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Teoría y Análisis Literario
TP Nº 7

Materia: Teoría y Análisis Literario “C”


Cátedra: Jorge Panesi
TP Nº: Nº7 – 07 de junio de 2016– Dictado por
Carolina Ramallo
Tema: Debate Foucault- Barthes.
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ProfesoraCarolina Ramallo: Hola a todos.

El programa de la materia Teoría y Análisis literario C se ha centrado este año en


las “Polémicas: para una historia de la teoría literaria” de modo tal de prestar especial
atención al modo en que el saber teórico y crítico es formulado bajo las condiciones del
debate y las polémicas artísticas, teóricas, críticas, metodológicas y políticas. Por esto el
tratamiento de los temas se da de modo de confrontar distintas posturas críticas desde la
polémica, la discusión y el disenso como génesis del conocimiento de la teoría y la
crítica literaria.

Esto es especialmente productivo para el caso del estructuralismo y el llamado


postestructuralismo, debate dentro del cual se inserta el problema de “la figura del
autor” en Barthes y Foucault que veremos en esta clase. Esta clase teórico-práctica es
parte de la unidad 3 “La hegemonía estructuralista”.

En el programa de esta cursada de la materia estamos prestando especial


atención, como ustedes saben, a las polémicas literarias. Para la clase de hoy los textos
que trabajaremos de lectura obligatoria son de Michel Foucault “¿Qué es un autor?” y
“Lenguaje y Literatura” y de Roland Barthes “La muerte del autor”, “De la obra al
texto” y una selección de El grado cero de la escritura (su prólogo y su primer apartado
“¿Qué es la escritura?”). Veremos, de este modo, a Michel Foucault en el contexto
general de las polémicas del estructuralismo y post-estructuralismo y de la polémica
particular acerca de la llamada “muerte del autor” y algunos otros puntos de debate con
Roland Barthes.

Entonces, comenzaremos con una cita de Michel Foucault acerca del


estructuralismo y el llamado post-estructuralismo. Dice, entonces, Foucault en una
entrevista recogida en 1999 en el libro Michel Foucault. Estética, ética y hermenéutica:

“Lo que me parece sorprendente de lo que se ha llamado ‘movimiento


estructuralista’ en Francia y en Europa occidental en los años ’60 es que

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funcionaba como un eco del esfuerzo hecho en ciertos países del Este, en
particular Checoslovaquia: la de liberarse del dogmatismo marxista.
Mientras que en un país como Checoslovaquia renacía esta tradición del
formalismo de preguerra, en esa época más o menos aparece en Europa
Occidental lo que se ha llamado ‘estructuralismo’, es decir, lo que en mi
opinión es una nueva forma, una nueva modalidad de ese pensamiento, de
esa investigación formalista”.

Es en este sentido que Foucault va a pensar al estructuralismo dentro de la gran


corriente del pensamiento formal-estructural moderno.

Podemos pensar a esta gran corriente de pensamiento formal-estructural como


aquella que busca diferenciarse de las concepciones de la literatura burguesa
simultáneamente desde dos campos: por un lado, del campo de la expresión sentimental,
ya que si la escritura es formalizable y exige un pensamiento formal, no hay en ella
nada de la expresión ni del sujeto, ni de sus sentimientos ni de su yo, sino que es, por el
contrario, un campo de permutaciones. Por otro lado, busca diferenciarse del campo de
la interpretación: no hay en la literatura nada que representar o imitar, develar o
dilucidar, de lo que hay que dar cuenta no es de un contenido representado, sino de la
génesis de la escritura, no del producto del sentido, sino del modo en que éste se genera,
por medio de qué operaciones formales.

Foucault inscribe su práctica de investigación, de trabajo intelectual, en relación


específicamente con el estructuralismo de un modo problemático y periférico, él afirma:

“nunca utilicé la palabra estructura. Búsquela en Las palabras y las cosas y


no la encontrará [le está hablando a LucienGoldmann] Entonces me gustaría
que me ahorrasen todas las fáciles acusaciones sobre mi estructuralismo”.

De esta manera, debemos tener en cuenta, en primer lugar, que esta conferencia
se plantea, de algún modo, como una manera de revisitar, de continuar rediscutiendo el
trabajo de su libro Las palabras y las cosas, escrito tres años antes y, en segundo lugar,
debemos recordar la problematicidad y conflictividad permanente de los
etiquetamientos institucionales, que se ponen de relieve siempre que se indaga en el
modo de producción de saber en la forma de polémica.

En El orden del discurso de 1970 Foucault por ser su lección inaugural en el


Colegio de Francia expone muy sintéticamente su propuesta metodológica en la zona

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de sus trabajos que estamos viendo:

“Cuatro nociones deben servir pues de principio regulador en el análisis: la


del acontecimiento, la de la serie, la de la regularidad y la de la condición de
posibilidad. Se oponen, como se ve, término a término: el acontecimiento a
la creación, la serie a la unidad, la regularidad a la originalidad y la
condición de posibilidad a la significación. Estas cuatro últimas nociones
(significación, originalidad, unidad, creación) han, de una manera bastante
general, dominado la historia tradicional de las ideas, donde, de común
acuerdo, se buscaba el punto de la creación, la unidad de la obra, de una
época o de un tema, la marca de la originalidad individual y el tesoro
indefinido de las significaciones dispersas.”

En la década de 1960 Foucault se ocupa de la literatura y el lenguaje de la


literatura en relación con los planteos filosóficos de Klossowski, Bataille, Blanchot,
entre otros, ya que éstos le permiten criticar la evidencia originaria del sujeto, pensar la
experiencia del sujeto descompuesto y sus límites, para señalar la no existencia de una
forma originaria y autosuficiente del sujeto propia de la filosofía clásica.

Fíjense que las nociones que sirven de principio regulador del análisis son
conceptos trabajados por ustedes y nosotros a lo largo de la materia: la idea de estudio
de la literatura como un acontecimiento históricamente producido; el estudio de series y
funciones que trabajan interrelacionadas en un sistema;el relevamiento de regularidades
en la producción y la circulación del sentido y, por último, el estudio de las condiciones
históricas de posibilidad, emergencia y existencia de los hechos estudiados.

