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DERECHO PENAL CANÓNICO

El Pueblo de Dios es una sociedad fundada en la comunión de fe de sacramentos


y de régimen. La autoridad eclesiástica tiene, pues, el derecho deber de
reaccionar, si no hay más remedio, también con sanciones penales, ante los
atentados contra los bienes que integran la comunión para protegerla,
restablecerla cuando sea menester y conseguir la enmienda del reo (c. 1311, cf.
CCEO c. 1401).

1. EL DELITO

Es la violación externa y gravemente culpable de una ley o precepto, que la


autoridad competente haya conminado con una pena .
Quien tiene potestad legislativa puede dar leyes penales (cc. 1315 1318);
igualmente el que, en virtud de su potestad ejecutiva, puede dar preceptos, puede
también conminar por precepto penas determinadas (cc. 1319 1320).
El delito es consumado cuando los actos del delincuente resultan de hecho
eficaces para producir el delito. Si, en cambio, por alguna razón (p.e. porque el
delincuente desiste) el resultado delictuoso no se produce estamos ante el
llamado conato de delito, que en ciertos casos es punible, pero siempre con una
pena menor que la prevista para el delito consumado (c. 1328). Pero hay delitos
que consisten precisamente en intentar algo, como el clérigo o religioso que
atentan contraer matrimonio (c. 1394).

1.1. Comentario a las Normas de los delitos más graves

La Congregación para la Doctrina de la Fe ha promulgado, mediante carta enviada


a los Obispos y Superiores de todo el Orbe, y gracias a la especial habilitación
recibida del Santo Padre mediante el Motu proprio Sacramentorum sanctitatis
tutela, las presentes Normas de los delitos más graves. Bajo el imperio del anterior
Código de 1917 existía una norma similar a la actual, como recuerda el proemio
del citado Motu proprio, la cual también tiene precedentes en normativas
anteriores.

Antes de profundizar se debe recordar que en esta normativa se debe ver una
unidad con la Ratio para el examen de doctrinas. En efecto, en la Ratio se define
el procedimiento a seguir en los delitos que se refieren a la defensa de la fe.
Ambas normas provienen del mismo esfuerzo, como la Congregación misma
explica en la Carta a los Obispos que estamos comentando. Así se debe entender
la ausencia de los delitos que se refieren a la fe en las presentes Normas no como
una consideración de estos delitos como menores, sino como fruto de la
complementariedad de la Ratio para el examen de doctrinas y de las presentes
Normas.

Y es que en ambas normativas se debe ver un esfuerzo de la Santa Sede, a


través de esta Congregación, de garantizar más plenamente ciertos bienes, tanto
los que se refieren a la fe -defendidos en la Ratio- como los que se refieren a la
santidad de los sacramentos y a las costumbres -que se citan en la presente Carta
que aprueba las Normas-.

El examen atento de los delitos relacionados no nos da ninguna sorpresa, salvo


una, que se corresponde con la necesidad de adecuar el ordenamiento jurídico a
la realidad social de la Iglesia, y a las experiencias posteriores a la promulgación
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del Código en 1983: y es la reserva que se hace a la Santa Sede de los delitos
cometidos por un clérigo en pecado contra el sexto precepto del Decálogo con un
menor de dieciocho años. Se puede decir que esta sí es una innovación, además
importante, de la actual normativa. Para estos casos se debe aplicar la normativa
aprobada, en la que no hay que olvidar, además, que el plazo de prescripción en
estos delitos cometidos por un clérigo con un menor de dieciocho años, el plazo
corre desde el día en que el menor cumple los dieciocho años. Se debe resaltar,
por lo tanto, que esta regulación corresponde a un esfuerzo de la Santa Sede por
intervenir prontamente en las heridas detectadas.

Los delitos tipificados como graves en esta normativa -siempre referidos a los
sacramentos y a las costumbres, no a la fe- se dividen en tres apartados: delitos
contra la santidad del sacramento de la Eucaristía, delitos contra la santidad del
sacramento de la Penitencia, y un único delito contra las costumbres, el ya citado
delito de abuso sexual contra un menor, cometido por un clérigo.

La Congregación, además, se constituye en único Tribunal competente para la


apelación en los delitos relacionados, aunque los Ordinarios o Superiores están
obligados a comunicar a la Congregación los delitos de que les llegue noticia
verosímil. Se ve una prueba de la voluntad de garantizar la defensa de los bienes
que se quieren proteger, e igualmente de la defensa de los derechos de los
imputados.

No sólo eso: el Tribunal, una vez terminada la instancia, remitirá a la


Congregación las actas de la causa. Una nueva garantía de la protección que se
quiere brindar.

En conclusión, parece que nuevamente podemos hablar de delitos reservados en


la Iglesia, lo cual se quiere efectuar para garantizar mejor ciertos bienes. Además,
dado el tiempo transcurrido desde la promulgación y las nuevas necesidades
surgidas en la sociedad eclesiástica, se innova reforzando la persecución de los
delitos cometidos por clérigos contra el sexto precepto del Decálogo con menores.

1.2. El delito de sacrilegio contra las especies sagradas

El canon 1367 del Código de derecho canónico, y el canon 1442 del Código de
cánones de las Iglesias orientales, sancionan con excomunión -que será latae
sententiae reservada a la Santa Sede para los fieles latinos, y excomunión mayor
ferendae sententiae para los orentales- a “quien arroja por tierra las especies
consagradas, o las lleva o retiene consigo con una finalidad sacrílega”. Como se
ve, en el tipo penal se distinguen dos modos de cometer este delito: por un lado,
quien arroja por tierra las especies sagradas, y por otro quien las lleva o retiene
consigo con una finalidad sacrílega.

Tipo penal del delito de sacrilegio contra las Sagradas Especies

La segunda parte del tipo parece de clara interpretación: llevarse o retener las
especies sagradas con finalidad sacrílega es una conducta que difícilmente podría
confundirse. Pero de la primera parte del tipo sí surgen dudas. Ante todo, la duda
que surge es si sólo se debe considerar el acto de arrojar las especies, o si más
bien se debe incluir algún tipo de sacrilegio más. La duda ha sido planteada al
Consejo Pontificio para la interpretación de los textos legislativos, que promulgó
una Respuesta sobre el significado de la palabra abicere. La respuesta está
acompañada, además, de una nota aclaratoria de Monseñor Julián Herránz,
Presidente de dicho Dicasterio.

