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Las elecciones en Ecuador entre

continuidades y rupturas. Entrevista

Pablo Ospina Peralta 05/06/2021

Pablo Ospina es historiador (Pontificia Universidad Católica del Ecuador) y antropólogo (Universidad
Iberoamericana, México D.F). Obtuvo su doctorado (PH) en el CEDLA de la Universidad de
Ámsterdam. Actualmente ejerce como docente del Área de Estudios Sociales y Globales de la
Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, Ecuador. Se ha especializado en el estudio de los
movimientos sociales, los conflictos ambientales, el desarrollo rural, los problemas agrarios, el
análisis político y la construcción del Estado en América latina. Recientemente ha publicado el libro “
La aleación inestable. Origen y consolidación de un Estado transformista: Ecuador, 1920-1960”
(Teseo, 2020).

En esta conversación con Mariano J. Salomone[1] y Andrés Carminati[2] , a partir de las últimas
elecciones presidenciales de Ecuador, Pablo Ospina va delineando los contornos de un escenario
sociopolítico complejo, un análisis de coyuntura que permite levantar la mirada para pensar
problemas más amplios de Ecuador, muchos de los cuales podemos suponer son compartidos con
gran parte de los países de la región latinoamericana.

Mariano J. Salomone: Nos gustaría que pudieras comenzar haciendo una primera lectura de
lo que fueron las últimas elecciones presidenciales en Ecuador, el pasado 11 de abril, algunas
claves interpretativas que, a tu modo de ver, permitan hacernos un mapa político electoral y el
resultante triunfo de Guillermo Lasso.

Pablo Ospina Peralta: La gran novedad de las elecciones fue la ruptura de la polarización entre el
correísmo y la derecha convencional. Durante 14 años la gente solo podía votar por uno o por el
otro, es decir, apoyar a uno contra el otro. Las opciones alternativas, las búsquedas de terceras vías,
fracasaron una tras otra. Aunque se podría decir que el 11 de abril, en la segunda vuelta, también
hubo que escoger entre los dos (entre Andrés Arauz, por el correísmo y Guillermo Lasso, por la
derecha convencional), la verdad es que el relato sobre las únicas dos opciones quedó
profundamente fisurado. Pero fue también una votación de paradojas. Lasso ganó abrumadoramente
en las zonas de la Sierra y de la Amazonía, tradicionalmente ancladas a un voto de centro-izquierda.
Arauz, en cambio, ganó en la Costa, donde tradicionalmente predomina el voto conservador. Las
paradojas no acaban allí. Un guayaquileño (Lasso) gana en la Sierra y un serrano (Arauz) gana en la
Costa. Este voto invertido simultáneo no había ocurrido nunca desde 1978. ¿Cómo explicar esa
doble paradoja?

Una primera explicación es que el candidato no era Andrés Arauz (de Quito, en la Sierra), sino
Rafael Correa, otro costeño. Por eso, en la segunda vuelta, el 11 de abril de 2021, triunfó el
anticorreísmo. En una entrevista después de las elecciones, Rafael Correa dijo que si él hubiera
podido entrar a Ecuador para hacer campaña, hubiesen ganado. Al contrario: su omnipresencia
hacía imposible la victoria. El voto de Lasso fue un voto “prestado”, un voto en contra de Rafael
Correa. ¿Por qué fue eso más fuerte en la Sierra, en las áreas indígenas y en las zonas más
proclives al voto por el centro izquierda? A mi juicio el punto central tiene que ver con el
autoritarismo. Por supuesto, las razones del voto siempre son muy variados, intervienen muchísimas
razones, es difícil establecer un solo factor. Sin embargo, si hay algún factor determinante creo que
es el rechazo al autoritarismo. Por supuesto, el autoritarismo ya venía de mucho antes y por eso el
voto correísta se venía haciendo cada vez más costeño y menos serrano desde 2009. La diferencia
entre 2017 y 2021, es que el autoritarismo perdió justificaciones ante un número creciente de
votantes en la Sierra y en la Amazonía. En la segunda vuelta de 2017, Alianza País ganó frente a
Guillermo Lasso con un margen muy pequeño, con un candidato (Lenin Moreno) que se presentaba
como apacible, que buscaba la reconciliación, que no era descalificador, que a lo largo de toda su
carrera había sido una persona “bonachona”, sin conflictos, que trataba de evitarlos. Fue escogido
como candidato precisamente por eso. Rafael Correa quería a Jorge Glas como candidato pero
todas las encuestas que hicieron coincidían: sin Lenin Moreno perdían las elecciones. En una
palabra, ya en 2017 la gente estaba cansada de este autoritarismo y en ese entonces solo pudieron
ganar por la promesa de que el autoritarismo iba a cesar.

