entonces todo el mundo iba al aeropuerto a
ese servicio, porque sabía que en esos tres meses podía… en términos
policiales, la cultura en ese momento era: “se le puede aparecer la Virgen”.
¿Y qué era ese “se le puede aparecer la Virgen”? O sea: “se le apareció el
dinero»580.

En cuanto a las instituciones encargadas de la seguridad, tanto la Policía


como el Ejército han cumplido en distintos momentos con tareas en la
lucha contra las drogas. Mientras en los años ochenta la desconfianza en el
17
Ejército llevó a que se concentrara la capacidad y el apoyo en la Policía, a
finales de los noventa el Ejército se involucró directamente en la lucha
contra el narcotráfico a partir de la consideración de las FARC-EP como un
grupo «narcoterrorista», lo que permitió que se utilizaran fondos de la
lucha contra las drogas para la lucha contrainsurgente. No obstante,
también hubo un involucramiento mayor de algunos mandos del Ejército
con el narcotráfico.

Esto se experimentó en cuatro momentos a lo largo del conflicto armado


y estuvo influido por el quiebre de los roles de la Policía y las Fuerzas
Militares en las tareas de cada institución en lo relacionado con el orden
público y la persecución al narcotráfico. Desde los años setenta y ochenta
hubo una articulación entre narcotraficantes y miembros de la Policía;
incluso hubo transfuguismo desde las Fuerzas Armadas hacia los ejércitos
privados del narcotráfico. El gobierno de Estados Unidos sospechó de lo
que estaba ocurriendo. Esta alianza se profundizó con la formación de
carteles como el del norte del Valle581; la consolidación del grupo Muerte a
Secuestradores (MAS),en el que participaron 59 miembros del servicio
activo de las fuerzas militares582; o en el modelo paramilitar del Magdalena
Medio, donde hubo un cruce entre esmeralderos y narcotraficantes. El
intercambio de conocimientos sobre la violencia empezó un camino de ida
y de venida entre los grupos de seguridad de los narcotraficantes y la fuerza
pública para favorecer los intereses privados de unos y de
contrainsurgencia de los otros.

A finales de los años ochenta se adelantó una campaña de terror del


Cartel de Medellín contra el Estado, en la que murieron cientos de policías
y hubo atentados masivos con carros bomba, a la vez que los carteles se
fracturaron. Una parte del Cartel de Medellín, junto al de Cali, se alió
contra Pablo Escobar; en tal alianza participaron agentes de la DEA e
instituciones del gobierno colombiano como el Bloque de Búsqueda de la
Policía. De esas alianzas surgió una red autodenominada los Pepes
(Perseguidos por Pablo Escobar), en la que participaron Fidel y Carlos 18
Castaño, exmiembros del Cartel de Medellín.

De esta forma, el narcotráfico trató de influir y consolidarse en el poder


político y, además, estrechar alianzas con miembros de la fuerza pública.
En la rendición de testimonio ante la justicia de los Estados Unidos del
narcotraficante Luis Hernando Gómez Bustamante, alias Rasguño, se
afirmó que el «80 % de los comandantes que habían llegado al Valle del
Cauca y el 80 % de los comandantes de la Policía Nacional estuvieron al
servicio del narcotráfico». Lo mismo ocurrió, según el testimonio, con el
DAS: «también vinculado al narcotráfico»583.

El testimonio de un mayor retirado del Ejército que ofició como


lugarteniente de alias Don Diego, capo del Cartel del Norte del Valle, y que
fungió como jefe de la banda Los Machos, afirmó que, tras los ataques
contra cuarteles militares cometidos por las FARC-EP –como el de La
Carpa, El Billar y Patascoy–, los narcotraficantes decidieron afianzar sus
vínculos con los paramilitares en los Llanos. Esto también ocurrió a raíz de
la presión del gobierno por tener resultados y de su sistema de
recompensas. Un exmilitar se refirió a las misiones antinarcóticos en el
Putumayo a principios de la década del dos mil:

«No, es que los gringos necesitan el muerto ahí, el filo de coca en el


bolsillo, a diez pasos la cocina y a cincuenta metros el laboratorio para
justificar que las FARC no se estaban viendo beneficiados del gramaje,
sino que las FARC eran narcoterroristas, tenían todo el complejo y toda
la cadena de sembrado, procesamiento y exportación de la hoja de coca,
para justificar los dineros que estaban entrando del Plan Colombia»584.

