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TUTELA PENAL DE LA COMUNIÓN ECLESIAL

1. EL DERECHO PENAL EN EL ÁMBITO DE LA FUNCIÓN PASTORAL


La función de gobierno de los pastores sagrados incluye también el ius puniendi -es decir,
la potestad de imponer racionalmente sanciones proporcionadas para proteger bienes
jurídicos relevantes— cuando lo exigen el bien común eclesial y el bien espiritual del
infractor. Así lo proclama el c. 1311, recogiendo una afirmación ya presente en el Código
anterior y en toda la tradición canónica: «la Iglesia tiene derecho originario y propio a
castigar con sanciones penales a los fieles que cometen delitos”.

La Iglesia es una sociedad originaria —no derivada ni dependiente de otra sociedad


superior— con sus autoridades propias, que ejercen la potestad recibida de Cristo (vide
XIII, l); y entre las funciones propias de esa potestad en la ordenación de la vida social se
encuentra —como en cualquier sociedad— el ius puniendi. Lógicamente, las
manifestaciones concretas de esa faceta de la función de gobierno, regulada en el Libro
VI del CIC, deben reflejar la naturaleza peculiar de la Iglesia. La imposición de sanciones
en la Iglesia tiene, como en toda sociedad (Cf. CCE, 2266), la finalidad de reparar el
desorden causado por el delito y de proteger el orden social, pero atiende al primer aspecto
buscando además la reparación de las heridas espirituales causadas por el pecado, así
como la enmienda del culpable y su salvación; y al segundo, tutelando la comunión
eclesial en la fe, en el culto y en el régimen (vide VIII, 5). «En la imagen de una Iglesia
que tutela los derechos de cada fiel, y que —más aún— promueve Y Protege el bien
común como condición indispensable para el desarrollo integral de la persona humana y
cristiana, se inserta positivamente la disciplina penal: también la pena fulminada por la
autoridad eclesiástica (...) debe ser considerada como un instrumento de comunión, esto
es, como un medio de recuperar aquellas deficiencias del bien individual y del bien común
que han surgido con el comportamiento antieclesial, delictivo y escandaloso de los
miembros del pueblo de Dios» (Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 1979).
El c. 1341 enumera los fines que justifican el empleo de medios jurídicos coactivos en la
Iglesia: «reparar el escándalo, restablecer la justicia y conseguir la enmienda del reo». A
la vez, dispone que el Ordinario debe iniciar el procedimiento jurídico previsto para
imponer una pena «sólo cuando haya visto que la corrección fraterna, la reprensión u
otros medios de la solicitud pastoral no bastan» para obtener esas finalidades. La
imposición de sanciones se incluye, en efecto, entre los recursos propios de la solicitud
pastoral, pero se considera siempre último recurso.
«Es oportuno detenerse a reflexionar sobre un equívoco, tal vez comprensible, pero no
por eso menos dañoso, que por desgracia condiciona con frecuencia la visión de la
pastoralidad del Derecho eclesial. Esa distorsión consiste en atribuir alcance e intenciones
pastorales únicamente a aquellos aspectos de moderación y humanidad que se pueden
relacionar directamente con la aequitas canónica, es decir, consiste en sostener que sólo
las excepciones a las leyes, el evitar el recurso a los procesos y a las sanciones canónicas,
y el reducir las formalidades jurídicas, tienen de verdad importancia pastoral. Se olvida
así que también la justicia y el estricto derecho —y, por consiguiente, las normas
generales, los procesos, las sanciones y las demás manifestaciones típicas de la
rjuridicidad, siempre que resulten necesarias— son exigidas en la Iglesia para el bien de
las almas y son, por lo tanto, realidades intrínsecamente pastorales» (Juan Pablo II,
Discurso a la Rota Romana, 1990).
2. CONCEPTO Y ELEMENTOS DEL DELITO
El delito puede definirse como la violación externa y moralmente imputable de una ley o
precepto que lleva aneja una sanción penal (Cf• CIC 17, c. 2195). Por tanto, no toda
infracción jurídica o moral (pecado) es delito. Para que se dé propiamente un delito se
requiere:
Infracción externa de una ley o precepto (elemento objetivo del delito: cf. c. 1321 1).
