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PENAL EN GENERAL
Dentro del amplio mundo del derecho, se conoce el derecho penal como la
rama del derecho que estudia los delitos y las penas. Es sabido que en la
Iglesia existe un derecho penal. Lo cual parece que sea contradictorio con el
espíritu de caridad y comprensión que debe caractarizar a la sociedad
eclesiástica. Parece, por lo tanto, legítimo preguntarse por el sentido del
derecho penal en la Iglesia, y más aún, la razón por la que la Iglesia tiene la
potestad de imponer penas, que pueden llegar nada menos que a la expulsión
de su seno del delincuente, pues básicamente en eso consiste la La pena de
excomunión en el derecho canónico.
El actual código de derecho canónico trata desde luego con un nuevo talante el
derecho penal, como consecuencia de que actualmente se ha querido dejar
más patente la subordinación a la salus animarum, que ya se ha comentado.
Pero eso no exime a los pastores, por supuesto, de preservar el bien común de
la sociedad eclesiástica, lo cual parece que también debe incluir el señalar las
conductas que más gravemente apartan de la Iglesia. Por el bien de todos los
fieles se deben señalar esas conductas, y eso se hace a través del derecho
penal. Difícilmente se podría defender el bien común si no se articula un
sistema para indicar los actos más graves.
Se puede concluir, por lo tanto, que la Iglesia usa legítimamente una potestad
recibida del Señor cuando sanciona con penas las conductas más graves.
Los delitos tipificados como graves en esta normativa -siempre referidos a los
sacramentos y a las costumbres, no a la fe- se dividen en tres apartados: delitos
contra la santidad del sacramento de la Eucaristía, delitos contra la santidad del
sacramento de la Penitencia, y un único delito contra las costumbres, el ya
citado delito de abuso sexual contra un menor, cometido por un clérigo. Se
debe tener en cuenta, sin embargo, que el Papa Juan Pablo II, en audiencia
concedida el 7 de febrero de 2003, decidió que también estarían reservados a
la Congregación para la Doctrina de la Fe dos delitos más: la violación indirecta
del sigilo sacramental prevista en el canon 1388 § 1, y la divulgación por medios
de comunicación social de lo manifestado en confesión.
Nos limitaremos aquí a una breve explicación del tipo penal recogido en el
Código. Aun así, antes de continuar vale la pena aclarar una premisa.
Supuesto de hecho
Con mayor motivo se deben hacer las mismas consideraciones del derecho a
una posición económica o al bienestar social o económico. No parece lógico
que, en caso de conflicto entre la vida de un ser humano y el bienestar personal
o familiar, ceda el derecho la vida. La Iglesia -y el ordenamiento canónico-
demuestra una gran valentía al recordar esta doctrina en la actualidad.
Otro de los motivos por los que algunos ordenamientos despenalizan el aborto
es la violación de la madre. Ciertamente es un trauma para la madre que haya
sido violada, pero el subsiguiente aborto no elimina el trauma de la violación. Es
cierto que si la madre ha quedado traumada por la violación, se le deberá
ayudar, pero el embarazo es un problema distinto. Se debe tener en cuenta
además que si la madre aborta en vez de un trauma -el de la violación- puede
tener dos: el de la violación y el del aborto.
Se debe hacer notar, además, que se incurre en el delito de aborto sólo si éste
se realiza. Es decir, si se consuma el delito. No hay delito, por lo tanto, si éste
se frustra o se queda en el grado de tentativa.
El tenor literal del canon abarca a todo el que procura el aborto. Esto se debe
referir a quien interviene en él, de modo que su actuación sea necesaria para
producir el resultado de aborto. No están sancionados, por lo tanto, otros que
intervienen en un aborto, por ejemplo el personal administrativo de la clínica,
incluso si ésta se dedica exclusiva o mayoritariamente a esta práctica. Lo cual
no quiere decir que un católico, que desee ser fiel a los compromisos de su fe,
pueda trabajar en una clínica de esas características sin plantearse problemas
de conciencia.