Cuatro años después, en 2021, ese autoritarismo, que había podido antes ser más o menos
justificado por la obra pública, por la inversión social, por la presencia del Estado en áreas y campos
de los cuales había desertado en el pasado y que el gobierno de Correa recuperó. Eso lo justificaba:
se toleraba, se aceptaba ese autoritarismo a cambio de ese beneficio. Entre 2017 y 2021 esa
justificación perdió validez por el destape de todos los casos de corrupción. Aunque fuera de
Ecuador puedan pensar que estos juicios son un puro ataque político, la verdad es que varios,
muchos de ellos, están bien documentados. Entonces, esa auténtica avalancha de casos de
corrupción volvía la justificación de la obra pública más frágil. Al menos lo suficiente como para que
se acentuara la pérdida del apoyo que ya venía perdiendo el corrreísmo en el electorado serrano y
amazónico. ¿Por qué al electorado de la Costa le importa menos el autoritarismo?

En la Sierra y en la Amazonía existe un tejido organizativo y asociativo de sociedad civil mucho más
denso. En la Sierra están casi todos los sindicatos del sector público, y ahí es donde están las
organizaciones indígenas. En las zonas indígenas es donde con mayor ventaja gana Lasso. El
rechazo al autoritarismo es más fuerte allí donde hay mayor tradición organizativa. A la gente que se
organiza y participa, que se moviliza, le resultan menos aceptables las imposiciones desde arriba. En
la Costa, en cambio, existe una sociedad mucho más desarticulada horizontalmente y mucho más
organizada de arriba para abajo, en cuya cúspide se encuentra un pequeño núcleo de grupos
empresariales agroexportadores. Lo que esa sociedad valora por sobre todas las cosas es el orden y
esa búsqueda de orden conecta con los discursos autoritarios. El voto de la Costa, desde 1978 en
adelante, se ha dirigido generalmente hacia figuras fuertes, ligadas a grupos empresariales de la
élite, desde Álvaro Noboa (empresario agroexportador) hasta Jaime Nebot (líder del Partido Social
Cristiano y alcalde de la ciudad más grande del país, el puerto de Guayaquil). Eso se traslada a la
figura fuerte y autoritaria de Rafael Correa. Era bien conocida la mezcla de votos desde 2009: para
gobiernos locales por el partido socialcristiano o figuras políticas locales ligadas a ellos, para el
gobierno nacional por Rafael Correa. ¿Por qué hay esa conexión? Por la búsqueda de orden y la
posibilidad de imponerlo desde arriba: en la propia sociedad no hay estructuras horizontales que
puedan compensar el desorden general que existe en las sociedades locales. La búsqueda de orden
está presente en toda América Latina y sustenta todos los movimientos de derecha y de extrema
derecha. Fenómenos como la “ideología de género”, el “fin de la familia”, la inmigración, son
acusados de ser los causantes del desorden.

Otro factor que explica este contraste o esta paradoja tanto regional como ideológica es que la Costa
tiene un déficit histórico de infraestructura mucho mayor que la Sierra o la Amazonía centro-sur:
faltan más carreteras, puentes, hospitales, centros de salud, escuelas, obras de protección contra
inundaciones o marejadas. Precisamente, el gran atractivo popular del correísmo. En la Costa el
justificativo del autoritarismo o la corrupción (la obra pública) es más fuerte que en la Sierra. La
votación se conserva o incluso se incrementa ligeramente en muchas de la provincias de voto más
conservador de la Costa.

Andrés Carminati: Me gustaría que pudieras profundizar en alguno de los puntos que has
presentado. Por una parte, planteas esta idea del autoritarismo, ¿podrías entonces ampliar a
qué te refieres, si es una cuestión discursiva o va más allá? Por la otra, hiciste referencia al
hecho de que el voto de Lasso es un voto prestado. Hablaste de la paradoja de que en la
Sierra ganó el neoliberal Lasso y el voto indígena fue determinante para su triunfo, mientras
que por otro lado hubo un peso muy importante del voto nulo (16%) al cual llamaron a votar
en la CONAIE. Podrías contarnos cuáles fueron los debates que estuvieron detrás de ese
llamamiento al voto nulo que recibió críticas desde varios de los intelectuales referentes del
progresismo, como Atilio Borón o Boaventura de Sousa Santos.

