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LOS PRESOCRÁTICOS

EN LA OBRA DE JUAN GIL-ALBERT


Juan Antonio Millón

Como es sabido, el conocimiento de la filosofía presocrática por fuentes directas es muy


escaso y es la llamada "doxografía", i.e. los comentarios y opiniones sobre las doctrinas
presocráticas, la que nos ha ofrecido en gran parte lo que hoy conocemos de ellos. Aunque es
muy abundante la doxografía puede decirse que la obra principal del conocimiento
presocráfico es el libro Alfa de la Metafisica de Aristóteles. Antes de él sólo Platón aporta algún
conocimiento, en algunos de sus Diálogos, aunque de fiabilidad dudosa; y después de él la
gran mayoría se apoyará en lo que allí refleja Aristóteles y, posteriormente, su discípulo
Teofrasto.

Será a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando la labor filológica ofrecerá luz sobre la
oscuridad de estos prístinos pensadores y la magna obra de H. Diels, ayudado posteriormente
por W. Krantz, Die Fragmente der Vorsokratiker, se convierta en el corpus canónico de la
filosofía presocrática de la que beberá la filosofía contemporánea, de forma muy especial
Martin Heidegger. En España los presocráticos vendrán de la mano de la Revista de Occidente 1,
Ortega y Gasset y sus discípulos Diversos filósofos y pensadores coetáneos de Juan Gil-Albert
se sentirán atraídos por la filosofía presocrática: María Zambrano, Xavier Zubiri, José Gaos,
García-Bacca, Ramón Xirau, etc. También otros escritores de su generación como Luis Cernuda,
Vicente Aleixandre, Emilio Prados, Rosa Chacel o Rafael Dieste.

La presencia de los presocráticos en la obra de Juan Gil-Albert no se reduce al conocido


poemario A los presocráticos, editado primeramente en la revista Cuadernos
Hispanoamericanos, nº 160 de Abril de 1963 y con posterioridad recogido junto a Migajas del
pan nuestro en el primer número de la colección Lindes. Cuadernos de Poesía, en el año 1976;
sino que encontramos la presencia de huellas de los presocráticos de forma explícita en
diversos escritos y fragmentos de la obra de nuestro autor.

En tres ocasiones, al menos, aparece la referencia explícita a los presocráticos en Breviarium


Vitae. Veamos el primer fragmento:

"Se me ocurre que la metafísica no sea lo que vulgarmente se cree, ese allí, donde, según
parece indicar su etimología, la física detiene sus pasos, ese más-allá del orbe físico y cita por
consiguiente de cuantos anhelos religiosos pululan en el hombre, lugar donde las experiencias
indemostrables acontecen sin que puedan ser negadas. Más bien el contenido de la metafísica
me suene a algo así como a física trascendida, física en sus últimas consecuencias espirituales

1
La Revista de Occidente editó una Biblioteca de la “Revista de Occidente”, dividida en varias secciones.
Una de ellas, “Los grandes pensadores”, publicó como primer título La filosofía presocrática. Socrates y
los sofistas, en 1925. El volumen consta de dos estudios, el primero, dedicado a los presocráticos, escrito
por el profesor de la Universidad de Munich, Aloys Fischer (Vid. Verbum, vol. 19, núm. 65, 1926, pp. 193-
201) y traducido por el joven Luis Recaséns Siches (Los empeños de una casa. Actores y redes en los
inicios del Colegio de México 1940-1950, Aurelia Valero Pie (ed.), México, 2015).
o, si preferimos, metafísicas, en la acepción corriente del vocablo. De tal intuición, por
completo profana, deduzco la sorprendente lucidez de los filósofos presocráticos griegos al
hacer proyectar, desde la materia, atentos al rumor físico del mundo, la lírica de la creación;
sentido, por los demás, verdaderamente griego de la existencia, centrado en lo físico y que, a
través de las densas emanaciones que la creación metafísica ha dejado flotando en torno a las
realidades, trata de rescatar, para su porvenir, el hombre moderno"

