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Vamos a empezar con “El mate” de Ezequiel Martínez Estrada. El libro que
incluye este poema es uno de los libros premiados por su aparición, en 1927. El título
es Argentina.
Seguimos con el tema de los motivos nacionales con el que habíamos empezado
la clase pasada. Piensen que para este momento ya se habían publicado, en la Ciudad de
Buenos Aires, algunos libros fundamentales de la poesía de vanguardia, como Fervor de
Buenos Aires, Luna de enfrente, Cuadernos de San Martín, de Borges; Veinte poemas
para ser leídos en el tranvía, de Oliverio Girondo. Era reconocida y ya se había
publicado la revista Proa, la revista Nosotros, la revista Martín Fierro. Es decir, las
revistas que celebraban la vanguardia.
En este sentido, este libro viene a mostrar el final de un período, que es el del
Modernismo. Raymond Williams, el teórico inglés, nombra esto como un tipo de poesía
que tiene una gran fe en la capacidad representativa del lenguaje, de un modo que los
poemas de vanguardia no tienen. Los poemas de vanguardia van generando una
desconfianza muy grande, hasta una negación, incluso, de la posibilidad de que el
lenguaje -y sobre todo en la poesía- pueda comunicar o representar algo del mundo más
que a sí mismo-. Es algo que ustedes pueden ver en esos libros ya muy experimentales
del surrealismo, un poquito posterior a este momento en Argentina, o en los últimos
libros de Oliverio Girondo, de la década del cincuenta, como En la masmédula, donde
ya la idea de que la poesía puede representar algo es completamente negada.
Este libro, por el contrario, tiene un poema que en su momento se puede decir
que es arcaico: porque es acaricio y porque es de un libro de poemas premiados. Uno
podría decir que ese es el fin de todo: cuando el Estado te premia un libro de poemas. O
sea, si te podés sostener en una idea de una escritura tan academicista como aquella que
puede ser premiada por secretarías de cultura, de oficinas, bueno... Es un problema, no
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para los premiados, que deben ser muy felices, sino para el género.
El poema es uno en una lista de poemas del poemario Argentina, que nombra
cosas. Si ustedes van al índice, van a ver que el libro tiene una voluntad totalizante por
nombrar lo argentino, la argentinidad, los valores argentinos. Entonces, hay un poema
dedicado al ñandú, uno a la amistad, uno a la Ciudad de Buenos Aires, uno al mate, uno
a los perros, uno al matrimonio, uno al Lago Nahuel Huapi, uno a las Cataratas del
Iguazú. En fin.
Forma parte de un momento de América Latina, muy legible en que todos los
países se comienza a reflexionar acerca de la -idad: mexicanidad, argentinidad,
chilenidad, etcétera. Y se generan ese tipo de textos que nos nombra y nos delimita en
esta especie de unidad económica internacional que es la de los perdedores. La que
somos nosotros: los argentinos, los uruguayos, los peruanos, los colombianos.
¿Qué nos define? Alfonso Reyes, cerca del 1933, dice: “somos los que llegamos
tarde al banquete de la civilización”. A partir de ahí, somos una especie de máscara, de
parodia trágica de lo europeo. Somos, según Enríquez Ureña, “los que hemos perdido el
paraíso” que, obviamente, es Europa. Somos los bárbaros de la civilización, esa cosa
divina que tiene la civilización. Nosotros ya la perdimos para siempre, y eso nos
convierte en esa cosa que es lo latinoamericano. Y no sabemos trabajar; si sabemos
trabajar, no queremos; si queremos trabajar, no podemos; si queremos, si sabemos, si
podemos, no nos va a salir de todos modos porque estamos durmiendo la siesta. Si
estamos durmiendo la siesta, no ganamos plata; si no ganamos plata, somos pobres; si
somos pobres, no podemos trabajar; si podemos trabajar, no queremos, porque
queremos estar durmiendo la siesta. No hay salida. Somos los pelotudos, los que no
entienden, los que no saben, los que no les da la cabeza, los que no tienen la técnica
porque la técnica la tienen del otro lado.
