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PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE PSICOLOGIA
Calidad del cuidado de la primera infancia en el
Marco de la Política Pública Distrital de Infancia y Adolescencia:
“Quiéreme bien, Quiéreme hoy”

FECHA: LUNES 24 DE OCTUBRE 2011


LUGAR: AUDITORIO FELIX RESTREPO - PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

La sensibilidad del cuidador y su importancia para promover un cuidado de calidad en la


primera infancia

Olga Alicia Carbonell, Ph.D.

Me parece necesario para entender la calidad del cuidado de la que hoy hablaremos,
remontarse muy brevemente a la historia de la infancia y sus representaciones, así como a las
prácticas de cuidado. Si retomamos al historiador Ariès, (1987) “El niño y la vida familiar en el
antiguo régimen”, nos encontramos que el estatus de infancia no existía tal como la pensamos
hoy, los niños compartían los modos de vestir y las actividades del mundo adulto. No se
diferenciaba al niño del joven ni en el lenguaje ni en la vida cotidiana. Los niños eran criados por
niñeras y enviados a los campos como trabajadores, como sirvientes de otros, para ser educados
por otras familias o en monasterios, en el caso de los nobles. El sentimiento de la infancia era
demasiado frágil debido a que muchos niños morían muy temprano.
Igualmente, si consideramos el interesante trabajo sobre la historia de la infancia de De
Mause (1974) “La evolución de la infancia”, nos encontramos como él mismo dice, no la infancia
novelada, deformada de historiadores y literatos, como biógrafos oficiales, tales como Héroard
médico en la infancia de Luis XIII, sino una infancia desde una historia que “debe desentrañar la
realidad de las condiciones sociales de otras épocas” (p. 3), y no legitimar las prácticas sociales
(datos ocultos, suavizados, deformados). De Mause (1974) nos muestra que el maltrato, el abuso,
el infanticidio, el trabajo infantil y el abandono de los niños no son fenómenos sociales recientes,
que eran una práctica común y aceptada desde la Antigüedad. Así mismo, el castigo corporal
extremo y permanente estaba socialmente legitimado hasta el siglo XVII. A partir de los siglos
XVIII y XIX se empieza a disminuir este tipo de castigo por otras modalidades, tales como el
encerramiento. Son muchas las prácticas de crianza que nos muestran las diversas
representaciones de infancia que se han tenido a lo largo de la historia de la humanidad: criar con
dureza para fortalecimiento (baños en agua helada), tener juegos sexuales los adultos con los
niños, dejar a los niños solos durante largo tiempo, con los consecuentes accidentes, los niños
eran fajados como un método de control social, aterrorizar a los niños con máscaras, historias y
personajes o como en los siglos XVII, XVIII y XIX donde las representaciones de infancia exigían
control de la evacuación, disciplina y sexo.
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Si nos acercamos a la historia de la infancia en Bogotá, Muñoz y Pachón (1991), en su
interesante libro “La niñez en el siglo XX”, nos muestran las representaciones de infancia a partir
de una investigación documental a través de análisis periodístico en Bogotá, en los inicios del
siglo XX. Nos describen la salud de los niños con altas tasas de mortalidad infantil. En 1905 el
50% de la mortalidad era infantil. La actitud frente a la muerte de los niños no era socialmente
importante, pues eran fácilmente reemplazables. Los niños vivían en condiciones de pobreza e
insalubridad, lo cual era una preocupación médica de la época. El bebé era una criatura para
cuidar y controlar e igualmente, el infanticidio, el abandono y maltrato de los niños aparecen
constantemente en los periódicos de la época en Bogotá.
También, relatan estas autoras que existían gran cantidad de accidentes infantiles por
descuido o por dejar a los niños solos, tales como ahogamiento o atropellados por carros. Había
instituciones caritativas que atendían a los niños huérfanos, desamparados y en situación de
pobreza extrema, e igualmente, señalaban que el niño al interior de la familia, no importaba el
estrato socio-económico, debía ser tratado estrictamente, no debían ser tratados ni cariñosa ni
benevolentemente, si se les quería formar bien. La autoridad era distante y patriarcal y al niño no
se le reconocían necesidades propias y personalidad. El niño requería los cuidados maternos
hasta cuando era pequeño, tan pronto entraba a la escuela quedaba enteramente en manos de
los maestros y solo regresaba de vacaciones a su casa. Las clases altas delegaban sus
responsabilidades parentales en manos de nodrizas y sirvientes. La niñez se calificaba de
inocente, pura, inofensiva, verdadera (idealizada), sin embargo, no había coherencia con el trato.
Tal como afirma Casas (1996), respecto a la representación social de infancia, en una
misma cultura y en distintos momentos históricos, la concepción de infancia se va transformando.
Por tanto, cada sociedad define explícita o implícitamente que es infancia. En ese sentido el
concepto de infancia es una construcción social, más que una realidad objetiva y universal
(Casas, 1996). En consecuencia, los adultos se comportan o tratan a los niños y a las niñas de
acuerdo como los o las perciben y con las expectativas que tengan respecto a éstos y éstas. Este
autor nos dice que la infancia es “aquello que la gente dice o considera que es la infancia” (p. 24).
Es decir, la infancia como cualquier otra representación de la realidad, es una imagen
colectivamente compartida, que va evolucionando históricamente. Por tanto, si es una
construcción social compartida de percepciones, creencias y atribuciones que los adultos tenemos
sobre los niños y las niñas, también, es susceptible de sufrir cambios y modificaciones.
No obstante, como señala Casas (1996), las creencias y las representaciones que los
adultos tienen de la infancia en distintos momentos históricos son lógicas y evidentes, porque son
compartidas por la mayoría de la gente de un grupo social, y en ese sentido no son cuestionadas
y se vuelven socialmente invisibles, tal como hemos visto en las distintas concepciones de
infancia y las consecuentes practicas de crianza ya descritas, y que están socialmente legitimadas
y por tanto difíciles de modificar.