Foucault había publicado en 1966 Las palabras y las cosas uno de cuyos
objetivos era delimitar en qué momento apareció en la cultura occidental el hombre
como objeto de saber y por lo tanto la constitución de las ciencias humanas. El libro
circula en medio de las polémicas acerca del estructuralismo y es duramente criticado
desde el marxismo ortodoxo, desde los círculos del Partido Comunista (por ejemplo por
Sartre). En diálogo con las lecturas que se hicieron de Las palabras y las cosas y en el
contexto de la negación de Foucault a su adscripción al estructuralismo, publica a
principios de 1969 La arqueología del saber. El tema de la conferencia “¿Qué es un
autor?” aparece desarrollado tanto en este libro como en la lección inaugural del
Colegio de Francia El orden del discurso de diciembre de 1970 que citábamos recién.

Muy bien, como dijimos antes, entonces, “¿Qué es una autor?” es una

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conferencia dada originalmente el 22 de febrero de 1969 en la Sociedad Francesa de


Filosofía, editada luego por el Boletín de esa institución, seguida de las intervenciones
de alguno de los intelectuales y profesores presentes.

Foucault presenta en esta conferencia su interés en estudiar el borramiento del


autor en beneficio de las formas propias del discurso, para, de este modo, descubrir las
reglas de desaparición del autor y el juego de la función autor.

El objetivo del trabajo foucaultiano es el análisis del funcionamiento de esta


función autor, de una manera análoga al modo en que la “muerte del hombre” como
tema que se repite desde el siglo XIX permite ver de qué manera, según qué reglas se
formó y funcionó el concepto de hombre.

La operación crítica es entonces pensar la génesis de una idea (la de hombre, la


de sujeto, la de autor) desde el momento de su desaparición.

De esta manera, la cuestión del autor funciona al interior de la cuestión más


amplia del sujeto. Se trata de analizar las condiciones en las cuales es posible que un
individuo ocupe la función de autor, no en términos absolutos, sino en relación con un
campo.

El problema principal que trabaja este texto es despojar a la categoría de “autor”


de todas las posibles connotaciones esencialista para no entenderla como algo que es,
sino como algo que es en relación con otras entidades. Como se darán cuenta, ésa es la
operación que se encuentra en sintonía con la operación estructuralista. El mismo
nombre de “función autor” tiene este sentido: ya hemos visto a lo largo de las lecturas
de esta materia que las funciones se dan en sistemas y esto es parte del pensamiento
formalista y estructuralista que estamos siguiendo. Este método de trabajo entonces se
entronca con una persistente preocupación foucaultiana acerca de las condiciones
históricas de producción de los discursos y acerca del estatuto o del problema del sujeto
en la modernidad.

Para la relectura de esta conferencia, debemos tener en cuenta un fenómeno


intensamente trabajado alrededor de las reflexiones de Foucault. Durante la primera
etapa de la modernidad occidental se produce e intensifica el proceso de especialización
de la literatura por medio de la autonomización y la institucionalización de la misma.
Esta “especialización” es tan intensa que puede incluso pensarse en el sentido de una
“sacralización”, en el sentido que estos discursos literarios son no sólo conservados y

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transmitidos sino que además se enseñan, se comentan y reclaman una exégesis tal y
como lo hacen los textos y discursos sagrados, religiosos.

Los procesos de autonomización e institucionalización generan una distinción


ennoblecedora de los discursos literarios y los constituyen en textos privilegiados de la
producción cultural. Justamente, son los textos literarios con autor aquellos discursos
privilegiados en el proceso de preservación y transmisión.

Vamos, ahora, entonces, a releer los puntos más relevantes del texto “¿Qué es un
autor?” para nuestra cursada.

Foucault plantea el trabajo de buscar las condiciones de funcionamiento de las


prácticas discursivas para darles estatuto, localizarlas, escandirlas, analizarlas,
describirlas a partir de la noción de autor, ya que ésta constituye el momento fuerte de
individuación y unidad en la historia de las ideas, de los conocimientos, la literatura, la
filosofía y la historia.

La propuesta de trabajo de Foucault para este texto conlleva dejar de lado la


historia del proceso de individualización de la figura del autor en nuestra cultura
occidental para abordar única o centralmente la manera en que el texto apunta hacia la
figura del autor.

Foucault comienza su análisis del problema del autor por la cuestión del nombre
propio y dialoga con la teoría de los actos de habla de John Searle. Foucault señala que
la especificidad del nombre propio del autor es que, además de su carácter indicador,
tiene una función descriptiva. El nombre de un autor se encuentra entre la designación
(ése es Michel Foucault) y la descripción (ése escribió Las palabras y las cosas, ¿Qué
es una autor? y El orden del discurso). El modo en que el nombre de autor se encuentra
entre ambas varía históricamente y sus variaciones tienen implicancias en su
funcionamiento.

Es en este sentido que el nombre de autor ejerce una función clasificadora de los
discursos: puede ser una relación de filiación, de explicación recíproca, etcétera. El
nombre de autor, asimismo, señala sobre el texto que lo porta el hecho de que no es un
discurso cotidiano, sino que tiene un cierto estatuto determinado por el nombre de autor.
No nos es inteligible del mismo modo la palabra sobre literatura de un familiar, de un
compañero, de un profesor o de Foucault.

De este modo es que la función autor, manifiesta el acontecimiento de un

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discurso y se refiere al estatuto de ese discurso dentro de una sociedad, a su modo de


existencia, circulación y funcionamiento.

Un discurso portador de función autor, entonces, va a tener para Foucault cuatro


rasgos diferentes.

