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Dentro del poema

Mayo 2022

Sharon Olds
“Creo que cuando le damos a nuestra lapicera un poco de libre albedrío, nos
podemos sorprender a nosotros mismos. Todo ese deseo de parecer normal
en una vida ordinara, todo ese esfuerzo por encajar se desarma frente a
nuestro propio ser desconocido en la página. Y una cosa que amo de escribir
es que podemos hablarle a los ausentes, a los muertos, a los que se apartaron y
a los que echamos de menos, a todas esas personas de las que estamos
separados. Podemos verlas otra vez, entenderlas mejor, hasta decirles adiós.”
Las hermanas del tesoro sexual

Ni bien mi hermana y yo salimos de la casa


de nuestra madre, lo único que queríamos
hacer era coger, borrar
su pequeño cuerpo de gorrión y sus
patitas de grillo. ¡Los cuerpos de los hombres
eran como el cuerpo de nuestro padre! Las pantorrillas
macizas, los flancos, los muslos, la estructura
masculina de las caderas, las rodillas...
podíamos tenerlo a él ahí, el declive de las nalgas prohibidas,
la parte de atrás de las rodillas, la pija
en la boca, ah la pija en la boca.
Como exploradores que
descubren una ciudad perdida, nos volvimos
locas de alegría, desvestíamos a los hombres
lenta y cuidadosamente, como si
descubriéramos artefactos enterrados que
probaran nuestra teoría de una cultura perdida:
que aunque Madre dijera que no estaba ahí,
estaba ahí.

Madre primeriza

Una semana después de que naciera nuestra hija,


me arrinconaste en la habitación de huéspedes
y nos hundimos en la cama.
Me besaste y me besaste, mi leche desató su
nudo corredizo y caliente a través de mis pezones,
empapó mi blusa. Toda la semana había olido a leche,
leche fresca, agria. Empecé a latir:
mi sexo había sido desgarrado como un trapo
por la corona de su cabeza, me habían cortado con un cuchillo
y cosido, los puntos tiraban de la piel-
y la primera vez que te rompen, no sabes
que vas a cicatrizar, mejor que antes.
Me acosté con miedo y sangre y leche
mientras me besabas y me besabas, tus labios calientes,
hinchados como los de un adolescente, tu sexo grande y seco,
todo tú tan tierno, te inclinaste sobre mí,
sobre el nido de puntadas, sobre
lo rajado y desgarrado, con la paciencia de alguien que
encuentra un animal herido en el bosque
y se queda con él, a su lado
hasta que vuelva a estar entero, hasta que pueda correr de nuevo.

La especialista en babosas

Cuando era especialista en babosas, apartaba


las hojas de la hiedra, en busca de esos cuerpos
traslúcidos, brillosos, de gelatina verde,
que subían reptando lentamente
a mi merced, por la pared de piedra.
Al estar hechas casi todas de agua,
morían al instante si les echaban sal,
pero eso no era lo que a mí me interesaba. Lo que a mí me gustaba
era correr las hojas de la hiedra, quedarme respirando
el olor de la pared, y esperar en silencio hasta que el bicho
se olvidara de mí, y sacara las antenas;
ver cómo esos cuernitos relucientes se alargaban
como si fueran telescopios, hasta que finalmente
los extremos sensitivos salían a la luz,
íntimos e infalibles. Unos años más tarde,
cuando vi por primera vez a un hombre desnudo,
me sorprendió observar cómo se repetía
el callado misterio, ver a esa criatura
parsimoniosa y elegante salir de su escondite
y brillar en el aire polvoriento,
deseosa y tan confiada
que una podría llorar.
El apretón

Ella tenía cuatro, él tenía uno. Estaba lloviendo, estábamos resfriados,



habíamos estado dos semanas seguidas en el departamento,

la agarré para que no lo empujara de

cara al piso, otra vez, y cuando le agarré

la muñeca la apreté, ferozmente, por un par

de segundos, para impresionarla,

para lastimarla, nuestra querida hija mayor, hasta casi

saboreé la sensación punzante del apretón, la

expresión de mi ira, invadiéndola,

“Nunca, nunca más,” el sermón

justiciero junto con el apretón. Pasó muy

rápido ─agarrar, apretar, apretar,

apretar, soltar ─ y al primer exceso

de fuerza, giró su cabeza, como para comprobar

quién era esta, y me vió,

y me miró─ sí, esta era su mamá,

su mamá estaba haciendo esto. Los ojos

oscuros, profundamente abiertos me asimilaron,

me conocía, en el shock del momento

me captó. Esta era su madre, una de los

dos personas que ella más amaba, las dos

que más la amaban, cerca del origen del amor

estaba esto.