De acuerdo con dicha nota aclaratoria, "el verbo abicit no se ha de entender sólo
en su sentido estricto de arrojar, ni tampoco genéricamente en el sentido de
profanar, sino el significado más amplio de despreciar, menospreciar, humillar. Por
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tanto, comete un grave delito de sacrilegio contra el Cuerpo y la Sangre de Cristo


quien se lleva o retiene las sagradas especies con finalidad sacrílega (obscena,
supersticiosa o impía) y quien, incluso sin sacarlas del tabernáculo, del ostensorio
o del altar, las hace objeto de cualquier acto externo, voluntario y grave, de
desprecio". Es esta la razón por la que, en la Respuesta antes comentada, se
indica que "cualquier acción voluntaria y gravemente despreciativa se ha de
considerar incluida en la palabra «abicere»"

Bien jurídico protegido

El bien jurídico que el legislador desea proteger, como es evidente, es el respeto


al Santísimo Sacramento. Es esta la razón de que se deba considerar incluida la
intención de desprecio en el que arroja las Sagradas Especies al suelo. Por lo
tanto, no está excomulgado el sacerdote o ministro que simplemente por un
descuido, quizá lamentable pero desde luego sin que se deba al desprecio o al
odio, deja caer al suelo un forma sagrada, pongamos por ejemplo. Desde el punto
de vista moral no hay duda de que no hay imputabilidad para este sacerdote o
ministro, puesto que no tiene intención de manifestar odio hacia la Presencia real
del Señor en la Eucaristía. Y no habiendo imputabilidad moral de desprecio a la
Sagrada Eucaristía, no puede haber delito. Lo cual no quita que el sacerdote -o
cualquier fiel que legítimamente distribuye la comunión- al que se le caiga una
forma, si quiere ser delicado de conciencia, procurará extraer experiencia de lo
sucedido para que no le ocurra en otras ocasiones.

Nótese que, por contraste, que en este segundo caso se debe tener en cuenta la
intención del delincuente para que haya delito, que es la de cometer un sacrilegio:
debe ser esa la intención y no otra, por reprobable que ésta sea. Así, no comete el
delito quien se lleva las Sagradas Formas por descuido, aunque desde luego
habrá que corregirle para que no cometa un descuido en una materia tan grave
como es ésta. En este caso falta la intención de cometer un sacrilegio, es decir, de
despreciar gravemente a la Eucaristía. Por eso, aunque semejante descuido sea
quizá imputable moralmente, falta la intención de cometer el sacrilegio, por lo que
no comete el delito.

Reserva a la Congregación para la Doctrina de la Fe

El delito de sacrilegio contra las Sagradas Especies ha sido incluido en las


Normas de los delitos más graves, promulgadas por la Congregación para la
Doctrina de la Fe con autorización del Santo Padre el 18 de mayo de 2001. Por
esta legislación, este delito se incluye entre los delitos más graves, y queda
reservada a la misma Congregación su declaración, así como el conocimiento de
las causas penales que de él deriven. No así la absolución de este delito, la cual,
si no ha sido declarada ni irrogada, corresponde a la Penitenciaría Apostólica en el
fuero interno, sacramental o no.

Este proceso, como es sabido, se desarrolla y se sustancia según normas


especiales en los delitos a que se refiere. Sucintamente, la incoación del proceso
se debe comunicar a la Congregación para la Doctrina de la Fe, la cual
ordinariamente delega en el Tribunal del ordinario o superior la instrucción de la
causa.

1.3. El delito de atentado de matrimonio por un clérigo

De acuerdo con el canon 1394, el clérigo que atenta matrimonio - es decir, el


clérigo que contrae matrimonio, que por lo tanto, por ser clérigo, resultaría nulo-
incurre en suspensión latae sententiae. Los efectos de la pena de suspensión se
encuentran descritos en el canon 1333.
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Si el clérigo es además miembro de un instituto religioso, incurre en el mismo


delito del canon 1394. Pero además, de acuerdo con el tenor literal del c. 694,
queda expulsado de su instituto: este canon no excluye de su aplicación al clérigo
religioso, ni tampoco el canon 1394, de modo que parece que debe ser aplicado.
Igualmente se debe proceder si pertenecía a una sociedad de vida apostólica.
También entra en juego el canon 194 § 1, 3º: el clérigo que atenta matrimonio
queda de propio derecho removido del oficio eclesiástico.

Tres efectos jurídicos

Como se ve, por una misma conducta -el atentado de matrimonio- puede haber
hasta tres efectos jurídicos: una pena, que es la censura de suspensión; y dos
actos administrativos: la expulsión del instituto religioso o sociedad de vida
apostólica, si es el caso, y la remoción del oficio eclesiástico, si ejercía alguno.
Aquí nos detendremos en la pena de suspensión.

Si el que atenta matrimonio es miembro de un instituto religioso, y no es clérigo,


en ese caso incurre en entredicho latae sententiae, además de quedar expulsado
de su instituto. La pena de entredicho aparece descrita en el canon 1332.

En cuanto a su situación ante la Iglesia, por efecto de la suspensión el clérigo no


puede ejercer su ministerio, pero sí recibir sacramentos; el religioso que no es
clérigo, sin embargo, no puede recibir sacramentos, pues la pena en que incurre
es la de entredicho. El matrimonio es desde luego ilícito, y también es inválido
salvo en el caso del religioso, que no es clérigo, y ha emitido votos temporales o
privados: y ello además suponiendo que su matrimonio reúna todos los requisitos
canónicos del matrimonio, es decir, no sería válido, por ejemplo, un matrimonio
que no cumpliera los requisitos canónicos de forma.

Levantamiento de la pena

Acerca del levantamiento de la suspensión o del entredicho, debe cesar la


contumacia: para ello ha de procurar la reparación del daño o del escándalo,
según el canon 1347; esto incluye, desde luego, que cese la convivencia con la
otra parte. La autoridad competente, si la pena no ha sido declarada, es la
establecida en el canon 1355 § 2. Y si se trata de un religioso que no es clérigo,
dado que se trata de una pena de entredicho, es aplicable el canon 1357.

Una vez levantada la pena, el clérigo o el sacerdote queda ante la Iglesia, y ante
su instituto o iglesia particular, igual que antes, en lo que se refiere a la pena de
suspensión. Por lo tanto, si ha sido expulsado de su instituto o sociedad de vida
apostólica, y si ha sido removido de su oficio, por la cesación de la pena no se le
restituye en su oficio ni se le readmite. Sin embargo, el clérigo no está afectado
por la pena de suspensión.

1.4. El delito de abuso sexual cometido por un sacerdote

El Código de derecho canónico tiene tipificados diversos delitos que se refieren a


abusos sexuales cometidos por un sacerdote. Este es el canon 1395 § 2:

Canon 1395 § 2: El clérigo que cometa de otro modo un delito contra el sexto
mandamiento del Decálogo, cuando este delito haya sido cometido con violencias
o amenazas, o públicamente o con un menor que no haya cumplido dieciséis años
de edad, debe ser castigado con penas justas, sin excluir la expulsión del estado
clerical cuando el caso lo requiera.

Se examinarán aquí las diferentes implicaciones de este delito, a la luz también de


las normas de derecho particular promulgadas para Estados Unidos.
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Supuesto de hecho tipificado

Este canon se ha de poner en relación con los cánones 1394 § 1 y 1395 § 1, que
tipifican los delitos de atentado de matrimonio y de concubinato o cualquier otra
forma estable de pecado externo contra el sexto mandamiento. Cuando el canon
1395 § 1, por lo tanto, habla de otro modo de delito contra el sexto mandamiento
se refiere a cualquier violación externa, no estable, de pecado contra el sexto
mandamiento. Se debe recordar que el sexto mandamiento del Decálogo prohíbe
cometer actos impuros: por lo tanto, se refiere a cualquier acto sexual externo.