Pablo Ospina Peralta: En mis escritos académicos suelo diferenciar entre autoritarismo y régimen
disciplinario. Porque cuando decimos autoritarismo, usualmente pensamos en la dictadura argentina,
en Efraín Ríos Montt y gobiernos abiertamente criminales. Entonces, cuando escribo, normalmente
no uso ese término para referirme a Rafael Correa. Pero el término alude al sentimiento popular y
por eso lo he utilizado ahora en esta conversación. En términos estrictos, yo llamaría al régimen de
Rafael Correa un régimen disciplinario, que considera que la sociedad es una menor de edad que no
se puede dirigir por sí misma y que, por lo tanto, necesita una fuerza externa y una autoridad fuerte
para manejar sus contradicciones innatas y sus incapacidades históricas. Pueden leer el libro de
Rafael Correa de 2009[3]; en la sección final hace un análisis de los diferentes capitales que se
requieren para avanzar en el “desarrollo” económico y social. No solo se requiere capital económico,
sino también capital institucional, social, cultural. Correa argumenta que la sociedad ecuatoriana no
tiene capital cultural, ni social, ni institucional y, por lo tanto, no tiene las herramientas necesarias
para construir su propia vía de desarrollo. Entonces, ¿cómo solucionar semejantes carencias? Su
respuesta es “los liderazgos”: el líder puede sustituir y cubrir esas carencias de capitales de la
sociedad. Como la sociedad es un desorden o caos potencial, había que imponer orden mediante el
miedo. No se trata de imponer el miedo por desapariciones o muertes como en las dictaduras
criminales que conocemos en América Latina, sino mediante juicios, amedrentamientos, persecución
judicial, acoso concertado a través de los organismos del Estado. Era decisivo el control del sistema
judicial. El caso más impactante fue el de los juicios por “terrorismo” y “sabotaje”. Un ejemplo entre
muchos: los dirigentes de la CONAIE estaban enjuiciados con esas figuras desproporcionadas de
terrorismo y sabotaje por haber hecho marchas en contra de Rafael Correa durante un encuentro
internacional en Otavalo. Una estadística disponible entre 2009 y 2014 mostró que en Ecuador hubo
400 juicios iniciados cada año por delitos contra la seguridad del estado; cien de ellos eran por
terrorismo y sabotaje.

Un último elemento en relación a este régimen disciplinario es que el Ecuador no tiene una tradición
de autoritarismo fuerte. Las dictaduras no han sido particularmente sangrientas. Por ejemplo, en el
último levantamiento de octubre de 2019 hubo 11 muertos y 11 personas que perdieron un ojo.
Compara eso con Chile en la misma época o con Colombia en el Paro de mayo de 2021. En
Ecuador cayeron tres presidentes en 1997, 2000 y 2005; entre las tres caídas hubo dos muertos.
Recuerden Argentina en diciembre de 2001 cuando cayó Fernando De la Rúa, ¿cuánta gente tuvo
que morir? El sistema político ecuatoriano tiene una cierta organización institucional, unas reglas
informales de funcionamiento que son muy negociadoras y que han tendido a eludir la violencia
física abierta. Uno de los resultados de esa tradición institucional es que la violencia física abierta es
menos tolerada por la sociedad en general y es menos aplicada. No necesariamente porque no
quieren, sino porque realmente no pueden. A veces se intenta y los militares no quieren reprimir. Eso
pasó durante el levantamiento de octubre de 2019. El jefe del comando conjunto del ejército, Javier
Pérez, fue relevado de sus funciones dos días después del levantamiento. Unas declaraciones
filtradas ante un batallón del ejército, un día antes, explican la razón; más o menos textualmente dice
que los presionaron para intervenir con sus armas. No aceptaron porque “cuando uno cruza la
prevención con las armas ya no hay vuelta atrás, solo hay un camino: emplear las armas. Entonces,
nadie sabe qué hubiera pasado luego de eso: heridos, muertos y tal vez una animadversión en
contra del Ejército irrecuperable como ha pasado en otros países”. Las Fuerzas Armadas
ecuatorianas tienen miedo a perder el apoyo social y la buena imagen que en general tienen con la
población civil.
En semejante contexto, el disciplinamiento que intentó el gobierno de Rafael Correa, con logros
menos que modestos en organización, en industrialización y en cambios económicos profundos,
encontró una fuerte resistencia en el movimiento indígena, el más organizado y poderoso del
Ecuador. A veces se supone que el personalismo o el estilo de Rafael Correa es un factor
secundario o formal de este problema. Pero se trata de un factor político de primera importancia: el
movimiento correísta es enteramente dependiente de una sola persona y esa persona es muy
intolerante con todos estos movimientos. No acepta temas ecológicos, no acepta temas de género
(habló en contra del “aborto por hedonismo” poco antes de las elecciones de primera vuelta en
febrero de 2021). Se pueden leer o escuchar sus declaraciones sobre el movimiento indígena, y
dada la extrema concentración del poder en su movimiento, es muy difícil negociar con su
movimiento. La CONAIE jamás pudo entenderse con ese caudillo.