La charla

En el oscuro cuarto de madera al mediodía


la madre tuvo una charla con su hija.
La grosería no podía seguir, la maldad
con su pequeño hermano, el egoísmo.
La niña de 8 años se sentó en la cama
en un rincón del cuarto, los iris destilados como
las últimas gotas de agua, su cara
terca se ablanda, avergonzada,
destellos plateados en los ojos como agua
distante que se vislumbra a través de los bosques.
Aguantó y aguantó hasta quebrarse y gritar
"¡Odio ser una persona!" Y se zambulló
en su madre
como
en
un estanque profundo -y no sabe nadar,
la niña no sabe nadar.

35/10

Mientras cepillo frente al espejo el pelo


Sedoso y oscuro de nuestra hija
Veo los destellos grises del mío
La sirvienta canosa detrás de ella ¿Por qué será
Que justo cuando empezamos a irnos
Ellas empiezan a llegar, que el pliegue en mi cuello
Se hace más visible cuando los bellos huesos de sus
Caderas se afilan? Cuando mi piel muestra
Sus cicatrices secas, ella se abre como una flor
Húmeda y precisa en la punta de un cactus;
Cuando mis últimas oportunidades de concebir un hijo
Se sueltan de mi cuerpo, entre ellas la fallida,
Su pequeña cartera llena de huevos, redondos
Y firmes como yemas, está a punto de
Desabrocharse con un chasquido. A la hora de dormir,
Cepillo su pelo enredado y fragante. Es una vieja
Historia —la más vieja del mundo—
La historia de la sustitución.
solsticio de verano,
ciudad de new york

Al final del día más largo del verano ya no pudo soportar más,
subió por las escaleras de hierro hasta el techo del edificio,
y caminó por la blanda superficie de alquitrán, hasta llegar al borde,
puso una pierna sobre el complejo estaño verde de la cornisa
y les dijo que si se acercaban un paso más, se terminaba todo.
Entonces la enorme maquinaria del mundo empezó a funcionar para salvar su
vida,
los policías llegaron con sus uniformes azules grisáceos como el cielo de una
tarde
nublada,
y uno se puso un chaleco antibalas, un
caparazón negro alrededor de su propia vida,
la vida del padre de sus hijos, por si
el hombre estaba armado, y otro, colgado de una
soga como un signo de su deber,
apareció por un agujero en lo alto del edificio vecino
como la brillante aureola que, dicen, está en lo alto de nuestras cabezas
y empezó a acercarse con cuidado hacia el hombre que quería morir.
El policía más alto se acercó hacia él sin rodeos,
suave, lentamente, hablándole, hablando, hablando,
mientras la pierna del hombre colgaba al borde del otro mundo
y la multitud se juntaba en la calle, silenciosa, y la
inquietante red con su entramado implacable fue
desplegada cerca de la vereda y extendida y
estirada como una sábana que se prepara para recibir a un recién nacido.
Después todos se acercaron un poco más
donde él se acurrucaba al lado de su muerte, su remera
resplandecía un brillo lácteo como algo
que crece en un plato, de noche, en un laboratorio y de pronto
todo se detuvo
mientras su cuerpo se sacudía y él
bajaba del parapeto e iba hacia ellos
y ellos se acercaban a él, pensé que le iban a dar
una paliza, como una madre que ha perdido
a su hijo y le grita cuando lo encuentra, ellos
lo tomaron de los brazos y lo sostuvieron y
lo apoyaron contra la pared de la chimenea y el
policía alto encendió un cigarrillo
en su propia boca, y se lo dio a él, y
después todos encendieron sus cigarrillos, y
las colillas rojas, radiantes ardieron como
las pequeñas fogatas que encendíamos de noche
en el principio de los tiempos.

