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Hay autores que han llegado a afirmar que Hitler y Eckart asistieron a

sesiones en las cuales se observaron «formas ectoplásmicas fantasmales», en


un tiempo en el que gozaba de gran popularidad el espiritismo. Como es de
esperar, no existen pruebas de esas reuniones, por lo que parecen ser, una vez
más, fantasías de escritores como Trevor Ravenscroft.
El autor de Alianza maléfica incide en que muchas historias populares
del fenómeno del ocultismo nazi «sugieren desafortunadamente que Hitler
fue de todo, desde satanista practicante hasta médium en trance, y estuvo
asociado a Thule-Gesellschaft con toda clase de adoración al demonio». El
escritor americano sostiene, no obstante, que un enfoque más cuerdo sugiere
que el líder nazi sí fue producto de las influencias de leyendas ocultistas
como las de Guido von List y Lanz von Liebenfels, y que «adoptó mucho de
su cosmología, incluyendo su plataforma relacionada con la raza, no de
políticos sino de ocultistas, como aquellos de Thule (sociedad de la que Hitler
no formó parte), incluidos Eckart y Rosenberg, quienes tenían mucho en
común». Comparto, con reservas, esta afirmación del autor neoyorquino,
cuya obra, magnética y muy documentada, fue prologada, antes de su muerte,
por el mismísimo escritor Norman Mailer, ganador de dos premios Pulitzer y
considerado, junto a Truman Capote, el gran innovador del periodismo
literario.
En el citado texto se apunta también a que hay pruebas de que Dietrich
Eckart recibió la visita del eminente filósofo y ocultista Rudolf Steiner,
fundador de la Antroposofía, de la que era adepto el propio Rudolf Hess; esto
ocurrió en 1919, cuando Steiner pretendía lanzar su idea de la Triarticulación
Social, lo que hizo a través de las páginas de Auf Gut Deutsch, aunque con
escaso éxito.
Según una información recogida por James Webb en su obra The Occult
Establishment, publicada en 1976, Eckart se consideraba como un «místico
cristiano» (al contrario que Rosenberg, que abrazaba el paganismo, y más
tarde, Himmler, que odiaba al cristianismo), y atacó a Steiner por pertenecer
a la OTO,* arremetiendo contra él en artículos publicados en su periódico, en
julio y diciembre de 1919, en los que afirmaba que Steiner era «un mago
sexual demente, miembro de la conspiración judeomasónica».
No sabemos hasta qué punto Rudolf Steiner estaba vinculado a las
sociedades secretas o si era realmente un ocultista. Se sabe que fue pionero de
la teosofía en Alemania, pero que acabó abandonándola por problemas con
Annie Besant, discípula de Blavatsky, y fundó su propia escuela, la citada
Antroposofía. No obstante, a pesar de que varios de sus postulados influyeron
en algunos de los primeros nazis, como Rudolf Hess, Steiner fue
abiertamente condenado por el régimen de la esvástica; los nazis quemaron
sus obras y, al parecer, fueron los responsables del incendio de su
Goetheanum,* la noche de fin de año de 1922.
Volviendo a Eckart, en un artículo publicado apenas un año después de
su muerte, Alfred Rosenberg señalaba que el maestro había profundizado en
el conocimiento de la antigua India y estaba versado en los conceptos de
Maya y Atman, así como en la poesía de Goethe (como Steiner) y en la
filosofía de Schopenhauer y Angelus Silesius, uno de los más importantes
poetas místicos germanos del siglo XVII.
Peter Levenda asegura que el mentor de Hitler creía en una Conciencia
Cósmica (Atman) y en que el mundo tangible, visible, es una ilusión (Maya),
aunque es difícil aseverar en qué creía realmente un fanático de su especie. Sí
es cierto que los teósofos y, más tarde, algunos nazis pondrían sus ojos en la
India y en el Tíbet, como cunas del hombre ario primordial, y que algunos de
los estudiosos que formarían parte del Instituto de Investigación mística de
Himmler eran expertos en sánscrito y en hinduismo.
Pero lo más importante de Eckart es que estaba convencido de la
inminente llegada de un Nuevo Orden Mundial, bajo el gobierno de un gran
líder; confiaba en una especie de Advenimiento y creyó ver en el joven y
fanático Adolf Hitler la figura del Elegido. En los últimos tres años de su
vida, pues fallecería en 1923, fue una compañía constante del antiguo cabo y,
probablemente, la persona que le presentó en los círculos apropiados,
preparando a su discípulo para el papel que más tarde desempeñaría,
allanando su camino hacia el poder.
Existen pruebas de que fue este poeta racista quien contribuyó a facilitar
la financiación del Partido Nazi por parte de industriales europeos y
estadounidenses, e influyó en la composición del programa de veinticinco
puntos del NSDAP, que después Hitler esgrimiría como su bandera política.
Entre los años 1920 y 1921, Eckart mantuvo entrevistas con
representantes del magnate norteamericano Henry Ford. El poeta alemán y el
empresario americano tenían algo en común: su ferviente antisemitismo. Ford
había escrito el libro El judío internacional, que se hizo muy popular en
Alemania en una versión titulada El judío eterno, y que Hitler había leído con
atención antes de dictar Mein Kampf; era uno de sus libros de cabecera y, al
parecer, el Führer tenía incluso una foto del empresario colgada en su oficina
en la central del Partido Nazi, junto con varios ejemplares de dicho libro
amontonados en su escritorio.
La influencia de Ford sobre la cosmovisión nazi, en cuanto a su odio a
los judíos, no es baladí, e incluso el que sería líder de las Juventudes
Hitlerianas, el fanático Baldur von Schirach, animaba a leer los escritos del
americano por haberlo «convertido al antisemitismo». Precisamente, el editor
alemán de El judío eterno, así como de una edición anterior de Los
protocolos de los sabios de Sión, fue Theodor Fritsch, el mismo personaje
que fundó la sociedad secreta Germanenorden (Orden de los Germanos), en
la que, en 1912, ocuparían puestos clave los ariosofistas discípulos de Guido
von List, cuyo símbolo era una esvástica superpuesta a una cruz, y una de
cuyas escisiones fue precisamente la Sociedad Thule. Como se ve, todo el
entramado esotérico, ocultista y antisemita estaba condensado en un círculo
relativamente pequeño de fanáticos racistas y místicos, cuya influencia sería
capital en la forja del nacionalsocialismo.
Tan orgulloso estaba Hitler del apoyo de Henry Ford a su causa, que, en
1938, premió al industrial americano con la más alta condecoración con la
que se podía honrar a un extranjero: la Gran Cruz de la Suprema Orden del
Águila Germana, que habían concedido poco tiempo antes al dictador italiano
Benito Mussolini.
Dietrich Eckart se convirtió en el primer redactor jefe del Völkischer
Beobachter, cargo que mantuvo hasta su muerte, a causa de complicaciones
cardíacas, el 26 de diciembre de 1923, tras haber estado en prisión preventiva
por apoyar el Putsch de Múnich, ciudad en la que fue enterrado.
La influencia de este personaje sobre Hitler quizá se haya minimizado
debido a la escasa documentación que existe sobre la relación que
mantuvieron. No obstante, teniendo en cuenta que el líder nazi no se casaba
con nadie y no pecaba precisamente de humilde, esa relación debió de ser
notable cuando decidió dedicarle la frase final de su testamento político, Mi
lucha: «Quiero citar también al hombr

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