El llamado a votar nulo en la segunda vuelta se explica en ese contexto. Era un voto por Correa o
contra Correa; una disyuntiva a la que la CONAIE se negó a plegarse. Estamos acostumbrados a
votar por el mal menor. Pero el problema en esta situación concreta era saber ¿cuál era el menor de
los males? Lasso prometía un gobierno neoliberal en lo económico, pero posiblemente débil. En
cambio, en un eventual gobierno de Arauz, podía discutirse si sería mejor en el programa económico
por lo que decía su agenda estatista (algo discutible a la luz de las políticas implementadas por el
propio Correa cuando se acabó la prosperidad de las commodities en 2015), pero prometía
destrucción de las organizaciones populares, que son las únicas que pueden garantizar la
efectividad de la lucha no solo por una agenda económica, sino a favor de cualquier agenda en
todos los demás campos. Recuerdo una anécdota de una mujer de una organización indígena de
base que dijo justo unos días antes de la segunda vuelta que votaría por Lasso: “lo que pasa, fíjese,
ya ahora, dos días antes de las elecciones lo agarran a Jaime Vargas (presidente de la CONAIE) y
hacen que apoye a Andrés Arauz, en contra de la decisión de la organización. ¡Ya antes de que
empiece el gobierno vienen a dividirnos! Imagínense lo que va a pasar cuando lleguen al gobierno”.
El rechazo a esta política de criminalización y persecución, de destrucción de las organizaciones es
algo que puede legítimamente pensarse como más grave en el mediano y largo plazo. No solo te
incapacita para luchar contra los males actuales, sino para enfrentar los males en el futuro, y no solo
los económicos. Era difícil saber cuál era el mal menor. Los dos eran suficientemente malos y por lo
tanto, ante la incertidumbre, era mejor votar nulo. No fue una decisión de abstencionismo ideológico,
ni tampoco una cuestión de maximalismo en el programa (“porque no dice todos los puntos y comas
en el programa, entonces no apoyamos”), sino que era una valoración objetiva, particular, concreta,
de la circunstancia política específica. De los dos proyectos, era muy difícil saber cuál era el peor.

Otra consideración adicional debe tomarse en cuenta. Las dirigencias del movimiento indígena
pugnaron constantemente, desde 2009, por construir políticamente una “tercera vía”. Se resistieron
casi siempre a aliarse con las derechas contra el gobierno de Rafael Correa. Propusieron
candidaturas autónomas, propias, en amplias coaliciones, en 2013 y 2017. Pero las bases indígenas
tendieron a votar contra Correa, a favor de Lasso, ya desde 2013. La hostilidad al correísmo no es
una actitud de las dirigencias, sino que está profundamente arraigada en sus bases; bases que
incluso prefieren, más allá de lo que les proponen las dirigencias, votar por la derecha contra Correa.
El análisis municipal y parroquial de la votación de segunda vuelta en 2017 y 2021 lo ratifica: sin el
llamado a voto nulo de la CONAIE, probablemente la diferencia entre los votos de Lasso y Arauz, a
favor del primero, hubiera sido mayor.

Mariano J. Salomone: Habías comenzado la conversación diciendo que por primera vez se
producía una ruptura en la polarización de las elecciones, principalmente a partir de la
aparición de una “tercera vía” que fisuraba el escenario hacia el centro y a la izquierda.
Entiendo que ello es posible con el peso político propio qua ha ido alcanzando el movimiento
indígena, hoy incluso con una evidente e importante proyección electoral. Me gustaría que
nos pudieras contar en qué situación se encuentra el movimiento indígena en tanto sujeto
político. Su emergencia como movimiento (pluri)nacional en todo el territorio ecuatoriano
surgió durante los 90 en confrontación con políticas de ajuste neoliberal. En el levantamiento
de 2019 retorna su protagonismo en la lucha contra la nueva ofensiva neoliberal que tuvo
lugar en toda la región, profundamente conservadora. Ese octubre ecuatoriano ha sido
considerado el punto de partida de una serie de revueltas y agitadas protestas sociales que
sacudió varios países latinoamericanos. ¿Cómo fueron esas jornadas de lucha durante
octubre de 2019? ¿Cómo marcaron el escenario sociopolítico ecuatoriano? ¿Qué cambios
introdujo en la correlación de fuerzas?

Pablo Ospina Peralta: Sin el levantamiento de octubre de 2019 es difícil imaginar que en 2021, el
movimiento Pachakutik hubiera alcanzado una votación semejante (casi el 20% del electorado). En
elecciones anteriores, desde 1996, a veces los candidatos apoyados por el movimiento indígena
llegaron al 20% de los votos válidos, pero siempre fue en alianza y con candidatos blanco-mestizos.
El levantamiento de 2019 resituó a la CONAIE como la más importante herramienta de movilización
de los sectores plebeyos en el Ecuador. Fue un levantamiento masivo que incluyó zonas urbanas, e
incluso tuvo una pequeña (aunque significativa) presencia en la Costa, donde, por razones que ya he
explicado, no ha participado en levantamientos o huelgas nacionales. La CONAIE emergió como el
liderazgo indiscutido de esa movilización; con una clásica agenda redistributiva y con un elemento
fundamental que le permitió potenciar su prestigio. En ese mismo levantamiento de octubre, quienes
iniciaron la movilización fueron los gremios de transportistas que, rápidamente, al segundo día,
negociaron el alza de los pasajes y los fletes. Negociaron lo suyo. La CONAIE no aceptó negociar lo
suyo. ¡Y se lo ofrecieron repetidamente durante esos diez días de levantamiento! La movilización se
centró exclusivamente en una reivindicación: la derogatoria del decreto 883 que establecía el alza de
los combustibles. Esta actitud ratificó una tradición de la CONAIE, graficada en la consigna de una
movilización similar que tuvo lugar en febrero de 2001: “Nada solo para los indios”. Esa actitud
desprendida, generosa, impermeable a la negociación pequeña, corporativa, es algo que potenció el
prestigio del movimiento y lo consolidó.

