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Las mujeres prehistóricas también cazaban grandes animales

El hallazgo de una joven con sus armas en los Andes cuestiona la teoría del hombre
cazador

La ilustración muestra a una cazadora andina con su atlatl, un lanzavenablos anterior a la aparición del
arco y la flecha.UNIVERSIDAD DE CALIFORNIA.
MIGUEL ÁNGEL CRIADO
04 NOV 2020 - 16:00 ART

Una chica de entre 17 y 19 años enterrada hace unos 8.000 años junto a sus armas
muestra que la caza de grandes animales no era solo cosa de los hombres
prehistóricos. Tras su hallazgo, sus autores han revisado otro centenar de
enterramientos encontrando que más de un tercio de los cazadores eran en realidad
cazadoras. Estos resultados cuestionan la idea dominante de que en las primeras
comunidades humanas ya había una división del trabajo por género.

En 2018, arqueólogos estadounidenses y peruanos excavaron una serie de


enterramientos a 3.925 metros de altura, en el distrito de Puno, en los Andes
peruanos. En una de las tumbas, junto a un cuerpo mal conservado había una veintena
de piedras labradas. Cuatro de los artefactos eran puntas afiladas, probablemente
usadas en venablos, unas pequeñas lanzas impulsadas por una especie de tubo.
También había cuchillos de pedernal y otros objetos cortantes. Encontraron además
ocre que, aparte de usarlo como pigmento, servía para curar las pieles. Estaban tan
juntas que los científicos creen que iban dentro de un morral. A poca distancia había
restos de tarucas (un venado andino) y vicuñas. Lo más llamativo vino después: del
análisis de los huesos, supusieron que se trataba de una mujer, de una cazadora.

“Primero observamos la estructura ósea del individuo. Como mujeres y hombres


tienen ligeras diferencias óseas, se puede estimar el sexo con unas pocas mediciones.
Esto funciona cuando los restos esqueléticos están bien conservados”, cuenta en un
correo el antropólogo de la Universidad de California Davis y principal autor del
estudio Randy Haas. Pero en el yacimiento de Wilamaya Patjxa, apenas quedaba parte
del cráneo, la dentadura y fragmentos de un fémur y una tibia. Del colágeno extraído
de estos huesos pudieron determinar la fecha de la muerte: hace 8008 años, 16 años
arriba o abajo. Por el desarrollo de la dentadura, creen que tendría entre 17 y 19 años.
Pero pocas pistas sobre el género.

La presencia de una proteína en el esmalte dental permite determinar el sexo de


personas enterradas hace milenios

Confirmaron que era una mujer usando una sofisticada técnica biomolecular
desarrollada el año pasado llamada análisis de la amelogenina, una proteína presente
en el esmalte dental. “Resulta que estas proteínas están ligadas al sexo y, por lo tanto,
es posible estimarlo a partir de ellas con un alto grado de precisión”, explica Haas, cuyo
trabajo acaba de publicar la revista científica Science Advances.

Saber si era un cazador o una cazadora tiene su importancia. La teoría dominante


entre los antropólogos y etnógrafos es que en las antiguas comunidades que
dependían de la caza y la recolección existía una marcada división del trabajo por
género: los hombres cazaban y las mujeres recolectaban. Pero apenas hay pistas de
este reparto de tareas en los yacimientos arqueológicos. La principal prueba es
circunstancial: En los grupos humanos actuales que aún son cazadores y recolectores,
el varón es el cazador en exclusiva.

Partiendo de esta única cazadora, Haas y sus colegas revisaron los estudios de otros
107 enterramientos americanos con restos de 429 individuos datados entre hace
12.700 años y 7.800 años. 27 de los enterrados reposaban junto a sus armas de caza. Y
11 de ellos eran mujeres. Extrapolando, esto significaría que más de un tercio de los
cazadores prehistóricos eran en realidad cazadoras, al menos en América.

“La teoría del hombre, el cazador, no se ve confirmada por los datos arqueológicos,


solo por los etnográficos”, comenta la arqueóloga de la Universidad Binghamton (EE
UU) Kathleen Sterling. “Tradicionalmente, la caza ha sido considerada como más
prestigiosa, exigente y peligrosa que la recolección y estos son rasgos que hemos
asociado de forma estereotípica como actividades de los hombres”, añade esta
investigadora no relacionada con el actual estudio.
El arsenal hallado junto a la cazadora inclye puntas de venablos, cuchillos de pedernal
u ocre, usado para curtir las pieles.UNIVERSIDAD DE CALIFORNIA DAVIS

Esta experta en la tecnología lítica prehistórica recuerda que “la caza mayor, como
renos o bisontes, no dependía ni de la fuerza ni de la habilidad, sino del número: las
formas usadas en el pleistoceno consistían en empujar a los rebaños hacia acantilados,
saltos o trampas, o arrojar lanzas a las manadas que no matarían directamente a los
animales, pero los dejarían heridos, siendo pisoteados o incapaces de seguir el ritmo
de la manada. En aquel tiempo, los humanos vivían en pequeños grupos, por lo que la
mayoría de los jóvenes y adultos serían necesarios en la caza de una forma u otra”.

“En general, como la división del trabajo por género ha sido ampliamente comprobada
entre las sociedades tradicionales, los arqueólogos han supuesto que también era algo
generalizado en el pasado”, dice el antropólogo de la Universidad de Arizona (EE UU)
Steven L. Kuhn, que no ha intervenido en esta investigación. “Por otro lado, mucho de
lo que sabemos sobre esta división del trabajo está basado en la ideología, en lo que la
gente cree que es el ideal”.

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