A partir de la década del treinta lo que define América Latina es este estado de
pérdida que no tiene recuperación y que define esos dos tiempos de la cultura que
reconocemos nosotros: la cultura ocurre en otro lado y después, acá, tratamos de
copiarla y no nos sale, obviamente. ¿Por qué? Porque somos unos tarados que estamos
durmiendo la técnica, porque estamos durmiendo la siesta, etc. Esto les pasa a todos: el
ratón de los dibujitos animados que es mexicano, a Ezequiel Martínez Estrada, a
Madonna que dice que cuando los machos latinoamericanos la tienen en la cama le
hablan en español. O sea, siempre. Eso es lo que define lo latinoamericano: una especie
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abandonado, y apoya su cabeza sobre la ventana y al mismo tiempo vemos las gotas de
lluvia que resbalan sobre la ventana, no necesitamos que el personaje llore. Entendemos
perfectamente su interioridad porque entendemos el paisaje.
Siguiendo con esto, si es posible que la poesía exprese una experiencia que es al
mismo tiempo objetiva y subjetiva, es porque la historia de occidente ha constituido eso
desde el origen en que se ha pensado, por ejemplo, la armonía del mundo como la
música de las esferas. Fíjense que la idea de universo en Aristóteles es musical. O sea,
tiene una idea que es al mismo tiempo subjetiva –en el sentido del arte– y matemática –
en el sentido en cómo se cuentan las notas–. O, incluso, Pitágoras: expresa, también, la
idea de que es posible expresar el mundo bajo una forma matemática. De allí ese tipo de
poesía neoplatónica, del Siglo de Oro español, que es esa de los pastorcitos que están en
el pastito, mientras beben las ovejitas. Las Églogas, de Garcilaso, o ese tipo de poesía
en la que lo que se expresa es que si ella me dejó, yo quiero abandonar el mundo.
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lejos. La idea es que “yo la quise, ella también me quería, etc.” Todos esos modos de
decir la distancia que me separa a mí de la felicidad, del mundo, es absoluta. ¿Por qué?
Porque ella no está. Este rasgo, esta especie de unión entre la experiencia subjetiva y la
experiencia objetiva: las estrellas están lejos. Esas dos cosas unidas dan lo siguiente:
“Escribir, por ejemplo: “La noche está estrellada/ y tiritan, azules, los astros, a lo
lejos”.”
En la bibliografía que les puse para el poema “El mate” hay un texto de Franco
Moretti que se llama “Los burgueses”. Él dice, en un momento, que hay algo que nos
habla de un “fracaso brutal” o de “se me perdió un amigo ejemplar” o de “exquisita
bondad”. Quiero referirme a esos adjetivos, específicamente. Con el curso de la clase
vamos a revisar esto. ¿Por qué leer el poema es, por un lado, si tengo esa experiencia
que acabo de decir total, unión entre sujeto y paisaje, etc.?, ¿por qué es necesario que lo
lleve a este lugar, a estos tres adjetivos? Mirenlós: son adjetivos que no dicen nada.
¿Cómo sería un fracaso no brutal? ¿Un fracaso suavecito? ¿Un fracaso lindo?
¿Un fracaso tranquilo? Acabo de decir una serie de adjetivos que son divertidos. Frente
a esa idea de fracaso brutal -y este poema que tiene cualquier cosa menos diversión-
darlo vuelta es lo que lo vuelve divertido. Él tiene, además, un “amigo ejemplar”. ¿Qué
sería un amigo no ejemplar? ¿Un amigo cualunque? Sí, tengo un amigo, un amigo
cualquiera, y bueno. Pero, bueno, no sería amigo tuyo, entonces. ¿Y “exquisita
bondad”? La bondad de esa persona la pruebo y me gusta. No estoy diciendo nada de la
bondad sino que estoy hablando de mí.
En esos adjetivos estoy yo. Yo, yo, yo, yo. No hay nada del objeto. Son para
decir que yo soy cool, interesante, y que tengo amigos que son ejemplares. Tus amigos,
seguramente, son unos pelotudos. Eso es lo peor. Al mismo tiempo, no digo nada de mis
amigos; digo algo del modo que yo tengo de tener amigos. No digo nada de la bondad,
digo algo del modo en que yo tengo de paladear la bondad. ¿Lo ven esto? No estoy
diciendo nada del matrimonio sino lo que yo pienso del matrimonio.