1) En primer lugar, son objetos de apropiación. Esto se da en dos movimientos:


1.1) en primera instancia, en relación con la ley penal, con la posibilidad de punir a sus
autores y, 1.2) en segunda instancia, con la reinscripción de los discursos dentro del
circuito de propiedad, del mercado. Consecuentemente, (y esto lo veremos más
detenidamente desarrollado en “Lenguaje y literatura”) la posibilidad de transgresión
(de la mano de la posibilidad de punición) se fue centrando en la práctica de la
literatura, mientras que el sistema de la propiedad ha compensado con sus beneficios a
los peligros de la escritura.

Entonces, en primer lugar, 1) un discurso portador de función autor es un objeto


de apropiación, transgresión y punición.

En segundo lugar, 2) los textos con función autor han funcionado de distinto
modo a lo largo de la historia. Mientras que en la Antigüedad los discursos científicos
eran recibidos con un autor como índice de su prueba de veracidad y la literatura, en
cambio, circulaba ampliamente de forma anónima, en la Modernidad esta ecuación es
invertida y la ciencia circula de forma anónima casi siempre, mientras que la literatura
circular casi exclusivamente junto con la función autor.

Entonces, en segundo lugar, 2) hay una historicidad el discurso portador de


función autor.

En tercer lugar, 3) la atribución a un texto de su función autor es siempre un


proceso complejo que varía históricamente y según el campo disciplinar; un discurso
portador de función autor es un objeto de atribución compleja.

En cuarto lugar, 4) un discurso portador de la función autor, tiene la


particularidad, por último, de que la función autor hace que los signos textuales que
remiten al autor (los pronombres, adverbios, verbos) funcionen remitiéndose a un alter
ego del autor cuya distancia del sujeto escritor varía históricamente e, incluso, en cada
obra. En la escisión misma entre el escritor empírico y el parlante ficticio funciona la
función autor. En las mediaciones del texto literario funcionan las distintas formas de
decir “yo”.

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Entonces, en cuarto lugar, un discurso portador de función autor presenta


diferentes modos institucionalizados de decir “yo”.

Entonces, en tanto un discurso portador de función autor es 1) un objeto de


apropiación, transgresión y punición; 2) con una historicidad de la función autor; 3) con
una atribución necesariamente problemática (en tanto es problematizable) y 4) con un
funcionamiento de la función autor en las mediaciones entre el escritor empírico y el
parlante ficticio.

En otra zona de la conferencia “¿Qué es un autor?” Foucault, a partir de la


reflexión filosófica y del saber positivo, va a desarrollar una especificación acerca de la
función autor que es la conceptualización de los “fundadores o instauradores de
discursividad”. Se tratará de aquellas funciones autor que se encuentran en una posición
transdiscursiva, es decir, que tienen la capacidad de inaugurar una tradición, una
disciplina hacia el interior de la cual podrán colocarse otros discursos con otras
funciones autor, se trata de poder encontrar en el discurso un decir y una voz en relación
con la cual puedan formularse las reglas de formación y transformación de enunciados,
Foucault formula esta pregunta polemizando, como dijimos antes, con las posturas del
PC francés, con Sartre, con esa idea de sujeto:

“Se trata de dar vuelta el problema tradicional. Ya no plantear la pregunta


¿cómo puede la libertad de un sujeto insertarse en el espesor de las cosas y
darle sentido? […] sino antes bien plantear estas preguntas: ¿cómo, según
qué condiciones y bajo qué formas algo como un sujeto puede aparecer en el
orden del discurso? ¿qué sitio puede ocupar en cada tipo de discurso, qué
funciones puede ejercer y obedeciendo a qué reglas?”

Los fundadores de discursividad son, entonces, aquéllos que produjeron la


posibilidad y la regla de formación de otros textos como una posibilidad indefinida de
discurso y los ejemplos paradigmáticos de ellos son Freud y Marx. Por supuesto, una
vez más, no los sujetos empíricos Sigmund Freud ni Karl Marx, sino las funciones autor
Freud y Marx.

Estas funciones autor especiales hacen posibles no sólo una serie de analogías (y
este es el punto en el que se diferencian de una tradición o de una cientificidad) sino
también una serie de diferencias, de disputas de sentido y de disputas discursivas. El
acto que funda la discursividad no está al mismo nivel que sus futuras transformaciones,

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no forma parte de esas transformaciones posteriores tampoco, sino que permanece en un


estado de suspensión que reclama un movimiento de regreso al origen.

Este movimiento tendrá como momento primero 1) la instauración de la


discursividad, luego 2) un olvido esencial y constitutivo y como tercer momento 3) ese
regreso que redescubre la falta.

Ese regreso, que se realiza sobre la escisión entre el autor y la obra, forma parte,
dice Foucault, del discurso mismo y no deja de modificarlo en un trabajo de
transformación de la propia discursividad.

Estas reflexiones sobre la función autor como instauradora de discursividad son


introducidas por Foucault en miras a realizar, en un trabajo posterior, una posible
tipología y análisis histórico de los discursos, a partir de las gramáticas de los discursos,
pero también, y fundamentalmente, a partir de la relación de los discursos con el autor
como propiedad discursiva.

El objetivo de esta propuesta de trabajo foucaultiana es estudiar las modalidades


de existencia de los discursos, sus modos de circulación, valoración, atribución y
apropiación a lo largo de la historia para relevar y analizar el modo en que se articulan
las relaciones sociales, la función autor, los temas y los conceptos en el marco de las
reflexiones sobre la cuestión del sujeto.

La pregunta de investigación y la propuesta de trabajo foucaultianas, como


citábamos recién, se orientan en el sentido de “¿cómo, según qué condiciones y bajo qué
formas algo como un sujeto puede aparecer en el orden de los discursos? ¿qué lugar
puede ocupar en cada tipo de discurso, qué funciones puede ejercer, y esto, obedeciendo
a qué reglas?”.

Recuerden lo que decíamos al principio de la clase en relación con el análisis de


las reglas de formación de conceptos a propósito de El orden del discurso y su
propuesta de trabajar con el acontecimiento, la serie, la regularidad y la condición de
posibilidad.

