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República Dominicana - MIS LECTURAS 7 - ISBN 9789945112955

De cómo Pantagruel partió


las salchichas por las rodillas

En esto, tanto se aproximaban las salchichas, que Pan-


tagruel las vio bajar del bosque y aproximarse. Mandó,
pues, a Gimnasta como parlamentario para preguntar a
las salchichas, sin ánimo de ofensa, por qué deseaban
guerrear contra sus antiguos amigos, que ningún mal les
habían hecho ni inferido ninguna ofensa.
Adelantóse, pues, Gimnasta hasta las primeras filas, hi-
zo una profunda reverencia y en voz alta gritó:
––A vuestra disposición, señores, estamos, y nada teneis
que hacer sino mandarnos. Venimos de parte de Mardi-
gras, vuestro antiguo confederado.
Cierto es que, según luego me han contado algunos, di-
jo Gradimars y no Mardigras. El hecho fue que un grue-
so salchichón salvaje se adelantó fuera de las filas, y qui-
so asir por el cuello a Gimnasta.
––Por Dios ––declaró Gimnasta––, que si quieres entrar
en mi boca sólo entrarás en rodajas.
Tiró de su espada, la asió con las dos manos y cortó el
salchichón en dos pedazos.
iVoto a Dios que era grueso! Me hizo recordar el corpu-
lento toro de Berna que fue muerto en Marignan cuando
se produjo la derrota de los suizos. No tenía sobre el
vientre menos de cuatro dedos de grasa.

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Viendo partido el salchichón en dos, las salchichas arre-


metieron contra Gimnasta y le derribaron.
Pero ya Pantagruel acudía con sus hombres en socorro del
caído. Inicióse el marcial encuentro. Los coroneles de Pan-
tagruel segaban ––según sus apellidos–– salchichas a
mansalva. Pantagruel las deshacía de un solo golpe.
El hermano Jean permanecía en la torre de madera don-
de se había situado. Pero en esto, surgieron muchos
morcillones que habían tendido una emboscada a Panta-
gruel. El hermano Jean, que los vio, saltó de la torre,
donde había multitud de cocineros con cazos, cucharo-
nes, tenedores, trinchantes, sartenes, almireces, morte-
ros, atizadores y otros utensilios de cocina. Y todos grita-
ban espantosamente:
––¡Nabuzardán, Nabuzardán, Nabuzardán!
Y entre tanto griterío y terror, rompieron las filas de las
salchichas y morcillones.
Las salchichas vieron la llegada de aquel refuerzo y se
dieron endiabladamente a la fuga. El hermano Jean, a
golpe de tripas, abatía a las salchichas por todo el cam-
po, como si fueran moscas. Era calamitoso ver todo el
campo sembrado de salchichas.
Cuéntase que, de no ser por provisión de Dios, los solda-
dos culinarios de Jean hubiesen acabado con toda la ra- Francisco Rabelais
za salchichesca. (francés)
(fragmento)

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