Es una actitud que viene del siglo XIX: no estoy acá para decirte cosas sobre el
mundo sino una única cosa sobre el mundo: que soy genial. No estoy acá para contarte
sobre el mate, ni nada, sino para decirte: “¡mirá qué riqueza lingüística!”, “mirá lo fino
que soy”.
Uno de los rasgos de lo que Franco Moretti llama el adjetivo burgués por
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Y una de las cosas que él hace, sin decirlo, al nombrar este fracaso brutal que es
el matrimonio, es darnos un juicio. Fíjense que con todo adjetivo en que hay juicio -la
mayoría de los adjetivos que usamos- estamos diciendo que hay otras cosas que están
del lado de lo feo, de lo malo. Nosotros estamos acá en el siglo XXI, Nietzsche ya pasó
hace mucho tiempo para decirnos que el bien y el mal ya fueron, que era un invento de
plebeyos. Son los judíos y los cristianos los que tienen ese temita, los que tienen esos
valores. El bien y el mal no son otra cosa que: “yo y todo lo que me rodea es el bien; y
el otro, y todo lo que lo rodea, es el mal”. Es decir, “yo estoy bien, lo que yo pienso está
bien, mi clase está bien, todo lo que pienso, lo que hago, lo que digo, todo está bien.
Todo lo que me rodee a mí, mi país, mi Patria, etc. Mientras, todo lo otro es el mal: los
amigos de él son el mal, el país de un extranjero es el mal porque mi país es el bien”.
Fijensé, entonces, que uno de los rasgos más atractivos de este poema es que todo
adjetivo es valor.
Cuando ustedes hicieron los trabajos de análisis, también les pasó esto:
nombraron una parte del texto. Y dijeron algo como: “entonces, Borges es así.” ¿Y
quién los autoriza a decir eso? ¿Cómo fue que hicieron esa sinécdoque entre un
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elemento que va a nombrar al todo? La teoría del detalle es lo opuesto a la teoría del
fragmento, porque el detalle tiene una constitución constructiva, positiva. El fragmento
lo que dice es que el mundo se hizo pedazos y no tiene vuelta. Cuando yo observo el
fragmento, observo una parte del mundo sobre la cual no puedo volver más. No se
puede volver al momento en que la Venus de Milo tenía brazos. No hay brazos para la
Venus de Milo, porque lo que dice el cuerpo de la Venus de Milo, fragmentado tal como
está, es que la historia la atravesó. Y este atravesamiento de la historia es lo que me
interesa, finalmente.
A partir de fines del siglo XIX aparece esa necesidad de asignar autor a la obra y,
por lo tanto, aparecen especialistas que pueden decir: “Esto es de Rubens”. ¿Y quiénes
son esas personas que pueden saber las diferencias entre Rubens y la Escuela de
Rubens? ¿Cómo se llega a ese saber? Hay teorías de la historia de la iconografía y del
arte que dicen -sobre todo de uno, que se llama Morelli- que es a partir del detalle. Es
decir, todos pintaron, en la Edad Media, a David, a María y a Jesús en el pesebre. Todos
lo hicieron. Pero, sólo Piero de la Franchesca le daba al dorado de los zapatos de negros
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de la virgen que hace que yo entienda quién lo pinto. Es decir que solo hay un elemento
que me permite nombrar a la totalidad de la obra y en relación con el período del autor,
la escuela, etc. No siempre se trata de un elemento colocado deliberadamente por el
autor. A veces, es un elemento que el autor no quería hacer, o no estaba en sus
intenciones hacer o pintar ese detalle; pero le salió así. Y el hecho de que le saliera así
hace que yo lo entienda como autor.
Es decir que es aquello aparentemente accidental lo que puede ser la clave para
que nosotros comprendamos la totalidad de la obra. Noten que, no mucho tiempo
después, en las primeras décadas del siglo XX, Freud trabaja sobre la misma hipótesis:
“vienen las minas locas estas a mi consultorio, ¿qué tienen?, ¿cómo lo expresan? Todos
los pacientes que van al consultorio que dicen lo mismo: ‘no me quieren, mi mamá no
me quiso, me quiso demasiado, mi papá no me quiso tanto como yo quería, que yo
quería, que no quería, etc.’. Todos dicen lo mismo. Todos tienen esa obsesión de cuánto
son queridos.” Entonces, Freud dice que dicen todos lo mismo.