La infracción externa puede ser consumada o no. En general, en Derecho canónico sólo
se castiga con la pena prevista el delito consumado' pero el delito frustrado o la tentativa
de delito pueden castigarse con penas menores, o con una penitencia o remedio penal (Cf.
c. 1328, 3, c). Cuando, con voluntad de delinquir, se han realizado actos que por su
naturaleza tienden a la ejecución del delito: a) si éste no se llega a consumar por causas
ajenas a la voluntad del delincuente, se habla de delito frustrado (Cf. c. 1328 l); l)) si la
no consumación se debe a que el sujeto no empleó los medios idóneos o desistió
voluntariamente antes de alcanzar el resultado delictivo, se habla de tentativa de delito
(Cf. c. 1328 2).
Que esa infracción externa sea gravemente imputable a quien la cometió, bien por dolo
—que en el ámbito penal no significa engaño, sino intención deliberada de infringir la
norma jurídica—, o bien por culpa ——omisión de la debida diligencia— (elemento
subjetivo del delito: Cf. c. 1321 I).
La imputabilidad significa que la responsabilidad de una infracción puede atribuirse
formalmente (es decir, en cuanto delito, no solo como conducta material) a su autor (y a
los coautores y cómplices, según lo dispuesto en el c. 1329); y es requisito necesario para
que la conducta ilícita sea punible (pueda ser castigada). No delinquen, por eso, quienes
carecen habitualmente de uso de razón, aunque hayan infringido una norma penal cuando
parecían estar sanos (Cf. c. 1322). A tenor del c. 1321 1, solo puede castigarse la violación
externa de una norma jurídica cometida con deliberación y voluntariedad plenas; de lo
contrario, aunque hubiera alguna imputabilidad, no sería grave. Cometida la infracción
externa, se presume (salvo prueba en contra) la imputabilidad, pero no el dolo, a
diferencia de lo que se establecía en el CIC 17 (Cf. c. 1321 3). Ciertamente, toda actuación
dolosa es, por definición, imputable (hay intención deliberada de infringir la ley o el
precepto penal); pero no toda infracción imputable es dolosa (puede ser culposa,
imputable por la negligencia con que actuó el sujeto). Esto es importante a efectos
prácticos, porque generalmente solo se castigan los delitos dolosos: el CIC dispone, en
efecto, que quien comete una infracción por omisión de la debida diligencia no debe ser
castigado, a no ser que la ley o el precepto dispongan otra cosa (Cf. c. 1321 2).
El CIC regula una serie de circunstancias que modifican la imputabilidad, bien anulándola
(circunstancias eximentes, que hacen que no se incurra en pena alguna), bien
disminuyéndolas (circunstancias atenuantes, que permiten al juez imponer penas menores
o sustituirlas por una penitencia), o bien agravándola (circunstancias agravantes, que
permiten al Juez aumentar la pena). El c. 1323 enumera las eximentes: p. ej., no haber
cumplido todavía los 16 años; caso fortuito; legítima defensa; coacción por miedo grave
o estado de necesidad (salvo que la acción sea intrínsecamente mala); ignorar sin culpa
que se estaba infringiendo una ley o precepto (se equiparan a esa ignorancia la
inadvertencia y el error). Las atenuantes, que se regulan en el c, 1324, son, p. ej., la edad
menor de 18 años; el uso imperfecto de razón; la ignorancia inculpable de que la ley
infringida llevaba aneja una pena; etc. Pueden tener eficacia atenuante también otras
circunstancias que el juez considere que de hecho han disminuido la gravedad del delito.
Cuando se da alguna de las circunstancias atenuantes previstas en el c. 1324 1, no se
incurre en penas latae sententiae (Cf. c. 1324 3; vide infra: 3, e). Las agravantes se
enumeran en el c. 1326.
Que la infracción de que se trate esté tipificada como un delito y castigada con una pena
por una norma jurídica (elemento legal del delito: Cf. c. 1321 2). De este elemento nos
ocuparemos al tratar del 17101710'11to constitutivo de las sanciones penales (vide infra:
5, a).
