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La hora de los olvidados

José Galindo*

“Bolivia es un país urbano”, dijo alguien, como si acabara de borrar a miles de ciudadanos con
el sólo poder de su afirmación; “confío en el campo”, dijo otro, como depositando sus
esperanzas en aquellos despreciados y olvidados de la historia. Los minutos pasan, y cada
segundo cuenta, cada voto también. Para lamento del primero, esta vez todo depende de
aquellos ninguneados.

“Bolivia es un país urbano”, decía en su análisis sobre los resultados Carlos Hugo Molina,
reconocido académico del departamento de Santa Cruz frente a las cámaras de televisión, a
sólo unos minutos de revelados los resultados preliminares de unas elecciones que
seguramente serán recordadas como las más intensas de los últimos 20 años. Los resultados
en cuestión vaticinaban una segunda vuelta programada para diciembre de éste año entre el
presidente Morales y su principal contendor, Carlos Mesa; el peor escenario que el partido
oficialista enfrenta desde que asumió el gobierno en 2006. “Confío en el voto del campo”, dijo
Morales en su discurso sobre los resultados de las elecciones desde el nuevo Palacio de
Gobierno que se inauguró éste año. Y es así. Ésta semana, el futuro de Bolivia dependerá de
aquellos que el discurso de Molina ignora intencionalmente, casi como despreciándolos: los
campesinos que inauguraron el proceso de transformaciones sociales que vive Bolivia desde
hace 15 años.

La ironía es el espejo que usa la vida para tomarnos el pelo

Los resultados a boca de urna al 100% difundidos por la empresa encuestadora ViaCiencia,
cuestionada por la oposición boliviana pero formalmente constituida de acuerdo a las leyes del
Estado Plurinacional, dieron como resultados no oficiales una estrecha diferencia entre los dos
favoritos de las encuestas durante los últimos meses: Evo Morales: 43.9%; Carlos Mesa: 39.4%;
el recién llegado al escenario político Chi Hyun Chung: 8.7%; y Oscar Ortiz: 4.5%. Lo único
comparable a estos resultados en la historia reciente de nuestro país son los resultados del 21F
de 2016, que básicamente abrió las puertas al dilema que Bolivia, al parecer, enfrentará en
diciembre. Desde los estándares con los que el presidente Morales está acostumbrado a lidiar
desde 2006, se trata de una victoria casi pírrica. Una victoria que, irónicamente, comparte
ahora mismo con Mesa, un personaje cuya vida política siempre ha sido oscilante, dubitativo,
como las clases medias que ahora lo apoyan.

Haciendo analogías, la convicción que le queda a Bolivia es casi tan pequeña como su
población en áreas rurales, que casi por regla desde hace más de una década, apoyan a
Morales. Y esa es la cuestión en éste mundo inmediato: la suerte depende ahora de aquellos
que los analistas de televisión bolivianos ningunean, los campesinos, quienes de hecho
hicieron posible el país que se tiene ahora. Aquellos que esperaban que la incertidumbre
termine éste domingo 20 de octubre deberán tomar otro aliento, esta vez el definitivo.
Diciembre será su verdadero momento de la verdad.

Los resultados a nivel departamental no podrían ser más infartantes: Evo ganó en La Paz. Sí, ¡lo
hizo! Con 52% de los votos; en Santa Cruz llegó segundo, con 34%; en Cochabamba volvió a
ganar: con 52%. Los tres departamentos más importantes. No obstante, también son irónicos.
La Paz es el centro político del país con una alta proporción de lo que los sociólogos aún
llaman, con cierto escepticismo, clases medias, las que supuestamente apoyan a Mesa. Y El
Alto, bastión popular del país que dio al traste con el viejo orden, bueno, ellos votaron por
Mesa mayoritariamente, el hombre que fue vicepresidente del gobierno que los reprimió
hasta provocar más de 60 muertos. Galeano recomendaba tomarse con humor estos caprichos
y burlas de la vida.