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legible eso que nos puede dar la obra. Un estado de ánimo, una sensación, un mundo.
Nosotros, que leemos literatura, no tenemos ese contacto con el cuerpo del
escritor. Piensen, por ejemplo, que las personas que se dedican a las artes visuales
tienen, ahí, un contacto un poco más cercano con el artista. ¿Qué tipo de conocimiento
sobre el original de la obra tenemos? Ninguno. Incluso, en nuestro caso, se trata de
fotocopia. Encontrar el detalle pensado en el texto es la única forma de constituirnos a
nosotros mismos como parte del objeto de conocimiento. Si no, ¿qué sería conocer?
Por ejemplo, yo conozco las obras de Manuel Puig. ¿Qué me da eso a mí? O el
cuaderno de bitácora de Rayuela, de Cortázar. ¿Y? Nuestro objeto de conocimiento no
es la mano que puso en marcha la obra. Lo era, en otro momento. Lo era en la Edad
Media. Hay gente que tiene una relación distinta con el objeto. Un libro-objeto es un
libro cuyos valores artísticos están a la vista. Hace que yo pueda hacer una
interpretación de ese material. Podemos leer Rayuela impresa y hablar de la obra. Pero
no podemos hablar de la obra de Berni sin ver la obra de Berni. ¿Ven la diferencia?
Esto quiere decir que, para nosotros, el detalle tiene esta forma; una forma que
vamos a llamar “sintomática”. Porque uno de los rasgos que tiene también el problema
del detalle es que el detalle es el modo en que la medicina se constituye como ciencia.
La medicina es una ciencia completamente indicial. Si no hay indicios, no hay
enfermedad. Al mismo tiempo, lo contrario: cualquier indicio puede convertirse en una
enfermedad. Cualquier cosa que yo pueda nombrar. Piensen en el cuerpo de una mujer -
o de un hombre-; piensen, ahora, en un detalle de ese cuerpo. Ahora piensen que esa
parte del cuerpo se puede mejorar. El Capitalismo está desesperado buscando palabras
para decirnos que tal parte está mal. Todas las partes nombrables del cuerpo de una
mujer están mal. Están todo mal. Y si encontráramos una parte que no estuviera mal del
cuerpo de una mujer, lo haríamos para venderle cositas. Acá aparece el detalle como la
forma de un negocio que podríamos armar.
Todo esto que estuvimos viendo me permite pensar el detalle como un universo
de saber. Y ese universo aparece, también, a comienzos del siglo XX, como el
paradigma de un conocimiento posible. Vean que atraviesa, incluso, ciencias duras,
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Dice Ginzburg que un texto como En busca del tiempo perdido está totalmente
constituido sobre la base de un paradigma de indicios.
Si yo hubiera sabido esto, dice el narrador... Porque, después, la hija de ellos dos
es la que me re contra calentó la pava y terminó encamándose con otra mina. ¿Podés
creer cómo son? Y esto es porque era la hija de esta otra. Entonces, esta nena que era la
hija de Odette y Swann, y me re calentaba.
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Esto que estoy haciendo es contarles toda la novela que es cosas, cosas, cosas y
un momento. Y el momento es un estallido. Es decir, el detalle como forma esencial del
conocimiento ya de la vida, en el caso de Proust. ¿A qué viene todo esto de lo que estoy
hablando? Lo estoy haciendo porque el detalle también sirve como una forma para
despejar todo eso que podemos llamar la ideología y se nos aparece de una forma
completamente brumosa y difícil de asir y que tiene como una expresión un poco vaga.
Por ejemplo, fijensé en esos momentos que deben conocer muy bien, como el
coleccionista. Sobre todo, el niño coleccionista, con esa manía que tienen con los
objetos de colección, trata, también, de constituir una verdad acerca del sujeto que
quedaría, si no, completamente dispersa, y sería vaguedad. Son esos momentos que
tienen que ver con tener una personalidad, un estilo o algo así. Esa idea que está cerca
de la producción industrial pero la extraemos de ahí. Es algo que tiene que ver con la
posibilidad de un objeto único, como una obra de arte, que es única. Así como una
lectura única de un texto que podríamos tener, una lectura personal. ¿Qué valor tiene
una lectura personal del texto? ¿Qué leía Borges?
