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Actualización 30/01/2020

Unidad 3: La persona y la orientación de la vida

Semana 12: Ley natural y conciencia.


“Vivir en contradicción con la razón propia es el estado moral más intolerable”
Tolstoi

Conceptos claves: ética clásica, ley natural, conciencia moral, recta razón

En unidades anteriores hemos analizado parte de la naturaleza humana y cómo


estas características esenciales nos permiten desplegar nuestras potencias en favor de un
desarrollo personal y social. Desde las primeras clases, establecimos una íntima relación
entre antropología y ética, ya que una comprensión profunda de nuestra naturaleza puede
ayudarnos a elegir mejor y a realizar buenas acciones. Anteriormente, establecimos que la
ética es un saber práctico que orienta el acto humano al bien; y el bien es obrar conforme
a la verdad; y la verdad es la adecuación del intelecto con la realidad. Entonces, hay una
relación entre ética-bien-verdad y felicidad.

El tema de la felicidad es uno de los pilares en los que se apoya una teoría ética que
es comúnmente conocida como “ética de la felicidad”, “ética de la virtud” o, simplemente,
como “ética clásica”. Se la llama “clásica” por la misma razón por la que se llama “clásicos”
a los partidos entre Colo-Colo y Universidad de Chile, por la que decimos que el Volkswagen
Escarabajo es un modelo “clásico” o por la que consideramos el disco “The Wall” de Pink
Floyd como una pieza de Rock Clásico. Los planteamientos formulados por el filósofo griego
Aristóteles en el lejano siglo IV a.C. son, con toda propiedad, clásicos ya que se han
mantenido vigentes a la hora de entender y orientar nuestra conducta y, por lo mismo,
también han sido fundamento para reflexiones actuales. Naturalmente existen otros
planteamientos éticos, como por ejemplo: el relativismo, el emotivismo, el
consecuencialismo, entre otros. Todos ellos nacen de la necesidad vital del ser humano de
buscar un criterio que oriente nuestra conducta. Sin embargo, los argumentos que se

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exponen en este curso se insertan fundamentalmente en la línea de la Ética Clásica ya que,


por un lado, no es posible cubrir todos los planteamientos éticos en un solo semestre y, por
otro, esta tradición ética merece una atención especial por la solidez de sus fundamentos.

Una vez establecido que la ética orienta nuestros actos al bien, surgen las siguientes
interrogantes: ¿cómo podemos definir qué es el bien?, ¿qué criterio determina qué es lo
bueno y qué es lo malo?, ¿son suficientes las leyes jurídicas para guiar nuestras acciones?
A través de la ética clásica analizaremos las respuestas a estas interrogantes.

1. ¿Existe una ley que nos guíe? Ley natural, ley positiva y relativismo

Hemos vislumbrado en clases anteriores que el actuar bien nos conduce a la


felicidad, pero ¿existe algún criterio objetivo que nos permita distinguir el bien del mal? Con
frecuencia se plantea que esta es una cuestión que define cada persona, de modo que el
bien sería relativo. Esta posición recibe el nombre de relativismo, que, en su formulación
más radical, podría resumirse en la tesis “todo es relativo”. Se trata de una tesis
aparentemente atractiva, pero que implica la negación de la posibilidad de cualquier debate
ético serio o que reduce la moral a una mera convención social. De hecho, la ética,
entendida como ciencia, se origina, en buena medida, como la respuesta que los
pensadores Sócrates, Platón y Aristóteles emprendieron contra el relativismo defendido
por los sofistas de la época. El relativismo resulta difícilmente sostenible, al menos por dos
razones. En primer lugar, la mencionada tesis involucra una “contradicción en los términos”
ya que, si todo es relativo, ese “todo” involucra también la misma tesis relativista, por lo
que ya no todo sería relativo. Igualmente, si se aplicara esta tesis solo al plano moral (“el
bien y el mal son relativos”), habría que concluir que está mal que alguien me proponga un
determinado curso de acción. En segundo lugar, considerarse a uno mismo como el mejor
criterio para conocer el bien en cada caso, implica la siguiente dificultad: Para que la
proposición “si a Pedro le parece que X es bueno, entonces X es bueno (beneficioso) para
Pedro” sea correcta, habría que asumir que Pedro no se equivoca nunca. En efecto,
cualquiera que admita que su propio juicio puede estar errado, no puede considerarse a sí
mismo como el mejor criterio de moralidad. Seguramente todos nos hemos equivocado

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alguna vez al determinar lo que deberíamos haber hecho. Por lo tanto, esto no basta: es
necesario buscar el criterio último para determinar qué acciones son buenas y cuáles malas.

