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Resumen de los olmecas

La construcción monumental se expresa en San Lorenzo de una manera que no fue típica de
Mesoamérica en ningún otro periodo de tiempo, y refleja la cosmovisión particular de los
olmecas, o el concepto que tenían de la relación de la gente con el medio ambiente y el
cosmos. Más tarde, los pueblos mesoamericanos diseñaron espacios arquitectónicos basados
en el patrón de pirámides y plazas que variaban de estilo y disposición y de un lugar a otro. Los
olmecas tempranos no construyeron pirámides ni plazas en San Lorenzo, sino más bien dieron
nueva forma a la topografía natural, esculpiendo las colinas para darles la forma deseada. San
Lorenzo y sus centros secundarios dependientes poseían este tipo de arquitectura, no así los
asentamientos menores.

La meseta de San Lorenzo, el centro primario de la región, se distingue por la magnitud de la


modificación arquitectónica sobre el terreno natural. Los olmecas restructuraron la tierra para
crear un espacio sagrado. Al transformarse de una colina en una meseta sagrada, los olmecas
hicieron su propia "montaña" sagrada que fue el centro de poder de su zona de influencia.
Decenas de miles de horas de trabajo se invirtieron en la modificación de la meseta para
estructurarla de acuerdo con el tipo de espacio ajustado a las necesidades de los olmecas. Las
construcciones arquitectónicas más notables, a este respecto, fueron las largas y anchas
terrazas construidas por debajo de la cima de la meseta para crear espacios adicionales
destinados a habitación y a la producción. El corte, rellenado y erección de muros de
contención fueron técnicas aplicadas para dar forma a estas terrazas

Otra importante innovación arquitectónica del periodo Formativo temprano de San Lorenzo
fue la construcción de plataformas bajas de tierra, para uso ceremonial o residencial. Miles de
metros cúbicos de arcillas se apilaron formando bajas plataformas truncadas y escalonadas
que con frecuencia se cubrían con arena pigmentada en rojo.

La incorporación de roca volcánica en la construcción de importantes estructuras domésticas


constituye otra innovación significativa en la arquitectura empleada en San Lorenzo. Enormes
columnas de basalto hasta de 4 metros de longitud soportaban el techo, y se colocaban
piedras en forma de L, o banca, para cubrir las escaleras. También se incorporó a las paredes
piedra caliza del lugar y losas de piedra arenisca

Los olmecas de la costa del Golfo representaron un grupo variado a través del tiempo; sus
costumbres y estilos artísticos variaban, del área norte olmeca, hacia el sur y el este, pero
compartían un sistema común de creencias que eran cambiantes. La riqueza y el prestigio, la
condición social y el éxito estaban ligados a linajes familiares, pero, al mismo tiempo, se
asociaban con posiciones clave en la estructura sociopolítica. Las alianzas matrimoniales entre
grupos de la región fortalecían los lazos, ofreciendo seguridad contra la agresión.

Las actividades ceremoniales reforzaban sus creencias particulares, sin duda, a través de
rituales y festividades cíclicas. Con las vestimentas, los monumentos y otros objetos
decorativos, recreaban y volvían a actuar la historia de su pueblo y sus mitologías.

El gobierno y las ceremonias iban de la mano para enfatizar la unión del poder y el ritual. La
compleja ideología olmeca de San Lorenzo se basaba en el arte político y religioso para apoyar
a sus gobernantes.

La identificación y definición de las representaciones escénicas del arte de los monumentos se


relacionó con el poder y la religión, y este reconocimiento permite una comprensión más
amplia de la diversidad artística olmeca. La distribución temporal de los monumentos en
conjuntos, constituyó un acto conmemorativo y una forma de presentar visualmente una
narración

Comercio y producción Como se mencionó más arriba, la localización de San Lorenzo fue
particularmente favorable para la coordinación y el control del movimiento de personas y
productos por vía fluvial. Además, la ventajosa localización fue ideal para la concentración de
actividades productivas, proporcionando así una centralización capaz de coordinar tanto la
producción como el intercambio.

Organización sociopolítica No es posible separar la organización sociopolítica de los olmecas de


San Lorenzo, de los demás aspectos de la cultura olmeca ya tratados. El conjunto cultural
observado en San Lorenzo demuestra la eficacia del funcionamiento de una sociedad bien
integrada, de estructura jerárquica, en la que las estrategias internas fueron adaptadas por los
olmecas para organizar su universo.