Esto explica mucho del voto de febrero de 2021, aunque se combina también con las capacidades
mediáticas y comunicacionales del candidato de Pachakutik. Yaku Pérez Guartambel obtuvo un
apoyo fundamentalmente rural y de las zonas más pobres. Esta vez, los sectores medios y urbanos
fueron menos significativos. Una parte de esos votantes prefirieron al candidato Xavier Hervas, del
partido socialdemócrata Izquierda Democrática. Una parte de las clases medias votó por Yaku
Pérez, pero es claro que Yaku Pérez perdió en Quito. Si uno examina la votación de la provincia de
Pichincha, donde está Quito, Yaku Pérez gana en las zonas rurales y pierde en la ciudad. El voto de
Pachakutik fue de clase, un voto de los pobres. Y esto tiene que ver con el levantamiento de
Octubre: algunos sectores de las clases medias se asustaron por la radicalidad de la movilización y
prefirieron una opción más moderada.

Entonces, el levantamiento de octubre es un elemento fundamental de la votación de febrero de


2021, pero su significación trasciende el corto plazo. ¿Cómo explicar que un movimiento social
variado, heterogéneo, descentralizado, lleno de tendencias internas, se logre mantener 30 años
unificado alrededor de una sola y mayoritaria expresión organizativa, la CONAIE? Parte de su
secreto es la combinación de estrategias de movilización callejera y organización local, con
estrategias electorales flexibles. Esta combinación, en gobiernos locales especialmente, ha sido
relativamente exitosa. Ha tenido, por supuesto, altibajos. Sin embargo, esa persistencia de la
organización y un voto duro en las zonas más densamente indígenas, desalienta a los grupos que
abandonan la CONAIE y sus filiales organizativas locales. Durante el correísmo, entre 2007 y 2017,
la polarización y la existencia de un partido dominante (Alianza País) desalentaba la separación de
dirigentes indígenas, a pesar de todas sus peleas internas. En efecto, si algún dirigente descontento
se presentaba como un “tercer candidato”, ambos candidatos indígenas perdían ante el candidato
del partido dominante, Alianza País. La polarización política desalentaba la dispersión. Esto cambió
en las elecciones locales de marzo de 2019. Desaparecido el correísmo como fuerza política
dominante (de hecho no gano ninguna alcaldía), proliferaron entonces las rupturas locales. Esta vez
ganaron indígenas en candidaturas independientes o con otros partidos políticos. El contexto general
durante la fase de un partido dominante tendía a favorecer la unidad organizativa y política; pero
cuando el contexto cambió, se produjo la dispersión de los liderazgos.

El levantamiento de octubre modificó el contexto de marzo de 2019. La CONAIE vuelve a


presentarse como un actor político poderoso, sobre la base de su capacidad de movilización y de
dirección en las calles. Estamos en una situación similar a la que ocurrió entre 2007 y 2017: si
abandonas la CONAIE, lo más probable es que vas a perder. La votación de 2021 lo ratifica. Aunque
haya enormes disputas y conflictos internos, casi nadie puede salirse de la organización con ventaja.
El poder convoca, atrae. Lógica y contradictoriamente, aumentan los conflictos internos porque hay
más poder en disputa. Pero al mismo tiempo, desalienta las rupturas o la creación de nuevas
organizaciones. Entonces, desde el punto de vista organizativo, estamos en el mejor momento
posible, pero los desafíos se multiplican. En las próximas elecciones locales, seguramente
aumentarán las victorias, pero, al mismo tiempo, debes hacer un buen gobierno; necesitas una
buena agenda, un buen programa, una buena gestión. Nadie querrá alejarse demasiado de Yaku
Pérez Guartambel. Se lo necesita en la foto en las siguientes elecciones locales. En síntesis, hay
una poderosa tendencia, tanto por interés como por convicción, o por una mezcla de los dos, a la
reconcentración y no a la dispersión. Esa es una tendencia muy poderosa. Por supuesto no es
absoluta. Nunca puede serlo.
La situación es exactamente inversa en el correísmo. Su partido mantuvo una fuerte cohesión en sus
legisladores y su militancia, en parte por la expectativa de que podían ganar y volver al comando del
Estado. Las variadas tendencias internas del correísmo solo tienen el común la figura del caudillo y
la expectativa de acceder al gobierno. Ejemplo: Carlos Rabascall, candidato a vicepresidente,
periodista, fue alto funcionario del Consejo Nacional de Modernización del Estado (CONAM), en los
años 1990, en el gobierno de Sixto Durán Ballén, el gobierno más clara y coherentemente neoliberal
de la historia contemporánea del Ecuador. El CONAM fue la institución encargada de las
privatizaciones. Lo mismo ocurre con Pierina Correa, la hermana de Rafael Correa, un personaje
ideológicamente en la derecha. ¿Por qué están unidos ellos a grupos de izquierdas? Por la figura de
Rafael Correa, por el poder y la expectativa que esa figura les ofrece de conseguir el gobierno. Pero
sucede que la derrota electoral de 2021 aleja la perspectiva de regresar al comando del Estado. El
techo de su votación ha bajado enormemente. El anticorreísmo es demasiado poderoso. Esta
derrota electoral y sus implicaciones futuras, se convierten en un factor que juega a favor de la
dispersión y el desgranamiento de su movimiento. Además, en las elecciones de gobiernos locales el
poder de arrastre del voto es mucho menor que en las elecciones legislativas. El movimiento
indígena tiene estructuras organizativas locales; el correísmo no. El correísmo ha demostrado tener
un voto duro del 30% o 25% de la votación válida, pero en elecciones locales baja al 10%. En
síntesis, en el correísmo, las tendencias a la cohesión son más débiles y las tendencias a la
dispersión, más fuertes. Exactamente lo contrario de lo que ocurre en el movimiento indígena. Por
supuesto, estas son condiciones generales. Luego hay que saber moverse en medio de esas
condiciones. La política es actuar en la coyuntura.