En este fragmento se nos da la clave que nos permite interpretar gran parte de la poesía
meditativa que comienza a prodigar Gil-Albert a partir de su libro Carmina Manu Trementi
Ducere y que fragua plenamente en A los presocráticos y Meta-Física: la metafísica como
"física trascendida" y lo físico como lo lleno de trascendencia, como "emanaciones...flotando
en torno a las realidades". Por otra parte, este mismo fragmento inscribe a lo presocrático
como lo "verdaderamente griego de la existencia", es decir, como elemento clave de lo que
podríamos denominar pensamiento neopagano de Gil-Albert.

En el segundo fragmento que aparece en el Breviarium Vitae, nuestro autor enlaza el


pensamiento presocrático, entendido como conocimiento unitario, totalizador del ser humano
y la Naturaleza, a su visión de la Poesía. Aquí Gil-Albert al concepto anterior de "Physis", añade
ahora el de "Poiesis". Veámoslo:

"En el principio todo fue poesía: en los Vedas, en el Génesis, en los presocráticos griegos. La
poesía lo abarcaba todo porque era la forma única del conocimiento y el poeta algo así como
el órgano vital del conocer; poesía era la religión y la filosofía: poesía el Mito y la Biblia: poesía
es Heráclito y Parménides, poesía hermética: conocimiento: creación, que esta es la forma del
conocer humano, crear. “

Lo apuntado por Gil-Albert en este fragmento con respecto a la identificación de los Vedas, el
Génesis y los presocráticos como saberes poéticos, totalizadores, creativos, coincide con lo que
Eugenio Trías, en su libro La edad del espíritu, llama la cuarta categoría del logos revelado: el
"simbolo":

"Tal cometido cumplen en la India -dice Trías- los comentarios brahamánicos (a los Vedas). o
los primeros Upanisads; en Grecia, las primeras especulaciones presocráticas (que culminan en
el "evangelio" del Logos propio y específico de Heráclito); en el mundo "profetico" (Irán, Israel)
la literatura profética y sapiencial".

Hay, finalmente, en el Breviarium Vitae, un fragmento sobre los presocráticos que, a pesar de
su brevedad, podemos considerar esencial. En él se anudan, en su concisión, las dialécticas
presocráticas constitutivas: APARIENCIA (MOVIMIENTO)-ESENCIA (INMUTABILIDAD): aguas,
litoral/amor,sol; SER-NO SER: todo/ nada; MUNDO (NATURALEZA)-INDIVIDUO (HOMBRE):
aguas, litoral, sol/ ojos. Dice así:

"Recordando a los presocráticos. Último día del mundo: las aguas despliegan sobre el litoral su
suave aletazo. Muy alto brilla el amor y, tus ojos, muy cerca, sumidos, como la nada, en la
profundidad del todo"
Como ven, además de esas dialécticas conceptuales que operan en el fragmento de forma
sincrética, el poeta ha circunscrito esa visión a un momento límite: "Último día del mundo", y
ha apelado a él desde el recuerdo de otro límite: "los presocráticos", es decir, el origen del
pensamiento filosófico.

Como hemos dicho anteriormente, podemos encontrar en otros textos de Gil-Albert alusiones
a los presocráticos. Así, por ejemplo, en su relato testimonial, Los días están contados (Pasa-
Tiempo), se alude directamente a ellos:

"Algunos griegos sorprendieron con mirada profunda, la unidad primordial de la naturaleza:


alguien dijo, "es el agua"; otro, tuvo por motivo físico de toda vida "el hacer y deshacer", la
transformación constante de esto en aquello, de aquello en su contrario, del agua en fuego,
del fuego en agua, del agua en tierra, como uno especie inagotable de "juego divino"; hubo
quien, replegando en sí todos los embates de la imaginación sensual emitió, cerrando las ojos
a cuanto le rodeaba, tras haberlo traspasado con su pupila poderosa: "lo único es lo
indeterminado, lo sin cualidad, porque sólo así acaba por escapar de la destrucción. Pero el
hombre es diferencia, de ella nace y se nutre, de ella vive y de ella, por diferencias
constitutivas, muere al fin..."

