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Como puede deducirse de esto, las tradiciones culturales y religiosas han influido
en la construcción de las representaciones de infancia y crianza. Por ejemplo,
Badinter (1981) retoma los planteamientos de Cicerón y Aristóteles respecto al
derecho exclusivo del padre de decidir y actuar sobre sus hijos y esposa
amparado en una perspectiva de propiedad, aspecto que coincide con los
fundamentos del cristianismo, en los que el hombre por derecho de creación tiene
potestad sobre la mujer y los hijos (Badinter, 1981). Paralelamente, la
devoción a la Virgen María, por ser la madre de Dios, ubicó a la mujer en el papel
de cuidadora y dadora de vida. Sin embargo, no se desplazó la imagen sumisa y
frágil de la mujer con relación al hombre, insertando al niño en la triada padre-
madre-hijo, lo que le permitió a la mujer contribuir con la crianza, principalmente
en lo que al amor y cuidado se refiere (Badinter, 1981).
De esta manera, a lo largo de los siglos xiv, xvii y xviii se gestó una
concepción del niño/a como un ser con alma, con el que eventualmente había una
transacción afectiva —referida al contacto físico— con la madre mediante
[6]Diana Marcela Bedoya-Gallego, Laura Carolina Jiménez Pérez, Maira
Alejandra González-Gaviria, Jhon Anthony Careth Henao, Disney Tatiana Correa
Cano y León Darío Valencia Arboledahttps://doi.org/10.17533/udea.rp.e339553la
alimentación, la enseñanza de la oración y el cuidado de la higiene (Badinter,
1981; Molina, 2006). En lo que respecta al castigo, lo predominante de estos
períodos era la dominación de su voluntad y comportamiento a través de la
amenaza (Jaramillo, 2007; Santiago, 2007).
No obstante, es sólo hasta los siglos xix y xx que la crianza empieza a percibirse
como una forma de guiar y ayudar a los niños a adaptarse a la sociedad, lo que
permitió que los padres fueran más receptivos a las necesidades tanto físicas
como emocionales de sus hijos, introduciendo modificaciones en las prácticas
de crianza y dando lugar, por ejemplo, al diálogo (Jaramillo, 2007; Tissera-
Luna, 2018). Actualmente, la crianza se halla en un marco legal que propende
por amparar y garantizar la protección de los derechos de los niños/as (Izzedin y
Pachajoa, 2009).
Así pues, el proceso de crianza cumple con unos objetivos más o menos
comunes dado que, por un lado, favorece el proceso de desarrollo físico y
psíquico y, por el otro, la capacidad del niño para alcanzar un estado de
felicidad y seguridad de sí mismo y del mundo; siendo estos dos aspectos
fundamentales para que se involucre, cuestione, tome decisiones, reflexione
y haga solicitudes a nivel social (Vindas, 2010). De esta manera, la
crianza, generalmente asociada a la madre, implica para esta una
experiencia de evocación de vivencias previas y comunes, que se
convierten en referente para el cuidado y protección que debe proveer al infante.
A propósito de este cuidado, actualmente se considera que debe caracterizarse
por ser sensible, es decir, ajustado a las señales y comunicaciones del niño/a,
tanto físicas como psicológicas (Carbonell, 2013; Santelices et al., 2015; Torres,
2006)
Ahora bien, los discursos de los padres o de las personas a cargos de los niños y
niñas entran en un trato desigual, heterónomo y de dependencia, donde lo más
importante es la obediencia y la sumisión de los hijos a los padres, entrando en
prácticas de autoritarismo y de derechos bajo amenazas de una formación
tradicional impuesta culturalmente y de generación en generación. (De Zubiría,
2005; Galvis, 2011; Marín y Uribe, 2017).
En resumen, la crianza hace parte de rutinas conductuales o rituales de cuidado
fomentados en el hogar, formando un crecimiento social, psicológico, emocional y
cultural bajo el seno de orientar conductas que involucran prácticas de disciplina
impartida fomentando el desarrollo de los niños y niñas por parte de sus padres o
cuidadores. (Ramírez, 2005; Kirby & Walker, 2010; Aguirre, 2010; Romero, 2015).