Mariano J. Salomone: Te quería preguntar cómo se pone en juego eso en las próximas
elecciones en la CONAIE, cuál podría ser el escenario que se presente. Porque este nuevo
protagonismo que retorna a la CONAIE, en el marco de octubre de 2019 y esta interesante
frase que vos traés del levantamiento del 2000, “nada solo para los indios”, pienso que es lo
que legitima al movimiento indígena y permite que pueda representar algo más que las
problemáticas del propio movimiento indígena, como agregador de voluntades. Las
iniciativas en las cuales después derivaron las jornadas de octubre de 2019, el parlamento de
los pueblos o la Minka por la vida, ¿cómo funcionaron y en qué medida pudieron interpelar a
otros sectores sociales? Sectores medios, los contextos urbanos, que salen del núcleo fuerte
organizativo de la CONAIE.

Pablo Ospina Peralta: Existe un potencial alto para agregar demandas y atraer a los demás sectores
plebeyos. Además, Yaku Pérez es un personaje con potencial en los medios de comunicación, tiene
un discurso nuevo, que apela a los sentimientos, a la espiritualidad. Es casi un monje budista de
candidato. Apela a la conciliación, a la despolarización. Sin embargo, esas mismas características
alimentan recelos y temor. Semejante discurso puede servir como estrategia electoral, pero es
completamente insuficiente para la tarea de gobierno. Si tienes un programa de transformación, es
imposible evitar una cierta polarización: si planteas una reforma agraria, no puedes esperar que no
se polarice la sociedad. Si despenalizas el aborto, no puedes esperar que no se polarice la sociedad.
Es inevitable. Aquí reside una parte de los desafíos políticos del movimiento ¿Cómo conciliar toda la
enorme variedad dentro del movimiento? La única manera es estableciendo con mucha más
precisión lo que vas a hacer desde el gobierno. Debe estar claro por dónde vas a caminar: cuáles
son las transformaciones innegociables y cuáles son las que puedes ir haciendo parcialmente. En los
próximos años hay que ir precisando ese programa y configurando de una manera más coherente la
coalición política que lo soporta. Esto puede hacerse si Yaku Pérez lidera parte de esa convocatoria
y la CONAIE está detrás de ella.

¿Qué puede pasar en el Congreso de la CONAIE? Siempre es incierto, las tendencias son muy
variadas, y es tradición que los Congresos de la CONAIE acaban con acuerdos en el último minuto,
a las cuatro de la mañana del último día, cuando ya quedan los últimos sobrevivientes de la
asamblea. Allí se toman las decisiones finales. Mi impresión es que Yaku Pérez tiene todas las
cartas de su lado, tiene “la sartén por el mango”, como dicen en Ecuador. Su poder e influencia
personal supera a la de cualquier otro dirigente del pasado. Todos saben que su figura personal
potencia el peso político, de movilización y electoral del movimiento. Es como Evo Morales después
de la elección del 2002, cuando obtuvo sorpresivamente el 22% de los votos y quedó segundo.
Nadie lo esperaba. Creo que la oposición interna, simbolizada sobre todo en Leonidas Iza, el
dirigente de la provincia de Cotopaxi, miembro de un movimiento político llamado Mariátegui. Este
grupo no es muy grande, ni muy poderoso, pero actúa muy cohesionadamente, como un pequeño
ejército, en una típica estrategia de “entrismo”. No obstante, hay que señalar que existen razones de
fondo para su influencia interna; su discurso y su práctica dentro de la CONAIE tiene una resonancia
porque aluden a problemas reales del movimiento. ¿Cuáles son esos problemas reales? Su trabajo
se concentra en los jóvenes y atacan a las dirigencias tradicionales: se las acusa de corrupción, de
venderse, que sólo buscan los puestos en el Estado, sólo buscan el ascenso personal, se ha creado
una burguesía indígena dentro del movimiento indígena que debe ser combatida por los pobres y
verdaderamente excluidos. La resonancia de este discurso proviene de que el movimiento ha tenido
logros, pero desiguales. Los mejor ubicados, quienes tienen mejores niveles de educación formal,
los que tienen mejores condiciones económicas, son los que corren con ventaja para ser dirigentes.
Y esos dirigentes después son candidatos. Efectivamente, tienen mayores oportunidades. A ellos los
contratan como traductores, para cumplir las cuotas de número de indígenas en las instituciones,
entre otras ventajas. Las mejoras no son equitativas, sino que profundizan la diferenciación social
dentro de las comunidades. Una diferenciación que ya existe por el sistema capitalista y por el
funcionamiento de la economía, pero que se refuerza por la presencia desigual del Estado. El ataque
a esa diferencia entre bases y dirigentes, al aburguesamiento de la dirigencia, es lo que les permite
éxitos en algunas provincias y con algunos dirigentes jóvenes. Hay un problema real, que tiene que
ser manejado por la organización. Es un tema serio, de mediano y largo plazo. Sin embargo, en lo
inmediato, Yaku Pérez tiene todas las ventajas de su lado. Tal vez haya algún tipo de compromiso y
ese grupo seguirá representando lo que representa.