Como hemos visto hasta aquí, las referencias a los presocráticos no han pasado de ser una
"lectura", aunque en algún caso, como en el aforismo en el que recuerda a estos filósofos en el
"Último día", ya vemos apuntar una visión que va más allá de la lectura y se dirige a lo que
podríamos denominar un "paradigma vital". Dicho paradigma, centrado en las dialécticas vida-
pensamiento, razón-existencia, tendrá su relato en un texto gilalbertiano crucial, al menos por
este motivo: Concierto en "mi" menor. Homenaje a Proust.

En un determinado momento el poeta pregunta: "¿Existe, como se empeñaron en llamarle los


griegos, el Ser?". A partir de esta pregunta Gil-Albert desentrañará el decurso de esa, como él
la llama "desazón suprema del hombre: captar el ser que es; lo que es.... el ser del mundo",
que define al hombre griego, a su potencia especulativa, al "alcance visual de su ojo interior".

El origen de esta desazón lo encuentra el poeta en el enfrentamiento agónico de "dos criaturas


gemelas", fértiles y dramáticas. Por un lado, los sentidos en su afirmación de que "el mundo es
apariencia"; por el otro, el intelecto, proclamando el mundo como "profundidad". Más
adelante Gil-Albert expone la afirmación, a la que se llega "espoleado por el anhelo de la
categórica intuición creadora": "el ser existe. Y, es más: sólo existe el ser". Pero esta
categorización no implica un alejamiento de la realidad, antes al contrario, la refuerza y la
proclama, porque para los griegos, dice Gil-Albert, pensar y ser, razón y existencia, hálito y
logos son ramas del mismo sarmiento del que brotará esa uva quintaesenciada que es la vida.

Sigue adelante el poeta, en el mismo texto, indagando en el pensar del ser de Heráclito y
Parménides y llegado a un punto la voz nos confiesa:

"Con esta contienda en el alma y en los sentidos -o contienda entre el alma y los sentidos-,
vine al mundo yo".

A partir de aquí el poeta recorrerá, haciéndolo explícito, autoconsciente, el paso de la lectura


al paradigma:
"Digo esto debido a que eran conocidas de tiempo estas viejas inquietudes helenas sin que,
aparte de lo que me hubieran interesado, dejaran de parecerme otra cosa que elevadas
elucubraciones de unos hombres en cuyas mentes admirables se alojaba el germen de algún
ingrediente instigador del que carece el resto moderado de los mortales. Pero ahora estas
inquietudes ajenas se me convirtieron en propias, las sentí como si se alumbraran por vez
primera en la mentalidad humana provocadas por el objetivo de una contienda real, viviente y
angustiosa: por algo que ya no me soplaba nadie desde fuera porque me estaba ocurriendo a
mí mismo, en mi soledad, rodeado e integrado por todo lo otro que vive y que habiendo sido,
para mí, el todo, se había ido desmadejando brumosamente hasta darme la impresión de que
nada era, sino una rara impresión pasajera, aunque muy tenaz de haberlo visto. De que todo
era únicamente como me había indicado ya la voz protectora, o pedagógica, o desilusionante,
del clasicismo nacional: una ilusión; de que todo era un frenesí. Y resumido: un sueño"

Aquel "pequeño mundo mío alcoyano", pensó Gil-Albert, creyó que era el "mundo en sí". De
ese error habría de originarse un desencanto brusco, progresivo del mundo. Pero por un
"golpe de gracia", al poeta le llegó la salvación, el conocimiento de la "verdadera extensión de
la existencia", la "constatación de que esto que precisamente no se ve ni se toca, ni se
distingue, esto que fluye denso e impalpable, es en su firme existencia invisible, el ser".