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Estas concepciones de infancia que hemos presentado, distan mucho de las modernas
concepciones de infancia de los niños y las niñas sujetos de derechos y como agentes sociales y
políticos, en contraposición a las posturas de los niños beneficiarios de caridad y receptores
pasivos (informe mundial de la infancia – Unicef, 2009), que hoy a través de la Convención de los
Derechos del Niño y de múltiples instituciones gubernamentales y no gubernamentales, se ha
venido propagando en los 193 países firmantes de la convención. No obstante, los informes
mundiales sobre la infancia de UNICEF de los últimos años, muestran que los derechos de
millones de niños y niñas del mundo, de la región Latinoamericana y de Colombia son vulnerados
de manera sistemática.
Hoy se señala que el cumplimiento de los derechos de los niños y las niñas es una
corresponsabilidad del Estado, la familia y la comunidad (Colombia por la primera infancia, 2006),
sin embargo, la transformación de actitudes en relación con la infancia, no es un asunto fácil,
porque gran parte de la población posee concepciones de infancia que son contrarias al niño y a
la niña como sujeto de derechos, y cree y legítima en su discurso y en sus prácticas cotidianas
actitudes autoritarias, centradas desde la perspectiva adulta, que no le concede al niño y la niña
su derecho a la autonomía y a la participación.
Muchas de las prácticas de crianza y cuidado actuales son maltratadoras y negadoras de los
derechos de los niños y las niñas y están atravesadas por discursos, algunos que todavía
escuchamos en ciertos padres o madres, donde los niños son concebidos como “propiedad de los
padres” y por eso pueden hacer con ellos lo que ellos quieran; como ser abusivos y llegar al
maltrato infantil. Este último, que ha existido siempre en múltiples manifestaciones, en la historia
de la humanidad, como ya se mencionaba, se cuestiona públicamente en Estados Unidos en los
inicios de la década de los años sesenta, por parte del pediatra Kempe y sus colaboradores
refiriéndose al “síndrome del niño golpeado” (Casas, 1996). Este síndrome se encontraba
legitimado en el seno de dicha sociedad como algo cotidiano en el mundo privado de la familia y
público de la escuela, por diversas razones sociales, culturales y religiosas, entre otras. No
obstante, la sociedad norteamericana y sus medios de comunicación se encontraban sensibles y
receptivos a la defensa de los derechos civiles de la población en ese momento Esto dio lugar a
empezar a gestar una nueva representación de infancia, que implicó una nueva legislación y
presupuestos para entender y prevenir el maltrato infantil (Casas, 1996).
La forma más vistosa del maltrato infantil, es el maltrato físico, pues implica en la mayoría de
los casos huellas físicas. Sin embargo, existen otras formas como la negligencia o el abandono
físico y psicológico, el abuso sexual, unas más fáciles y otras más difíciles de identificar (Casas,
1996). También, está el maltrato psicológico que es aun más difícil de evaluar, pues no deja huella
visible. Otra modalidad del maltrato que fácilmente pasa desapercibido, es el maltrato institucional,
donde los niños y las niñas, pueden verse maltratados a través de un trato despersonalizado e
impersonal que en ocasiones llega a la negligencia en la prestación de servicios por parte de los
profesionales o de sistemas privados y públicos tales como la salud, donde a los niños no se les