3. TIPOS DE SANCIONES CANÓNICAS
Toda sanción o pena canónica consiste en la privación de un bien (espiritual o temporal)
impuesta por la autoridad legítima para corrección del delincuente y castigo del delito
(Cf. CIC 17, c. 2215). Naturalmente, estas sanciones se refieren a bienes y derechos que
se tienen en la Iglesia, no en la sociedad civil, y han de ser acordes con el fin sobrenatural
de la Iglesia (Cf. c. 1312 2).
El c. 1312 enumera distintos tipos de sanciones. Teniendo en cuenta esa norma y otras
disposiciones, codiciales y extracodiciales, se pueden distinguir:
a) Penas medicinales o censuras
Aunque toda pena canónica es medicinal, en el sentido de que se orienta a la enmienda
del delincuente y a su bien espiritual, este aspecto está especialmente subrayado en las
censuras.
Esa finalidad medicinal hace que solo puedan imponerse censuras a los contumaces
(delincuentes que persisten en su actitud, despreciando otros medios puestos para
obtener su enmienda); por esto, para imponer válidamente una censura, es necesario
amonestar previamente al delincuente para que cese en su contumacia (Cf. c. 1347 1). No
es necesaria esa amonestación previa en el caso de los delitos gravísimos que están
castigados con una censura latae sententiae (vide infra: 3, e). Por su propia naturaleza, las
censuras no pueden ser perpetuas, sino que el reo debe ser absuelto cuando abandona la
contumacia (vide infra: 5, e).
Las censuras, que se regulan en los cc. 1331-1333, son, por orden ascendente de gravedad:
la suspensión (que puede imponerse sólo a los clérigos), el entredicho y la excomunión.
La censura más grave la excomunión, por la que, sin prejuzgar al reo jurídicanncntc de
la comunión eclesiástica en cierta medida: no puede celebrar sacranncntos o
sacramentales, ni recibir los sacramentos, ni participar como ministro en cualesquiera
actos de culto, ni desempeñar oficios, ministerios o cargos eclesiásticos o realizar actos
de régimen (Cf. c. 1331). El entredicho prohíbe al reo celebrar actos de culto o recibir los
sacramentos, pero no afecta directamente a su comunión jurídica con la Iglesia, ni le
impide el ejercicio de otras funciones (Cf. c. 1332). Por la suspensión se prohíbe a un
clérigo, total o parcialmente, el ejercicio de la potestad de orden, de la potestad de régimen
o del oficio, y se suspende su derecho a percibir ciertos bienes (Cf. cc. 1333-1334).
b) Penas expiatorias
En las llamadas penas expiatorias, aunque también se busca el bien espiritual del
delincuente, se persiguen más directamente los aspectos de restablecimiento de la justicia
y reparación del escándalo causado por el delito. Estas penas, a diferencia de las censuras,
pueden ser perpetuas o también imponerse por un tiempo, determinado o indeterminado.
Las penas expiatorias, según el c. 1336, son principalmente: la prohibición o el mandato
de residir en un lugar o territorio; la privación de potestad, oficio, cargo, derecho,
privilegio, facultad, gracia, título o distintivo, aun meramente honoríficos; el traslado
penal a otro oficio; la expulsión del estado clerical; y otras que pudiera establecer la ley,
siempre que sean conformes con el fin sobrenatural de la Iglesia (Cf. cc. 1312 2 y 1336
l).
c) Remedios penales y penitencias
Además de las sanciones penales propiamente dichas, el c. 1312
3 autoriza a emplear remedios penales, dirigidos especialmente a la Prevención del delito.
Los remedios penales previstos en el Código son la amonestación y la reprensión por
parte del Ordinario competente o de la persona designada por éste (Cf. c. 1339).
Las penitenciales consisten en el mandato de llevar a cabo alguna obra de caridad, de
piedad o de religión. Se utilizan para sustituir a una pena cuando, por las circunstancias
que concurren y por las disposiciones del delincuente, resulta ya innecesaria o
desproporcionada (Cf. ce. 1343 y 1344,2.9); y también, en algunos casos, para agravar
una pena.
d) Otras sanciones
Además de las contenidas en el Libro VI, en diversos lugares del CIC se prevén otras
actuaciones de carácter sancionador; y distintas normas extracodiciales establecen
también sanciones, disciplinarias o de otro tipo.