Si bien es ampliamente reconocido que las investigaciones de Michel Foucault


se estructuran en torno del análisis de la relación de saber-poder y sus efectos en el
estudio de las prácticas de subjetivación, uno de los desplazamientos más conocidos en
su producción es el que ocurre en la década de 1970 cuando se acentúa el peso relativo
del componente poder de ese binomio, mientras que en la década de 1960, como

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dijimos antes, Foucault produce sus textos abocados al lenguaje y a la literatura


(recogidos en De lenguaje y literatura) donde se pregunta por el estatuto mismo de lo
literario, donde se formula la pregunta por cuál es la actividad que permite que circulen
ficciones, relatos, en una cierta sociedad, que se autonomicen y funcionen como
literatura; y, luego, en un segundo nivel de análisis se pregunta, como veremos más
adelante en “Lenguaje y literatura”, por el ser de la literatura en el contexto de una
reflexión ética que problematiza la categorías y disciplinas.

En esta zona de producción de Foucault, dialoga con autores como Klossowski,


Blanchot o Bataille colocándolos por fuera tanto de la literatura como de la filosofía,
colocándolos en el lugar del “saber”, el de La arqueología del saber y La voluntad de
saber. Cabe aclarar que por desplazamientos no entendemos abandonos, sino más bien
extensiones, amplificaciones del campo de análisis. En efecto, el énfasis en el análisis
de las relaciones de poder no abandonará el estudio de las formas de saber. Con la
publicación del texto “Nietzsche, la genealogía, la historia” en 1971, se abre un período
en la producción foucaultiana, que se extiende con la aparición de Vigilar y castigar en
1975 e Historia de la sexualidad 1. La voluntad de saber en 1976, donde se enfatiza una
conceptualización del poder heredera de los aportes de Nietzsche.

Es en este sentido que la cuestión del poder en términos de punición planteada


en ¿Qué es un autor? se inscribe en una etapa en la que Foucault no había desarrollado
en profundidad su aparato teórico acerca de las relaciones de poder. Sin embargo, cabe
señalar que en las conferencias que estamos trabajando, Foucault vincula explícitamente
la necesidad histórica de hacer punible los textos filosóficos y literarios que impactaban
en los procesos revolucionarios en el pasaje del siglo XVIII al XIX con la emergencia
de la figura del autor. Es en este sentido que aparece, de este modo, el factor penal
dentro del entramado de factores históricos que escriben la historia de la figura del
autor. Junto con esta creciente punición llevada adelante por los grupos y sectores
hegemónicos, aparece, como también dijimos, la cuestión del derecho de propiedad.

Quisiera señalar una última cuestión que, habrán visto, Foucault toca que es la
interrelación histórica de la escritura con la muerte. El contraste que marca Foucault es
entre la relación que el escritor mantenía con la muerte en la epopeya clásica, en la Edad
Media y el Renacimiento europeos y en la narración árabe, por un lado, a diferencia de
la relación entre el escritor y la muerte en la Modernidad occidental, por el otro.

En la epopeya griega la narración rescata al héroe de una muerte aceptada. En la

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Edad Media la escritura se constituye como uno de los medios de obtención de la fama,
que es una gloria intermedia entre la Eterna y la mundana. De este modo, la escritura en
la Edad Media y el Renacimiento es el medio de adquisición de un sobrevida desde y en
el ámbito terrenal. En la narración árabe, la narración se presenta como una motivación,
como tema y como pretexto, para no morir.

Por otro lado, con el desarrollo de la cosmovisión moderna comienza a pensarse


a la escritura en un sentido contrario: la escritura ya no genera una sobrevida, sino que
se escribe a expensas de la vida. Es esta la concepción moderna de la vida entregada a la
escritura, a la literatura donde o bien se escribe para convertirse en un libro en la
biblioteca después de la muerte o bien se escribe transgrediendo hasta la muerte.

Simultáneamente se desarrollan toda una serie de mediaciones entre el sujeto


que escribe y los signos de su individualidad particular. Es en este sentido que la
cuestión de la muerte desencadena en la escritura de Foucault una serie de metáforas
que veremos también en “Lenguaje y literatura” acerca de lo doble, del simulacro,
recogiendo la tradición antiplatónica que reivindica al simulacro como gesto propio de
la literatura que no representa a la cosa sino a la palabra (esto es lo que llamamos
autorreferencialidad y autorrepresentación de la literatura).

De este modo, hemos visto que en “¿Qué es un autor?” bajo la consigna de


analizar el principio ético de la escritura contemporánea “¿No importa quién habla –dijo
alguien-no importa quién habla?” (que es, como sabemos, una cita de Sammuel Becket
de Textos para nada de 1955, pero también es, según Foucault, un principio inmanente
que domina la práctica de la escritura, que se refiere a sí misma, en sus límites mismos)
y ante la proliferación de la idea de desaparición del autor, Foucault, lejos de constatar
una vez más su muerte, ha recorrido los lugares desde los cuales se ejerce la función
autor: 1) primero, en el nombre de autor que determina la imposibilidad de tratarlo sea
como una simple descripción sea como un simple nombre propio común; 2) en segundo
lugar, en la relación de apropiación que el autor establece con sus textos, de los cuales
no es simplemente su responsable ni su propietario, ni su productor ni su inventor, sino
que se relaciona con ellos por medio de una acto de habla específico que permite decir
que hay obra; 3) en tercer lugar, en la relación de atribución que bajo operaciones
complejas y habitualmente problemáticas permiten atribuir lo dicho o escrito y, por
último, 4) en las distintas posiciones del autor, tanto en el libro (por ejemplo en el
estatuto diferencial del autor de un prefacio o prólogo), como en los discursos (dice

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Foucault en los discursos filosóficos,literarios, por ejemplo), como en el campo


discursivo, donde se pone en cuestión la fundación de las disciplinas y sus desarrollos,
siempre conflictivos en la historia.

