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Por
Diego Giacomini
2 de Marzo de 2022
El consumo satisface necesidades presentes. Dado que enfrenta riesgo e incertidumbre (no
sabe si estará vivo en el futuro), el ser humano tiene una natural preferencia por el presente en
detrimento del futuro, lo cual se refleja en que los bienes futuros son siempre menos valiosos
que los bienes presentes. Así, una unidad de cualquier bien presente sólo se intercambia por
más de una unidad de bienes futuros; y esta diferencia es la tasa de interés. En otras
palabras, la tasa de interés no es otra cosa que el precio que se exige cobrar (pagar) para
postergar (adelantar) consumo presente (futuro) hacia el futuro (presente).
En este marco, se comprende que el ahorro presente no es otra cosa que consumo futuro. O
sea, la gente deja de consumir hoy, para poder consumir más en el futuro. Sin embargo, para
que esto sea posible debe haber propiedad privada permanente de los recursos a lo largo del
tiempo. Sin la certeza que lo ahorrado seguirá siendo propio en el futuro; es decir, sin saber
que lo que se ahorra efectivamente se convertirá en consumo futuro propio, se deja de ahorra
y se gasta todo en el presente. O sea, el ahorro depende de la existencia inviolable de la
propiedad privada. Sin embargo, la democracia universal representativa es un régimen de
gobierno de propiedad pública, no de propiedad privada. En democracia universal
representativa los burócratas no son dueños ni del flujo, ni del stock de capital que
administran, y para peor, asumen en comodato; es decir, por tiempo limitado. Administran lo
que no es de nadie hoy, pero no lo harán mañana.
Este tipo de administrador, que administra por tiempo limitado lo que no es suyo ni de nadie,
tiene elevada preferencia temporal, es decir; prioriza desmedidamente el presente por sobre el
futuro, priorizando el consumo presente en detrimento del ahorro y el consumo futuro. Así, el
gobernante del sistema democrático universal representativo sólo tiene incentivos a maximizar
el gasto (consumo) presente y des ahorrar lo máximo posible, ya que el ahorro nunca se podrá
transformar en mayor consumo futuro para él. Además, ahorrar implicaría gastar (consumir)
menos dinero ajeno en el presente, con lo cual su poder político y económico se reducirían:
podría intervenir en menos mercados, sectores y aristas de la vida cotidiana de los ciudadanos,
también podría redistribuir menos ingreso, prestar menos servicios y así, generar menos
dependencia en su favor. Segundo, al tener menos poder político y económico, la probabilidad
de perder las siguientes elecciones aumentaría, acortándose el tiempo de su comodato. Para
peor, si el ahorro le hiciera perder las elecciones a manos de su rival político, este rival suyo
sería quien se beneficiaría del ahorro acumulado porque podría financiar más gasto y
acumular más poder, incrementándose sus chances de reelección. O sea, ahorrar y gastar
menos juega en contra de los intereses políticos y económicos del gobernante de la democracia
universal y representativa; o sea, atenta contra su bienestar individual.
El gasto público es el que gana votos, y es por esto que la democracia es siempre populismo. Es
fácil de demostrar que el gasto público gana votos. Si por arte de magia un gobierno pudiera
regalar salud, educación, seguridad, justicia e infraestructura sin cobrar ningún impuesto, ni
impuesto inflacionario, ni colocando deuda que hiciera subir el costo del capital, todos los
ciudadanos de ese imaginario (imposible) país estarían muy contentos; y jamás se les ocurriría
cambiar de gobierno. Ahora bien, esta situación no es posible. Los burócratas pagan el gasto
público con impuestos, emisión monetaria y/o deuda. Sin embargo, estos tres métodos de
financiamiento no son lo mismo en términos de populismo. Los impuestos son violencia física y
saqueo, tangible, evidente e instantáneo. El ciudadano visualiza de inmediato que le están
sacando dinero por la fuerza. Es más, el pagador de impuestos puede diferenciar que nivel
(nacional, provincial o municipal) de burocracia le roba más. Por el contrario, la emisión
monetaria puede impactar positivamente en los niveles de actividad, facturación, empleo y
salarios en el corto plazo. O sea, en el corto plazo puede atraer votos. Por el contrario, el
impuesto inflacionario se convierte en algo negativo en el largo plazo. Y dado que, como ya
explicamos, el administrador democrático tiene preferencia por el corto plazo, siempre tendrá
incentivos a utilizar la emisión monetaria como mecanismo de financiamiento del gasto.