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dan explicaciones, ni se les escucha sus necesidades, no son interlocutores activos, sino
receptivos (Casas, 1996).
Así mismo, existen otras prácticas de crianza infantil que utilizan formas más sutiles y
altamente generalizadas como el castigo físico o llamado por algunos autores como castigo
corporal para no usar un lenguaje que camufla una dura realidad infantil (Gershoff, 2002). Esta
forma de castigo es definida como “el uso de la fuerza física con la intención de causar a un niño
dolor aunque no daño, con el propósito de corregir o controlar el comportamiento del niño”
(Strauss, 1994, p.4 citado por Gershoff, 2002); administrado por los padres o adultos responsables
de los niños y niñas y aplicado como forma de “corrección razonable, moderada y legal” (Gialdino,
2007).
El Comité de los Derechos del Niño, en junio del 2006 se pronuncia contra el castigo
corporal y otras formas de castigos degradantes y crueles, en el artículo 19. Posteriormente, la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en la Relatoría sobre derechos de la
niñez de la OEA en 2009, en su informe sobre el castigo corporal y los derechos humanos de las
niñas, niños y adolescentes, reconoce la gravedad y seriedad de esta práctica como violatoria de
la dignidad de los niños y niñas, recomendando a los países miembros acciones concretas como
adoptar políticas, leyes, medidas preventivas y educativas que prohíban a los padres y adultos
responsables, tanto en el ámbito privado (hogar) y público (escuelas, correccionales) usar el
castigo corporal como un medio para disciplinar a los niños y niñas.
Actualmente sólo 24 países del mundo prohíben legalmente el castigo corporal -incluso en el
hogar- (entre ellos, Austria, Croacia, Chipre, Dinamarca, Noruega, Finlandia, Alemania, Israel,
Italia, Suecia), de los que sólo tres son miembros de la OEA, Uruguay, Venezuela y Costa
Rica.Todavía hoy en muchos países miembros de la OEA, el castigo corporal permanece en el
código penal como método disciplinario. Esta práctica de socialización y control, es utilizada de
forma generalizada por los adultos responsables de su cuidado y protección, especialmente con
los niños en la primera infancia y en los años escolares, sin que se considere abusiva. Es
violencia privada, legal y socialmente aceptada y tolerada (Gershoff, 2002; Gialdino, 2007).
Como ha sido posible observar la infancia está históricamente cargada con formas
permanentes de violencia dirigida hacia los niños y las niñas. Por tanto, estamos frente a un gran
reto, que no solamente debe ser controlado a través de las legislaciones de los países, sino a
través de la supervisión, vigilancia y diversas formas de transformación cultural de los discursos y
prácticas de cuidado a la infancia por parte del Estado, las familias y la sociedad civil (Gialdino,
2007). Es necesario que la nueva representación de infancia de la convención de los derechos del
niño, el niño como sujeto de derechos, pase de ser un ideal ético-político de la humanidad a una
realidad cotidiana en la vida de los niños y las niñas.
Desde la psicología, y específicamente desde la teoría del apego (Bowlby, 1969/1993), a
partir de estudios realizados en distintos contextos culturales (Ainsworth et al., 1978), se ha