P. ej., el c. 193 prevé la remoción del titular de un oficio por causa grave, sin excluir las
causas disciplinares (cf., p. ej., cc. 1741, 253 3, 318 2). Por su parte, el RGCR dedica su
título X a las sanciones disciplinarias que pueden imponerse al personal de la Curia
romana: amonestación, oral o escrita, multa pecuniaria, suspensión, relevo o despido del
oficio y destitución. e) Clasificación de las penas según su modalidad de aplicación
La ley o el precepto que establece una pena puede disponer, para supuestos especialmente
graves, que se incurra en ella de manera automática por la sola comisión del delito con
los requisitos establecidos (penas latae sententiae: literalmente, con sentencia «ya dada»);
no obstante, la norma general es que las penas han de imponerse formalmente después
del correspondiente proceso (penas ferendae sententiae: con sentencia «que ha de darse»).
Algunas de las censuras latae sententiae previstas por el Derecho están reservadas a la
Santa Sede para su absolución: se trata de la excomunión prevista para los delitos de
profanación de la Eucaristía (c. 1367); atentado físico contra el Romano Pontífice (c.
1370); atentado de absolución sacramental del cómplice en pecado contra el sexto
mandamiento (c. 1378); ordenación de Obispo sin mandato pontificio (c. 1382); y
violación directa del sigilo sacramental (c. 1388). Las demás censuras latae sententiae
previstas por el CIC cc. 1364, 1370, 1378, 1390, 1394, 1398) no están reservadas.
Por otra parte, según la tipología que se deduce del c. 1315, las sanciones pueden ser: a)
determinadas, si se indica con exactitud la sanción correspondiente a un acto ilícito (cf.,
p. ej., c. 1370 ss l: «incurre en excomunión latae sententiae»); b) indeterminadas, si se
deja en manos del juez o del superior determinar la pena en el momento de imponerla
(cf., p. ej., c. 1368: «debe ser castigado con una pena justa»); c) preceptivas, si debe
sancionarse obligatoriamente con la pena establecida cualquier infracción punible (Cf. ,
p. ej., c. 1365: «ha de ser castigado»); d) facultativas, si se permite que, con ciertas
condiciones, la autoridad competente se abstenga de imponer la sanción (Cf. , p. ej., 1390
2: ser castigado»).

COMUNIÓN
4, DELITOS Y PENAS TIPIFICADOS EN EL CIC
Bajo la rúbrica «De las penas para cada uno de los delitos», el CIC distingue diversas
categorías delictivas, y tipifica dentro de cada una de ellas varios delitos, para los que
establece la pena correspondiente. cada una de esas categorías orienta sobre los bienes
jurídicos que se protegen penalmente en cada caso.
Delitos contra la religión y la unidad de la Iglesia (cc. 13641369). Comprende, entre otros,
los delitos de apostasía, herejía y cisma; communicatio in sacris prohibida; entrega de los
hijos para ser bautizados o educados en religión acatólica; profanación de la Eucaristía;
etc.
Delitos contra las autoridades eclesiásticas y contra la libertad de la Iglesia (cc. 1370-
1377). Además del atentado contra el Romano Pontífice y contra otras autoridades,
incluye diversos supuestos de desobediencia; la inscripción en asociaciones que
maquinan contra la Iglesia (p. ej., masónicas); coacciones a la libertad de acción de la
Iglesia; profanación de cosas sagradas; etc.
Usurpación defunciones eclesiásticas y delitos en su ejercicio (cc. 1378-1390). Entre
estos delitos se tipifican diversas conductas ilícitas en el ejercicio de funciones de la
potestad de orden o de jurisdicción (atentado de celebración eucarística sin ser sacerdote;
solicitación en confesión; simonía; usurpación de oficio; negociación con los estipendios;
soborno; abuso de potestad; etc.).
Crimen de falsedad (cc. 1390-1391). Esta categoría comprende los delitos de denuncia
falsa y calumniosa, y diversos tipos de falsedad documental.