Pero no es delito cualquier pecado contra el sexto mandamiento. El canon de que


hablamos sólo tipifica los pecados que se hayan cometido con violencia o
amenazas, o públicamente o con un menor de dieciséis años. Acerca de la edad
del menor ofendido, más adelante se hacen unas precisiones. Si no se cumplen
estos requisitos, el legislador no los tipifica delitos. No quiere decirse con esto que
no sean graves, ni siquiera que sean menos graves que aquellos actos que sí son
delictivos. Cuando el legislador tipifica unas conductas como delictivas y otras no,
tiene en cuenta muchos factores, no sólo la gravedad del pecado. Extenderse en
esta cuestión excede el objetivo de este artículo.

Vale la pena traer aquí las aclaraciones que sobre el acto sexual ha aprobado la
Conferencia episcopal de los Estados Unidos, en el preámbulo de las Normas
esenciales acerca de las alegaciones sobre abuso sexual, promulgadas el 8 de
diciembre de 2002: “una ofensa canónica contra el sexto mandamiento del
Decálogo (CIC, c. 1395 §2; CCEO, c. 1453 §1) no necesita ser un acto completo
de la cópula. Ni, para ser objetivamente grave, necesita el acto implicar la fuerza,
el contacto físico, o un resultado dañoso perceptible. Por otra parte, «la
imputabilidad [responsabilidad moral] para una ofensa canónica se presume sobre
la violación externa... a menos que sea de otra manera evidente»".

Pena prevista

La sanción se deja indeterminada: debe ser castigado con justas penas, sin excluir
la expulsión del estado clerical. Quizá resulte extraño esta solución a los que estén
acostumbrados a la precisión de la norma penal en los ordenamientos civiles. En
el derecho canónico es posible, como se ve en este caso, dejar indeterminada la
pena. No es factible explicar con detalle el sentido de esta característica del
derecho penal canónico. Pero se debe señalar que la pena indeterminada no
significa que el delincuente quede sin castigo.

En este delito el canon 1395 § 2 prevé que en la imposición de la pena se pueda


llegar a la expulsión del estado clerical. En ese caso se debe aplicar el canon
1350. La pena de expulsión del estado clerical está regulada en el canon 1336 §1,
5º.

La Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, en las Normas esenciales, prevé


al respecto que “si la pena del remoción del estado clerical no se ha aplicado (p.
ej., por razones de la edad o de enfermedad avanzada), el delincuente deberá
conducir una vida de oración y penitencia. No se le permitirá celebrar la Misa
públicamente o administrar los sacramentos. Se le ordenará no usar el traje
clerical, o presentarse públicamente como sacerdote”.

Reserva a la Congregación para la doctrina de la fe

El delito de abuso sexual ha quedado reservado a la Congregación para la


doctrina de la fe, si se comete con un menor de 18 años, por la Carta que aprueba
las Normas sobre los delitos más graves. Cuando se dé este caso, se deben
aplicar las indicaciones de dicha Carta. Por lo tanto, se reserva a la misma
Congregación la sustanciación del proceso. El Ordinario o Superior, cuando tenga
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noticias verosímiles de que se ha cometido un delito reservado a la Congregación,


lo debe comunicar, aunque la Carta indica que, salvo que la Congregación avoque
así la causa, debe proceder con su propio tribunal. Este tribunal diocesano,
además, ha de estar compuesto sólo de sacerdotes.

Estas normas sólo rigen si el abuso sexual se comete con un menor de 18 años;
en los demás supuestos de abuso sexual están en vigor las normas de derecho
común del Código de derecho canónico o del Código de los Cánones de las
Iglesias Orientales.

Al comprobar que en ambas normas -el Código de derecho canónico y las Normas
sobre los delitos más graves- se habla de distintas edades del menor ofendido
-dieciséis en el Código, dieciocho en la Carta- surge un problema, y es que en el
Código si el ofendido es un mayor de dieciséis y menor de dieciocho, no se
comete el delito. La Congregación, en la Carta, por su parte, considera que hay
delito hasta los dieciocho. A mi juicio se debe interpretar que la Carta, en este
punto, deroga al Código. Por lo tanto, será delito cualquier abuso cometido sobre
un menor de dieciocho años.

El problema entonces se traslada a los actos cometidos antes de la promulgación


de la Carta, el 18 de mayo de 2002. Aplicando el principio de irretroactividad de la
ley penal desfavorable, sancionado en el canon 1313, se debe entender que hasta
esa fecha no era delito el abuso sexual sobre el mayor de dieciséis. Entre esta
edad y los dieciocho, por lo tanto, el acto constituye delito de abuso sexual sólo si
se cometió después del 18 de mayo de 2002.

Prescripción

El canon 1362 indica que el delito tipificado en el canon 1395 prescribe a los cinco
años; sin embargo, si el delito está reservado a la Congregación para la doctrina
de la fe, rigen las normas especiales. La Carta sobre los delitos más graves, como
ya sabemos, incluye el abuso sexual cometido por un clérigo sobre un menor de
18 años entre los delitos reservados a ella; en este caso la prescripción es de diez
años, y además la prescripción comienza a correr desde el día en que el menor
cumple veintidós años.

Por lo tanto, la prescripción será de cinco años en los abusos sexuales cometidos
por un sacerdote en todos los supuestos tipificados por el canon 1395 § 2, salvo si
se trata de un abuso sobre un menor de 18 años, en cuyo caso prescribe a los
diez años, a contar desde el momento en que el menor cumple 18 años.

En Estados Unidos se debe tener en cuenta que la Conferencia episcopal ha


aprobado que si el caso se hubiera extinguido por prescripción, dado que el abuso
sexual de un menor de edad es una ofensa grave, el obispo o eparca solicitará a
la Congregación para la doctrina de la fe una dispensa de la prescripción,
indicando razones pastorales apropiadas.

1.5. El delito de aborto en el derecho penal canónico

El canon 1398 del Código de Derecho Canónico de 1983, actualmente en vigor,


define en el derecho de la Iglesia Católica el delito de aborto. Este es su tenor
literal:

canon 1398. Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión


latae sententiae.
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Bien jurídico protegido

Este canon protege la vida del ser humano, desde el momento de la concepción.
No es este el lugar de detallar las constantes condenas del aborto por parte de la
autoridad eclesiástica en todas sus instancias, ni tampoco de abundar en la larga y
fecunda historia de la Iglesia en defensa del derecho a la vida. Basta con traer a
colación la enseñanza de Juan Pablo II en la encíclica Evangelium Vitae: "Con la
autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos
los Obispos -que en varias ocasiones han condenado el aborto y que (...), aunque
dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina-,
declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre
un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano
inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios
escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio
ordinario y universal" (Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium Vitae, n. 62).

Nos limitaremos aquí a una breve explicación del tipo penal recogido en el Código.
Aun así, antes de continuar vale la pena aclarar una premisa.