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encontrado el papel tan importante que juega la calidad del cuidado por parte de la madre y de
aquellos adultos encargados de cuidar a los bebés y niños pequeños, en el desarrollo infantil.
Cuando nos referimos a calidad del cuidado, nos estamos refiriendo a los comportamientos
y estrategias que usan los cuidadores principales y en particular la madre, para cuidar, proteger y
garantizar la supervivencia de los bebés y los niños pequeños. Al referirnos a cuidadores
principales, estamos considerando adultos familiares, padre, abuelos, tíos, etc., que apoyan el
cuidado, incluyendo a la madre biológica, aunque no en forma exclusiva, así como maestras
preescolares o de jardines infantiles, vecinos y demás adultos que se encargan de cuidar al niño o
la niña.
Las observaciones pioneras de díadas mamá-bebé en sus interacciones en ambientes
naturales de la vida cotidiana, principalmente en el hogar, en el primer año de vida de Mary
Ainsworth, en Uganda, África y posteriormente en Baltimore, Estados Unidos en las décadas de
los años 60 y 70, le permitieron elaborar una conceptualización del cuidado temprano, descrita a
partir de un continuo de cuatro características del comportamiento materno, que va desde lo más
positivo hasta lo más negativo: 1) Aceptación-rechazo, 2) cooperación-interferencia, 3)
accesibilidad-ignorar y 4) sensibilidad-insensibilidad.
La primera característica comportamental, aceptación-rechazo, hace referencia que para
toda madre o cuidador principal existen sentimientos positivos y negativos frente al cuidado de un
bebé o niño pequeño, debido a las exigencias y demandas que esto implica. En el polo o extremo
positivo se encuentran los sentimientos de amor, aceptación, ternura, protección, goce compartido
y cualquier otro tipo de reacción positiva generada por el bebé o niño pequeño. En el otro extremo,
están la rabia, resentimiento, irritación y rechazo, entre otros sentimientos negativos generados
por el comportamiento del niño o las demandas de cuidado exigidas por la crianza. Se parte del
supuesto que en toda relación madre o cuidador-bebé o niño pequeño, hay sentimientos positivos
y negativos, es decir, algún grado de ambivalencia, no obstante, la cuestión está en qué medida la
madre o el cuidador principal es capaz de equilibrarlos e integrarlos, de forma que los aspectos
negativos no permeen y primen en la relación con el niño o la niña (Ainsworth, Bell & Stayton,
1974).
En cuanto a la segunda característica comportamental cooperación-interferencia, ésta hace
referencia en el extremo positivo a la capacidad del cuidador en sincronizar o sintonizarse
afectivamente y en el comportamiento con el niño o de la niña, lo cual implica considerar al niño
como un ser autónomo, activo, cuyos deseos, sentimientos y actividades son validados y
respetados por el adulto cuidador. En el otro polo, de la interferencia, está el adulto cuidador que
no respeta las iniciativas o autonomía del niño, que niega las necesidades, los deseos,
sentimientos y actividades de éste, pues impone su voluntad y deseos de adulto sobre los del
niño. En muchos casos, éstos adultos cuidadores consideran que el niño o la niña es de su
propiedad, o creen que los niños deben someterse a la voluntad del adulto, por estos motivos,
entre otros, los controlan, los entrenan y los castigan para que se comporten de acuerdo a sus