Dentro del programa de trabajo de Foucault que estamos desarrollando, él


denuncia dos nociones que funcionarían con un rol obturador de la reflexión: son las de
“obra” y la de “escritura”. Respecto de la noción de obra, Foucault señala que la
paradoja del desvío de la atención hacia este concepto es que la obra sólo, o
fundamentalmente, puede ser definida en relación con aquello que escribió, justamente,
un autor [la obra es aquellos que escribió un autor, de aquí la idea de “obra completa”]
y, consecuentemente, se plantea el problema de su delimitación ¿dónde termina,
entonces, una obra? Foucault se detiene aquí, contento con haber señalado la profunda
problematicidad del concepto de obra, tanta problematicidad como el concepto de autor.

A propósito de la noción de “escritura”, y de la idea de que “el autor no deja de


desaparecer”, Foucault señala que esta idea deja una permanencia del autor. De algún
modo, Foucault está discutiendo mediante algunas de sus ideas con Jacques Derridá,
cuando en “¿Qué es un autor?” señala la idea de huella como origen (cuando alude al
“anonimato trascendental” del autor) para advertir polémicamente acerca del peligro o
la posibilidad de que el pensamiento de la escritura, de la huella derridiana, desborde
hacia o resulte en un pensamiento mistificante.

El proyecto intelectual en el cual está inscripto “¿Qué es una autor?” es, como
dijimos antes, el de La arqueología del saber, como él mismo señala al comienzo de la
misma: polemizar con el trascendentalismo derridiano, polemizar con la lectura
estructuralista de Las palabras y las cosas y polemizar con la izquierda dogmática del
PC; la conferencia “¿Qué es un autor?” se concentra en la primera de estas polémicas.
En este caso, Foucault señala que lo deseable es localizar el espacio vacío que deja la
desaparición del autor para acechar sus desplazamientos y funciones en movimiento.

Como decíamos antes, así como en la polémica con Derrida (que no


atenderemos con detenimiento en esta clase), Foucault discute la noción de “escritura”
con Barthes. Con éste también polemizará acerca de este concepto y acerca del de
“obra” ya que Foucault entiende que ambos conceptos resultan obstaculizadores (son
“nociones bloqueadoras” en palabras de Foucault) para la reflexión ética acerca de la
desaparición del autor en tanto reinstalan la cuestión del sujeto, vuelven a ponerlo en
escena, vuelven a colocarlo en una dimensión “trascendental” en palabras de Foucault.

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En el caso de la polémica acerca de “la muerte del autor” debemos señalar


algunos puntos de contacto. Unos pocos meses antes de la conferencia de Foucault,
Barthes publicó “La muerte del autor” (1968) y unos años después, recibiendo algunas
de las críticas foucaultianas, Barthes publicará “De la obra al texto” (1971). En el
primero de los artículos de Barthes se opone la idea de “obra” a la de “escritura”,
mientras que en el segundo, se privilegia la idea de “texto” en vez de la de “escritura”.
Las críticas de Foucault respecto de la “metafísica de la escritura” polemizan con
Derrida e impactan en los textos barthesianos.

En el caso del concepto de “escritura” en El grado cero de la escritura de 1953


Barthes señala que el compromiso del escritor se da en el plano de la escritura, en la
forma de la escritura, llevando, de este modo, la idea sartreana del compromiso a la
especificación de la forma:

“la reflexión del escritor sobre el uso social de su forma y la elección que
asume. Colocada en el centro de la problemática literaria, que sólo comienza
con ella, la escritura es por lo tanto esencialmente la moral de la forma, la
elección del área social en el seno de la cual el escritor decide situar la
Naturaleza de su lenguaje […] su elección es una elección de conciencia, no
de eficacia. Su escritura es un modo de pensar la literatura […] no pudiendo
ofrecerle un lenguaje libremente consumido, la Historia le propone la
exigencia de un lenguaje libremente producido” (23-24).

El grado cero de la escritura en su primera parte (ustedes tienen el prólogo y el


primer apartadito como bibliografía obligatoria) desarrolla tres conceptos: lengua, estilo
y escritura.

La lengua (definida como “un corpus de prescripciones y hábitos comunes a


todos los escritores de una época” p. 17) es el horizonte dentro del cual el escritor juega
su obra, es la condición de posibilidad de la escritura, no hay responsabilidad por ella
(“no es el lugar de un compromiso oficial, sino sólo reflejo sin elección” p.17).

Luego define el estilo (como “un lenguaje autárquico que se hunde en la


mitología personal y secreta del autor […] donde se instalan de una vez por todas los
grandes temas verbales de su existencia”, p. 18) como condición casi fisiológica (en el
sentido de que viene del cuerpo, de que no se elige, por lo tanto tampoco habría
responsabilidad por ella: “no es de ningún modo el producto de una elección, de una
reflexión sobre la literatura. Es la parte privada del ritual […] el estilo se sitúa fuera

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del arte, es decir, fuera del pacto que liga al escritor con la sociedad”, p. 19-20).

En medio de ambas (lengua y estilo) está la escritura como el lugar donde el


escritor sí se compromete y elige dentro de su época, no libremente, sino
históricamente:

“la escritura. En toda forma literaria, existe la elección general de un tono,


de un ethos si se quiere, y es aquí donde el escritor se individualiza
claramente porque es donde se compromete […] la escritura es un acto de
solidaridad histórica. Lengua y estilo son objetos; la escritura es una
función: es la relación entre la creación y la sociedad, el lenguaje literario
transformado por su destino social, la forma captada en su intención humana
y unida así a las grandes crisis de la Historia” (21-22).

La escritura son signos de la literatura, señales de literaturidad signos escritos


que proponen a la literatura como institución (11). Estas señales tienen marcas
históricas.