En tiempos del florecimiento de San Lorenzo, la distribución de la población en los alrededores


del sitio muestra un claro aumento en la densidad del asentamiento, así como una
diferenciación de los sitios, de acuerdo con el tamaño y la función. El crecimiento de la
población vino acompañado del desarrollo de un patrón de asentamiento jerarquizado. El
aumento de población fue mayor en el área inmediata a San Lorenzo. El patrón lineal de los
sitios, a lo largo de los cauces de los ríos, refleja la organización dentrítica y la jerarquía
administrativa. Grupos pequeños especializados residían próximos a los recursos naturales
particulares y explotables, como el control de montículos bajos en el llano aluvial del norte,
cerca de la confluencia de antiguos ríos, donde se explotaban recursos acuíferos de la estación.

Se observó una intensificación de la agricultura a través de la investigación arqueológica, por el


mayor número y variedad de implementos de piedra para procesar alimentos. Existe evidencia
de que en el periodo de apogeo tenían maíz, frijol, calabaza y aguacate. Animales terrestres
como el venado, el pécari, el perro y el conejo se usaban como alimento y recursos acuáticos
como el pato, la tortuga y el pescado continuaron constituyendo una parte importante de su
dieta. Las tierras del bordo, muy fértiles, se plantaban, seguramente, para obtener alimentos
para la población residente. En el caso de la subsistencia en general, también es importante
considerar el potencial de San Lorenzo para obtener alimentos a través de su enorme actividad
importadora.

La mayor parte de los monumentos monolíticos de San Lorenzo datan de la fase de apogeo.
Aunque existe abundante evidencia de que los monumentos volvían a esculpirse y a reciclarse
para producir otros nuevos, cambiando el símbolo de poder, no hay indicios, hasta la fecha, de
monumentos esculpidos de piedra no modificada en este lugar.

El transporte de piedra en bloque en formas previas o de esculturas terminadas indica la


existencia de una organización capaz de contar con una importante mano de obra para el
transporte, ya que no existían ni la rueda ni los animales de carga. Aunque no se puede
eliminar el transporte por el río, las rutas más seguras para movilizar los monumentos eran
evidentemente por tierra, siguiendo la tierra firme sobre los llanos anegados por el río.

Los gobernantes de San Lorenzo, retratados en las cabezas colosales, controlaban un


elaborado sistema ritual para reforzar su poder. La atención al ritual era de primordial
importancia probablemente a través de festividades cíclicas, incluyendo fiestas. Las cabezas
colosales que eran manifestaciones materiales del poder de los gobernantes y del supremo
poder de San Lorenzo, posiblemente nunca fueron transportadas a otro lugar (fig. 4.27). Los
tronos, asociados también con los gobernantes, bien pueden haber sido objetos relativamente
permanentes en las áreas ceremoniales de San Lorenzo

Otros indicadores de la complejidad social se derivan de los contenidos de las casas, que
arrojan importantes diferencias en el estilo y construcción de las residencias. Por ejemplo, sólo
el grupo de la élite podía financiar el uso de la piedra volcánica en sus edificios. El tipo de
objetos materiales de que disponía la gente en las distintas moradas variaba, como es el caso
de los objetos de piedra verde y las pequeñas esculturas de piedra y cerámica

Todos estos datos sugieren que en San Lorenzo existían marcadas diferencias respecto a la
riqueza y el nivel social. En las zonas alejadas del centro urbano las diferencias eran más
notable.

Hemos afirmado que El Manatí fue un espacio sagrado utilizado por una o varias comunidades
olmecas de la región. Esta aseveración la hemos sustentado por las características del lugar y
por los ritos religiosos que se efectuaron en este sitio. Todas nuestras lecturas sobre los
tratados de religión anotan la existencia de los espacios sagrados, y aunque su definición,
ubicación, forma y funcionalidad, pueden variar de cultura a cultura y a través del tiempo,
siempre denotan patrones generales

La identificación de los entierros primarios y los huesos dispersos, que incluyen pequeños
fémures y cráneos asociados con algunas de las esculturas, indica que se trata de recién
nacidos, lo cual nos hace pensar en un fenómeno de mayor complejidad, pues estamos ante la
posible evidencia de sacrificios de niños y de mujeres o de mujeres muertas en el parto, a las
cuales se les extrajo el producto y quizás hasta hubo un canibalismo ritual. Por los datos que
nos ofrece la estatuaria menor —las estelas, los altares, etc.—, sabemos que los niños tuvieron
un papel fundamental en la ideología religiosa olmeca. De su significado más antiguo sólo se
alcanza a especular, pero en épocas más tardías se ve asociado con el culto al dios de la lluvia.
Por las fuentes también sabemos que en épocas posteriores, especialmente entre los
tenochcas, el sacrificio de niños fue una práctica común que estuvo esencialmente asociada
con los cultos al agua y a la fertilidad. De estas prácticas dan fe los recientes descubrimientos
en el Templo Mayor de Tenochtitlan.