Leído por la autora en inglés:


https://www.youtube.com/watch?v=GgBezWIErh4

Oda al Himen

No sé en qué momento naciste


dentro mío cuando estaba adentro de mi madre.
Quizá cuando los músculos involuntarios se estaban armando
como gelatina rosa. Me encanta pensar en vos en aquel entonces,
tan completo, tan inmune, tanto vos como el clítoris a salvo
como la vida dentro de la cual habitaban.
Tendrían que haber matado a mi madre y a mí
para agarrar a cualquiera de ustedes dos.
La amo en este momento, esa fortaleza enorme alrededor mío,
la cabeza de la matrona alrededor de la suave carne de mi cabeza de señorita.
No sé quién te inventó para que conserves el interior de una chica limpio
y bien cubierto. Querida pared, querida compuerta, querido broche,
querida puerta, no una gatera ni una puerta giratoria
sino una piñata de una sola vez, la sangre saliendo en serie.
¿Cuántas partes del cuerpo fueron hechas para ser destruidas alguna vez?
El más profundo y agonizante placer esperando del otro lado.
¿Fuiste un hueso duro de roer, no? Te tomaste tu trabajo
muy seriamente. Nunca sentí un dolor tan puro como ése.
Fuiste la mujer que el mago corta al medio.
Estaba tan orgullosa de vos. Parecía que te convertías al menos
en una copa del más brillante ingrediente arterial. Y qué suerte tuvimos
vos y yo de que pudiéramos elegir cuándo y con quién y dónde y por qué.
Afelpado, alfiletero, violáceo revestimiento de un cajón de tesoros.
Estabas de alguna manera un poco relacionado con las estatuas que lloran.
Eras el corazón de San Valentín. Sucedió sobre la alfombra de un living
que nos prestaron. Pero yo me sentí como si estuviéramos en los bosques
de Diana la cazadora, él y yo y vos juntos, o como si estuviéramos
en un lugar donde el magma del centro del mundo ascendiera
desde el fondo del océano. Gracias por tu vida y muerte. Gracias
por las chicas que caminaban delante mío arrojándome tus pétalos escarlata.
Pasarían años hasta que me casara o pudiera llevar para alguien
dentro mío un pequeño himen bebé cerca de los huevos con otros ínfimos
hímenes dentro suyo. Pero vos me llevaste hacia la vida de una mujer.
Fuiste una especie de madre de sangre para mí. Primero me mantuviste cerca

por dieciocho años y después me soltaste.

Retrocedo a mayo de 1937

Los veo de pie en la formal entrada de sus universidades,


veo a mi padre salir despreocupadamente
por el arco de arenisca ocre , las tejas
rojas que brillan como curvos
platos de sangre detrás de su cabeza, veo
a mi madre que carga unos pocos libros livianos
de pie junto a la columna hecha de ladrillos diminutos con
las puertas de hierro forjado aún abiertas a su espalda, sus
remates de lanza negros en el aire de mayo,
están a punto de graduarse, están a punto de casarse,
son niños, son tontos, lo único que saben es que son
inocentes, jamás le harían daño a nadie,
deseo acercarme a ellos y decirles Deténganse,
no lo hagan...ella es la mujer equivocada,
él es el hombre equivocado, van a hacer cosas
que no pueden imaginar que alguna vez harían,
van a hacerles cosas malas a sus hijos,
van a sufrir de una manera de la que jamás oyeron hablar,
van a desear morirse. Yo deseo
acercarme a ellos allí en la última luz de mayo y decirles,
el rostro ávido bonito y vacío de ella vuelto hacia mí,
su lastimoso bello cuerpo intocado,
el rostro apuesto arrogante y ciego de él vuelto hacia mí,
su lastimoso cuerpo bello intocado,
pero no lo hago. Quiero vivir. Los
levanto como a muñecos de papel
hombre y mujer y los froto entre sí con fuerza
a la altura de las caderas como astillas de pedernal
como para sacar de ellas una chispa, digo
Hagan lo que están por hacer, y yo se los contaré todo.