Delitos contra obligaciones especiales (cc. 1392-1396). Incluyen diversas infracciones de
deberes propios de los clérigos y de los religiosos, así como de las obligaciones derivadas
de una pena legítimamente impuesta,
Delitos contra la vida y la libertad del hombre (cc. 1397-1398). Por su gravedad, se
tipifican como delito canónico —con independencia de que estén o no penados en las
correspondientes legislaciones estatales— el aborto procurado y diversos atentados
contra las personas (homicidio, mutilación, rapto, etc.).
La CDF tiene reservada la competencia para juzgar y sancionar los delitos más graves
contra los sacramentos y contra la moral (Cf. PB, art. 52; M.p. Sacramentorum sanctitatis
tutela, de 30.IV.2001). Una carta de la CDF, de 18.V.2001 , enumera los delitos contra la
santidad de la Eucaristía Y de la penitencia y contra la moral reservados a esta
Congregación.

4. DELITOS Y PENAS TIPIFICADOS EN EL CIC


Bajo la rúbrica «De las penas para cada uno de los delitos», el CIC distingue diversas
categorías delictivas, y tipifica dentro de cada una de ellas varios delitos, para los que
establece la pena correspondiente. Cada una de esas categorías orienta sobre los bienes
jurídicos que se
Delitos contra la religión y la unidad de la Iglesia (cc. 1364-1369). Comprende, entre
otros, los delitos de apostasía, herejía y cisma; communicatio in sacris prohibida; entrega
de los hijos para ser bautizados o educados en religión acatólica; profanación de la
Eucaristía; etc.
Delitos contra las autoridades eclesiásticas y contra la libertad de la Iglesia (cc. 1370-
1377). Además del atentado contra el Romano
pontífice y contra otras autoridades, incluye diversos supuestos de desobediencia; la
inscripción en asociaciones que maquinan contra la Iglesia (p. ej., masónicas); coacciones
a la libertad de acción de la Iglesia; profanación de cosas sagradas; etc.
Usurpación defunciones eclesiásticas y delitos en su ejercicio (cc. 1378-1390). Entre
estos delitos se tipifican diversas conductas ilícitas en el ejercicio de funciones de la
potestad de orden o de jurisdicción (atentado de celebración eucarística sin ser sacerdote;
solicitación en confesión; simonía; usurpación de oficio; negociación con los estipendios;
soborno; abuso de potestad; etc.).
Crimen de falsedad (cc. 1390-1391). Esta categoría comprende los delitos de denuncia
falsa y calumniosa, y diversos tipos de falsedad documental.
Delitos contra obligaciones especiales (cc. 1392-1396). Incluyen diversas infracciones de
deberes propios de los clérigos y de los religiosos, así como de las obligaciones derivadas
de una pena legítimamente impuesta.
Delitos contra la vida y la libertad del hombre (cc. 1397-1398). Por su gravedad, se
tipifican como delito canónico —con independencia de que estén o no penados en las
correspondientes legislaciones estatales— el aborto procurado y diversos atentados
contra las personas (homicidio, mutilación, rapto, etc.).
La CDF tiene reservada la competencia para juzgar y sancionar los delitos más graves
contra los sacramentos y contra la 11101•al (Cf. PB, art. 52; M.p. Sacramentorum
sanctitatis tutela, de 30.IV.2001). Una carta de la CDF, de 18.V.2001, enumera los delitos
contra la santidad de la Eucaristía y de la penitencia y contra la moral reservados a esta
Congregacion. Que son los de los cc. 1367; 1378 y 1379; 908 y 1365; 927; 1378 l; 1387;
1388 I y el delito del c. 1395 2 cometido con un menor de edad. El 7.II.2003 Juan Pablo
II añadió a los delitos anteriores la violación indirecta del sigilo sacramental (Cf. c. 1388
1), antes no reservada, y la grabación o difusión en medios de comunicación de lo
manifestado en la confesión por el penitente o el confesor (delito tipificado por un decreto
de la CDF de 23.IX.1988).
