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Universidad Nacional de Colombia

Sede-Medellín
Deivis Andrés Barrios Moreno
Estudiante Ingeniería Agronómica

CONSERVACIÓN DE SUELOS

Como sociedades cada vez más urbanas, sin contacto con la naturaleza, perdemos de vista la
importancia de los suelos para nuestra supervivencia y prosperidad. Sin embargo, en todos los
ecosistemas, los suelos cumplen con importantes funciones de las cuales se derivan servicios
ambientales indispensables para el sostenimiento tanto del ecosistema como de la vida humana
(Avalos et al., 2007).

En las últimas décadas, la preocupación ambiental de las personas ha comenzado a


extenderse; cuestiones como la contaminación y el cambio climático han atraído una atención
generalizada al igual que la energía, el agua y la conservación de la biodiversidad, lo que ha
empujado a los responsables políticos a tomar medidas. Los expertos del suelo han expresado su
preocupación por la conservación del suelo y se han producido trabajos para crear conciencia entre
los agricultores, los responsables políticos y la sociedad (Gomiero, 2016). Según Karlen y Rice
(2015), la degradación del suelo es un problema global causado por muchos factores que incluyen
labranza excesiva, rotaciones de cultivos inadecuadas, pastoreo excesivo o eliminación de
residuos de cultivos, deforestación, minería, construcción y expansión urbana. Además, recalcan
que para satisfacer las necesidades de una población mundial en expansión es esencial que, la
humanidad reconozca y comprenda que mejorar la salud del suelo mediante la adopción de
prácticas agrícolas y de gestión de la tierra sostenibles es la mejor solución para mitigar y revertir
las tendencias actuales de degradación del suelo.

Durante del comienzo de la agricultura en el neolítico, ocurrieron muchas fases de expansión


agraria, por lo tanto, la degradación del suelo no es un fenómeno exclusivamente moderno
relacionado con la última fase del desarrollo humano (Dotterweich, 2013). La agricultura temprana
surgió de forma independiente en muchas regiones diversas en la mayoría de los continentes en
varios momentos durante el Holoceno, se extendió desde centros culturales como Mesopotamia en
el Medio Oriente, el Yangtze y Huang He en China, los ríos Indo y Ganges-Brahmaputra en el sur
de Asia, las tierras altas de Nueva Guinea, Egipto en el norte de África, las tierras altas de los
Andes en América del Sur y Mesoamérica (James, 2013).

De acuerdo a Dotterweich (2013), la evidencia geomórfica muestra que la mayoría de las laderas
utilizadas para la agricultura en el viejo y el nuevo mundo ya habían sido afectadas por la erosión
del suelo en tiempos prehistóricos anteriores. Se produjeron muchas fases de expansiones
agrícolas, pero también regresiones relacionadas con la tala de tierras y la reforestación asociadas
en diferentes áreas del mundo (Williams, 2003; Ellis et al., 2013). Las poblaciones humanas y su
uso de la tierra hasta ahora han transformado el patrón y el proceso de los ecosistemas en la
mayor parte de la biosfera terrestre (Ellis et al., 2010), causando cambios globales importantes en
la biodiversidad (Barnosky et al., 2012), biogeoquímica (Kaplan et al., 2011; Burney et al., 2010),
procesos geomórficos (Syvitski & Kettner 2011) y clima (Feddema et al., 2005).
Junto con otros cambios antropogénicos en el sistema de la tierra que pueden presagiar el
surgimiento de una nueva época geológica, el antropoceno (Crutzen, 2002), los cambios globales
causados por el uso humano de la tierra generalmente se describen como el resultado de un
proceso acelerado y sin control que es mayoritariamente de origen reciente (Costanza et al., 2007)
y por lo tanto presenta una catástrofe inminente para la humanidad, la biosfera y el sistema
terrestre en general (Barnosky et al., 2012; Rockstrom et al., 2009). De modo que, los humanos se
convirtieron en un agente crucial del cambio geomorfológico y la erosión antropogénica del suelo
que ha superado las tasas anteriores de denudación natural (Messerli et al., 2000; Wilkinson,
2005).

Los suelos proporcionan una amplia gama de servicios ecosistémicos que satisfacen las
necesidades humanas, estos incluyen: servicios de aprovisionamiento, siendo la provisión de
alimentos, madera, fibra, materias primas y soporte físico para la infraestructura; servicios de
regulación, como la mitigación de inundaciones, la filtración de nutrientes y contaminantes, el
almacenamiento de carbono y la regulación de gases de efecto invernadero, la  desintoxicación y el
reciclaje de desechos, y la regulación de poblaciones de plagas y enfermedades; y los servicios
culturales, siendo la recreación, la estética, los valores patrimoniales y la identidad cultural
(Dominati et al., 2014). Según Kopittke et al., (2019): específicamente, mientras que los servicios
de aprovisionamiento generalmente brindan beneficios casi inmediatos y fácilmente tangibles para
los humanos (como el suministro de alimentos), los servicios de regulación a menudo brindan
beneficios a más largo plazo que son menos tangibles (como la regulación del dióxido de carbono
como gas de efecto invernadero) a través de la estabilización del C en los suelos como materia
orgánica.