Por otro lado, puede parecer que las leyes escritas que rigen nuestra vida en
sociedad son un buen candidato para convertirse en el criterio último de nuestros juicios
éticos. Sin embargo, esas mismas leyes deben redactarse a partir de un criterio, por lo que
no pueden ser ellas mismas el criterio último. Creer que algo es bueno sólo porque lo dice
la ley es lo que se conoce como legalismo, lo cual no parece ser del todo correcto.
Pensemos, por ejemplo, que muchas leyes laborales son imperfectas, pues no favorecen en
la disminución de la desigualdad salarial o no fomentan completamente la estabilidad y la
seguridad de los trabajadores.

En la tragedia griega “Antígona”, Sófocles1 cuenta la historia del rey Creonte, de la


ciudad de Tebas, que tuvo que opacar una rebelión comandada por su sobrino Polinices, el
cual murió en la batalla. Posteriormente, Creonte decide imponer la prohibición de enterrar
el cadáver de su sobrino, ni de rendirle el más mínimo homenaje fúnebre, so pena de
muerte, como una suerte de castigo ejemplar para los posibles traidores. Sin embargo,
Antígona, hermana de Polinices, decide no hacer de la prohibición de su tío y entierra a su
hermano, pero es sorprendida y posteriormente ajusticiada. Con palabras llenas de
sabiduría, Antígona dice, en su defensa: “si bien violé la ley de los hombres, he sido fiel a la
ley de los dioses”. Con esto último, Antígona no se refiere a un conjunto de normas escritas,
sino a aquello que resulta naturalmente justo, es decir, un criterio superior que debiese
inspirar la redacción de las “leyes de los seres humanos”, lo que hoy se conoce como ley
positiva. Este criterio superior es lo que, en el contexto de la ética clásica, se conoce como
ley natural. El primer principio de la ley natural es hacer el bien y evitar el mal, esto es,
ordenar nuestros actos para la adecuada realización de aquellos bienes que nos son
propios2. Tal como hemos estudiado, el ser humano posee una serie de características

1
Sófocles (496-406 a.C.) es uno de los más grandes poetas trágicos griegos. En sus obras –entre las que
destaca la famosa tragedia Edipo Rey– se tocan los grandes problemas que aquejan al ser humano, razón
por la cual hasta el día de hoy se sigue leyendo su obra y también se siguen representando estas ‘tragedias’
en el teatro.
2
Cfr. Santo Tomás de Aquino. Suma teológica. I-II, q.94. a2.

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naturales o esenciales, así como otras que son accidentales. Por ejemplo, somos
esencialmente racionales, libres y sociales, pues poseemos inteligencia y voluntad, entre
otras facultades. En cambio, accidentalmente el ser humano puede ser blanco, flaco, alto,
bajo, de Everton o de Wanderers. Ninguna de estas características accidentales nos hace
más o menos persona, por lo que sería ridículo calificar algo como naturalmente bueno o
malo a partir de ellas. Pero los rasgos naturales son comunes a todos nosotros, por lo que
debiese ser posible determinar que hay ciertos bienes que son convenientes para todos.
Por ejemplo, si la libertad es un rasgo natural de la persona, puedo concluir que la esclavitud
es una realidad censurable porque atenta contra la naturaleza humana, es decir, es “contra-
natura”. Asimismo, bienes como la vida, la familia, la amistad, el trabajo, el descanso, la
experiencia de la belleza, el conocimiento y la felicidad parecen ser realidades que
convienen al ser humano por el hecho de ser humano y, por tanto, promoverlos es algo
naturalmente bueno, y atentar contra ellos, en cambio, naturalmente malo.

En síntesis, si existe la naturaleza humana, es lógico que ciertas acciones sean


naturalmente buenas y otras, naturalmente malas. Es lo que sucede en todas las especies:
el caballo, por su propia naturaleza, come pasto y no carne, lo cual no genera un problema
para él ya que sólo obedece su instinto. El problema del ser humano es que, a diferencia del
resto de los animales, puede elegir actuar conforme a su naturaleza o en contra ella. Por
eso decimos que el ser humano puede des-humanizarse, pero no decimos que el caballo
pueda “des-caballizarse”. Falta resolver cómo podemos saber qué decisiones responden a
la ley natural.

2. ¿Cómo conozco la ley natural? La conciencia moral

Dice el filósofo alemán Immanuel Kant que “no hace falta ciencia ni filosofía alguna
para saber qué es lo que se debe hacer para ser honrado y bueno y hasta sabio y virtuoso”3.
En efecto, por el hecho de ser racionales, todos tenemos en nosotros una brújula para el
bien y un freno para el mal. Es lo que llamamos conciencia, y que el sabio chino Confucio

3
Kant. Emmanuel. Fundamentación de la metafísica de las costumbres, cap. 1.

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define como la “luz de la inteligencia para distinguir el bien y el mal”4. Así también se puede
definir como “la actitud y el acto de conocimiento y de discernimiento que tiene como fin
la evaluación de las acciones morales”5. Con todo, la capacidad que tenemos todos de
determinar lo que debemos hacer en cada caso, proviene fundamentalmente de que
tenemos conciencia. Y es por esa conciencia moral que, antes de actuar, sentimos un
mandato o prohibición dentro de nosotros, o, después de actuar, sentimos una satisfacción
o un remordimiento.

