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EL ROMANTICISMO.

Contexto histórico del Romanticismo


La caída de Napoléon y su posterior exilio en Santa Helena (1815) dio origen a
una nueva etapa histórica dominada políticamente por la Santa Alianza. En Francia,
se abre el periodo de la Restauración que, desde un principio quiso borrar todos los
vestigios de la Revolución Francesa.
Surgió el Romanticismo, una nueva actitud vital que tuvo grandes
repercusiones en el Arte. La propia naturaleza del Romanticismo hace difícil fijar unas
características básica, pero podemos mencionar los siguientes principios:
• Un profundo individualismo.
• La intimidad como temática en el arte y la literatura.
• La representación subjetiva del paisaje.
• La exaltación del pueblo.
• El ansia de libertad.
El Romanticismo fue un grito de libertad política y creativa. Una nueva
generación de jóvenes trató de encarnar los principios revolucionarios y introducirlos
en la la política, la literatura, la filosofía, el arte…: en la vida.
La fusión entre el arte, la vida y los posicionamientos ideológicos fue
constante, los talleres de pintura se convirtieron en centros de tertulia política y
filosófica.

PINTURA ROMÁNTICA FRANCESA.


El romanticismo francés se desarrolló en una época convulsa e inestable.
Tras la Revolución Francesa se sucedieron el Imperio Napoleónico y la
Restauración Borbónica. La situación política y social era compleja y muchos
artistas se involucraron activamente.
Desde el punto de vista artístico romanticismo surgió del rechazo de
convencionalismos clásicos de la Academia; y se puede personalizar en la
rivalidad entre Ingres, el mejor representante del academicismo y Delacroix, el
gran innovador romántico junto con Géricault.
La Academia defendía el predominio de la línea y el dominio de la
técnica frente al estilo barroco y rococó.
Con el romanticismo se potencia sugestión del color, liberando las
formas de sus límites (al estilo de lo que ya hemos visto en Goya). Mientras la

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línea apela a la razón y la técnica, el color lo hace a los sentidos. El


romanticismo invita a pintar con manchas, potencia lo particular e inestable,
frente a la universalidad invariable de la línea.
Junto con el predominio del color aplicado en manchas, otras
características que analizaremos en la pintura romántica son:
• Uso vibrante de la luz.
• Elaboración de composiciones dinámicas, diagonales; marcadas por
posiciones convulsas y gestos dramáticos de los personales.
• El culto al paisaje, entendido de manera subjetiva, con inclinación al
pathos (afecta al ánimo). Se centra en elementos cambiantes, como las
nubes o la bruma, o terribles como las tormentas. Este paisaje sirve como
recurso para desplegar colores y luces.
• Aparece la temática filosófica, la postura política revolucionaria.
El romanticismo es todo un movimiento cultural que reclama la libertad
individual y de los pueblos, en el que el artista se implica en los problemas
políticos y sociales de su tiempo.

Los pioneros del Romanticismo se formaron en los talleres de David y sus


discípulos. La pintura romántica rechaza las convecciones neoclásicas y enlaza
con los valores de la pintura barroca. Podemos destacar:
a) La recuperación de la potencia sugestiva del color, en detrimento del dibujo
neoclásico: así se liberan las normas, los limites excesivamente definidos y
se divorcia el arte pictórico y el escultórico. Goya, que ha demostrado que un
pintor nunca deserta del color, se convierte en un paradigma técnico.
b) Con el cromatismo resucitan las luces vibrantes, que refuerzan a las
manchas en su tarea destructoras de las formas escultóricas.
c) Las composiciones dinámicas, cuyas lineas directrices están marcadas por
las posiciones convulsas y los gestos dramáticos, que contrastan con las
figuras quietas, verticales o sentadas del Neoclasicismo.
d) El culto al paisaje no es sólo una inclinación del patos romántico sino
también un recurso para desplegar colores luminosas y para encuadrar entre
nubes electivas y oleajes furiosos los grupos humanos, con lo cual los
objetos pierden su aspecto convencional para traducir, más allá de su
dimensión visual, los estados de ánimo.
e) Los temas de las recolvuiones políticas o los desastres señalan un
enfrentamiento fatalista con la naturaleza ( como en la balsa de la medusa,
de Gericault)

