Silvana Dadote) Para comenzar me gustaría valerme de un pasaje bíblico: “De todo árbol del jardín podrás comer libremente, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no podrás comer, porque el día que de él comas, morirás.” Antiguo testamento, Génesis 2 Todos los hombres desean por naturaleza conocer, decía Aristóteles. Parece ser cierto, pero aun cuando lo consideremos así, no es menos cierto que el ser humano se arroja verdaderamente a conocer cuando un límite, desafío, o enigma, lo interpela o instituye. Respondamos entonces: el árbol es el enigma, el desafío, el límite. No es lo conocido – no se sabe exactamente en qué consiste sus frutos- pero tampoco es lo desconocido-se sabe que está en el jardín del Edén y que es el árbol del conocimiento del bien y del mal. El árbol es lo que hace ondular el deseo y alucinación. La advertencia divina es poderosa, la ley anuncia una condena fulminante: el día que de él comas, morirás. Y sin embargo, la transgresión se produce. El castigo adviene de otra forma: los ojos se abren, la desnudez se hace patente; el jardín se pierde. Hay que parir con dolor y sudar para ganar el pan. Pero el deseo de saber, invocado por otros desafíos y otros límites, persiste. Quizás el morirás de Dios haya sido menos una amenaza que una metáfora que anticipa la transformación que sufre el animal humano cada vez que anticipa su muerte en el límite que cruza. Quizás ese morirás lanzado por Dios sea la mejor forma de decir a nuestros futuros docentes en formación que nadie es el mismo luego de cruzarlo. En este sentido es que quizás pueda afirmarse que educar es anticipar responsablemente la transgresión del límite que los recién venidos no pueden más que producir, y tal como cualquier docente lo sabe, acompañar el momento anterior y posterior a la transgresión. Ahora bien, ¿es la filosofía un campo de saber como cualquier otro? ¿qué vínculos puede trazarse entre filosofía, educación y magisterio?. Una afirmación provisoria del estatuto de la filosofía y su relación con la enseñanza institucionalizada quizás sea de utilidad para comenzar a perfilar los fundamentos de su transmisión. Sostendremos, pues, que la filosofía es tanto una singular manera de preguntarnos por el sentido de nuestras pasiones, acciones y pensamientos como un modo de pensar relaciones entre saberes y herencias. Pero a nuestros fines diremos, además, que la filosofía es una asignatura, una disciplina destinada a su enseñanza, una trama de problemas a investigar y estudiar en los profesorados de nuestro país. La pregunta por la utilidad de la filosofía es constitutiva de la filosofía misma. Esta ha sido acusada de ser una actividad socialmente inútil pero también peligrosa para la reproducción del lazo social. Un acontecimiento célebre atestigua en forma perfecta el talante común de estas sospechas. Se trata de la condena a muerte de Sócrates, del sacrificio que hizo tan intenso como tormentoso el vínculo entre filosofía, educación y política. Se puede percibir que la condena explícita del filósofo supuso el reconocimiento público de la incomodidad que generaba en la comunidad griega un discurso que ponía en entredicho el saber de los expertos. Entonces, ¿para qué necesitan nuestros futuros docentes de este sospechoso saber llamado filosofía? Para que desde y con la reflexión filosófica se pueda, en el campo de la formación de los futuros docentes, colaborar con la enseñanza del arte de preguntar, un arte que se anima a interrogar por los sentidos del tiempo presente a partir de las circunstancias en las cuales estudiantes y docentes realizan la experiencia del filosofar, un arte que en lugar de repetir en forma abstracta el ritual de la pregunta, trata de promover experiencias concretas del preguntar que devengan aprendizaje filosófico. Bien decía Sócrates qua la vida sin autoexamen no merece ser vivida. El niño y, a su modo, el joven docente son los que efectúan la pregunta extraña, extranjera, la pregunta que interpela por las eficacias del ritual, por la naturalización de las costumbre, por los enigmas de la vida en común. En tanto tales, son los agentes que conmueven las tramas culturales de una tradición. Tenemos como docentes, el desafío de hacer del preguntar un arte que asuma con libertad la relación con la tradición cultural que nos precede, para conocerla, recrearla y cuestionarla, como se cuestiona, conoce y recrea la propia lengua. Y a este desafío lo enfrenta la filosofía, de ahí su importancia y utilidad pero también peligrosidad en cuanto pensamiento crítico que no acepta pasivamente lo dado sino que todo lo problematiza con rigurosidad. Como profesionales de la educación debemos poner énfasis en el deseo de saber como motor del vínculo humano con el conocimiento de lo real, lo racional y lo verdadero. Dicho de otro modo: se trata de pensar el problema del saber pero sin perder de vista que el sujeto de conocimiento edifica su vínculo con lo real, lo racional y lo verdadero, a partir de las disposiciones anímicas, hábitos institucionales y juegos de poder históricamente situados. Quisiera dar un último rodeo antes de terminar esta presentación. En una conferencia – cuyo título “¿Por qué filosofar?” nos vuelve a enfrentar con el fantasma de la utilidad-, el filosofo francés Jean-Francois Lyotard afirmaba que hacer filosofía no es otra cosa que “obedecer plenamente al movimiento del deseo, estar comprendido en él e intentar comprenderlo a la vez, sin salir de su cauce”. En buena medida, los recursos materiales y didácticos, bibliografías, estrategias y explicación que tomamos como herramientas de trabajo, más el enfoque asumido se inscriben en el intento de comprender el deseo de saber que nos constituye, sin salir de su cauce. El educando, futuro educador, puede encontrarse entonces con la posibilidad de reflexionar sobre la educación como un hecho político-social del que él es protagonista y optar entonces por una posición fundamentada y propia a través de las distintas alternativas que ofrecen las construcciones teóricas filosóficas de cada época, con miras a la actualidad y para proyectarse en el futuro.
¿Qué reflexión te merece el texto?
El texto nos hace reflexionar que nosotros como futuros docentes tenemos el desafio de hacer que nuestros alumnos pregunten todo lo que quieran saber, sin miedo y con libertad. ¿Qué valor tiene la Filosofía en la Formación Docente? ¿Por qué es importante su presencia? El objetivo de la filosofía en formación docente pienso que es el desarrollo del intelecto total del alumno y la realización del potencial humano. Debemos realizar la búsqueda del conocimiento y la sabiduría, y por eso es importante, ese mismo entusiasmo le tenemos que transmitir a los niños que vamos a educar.