—{Lucia? —susurr6 al vislumbrar en la os-
curidad a la nifia, que contes
—Lucia esté arriba. Yo soy su amiga Bice.
Necesitamos tu ayuda.
Camila parpade6 varias veces y se incorpo-
16. Tomé la mano izquierda de la nifia y lamio
suavemente la pequefia herida del pulgar.
—Bice, zc6mo sabes que asi se despierta a
los vampiros? Yo no le dije a Lucia lo del beso
del principe.
—2El beso del principe? —repiti6 Bice con
asombro—. No sabia que se llamaba asi. Me lo
ensefié un amigo que... también es vampiro.
—gLucarda?
—No. Cuervo.
—jCuervo! —exclamé Camila, saliendo
Agilmente del atatid.
— Lo conoces? —pregunt Bice.
—Si, claro, es muy conocido entre... noso-
tros. Lo sorprendente es que lo conozcas tui.
—Es una historia muy larga —dijo Ja nifia.
—Ya me la contarés. Ahora, vamos. Supon-
go que no hay tiempo que perder.
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La vampira precedié a Bice por la angosta
escalera de piedra. Al llegar arriba, exclamé
angustiada:
—jLucia! ;Qué te pasa?
‘Tomo en brazos a la nifia, que habia vuel-
to a desvanecerse, y le examiné el cuello con
atencién.
—La mordié Vlad —dijo Bice, que acababa
de salir del falso sarc6fago—. {Lo conoces?
—Demasiado bien —contesté Camila con
expresién sombria.
En ese momento Lucia abrié los ojos.
— Camila! —solloz6 echando Ios brazos al-
rededor del cuello de la vampira.
—No llores, querida, te pondras bien.
—No lloro por mi, yo... estoy bien —dijo
Lucfa—. Es por mi madre...
—Vamos. Ya me lo contarés por el camino
—dijo Camila con determinacién, y salié del
mausoleo con Lucfa en brazos. Bice la siguié
tras recoger del suelo la vieja lave de hierro
que su amiga habia dejado caer al desvanecer-
se. Cerré la puerta del mausoleo y fue tras la
vampira, hacia la salida del cementerio.
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