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expectativas de lo que considera que es el comportamiento adecuado, sin escuchar la voz del
niño (Ainsworth, et al., 1974).
De acuerdo a la tercera característica del comportamiento del cuidador, accesibilidad-
ignorar, ésta se refiere en el polo positivo a la disponibilidad física y psicológica del adulto
cuidador respecto a las necesidades del bebé o del niño pequeño. Es decir, permitir la cercanía y
contacto físico, estar dispuesto emocionalmente para el niño, mostrar gusto por estar y compartir
con él. En el otro polo, el adulto cuidador que ignora las necesidades y comunicaciones del niño,
por estar focalizado en sus propias necesidades y preocupaciones, no está disponible
emocionalmente para éste. Esto puede darse, en los casos de madres deprimidas (Ainsworth, et
al., 1974). En las formas más extremas, nos encontramos los comportamientos negligentes físicos
y psicológicos por parte del adulto cuidador, que son considerados hoy formas de maltrato infantil
La cuarta característica del comportamiento del cuidador es la sensibilidad-insensibilidad del
cuidador a las comunicaciones del bebé o del niño pequeño. Esta se refiere en el componente
positivo a la habilidad de la madre o cuidador principal, a estar alerta a las señales comunicativas
del niño, interpretarlas adecuadamente y responderlas pronta y correctamente. Por el contrario, en
el extremo opuesto del continuo, se encuentra la madre o cuidador, que ignora las
comunicaciones del bebé o niño pequeño, las interpreta incorrectamente, suponiendo muchas
veces intencionalidades negativas por parte de éste (molestar, manipular o “montársela al adulto”),
no responde prontamente, permitiendo que señales negativas tales como el llanto se intensifiquen
y que tampoco responde correctamente, a la necesidad del niño, con argumentos tales como
“darle al niño todo lo que quiere es malcriarlo”, en la mayoría de las veces de forma arbitraria
(Ainsworth, et al., 1974).
Debido a que estas cuatro características comportamentales de cuidado están altamente
asociadas entre sí, los investigadores del apego, han decidido incluirlas todas en un solo término
llamado sensibilidad del cuidador (Posada, Carbonell, Alzate & Plata, 2004).
Es importante aclarar que una madre o un cuidador insensible, no es aquel que
necesariamente su respuesta al niño o la niña es hostil o desagradable. La insensibilidad del
cuidado ocurre cuando el cuidador falla o no logra leerle e interpretar adecuadamente los estados
emocionales o metas del bebé o niño pequeño, por lo tanto, no logra ayudarlo para que obtenga
de nuevo un estado emocional positivo, por ejemplo si está ansioso y llorando, no logra calmarlo.
El cuidado poco sensible, le enseña al niño que sus comunicaciones no son efectivas o aun peor
en algunas ocasiones son contraproducentes, por ejemplo cuando solicita algo y la respuesta del
cuidador es rechazarlo. Así mismo, la respuesta inconsistente del cuidador poco sensible de
manera recurrente, a sus demandas y señales comunicativas, lo lleva a sentir que el mundo es
impredecible, no tiene control sobre éste y por tanto, no se le favorece un sentimiento de eficacia
en el actuar sobre el mundo (Colin, 1996).
Tampoco es posible igualar sensibilidad en el cuidado con calidez o amor, son conceptos
distintos (Seifer y Schiller, 1995), ya que el comportamiento sensible de cuidado, es producto de