Estimulamos, a los demás, a que hagan su lectura. ¿Por qué hacemos eso?
Estimulamos algo así como la individualidad en la persona, como si la individualidad
fuera un valor. Comienza ahí, en la colección: ¿qué es lo que distingue ese objeto del
resto de objetos de la producción masiva? El hecho de que yo lo vi, porque es mío,
porque ahora forma parte de este conjunto, de estas cosas que yo vi, que son esta latita,
esta y esta, y esta y esta. Es una serie de cosas que me nombran a mí. Se constituye el
objeto como tal, como uno, como ése.Cuando yo distingo al objeto y lo saco del
sistema, el objeto dice: “ah, me distinguiste. Entonces, yo te distingo a vos.” Y ahí
comienza esa idea de que yo saco un álbum con figuritas de jugadores de fútbol. ¿No te
dice algo de la persona que soy? ¡Sí!, te dice un montón.
En esa idea del coleccionista también hay una idea de una probable forma de
pensarme a mí como uno, algo que para nosotros es fundamental, que es esto que
estamos tratando de entender: cómo nosotros podemos generar un conocimiento acerca
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de la literatura que no implique una generalización. Tiene que ser una cosa individual,
pero tuya, pero de acuerdo a una totalidad. Es una locura que sólo pueden entender en el
Capitalismo si soy distinguido, pero no conviene serlo.
A veces, cuando escribo este relato, me salta una letra, y entonces pienso en esa
letra que me salta y pienso que, en realidad, hay unas cosas que vuelan que se llaman las
babas del diablo pero también... lo que pasó fue que yo estaba mirando una escena
familiar. Entonces, decidí tomar fotos de ese momento. Tomé una foto y otra foto. Las
personas empiezan a buscarme a mí porque yo tengo que darles ese material, porque
¿qué hay en esas fotos? Entonces, hago una ampliación y otra ampliación y la imagen,
de repente, me muestra que eso que parecía una escena familiar es una escena de
máxima violencia posible. Estuve por gritar, pero qué sentido tendría un grito en este
momento si el hecho ocurrió antes. Ahora pienso esto: cuál es la diferencia entre lo que
observa el hombre y lo que observa la máquina, cuando la máquina observa algo que es
superior a lo que puede observar un hombre. La máquina tiene una captación conceptual
del detalle que el hombre no tiene. La máquina está en una guerra cuando el hombre...
Es texto que acabo de contar es un texto de Cortázar que se llama “Las babas del
diablo”, que tiene relación con la técnica moderna. Por eso, la cuestión de la sintaxis
con que se escriben esos relatos, de la técnica.
Ahora, en el año 1950, en Buenos Aires, hay un relato que remite a los años
1890. Es una noche de tormenta y dos médicos, de los grandes doctores de la Argentina,
salen de la casa de X diciendo que “esta noche se va a definir todo”. Estamos hablando
de un niño que vive en una casa que tiene un zaguán y ese zaguán tiene un azulejo, un
único azulejo. Es decir, tiene una serie de azulejos franceses con una figura
determinada, pero se coló uno que no quería venir a la Argentina. No es un inmigrante
pedorro. Es un hombrecito que hay en el azulejo. Y él es un detalle, en un conjunto de
azulejos. Los tipos que los pusieron, lo pusieron un rincón. Pasan las personas que
trabajan en la casa, la gente que vive en la casa, nadie lo ve. Sólo lo vio el niño.
Entonces, el niño establece con el objeto una relación simbiótica, vital, de animación. El
objeto adquiere vida. Se llama Martinito. Martinito sale del azulejo y juegan, hasta una
noche en que el niño va a morir.
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se llama José Gervasio Posadas, que es un pintor del Porfiriato, dice Mujica Láinez. O
sea, este gran pintor hizo una muerte que es la que vino a Buenos Aires a buscar al niño
que tiene fiebre. Entonces, él, como es una muerte latinoamericana, le habla en francés,
y le dice: “Madame la mort.” Y como le habla en francés, y ella es latinoamericana, es
boluda: se deja embelesar por las palabras, se deja llevar por ese momento, se deja
seducir por el chabón francés, hasta que pasa la hora de la muerte y, entonces,
indignada, se va.
Porque si hay una cosa que el detalle nos permite es: salvarnos de la muerte.
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