Está en la página 1de 5

Materia Criminología y Elementos de Criminología

Clase 14

“El 27 de diciembre de 1939, en Philadelphia, el Profesor Edwin H. Sutherland -Presidente de la


American Sociological Association-, pronunció la conferencia inaugural de la asociación. Leyó
allí un trabajo escrito para la ocasión, que comenzaba diciendo:

“Este artículo trata del delito en su relación con el mundo de los negocios. Los
economistas suelen estar muy familiarizados con los métodos utilizados en el ámbito de
los negocios, pero no están acostumbrados a considerarlos desde el punto de vista del
delito. Muchos sociólogos, por su parte, están familiarizados con el mundo del delito, pero
no están habituados a considerarlo como una de las manifestaciones de los negocios.
Esta conferencia intenta integrar ambas dimensiones del conocimiento o, para decirlo de
forma más exacta, intenta establecer una comparación entre el delito de la clase alta –
delito de cuello blanco- compuesta por personas respetables, o en último término
respetadas, hombres de negocios y profesionales, y los delitos de la clase baja compuesta
por personas de bajo status socioeconómico”. (Edwin H. Sutherland, “Delincuencia de
cuello blanco” en “Ladrones Profesionales” Ediciones La Piqueta, Madrid, 1993, 219).

Sutherland había terminado su formación en la Universidad de Chicago, a la cual se integró en


1906. Nació en 1883, en Nebraska, en una familia de tradición baptista. En sus inicios se vinculó
con Thorstein Veblen, autor de “Teoría de la clase ociosa”, obra en la cual se lee:

“El tipo ideal de hombre adinerado se asemeja al tipo ideal de delincuente por su
utilización sin escrúpulos de cosas y de personas para sus propios fines, y por su
desprecio duro de los sentimientos y deseos de los demás, y carencia de preocupaciones
por los efectos remotos de sus actos; pero se diferencia de él porque posee un sentido
más agudo del status y porque trabaja de modo más consistente en la persecución de un
fin más remoto, contemplado en virtud de una visión de mayor alcance” (T. Veblen,
“Teoría de la clase ociosa”, F.C.E. México, 1944, 234; citado por Fernando Alvarez-Uria
en el Prólogo a Edwin H. Sutherland, “El delito de cuello blanco”, Madrid, La Piqueta,
1999).
Más allá de las críticas a los hombres adinerados, él trabajaba sobre la contraposición entre sectores
especulativos y productivos de la sociedad.
En la misma línea, Sutherland desarrolló una investigación sobre los vínculos entre el crimen y el poder
social y económico. ¿Cómo? Nótese: “el crimen como una manifestación de los negocios” o los “…métodos
utilizados en el ámbito de los negocios…desde el punto de vista del delito…”. Su material estaba
constituido por un conjunto de hechos, en su mayoría atípicos en un sentido penal, porque:
"...este tipo de infracciones no susci-tan la inter-ven-ción de los tribunales pena-les, no dan lugar
a arres-tos por policías uniforma-dos, ni provo-can penas de pri-sión, y las violaciones de la ley,
que en general son someti-das a comisiones admi-nis-trati-vas, tribu-nales civiles o de e-quidad,
no son in-cluidas en las estadísticas co-rrien-tes de hechos crimina-les". (Sut-herland, Edwin H,
"El delito de cuello blanco", Universidad Central de Vene-zue-la, Caracas, 1969, 13).

Esta investigación sobre la crimina-lidad y las conductas irregulares en la clase alta trascendió,
porque incorporó una perspectiva diversa, que cubría dos flancos.

En primer lugar, analizaba ese tipo especial de fenómenos: “un delito cometido por una persona
de respetabili-dad y status social alto en el curso de su ocupa-ción." (Sut-her-land, op. cit., 13).
Nótese que no es un delito cualquiera que se le imputa a una persona de condición social
elevada, sino sólo aquel que esta persona comete en y para el ejercicio de su actividad
profesional. No es lo mismo un delincuente profesional que un profesional que delinque y cuyos
delitos son etapas necesarias en el ejercicio profesional. En este último caso no se elige el delito
como profesión, sino que se lo comete en y para el ejercicio profesional. Obsérvese que si a
estas contraposiciones se les agrega la habitualidad y la generalización social de la actitud, se
vuelven difusas y surge un cuadro con proyecciones inquietantes. Pero se trataba de la sociedad
de Chicago de los años 30, que ya venía estimulando estudios alrededor del tema del desorden
social. La insistencia en tratar estas cuestiones en medios académicos da cuenta de la
preocupación por la tensión entre ciertas formas de ser capitalista y la ley.

Pero en segundo lugar y lo más importante, la investigación introducía una novedad


epistemológica, porque su punto de vista cuestionaba los intentos por formular una teoría sobre
la criminalidad fundada en el paradigma etiológico. Desconfiaba del intento por buscar una causa
unitaria al crimen. Conviene recordar la fuerte presencia de la saga del positivismo criminológico,
que seguía pretendiendo encontrar causas únicas y naturales en las motivaciones que llevan a
las personas a violar las leyes. Pero hay una objeción muy fuerte para estos puntos de vista: ¿si
las leyes son artificiales, cómo podría haber causas naturales en su violación?
El punto de partida de Sutherland era simple: tal y como se estudiaba y medía la conducta
criminal, las estadísticas daban cuenta del protagonismo de la clase baja, y la participación
insignificante de la clase alta. Y observaba que estos datos no se compadecían con la realidad,
sino que obedecían al sesgo particular de las muestras utilizadas, que no incluían amplias áreas
de comportamiento delictivo de personas no pertenecientes a la clase baja. La crítica era
elemental y cierta; simplemente tenía en cuenta que si se estudia el crimen desde la realidad
carcelaria, expresada por los procesados, detenidos o condenados, en realidad no se está
estudiando el crimen, sino los presos -efectivos o posibles-. Y es sabido que los delincuentes no
son exclusivamente los presos o bajo proceso, sino que estos sólo son sólo una parte del amplio
abanico de los sujetos que delinquen.