Antes de la Revolución Francesa, en el clasicismo francés, se escribía


“inocentemente”; luego “la unidad ideológica de la burguesía produce una escritura” de
la conciencia no desgarrada aún(12), se toma conciencia del lenguaje como herramienta
de trabajo y finalmente, después de 1848, el escritor deja de ser un testigo universal para
ser una conciencia infeliz, la literatura estalla y se convierte en una problemática del
lenguaje (13), se busca destruir esa escritura imbricada con la ideología burguesa por
medio de la destrucción del lenguaje. Esta concepción de escritura es la que cita y con la
cual dialoga y polemiza Foucault en “Lenguaje y literatura” como veremos en un rato.

En el primer párrafo de “La muerte del autor”Barthes se preguntaba “¿quién


habla así?” en el texto de Balzac Sarrasinepara afirmar “nunca jamás será posible
averiguarlo, por la sencilla razón de que la escritura es la destrucción de toda voz, de
todo origen” (65).

Tenemos que leer esta pregunta y su respuesta en el contexto de las polémicas de


los años sesenta: la ruptura con el autor como personaje moderno que había surgido de
la combinación del protestantismo; idealismo; empirismo y positivismo y así el
prestigio del individuo. De este modo, Barthes irá señalando las transformaciones
históricas de la teoría y la crítica alrededor de la idea de la muerte del autor.

Cuando impera el autor la explicación de la obra se busca en él y se lee al texto


como alegoría o reflejo del sujeto. Es en este sentido que el foco de interés de Barthes

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está puesto en la actividad de escribir y ya no en el autor: la escritura es la destrucción


de toda voz, de todo origen (…) permite perder toda identidad empezando por la propia
identidad del cuerpo que escribe. De este modo, el relato es intransitivo “sin más
función que el propio ejercicio del símbolo”, en el sentido de que no persigue la
obtención de un producto, que no tiene un objeto, se cuenta por contar, sin finalidad.

El autor entra en su propia muerte (se ha roto con la idea de sujeto moderno, se
ha destruido la voz autoral como origen del conocimiento, se ha perdido la identidad
monolítica) y comienza la escritura en tanto actividad, proceso valioso en sí mismo.

No habla el autor, sino el lenguaje; el lenguaje performa, actúa, es una


concepción del lenguaje que discute tanto que sea entendido como mímesis de la
realidad, como que sea entendido como expresión de un sujeto, es una concepción de
lenguaje posibilitada históricamente también por la lingüística que entiende la
enunciación como un proceso vacío, donde hay “sujeto (gramatical)” pero no
“personas” reales implicadas en sus teorizaciones y donde el lenguaje es productivo.

Nuevamente acá, como con Foucault, vemos un diálogo de la teoría con la


lingüística.

Por otra parte, al no haber autor, cambia el uso del tiempo: el autor ya no es el
pasado del libro (en tanto momento anterior históricamente pero también en tanto
origen), no lo precede, no lo nutre, no vive para él; no existe otro tiempo que el de la
enunciación (esto también, como lo anterior es posible en relación con las teorías
lingüísticas de los actos de habla, de la pragmática), en este sentido, dice Barthes “todo
texto está escrito eternamente aquí y ahora”, se puede entender al texto como un acto de
habla, un performativo (recuerdan: yo declaro, yo bautizo, yo confieso; que sólo existe
en primera persona del singular y en presente del indicativo): “en la que la enunciación
no tiene más contenido (más enunciado) que el acto por el cual ella misma se profiere”.

Al haber problematizado la idea de autor como origen de un texto, como fuente


dadora de sentido, como momento primero y originario, puede pensarse un texto como
un espacio de múltiples dimensiones en el que concuerdan y se contrastan diversas
escrituras sin ningún original, el texto es un tejido de signos o de citas de la cultura (eso
es también etimológicamente, un tejido), el escritor imita un gesto siempre anterior,
nunca original.

Y recordemos que Barthes para caracterizar esto alude a Bouvard y Pecuchet,

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una magnífica novela paródica de Flaubert que puede ser pensada como un punto de
inflexión en el canon francés en tanto explota la parodia, la reescritura y la repetición
radicalmente (tanto en sus procedimientos como en sus temas y motivos). Quien escribe
un texto es un escritor, no un autor y ya en la misma denominación está la preeminencia
de la actividad de escribir (escritor) sobre la idea de autoridad (autor).

La tarea de la crítica también está puesta en cuestión con estas


problematizaciones: sin autor no hay desciframiento del texto, no se le impone un
significado último, no puede “cerrarse la escritura” no se explica, no hay un detrás
verdadero (ni un sujeto, ni una sociedad, ni una historia, ni un inconsciente) que la
mirada especializada puede encontrar: “todo está por desenredar, pero nada por
descifrar; puede seguirse la estructura, se la puede reseguir (como un punto de media
que se corre) en todos los nudos y todos los niveles, pero no hay un fondo, el espacio de
la escritura ha de recorrerse, no puede atravesarse; la escritura instaura sentido sin cesar,
pero siempre acaba por evaporarlo: procede a la exención sistemática del sentido” (70);
la literatura/escritura rehúsa/repudia la detención del sentido, procede a una
exención/exclusión sistemática del sentido.

El sentido de la escritura es intrínsecamente inestable y productivo. Esta es la


apuesta ética del texto barthesiano: la actividad contrateleológica de la escritura crítica
es revolucionaria en tanto rechaza a Dios, la razón, la ciencia, la ley.

Para concluir, Barthes vuelve a la pregunta del texto de Balzac para decir que
nadie, ninguna persona, está hablando, la asignación de sentido del texto está dada por
la lectura: el lector es el lugar donde se recoge toda la multiplicidad cultural del tejido
del texto, el destino del texto es quien da unidad, no el origen.Igualmente es importante
recordar que ésta es una idea “estructural” de lector, es un “alguien” no una persona
determinada histórica ni subjetivamente (no tiene historia ni biografía): “el nacimiento
del lector se paga con la muerte del autor” dirá Barthes.

Tres años más tarde, Barthes publica “De la obra al texto” (1971) recogiendo,
como decíamos antes, algunas de las críticas foucaultianas.