El hecho de que tengamos conciencia da origen, al menos, a dos obligaciones: la


primera es que debemos formarla adecuadamente. Ninguna persona está libre de error y,
por lo mismo, todos podemos, eventualmente, juzgar mal acerca de lo que debemos hacer.
Por lo mismo, hay que tener la humildad suficiente para dejarse orientar y ayudar cada vez
que lo necesitemos, y así no incurramos en errores a causa de una ignorancia evitable, o
porque, a causa de tanto desatenderla, ésta se vuelve relajada o, por último, quizá por una
formación extremadamente rigurosa, nuestra conciencia se haya hecho demasiado
estrecha o escrupulosa.

La segunda obligación, que puede parecer obvia pero no lo es, consiste en que
debemos obedecerla. De lo contrario, nos estaríamos traicionando a nosotros mismos.
Hacer caso siempre a la conciencia no es fácil y se requiere una dosis de fuerza de voluntad,
capacidad que se desarrolla mediante el cultivo de las virtudes. Esto es lo propio de una
persona íntegra, y es probable que quien se respeta a sí mismo de esa manera cometa muy
pocos errores. Somos conscientes que hoy en día existen muchos casos en que las personas
eligen actuar de manera inescrupulosa, como por ejemplo en los múltiples casos de colusión
realizada por empresarios, en malversación de fondos o en los diversos actos de violencia
que observamos día a día. Pero también, debemos observar que siempre existen personas
dispuestas a actuar de forma íntegra, por ejemplo ¿cuándo recibiste o hiciste una acción
desinteresada? Todos, alguna vez, a lo largo de nuestra vida hemos recibido la ayuda de

4
Cfr. En José Ramón Ayllón. Introducción a la ética. Historia y fundamentos.
5
Elio Sgreccia. Manual de Bioética I, BAC, Madrid, 2014, p. 192.

5
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alguien que ha decidido actuar íntegramente, y son ejemplos que vale la pena recordar,
destacar y seguir.

3. Conciencia recta

Hemos hablado bastante sobre la conciencia y de los errores de ella. Además,


establecimos que una de las primeras obligaciones no es solo actuar conforme a la
conciencia, sino formarse en una conciencia recta o verdadera6. Pues bien, cuando una
conciencia nos permite tomar buenas decisiones y actuar conforme a la ley natural y a la
verdad se le denomina recta razón. En este sentido, es la regla o el parámetro moral que
nos permite obrar conforme al bien: la razón es el punto de referencia y el criterio interno
de la constitución y distinción de lo bueno y de lo malo, de la virtud y del vicio. Así, el juicio
de la razón recta expresa no una opinión individual, sino el carácter objetivamente
razonable o no razonable de un comportamiento7. De esta forma, una persona virtuosa,
que actúa conforme al bien, es la que sigue su conciencia rectamente formada. Entonces es
lícito, desde el punto de vista ético, no realizar una acción que va en contra de la conciencia.
Pero hay que dejar claro que no es fruto de cualquier tipo de conciencia, sino de una
conciencia formada, es decir, una conciencia reflexiva que ha encontrado sus fundamentos
últimos: la ley natural y la verdad, es decir, una recta razón.

Así, un ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las


autoridades civiles si después de una seria reflexión moral llega a la conclusión de que estas
normas o leyes son contrarias a las exigencias del orden moral y a los derechos
fundamentales de las personas. Las leyes injustas colocan a la persona moralmente recta
ante dramáticos problemas de conciencia. En ese caso, cuando alguien es llamado a
colaborar en acciones moralmente ilícitas, tiene la obligación de negarse. Es lo que
llamamos objeción de conciencia. Además de ser un deber moral, este rechazo es también
un derecho humano elemental que la ley civil debe reconocer y proteger8. Cuando el

6
Ibíd.
7
Cfr. Santo Tomás de Aquino. Suma teológica. I-II, q. 55, a. 4. ad 2; II-II, q. 47, a. 6, c.; q. 123, a. 1, c.; q. 141,
1, c
8
Cfr. Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 399.

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tribunal de Nuremberg enjuició a los seguidores de Hitler por los crímenes cometidos antes
y durante la Segunda Guerra Mundial, estos alegaron que obedecían órdenes respaldadas
por las leyes dictadas por el Tercer Reich, frente a lo cual el fiscal respondió que “a veces
llega el momento en el que un hombre ha de elegir entre su conciencia y sus jefes”. En
suma, la ética clásica, distinta a una ética legalista y relativista, propone orientar los actos
humanos mediante una conciencia recta y la ley natural.

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