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una relación reciproca y coordinada donde ambos interlocutores, adulto cuidador y niño, están en
una relación de cooperación y sintonizada, tanto emocional como comportamentalmente. No
obstante, las relaciones vinculares madre o cuidador sensible con el niño o la niña están inmersas
en un clima emocional y afectivo positivo.
En dos estudios recientes, uno de ellos realizado en Colombia, con diadas de niños
preescolares y sus mamás, se han encontrado también asociaciones significativas entre tres
comportamientos maternos de cuidado: 1) interacciones armoniosas entre la madre y el niño, 2)
apoyo materno al uso de la base segura por parte del niño o niña y 3) supervisar y monitorear al
niño o niña, y la seguridad emocional de los niños (Plata, Pérez, Peña, Carbonell & Posada, 2010;
Posada, Kaloustian, Richmond, & Moreno, 2007).
Estudios durante las últimas cuatro décadas por parte de múltiples investigadores de la
teoría del apego en distintos países del mundo, y en distintos contextos sociales y situaciones,
han encontrado una asociación significativa entre la sensibilidad del cuidador y la seguridad
emocional del niño o niña (van Ijzendoorn & Sagi, 2009). Estos estudios han permitido determinar
el papel clave que juega el cuidador principal como una base de seguridad desde la cual el niño o
la niña pequeña organiza su comportamiento, logra seguridad, explora y aprende sobre el
ambiente, tanto físico como social (Ainsworth, 1969; Bowlby, 1969/1993, citados por Posada et al.,
2004). Especialmente los niños en las situaciones de estrés, tales como hambre, sueño,
cansancio, temor, enfermedad, usan al cuidador principal como refugio de seguridad (Sroufe &
Waters, 1977).
Las investigaciones transculturales (van Ijzendoorn & Sagi-Schwartz, 2008) han mostrado
los siguientes hallazgos principales:
1) En los países occidentales todos los bebés cuando se les da la oportunidad se apegan
afectivamente a uno o más cuidadores del ambiente familiar (padre, madre, abuela, etc.) o
cuidadores no familiares, excepto, si poseen un daño neurofisiológico (retardo mental extremo).
2) En las sociedades occidentales la mayoría de los bebés y los niños pequeños muestran apego
seguro. Es decir, usan la(s) figura(s) de apego como base de seguridad para explorar el ambiente
y como refugio de seguridad en situaciones de estrés. Un porcentaje cercano al 40% de los bebés
y niños pequeños manifiestan apegos inseguros. Los apegos seguros varían considerablemente
dentro de las poblaciones y grupos dentro de la misma cultura. Los niños seguros en situaciones
de estrés son más fáciles de tranquilizar fisiológicamente y recurren a los adultos cuando los
necesitan. 3) La seguridad del apego depende de la calidad de cuidado infantil, especialmente, si
los cuidadores dan respuestas sensibles y prontas a las señales y comunicaciones del bebé y de
los niños pequeños. 4) Diversos estudios han mostrado que los niños en la primera infancia, en
los años preescolares y en la escuela primaria con relaciones de apego seguras comparados con
aquellos con relaciones de apego inseguras, presentan mayores competencias en diversas áreas
del desarrollo, tales como: mayor capacidad para regular sus emociones negativas (rabia, temor y

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formas constructivas de enfrentar el estrés), establecer relaciones sociales satisfactorias con
compañeros y profesoras, mejor autoconcepto y mayores desarrollos en habilidades cognitivas.
Por otra parte, los niños y las niñas que viven en situación de pobreza, se enfrentan a
muchos estresores en sus vidas por factores adversos psicosociales y económicos. Algunos
estudios han mostrado que los padres y los cuidadores actúan como mediadores de los efectos de
la pobreza, en un sentido positivo o negativo para el desarrollo infantil. Investigaciones en
ambientes familiares con estresores económicos y psicológicos, han encontrado en niños
preescolares, que aquellas madres que les proveían un ambiente del hogar estructurado y
sensible a las necesidades del niño, éstos se mostraban más competentes en habilidades
cognitivas y lingüísticas comparados con aquellos que no contaban con dicho ambiente de
cuidado (Pianta y colaboradores, 1990, citada por Egeland, Carlson & Sroufe, 1993). Así mismo,
otras investigaciones han mostrado que los dos factores protectores más importantes hallados con
niños competentes en el preescolar en situaciones de adversidad social y económica, son: poseer
un apego seguro con la madre entre los 12 a 18 meses de edad y tener un cuidado sensible y
emocionalmente responsivo a las necesidades del niño, por parte de ésta. De esta manera, los
comportamientos de las madres los protegen de los efectos del estrés, dándoles un cuidado de
buena calidad (Egeland et al., 1993).
Los hallazgos de algunos estudios sugieren que las condiciones de riesgo severo están
mediadas en parte por el cuidado temprano que el niño o la niña recibe de sus padres o de otros
cuidadores. En el sentido contrario, los niños que han sufrido de manera crónica un cuidado
emocionalmente insensible, muestran dificultades severas en todas sus áreas del desarrollo, no
solo en el momento presente, sino en etapas posteriores de su vida (Egeland et al., 1993).
Así mismo, en el estudio longitudinal de Minnesota (Sroufe, Egeland, Carlson, & Collins,
2007) hallaron que el tener una relación emocional responsiva en la niñez por parte de padres
adoptantes o de un pariente cercano, parece ser un factor que explica en parte porque algunas
madres que fueron maltratadas (30%), posteriormente cuando fueron madres estuvieron en
capacidad de romper el ciclo intergeneracional del maltrato, dándoles a sus propios hijos un
cuidado sensible. Sin embargo, los resultados de este estudio longitudinal señalan que de las
madres maltratadas en su infancia, que no tuvieron cuidadores alternativos sensibles, el 40% de
ellas, maltrataban a sus propios hijos, y 30% les proveían un cuidado limítrofe con el abuso.
Desde esta perspectiva, se entiende la resiliencia como un proceso, en el cual una persona
desarrolla la capacidad de lograr resultados positivos en su desarrollo, a pesar de tener
circunstancias adversas o amenazantes a través del tiempo, si crece y se desarrolla en un
ambiente de cuidado que le dé apoyo emocional y considere sus necesidades (Egeland et al.,
1993).
De esta manera, cualquier cuidador del medio familiar o social, juega un papel protector en
el desarrollo de la persona. En este sentido, la resiliencia es resultado de las transacciones y