En un poblado, conocido hoy en día con el nombre de La Venta, ubicado en el extremo


noroeste del estado de Tabasco, se encuentran los vestigios del asentamiento de mayor
importancia de la civilización olmeca.

n. No es mera coincidencia que en los años cuarenta, en la primera reunión donde se trató de
definir lo que ahora conocemos como "olmeca", se propusiera que se le llamara a dicha
civilización "cultura de La Venta", ya que es esta antigua ciudad la que ha producido el mayor
número de esculturas en estilo olmeca; un impresionante acervo de ofrendas de piedra verde
que varían desde pequeños objetos y esculturas portátiles hasta las sin igual ofrendas masivas,
todo esto, sin mencionar su excepcional traza arquitectónica

El área circundante de La Venta, lejos de ser un lugar inhabitable e inhóspito, fue un ambiente
que seguramente desempeñó un papel importante en el gran desenvolvimiento que alcanzó
esta ciudad olmeca. Este medio está conformado por una intrincada red de ríos, arroyos,
pantanos, manglares y lagunas de agua dulce y costeras, lo cual proporcionó a sus habitantes
una gran riqueza en recursos comestibles al igual que en potencial agrícola. Aquí se ha
encontrado evidencia del cultivo de maíz desde 1750 a.C. y es posible cultivar hasta tres
cosechas al año, lo cual pudo sustentar una densa población en La Venta y sus alrededores. Sin
embargo, los olmecas no dependían exclusivamente de la agricultura; comían también una
gran variedad de pescados de río y estero, almejas, tortugas, patos, conejos, venados,
cocodrilos y perro doméstico.

A partir de sus hallazgos, Covarrubias propone la existencia simultáne; de dos tipos cerámicos
distintos que corresponderían a la presencia de do etnias diferentes: los campesinos
tlatilquenses (fig. 11.2) y una élite de sacer dotes y artistas olmecas (fig. 11.3). Con el paso del
tiempo estos último dominarían a los primeros y darían como resultado la creación de una
socie dad teocrática. Esta interpretación fue apoyada por la hipótesis de Alfonso Caso, quier
propuso la existencia de un imperio olmeca cuya capital se encontraría en e sitio de La Venta,
Tabasco.

Una nueva interpretación es la señalada por Christine Niederberger, quien afirma que el
fenómeno olmeca no es el resultado de la influencia de una sociedad más avanzada sobre sus
vecinos. La autora presupone que existe una igualdad en todos los grupos mesoamericanos
que participan del estilo olmeca, en este sentido afirma que no existe ninguna diferencia en la
complejidad social de las poblaciones de la cuenca de México y las comunidades
contemporáneas de Mesoamérica. Todas las áreas participan activamente en el intercambio
de bienes regionales durante el Formativo temprano. La investigadora apunta que tanto en la
cuenca de México como en la costa del Golfo existían poblaciones con un largo periodo de
sedentarización, consecuencia de los abundantes recursos. En ambas regiones se conoce una
larga secuencia cultural previa a la aparición del estilo olmecaasí como una red de
intercambios a larga distancia establecida al menos 1 000 años antes de la aparición de los
primeros centros olmecas en la costa del Golfo

Una de las características que distinguen claramente a los olmecas de San Lorenzo de otras
culturas y comunidades de las regiones aledañas del Formativo temprano en Mesoamérica son
las grandes obras públicas. Estas son una indiscutible demostración de que los antiguos
olmecas formaron la primera sociedad en Mesoamérica con una economía de mando. Como el
término nos lo indica, una economía de mando es aquella en la que el gobierno puede
demandar bienes y servicios de sus ciudadanos. En el caso de los olmecas de San Lorenzo, el
jefe de gobierno seguramente era un sacerdote-rey que podía exigir de sus súbditos el pago de
tributos en los periódicos proyectos de obras públicas, como por ejemplo, trasladar una cabeza
monumental desde las montañas de Tuxtla, a 60 kilómetros, hasta San Lorenzo. Por supuesto,
la facultad del rey para pedir bienes y servicios seguramente se limitaba a su propio reino.

El número de esculturas de piedra de San Lorenzo nos indica que los monumentos se hacían y
se arrastraban al sitio con bastante frecuencia. Por supuesto, no todos pesaban de 20 a 40
toneladas y por lo tanto no requerían tanta inversión de trabajo como lo que hemos dicho en
relación con los monumentos más grandes. Sin embargo, todos necesitaban una gran inversión
de trabajo. La capacidad del gobierno de San Lorenzo para reunir grandes excedentes y
desplazar de 1 000 a 3 000 adultos de la producción primaria, para más de una estación
agrícola, indica una gran base de población, un sistema de subsistencia muy productivo, un
programa de almacenamiento de alimentos muy eficiente y un tremendo poder político.

