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¡Oh más dura que mármol a mis quejas Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
y al encendido fuego en que me quemo Tus claros ojos, ¿a quién los volviste?
más helada que nieve, Galatea! ¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Estoy muriendo, y aun la vida temo; Tu quebrantada fe, ¿dó la pusiste?
témola con razón, pues tú me dejas, ¿Cuál es el cuello que como en cadena
que no hay sin ti el vivir para qué sea. de tus hermosos brazos añudaste?
Vergüenza he que me vea No hay corazón que baste,
ninguno en tal estado, aunque fuese de piedra,
de ti desamparado, viendo mi amada hiedra
y de mí mismo yo me corro agora. de mí arrancada, en otro muro asida,
¿Dónde un alma te desdeñas ser señora y mi parra en otro olmo entretejida,
donde siempre moraste, no pudiendo que no s’esté con llanto deshaciendo
della salir un hora? hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
[…] […]
Por ti el silencio de la selva umbrosa, Con mi llorar las piedras enternecen
por ti la esquividad y apartamiento su natural dureza y la quebrantan;
del solitario monte m’agradaba; los árboles parece que s’inclinan;
por ti la verde hierba, el fresco viento, las aves que m’escuchan, cuando cantan,
el blanco lirio y colorada rosa con diferente voz se condolecen
y dulce primavera deseaba. y mi morir cantando m’adevinan;
¡Ay, cuánto m’engañaba! las fieras que reclinan
¡Ay, cuán diferente era su cuerpo fatigado
y cuán d´otra manera dejan el sosegado
lo que en tu falso pecho se escondía! sueño por escuchar mi llanto triste.
Bien claro con su voz me lo decía Tú sola contra mí t’endureciste,
la siniestra corneja, repitiendo los ojos aun siquiera no volviendo
la desventura mía. a los que tú hiciste
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. salir, sin duelo, lágrimas corriendo.