Barthes comienza el artículo indicando que el cambio de concepción de la obra


literaria se debe al desarrollo de la lingüística, la antropología, el marxismo y el
psicoanálisis y a su encuentro en un objeto que por tradición no surge de ninguna de
estas disciplinas. De este modo, hay una voluntad y explicitud de interdisciplinariedad
que marca todo el artículo.

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Sin embargo, este cambio de concepción no debe sobrevalorarse: no se trata de


un corte epistemológico (éste se produjo por última vez a fines del siglo XIX con el
marxismo y el freudismo, como decíamos antes con Foucault con esos iniciadores de
prácticas discursivas pudo pensarse:el lenguaje como marco de inteligibilidad; el
sentido como campo de fuerzas; los actos fundacionales de un programa científico; la
validez discursivas de los enunciados científicos; el regreso y el retorno como
mecanismos discursivos), de lo que se trata en el pasaje “de la obra al texto” es de un
deslizamiento epistemológico. Frente a la noción tradicional de “obra” se produce la
exigencia de un objeto nuevo, obtenido por deslizamiento de las categorías anteriores:
este objeto es el “texto”.

Precisiones sobre el concepto de “texto”:

• No es un objeto material, no se pueden separar materialmente obras y textos;


tampoco es cierto que la obra sea clásica y el texto de vanguardia.

• La diferencia está en que la obra es un fragmento de sustancia (ocupa un espacio


físico) y el texto es un campo metodológico (es un nuevo acercamiento teórico, una
metodología); la obra se ve, el texto se demuestra; la obra se sostiene con la mano, el
texto se demuestra con el lenguaje,es una práctica crítica.

• La obra se cierra sobre un significado, que se pretende o bien aparente (y


entonces es un objeto de la filología) o bien secreto (y entonces es un objeto de la
hermenéutica o de la interpretación).

• El texto es dilatorio, es plural, se disemina, es un tejido de citas


(etimológicamente es un tejido), referencias, ecos, lenguajes antecedentes o
contemporáneos que lo atraviesan en una vasta estereofonía, como el lenguaje, es una
idea paradójica de estructura: un sistema sin fin ni centro.

• Lo intertextual no debe confundirse ni con lo inefable ni con un origen,


influencia o fuente del texto; las citas son anónimas, ilocalizables, citas sin comillas:
no es un desafío policial sino un juego erótico, una coquetería.

• La obra sí tiene un proceso de filiación: postula una determinación del mundo o


la historia sobre la obra; una consecución de las obras entre sí y una apropiación de la
obra por su autor. (también como decíamos antes con “¿Qué es un autor?” y su

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propuesta de estudiar las condiciones de existencia, circulación y apropiación de los


discursos: “en parte a expensas de los temas y conceptos que un autor ubica en su
obra, el ‘autor-función’ podría también revelar la manera en que el discurso es
articulado sobre la base de las relaciones sociales”).

• En el texto en cambio se elimina la herencia: el autor se convierte en un autor de


papel, su vida ya no es el origen de sus fábulas sino una fábula concurrente con su
obra. (nuevamente como vimos en “¿Qué es un autor?” de Foucault: se propone una
nueva tipología del discurso alrededor de las relaciones que un autor asume; autor
como propiedad discursiva; necesidad de reexaminar la cuestión del sujeto no como
originador sino sus funciones, sus intervenciones y sus sistemas de dependencias en el
discurso en el análisis interno y arquitectónico de la obra tanto literaria, filosófica o
científica; qué posición ocupa, qué función exhibe, qué reglas hay en cada tipo de
discurso? “Sujeto como una función compleja y variable”).

Entonces, Barthes desde El grado cero de la escritura de 1953 señala que el


escritor se compromete mediante su elección formal en la escritura. En “La muerte del
autor” de 1968 se continúa trabajando el concepto de escritura, pero desde la ruptura de
la figura del autor como personaje moderno indiviso, y se enfatiza la preeminencia de la
escritura como actividad productiva. Por último, en “De la obra al texto” de 1971 se
produce un desplazamiento en el foco de interés desde las categorías de escritura y obra
hacia la de texto como un nuevo objeto de estudio.

Unos años antes de “¿Qué es una autor?”, en 1964 Foucault dicta dos
conferencias en la Universidad de Saint Louis de Bruselas bajo el título “Lenguaje y
literatura”. Para ver la concepción de literatura que desarrolla tenemos que prestar
especial atención a la primera sesión y para su concepción de crítica o análisis literario
en el contexto de las polémicas de la década de 1960 tenemos que ver la segunda.

En estas conferencias fueron dadas en medio del período 1962-1966 en que


Foucault se ocupó intensamente del lenguaje, la literatura, el arte, y que se insertan en
un discurso muy fechado de la crítica que concibe a la literatura en tanto poder
transgresor, en tanto poder transformados por medio de la transgresión.

Vemos el modo de trabajo y las preocupaciones de este pensador que también


aparecen en “¿Qué es un autor?”: la indicación de umbrales históricos del pensamiento

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(en el señalamiento de que el siglo XIX cambia las relaciones históricas en el interior de
la literatura como institución), las figuras de la transgresión y de la biblioteca como
paradigmáticas de la experiencia moderna de la literatura, la desaparición de la retórica
(asesinato cometido a manos del romanticismo) y la incorporación de algunas de sus
funciones en la literatura a partir del siglo XVIII ( con el consecuente nuevo lenguaje
literario doble que simultáneamente cuenta y muestra).

Foucault comienza estas conferencias con la siguiente reflexión:

“la pregunta, que ha llegado a ser célebre, ‘¿Qué es la literatura?’, está


asociada para nosotros al ejercicio mismo de la literatura, no como si esa
pregunta estuviera planteada a destiempo por una tercera persona que se
interroga acerca de un objeto extraño y que le fuera exterior, sino como si
tuviera su lugar de origen exactamente en la literatura, como si plantear la
pregunta ‘¿Qué es la literatura?’ se fundiera en el acto mismo de escribir.
‘¿Qué es la literatura?’ no es en absoluto una pregunta de crítico, ni una
pregunta de historiador o de sociólogo que se interrogan ante cierto hecho
de lenguaje. Es en cierto modo un hueco que se abre en la literatura, hueco
donde tendría que alojarse y que recoger probablemente todo su ser. Hay sin
embargo una paradoja, en cualquier caso, una dificultad. Acabo de decir que
la literatura se aloja en la pregunta ‘¿Qué es la literatura?’” (63).