Finalmente, el c. 1399 contiene una norma general —calificada por diversos autores como
«norma penal en blanco»—- que permite a la autoridad eclesiástica proceder penalmente,
en casos excepcionales, sin ley penal previa: solo cuando una infracción externa, no
tipificada previamente como delito canónico, resulte especialmente grave y urja la
necesidad de prevenir o reparar el escándalo, puede castigarse al autor con una pena
«ciertamente justa».
Esta posibilidad ha de usarse con muchísima cautela y solo en casos verdaderamente
urgentes y extremos. En materia tan grave y delicada para la justicia como la aplicación
de penas, la seguridad jurídica exige atenerse al principio llamado de legalidad penal
(nullum crimen, nulla poena, sine lege poenali praevia: no hay delito ni pena si no existe
previamente una norma penal).
5. MOMENTOS DE LA ACTIVIDAD SANCIONADORA
En la actividad sancionadora pueden distinguirse diversos momentos jurídicos:
constitutivo, impositivo, declarativo y extintivo. Veamos brevemente el significado de
cada uno de ellos.
a) Momento constitutivo
Se refiere al establecimiento legítimo, por una ley o por un precepto, de una sanción para
una conducta determinada que se tipifica como delito. A partir de ese momento, quien
comete la infracción tipificada reuniendo los demás requisitos de imputabilidad (Cf. cc.
1321 ss.) puede ser castigado con la sanción establecida.
«Las penas han de establecerse sólo en la medida en que sean verdaderamente necesarias
para proveer mejor a la disciplina eclesiástica» (c• 1317). El legislador puede dar leyes
penales (en las que se tipifica un delito y se prevé su sanción), o proteger con una pena
una ley divina o eclesiástica (Cf. c. 1315 l); si se trata del legislador particular, debe
atenerse a las limitaciones establecidas en los cc. 1317-1318. Adenuís, la autoridad
ejecutiva competente puede también conminar, mediante precepto, penas determinadas,
excepto las expiatorias perpetuas (Cf. c. 1319 1). El establecimiento de penas por precepto
no debe llevarse a cabo sin una diligente reflexión, y está sujeto a las mismas limitaciones
b) Momento impositivo
Generalmente —salvo en las penas latae sententiae nes se imponen mediante el
c01Tespondiente proceso judicial, que COI-culmina en una sentencia, o mediante
procedimiento administrativo
En el momento impositivo de la pena se trata de establecer si en la conducta del reo se
han verificado los elementos delictivos exigidos por el c. 1321, es decir, si ha habido
infracción externa y en qué medida resulta imputable, para tomar la decisión que
corresponda sobre la posible sanción de esa conducta.
Con relación a la imposición de las penas pueden distinguirse distintos tipos de
actuaciones: a) la investigación previa por la que el Ordinario, partiendo de algún indicio
de posible conducta ilícita o delictiva, llega a la decisión de abrir el correspondiente
proceso judicial o procedimiento administrativo, o de archivar las investigaciones sin
proceder; b) las medidas que puede adoptar la autoridad para prevenir un delito o para
detener una conducta que pudiera desembocar en un delito (reprensión, amonestación,
corrección fraterna, penitencias, etc.: Cf. cc. 1339-1341); c) el proceso o procedimiento
por el que se impone una sanción, una vez que la autoridad ha decidido que debe iniciarse
.
Según el c. 1718, cuando el Ordinario considere que la investigación realizada ha reunido
ya elementos suficientes, puede decidir, mediante decreto motivado, que se inicie el
proceso para la imposición de la pena. En ese momento, el Ordinario debe decidir también
si se seguirá un proceso judicial (proceso penal) o un procedimiento administrativo. La
doctrina canónica ha subrayado que esta elección no es completamente libre, ya que el
legislador prefiere, en principio, que las penas se impongan, cuando son necesarias, con
las mayores garantías que supone el proceso judicial: el c. 1342 1 dispone que sólo puede
optarse por la vía administrativa cuando haya justas causas que se opongan a la
realización del proceso Penal; y el 2 del mismo canon excluye de la vía administrativa la
imposición de penas perpetuas o de aquellas que la ley o el precepto prohíba aplicar por
decreto extrajudicialmente.