Hora de cambiar de filtro

Hasta el momento, los analistas de la realidad política, económica y social de los bolivianos
siempre le han dado mucho peso a los traumas regionalistas de los bolivianos. Estas elecciones
los obligarán a cambiar sus instrumentos de interpretación de la realidad. Oscar Ortiz,
abanderado de la causa autonomista en Santa Cruz, resultó ser el candidato con menos apoyo
a nivel nacional: 4.4%, incluso por debajo de un recién llegado, el coreano Chi, que logró 8.6%.
Incluso en su propio departamento, Ortiz terminó en tercer lugar, con 6.8%, por debajo de Chi,
de Mesa y de Evo. No se necesita ser un genio para entender lo que está pasando: tanto en
Santa Cruz, como en Beni, como en Tarija, los votantes priorizaron su rechazo a Morales por
encima de las pulsiones regionalistas de sus sociedades.

“Voto útil”, lo llamó un analista de televisión a sólo unos minutos de adelantados los
resultados. Se refería a la capacidad de los bolivianos para utilizar su voto de la forma más
eficiente de cara a un objetivo considerado como prioritario: sacar a Morales de la presidencia.
“La gente usó efectivamente su voto”, fue lo que dijo. “Lo usó efectivamente”. ¿El odio a
Morales pesa más que un prejuicio popular casi instalado como un sentido común? No, por
supuesto que no. La gente que voto por Mesa en Santa Cruz, Beni y Tarija lo hizo en realidad
contra Morales. Pero la realidad es más complicada que eso. Si fuera tan simple, no
necesitaríamos cientistas sociales. Puede que la pulsión regionalista haya sido superada por
otra pulsión tal vez más sutil pero también más perversa: ¿una pulsión anti popular? Mesa
ganó en los departamentos que se supone deberían haber votado por Ortiz. Y Morales ganó en
el departamento donde debió haber ganado Mesa. Es hora de cambiar de libros.

Morales ganó en los departamentos andinos. Puede que no parezca sorprendente, pero de
hecho, lo es. La Paz es un departamento de clases medias, y jóvenes de acuerdo al Instituto
Nacional de Estadística, que en 2014 señaló que casi el 23% de los bolivianos estaban en el
rango de edad de entre los 18 a 29 años. Si había un lugar donde Mesa debió haber ganado,
ese era La Paz. ¿El clivaje étnico funcionó como reloj? Evo ganó en La Paz, con 52%; en Pando,
con 44%; en Cochabamba, con 52%; en Potosí, con 47%; y en Oruro, con 43%. La Paz, Oruro y
Potosí son departamentos “andinos”, de piel morena donde un alto porcentaje de la población
pertenece a las naciones quechua o aimara. Aimara y de piel morena como Evo. Pando es un
departamento del oriente del país, muy alejado del eje andino y del resto de Bolivia para
efectos prácticos. Pero es un departamento con un alto flujo de migrantes andinos y es,
además, un departamento que se vio favorecido por las políticas redistribucionistas y los
proyectos de inversión pública del gobierno; y Cochabamba es el bastión cocalero del
presidente campesino. Si en Santa Cruz, Beni, Chuquisaca y Tarija primó la pulsión anti
popular, en La Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba y Pando se impuso la identificación étnica con
Morales.

La súbita emergencia de Chi es ya objeto de otra reflexión, algo que no podemos entender aún
por el momento: ¿fervor religioso y popular en ascenso? ¿Reacción conservadora contra las
conquistas de mujeres y sexualidades alternativas? ¿Alienación? Ya veremos.

Tal vez, tal vez sí, tal vez no. Solo sabemos que desde hoy, no sabemos nada.

Sólo hay una certeza, y no es buena.


Los analistas de oposición celebraban la estrecha derrota de su candidato, Carlos Mesa. Pocas
veces se ve a una persona tan feliz de llegar en segundo lugar. Los analistas del oficialismo
llamaban a esperar la contabilización del voto rural, aunque al final el Tribunal Supremo
Electoral cerró sus puertas antes del fin de la jornada, dejándolos también en suspenso. Casi
como si nada hubiera sucedido, la ansiedad continuaba entre los espectadores, aunque la
campana ya había sonado desde hace horas. Pero algunas certezas lograron llegar a buen
puerto. Al menos en esto todos coincidían: la Asamblea Legislativa ya no sería más un espacio
controlado por el oficialismo. Los dos tercios se perdieron, tanto en el Senado como en la
Cámara de Diputados.