El concepto de vida humana no es jurídico. Son otras disciplinas las encargadas


de definir la vida humana, especialmente la ciencia médica y la filosofía. En este
punto -como en tantos otros- el derecho tiene la función de proteger un bien
jurídico, para lo cual asume las conclusiones que le aportan otras ciencias. Y
actualmente los mejores y más imparciales estudios filosóficos y médicos no
dudan en afirmar que la vida humana comienza en el momento de la concepción.
No es este el lugar de aportar aquí tales estudios. Pero se debe destacar que el
derecho de la Iglesia es consecuente al proteger la vida humana desde el
momento de la concepción.

En el derecho canónico, además, se deben distinguir entre el aspecto moral de


una cuestión, y su aspecto jurídico. Si esto se debe hacer en el derecho canónico
en general, más importante es en su rama penal. Puede suceder que el Legislador
no considere necesario castigar con ninguna pena una conducta. Esto no quiere
decir que esa conducta sea moralmente lícita. Es más, aunque el derecho penal
exculpe a una persona de un delito, la culpa moral puede permanecer intacta. A lo
largo de este artículo se verán algunos ejemplos. Por eso, cuando el lector
observe que el Código exculpa a alguien del delito de aborto, no debe sacar la
conclusión de que intervenir en un aborto en esas condiciones es moralmente
lícito. Nada más contrario a la intención del Legislador canónico.

Supuesto de hecho

El canon 1398 castiga con excomunión latae sententiae a quienes procuren el


aborto, si éste se produce. Acerca del concepto de aborto, el Consejo Pontificio
para la interpretación de los Textos Legislativos, en la respuesta auténtica de 23
de mayo de 1988, preguntado si se debe entender sólo la expulsión del feto
inmaduro, o también la muerte del feto procurada de cualquier modo y en
cualquier tiempo desde el momento de la concepción, respondió afirmativamente a
la segunda proposición. Por lo tanto, en lo que se refiere al tipo penal, el delito de
aborto no se reduce a la expulsión del feto provocada con la intención de darle
muerte, sino que en el tipo penal se incluye cualquier muerte provocada en el
nasciturus.

Obsérvese que el tipo penal, al hablar del supuesto de hecho, no hace referencia
al motivo del aborto. Lamentablemente en las legislaciones civiles, en ocasiones,
se despenaliza el aborto en ciertos casos: por motivos terapéuticos -peligro para la
salud de la madre-, por motivos eugenésicos -si se prevé que el niño vaya a nacer
con deficiencias físicas o taras psíquicas- o por motivos económicos o incluso por
razones socioculturales. En el derecho canónico -de acuerdo con la doctrina de la
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Iglesia, como no podía ser menos- se penaliza el aborto, sea el que sea el motivo
que ha llevado a una madre a tomar la desgraciada decisión de matar la vida de
su propio hijo. Esto en el canon 1398 queda claro, al hablar de quien procura el
aborto, sin dar excepciones.

Como ya se anticipó, no es este el lugar para extenderse en los estudios de la


ciencia médica, pero se puede apuntar que por encima del derecho a la salud -del
hijo o de la madre- está el derecho a la vida, y si ambos derechos entran en
conflicto debe prevalecer el derecho a la vida: parece claro que la finalidad de
proteger la salud no se debe hacer a costa de la vida de otra persona.

Y si lo que entra en conflicto es la vida de la madre con la del hijo -supuesto


excepcional en el estado actual de la medicina- debe prevalecer el derecho a la
vida del hijo: del mismo modo que sería un monstruosidad matar a un enfermo
terminal para poder aprovechar sus órganos para trasplantes, antes de que por el
curso de la enfermedad se deterioren y sean inservibles. No se pueden salvar
vidas a costa de matar a alguien.

Con mayor motivo se deben hacer las mismas consideraciones del derecho a una
posición económica, o al bienestar social o económico. No parece lógico que, en
caso de conflicto entre la vida de un ser humano y el bienestar personal o familiar,
ceda el derecho la vida. La Iglesia -y el ordenamiento canónico- demuestra una
gran valentía al recordar esta doctrina en la actualidad.

Otro de los motivos por los que algunos ordenamientos despenalizan el aborto, es
la violación de la madre. Ciertamente es un trauma para la madre que haya sido
violada, pero el subsiguiente aborto no elimina el trauma de la violación. Si la
madre ha quedado traumada por la violación, se le deberá ayudar, pero el
embarazo es un problema distinto. Piénsese además que en vez de un trauma -el
de la violación- puede tener dos: el de la violación y el del aborto.

Se debe hacer notar, además, que se incurre en el delito de aborto sólo si éste se
realiza. Es decir, si se consuma el delito. No hay delito, por lo tanto, si éste se
frustra o se queda en el grado de tentativa.

Sujeto del delito de aborto

El tenor literal del canon abarca a todo el que procura el aborto. Esto se debe
referir a quien interviene en él, de modo que su actuación sea necesaria para
producir el resultado de aborto. No están sancionado, por lo tanto, otros que
intervienen en un aborto, por ejemplo el personal administrativo de la clínica,
incluso si ésta se dedica exclusiva o mayoritariamente a esta práctica. Lo cual no
quiere decir que un católico, que desee ser fiel a los compromisos de su fe, pueda
trabajar en una clínica de esas características sin plantearse problemas de
conciencia.

La excomunión también afecta a los cómplices: "La excomunión afecta a todos los
que cometen este delito conociendo la pena, incluidos también aquellos cómplices
sin cuya cooperación el delito no se hubiera producido" (Juan Pablo II, Carta
Encíclica Evangelium Vitae, n. 62).

Pena del delito de aborto

Acerca de la pena, está previsto que se incurre en excomunión latae sententiae


que, además, no está reservada a la Santa Sede.

Al ser una pena de excomunión latae sententiae, se debe aplicar el canon 1324 §
1, 9º, por el cual si el sujeto ignoraba sin culpa que su conducta lleva aneja una
pena, la pena se convierte en ferendae sententiae. Y si ignoraba totalmente que
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con el aborto está infringiendo una ley, el canon 1323 , 2º exime totalmente al
infractor de una pena. Además, según el canon 1324 § 1, 4º y § 3, si el sujeto es
menor de edad no incurre en pena latae sententiae.

Se debe destacar, de acuerdo con Juan Pablo II, el sentido pastoral de este delito
e incluso de la pena: "La disciplina canónica de la Iglesia, desde los primeros
siglos, ha castigado con sanciones penales a quienes se manchaban con la culpa
del aborto y esta praxis, con penas más o menos graves, ha sido ratificada en los
diversos períodos históricos. El Código de Derecho Canónico de 1917 establecía
para el aborto la pena de excomunión. También la nueva legislación canónica se
sitúa en esta dirección cuando sanciona que "quien procura el aborto, si éste se
produce, incurre en excomunión latae sententiae", es decir, automática. (...). En
efecto, en la Iglesia la pena de excomunión tiene como fin hacer plenamente
conscientes de la gravedad de un cierto pecado y favorecer, por tanto, una
adecuada conversión y penitencia" (Juan Pablo II, Carta Encíclica Evangelium
Vitae, n. 62).