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Los máximos representantes del Romanticismo Frances son GERICAULT


Y DELACROIX.
Eugene Delacroix (1798-1863) fue el mayor representante de la pintura
romántica en Francia y un protagonista activo en la política de su tiempo.
Aunque se formó en el taller de pintor Pierre-Narcisse Guérin (donde coincidió
con Géricault) siguiendo los modelos del Neoclasicismo; pronto se alejó del
estilo académico bajo las influencias de Rubens y los pintores de la escuela
veneciana.
Delacroix consideraba la imaginación como la cualidad más importante
para el artista: “esa delicadeza de los órganos que hace ver donde los demás no
ven, y que hace ver de modo diferente”.
Su estilo busca presentar el instante, con el predominio del color y la
mancha sobre la línea, jugando con contornos borrosos, sin preocupación por el
detalle…Muchos vieron más bocetos que obras terminadas en sus cuadros y
eso le valió fuertes críticas y controversias, especialmente en el Salón. Sus
composiciones escapan del estudio académico del arte clásico.
Presentó al Salón de 1824 su obra La matanza de Quíos (1824), al igual
que La balsa de la Medusa trata un tema de actualidad, en este caso un
episodio de la Guerra de la Independencia de Grecia que tanto implicó a los
románticos, especialmente a Lord Byron.
La composición rompe con los esquemas clásicos, vaciando el centro, un
espacio hueco que se adentra en el desolado paisaje del campo de batalla. Los
vencidos aparecen agotados y pasivos, ante la fuerza arrogante y la crueldad
del vencedor. La pintura se aplica con manchas espesas y cargadas, los
contornos se disuelven, mientras la luz y el color se potencian.
La barca de Dante (1822) es un auténtico homenaje a La balsa de la
Medusa, pero también muestra su gusto por la literatura y los temas
dramáticos. Los movimiento teatrales de los personajes les hacen ganar
expresividad, mientras el color potencia los efectos dramáticos. Características
que se repiten en La muerte de Sardanápalo (1827-28).
Una de sus obras más emblemáticas es La libertad guiando al pueblo
(1830), una alegoría que sirvió de modelo a la Estatua de la Libertad. El propio
pintor se retrata en las barricadas de París, mostrando su compromiso político y
artístico con la Revolución.
El combate de Giaour y Hassan (1826) ejemplifica una de las
características que hemos comentado del romanticismo es su gusto por lo

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exótico pero, en la mayoría de los casos, el acercamiento a otras culturas se


hacía desde los tópicos, el desconocimiento y la distancia.
Delacroix fue de los pocos que quiso conocer de primera mano la
realidad de otros pueblos, realizó un viaje a Marruecos en 1832, tras el fracaso
de la revolución. Recogió sus notas y dibujos en un álbum del norte de África y
España (1832).
La temática oriental y musulmana acaparó gran parte de su obra,
abandonado la extravagancia y fantasía con que los había tratado
anteriormente, subrayando las los gestos y las composiciones. Su técnica
evoluciona, siendo más rápida, la luz se vuelve más intensa, también los colores
donde predominan los puros y potentes (amarillo, rojo, naranja, azul, verde…), y
van desapareciendo los tonos terrosos. Sirva como ejemplo El Mulay
Abderraman, Sultán de Marruecos, saliendo de su palacio de Meknes rodeado
de su guardia (1845).