Queda ahora por mencionar al conjunto de mayor importancia en el arte olmeca figurativo: las
esculturas de carácter exclusivamente humano. Entre las tallas monumentales son, sin duda,
las más numerosas conocidas a la fecha. Abundan, también, en las figurillas de piedra verde y
son, ambas, las imágenes más representativas del arte escultórico olmeca.
El arte monumental olmeca expresa la voluntad definida por encontrar un orden que dé
coherencia a sus creencias, rituales, conductas políticas y estructura social. Ello se muestra en
la concreción de sus formas claras y definidas, en la perfecta distribución armónica de las
mismas: tales formas expresan, siempre de manera conceptual, nunca descriptiva, su concepto
del hombre como centro de la naturaleza y del cosmos.

Con los olmecas da comienzo la civilización en Mesoamérica; los restos materiales que
perduran indican el alto grado de cultura que alcanzó este pueblo excepcional.

Los olmecas establecieron las bases para el desarrollo posterior de otros pueblos, en cuanto a
su conducta social, política, económica y religiosa pero, antes que eso, descubrieron y tuvieron
para sí una visión organizada del cosmos que les otorgó unidad e individualidad inconfundible
y que permanece clara y perfecta en sus obras de arte.

Miguel Rivera,Emma Sanchez y Andres Ciudad La cultura Olmeca o cultura madre


mesoamericana fue un civilización antigua precolombina que habitó en las tierras bajas del
centro-sur de México, durante el periodo Preclásico Medio mesoamericano, aproximadamente
en el estado mexicano de Veracruz y Tabasco en el istmo de Tehuantepec. La cultura Olmeca
tuvo una muy amplia influencia ya que las obras de arte de esta civilización también se
encuentran en El Salvador. Los olmecas se desarrollaron entre los años 1200 a. C. hasta
alrededor del año 400 a. C., y por muchos historiadores es considerada la madre de las culturas
o civilizaciones mesoamericanas que surgirían posteriormente.

El actual territorio mexicano agrupa una serie de espacios pertenecientes a la denominada


Mesoamérica y, dentro de ella, presenta restos de algunas de las culturas que alcanzaron un
mayor desarrollo en la época precolombina. De entre éstas, la olmeca muestra especiales
rasgos de valor y originalidad, y su mismo estudio plantea de forma plena la cuestión general
de las culturas americanas de base indígena.

El área geográfica donde surgió y se desarrolló la primera de las civilizaciones de la América


septentrional ocupa una extensión aproximada de 18.000 kilómetros cuadrados en los
modernos Estados mexicanos de Veracruz y Tabasco, con los ríos San Juan y Papaloapan por el
oeste y los pantanos que rodean al Grijalva por el este, entre el océano Atlántico y las
estribaciones de la Sierra Madre Oriental. Es tierra caliente que no supera los 100 metros de
altitud, excepto en el macizo de los Tuxtlas, cuyos picos promedian 500 metros y dividen la
cuenca del Papaloapan del Coatzacoalcoa. La notable abundancia de agua, pues a las
corrientes superficiales citadas y a otras muchas de menor caudal habría que añadir la fuerte
pluviosidad anual que sobrepasa regularmente los 3.000 milímetros, convierte la región en una
suerte de inmensa Venecia campestre, donde la humedad, el lodo y las ciénagas ponen las
notas características. Ese exceso de agua, raro en el resto de Mesoamérica, protagonizó en el
pasado la vida cultural de las poblaciones y determinó en buena medida la orientación peculiar
de sus realizaciones.

Apenas se han conservado vestigios óseos de los olmecas arqueológicos: la gran humedad y la
acidez del suelo han desintegrado los esqueletos que suelen encontrarse en los
enterramientos, de modo que la reconstrucción del tipo físico sólo puede abordarse partiendo
de las esculturas, terracotas figurativas y otras representaciones.
Parece ser que eran individuos de baja estatura, algo obesos, pero fornidos, braquicéfalos de
cara redondeada, ojos oblicuos, con el pliegue epicántico típico de la raza mongoloide, nariz
corta y ancha, boca de labios gruesos, mandíbulas potentes y cuello corto. Las narices y bocas
que se ven en las enormes cabezas colosales de piedra han provocado la hipótesis de la mezcla
de razas, ya que, sin duda, recuerdan los tipos platirrinos de fuerte eversión labial que se
hallan en el corazón de África. Pero los autores más rigurosos descartan hoy cualquier aporte
genético transatlántico —imperceptible, por otra parte, en los indígenas descendientes de
aquellos remotos pobladores— y suponen que esos rasgos son la idealización de la apariencia
infantil, incluso de un modelo de enfermedad que tuvo gran importancia en las ideas religiosas
olmecas.