Andrés Carminati: Me quedan picando algunas cuestiones. Algo que no hemos mencionado
hasta aquí es la gestión de la pandemia. En qué medida la emergencia sanitaria y su gestión,
logró poner una especie de contención entre ese levantamiento del 2019 -que abrió un ciclo
de alzamientos en todo el Cono Sur-, y el momento electoral. Yo lo que veía cuando se
produce la primera vuelta que de alguna manera reflejaba, un tanto distorsionada, esta
agenda antineoliberal, dónde tres candidatos con proyectos progresistas -entre comillas- y
diferentes como Yaku Pérez, Hervas y Arauz, se llevan cerca del 80% de los votos; mientras
que Lasso queda con el 20%. Pero a su vez este candidato netamente neoliberal triunfa en las
elecciones. ¿De qué manera la pandemia pudo influir en esta situación?

Pablo Ospina: Sólo te ratifico que ya en el 2017 Lasso ganó en las comunidades indígenas, muy
ampliamente. En el extranjero, ciertos sectores creen que hay una división interna y que hay un
sector más consecuente con la izquierda, que apoya a Correa y hay un sector que apoya a Lasso
que es más de derecha. Pero en realidad, el comportamiento electoral de las comunidades
indígenas revela que la base es anticorreísta. Por supuesto, hay también correístas. Pero son muy
minoritarios, lo mismo que se expresa en la dirigencia.

Andrés Carminati: Una cosita más, porque vos decís, la base es anticorreísta y el
progresismo latinoamericano le atribuye, en general en los análisis electorales, un rol
desmedido -desde mi punto de vista- a la influencia de los medios de comunicación.
Entonces ¿qué rol jugaron los medios en la posibilidad que un candidato como Lasso termine
ganando en la sierra? ¿Y de alguna manera esta demonización de los populismo, más allá de
los factores concretos que vos explicaste, jugó un rol a la hora de que un “Macri
ecuatoriano”, como vos lo definiste, triunfe en Ecuador después del levantamiento del 2019,
después del gobierno de Lenin Moreno?

Pablo Ospina: ¿Vos dirías en Argentina que Macri ganó por los medios de comunicación? ¿O hay
temas en la base de la sociedad que hacen que lo que dicen los medios resuenen o sea rechazado?
Yo creo que los medios refuerzan ciertos comportamientos o ideas, tratan de fortalecer el orden
establecido, por supuesto, pero la gente discierne. No creo que su control sea tan grande. No son los
medios de comunicación los que crearon el fantasma de Venezuela, sino que el pueblo ecuatoriano
ve a miles de venezolanos pidiendo limosna en las calles: llegaron descalzos, caminando kilómetros
en el asfalto con los pies ensangrentados y con los hijos a cuestas. El problema de Venezuela no es
algo que la gente escuchó en los medios, sino que se conecta con su vida cotidiana, con lo que ve.
Yo diría el papel de los medios tiene su importancia, pero hay que relativizarlo y hay que profundizar
en lo que existe debajo de esos mensajes; qué los vuelve verosímiles para las mayorías.