Pictóricamente, Delacroix bebió asimismo en fuentes artísticas parecidas


a las de Géricault pero, a diferencia de éste, ya no hizo el consabido viaje a
Italia. Suplió esta ausencia con visitas prolongadas al Museo del Louvre, donde
se dedicó a copiar a los grandes maestros del pasado, demostrando sus
preferencias por Rubens y por Poussin, es decir, por el dinamismo y el color y
por un brillante sentido narrativo.
Delacroix viajó en 1825 a Inglaterra y en 1832 al norte de África. Allí
visitó Argelia y Marruecos, con una corta escapada al sur español, donde
escribió la famosa declaración de que allí entre los exóticos moros se hallaban
los verdaderos griegos de David, claro ejemplo del definitivo cambio de gusto.
Se entusiasmó con la guerra griega de Independencia, creando de
resultas ese monumental cuadro elegíaco de la Masacre de Quíos (1824). Con la
espectacular representación de la Muerte de Sardanápalo (1827-1828) —una
obra inspirada en un relato de Byron donde un sátrapa oriental, viéndose
perdido ante sus enemigos, ordena a su guardia personal exterminar, ante su
indolente mirada, todos sus bienes, incluidos sus caballos y las mujeres de su
harén—, Delacroix alcanza su cenit en este tipo de historias épicas de fuerte
acento exótico.
Asiste a la Revolución de 1830, una revolución y una fecha crucial para el
triunfo del Romanticismo literario y artístico en Francia. A esta revuelta dedica
una alegoría monumental, la del cuadro La libertad guiando al pueblo, donde
una matrona con el pecho desnudo y el sombrero frigio conduce entre

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barricadas urbanas a los ciudadanos insurgentes de todas las edades y clases


sociales. En 1834, como evocación de su visita al nordeste de África, pinta Las
mujeres de Argel, un cuadro destinado a hacer época y muy imitado por las
generaciones posteriores. En él se compendian el misterio de un interior
cerrado, penumbroso y algo claustrofóbico con una sensualidad marcada por un
uso original y brillante de los colores que Delacroix, adelantándose a los
impresionistas, emplea ya con contrastes complementarios.
Notable retratista, Delacroix fue también un excelente pintor de grandes
decoraciones en edificios públicos y no es de extrañar que sea un monumental
cuadro de altar una de sus postreras obras maestras, el de La lucha de Jacob con
el ángel (1861), que se conserva en la iglesia de San Sulpicio, de París.

Théodore Géricault
Théodore Géricault (1791-1824), fue una figura típicamente romántica —
apasionado, melancólico, rebelde y valiente hasta la temeridad—.
Géricault se hizo famoso con un cuadro monumental, La balsa de la
Medusa (1818), que narraba la terrible peripecia real sufrida por unos pocos
supervivientes al naufragar el barco Medusa frente a las costas de África y tener
que permanecer perdidos en medio del océano durante muchos días hasta
finalmente ser rescatados.
El hecho conmovió a la opinión pública de entonces por el siniestro
comportamiento de los tripulantes y las terribles privaciones sufridas por los
escasos náufragos supervivientes, convirtiéndose la tragedia en asunto
político.
Al interesarse por representar un tema polémico de actualidad en
vez de refugiarse en asuntos legendarios del pasado, Géricault se estaba
comportando como un artista moderno, en el sentido primero que tomó
este término durante el siglo XIX: el de modernizar los temas, otorgando a
la actualidad el mismo rango artístico que hasta entonces sólo se
concedía al pasado mítico.
Las medidas del cuadro, de 4,88 x 7,10 metros, eran
desproporcionadamente grandes para tratar un tema de actualidad
clasificado tradicionalmente “de género”, lo que indicaba que el pintor
subvertía la jerarquía habitual y usaba el monumental tamaño propio de
los cuadros de historia para algo que se solía representar en un formato
pequeño. Con esta misma intención de dignificar una anónima tragedia