Hacia comienzos del siglo XV antes de nuestra era existen testimonios de la ocupación humana
de la región por agricultores aldeanos. El arqueólogo norteamericano Michael D. Coe identificó
las fases para el periodo más antiguo —que otros autores llaman Olmeca I— caracterizado en
términos generales por la ausencia de monumentos de piedra y por reflejar una forma de vida
igualitaria no muy diferente de la que entonces se encontraba por toda el área
mesoamericana. Esas fases se denominan Ojochí, Bajío y Chicharras; temporalmente cubren el
lapso entre el 1500 antes de nuestra era, cuando aparecen en la región los primeros vestigios
de habitación humana sedentaria, y el año 1200 a. C., momento en que los pobladores del sitio
de San Lorenzo empiezan a labrar las impresionantes cabezas monolíticas y otras esculturas
pétreas.

Por último, el periodo Olmeca III (400-100 a. C.) es de franca decadencia. El sitio de Tres
Zapotes —unos cincuenta montículos que se extienden a lo largo del arroyo Hueyapan— es el
único gran heredero de la vieja cultura en el interior de las fronteras regionales, pero sus
manifestaciones resultan modestas, lánguidas y carecen de la originalidad y el vigor de antaño.

Agricultura y comercio fueron las bases económicas de la civilización olmeca. Tres formas de
laboreo estaban al alcance de las técnicas de tala y quema que poseían los olmecas: el cultivo
en las ricas márgenes aluviales de los ríos, donde podían llegar a obtener dos cosechas
anuales; la preparación de parcelas en las laderas de cerros y montañas —por ejemplo, en los
Tuxtlas—, en las que puede cosecharse una vez al año o alternar una temporada de barbecho,
y la roturación del interior del bosque, con un régimen corriente de dos a tres años de siembra
y cosecha por ocho a doce años de reposo para facilitar la recuperación de la tierra

Las plantas principales fueron, sin duda, el maíz, las calabazas, el chile y, probablemente, los
frijoles. La técnica de tala y quema implica varias etapas: cortar la vegetación, quemar troncos
y ramas, sembrar, escardar y cosechar.

Ciertamente, los olmecas, además de una agricultura variada, tal vez intensiva en
determinados lugares, que podía mantener por encima de sesenta personas por kilómetro
cuadrado, tuvieron siempre la posibilidad de recolectar las plantas y frutos silvestres que
ofrece sin tasa la ubérrima naturaleza, y, sobre todo, como demuestran los hallazgos
arqueológicos, cazaron ciervos, tlacuaches, pecaris, tapires y extrajeron toneladas de pescado
—especialmente róbalo y tarpón— de los lagos y corrientes de agua.

Con tales complementos proteínicos su dieta quedaba perfectamente equilibrada y es de


suponer que siempre hubo producción excedentaria que se canalizaba hacia los centros
ceremoniales o cabeceras políticas donde residían los jefes y demás especialistas. Aun así, la
población total de la región no debió superar las 350.000 personas, cifra resultante de suponer
la densidad promedio alrededor de veinte habitantes por kilómetro cuadrado —recuérdese
que hay extensiones pantanosas de imposible ocupación— dentro de los limites aproximados
que se asignan a la subárea olmeca. El temprano intercambio comercial a que se entregaron
con decidida vocación los olmecas es de todo punto innegable y adquiere mayores
proporciones y complejidad a medida que se realizan nuevos descubrimientos arqueológicos
en diferentes zonas de Mesoamérica. No cabe duda que fue el deseo de consolidar la línea de
desarrollo social emprendida a finales del segundo milenio lo que llevó a las gentes de la tierra
caliente a recorrer los cuatro rumbos, hasta distancias que hoy todavía se nos antoja
desmesuradas, en busca de materias primas y objetos

preciosos destinados a simbolizar entre sus poseedores las posiciones de estatus y los cargos
políticos y religiosos. Con las enormes ganancias conseguidas mediante el control
monopolístico de las principales rutas de movimiento de mercaderías, los señores de la costa
del golfo pudieron llevar a cabo las formidables empresas urbanísticas que modificaron la faz
del territorio, y en ellas se apoyaron precisamente para afianzar de modo definitivo su
indiscutido poder. Desconocemos los bienes que los mercaderes olmecas ofrecían a cambio
del jade, la obsidiana, la turquesa y otras piedras preciosas, pero se puede suponer que pieles,
plumas, tal vez copal —la resina utilizada en Mesoamérica a la manera del incienso del viejo
Mundo— y cacao fueron las principales cargas transportadas.

Lo que merece la pena destacar es que los olmecas fueron los primeros en establecer una red
de intercambio que cubría tan dilatada superficie, y esto en tiempos de gran inseguridad,
cuando ninguna fuerza política sobresaliente garantizaba el orden en amplias jurisdicciones,
sino que, por el contrario, multitud de sociedades tribales se acantonaban en valles y mesetas
envueltas en suspicacia respecto a vecinos codiciosos o atrevidos viajeros. Hay que presumir
por ello que, al igual que sucedía con los famosos pochtecah de la época azteca, los
mercaderes olmecas eran simultáneamente soldados, o bien que las caravanas iban
acompañadas de escuadrones de guerreros que velaban en todo momento por la protección
de personas y fardos.