FAO y GTIS. (2015) enfatiza que: los principales impulsores globales del cambio del suelo son el
crecimiento poblacional y el crecimiento económico. Factores que se espera persistan en las
próximas décadas, ya que, según las estimaciones de la ONU (2017): “… se espera que la
población mundial aumente en 2.000 millones de personas en los próximos 30 años, pasando de los
7.700 millones actuales a los 9.700 millones en 2050, pudiendo llegar a un pico de cerca de 11.000
millones para 2100” ...  Las estimaciones de la demanda mundial de alimentos sobre la base de
estas predicciones de población y en los cambios dietéticos esperados indican que la producción
en el 2050 deberá incrementarse en un 40-70 por ciento en comparación con el 2010 (FAO y
GTIS., 2015).

En consecuencia, los suelos, y los servicios que estos brindan, están siendo sometidos a una presión sin
precedentes. La principal de estas presiones es la demanda de suelo para producir alimentos, fibra,
energía y apoyo físico para la infraestructura (es decir, los servicios de aprovisionamiento), y esta
demanda aumenta rápidamente con el crecimiento acelerado de la población humana y nuestro estilo de
vida cambiante (Kopittke et al., 2019). Por otra se espera que el calentamiento global conduzca a un
ciclo hidrológico más vigoroso, que incluya más lluvia total y eventos de lluvia de alta intensidad
más frecuentes.  Estos cambios en las precipitaciones, junto con los cambios esperados en la
temperatura, la radiación solar y las concentraciones atmosféricas de CO2, tendrán un impacto
significativo en las tasas de erosión del suelo (Nearing et al., 2004), lo que afectará los servicios de
los ecosistemas y el bienestar humano (Eekhout & Vante, 2022). “Si bien es cierto que en algunos
paisajes los suelos pueden ser más erosionables o la precipitación más erosiva, en prácticamente
todos, el factor preponderante recae en las actividades humanas…” (Avalos et al., 2007).
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Deivis Andrés Barrios Moreno
Estudiante Ingeniería Agronómica
La degradación de la tierra es una amenaza global que está afectando negativamente el
funcionamiento de los ecosistemas y su capacidad para proporcionar servicios ecosistémicos (Lal,
2010) que es especialmente grave en los trópicos y subtrópicos (Lal, 2015), afecta principalmente a

La capa superior fértil del suelo, que desempeña un papel esencial en la productividad de los
(agro)ecosistemas y es fundamental para la provisión de seguridad alimentaria (Amundson et al.,
2015). Además, la degradación del suelo también tiene importantes impactos fuera del sitio en el
hábitat, incluido el hábitat fluvial (Scheurer et al., 2009; Whitehead et al., 2009 ), el hábitat costero
(Harborne, 2013 ) y los arrecifes de coral (Fisher et al., 2019). Algunas estimaciones indican que la
degradación disminuyó los servicios de los ecosistemas del suelo en un 60% entre 1950 y 2010
(León y Osorio, 2014). Según Lamb et al., (2005) la degradación acelerada del suelo ha afectado
hasta 500 millones de hectáreas en los trópicos, y globalmente el 33% de la superficie terrestre del
planeta está afectada por algún tipo de degradación del suelo (Bini, 2009). Además de tener un
impacto negativo en la producción agronómica, la degradación del suelo también puede frenar el
crecimiento económico, especialmente en países donde la agricultura es el motor del desarrollo
económico (Scherr, 2019). Más allá de los impactos ambientales y económicos, también existen
riesgos para la salud derivados de la erosión del suelo (Guerra, 2005) y otros procesos de
degradación (Lal, 2009).

Lal (2015) señala que, con recursos limitados y acceso deficiente a insumos, la gestión de la
calidad del suelo es esencial para fortalecer y sostener los servicios de los ecosistemas. De
importancia clave es la necesidad de reconocer que los suelos son un recurso finito y que la
degradación de los suelos conduce a una clara pérdida económica de servicios; estos principios
deben ser considerados explícitamente en los marcos económicos y los procesos de toma de
decisiones en todos los niveles (Kopittke et al., 2019). Las estrategias importantes para restaurar la
calidad del suelo y reducir los riesgos de degradación ambiental son: reducir la erosión del
suelo; crear un balance positivo de C del suelo/ecosistema; mejorar la disponibilidad de
macronutrientes y micronutrientes; aumentar la biodiversidad del suelo, especialmente el proceso
microbiano; y mejorar los procesos rizosféricos. El objetivo final debería ser adoptar un enfoque
holístico e integrado para la gestión de los recursos del suelo (Lal, 2015). Además, los hacedores
de políticas y la sociedad deben tomar conciencia de que debemos desarrollar nuevos modelos de
organización para apoyar estilos de vida de consumo que sean más sostenibles (Gomeiro, 2016).
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