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actual, Géricault empleó todos sus recursos técnicos e intelectuales para


elaborar convenientemente esta representación.
Se dedicó a estudiar cuidadosamente despojos humanos —los de
ajusticiados que servían para investigaciones forenses—, pues deseaba
lograr el más crudo realismo en la exacta representación de una tragedia
donde se habían dado casos de canibalismo. También se inspiró en
modelos artísticos del arte tradicional que, como en el caso de Miguel
Ángel, combinaran la grandeza de lo terrible y una potente energía.
Con un hábil sentido escenográfico, dio a la composición una
pronunciada orientación diagonal, en cuya superior punta externa un
hombre agita una tela blanca en demanda de atención de un barco
avistado en el horizonte, pero este gesto de llamada engarza teatralmente
un conjunto de brazos alzados a su espalda y en la misma dirección. La
diagonal verticaliza el primer plano de las figuras
apelotonadas en la balsa, que parecen volcarse hacia el espectador, sobre
el que literalmente se viene encima toda la magnitud de la tragedia en
forma de cuerpos yacentes, expirantes o al borde de la extenuación.
Por último, Géricault empleó de forma muy eficaz una iluminación
claroscurista, útil para subrayar con efecto los puntos dramáticos de una
acción. Todo esto nos permite apreciar no sólo el acento barroco de este
cuadro, sino el espíritu romántico que lo anima con sus desmesuradas
pasiones, su trágica fatalidad, su sentimiento sublime y su tensión
dramática.
Con esta obra maestra Géricault culminaba una labor de años
empeñada en la representación de temas épicos de naturaleza trágica,
como sus retratos monumentales de jinetes que cabalgan al combate o,
heridos, se retiran de él.
Hasta el final Géricault simultaneó los temas de género con los
asuntos épico-trágicos, pero siempre dotándolos de una energía que ya no
es espiritual, sino que se alimenta del ímpetu salvaje de los instintos. Por
eso logró ser un excelente pintor animalista, que capta esa fuerza bruta y
esa energía animal que los hombres civilizados de nuestra época,
encerrados ya en las ciudades y de espaldas a la naturaleza, comenzaban
a añorar.
En 1820 Géricault, que ya había realizado el correspondiente viaje de
estudios a Italia en 1816, transportó a Inglaterra su gran cuadro de La Medusa
para exhibirlo en una muestra itinerante. Este viaje rindió sus frutos artísticos,

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porque allí Géricault pudo conocer en directo la novedosa pintura británica y se


sintió atraído por la obra del paisajista Constable, como demuestra en una de
sus últimas obras finales, El horno de arcilla (c. 1822).
Fue el encargado de romper con la tradición académica y abrir el camino
del romanticismo. Fue el símbolo del nuevo estilo, no sólo por su ruptura
artística, sino también, por su vida aventurera y marcada por el compromiso
político. Vale la pena comparar el Oficial de cazadores a la carga (1812) de
Géricaul con Napoleón cruzando los Alpes (1801) de Jacques-Louis David, para
ver la evolución que vivió el arte.
La balsa de la Medusa (1819) es un cuadro manifiesto que nos sirve para
analizar su estilo y el propio romanticismo. Para empezar la temática tratada
no nos remite a un pasado heroico sino a la más realidad contemporánea, un
naufragio y un rescate que la incompetencia de los responsables convirtió en
un desastre. Géricault se documentó para esta pintura, viajando a la costa
normanda para observar el mar y las balsas; visitó hospitales y depósitos de
cadáveres para lograr la veracidad en los cuerpos.
Podemos ver como el pintor optó por liberar el color de la línea, crea una
composición donde manda el movimiento frente al reposo, con una estructura
diagonal que genera fuerza y dinamismo. Es notable la influencia de Rubens,
mientras que la calma de las composiciones clásicas ha desaparecido.
Géricualt potencia la expresividad de la obra en un tema de fuerte
dramatismo. Cada personaje afronta la situación de un modo diferente, los
grados de esperanza van decayendo hasta los personajes muertos de la
izquierda.
Las inquietudes sociales de Géricault se reforzaron con su estancia en
Inglaterra, grabados como Escena londinense: piedad para las desdichas de un
pobre viejo (1821) muestra el lado más oscuro de la sociedad industrial:
pobreza, alcoholismo y explotación.