De este modo, la literatura es una forma de relación con el lenguaje, es la


pregunta por el ser de la literatura, pero una pregunta que no deja de preguntarse desde
la literatura misma:

“tal pregunta no se superpone a la literatura, no se añade a ella mediante una


conciencia crítica suplementaria: es el ser mismo de la literatura,
originalmente cuarteado y fracturado” (65).

Con esto Foucault indica la productividad verbal y crítica de la autorreflexión de


la literatura, se produce al preguntarse por sí misma. Por medio de la postulación de que
esa respuesta no se produce, de que el ser de la literatura es el simulacro, Foucault ha
postulado que la literatura no tiene ser, no tiene esencia, y por eso mismo no puede
contestar a la pregunta sobre qué es: la contesta incesantemente o la pregunta
incesantemente, se dobla sobre sí misma, se vuelve doble, tiene un doble (la idea
productiva de “simulacro” que adelantamos antes en “¿Qué es un autor?” también
aparece en los trabajos de Derrida con el concepto de “fantasma”; en Deleuze también
con “simulacro”).

Foucault va a discutir las ideas de la inefabilidad, el secreto, la individualidad y

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emotividad como principios de la literatura diciendo que, por el contrario, la literatura


está hecha “como una fábula”, justamente, no porque sea lo inefable o lo esencial sino
porque es lo que no cesa de hablar autorreferencialmente de un modo específico, bajo el
modo del simulacro:

“[es] algo que se está por decir y que se puede decir, pero tal fábula está
dicha en un lenguaje que es ausencia, que es asesinato, que es
desdoblamiento, que es simulacro, gracias al cual me parece que es posible
un discurso sobre la literatura” (66).

Asimismo, Foucault va a indicar el carácter no sólo autorreferencial sino


también autorreflexivo del lenguaje de la literatura: “la literatura es un lenguaje al
infinito, que le permite hablar de sí misma hasta el infinito […] y que autoriza, hasta el
infinito, las exégesis, los comentarios, los redoblamientos” (81).

Para concluir, de este modo, hemos visto esquemáticamente los modos en que la
figura del autor es conceptualizada y problematizada en un diálogo polémico entre:

El grado cero de la escritura de 1953 de Roland Barthes, donde se señala que la


opción moral del escritor está presente en la elección que realiza a partir del código
social en la escritura. El escritor reflexiona por medio del uso social de la forma en su
escritura y, de este modo, responde a las exigencias históricas de un lenguaje libremente
producido. (23-24)

“Lenguaje y Literatura” de 1964 de Michel Foucault trabaja la idea foucaultiana


de que el juego del lenguaje encuentra su campo donde el sujeto no deja de borrarse o
desaparecer y la literatura es ese espacio (hueco, paradojal, productivo) en el que se
cumple la desaparición del autor en beneficio del lenguaje cuando se interroga sobre sí
mismo. (19-21)

“La muerte del autor” de 1968 de Roland Barthes, en el contexto de las


polémicas de la década de 1960 acerca del desprestigio del individuo moderno y la
ruptura del autor como personaje surgido de la combinación de protestantismo,
idealismo, empirismo y positivismo, señala un corrimiento del foco de interés de la

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figura del autor hacia la actividad de la escritura.

“¿Qué es un autor?” de 1969 de Michel Foucault propone dejar de lado la


historia del proceso de individualización de la figura del autor en la cultura occidental
para abordar única o centralmente la manera en que el discurso apunta hacia la figura
del autor por medio de la función autor y que con el concepto de fundadores de
discursividad permite pensar el lenguaje como marco de inteligibilidad, el sentido como
campo de fuerzas, los actos fundacionales de un programa científico y el regreso y el
retorno como mecanismos discursivos.

“De la obra al texto” de 1971 de Roland Barthes, en el contexto del cruce


interdisciplinario entre lingüística, marxismo y psicoanálisis, que produce un
desplazamiento en el foco de interés desde las categorías de escritura y obra hacia la de
texto como un nuevo objeto de estudio y campo metodológico, (donde, sin embargo, es
bueno señalar que no habrá ningún sujeto que se erija en autoridad (ningún autor),
porque la teoría del texto es una práctica de escritura (de un escritor).

Revisado por la docente a cargo de la clase.

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Bibliografía Obligatoria:

Barthes, R. (2003) “Prólogo” y “¿Qué es la escritura?” en El grado cero de la escritura


Buenos Aires: Siglo XXI. P. 11-26

------------------ (1987) “La muerte del autor” y “De la obra al texto” en El susurro
del lenguaje, Barcelona: Paidós.

Foucault, Michel (1996) “Lenguaje y literatura” en De lenguaje y literatura, Barcelona:


Paidós.

-------------------- (1969) “¿Qué es un autor?” conferencia dada el 22 de febrero de 1969


en la Sociedad Francesa de Filosofía, editada luego por el Bulletin de la SFP (Sociedad
Francesa de Filosofía) seguida de las intervenciones de Jean d’Ormesson,
LucienGoldmann, M. de Gandillan, J. Lacan y J. Ullmo bajo la presidencia de Jean
Wahl.

Bibliografía optativa:

Foucault, Michel (1992) El orden del discurso, Traducción de Alberto González


Troyano, Buenos Aires: Tusquets Editores.

--------------- (1994) Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales III, Buenos


Aires: Paidós. Título Original: Dits et écrits III-IV. Traducción, introducción y edición
Ángel Gavilondo.

Link, Daniel (2010) “Apostillas” a Foucault, M.“¿Qué es un autor?” Buenos Aires: El


cuenco de plata, ediciones literales, cuadernos de plata.

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