Tanto el juez como —si se procede por vía administrativa— el Ordinario (Cf. c. 1342 3)
gozan de amplias facultades, descritas en los cc. 1343-1350, a la hora de graduar la
imposición de la pena en el caso concreto, teniendo en cuenta del mejor modo posible la
finalidad de las sanciones canónicas y las circunstancias del fiel.
c) Momento declarativo
Puesto que en las penas latae sententiae se incurre automáticamente, por el mismo hecho
de la comisión del delito, puede suceder que no conste que quien delinquió está sujeto a
una pena canónica. Si resulta oportuno o necesario que ese hecho conste públicamente,
la autoridad debe proceder a la declaración de esa pena: un acto mediante el cual se hace
jurídicamente notoria la situación del fiel afectado. Desde este punto de vista se distingue
entre penas (generalmente censuras) declaradas y no declaradas.
En ocasiones, el bien público eclesial —por ejemplo, cuando se ha tratado de un delito
público y notorio, con escándalo grave, etc.— requiere que la autoridad declare
formalmente que el sujeto ha incurrido en la pena de que se trate. Esta declaración tiene
también una eficacia jurídica específica en cuanto a los efectos de la pena (cf., p. ej., cc.
1331, 1332, 1335, 1338 3, 1352 2) y en cuanto a su remisión (Cf. cc. 1355-1357). La
declaración de la pena se realiza, según el c. 1341, después de un proceso judicial o de un
procedimiento administrativo promovido especialmente para ese fin, en el que se siguen
sustancialmente los mismos pasos que para la imposición de penas.

d) Momento extintivo
Algunas penas—las expiatorias impuestas por un tiempo determinado— y otras sanciones
cesan al cumplirse el tiempo para el que se impusieron, o una vez realizadas las obras
mandadas. En los demás sos, para que el reo deje de estar sujeto a la pena es necesaria
una intervención de la autoridad: un acto jurídico de remisión de la pena (Cf. 1354-1361).
Se suelen distinguir —conservando la terminología que usaba el Código anterior—— dos
modalidades de remisión: absolución para las censuras, y dispensa, para las demás
sanciones.
La absolución es un derecho del delincuente que ha incurrido en una censura, una vez que
se haya enmendado, cesando en su contumacia. Por consiguiente, tras comprobar
adecuadamente este extremo (Cf• c. 1358 l), la autoridad debe absolver, ya que se ha
cumplido la finalidad primaria de la pena medicinal.
Según el c. 1347 2, «se considera que ha cesado en su contumacia el reo que se haya
arrepentido verdaderamente del delito, y además haya reparado convenientemente los
daños y el escándalo o, al menos, haya prometido seriamente hacerlo».
La dispensa, en cambio, es una concesión que depende de la decisión que adopte la
autoridad competente, después de valorar las circunstancias del caso particular conforme
a las disposiciones de los cc. 1354-1361.
Tanto la dispensa como la absolución se conceden mediante acto administrativo (vide
VII, 4), dado por la autoridad ejecutiva competente. Los cc. 1354-1357 determinan la
autoridad competente para la remisión según las características de la pena de que se trate.
Hay, sin embargo, dos casos especiales de gran interés práctico en relación a la absolución
de las censuras. En primer lugar, todo sacerdote, aun desprovisto de facultad para confesar
(también el sacerdote válidamente ordenado que haya perdido la condición jurídica
clerical), absuelve válida y lícitamente a cualquier penitente que esté en peligro de muerte
de cualesquiera censuras y pecados, aunque se encuentre presente un sacerdote aprobado
(Cf. c. 976). Y, en segundo lugar, en el denominado caso urgente o de agobio moral,
previsto por el c. 1357 1, el confesor puede remitir en el fuero interno sacramental
cualquier censura latae sententiae de excomunión o de entredicho (no de suspensión) que
no haya sido declarada, si resulta duro al penitente permanecer en estado de pecado grave
durante el tiempo que sea necesario para que la autoridad competente provea. El confesor
puede incluso suscitar esa aflicción moral, haciendo considerar al penitente, p. ej., lo que
significa estar en pecado grave, con el fin de poder absolverle en el fuero interno de la
censura de excomunión o entredicho, y de poder administrarle así también la absolución
sacramental (de lo contrario no sería posible, porque lo impiden dichas penas). Para la
remisión de las censuras en el fuero interno sacramental basta la fórmula habitual del
sacramento, unida a la intención de absolver la censura según las normas del Derecho. Al
conceder la remisión, el confesor ha de imponer al penitente la obligación de recurrir (en
el sentido de acudir) en el plazo de un mes, bajo pena de reincidencia, a la autoridad
competente o a un sacerdote que tenga ordinariamente la facultad de absolver de esa
censura, y de atenerse a sus mandatos. Entretanto, el confesor impondrá al penitente una
penitencia conveniente, así como la reparación del escándalo y del daño causado si es
urgente. El recurso a la autoridad puede también hacerse por medio del confesor, sin
indicar el nombre del penitente (Cf. c. 1357 ss 2). Ese mismo deber de recurrir Io tendrán
también quienes fueron absueltos en peligro de muerte, conforme al c. 976, de una censura
impuesta, declarada o reservada a la Santa Sede, si salen de ese peligro (Cf. c. 1357 3).