Pronto llegaron las críticas al romanticismo artístico. Sus obras irritaron a


los académicos y al gusto más conservador, que las consideraron de la mal
gusto y acusaron a los artistas de incorrección técnica. Recibieron insultos y
amenazas y muchas de sus obras fueron expulsadas del “Salón”.
La pintura romántica participó de la intensa transformación de las artes
plásticas. Los artistas románticos rechazaron los principios academicistas y la
visión tradicional del arte, caracterizada por la producción de armonías

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formales, mediante la corrección técnica y la aplicación de unas normas


aprendidas.
El romanticismo en un estilo que, por su propia naturaleza, presenta gran
diversidad y es difícil de clasificar. Como rasgos comunes que definen la pintura
romántica podemos señalar:
• La libertad creativa.
• Composiciones complejas que entroncan con el barroco.
• El predominio del color sobre la línea, rompiendo con el modelo
académico.

PINTURA ROMÁNTICA INGLESA.es: Constable y Turner


Los paisajistas ingleses John Constable (1776-1837) y William Turner
(1775-1851) representan el gusto romántico por la naturaleza, con la que el
artista recupera sus vínculos en una época marcada por la Revolución
Industrial y el crecimiento de las ciudades.
Estos pintores modificaron el papel que el paisaje jugaba en la pintura,
convirtiéndolo en un tema digno de protagonizar un cuadro. Renovaron la
manera de representar el paisaje, prestando especial atención a los valores de
la naturaleza cambiante: la luz, la atmósfera y sus colores… lo que les convirtió
en precursores del impresionismo.

John Constable (1776-1837) quería hacer de la naturaleza la fuente


esencial de la pintura, según sus palabra: “cuando me pongo a hacer un boceto
al natural, lo primero que hago es olvidarme de que he visto un cuadro”.
Constable nos acerca a lo efímero, frente a la sólida y perdurable pintura
académica, evitando la teatralidad con la que se representaba el paisaje hasta
entonces. La naturaleza aparece cambiante, caótica… Pero sus obras están muy
elaboradas, con muchos bocetos previos donde podemos apreciar su destreza
para representar los fenómenos atmosféricos, como las nubes.
La naturaleza, y los paisajes de las obras de Constable nos muestran una
visión amable de la campiña. Le gusta recrearse en elementos humildes para
dotarlos de una gran carga poética. Buen ejemplo de su trabajo es El carro de
heno (1821), una obra que presentó al Salón de 1824. Utilizó una técnica
vibrante y luminosa que impresionó a los jóvenes pintores que posteriormente
formarían el grupo de Barbizón, los primeros que pintaron al aire libre, un paso
más allá que Constable.

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William Turner (1775-1851) dio un impulso definitivo a la pintura de