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experiencias internas y externas del niño con un ambiente, más que el resultado de características
propias de la persona (Egeland et al., 1993).
Es en este mismo orden de ideas, la teoría del apego es una conceptualización coherente
con una concepción del niño y la niña como sujetos de derechos, pues hablar de relaciones de
cuidado de calidad, implica pensar los ambientes de cuidado, tanto en sus aspectos físicos y
psicológicos desde el concepto de sensibilidad del cuidador. Es decir, un cuidador capaz de ver
las cosas desde el punto de vista del niño o de la niña, y que negocia de manera flexible las
necesidades y metas en conflicto. También, el cuidado sensible implica ajustarse a los estados
emocionales y al momento evolutivo del niño y de la niña, favoreciendo ambientes de cuidado
amorosos y cálidos (Carbonell, Posada, Plata, & Méndez, 2005).
La comprensión y aplicabilidad en la política pública y en los contextos familiares y
comunitarios, del concepto de sensibilidad en la crianza, a partir de la corresponsabilidad Estado,
familia y comunidad, tiene implicaciones muy importantes para el cumplimiento de la Convención
de los Derechos del Niño, pues, asume al niño y a la niña como sujetos de derechos como
interlocutores activos, con necesidades e intereses propios. En consecuencia, modifica la
concepción del niño o la niña como seres pasivos y dependientes de la voluntad del adulto
cuidador. Esta nueva perspectiva frente al niño y la niña, es un precursor para que desde el inicio
de la vida, se les reconozca los derechos a la supervivencia y desarrollo, la protección y
promoción, y particularmente a la participación y la autonomía (Carbonell et al., 2005).
Por tanto, es un compromiso y gran reto de los que trabajamos a favor de la infancia como
gestores conscientes, el diseño de intervenciones que motiven la transformación cultural de
aquellas representaciones y prácticas de cuidado infantil no favorecedoras del desarrollo de los
niños y las niñas como sujetos de derechos, tanto en el medio familiar y escolar, que son los
primeros núcleos de convivencia social y de experiencia emocional de los niños y las niñas. Por
tanto, es corresponsabilidad de la sociedad civil ser garantes de los derechos de los niños y las
niñas desde los múltiples sectores (nacional, regional, local y familiar). Así mismo, existe una
responsabilidad ética y social desde la psicología y demás áreas del conocimiento de abordar las
problemáticas de la infancia y buscar soluciones para lograr una calidad de vida acorde con los
presupuestos de la Convención de los Derechos del Niño.

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Guilford Press.

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