Por otro lado, se debe tener en cuenta que el Magisterio de la Iglesia considera
legítimo que un parlamentario o un político, bajo ciertas condiciones, promueva
leyes de aborto más restrictivas que las vigentes:
"Un problema concreto de conciencia podría darse en los casos en que un voto
parlamentario resultase determinante para favorecer una ley más restrictiva, es
decir, dirigida a restringir el número de abortos autorizados, como alternativa a
otra ley más permisiva ya en vigor o en fase de votación. No son raros
semejantes casos. En efecto, se constata el dato de que mientras en algunas
partes del mundo continúan las campañas para la introducción de leyes a favor
del aborto, apoyadas no pocas veces por poderosos organismos
internacionales, en otras Naciones —particularmente aquéllas que han tenido
ya la experiencia amarga de tales legislaciones permisivas— van apareciendo
señales de revisión. En el caso expuesto, cuando no sea posible evitar o
abrogar completamente una ley abortista, un parlamentario, cuya absoluta
oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, puede lícitamente
ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y
disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad
pública. En efecto, obrando de este modo no se presta una colaboración ilícita a
una ley injusta; antes bien se realiza un intento legítimo y obligado de limitar sus
aspectos inicuos" (Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium Vitae, n. 73).
Quienes inducen al aborto a una mujer, ¿incurren en excomunión latae
sententiae? El supuesto del inductor se debe reconducir al del cómplice, por lo
que debería analizarse caso por caso. Como ya hemos indicado, incurre en el
delito el cómplice necesario, esto es, aquel sin cuyo concurso no se habría
cometido el delito. Por poner algunos ejemplos, la persona que paga el aborto a
la mujer que no puede pagárselo (su padre o el varón que la dejó embarazada,
por ejemplo), incurre en el delito porque es cómplice necesario. En igual
situación debería considerarse el padre o la madre de la menor que da su
consentimiento, siendo éste necesario. Un ejemplo de inducción que no
constituye delito de aborto sería el de quien da el consejo a una mujer
embarazada de realizarse un aborto. Otros casos son más difíciles de juzgar,
por lo que habrá que estar a las circunstancias de cada caso. Si existen dudas
razonables del grado de complicidad debe aplicarse el principio in dubio pro reo
(en la duda hay que estar a favor del reo), por lo que se ha de concluir que el
cómplice no incurre en el tipo penal.
Al ser una pena de excomunión latae sententiae, se debe aplicar el canon 1324
§ 1, 9º, por el cual si el sujeto ignoraba sin culpa que su conducta lleva aneja
una pena, la pena se convierte en ferendae sententiae. Y si ignoraba totalmente
que con el aborto está infringiendo una ley, el canon 1323 , 2º exime totalmente
al infractor de una pena. Además, según el canon 1324 § 1, 4º y § 3, si el sujeto
es menor de edad no incurre en pena latae sententiae.
Se debe destacar, de acuerdo con Juan Pablo II, el sentido pastoral de este
delito e incluso de la pena: "La disciplina canónica de la Iglesia, desde los
primeros siglos, ha castigado con sanciones penales a quienes se manchaban
con la culpa del aborto y esta praxis, con penas más o menos graves, ha sido
ratificada en los diversos períodos históricos. El Código de Derecho Canónico
de 1917 establecía para el aborto la pena de excomunión. También la nueva
legislación canónica se sitúa en esta dirección cuando sanciona que "quien
procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae",
es decir, automática. (...). En efecto, en la Iglesia la pena de excomunión tiene
como fin hacer plenamente conscientes de la gravedad de un cierto pecado y
favorecer, por tanto, una adecuada conversión y penitencia" (Juan Pablo II,
Carta Encíclica Evangelium Vitae, n. 62).
Además, el derecho prevé, en el canon 1425, que para ciertas causas deba
nombrarse un tribunal colegiado con al menos tres jueces. Entre estas causas
están las que se refieren al vínculo del matrimonio.
Tribunal interdiocesano
Tribunal Metropolitano
Otros tribunales
Esta preocupación del derecho se debe entender, como no podía ser menos, de
acuerdo con la dignidad de la persona humana: todos somos personas, por el
hecho de tener la condición humana. Y nuestra dignidad sustancial es la misma,
sin que la pueda alterar ninguna condición subjetiva ni ninguna definición
jurídica. Esto no va en menoscabo de que el derecho se vea obligado a regular
quién es persona, a los solos efectos jurídicos pertinentes. Lo cual, además, no
es contrario al derecho natural, incluso si restringe la cualidad jurídica de
persona, siempre que de tal restricción no sean previsibles consecuencias
contrarias a la dignidad humana, y por lo tanto al derecho natural.