paisajes. Nació en 1775, en Londres, vivió en primer plano la revolución
industrial y sus vertiginosos cambios. Su obra evolucionó, del paisajismo
bucólico, a la abstracción de los barcos de vapor y el avance tecnológico.
Intentó acercarse a lo sublime de la naturaleza, cambiando por completo
su modo de entender la pintura. Sus paisajes no necesitan seres humanos, sólo
elementos naturales como el agua, el viento o la tierra. La naturaleza aparece
con toda su fuerza y energía, es una naturaleza sublime.
Frente al paisaje amable de Constable, Turner prefirió temas donde el
caos se apodera de la pintura: las tormentas.
A Turner le atraía lo trágico, y desarrolló efectos pictoricos para mostrar
catástrofes, como desastres marítimos, El naufragio, cataclismos naturales y
guerras (las presentaba de manera antiheróica). Pero nunca perdió el interés en
mostrar paisajes de belleza impresionante. Lo sublime como estética del
deleite y el terror, que creaban los paisajes complicados.
Su técnica cambió hacia unos contornos diluidos, manchas de color y
atmósferas vaporosas. Las formas se disuelven hasta casi la abstracción.
Turner experimentaba mezclando elementos clásicos y de vanguardia,
con técnicas novedosas para su tiempo, borrones, manchas y raspados, por
medio de efectos visuales pero no reales, sugería realidades que no estaban
ahí.
Sus obras se basaban en la observación. Al igual que Constable, su
método consistía en tomar bocetos (en acuarela) que luego componía en el
estudio; se cuenta que para Tormenta de nieve y vapor a la entrada de un
puerto (1842), logró que los marineros le amarraran al mástil para presenciar
los efectos de la tormenta.
En obras como El “Temerario” remolcado a su último atraque para el
desguace (1839) o Lluvia, vapor y velocidad (1844) introducen la temática
moderna, que tanto gustaba a los impresionistas. En la primera plasma la
nostalgia por un mundo que desaparece para dar paso a otro nuevo, más
vulgar; en el segundo se sirve del vapor y el humo para representar este nuevo
mundo.
Las reacciones que provocaba la obra de Turner, eran contradictorias, con
fuertes defensores y detractores. Esto se debía a su experimentación con los
fenómenos naturales, toda una obsesión de estudio de la luz. Su resistencia al
dibujo tradicional de contornos definidos y línea, su uso de un color y pincelada

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pastoso con gran densidad en sus óleos, llegando al goteo y corrido en las
acuarelas.
Turner se adentró en el impresionismo, pasó al expresionismo, y a la
abstracción. Para el público de su tiempo, su técnica, de manchas y las
sugerencias, resultaba muy agresiva.
Su obra, muy innovadora, no fue entendida en la época. Su lenguaje
pictórico, la energía que trasmitía, su fuerza arrolladora, chocaba con el gran
público, que se negaban en descifrar aquello que no podían entender con
claridad. Turner fue un rebelde de lo establecido, en cuanto a temática, utilizó
el “literalismo victoriano”, lo cual fue un gran paso hacia el modernismo.
Turner tenía clara la función de la pintura, al morir en 1851, legó su obra
al público británico, como un legado cultural nacional.
Turner pasó por diversas corrientes: impresionismo, expresionismo, y la
abstracción.

ROMANTICISMO ALEMAN. Gaspar David Friedrich

Caspar David Friedrich (1774-1840), fue uno de los representantes más


importantes de la pintura romántica en Alemania. Destacó por sus paisajes
alegóricos y simbólicos,
La representación de la naturaleza sirve al pintor para una profunda
reflexión sobre el ser humano y su existencia, sus obras están cargadas de
filosofía. Según el artista “un pintor debe pintar no sólo lo que ve ante sí, sino
también lo que ve en el interior de sí mismo”.
En sus obras nos encontramos ruinas góticas, creando una estética
particular, donde estas construcción decrépitas alcanzar una inquietante
belleza.
La Abadía en el robledal (1809) nos muestra los elementos clave de su
obra, la presencia de la figura humana está reducida, queda arrinconada por la
grandeza de la naturaleza o la fuerza del paisaje, siempre con una actitud
contemplativa que se rinde al mundo que le rodea, la inmensidad inabarcable
se escapa al fondo de la obra; mientras, el ventanal gótico, juega el papel de
puerta entre los dos espacios, un elemento de esperanza. No menos simbólico
es su Naufragio de La Esperanza (1824), donde el barco se pierde entre le hielo
y el silencio.