La participación de sectores del Ejército en el narcotráfico también se


hizo evidente en el caso de la masacre de Jamundí en 2006. El investigador
de ese caso, un exfuncionario del CTI que se encuentra en el exilio,
investigó lo que parecía un enfrentamiento fortuito con
«fuego amigo» por parte de una patrulla del Ejército, supuestamente por
haber confundido a policías con narcotraficantes, cuando en realidad se
19
trató de un «falso positivo». Su investigación le costó amenazas, el traslado
a otros lugares de forma forzada, se le privó de su protección y, tras sufrir
un atentado, tuvo que salir del país585. Así, en diferentes momentos ha
habido fracturas críticas en instituciones de seguridad del Estado e incluso
durante el trabajo de la Comisión ha habido generales del Ejército
denunciados por tener alianzas con grupos armados y narcotraficantes586.

Los grupos narcotraficantes se han adaptado históricamente a diferentes


situaciones y han hecho diversas alianzas; así, han entablado relaciones con
todos los actores que les han permitido la venta de la cocaína, lo que
también incluye personal militar de alto rango. Como le confirmó a la
Comisión un excoronel del ejército que operó en el Cauca, los traficantes
de cocaína les pagaban a los militares para que les permitieran pasar
cemento y combustibles. El excoronel también se refirió a la importancia
estratégica de los ríos del Pacífico, las carreteras terciarias y la cordillera
Occidental para la producción y el tráfico de cocaína, y a cómo hubo
militares y políticos que coludieron en la región para controlarla y
enriquecerse:
«y ahora los políticos del Cauca entienden su sistema del Cauca y ellos,
pues, básicamente hicieron, están haciendo, lo que hicieron los políticos de
los Montes de María» 587.

Además de algunos altos mandos, otros sectores del Ejército se han


involucrado con grupos de narcotráfico; así lo declaró un indígena de
Nariño:

«[...] por abajo hay un grupo de tal batallón que está apoyando a tal
grupo, el de batallón de acá apoyando este grupo y no sé si los coroneles lo
sabrán o no, pero eso es lo que sigue en los territorios, se tiran diez, quince
hombres, veinte hombres del Ejército junto con los grupos a darse plomo
con los de allá y de allá también vienen los mismos quince, diez, veinte a
darse plomo entre ellos mismos»588.

1.3. El narcotráfico como actor contrainsurgente


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En los orígenes del narcotráfico hay una violencia propia de la actividad
ilegal que se relaciona con la protección del negocio y del mercado frente a
potenciales competidores y ajustes de cuenta, pero que no se relacionada
con el conflicto armado. Desde finales de los años setenta y principios de
los ochenta, los narcotraficantes devienen en ejércitos con poder territorial.
En la dinámica del conflicto armado, esta mutación de actor narcotraficante
a ejército narcoparamilitar explica la extensión de la guerra, su degradación
y el impacto del terror en el conflicto.

El paramilitarismo como grupo armado nació como una suma de


ejércitos del narcotráfico articulados con sectores de la fuerza pública, a
partir del momento de la creación del MAS en 1981 y 1982. Muchas
investigaciones sobre estos vínculos quedaron impunes616.Entre 1985 y
1993 se experimentó la transición del MAS a los Pepes (Perseguidos por
Pablo Escobar) con impactos en el conflicto armado. El liderazgo de los
Pepes fue asumido por Fidel Castaño Gil, en compañía de su hermano
Carlos, a quien Estados Unidos, como se expresa en el siguiente cable de la
Embajada, reconocía como un narcotraficante, anticomunista y paramilitar:

A estas alturas, Fidel Castaño, después de haber derrotado ya al EPL,


tiene 2.000 paramilitares trabajando para él en las regiones de Córdoba y
Urabá. Diciendo «ya basta», volvió su mirada contra Pablo Escobar, su ex
narco-asociado, y se convirtió en el líder militar de Los Pepes, los
Perseguidos por Pablo Escobar (el hermano menor Carlos, ahora jefe de
las ACCU, se desempeñó como jefe de inteligencia de los Pepes). Todos
trabajaban con los Pepes dijeron los tres a Poloff: las autodefensas, la
Policía, el Ejército, la DEA, dos mercenarios reclutados a través de la
revista “Soldado de la fortuna”, todos. Fidel Castaño volvió en su contra
las reglas de Escobar, declarando una moratoria en la asistencia a Escobar:
«Cualquiera que pague impuestos a Escobar, yo lo mato». Con la ayuda
de la Policía, Fidel acabó con todos los narcos relacionados con Escobar
en Montería y Córdoba617.
La relación del gobierno colombiano y los paramilitares liderados por Fidel
Castaño Gil empezó a depender de su rol contrainsurgente. Posteriormente,
esas alianzas se dieron con las Cooperativas de Seguridad Privada
(Convivir)618 que permitieron, de nuevo, la legalización de grupos armados
civiles en el territorio colombiano, dado que varios integrantes de Los
21
Pepes-ACCU y de quienes integrarían posteriormente las AUC tuvieron su
Convivir particular619.