2. EL DELINCUENTE

Es el sujeto que comete un delito con dolo (intencionalmente) o al menos con


imprudencia culpable. En cambio, quien sin culpa obra por ignorancia,
inadvertencia o error, o sin uso de razón, no comete delito (cc. 1321, 1322).
Hay otras circunstancias que pueden eximir de la pena como: ser menor de 16
años; obrar en legítima defensa, por violencia o temor; el caso de necesidad (c.
1323).

Otras circunstancias son sólo atenuantes, comportan la mitigación de la pena o


incluso su conmutación por una penitencia. En el c. 1324 se enumeran las
principales atenuantes, como son: el incompleto uso de razón, ser menor de 18
años, ignorar sin culpa que el hecho era delito, la provocación injusta por parte de
la víctima. Además el juez puede considerar atenuantes otras circunstancias.
Pero hay también circunstancias agravantes, que consienten al juez aumentar la
pena, como son la pertinacia y el abuso de autoridad (c. 1326).
Al cometer un delito puede concurrir diversas personas, sea como coautores
(participando igualmente en los hechos), sea como cómplices (ayudando física o
moralmente al delito de otro). Se consideran igualmente delincuentes y pueden ser
castigados con la misma pena, cuando sin su cooperación el delito no se habría
cometido (c. 1329).

3. LAS PENAS ECLESIÁSTICAS

La pena es la privación de un bien (espiritual o temporal) como castigo de un


delito. Las penas canónicas afectan a los bienes y derechos que se tienen en la
Iglesia, no a los de la sociedad civil. Las penas eclesiásticas son de dos tipos:
penas medicinales o censuras y penas expiatorias (c. 1312 § 1).

a) Las penas medicinales o censuras

Son las penas más graves, tienen como fin medicinal el apartar al delincuente de
su conducta; esto significa que duran mientras el reo no de muestras ciertas de
arrepentimiento, sólo entonces tiene derecho a ser absuelto de la censura.
Las censuras son tres: excomunión, entredicho y suspensión. La excomunión es la
más grave pues en cierto modo significa la expulsión del reo de la sociedad
eclesial: el excomulgado no puede celebrar o recibir los sacramentos, ni participar
como ministro en ningún acto de culto público, ni ejercitar oficio, función, ministerio
o cargo alguno en la Iglesia (c. 1331).
El entredicho es semejante a la excomunión en cuanto excluye de la celebración
de actos de culto y de recibir los sacramentos, pero no del ejercicio de otros
cargos o funciones eclesiásticas (c. 1322).
10

La suspensión es una pena sólo para los clérigos, que les prohibe la celebración
de todos o algunos de los actos de la potestad de orden (culto, predicación,
sacramentos), de la potestad de gobierno y de ciertos derechos y funciones del
oficio que se ocupa; según lo que establezca la ley o decisión que inflige la pena
(cc. 1333, 1334).

b) Las penas expiatorias

Son las que miran sobre todo a castigar al delincuente privándolo, perpetua o
temporalmente, de determinados bienes, derechos o facultades. La más
importante son (c. 1336):
la prohibición o la obligación de morar en cierto lugar (es sólo para clérigos y
religiosos);
la privación de alguna: potestad, oficio, derecho, cargo, privilegio, gracia, título,
distintivo o facultad, o al menos de su ejercicio o uso, en todas partes o en cierto
territorio;
el traslado penal de un oficio a otro;
la dimisión del estado clerical. Esta pena, por ser muy grave, no puede
establecerla una ley particular (c. 1317).
La ley puede conminar otras penas expiatorias congruentes con el fin sobrenatural
de la Iglesia (p.e. la expulsión de una asociación, instituto, cofradía; c. 1312 § 2).

c) Remedios penales y penitencias

Además de las penas, hay castigos o medidas disciplinares que tienen como fin ya
prevenir los delitos (remedios penales), ya sustituir o agravar la pena debida por
ellos (penitencias).
Los remedios penales son la amonestación y la reprensión. La primera se puede
hacer a quien se halla en ocasión próxima de cometer un delito o se sospecha que
lo ha cometido. La reprensión se hace al que con su comportamiento ha dado
escándalo o causado desorden (c. 1339).
Las penitencias se imponen, según los casos, junto con la pena (para agravar el
castigo) o en sustitución de la misma; consisten en obras de piedad, caridad o
religión (p.e. un retiro, ayuno o peregrinación: c. 1340).

3.1. El sentido y los fines de las penas en el derecho canónico

Dentro del amplio mundo del derecho, se conoce el derecho penal como la rama
del derecho que estudia los delitos y las penas. Es sabido que en la Iglesia existe
un derecho penal. Lo cual parece que sea contradictorio con el espíritu de caridad
y comprensión que debe caractarizar a la sociedad eclesiástica. Parece, por lo
tanto, legítimo preguntarse por el sentido del derecho penal en la Iglesia, y más
aún, la razón por la que la Iglesia tiene la potestad de imponer penas, que pueden
llegar nada menos que a la expulsión de su seno del delincuente, pues
básicamente en eso consiste la pena de excomunión.

Se puede decir que desde los tiempos apostólicos la Iglesia ha ejercido potestad
penal: así vemos en Hechos 8, 20, que Pedro expulsa de la Iglesia a Simón el
Mago, porque había intentado comprar la potestad de comunicar el Espíritu Santo,
inaugurando por así decirlo el delito de simonía, que por él lleva este nombre.
Tampoco San Pedro actuaba por propia iniciativa: el Señor dio indicaciones a los
Apóstoles sobre el modo de expulsar de la Iglesia: cfr. Mt, 18, 15-17. De modo que
no se puede alegar que el derecho penal, o la pena de excomunión, sea un
invento de la Iglesia en épocas modernas: ya hemos visto que los Apóstoles
aplicaban la pena de excomunión, siguiendo indicaciones del Maestro.
11

La Iglesia, y más en particular el derecho canónico, es consciente de la finalidad


pastoral de sus actuaciones: cualquier acto de la Iglesia debe estar regido por el
principio de la salus animarum (salvación de las almas): cfr. al respecto el canon
1752. Tal finalidad también está presente en el derecho penal. Y se debe recordar,
aunque no es este el objetivo del presente artículo, que la finalidad pastoral pone
en juego la virtud de la caridad, con las demás virtudes anejas: la tolerancia, la
moderación, la solicitud, etc., pero también es pastoral la justicia. La justicia no
debe ser fría y calculadora, pero desde luego no es pastoral olvidarse de ella: en
definitiva, no es pastoral ser injustos. Y la misma autoridad eclesiástica que debe
velar por la enmienda de un delincuente, también debe procurar la salud espiritual
de toda la sociedad eclesiástica.

Hay que recordar, en primer lugar, cuál es el sentido de la pena. La pena es la


privación de un bien jurídico impuesto por la autoridad legítima, para corrección
del delincuente y castigo del delito (cfr. canon 2215 del Código de derecho
canónico de 1917). Los estudiosos del derecho penal, tanto civil como canónico,
suelen distinguir tres fines en las penas:

Finalidad vindicativa o retributiva: la pena tiene un sentido de devolver al


delincuente, al menos parcialmente, el mal que ha causado a la sociedad.