Con respecto a la crianza muchos autores también han especificado que en esta,
existen estilos de crianza, los cuales hacen referencia a las creencias y
comportamientos de los niños y de los padres, en donde las prácticas educativas
son determinadas por factores como la edad, sexo, orden de nacimiento y
características de personalidad, donde cada padre implementa sus conocimientos
de crianza. (Murillo, 2015; Romero 2015; Betancourt, González y Vivas, 2015).
Las cuales se dividen en cuatro estilos que son:
Primero, Estilo Autoritario: en este estilo los padres suelen ser rígidos y estrictos,
muestran exagerado interés por el cumplimiento de normas y completa
obediencia, tienden a concentrarse en el comportamiento negativo, su disciplina
es sometida sin dar respuesta a lo que se ha hecho mal pues significaría perder el
respeto. Este estilo parece efectivo ya que ningún niño atemorizado va a negarse
a obedecer o acatar las órdenes y reglas, pero a largo plazo se convierten
vulnerables al estrés, un auto-concepto bajo, escases de la comunicación, etc.
(Murillo, 2015; Marín y Uribe, 2015; Romero, 2015; Betancourt, González y Vivas,
2015).
Tercero, Estilo Permisivo: En este estilo los padres asumen y valoran la libertad y
autonomía de los menores, también se destaca la poca o ninguna restricción
frente a malas conductas y su poca demostración de enojo o molestia por ellas.
No existen normas, ni castigos, ni control y aceptación incondicional, como
consecuencia se tienen niños agresivos, rebeldes e impulsivos y carecen de una
estructura que les guie en su sistema familiar. (Ramírez, 2005; Berger, 2007;
Murillo, 2015; Romero, 2015; Betancourt, González y Vivas, 2015).
Ahora bien, existen diferentes estudios que comprueban que la crianza con
ternura hacen en sus miembros una cercanía y lealtad entre ellos, el apoyo
incondicional y el cuidado mutuo así como la importancia a sentirse amados, esto
hace en lo niños y niñas un factor protector donde se evidencia un menor riesgos
a padecer algún tipo de maltrato, ser fumador, alcoholismo, etc. (Hillis SD, 2010;
Grellert, 2014).
Estilos de crianza A pesar de que los problemas específicos que enfrentan los
padres cambian conforme sus hijos crecen, en todas las edades los padres
pueden elegir que tanto responderán a las necesidades de un hijo, cuanto control
ejercerán y como lo harán. El trabajo de Diana Baumrind considera cuatro tipos
de estilos de crianza: • La paternidad autoritaria. Es un estilo restrictivo y punitivo
en el que el padre exige al hijo seguir sus instrucciones y respetar su trabajo y
esfuerzo. El niño recibe límites y controles firmes, y existe un escaso intercambio
verbal. Este estilo se asocia con niños que muestran un comportamiento
incompetente. Los hijos varones de padres autoritarios pueden llegar a
comportarse de forma agresiva. • Paternidad autoritativa. Este estilo de crianza
alienta a los niños a ser independientes, aunque establecen límites y controles
para sus actos. Este estilo permite un amplio intercambio verbal y los padres son
cálidos y afectuosos con los niños. Este estilo se asocia con niños que muestran
un comportamiento socialmente competente. • Paternidad negligente. Estilo en el
que el padre está muy poco involucrado en la vida del niño. Se asocia con niños
socialmente incompetentes, especialmente con falta de autocontrol. Muchos de
ellos tienen poco autocontrol y no manejan bien la independencia, con frecuencia
experimentan una baja autoestima. • Paternidad indulgente. Estilo en el que los
padres están muy involucrados con sus hijos, pero les imponen pocas demandas
y poco control sobre ellos. Este tipo de padres permiten que sus hijos hagan lo
que quieran. El resultado es que los niños nunca aprenden a controlar su propio
comportamiento y siempre esperan salirse con las suyas. (Santrock, J. 2004:465-
466)