Este sesgo favorece la instalación de un prejuicio social que supone que la peligrosidad reside
en las clases sociales que nutren la población carcelaria. Dicho más directamente: si los
criminales son los presos y si los presos son mayoritariamente pobres, de allí se deriva que sólo
los pobres pueden ser criminales y, por lo tanto, que los elementos que conforman la peligrosidad
están en la pobreza. En otras palabras: como los criminales son pobres, los futuros delincuentes
estarán entre los pobres, por lo que para prevenir el delito hay que vigilar esa parte de la
sociedad. Así queda construido el conocido triángulo pobreza-criminalidad-peligrosidad social. Y
sobre este esquema causal precario se edifica una profecía autocumplida.

Debe recordarse aquí que la historia del pensamiento criminológico exhibe, uno tras otro, el
desarrollo de los esfuerzos realizados para explicar la desviación (y la consiguiente respuesta
social) a partir de este tipo de justificaciones de base naturalista, algunas veces puestas del lado
de una naturaleza criminal que se localiza en el delincuente, otras desde el ángulo de una
supuesta naturalidad de la defensa social, construyendo paradigmas cada vez más precarios.
En este sentido, el discurso punitivo sería independiente de la política, en la medida en que su
fundamentación proviene de un orden natural. Y los contenidos de la política se consideran
materia opinable, algo que queda por afuera de este funcionamiento naturalizado y autónomo.
Es decir: un delincuente lombrosiano violaría la ley porque en su naturaleza (la famosa foseta
occipital) está la causa, independientemente de la estructura del orden social y del régimen
político, del momento y lugar en el que viva.

Sutherland supo desde el principio que los ricos y poderosos también cometían delitos. Lo que
le preocupaba excedía esta cuestión; se trataba de la entera teoría sobre la conducta delictiva.
El análisis de las conductas ilícitas de los de las grandes corporaciones y los hombres de
negocios hace difusa la distinción entre empresa que delinque y crimen organizado. Cuando una
empresa comete habitualmente delitos, no siempre es fácil diferenciar la empresa (en el sentido
más general de emprendimiento) destinada en exclusiva al delito (lo que se acercaría a nuestra
asociación ilícita del art. 210 del C. Penal), de las otras que en ocasiones más o menos aisladas
cometen transgresiones para reforzar una política de mercado, sin hablar de aquellas otras que,
con objeto societario legal, tienen rasgos de determinación, organización y persistencia delictiva.
Sin ir más lejos, piénsese en los bancos que lavan dinero.

Así Sutherland disipó el enfoque del positivismo y transformó el tema en una cuestión
embarazosa, demasiado cercana a la política como para servir de incentivo a la investigación
científica, de acuerdo con las limitaciones habituales de la academia. Sus conclusiones fueron
simples: la delincuencia de cuello blanco se aprende, al igual que cualquier otro tipo de
delincuencia habitual o sistemática. Y, obviamente, se aprende en asociación directa o indirecta
con quienes la practican. A este proceso de aprendizaje le llamó asociación diferencial y le sirvió
para explicar una posible genealogía del delito en cualquier clase social. Lo expresó con palabras
tremendas:

“Los que se convierten en delincuentes de cuello blanco comienzan sus carreras de


desviación en barrios de buena vecindad y casas acomodadas, adquieren títulos
académicos en universidades de prestigio con una formación un tanto idealista, y entran,
con una pequeña selección de su parte, en situaciones específicas de negocios en las
que la delincuencia es prácticamente la forma más general de actuación y se inician así,
en este sistema de conducta del mismo modo en que lo harían en cualquier otro...” (Edwin
H. Sutherland, “Delincuencia de cuello blanco”, cit, 235).

Incorporados a una empresa, bufet o lo que fuere, los jóvenes son entrenados en las
transgresiones habituales del oficio, las trampas y artimañas. Se les explica cuáles son los
funcionarios a sobornar, cuáles los montos precisos a establecer, las formas de pago más
adecuadas para no dejar rastros, los modos de eludir impuestos, etc. Sutherland llamó asociación
diferencial a este proceso de aprendizaje, al que en forma simétrica le agregó un elemento que
cierra el cuadro explicativo de las orientaciones sociológicas de la escuela de Chicago: la
desorganización social:

“La asociación diferencial culmina en delito porque la comunidad no está organizada


solidariamente contra estas conductas. La ley presiona en una dirección y otras fuerzas
lo hacen en dirección contraria. En el ámbito de los negocios, las “reglas del juego” entran
en conflicto con las normas legales...El Better Bussiness Bureau and Crime Commission,
compuesto por hombres de negocios y profesionales, arremete contra el atraco, el robo y
los timos de poca monta, pero pasa por alto los delitos de sus propios miembros” (Edwin
H. Sutherland, “Delincuencia de cuello blanco”, cit, 235).”1

Material para trabajar el tema:

● Clase 17 del “Manual de Elementos de Criminología”


● Temas tratados previamente en el cuatrimestre, especialmente Escuela de Chicago

1
Extracto y reformulación de clase de José María Simonetti acerca del tema

También podría gustarte