En cuanto a la pandemia, es claro que ha desmovilizado, como en todas partes. Facilitó, por
ejemplo, que se imponga la liberación de los precios de los combustibles. Lo que no se pudo hacer
en octubre, se hizo ahora. Claro, aprovechando también los bajos precios del petróleo: cuando se
liberalizó, el precio bajó. Pero poco después, con la devaluación del dólar en Estados Unidos y el
alza del precio del petróleo, está empezando a subir y es motivo de gran preocupación. La
desmovilización también es relativa: puede ocurrir que aparezcan detonantes poderosos, como en
los Estados Unidos de George Floyd o en la Colombia de Duque; la movilización siempre puede
reactivarse. No obstante creo que la pandemia no ha tenido un efecto electoral claro. Aumentó la
preocupación por la corrupción y fortaleció también la demanda por un sistema de salud público. Y
creo que ni siquiera Lasso va a poder pasarse por encima de esa demanda. Además, me parece que
el prestigio de la CONAIE también se fortaleció un poco porque mostró una inusual capacidad de
cohesión comunal para organizar el control territorial y el manejo de la salud y de la seguridad en
cada comunidad. Esa capacidad local refuerza su prestigio. Pero, por supuesto, el resultado de la
pandemia es mixto. Lo que leo sobre las predicciones que hay son muy contradictorias entre sí.
Claramente, hay un problema con la globalización, que ya venía deteniéndose y la pandemia reforzó
los nacionalismos en todos lados por “el peligro que viene de fuera”. Pero reforzó también las
demandas por la soberanía alimentaria y sanitaria.

Mariano J. Salomone: Para darle un cierre a esta conversación. ¿Cuál es el escenario que vos
imaginas para los próximos años?

Pablo Ospina: Yo tengo la impresión de que en términos económicos va a haber una cierta
recuperación. La base de esa recuperación es que el dólar se está devaluando. Y nada indica que el
dólar se vaya a revaluar porque los programas de salvataje que ha implementado el gobierno
norteamericano lo obligan a emisiones inorgánicas y a inundar de dólares el mercado. Por lo tanto, el
precio del dólar cae respecto de las demás monedas. Cuando cae el precio del dólar, aumenta el
precio -cifrado en dólares- de las commodities, como el petróleo o la soja. Eso va a favorecer a la
economía ecuatoriana dolarizada porque abarata las exportaciones, y en general al país como
destino turístico. La economía ecuatoriana necesitaba urgentemente una devaluación y ahora la está
teniendo gracias a la casualidad. Esa relativa recuperación económica puede darle cierto aire al
gobierno de Lasso. Aunque tiene a todos los grupos empresariales de su lado, al mismo tiempo es
un gobierno políticamente débil. No queda tan claro qué tan radical, profunda y rápida puede ser su
agenda liberalizadora. Necesitará negociar, quizá haciendo las cosas más lentamente. Su
legitimidad inicial dependerá de su éxito en la campaña agresiva de vacunación que ha prometido (9
millones de personas vacunadas en 100 días). Luego, a mediano plazo, dependerá de la habilidad
que tenga para usar el excedente petrolero que vendrá de las condiciones internacionales.

Los movimientos sociales tendrán el siguiente desafío. No hay una sola oposición, sino tres
oposiciones. La oposición correísta; la oposición indígena; y la oposición socialdemócrata del partido
Izquierda Democrática. Todo el juego político va a girar alrededor de quién captura la oposición a un
programa que normalmente no va a generar mucho apoyo popular. No veo ninguna oportunidad de
que Lasso se convierta en Uribe o en Fujimori, que lograron una hegemonía política que duró veinte
años. Entonces, lo que viene después es quién capitaliza la oposición. De esos tres movimientos, el
correísmo tiene el problema de su techo y de las tendencias a la dispersión. El movimiento indígena
tiene la dificultad de que es muy variado y descentralizado, tiene muchas tendencias internas, lo cual
dificulta actuar unificadamente de manera oportuna. Pero tiene de su lado la capacidad de
movilización, que las demás oposiciones no tienen. El partido Izquierda Democrática tiene la
dificultad de que se ha derechizado mucho y tiene la tentación de aliarse muy estrechamente al
gobierno y quedar pegado a su desprestigio. La lucha entre las tres oposiciones va a marcar los
próximos años. De las tres, a primera vista, Izquierda Democrática parece tener un mejor punto de
partida. Siempre puede aparecer un externo, un cuarto inesperado, un outsider, un Bolsonaro, que
aproveche los tiempos de incertidumbres, de crisis y de desconfianza generalizada. Pero a primera
vista todo dependerá de la habilidad para capitalizar la oposición a un gobierno que, si aplica su
agenda, se desprestigiará pronto.

Notas:

[1] Doctor en Ciencias Sociales. Investigador de CONICET, Docente universitario (FCPyS-UNCU).

[2] Doctor en Historia, Docente universitario (Fac. de Humanidades-UNR).

[3] El título del libro es Ecuador: de Banana Republic a No República (Random House, 2009).

Pablo Ospina Peralta


es historiador y antropólogo . Obtuvo su doctorado (PH) en el CEDLA de la Universidad
de Ámsterdam. Actualmente ejerce como docente del Área de Estudios Sociales y
Globales de la Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, Ecuador. Recientemente ha
publicado el libro “La aleación inestable. Origen y consolidación de un Estado
transformista: Ecuador, 1920-1960” (Teseo, 2020).

URL de origen (modified on 06/06/2021 - 13:10): https://www.sinpermiso.info/textos/las-elecciones-


en-ecuador-entre-continuidades-y-rupturas-entrevista

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