Una vez establecidas estas premisas, se puede indicar quiénes son persona en
derecho canónico. El canon 96 del vigente Código de Derecho Canónico nos lo
dice:
Aparte de esta censura, puede haber una pena expiatoria que prive de
derechos: canon 1336 § 1, 2º. Pero la privación de un derecho no implica la
pérdida de la comunión eclesiástica: es más, una definición de pena es la
privación de un derecho, infligida por la legítima autoridad.
Queda por ver qué ocurre con quienes no están bautizados, o no están en
plena comunión: es legítimo preguntarse cuál es su situación jurídica ante la
Iglesia. Es decir, si son sujetos de derechos y deberes.
§ 2: Los bienes temporales de una persona jurídica privada se rigen por sus
estatutos propios, y no por estos cánones, si no se indica expresamente otra
cosa.
Por lo tanto, a la vista del canon 1257, se puede hacer una distinción sencilla:
son bienes eclesiásticos los que pertenecen a las personas jurídicas públicas
de la Iglesia, y no reciben esta calificación los bienes que pertenecen a las
demás personas jurídicas. El principal efecto se refiere al estatuto jurídico de los
bienes eclesiásticos: para los bienes eclesiásticos rigen en primer lugar los
cánones del Código de derecho canónico, y de modo supletorio el estatuto de la
propia persona jurídica. Mientras que en el caso de los bienes que no son
eclesiásticos -a veces llamados bienes laicales- rige en primer lugar el estatuto
de la persona jurídica, mientras que las prescripciones del Código rigen si se
indica expresamente en el propio Código.
Pero se debe señalar que el Código otorga plena capacidad a las personas
jurídicas privadas de adquirir bienes. En el régimen de estos bienes, como
venimos señalando, rige ante todo el estatuto de la persona privada. Parece
coherente con el principio de autonomía, y es que si la persona jurídica privada
surge sobre todo de la legítima autonomía de los fieles y de su libre iniciativa,
parece prudente que sean los fieles que fundan la persona los que establezcan
el régimen de gobierno de la persona jurídica, también en lo que se refiere a su
capacidad de adquirir y de administrar su patrimonio.
En cuanto al régimen de los bienes eclesiásticos, tratan de ello los cánones del
1259 al 1311. No es posible extenderse aquí en todas las normas que da el
Código sobre la materia. Sí se debe recordar el canon 1258: cuando en los
cánones se habla de la Iglesia, se refiere no sólo a la Iglesia Universal o la
Sede Apostólica, sino a cualquier persona jurídica pública, salvo que conste
otra cosa por el contexto o la naturaleza del asunto. De modo que, en general,
las prescripciones de los cánones 1259 al 1311 se refieren a todos los bienes
eclesiásticos.
Parece claro que la Iglesia, como sociedad terrena que es, necesita disponer de
bienes materiales. Ciertamente la finalidad de la Iglesia es espiritual, y la Iglesia
ha de afirmar con el Evangelio que el Reino de Dios no es de este mundo, pero
la sociedad eclesiástica vive y opera en el mundo: “las realidades terrenas y
espirituales están estrechamente unidas entre sí, y la misma Iglesia usa los
medios temporales en cuanto su propia misión lo exige” (Concilio Vaticano II,
Constitución Pastoral Gaudium et Spes, 76). Sería un espiritualismo exagerado
pretender que la Iglesia pudiera desarrollar su finalidad específica sin bienes
materiales, sin tener patrimonio, como si estuviera formada por ángeles y no de
hombres.
También es una llamada a la responsabilidad de los fieles, pues sin ellos sería
imposible cumplir con la finalidad de la Iglesia, puesto que a todos los fieles
compete ayudar al sostenimiento de la Iglesia. El canon 222 establece el deber
de los fieles de ayudar al sostenimiento de la Iglesia.
Canon 222 § 1: Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus
necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las
obras apostólicas y de caridad y el conveniente sustento de los ministros.
El patrimonio eclesiástico
Lo cual indica que efectivamente en la Iglesia nos encontramos con una gran
variedad de titulares de derechos reales, tantos como personas jurídicas hay.
La doctrina canonística suele denominar patrimonio eclesiástico al conjunto de
bienes y derechos reales de los que es titular la Iglesia Católica a través de las
diversas personas jurídicas reconocidas según las normas del derecho
canónico.