Ciertamente, para un antropólogo el problema crucial que plantea la civilización olmeca es la


inédita mutación de una sociedad igualitaria, tribal y aldeana, a otra jerarquizada en la cual la
estricta división del trabajo implica presencia de grupos con rangos bien diferenciados.

La arqueología arguye que sin una autoridad centralizada, con capacidad de organizar el
trabajo colectivo, es imposible acometer las colosales empresas artísticas o arquitectónicas
que se descubren en sitios como San Lorenzo y La Venta. Afirma también que artistas con
dedicación de tiempo completo son perceptibles detrás de las esplendorosas joyas de jade, los
finísimos relieves o la cuidada cerámica. Para ello, algunas gentes debieron abandonar el
laboreo de los campos antes de que finalizara el segundo milenio, se concentraron en lo que
serían posteriormente centros ceremoniales y dirigieron las actividades de centenares de
campesinos, muchos de los cuales se convirtieron en canteros, lapidarios, alfareros, tejedores,
albañiles, plumajeros, soldados, sacerdotes y funcionarios diversos. Las minorías gobernantes,
probablemente miembros de un mismo linaje o clan, imaginaron la doctrina religiosa que
debía dar legitimidad al nuevo orden, crearon los ritos y ceremonias apropiados —a menudo
enraizados en los primitivos cultos agrícolas—, y fijaron las normas adecuadas para que

todo el grupo participase de esa forma particular de ver el mundo y de entender las relaciones
sociales. A partir de aquí, y hasta la época de la conquista española, los mesoamericanos
quedaron escindidos en nobles y plebeyos: los primeros conservaban la pureza de la sangre
ancestral y se consideraban cercanos a los dioses o padres fundadores de la colectividad, de lo
cual emanaba su derecho a ejercer el poder y dictar las leyes: los segundos labraron la tierra,
engrosaron las filas de los ejércitos y realizaron multitud de funciones al servicio de los
señores.

El calendario, por su parte, es un edificio filosófico que trata de ordenar y hacer significativo el
universo, llenando de energía y de rostros divinos los segmentos cronológicos que están en el
origen del mundo y de la vida. Signos de escritura se pueden ver, por ejemplo, en el
monumento 13 de La Venta y anotaciones calendáricas en la estela C de Tres Zapotes o en el
momento E de este mismo sitio veracruzano.

Varios autores coinciden en afirmar que la base de las creencias y la mitología olmecas se
encuentra en la idea del apareamiento de un jaguar y una mujer. Fruto de tal unión es un niño
humano con rasgos felínicos, el cual se supone que funda la sociedad de los bosques cálidos
del golfo de México.

El famoso antepasado olmeca, el niño-jaguar cuya imagen fue difundida por los mercaderes a
través de miles de kilómetros cuadrados, es el antecedente del dios Tláloc de los
teotihuacanos y del dios Bolon Tsakab de los mayas, y está presente —transfigurado, pero
reconocible— en decenas de estelas del período Clásico y en los interesantes relieves de
estuco de Palenque.

Más complicado es explicar por qué los olmecas eligieron a un jaguar para el trascendental
coito que inauguró la vida humana. El jaguar es animal de costumbres nocturnas, es fiero y
poderoso, inclemente y solitario, y en consecuencia simbolizó la noche —incluso su piel
semeja el firmamento erizado de estrellas—, las fuerzas del inframundo (del averno, del
interior de la tierra, el reino de los muertos y lugar de la posible resurrección), la majestad y
vigor únicos de los monarcas, la sigilosa inteligencia de los sacerdotes y el valor y astucia de los
guerreros. La mujer es tal vez la luna, elemento celeste, con lo que tendríamos la hierogamia
esencial —unión de cielo y tierra— que en Mesoamérica da origen al mundo y a la vida. Pero la
misma tierra es también el polo femenino de la creación y, por ende, la que está en
condiciones de parir a los ancestros de la sociedad, o sea, a la sociedad toda.

Además, las tumbas colosales cerradas con columnas de basalto y los entierros en grandes
sarcófagos de piedra hablan bien a las claras de la importancia del ritual funerario y del gran
prestigio de determinadas personas.