Según investigaciones previas y el testimonio de algunos protagonistas,


las alianzas de Los Pepes para acabar con Pablo Escobar se hicieron entre
el Estado y un sector de los traficantes de drogas, tanto con una fracción
del Cartel de Medellín como con el Cartel de Cali y agencias de
inteligencia como la DEA, el FBI, los Navy Seals; además, Los Pepes
contaban con protección del DAS620. Los Pepes asesinaron a sicarios,
abogados, antiguos empleados y trabajadores de Pablo Escobar621. Escobar
denunció la alianza que el Estado colombiano había hecho con Fidel
Castaño en el asesinato de militantes de la UP y en masacres en la región
de Urabá.

Después del asesinato de Escobar, en seis meses se capturó y extraditó a


parte del Cartel de Cali, principalmente a sus jefes (Miguel y Gilberto
Rodríguez Orejuela). Su lugar fue ocupado por el otro actor que determinó
el rumbo del conflicto armado: el Cartel del Norte del Valle, a partir de la
articulación de este con el grupo de narcotraficantes de los hermanos
Castaño y con las redes políticas y militares que se constituyeron a su
alrededor. La CIA investigó en 1993 el grado de implicación del cartel de
Cali en las entidades del Estado, en la fuerza pública y con las otras
agencias, pero estos archivos aún no han sido desclasificados622.

El proyecto paramilitar se consolidó con las AUC en 1997, que llegó al


acuerdo de Santa Fe de Ralito en 2003 como parte de la negociación del
expresidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010). El texto concreto del
acuerdo concreto y la negociación que buscó su desmovilización se
desconocen. Tras el acuerdo, los jefes de este proyecto se dividieron entre
quienes querían el fortalecimiento de su proyecto político y quienes se
decantaron por mantener el control de las economías de la cocaína, lo cual
se resolvió a favor de esta segunda visión, lo que derivó en traiciones y
asesinatos entre la cúpula de la organización623.
22
Entre 1998 y 2003, el objetivo de las AUC fue convertirse en un actor
político mediante la guerra contrainsurgente, pero dicho intento fracasó por
esta victoria interna del sector narcotraficante y porque, al menos en parte,
se reveló el escándalo de la parapolítica en 2006. El gobierno de Álvaro
Uribe Vélez que dio prioridad fundamental a la lucha de las Fuerzas
Armadas contra las FARC, capitalizó en Ralito, la lucha contrainsurgente
de los paramilitares narcotraficantes que actuaron con el apoyo de militares
y políticos. Los paramilitares se sometieron primero a Justicia y Paz y
luego varios de ellos fueron extraditados.

El narcotráfico ha sido, entonces, una bisagra entre el crimen y el poder,


un actor comodín que ha actuado bajo distintas lógicas. Su rol va desde la
formación de grupos que tenían tareas de cuenta de cobros y roles
justicieros y de seguridad, por medio inicialmente de combos y pandillas,
hasta nuevos escenarios que tuvieron como base grupos de delincuencia
común que posteriormente van a seguir alimentando a los ejércitos
paramilitares, como lo que ocurrió con el llamado “Departamento de
Seguridad y Control” que devino posteriormente en la Oficina de
Envigado. Una de sus cabezas, Diego Murillo Bejarano, alias Don Berna,
es un ejemplo de cómo los actores del crimen, el narcotráfico y la política
tienen un papel en el conflicto armado.

Un síntoma de persistencia y degradación de la guerra es la forma en


que los procesos de desmovilización y reincorporación de estos grupos han
concluido. La intersección entre crimen, narcotráfico y política ha
derivado en grupos que van más allá de la concepción clásica de
«carteles»; ahora se trata de grupos híbridos, algunos con sus
características propias (como La Cordillera o el Clan del Golfo).

La búsqueda de representación política a nivel nacional por parte de los


narcotraficantes es uno de los factores de persistencia que ha causado el
cruce del narcotráfico con el conflicto armado. La parapolítica fue una
expresión de ello y, hasta la actualidad, algunos casos relacionados con ella
23
aparecen frecuentemente ligados a escándalos que muestran un profundo
enraizamiento en el país, la política y la economía. Sin embargo, en el
periodo posdesmovilización, esto ha cambiado. Estos grupos híbridos han
desembocado en formas de gobernanzas político-territoriales como el Clan
del Golfo, y se han convertido a nivel regional en un actor central del poder
político y económico,624 en la definición de candidaturas locales,
financiación de campañas y acuerdos con gobernantes para captura de
rentas a través de la contratación pública.

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