El organismo que recibe ordinariamente el recurso a la Santa Sede sobre una censura
reservada es el tribunal de la Penitenciaría Apostólica.

6. SUSPENSIÓN DE LA EFICACIA JURÍDICA DE LAS PENAS


Además de los supuestos de cesación que acabamos —tanto de del ver, reo el como
Derecho canónico, en atención al bien de las almas de otros fieles—, prevé algunos casos
en los que, permaneciendo la pena, se suspende ocasionalmente para el reo la obligación
de observar las prohibiciones que implica.
Concretamente, si una censura prohíbe a un ministro sagrado celebrar los sacramentos o
sacramentales, o realizar actos de potestad de régimen, «la prohibición queda suspendida
cuantas veces sea necesario para atender a los fieles en peligro de muerte; y, si la censura
latae sententiae no ha sido declarada, se suspende también la prohibición cuantas veces
un fiel pide un sacramento o sacramental o un acto de régimen; y es lícito pedirlos por
cualquier causa» (c. 1335).
Si la pena prohíbe recibir sacramentos o sacramentales, «la prohibición queda en suspenso
durante todo el tiempo en el que el reo se encuentre en peligro de muerte» (c. 1352 1).
Y queda también en suspenso, total o parcialmente, la obligación de observar una pena
latae sententiae que no haya sido declarada ni sea notoria en el lugar donde se encuentra
el reo, en la medida en que éste no pueda observarla sin peligro de grave escándalo o de
perder la buena fama (Cf. c. 1352 2).
7. GARANTÍAS JURÍDICAS Y RECURSOS EN MATERIA PENAL
Toda actuación penal tiene, como hemos señalado, carácter de 111tima ratio, de recurso
extremo. El Derecho considera odiosa la materia penal, en la medida en que puede afectar
gravemente a la situación jurídica de las personas, a su fama Y dignidad. Por esta razón,
cada uno de los momentos de la actividad jurídica penal está sujeto a especiales
limitaciones y requisitos de procedimiento, establecidos por las normas que regulan las
respectivas actuaciones. El sometimiento riguroso a la legalidad en esta materia es un
modo de garantizar, tanto el respeto de los derechos de los fieles,
como un ejercicio del ius puniendi siempre acorde con su naturaleza Y función en la
Iglesia.
Entre otras garantías jurídicas que rodean la actuación de la autoridad en materia penal,
deben mencionarse las normas de los cc. 18 y 36 1, que disponen la interpretación estricta
de las leyes penales y de los actos administrativos que se refieren a la conminación o a la
imposición de penas (los preceptos penales y los decretos por los que se impone o se
declara una pena).
Por su parte, el c. 19 prohíbe la aplicación analógica de las leyes en materia penal, de
manera que no cabe aplicar la pena prevista para un delito en un caso que no esté
estrictamente comprendido en el supuesto tipificado por la ley.
Finalmente, tanto las sentencias como los decretos extrajudiciales que imponen o declaran
penas son recurribles; y el c. 1353 añade una garantía adicional, al establecer con carácter
general que la interposición de cualquier recurso suspende automáticamente la ejecución
de la pena de que se trate.

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