El oficialismo lo vio como una victoria, de todos modos. Al fin y al cabo, logró la mayoría en
ambos espacios. Pero el tiempo es también un factor importante, y a diferencia del pasado, ya
no tenía los dos tercios, o la mayoría casi absoluta, como algunos la llaman a veces. ¿Qué
significa esto? Qué a diferencia de las gestiones anteriores, e independientemente si habrá o
no segunda vuelta, si hay o no elecciones en diciembre, esta vez, cualquiera que sea el partido
que controle el Ejecutivo, tendrá que lidiar con un legislativo donde el MAS es la mayoría, pero
donde Comunidad Ciudadana, el partido de Mesa, es también una fuerza muy relevante. Y por
si fuera poco, ambos partidos deberán pactar, dialogar y transar (tanto formalmente como
informalmente, tanto dentro de las reglas de juego como por debajo de la mesa, con todo lo
poco ético que ello implica), con otros dos partidos: Bolivia Dijo No, del derrotado pero aún
presente Oscar Ortiz, como por el Partido Demócrata Cristiano, del coreano y ahora
sorprendente Chi.

No es un dato menor: la gobernabilidad en Bolivia siempre ha dependido de dos espacios: las


calles y los salones del legislativo. Las calles son y siempre serán un escenario de confrontación
directa y abierta, al menos en su mayor parte; los salones del legislativo no. Y por mucho
tiempo la sostenibilidad de las decisiones ha dependido del Ejecutivo, que más bien tuvo al
Legislativo como una suerte de anexo, en el peor de los casos, y como una caja de resonancia,
en el mejor. Ésta vez los legisladores nacionales, o parlamentarios, sí serán actores de veto, sí
podrán ser un contrapoder frente al Legislativo.

Pero esto que puede sonar como una buena noticia para los liberales de panfleto, que
consideran que los legisladores son representantes del pueblo, es en realidad una razón de
preocupación para aquellos con una memoria de corto o mediano plazo. Que el Legislativo sea
un contrapeso a los intereses del Ejecutivo no quiere decir que será una expresión de los
intereses del pueblo; será una expresión de los intereses de una parte muy reducida de éste
pueblo: de sus políticos. El legislativo puede ahora perseguir sus propios intereses. Durante los
años de neoliberalismo económico y democracia pactada el Legislativo también era un espacio
de poder compartido, donde el voto de un parlamentario podía cambiar la correlación de
fuerzas entre diferentes partidos. Estos políticos debatían, sí, pero sobre todo negociaban, con
maletines llenos de dinero. Cada voto tenía un precio, a veces muy elevado. En manos de ellos
ahora estamos.

Éste domingo cierra con más preguntas que respuestas; ¿despertaremos el lunes con
resultados muy diferentes a los que obtuvimos ésta noche? Si es así, y no hay una segunda
vuelta electoral que Mesa festejaba ya como si fuera una victoria, entonces ¿debemos temer
una violenta reacción opositora? Y si no, ¿Y si hay segunda vuelta? Si es así, no hay manera de
saber lo que puede pasar hasta fin de año. Incluso sabiendo lo que sabemos ya de la Asamblea
Legislativa, ¿podemos confiar que su renovado poder sea usado en beneficio de los bolivianos
y no en beneficio de representantes de poblaciones abstractas? No, ninguna duda fue resuelta
hoy.

Por estos meses el clima de la parte occidental del país es impredecible. Llueve, luego hace sol.
La gente debe salir con abrigo, y por debajo con un camiseta, y bajo el brazo, si se puede, un
paraguas. No hay manera de saber lo que los siguientes minutos aguardan. El clima político
será el mismo. No hay manera de saber lo que pasará en los próximos días, aunque sí sabemos
que nuevamente y después de mucho tiempo, la decisión le pertenece a las áreas rurales y sus
miles y miles de campesinos, despreciados por algunos, añorados por otros. Al menos sabemos
que ninguna duda puede durar para siempre, y los días pasan.

*Es politólogo

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