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INSTIUTO TECNOLOGICO DE CIUDAD JUAREZ

TALLER DE ETICA

Dogville.

Docente: Quetzal Elohim Bastarrachea Almodóvar

Alumno: Manuel Adrián Granados Caro


19110407
DOGVILLE:

 ‘Dogville’ sacude al espectador desde el inicio, desde la presentación del pueblo que da título a la película,
revelando un escenario extremadamente minimalista más propio de una obra de teatro. Apenas hay decorado
ni atrezo, los límites de las casas están señalados con líneas blancas, sin paredes, y hay letreros en el suelo
que aportan información sobre las viviendas, dónde se supone que hay un arbusto o un perro. Este inusual
planteamiento de la puesta en escena que irá acompañado del uso de la cámara en mano, con movimientos
libres y a veces caóticos, parece tener el objetivo de distanciar al espectador de la ficción que se está
representando, de hacerle consciente en todo momento de la artificialidad del relato, y obligar a un análisis del
texto, a una reflexión sobre el comportamiento de los personajes (y su traslación al mundo real).

Otra peculiaridad del film es su apariencia de cuento. La agradable voz del narrador presenta la historia, el
lugar y los personajes como si se tratara de un relato infantil sobre gente trabajadora y honrada que en malos
tiempos recibe un regalo prácticamente caído del cielo, hay elementos que se prestan a una lectura religiosa.
Aun así, desde el comienzo se adelanta que todo acabará en tragedia; a lo largo de nueve capítulos (y un
prólogo) abandonaremos un ingenuo y optimista cuento a para adentrarnos en una terrible y devastadora
parábola sobre la naturaleza humana.

Película que acerca el teatro al cine, desechando elementos tan indispensables en este mundillo como los
escenarios (aprovechando esto al máximo, hay escenas imborrables) y los efectos especiales. Otorgando el
papel principal de la función al guión y las actuaciones. Apenas requiere de BSO, que en muchas películas se
utiliza para remarcar el carácter dramático de ciertas escenas cuando los actores por sí solos no son capaces
de plasmarlo. A parte de su contenido, es un homenaje al cine de verdad. Un homenaje al cine sin artificios ni
artimañas. Los aspectos técnicos de esta película necesitarían de un análisis aparte.

En resumen. Una magnífica película que hace pensar.

Yo creo que es una muy buena película -es decir, no esperen de mí que hoy sea objetivo-, plena de
simbolismos, cercana y vibrante pese a la simplicidad de la propuesta estética: no deviene aburrida en ningún
momento y sí es verdad que creo que acerca el teatro al cine: para los que creáis, como Peter Griffin, que no
podéis soportar ir a una función dramática, ahí está esta película, para demostrar que con una buena historia
e interpretaciones, los efectos y las referencias visuales son, en muchos casos, accesorios. Y coincido con
Caviaro en que hay referencias bíblicas: el personaje de Kidman como Jesucristo femenina, quien, más que
ser enviada por su todopoderoso padre, se rebela en un primer momento para darle una oportunidad a la
Humanidad, representada por este pequeño pueblo. Aquí veo una esencia mezclada con los extractos del
Antiguo y del Nuevo Testamentos: la figura que puede salvar, mesiánica, tira al final la toalla y pide a esa
especie de Dios de tradición mosaica que arrase con la vida, animales incluidos: Sodoma, Gomorra y el
Diluvio Univeral parecen evocarse aquí, aunque esta vez, para terminar de un plumazo, no hay familias justas
que merezcan ser salvadas, no están ni Lot ni Noé -quienes cometen incesto según la tradición bíblica tras ser
salvados, algo que no sólo los humaniza sino que parece darle la razón a este director-; es como si Kidman
hubiese ido al desierto y se hubiera dado cuenta de que no existe el Diablo más allá de las personas ni ellas
sin Él: el Demonio vence no por poderoso sino por ser indistinguible del adjetivo humano.

Puede que von Trier haya pintado la paleta de nuestra especie de forma reducida -por el tamaño de la
compañía de actores, no por la simplicidad del atrezzo- y extremista, queriendo huir del alivio o condena que
supone considerar el número de existencias humanas como algo positivo o decididamente condenatorio: al no
poder tener acceso al conocimiento de todos los miembros de nuestra especie, podemos siempre pensar que
hay ejemplos más loables de los que vemos a nuestro alrededor o bien inmolar su imagen precisamente
porque el desconocimiento deviene miedo, prejuicio y desconfianza. El director parece querer soslayar ambas
posibilidades y nos ofrece un ecosistema en el que la injusticia, por el apuntalamiento que de ella hacen gala
los personajes de torna absoluta por feedback positivo, la justicia, y, dado lo esquivo del término -es curioso
cómo nos resulte ponernos de acuerdo en definir la ausencia de injusticia que la presencia de su inversa-,
también la compasión, la empatía, se diluyen por feedback positivo, como si su vida fuera más efímera. En
ello von Trier hace también un buen ejercicio de ritmo. Progresión que, cual Bolero de Ravel, conforma una
espiral que nos separa de forma natural desde la forma de tierno cuento con que se nos presenta la historia
hacia el poético, evangélico final: pasamos del Cantar de los Cantares al Apocalipsis con cadencia de vals.
Vía Dolorosa incluída. Bien bailado, Lars.

Qué pena que al final estemos, creo, todos de acuerdo con el personaje de Kidman cuando toma su decisión.
Aunque en ese momento, inconscientemente, deseemos que la hecatombe se refiera a un reducido
pueblucho, de un puñado de personajes, de gentuza, y no a toda la Humanidad.

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