LAS manifestaciones artísticas olmecas se plasman sobre todo en escultura y pintura

Escultores tanto de figuras monumentales, en grandes bloques pétreos de basalto y andesita,


o de pequeñas hachas y figurillas labradas en jade y otras piedras finas, revelan una maestría
incomparable, un dominio absoluto de la técnica, propio de especialistas a tiempo completo,
trabajando por encargo de los linajes dirigentes. Tal vez el grupo de obras más llamativo del
mundo olmeca sea el monumental y, de hecho, la existencia de esta escultura con su aparición
prácticamente restringida, a lo que se considera el área metropolitana, es uno de los rasgos
indicadores de la existencia de la civilización olmeca.

Estos monumentos se manifiestan de varias formas, siendo tal vez la más famosa las cabezas
colosales. Se conocen quince, ocho de San Lorenzo, cuatro de La Venta y tres de Tres Zapotes o
de sus alrededores. Siempre de grandes dimensiones, destaca la de Cobatá, de 3,4 metros de
altura, 3 de diámetro, una masa de unos 25 metros cúbicos y un peso calculado en torno a las
65 toneladas. Todas presentan un aire común. Parecen ser representaciones de individuos de
sexo masculino, con una característica nariz ancha y poco saliente y labios gruesos de
comisuras caídas. Se cubren con una especie de casco redondo con orejeras, decorados con
una serie de motivos de probable carácter simbólico.

es evidente que detrás de su acarreo y talla se encuentra una poderosa organización capaz de
movilizar de los 1.000 a 2.000 hombres necesarios para mover cada bloque y transportarlo con
ayuda de rodillos y por vías fluviales.

Además de la escultura monumental se encuentran también toda una serie de esculturas de


piedra de menores dimensiones: por ejemplo, las de jugadores de pelota, como la del famoso
Luchador de Uxpanapa. Contrastan fuertemente por su movilidad y su visión múltiple,
opuestas a la rigidez de la escultura monumental. Destaca, como una de las obras maestras del
arte olmeca, la figura de Las Limas, en forma de un personaje humano que sostiene entre sus
brazos a un niño-jaguar. Los motivos grabados en esta figura se han utilizado como una llave
para la interpretación de la iconografía olmeca.

Además de grandes escultores, los olmecas fueron también magníficos lapidarios. Labraron
hachas de jadeíta, venturina, basalto, caliza, diorita y serpentina. Denominadas así por su
forma genérica, algunas son simples placas rectanguloides sin labrar, pero finamente pulidas.

Hay también figurillas y estatuillas de jade, jadeíta, serpentina, esteatita, hematita y basalto.
Casi todas representan personajes de pie, con las piernas ligeramente separadas, grandes
cabezas desproporcionadas y generalmente deformadas y mostrando la mayoría rasgos
mezclados de lo que se ha dado en llamar el hombre-jaguar.

También se trabajó la cerámica con su inconfundible estilo. Hay vasos escultóricos, vasos
cilíndricos, platos de fondo plano y ollas globulares de cuello recto. Estos vasos se decoran con
motivos fácilmente reconocibles como olmecas, incisos o raspados, sobre superficies que
contrastan las zonas pulidas y toscas y otras frotadas con pintura roja. Interesantes son las
figurillas, de gran variedad, unas macizas y modeladas a mano dentro de una técnica
puramente formativa, o las mucho más características, huecas, de arcilla blanca, cuyos rasgos
faciales muestran la típica cara del niño-jaguar o Baby-Face, como generalmente se las conoce.

La representación fundamental del arte olmeca, los seres humanos, son generalmente de sexo
masculino, de característico aspecto gordinflón, cabezas alargadas artificialmente en forma de
pera, mandíbulas fuertes y barbillas prominentes, cuello poderoso, brazos y piernas cortos y
bien formados y manos y pies pequeños. Los personajes suelen estar desnudos y desprovistos
de órganos sexuales o vestidos con un simple taparrabos. Su postura favorita es de pie o
sentados a la manera oriental y como adorno principal destaca el tocado de múltiples formas.

. Para Miguel Covarrubias, este peculiar tipo físico descrito se encuentra aún hoy en México,
predominantemente entre ciertos grupos del sur del país, como mazatecos y zinantecos.

Se encuentran también representados seres que para algunos estudiosos son claramente
patológicos. Se trata de tipos eunucoides, de fuertes caracteres felinos, con expresión infantil,
o enanos de vientres inflados y cabezas desmesuradas con una marcada hendidura craneal.

Ahora bien, la aparición de tales rasgos se ha atribuido también a la existencia real de seres
con tales características. Michael Coe las explica como una anomalía genética que se
encuentra a veces en poblaciones estrechamente emparentadas, la spina bífida, que produce
usualmente abortos de cabeza hendida y expresión característicamente gruñona. Si esa
anomalía genética apareció entre las poblaciones olmecas, tal vez pudo interpretarse como el
resultado de esa unión mítica ya mencionada. Para Covarrubias, este tipo podría ser el
resultado de una enfermedad glandular, la dystrophia adiposo-genitalis o síndrome de
Frohlich, anormalidad del crecimiento debido a disturbios endocrinos de la pituitaria o de la
hipófisis, que produce un tipo peculiar de obesidad y de eunuquismo, con atrofia de los
órganos sexuales y la distorsión de los rasgos característicos del estilo olmeca.