Finalidad de prevención general: la pena tiene la finalidad de prevenir la comisión


de más delitos, pues funciona como advertencia ante la sociedad. Cualquier fiel
queda advertido de la gravedad de determinada conducta, al ver la pena que lleva
aneja.

Finalidad de prevención especial: también previene delitos, mediante la enmienda


del delincuente. Cada vez más la doctrina penalista resalta esta finalidad, y
exhorta a que se arbitren medios para la reintegración en la sociedad del
delincuente. Los estudiosos civiles del derecho penal insisten en que el periodo de
cumplimiento de la pena sirva para la reeducación social.

Las tres finalidades se dan en el derecho de la Iglesia. Que las penas eclesiásticas
tienen un sentido de prevención parece claro: la prevención general -advertencia a
la sociedad de la pena que acarrea determinada conducta- parece que esté
además mejor regulada en el derecho de la Iglesia, mediante la institución de la
contumacia, peculiar del derecho canónico, por la cual el delincuente no incurre en
la pena si no ha sido previamente amonestado (cfr. canon 1347). También en el
caso de la prevención especial, pues está previsto por el derecho que se agoten
los medios pastorales para procurar la enmienda del reo (cfr. canon 1341). Pero
se debe examinar con más atención la finalidad de la retribución.

No se debe considerar la finalidad de las penas de retribución como una mera


venganza. Sería demasiado burda tal consideración, y totalmente inexacta,
además de no ser evangélica: el Señor ha dejado claro que la ley del talión debe
sustituirse por la misericordia y la comprensión (cfr. Mat, 6, 38-42). Por retribución
penal se debe considerar, más que la simple venganza, lo que tiene de justicia;
pues en esta finalidad de la pena se incluye también la necesidad de devolver la
sociedad a la situación social anterior a la comisión del delito, en la medida que es
posible. Así, es importante en la configuración del derecho penal la reparación del
escándalo, que los pastores no deben dejar de exigir para la cesación de la pena
(cfr. canon 1347 § 2).

El actual código de derecho canónico trata desde luego con un nuevo talante el
derecho penal, como consecuencia de que actualmente se ha querido dejar más
patente la subordinación a la salus animarum, que ya se ha comentado. Pero eso
no exime a los pastores, por supuesto, de preservar el bien común de la sociedad
eclesiástica, lo cual parece que también debe incluir el señalar las conductas que
más gravemente apartan de la Iglesia. Por el bien de todos los fieles se deben
12

señalar esas conductas, y eso se hace a través del derecho penal. Difícilmente se
podría defender el bien común si no se articula un sistema para indicar los actos
más graves.

Se puede concluir, por lo tanto, que la Iglesia usa legítimamente una potestad
recibida del Señor cuando sanciona con penas las conductas más graves.

3.2. Penas latae sententiae y penas ferendae sententiae en el derecho


penal canónico

Según el canon 1314, “las penas generalmente son ferendae sententiae, de modo
que sólo obliga al reo desde que le ha sido impuesta; pero es latae sententiae, de
modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito, cuando la ley o el
precepto lo establece así expresamente”.

Por lo tanto, en derecho canónico de modo general -salvo que se indique


expresamente- la pena le debe ser impuesta al reo de modo expreso, mediante un
proceso judicial o -excepcionalmente- un procedimiento administrativo, según
prevén los cánones 1341 y 1342; en ambos casos el imputado goza de todas las
garantías. Estas son las penas ferendae sententiae.

Pero en algunos casos el reo incurre en la pena latae sententiae, es decir,


automáticamente, por el hecho de cometer el delito. Esto es, se obliga al reo a
convertirse él mismo en juez propio, y juzgar que ha incurrido en el tipo penal. El
derecho canónico prevé que este modo de imponer la sanción penal sea
excepcional, para los delitos más graves.

Se debe tener en cuenta en las censuras además la contumacia, peculiar


institución canónica por la que sólo se impondrá una censura al reo si antes se le
ha amonestado al menos una vez, dándole un tiempo prudencial para la enmienda
(c. 1347). Así pues, en la censura impuesta latae sententiae, ¿dónde está la
amonestación?

Se suele considerar que la amonestación se incluye en la propia norma penal que


advierte al reo que incurrirá en la censura si comete el delito. Es por eso coherente
que el c. 1323 , 2º, exime totalmente al infractor de una pena que ignoraba que
estaba infringiendo una ley o precepto. Y si sabía que infringía una ley pero
ignoraba sin culpa que su conducta lleva aneja una pena, el canon 1324 § 1, 9º,
sale en su ayuda al declarar que la pena se convierte en ferendae sententiae. De
modo que se puede decir que efectivamente la amonestación está en la norma,
pues si la desconoce no incurre en la censura latae sententiae.

Como se ve por estas indicaciones, queda patente el carácter pastoral en la


Iglesia del derecho penal.

3.3. La pena de excomunión en el derecho canónico

La excomunión es una de las penas previstas en el derecho de la Iglesia. Por


excomunión se entiende la censura o pena medicinal por la que se excluye al reo
de delito de la comunión con la Iglesia Católica.

Se hace necesario clarificar unas premisas antes de describir la pena de


excomunión y sus efectos.

Sentido pastoral de la excomunión


13

Por excomunión, como se ha dicho, se entiende la pena que excluye al reo de


delito de la comunión con la Iglesia. Puede parecer que es poco pastoral la actitud
de la Iglesia, al imponer la sanción de excomunión a un pecador. Ya el hecho de
expulsar al pecador, en vez de perdonarlo, parece que es contrario al perdonar
setenta veces siete al día, que recomendó el Señor (cfr. Mt 18, 22). Pero se debe
tener en cuenta unas consideraciones de oportunidad pastoral y de caridad.

Es misión de la Iglesia el cuidado pastoral de todo el Pueblo de Dios. Por eso el


derecho penal tiene su sitio en el derecho de la Iglesia. Se puede decir que es
pastoral establecer un derecho penal, que tipifica delitos y establece penas. Y
hablando más propiamente de la excomunión, tiene la finalidad de proteger al
Pueblo de Dios. Pues se establece la pena de excomunión para los delitos más
graves, aquellos que la legítima autoridad eclesiástica considera que colocan al
sujeto fuera de la comunión con la Iglesia. Quien comete un delito tipificado con
excomunión se coloca fuera de la Iglesia, no con las palabras, pero sí con los
hechos. La autoridad eclesiástica debe señalar estas conductas, de modo que
toda la comunidad eclesial conozca la gravedad de tal conducta.

No se debe olvidar la función de la pena de excomunión de evitar el escándalo: los


fieles se escandalizarían si no se castigara con la debida proporción conductas tan
graves como adherirse a la herejía, o profanar el Santísimo Sacramento, o
cometer un aborto. Y el Señor pronuncia palabras muy duras para aquellos que
escandalizan (cfr. Mt 18, 6). Si no se castigan estos delitos -u otros de tanta
gravedad-, el escándalo vendría no del delincuente, sino de la autoridad
eclesiástica que no los tipifica.