Más vieja

Cuanto más vieja me pongo, más me siento


casi hermosa---no mi cara, una cara común,
puritana, sino mi cuerpo. Y tendré
cincuenta, pronto, mi cuerpo
se marchita, huesudo, y me gusta su
rugosidad plateada, la piel que se afina,
la superficie de un lago rizada por el viento, un espectro
arrugado, un pliegue de humo. Sin embargo
cuando miro hacia abajo puedo ver, a veces,
cosas que, si las viera una mujer joven, la harían
gritar como en una película de terror,
quedo convertida en bruja en un instante-si me inclino
lo suficiente, puedo ver la piel fina
de mi estómago frunciéndose
y colgando en pequeños picos, como yeso fresco.
Y sin embargo puedo imaginarme a los ochenta, hecha
enteramente, por fuera, de eso,
y haciendo el amor con la misma dignidad
animal, el túnel todavía igual
al interior de una bráctea color frambuesa.
De pronto me veo joven a mí misma
al lado de esa octogenaria, me veo
como su hija, mi carne suelta y drapeada
muestra los ángulos largos de estos extraños
huesos como las manijas de utensilios de cocina hechos en el cielo.

Cuando era más joven, me veía a mí misma.


a veces, como el tosco dibujo de una hembra
los pechos, el destello de las caderas de los años 40–
pero este grisáceo ser abollado es confortable como
una vieja prenda favorita, es casi
amable, ahora, para mí. Por supuesto, es
el amor de él el que estoy viendo. El trabajo de su pulgar
sobre este centavo de la suerte-cinco veces
cinco años en su bolsillo. Quizás
aún si me muriera, él no me vería fea.
A veces, ahora, bailo
como humo chato sobre una chimenea.
A veces, ahora, creo que vivo
en el lugar donde se hace la bebida solemne, salvaje
de acabar, no estoy todo el día acabando,
pero vivo todo el día en el lugar donde eso se hace.
Transformar la vida en arte (con sutbítulos)
Video breve en Youtube: https://youtu.be/_gWP_7kRnWw

Entrevista de Inés Garland a Sharon Olds, con subtítulos.


https://youtu.be/p_8Q7xxFGKw

Sharon Olds sobre el corte de verso, en una entrevista:


No creo en los cortes de verso. Estoy tratando de aprender a hablar de finales
de verso y comienzos de verso, porque quiero que cada verso empiece donde
debe empezar y termine donde debe terminar. Dos versos no son un solo
verso más largo partido al medio. He ido cambiando mi modo de escribir
versos. Cuando empecé a escribir me parecía muy importante que el final del
verso no fuera el final de la frase. Un día Philip Levine me dijo: “Entiendo lo
que estás haciendo, estás rompiendo esos cuatro acentos por línea de los
himnos religiosos, pero no todos nos educamos con esos himnos. Por qué no
escribís las cuatro primeras líneas, de manera clásica, y después empezás a
jugar con eso“. Así que estoy haciendo eso desde entonces. Me gusta mucho
escribir en una forma que tiene cuatro acentos por verso. Que no es para nada
silábico, y a veces hay cinco o hasta seis, a veces hay dos. Me gusta mucho
jugar con esas formas, como una aritmética básica. Y me gusta mucho
escandir poemas de otros para ver qué están haciendo. Y si mi intuición es
buena, noto que a veces tienen patrones rítmicos impresionantes. Hasta que
tuve 55 años me oculté a mí misma el hecho de que estaba escribiendo en
ritmos de himnos, y cuando lo noté me enojé mucho porque pensé: No
quiero subrayar esas creencias misóginas y crueles, al menos de la manera en
que la Iglesia era interpretada en mi familia. Pero pensé Soy una formalista,
está muy bien entonces, excelente, tengo una forma, tengo esa suerte, lo
agradezco. Estuve jugando con eso pero es muy engañoso, porque cambio de
libro a libro, voy y vuelvo, empiezo a cambiar las comas de lugar...
Entrevista en inglés: https://youtu.be/GHcE3cb0SDU

El salto del ciervo, libro completo en castellano.


https://issuu.com/alfredomachado0/docs/salto_del_ciervo_-_sharon_olds_-_na_d4f701712188cc

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