En efecto, parece cada vez más seguro que la escultura monumental olmeca de carácter
naturalista tiene que ver con retratos de los jefes principales. Los grandes jefes de los
principales centros olmecas aparecerían representados en esas cabezas colosales.

¿Por qué se destruían periódicamente esos monumentos? La hipótesis más probable es que la
mutilación tenía lugar a la muerte del señor de la ciudad, destrucción que se debía al intento
de neutralizar el poder sobrenatural emanado de esos monumentos considerados como
legitimadores y sobre todo reponedores del poder real. A su muerte, los altares, pero también
todos los monumentos depositarios de ese poder, debían ser neutralizados para evitar que
dicho poder, ya sin control, causara efectos perjudiciales.

Tradicionalmente y desde los primeros momentos del estudio del arte olmeca se ha puesto de
relieve la importancia del jaguar como tema central de la iconografía olmeca y, por tanto,
como elemento primordial dentro del mundo de las creencias olmecas.

La religión olmeca aparece como politeísta, marcada por una pluralidad de dioses que, sea cual
sea su identificación, representan antecedentes de los tardíos dioses mesoamericanos. Estos
dioses y estas creencias tienen que ver fundamentalmente con la agricultura y con los
elementos íntimamente relacionados con ella: la tierra, el agua, el sol, los volcanes, el cielo, la
vegetación, la fertilidad. Pero es también una religión dinástica cuyos dioses se encuentran en
íntima relación con los señores que toman del inframundo sus poderes sobrenaturales y que
en última instancia descienden de esos mismos dioses. El arte olmeca aparece, pues, como
esencialmente religioso. Religioso porque representa a sus dioses por doquier, pero religioso
también porque esos símbolos se mezclan con los retratos de sus dirigentes para legitimarlos y
afirmar su poder sobrenatural. En este sentido, recordemos que el arte monumental donde
aparecen los retratos de los señores se circunscribe sobre todo al área metropolitana, donde
su dominio sobrenatural era efectivamente reconocido, monumentos que eran
periódicamente destruidos a la muerte del señor.

Desde un punto de vista cronológico el área está poblada al menos desde el 1500 a. C. y
desarrolla tres amplias fases que, en términos amplios, se corresponden con las tres etapas
formativas establecidas en la arqueología mesoamericana: Olmeca I (1200-900 a. C.), Olmeca II
(900-400 a. C.) y Olmeca III (400 a. C. a 100 d. C.). En lo que se refiere a su evolución cultural,
los olmecas han sido catalogados como el desarrollo civilizador más temprano de
Mesoamérica, el cual para el 1200 a. C. dispone ya de una reducida pero poderosa élite
hereditaria con considerable autoridad sobre un amplio segmento de población campesina, así
como también sobre artistas, artesanos y mercaderes. Esta élite ocupó varios centros mayores
en los que se concentró la actividad ceremonial, comercial y política: San Lorenzo, Laguna de
los Cerros, La Venta y Tres Zapotes levantaron grandes plataformas de tierra, algunas de las
cuales sustentaron edificios de carácter perecedero.

El poder de este grupo gobernante se basó en sanciones sobrenaturales y en el control de la


riqueza mediante la redistribución de excedentes económicos locales y de productos exóticos.
El medio ambiente en que se emplazó esta zona metropolitana no disponía de las materias
primas necesitadas por dichos gobernantes, por lo que tales artículos tuvieron que ser
importados, incluyendo basalto de las cercanas montañas Tuxtlas, obsidiana, jade, materiales
ferruginosos, etcétera,

La gran demanda de materias primas y bienes exóticos hizo que los olmecas potenciaran el
funcionamiento de una gran red comercial que alcanzó 2.500 kilómetros de extensión desde el
centro de México hasta Costa Rica.

Es posible que a través de unas técnicas decorativas y de un simbolismo complejo los olmecas
exportaran una ideología que utilizaron diversas comunidades agrícolas mesoamericanas en
proceso de estratificación para lograr altos grados de integración social y política que les
permitió hacerse más complejas. A cambio de bienes exóticos, los olmecas expandieron un
particular conjunto de conceptos acerca de un orden universal, mitos, rituales y deidades con
los que sancionaron las teocracias regionales —su existencia, territorio y poder—. Así pues, los
objetos olmecas sólo aparecen en aquellas sociedades regionales tendentes a la complejidad
mientras que en las áreas en que no se dan tales características desaparece o no se da tal
influencia.

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