Es posible concluir, por lo tanto, que puede constituir una verdadera obligación de
justicia la tipificación de delitos y la imposición de la pena de excomunión.

Más si se considera que en esta pena -como en todas- la Iglesia intenta agotar los
medios de reconciliación con el delincuente antes de proceder a la imposición de
la pena. El derecho canónico establece unas medidas de cautela que llevan a
agotar los posibles remedios, antes de llegar a la excomunión. Entre ellos, se
cuenta una institución de tanta tradición en el derecho canónico como es la
contumacia. De acuerdo con el canon 1347, no se puede imponer una censura
-entre las que se cuenta la excomunión- si no se ha amonestado antes al
delincuente al menos una vez para que cese en su contumacia. Si no cesa en ella,
se puede imponer válidamente la censura. Por lo tanto, en ningún caso ocurrirá
que se le impone a un fiel una censura de excomunión sin su conocimiento, y sin
que se le haya dado la oportunidad de enmendarse.

Esta institución se aplica plenamente a la excomunión ferendae sententiae; pero


con peculiaridades también se aplica si se trata de una excomunión latae
sententiae: el canon 1324 § 1, 1, en combinación con el canon 1324 § 3 exime de
la pena a los que sin culpa ignoraba que la ley o el precepto llevan aneja una pena
latae sententiae. Ningún fiel, por lo tanto, va a quedar excomulgado latae
sententiae “por sorpresa”, pues para incurrir en delito debe conocer que su
conducta está castigada con excomunión latae sententiae.

Por lo demás, no sería legítimo afirmar que la excomunión no es una institución


evangélica: el Señor, en Mt 18, 17, establece la posibilidad de que la Iglesia
expulse de su seno a quienes cometen pecados especialmente graves. Los
primeros cristianos ya la practicaron. San Pedro, en Hch 8, 21, expulsó de la
Iglesia a Simón el Mago, por pretender comprar el poder de administrar el
sacramento de la confirmación: cometió el delito de simonía, que por este episodio
tiene tal nombre. San Pablo, en I Cor 5, 4-5 también expulsó de la Iglesia a un
delincuente, en este caso a un incestuoso. En esta ocasión, además, el texto de la
epístola deja claro que la finalidad de la pena es medicinal: a fin de que el espíritu
14

se salve en el día del Señor. Sin rodeos San Pablo exige a los corintios que
apliquen la pena: “¡echad de entre vosotros al malvado!” (I Cor 5, 13).

Naturaleza y efectos de la pena de excomunión

La excomunión, como queda dicho, es una de las penas medicinales o censuras.


Las censuras son penas que están orientadas especialmente a la enmienda del
delincuente. Es esta la razón de que la imposición de la pena esté ligada a la
contumacia del delincuente. Dentro de las censuras, la excomunión es la pena
más grave. De hecho, se suele considerar la pena más grave en la Iglesia,
medicinal o no. Por ello, el canon 1318 recomienda al legislador no establecer
censuras, especialmente la excomunión, si no es con máxima moderación, y sólo
contra los delitos más graves.

Aunque el Código de Derecho Canónico no la defina así, se suele considerar que


el efecto de la excomunión es la expulsión del delincuente de la Iglesia. Por la
excomunión, el delincuente no pertenece a la Iglesia. Naturalmente, esta
afirmación merece una reflexión: puesto que los bautizados no pierden su carácter
del bautismo ni su condición de bautizados. En este sentido, no se puede decir
que los excomulgados dejen de pertenecer a la Iglesia. Los vínculos de comunión
espiritual e invisible no se alteran, pero se rompen los vínculos extrínsecos de
comunión.

La excomunión puede ser infligida ferendae sententiae o latae sententiae. La


excomunión ferendae sententiae obliga al reo desde que se le impone, mientras
que la excomunión latae sententiae obliga desde que se comete el delito: si la
pena se aplica ferendae sententiae, para que haya delito se requiere decreto del
Obispo o sentencia judicial (cfr. canon 1341 y siguientes). Sin embargo, si la pena
de excomunión se aplica latae sententiae, no es necesaria la declaración de la
legítima autoridad para estar obligado a cumplir la pena (cfr. canon 1314). Se
suele decir que el juicio lo hace el delincuente con su acto delictivo.

El delito que lleva aneja la excomunión latae sententiae, por lo tanto, puede
quedar en el fuero de la conciencia del delincuente. La legítima autoridad, sin
embargo, puede considerar oportuno declarar la excomunión: por lo tanto, se debe
distinguir entre excomuniones latae sententiae declaradas y no declaradas.

Los efectos de la excomunión quedan claros en el canon 1331:

Canon 1331 § 1: Se prohíbe al excomulgado:

1 tener cualquier participación ministerial en la celebración del Sacrificio


Eucarístico o en cualesquiera otras ceremonias de culto;
2 celebrar los sacramentos o sacramentales y recibir los sacramentos;
3 desempeñar oficios, ministerios o cargos eclesiásticos, o realizar actos de
régimen.
§ 2. Cuando la excomunión ha sido impuesta o declarada, el reo:
1 si quisiera actuar contra lo que se prescribe en el § 1, ha de ser rechazado o
debe cesar la ceremonia litúrgica, a no ser que obste una causa grave;
2 realiza inválidamente los actos de régimen, que según el § 1, 3 son ilícitos;
3 se le prohíbe gozar de los privilegios que anteriormente le hubieran sido
concedidos;
4 no puede obtener válidamente una dignidad, oficio u otra función en la Iglesia;
5 no hace suyos los frutos de una dignidad, oficio, función alguna, o pensión que
tenga en la Iglesia.

El parágrafo 1º se refiere al excomulgado, sin dar más especificaciones. Por lo


tanto, se refiere a todos los excomulgados, lo hayan sido latae sententiae o
ferendae sententiae. Mientras que el 2º parágrafo sólo se refiere a quienes hayan
15

sido excomulgados ferendae sententiae (excomunión impuesta) o latae sententiae


declarada: se excluyen quienes hayan incurrido en excomunión latae sententiae
no declarada.

Además, se debe tener en cuenta que el canon 1335 suaviza los efectos de la
excomunión cuantas veces se trate de atender a un fiel en peligro de muerte. Esta
indicación se refiere al ministro que ha incurrido en excomunión; el canon. 976, por
su parte, concede facultad a cualquier sacerdote, incluso aunque no esté
aprobado, de absolver de cualquier censura.

Para la cesación de la excomunión, se deben tener en cuenta las normas del


derecho canónico sobre la cesación de las censuras eclesiásticas.

3.4. Relación de censuras canónicas latae sententiae en vigor

He aquí la relación de censuras latae sententiae en vigor de derecho universal


más importantes. Se ofrecen para la consulta de los interesados, aunque para el
conocimiento exacto del tipo penal, se debe acudir a la norma a que se hace
referencia.