A este descubrimiento, esta constatación, se llega por el "desasimiento de la vida". Y a ella


llega Gil-Albert mediante una situación "extraterrena": la ascensión a una cima, la cima de los
Andes "sobre cuyos picachos –dice Gil-Albert- de resplandeciente nieve, y sus hondos lagos
fríos de turquesa, volé como un cóndor, la nostalgia de lo mío pequeño, de mi cubil".

Después de esta experiencia, que nos trae aquella similar que experimentara el maestro
Petrarca en la ascensión al Monte Ventoux, en la Provenza, nuestro autor se describe a sí
mismo sentado en un vestíbulo de un hotel de Lima, escribiendo, "mientras pasaban
indiferentes, a mi vera, diplomáticos y esposas de financieros", el poema “A las Hierbas de
España”, dedicado a Concha de Albornoz, de libro El convaleciente:

Allí estaréis en esas soleadas

horas del grillo, cuando los pinares

todos atravesados de espadines

de luz, dan a la siesta del que pace

un murillesco sótano de gloria

Hay, pues, una continuidad real, constitutiva, entre aquellas Ilusiones y esos poemas que
recogerá bajo el título de A los presocráticos; aquellas hierbas han crecido aquí, pero en raíz

Esta será la lección de Gil-Albert, la que intuían las lágrimas de Heráclito que no se atrevía a
declarar abiertamente:

"no hay otra realidad del ser que ésta, la que nos está indicando la mutación constante e
inasible de las cosas del mundo... el ser -¡Oh manes de Parménides!- existe; que existe en la
perpetua inmovilidad, infinita, de su inmovilidad, solo que, y he aquí el apretado nudo-
incógnita de la naturaleza, sometido a la condición de un cambio permanente que le hace ser
el quees...plena inmutabilidad eterna como resultado de la acción permanente de un cambio
perpetuo".

Después de esta subida al metafórico Monte Carmelo y de la revelación sustancial, el poeta


finalizará su confesión con una declaración que explica, entre otras cosas, el porqué en la
edición de 1976 adjunta a los siete poemas que constituyen A los presocráticos, los dieciocho
que componen Migajas del pan nuestro:

"Ahora es cuando yo, como obediente hijo tuyo, me ocupo, como ves, de nuestras pequeñas
cosas comunes, de mis recuerdos, de sus realidades, de cuantas insignificancias constituían,
para nuestra vida en común, el colmo de la grandeza, todo aquello que no hubiéramos
cambiado por nada, simplemente, porque nos pertenecía, lo que nos hizo gozar, y sangrar, tan
a gusto, tan sin saber porqué".

En 1987 en una revista universitaria que dirigíamos, GLOSA, de la cual sólo salió únicamente un
número, dimos a conocer un puñado de aforismos y fragmentos del Breviarium Vitae. Últimos
apuntes al borde del abismo, que Gil-Albert nos encomendó que transcribiéramos. La
experiencia de aquellas tardes con Gil-Albert en que el corregía y comentaba lo que habíamos
transcrito de su cuaderno lleno de anotaciones nerviosas, en muchas ocasiones crípticas, es
imperecedera, de aquellas cosas que solo podrán olvidarse cuando nosotros seamos olvido.

Asistimos a aquella escritura manuscrita con una fascinación y un asombro cercanos a los que
se experimentan con los fragmentos presocráticos. Es por ello que Francisca Sánchez Pinilla
introdujo aquella selección con un texto titulado “La saeta detenida" que se publicaron ambos
en el tomo doce de las Obras Completas en prosa de Juan Gil-Albert. En ese título, recordando
la aporía de Zenón de Elea contra el movimiento, quisimos resumir esa sensación de
presocratismo que nos transmitía su escritura, como también esa idea tan gilalbertiana que
más arriba expusimos: "la plena inmutabilidad eterna como resultado de la acción permanente
de un cambio perpetuo".

Hoy, lo sabemos, aquella saeta detenida partió veloz y nos ha dejado inmóviles, expectantes,
fascinados en la contemplación de una escritura que es una vida, y una vida que es palabra.

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