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Friedrich, al contrario que Turner nos presenta el momento posterior a la


tormenta obligando al espectador a imaginar la catástrofe. La fuerza expresada
mediante la ausencia.
Su obra es capaz de mostrar lo sublime, una categoría estética que va
más allá de la belleza, su grandiosidad, inmensidad y silencio, la hace
inabarcable, generando inquietud, vértigo, incluso miedo en un observador que,
sin embargo no puede alejarse de dicha contemplación (atracción-repulsión).
Los pintores emprendieron la búsqueda de los sublime en el
romanticismo, la obra de Edmund Burke Indagaciones filosóficas acerca de
nuestras ideas sobre lo bello y lo sublime abrieron el camino. El viaje se volvió
vital para unos artistas que se ven como exploradores, que descubren lo
inaccesible o la belleza de los abandonado: especialmente las ruinas
medievales, los cementerios con su poder evocador y melancólico.
En el caminante sobre el mar de nubes (1817-1818) se ejemplifica la
mayor aportación de Friedrich al mostrar, no tanto la grandeza del paisaje,
como los efectos subjetivos que provoca en quien lo contempla, el espectador
se identifica con el personaje que, a su vez, es un alter ego del propio pintor, las
sensaciones se van traspasando. Lo mismo ocurre en el Monje a la orilla del
mar, al igual que en el cuadro anterior, el personaje aparece de espaldas, pero
ahora más empequeñecido por la grandiosidad de la naturaleza. El monje se
pierde en la inmensidad y la niebla, quizás representado al propio ser humano.
En ambos cuadros la niebla es un elementos clave, Friedrich afirmó que
“cuando un paisaje está cubierto por la niebla, parece mucho más sublime, ya
que eleva y amplia nuestra imaginación”.

Todos los elementos figurativos que aparecen en sus cuadros, sean


fragmentos de la naturaleza, hombres o cosas, están cargados de simbolismo y
son alegoría de la existencia.
Así, los barcos en el mar simbolizan en el curso de su navegación el
transcurso de la vida del hombre, la luna que ilumina la noche marina es la
encarnación simbólica de Jesucristo, los puertos representan la arribada de las
almas a su destino final, como los cementerios son el fin del viaje y el paso
definitivo al más allá, mientras que las anclas de los barcos y los mástiles son
símbolos de la cruz.
Para enfatizar aún más esta idea del hombre de cara a la naturaleza y
olvidándose de sí mismo y su propia historia, es muy significativo que Friedrich

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lo represente siempre de espaldas al espectador, queriendo introducirnos en la


experiencia misma de la contemplación de la naturaleza.
La temática de Friedrich es, por tanto, necesariamente repetitiva aunque
también, dada la intensidad de los sentimientos que vuelca sobre el paisaje,
poco monótona pues, aunque no varíe el asunto tratado o la perspectiva
elegida, nos produce la sensación de algo siempre renovado. Esta visión
empática de la naturaleza, que no significa otra cosa que observarla y
representarla proyectando nuestros sentimientos, va a tener una gran
importancia e influencia en todo el arte posterior. Como ha estudiado el
historiador de arte norteamericano Robert Rosenblum, esta visión ha influido
en ciertas corrientes del arte abstracto del siglo XX en las que se perpetúa esa
intensidad mística en la imagen, aunque haya perdido hasta la última
referencia figurativa.
Uno de los más célebres cuadros de Friedrich, el titulado El monje junto al
mar (1808-1810), donde aparece la solitaria y diminuta figura de un monje en
medio de una inmensa playa, cuya insignificancia se hace tanto más patente
en medio de las tres monumentales bandas horizontales que lo rodean, la
de la tierra, la del mar y la del cielo. Éste es quizá el mejor ejemplo de la
concepción sublime y melancólica de este paisajista alemán, que posee
también casi siempre algo de experiencia angustiosa.
Esto ocurre también en el hoy ya famoso cuadro titulado El mar de
hielo o en El náufrago de Esperanza (1823-1824), en el que una fragata es
atrapada por los hielos de un mar polar, a punto de ser hecha pedazos y
ser tragada en el agua subterránea que subyace a la superficie helada. En
ambos hay un componente trágico que alegoriza la precariedad del
destino humano, conectando en este sentido con esa temática de los
naufragios que entusiasmó a los pintores románticos de toda Europa.

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