Obviamente, es fácil de entender porque el financiamiento vía deuda es el preferido de los
democráticos burócratas de carne y hueso. La colocación de bonos estatales a 4; 8; 10; 12; 15;
20 y/o 30 años no sólo les permite no pagar ningún costo por la maximización presente del
gasto, sino que da lugar a que todos dichos costos puedan ser trasladados a futuro y sean
pagados por otros más adelante. Ergo, la democracia universal representativa es un sistema de
gobierno cuyos incentivos conducen siempre e inexorablemente a gastar mucho más de lo que
se cobra de impuestos, y la diferencia pagarla con deuda y emisión. O sea, la regla (excepción)
es que los Presupuestos Públicos de la democracia universal representativa sean deficitarios
(equilibrados).
En pocas palabras, pensar que en democracia universal representativa el gasto público puede
bajar y quedar reducido en forma permanente y al mismo tiempo creer que los presupuestos
públicos pueden ser sostenidamente equilibrados son dos errores intelectuales que surgen de
no entender qué es, cómo funciona y de qué manera operan los esquemas de incentivos de la
democracia universal representativa, que es un régimen de gobierno de propiedad pública
condenado a llevarnos al socialismo, porque en su ADN tiende avanzar en forma sistemática y
constante por sobre la propiedad privada y la libertad. En síntesis, los Estados organizados bajo
la democracia universal y representativa están condenados a gastar cada vez más, y gastar
siempre más de lo que tienen (saquean) para maximizar el poder económico y el poder político
de los burócratas de carne y hueso, lo cual siempre se hace a expensas de hipotecar el futuro y
empobrecer a la gente en el sendero de largo plazo. Hace décadas que viene sucediendo
despaciosa, pero sostenidamente.
En pocas palabras, por medio de la praxeología, que es una metodología científica lógica
deductiva basada en la acción y todo su conocimiento previamente adquirido, hemos
demostrado que la democracia universal representativa es en esencia populismo, y que está
condenada a avanzar sobre la propiedad privada y la libertad, conduciendo a los seres
humanos inexorablemente al socialismo. También hemos demostrado que bajo este régimen
de gobierno, el gasto y todas sus fuentes de financiamiento (impuestos, inflación y deuda están
condenados a crecer. La praxeología también demuestra que los Presupuestos Públicos bajo
están condenados a ser casi eternamente deficitarios cuando hay gobiernos organizados bajo
democracia universal representativa. La evidencia de los datos sirven para ilustrar todo lo que
ya ha quedado demostrado praxeológicamente.
En Europa el gasto público era el 12,7% del PBI en 2013 cuando había sólo dos repúblicas en el
continente (Francia y Suiza). Luego con el paso de las décadas fue subiendo: 28,4% (1960);
43,8% (1980) y 53,6% (2020).
Algo similar pasó con la deuda pública, que pasó de 40,9% (1980) a 61,9% (1990); 71% (2000) y
111,4 (2020).
Al mismo tiempo, según datos del Banco Mundial, la masa monetaria en términos del PBI casi
se triplicó en 60 años: 50,8% (1960); 63,9% (1980); 99,2% (2000); 107,8% (2010) y 143,9 (2020).
Consignas:
1) Elaborar una postura contaría a la opinión del autor utilizando la bibliografía de catedra
(Villegas).
Formato: las respuestas deberán ser subidas al foro mes 1 del aula virtual de la materia, el
trabajo se puede realizar en grupos de hasta 4 integrantes.