Profanación de la Eucaristía: excomunión latae sententiae reservada a la Santa


Sede: canon 1367

Violencia física contra el Romano Pontífice: excomunión latae sententiae


reservada a la Santa Sede: canon 1370

Ordenación de un obispo sin mandato apostólico: excomunión latae sententiae


reservada a la Santa Sede: canon 1382

Violación del sigilo sacramental: excomunión latae sententiae reservada a la Santa


Sede: canon 1388

Absolución del cómplice en pecado torpe: excomunión latae sententiae reservada


a la Santa Sede: canon 1378

Apostasía, herejía, cisma: excomunión latae sententiae: canon 1364

Aborto: excomunión latae sententiae: canon 1398

Captación o divulgación, por medios técnicos, de lo que se dice en confesión:


excomunión latae sententiae: Decreto de 1988

Violencia física a un obispo: entredicholatae sententiae, y suspensión latae


sententiae si es clérigo: canon 1370,2

Atentado de celebrar Misa: entredicho latae sententiae, o entredicho latae


sententiae y suspensión latae sententiae si es clérigo: canon 1378. 2

Atentado de absolver u oír en confesión, quien no puede hacerlo válidamente:


entredicho latae sententiae, o suspensión latae sententiae si es clérigo: canon
1378.2,b

Falsa denuncia de solicitación: entredicho latae sententiae y suspensión latae


sententiae si es clérigo: canon 1390

Religioso con votos perpetuos, no clérigo, que atenta matrimonio: entredicho latae
sententiae: canon 1394,4
16

Clérigo que atenta matrimonio: suspensión latae sententiae: canon 1394,1

3.5. Remisión de censuras eclesiásticas latae sententiae en el derecho


penal canónico

En este artículo nos referimos ante todo a las censuras eclesiásticas -excomunión,
entredicho y suspensión- latae sententiae no declaradas. Para las censuras
eclesiásticas ferendae sententiae, y también latae sententiae declaradas, se
puede consultar el canon 1355. En la legislación vigente existen dos modos de
remisión de las censuras eclesiásticas latae sententiae, uno ordinario y otro
extraordinario.

Remisión ordinaria de las censuras eclesiásticas

Este es el canon 1355 § 2:

Canon 1355 § 2: Si no está reservada a la Sede Apostólica, el Ordinario puede


remitir una pena latae sententiae, establecida por ley y aún no declarada, a sus
súbditos y a quienes se encuentran en su territorio o hubieran delinquido allí; y
también cualquier Obispo, pero sólo dentro de la confesión sacramental.

De acuerdo con este canon, el Ordinario -el Obispo diocesano, el Vicario General
y el Episcopal- pueden remitir una pena no reservada a la Santa Sede a sus
súbditos y a quienes se encuentran en su territorio o hubieran delinquido allí. Y
puede hacerlo en cualquier momento; por lo tanto, para que sea eficaz no es
necesario que lo haga dentro del fuero sacramental. Además, cualquier Obispo
puede remitir las penas latae sententiae establecidas por ley, pero sólo dentro del
ámbito de la confesión sacramental.

El Código de Derecho Canónico también establece que el canónigo penitenciario o


el sacerdote que haga sus funciones puede remitir las censuras latae sententiae,
de acuerdo con el canon 508:

Can. 508 § 1: El canónigo penitenciario, tanto de iglesia catedral como de


colegiata, tiene en virtud del oficio, la facultad ordinaria, no delegable, de absolver
en el fuero sacramental de las censuras latae sententiae no declaradas, ni
reservadas a la Santa Sede, incluso respecto de quienes se encuentren en la
diócesis sin pertenecer a ella, y respecto a los diocesanos, aun fuera del territorio
de la misma.

§ 2: Donde no exista cabildo, el Obispo diocesano pondrá un sacerdote para que


cumpla esta misma función.

La potestad de remitir del canónigo penitenciario, como se ve, se refiere sólo a las
censuras latae sententiae no declaradas. No puede remitir otra pena, ni tampoco
una censura ferendae sententiae ni tampoco una censura latae sententiae
declarada. Y además lo ha de hacer en el fuero sacramental. Y la puede ejercer
respecto de sus diocesanos y de quienes se encuentren en su diócesis.

El canónigo penitenciario suele disponer de confesionario en la catedral de la


diócesis o colegiata. Los fieles, por lo tanto, pueden encontrarle fácilmente
acudiendo a la catedral de la diócesis. Es recomendable que el confesionario del
penitenciario sea fácilmente localizable, además de que tenga horarios amplios de
confesión y estén convenientemente indicados.
17

Además, el canon 566 § 2 otorga al capellán de hospitales, cárceles y viajes


marítimos potestad similar a la del penitenciario, pero sólo en el hospital, en la
cárcel o en el viaje marítimo.

Remisión extraordinaria de censuras latae sententiae

Se pueden contemplar dos casos: el peligro de muerte y el agobio moral.

Peligro de muerte

En supuesto de peligro de muerte, cualquier sacerdote puede absolver de


cualquier censura a cualquier fiel, incluso aunque se halle presente un sacerdote
aprobado. Al conceder facultad a cualquier sacerdote, el canon 976 especifica que
la otorga también si el sacerdote está desprovisto de la facultad de confesar. Y el
canon 977 determina que en peligro de muerte el sacerdote también tiene facultad
de absolver a su cómplice de pecado torpe.

El agobio moral

El canon 1357 §§ 1 y 2 regula la cesación de censuras en caso de agobio moral, o


in urgentioribus, según la terminología clásica.

Canon 1357 § 1: Sin perjuicio de las prescripciones de los cc. 508 y 976, el
confesor puede remitir en el fuero interno sacramental la censura latae sententiae
de excomunión o de entredicho que no haya sido declarada, si resulta duro al
penitente permanecer en estado de pecado grave durante el tiempo que sea
necesario para que el Superior provea.

§ 2: Al conceder la remisión, el confesor ha de imponer al penitente la obligación


de recurrir en el plazo de un mes, bajo pena de reincidencia, al Superior
competente o a un sacerdote que tenga esa facultad, y de atenerse a sus
mandatos; entretanto, imponga una penitencia conveniente y, en la medida en que
esto urja, la reparación del escándalo y del daño; el recurso puede hacerse
también por medio del confesor, sin indicar el nombre del penitente.

De acuerdo con este canon, cualquier confesor puede remitir algunas censuras
latae sententiae. Para ello, son necesarios que se cumplan los siguientes
requisitos:

1º Sólo se pueden remitir las censuras de excomunión y entredicho latae


sententiae. Queda fuera la suspensión latae sententiae. Se explica porque esta
censura no impide la recepción de los sacramentos, tampoco el de la confesión.

2º Al penitente le debe resultar duro permanecer en estado de pecado grave


durante el tiempo necesario para que el superior provea. Como se ve, es motivo
suficiente el deseo sincero de recibir la absolución sacramental.

3º Se debe recurrir al superior competente o a un sacerdote que tenga la facultad


de levantar la censura latae sententiae en el plazo de un mes. Este recurso lo
puede realizar tanto el penitente como el confesor. Mientras tanto, el confesor
debe imponer una penitencia conveniente y, si urge, atender a la reparación del
escándalo, y debe advertir de que incurre en reincidencia si no se realiza el
recurso.

Algunas indicaciones

El sacerdote que se halle ante uno de los supuestos aquí contemplados deberá
ejercer con la mayor delicadeza su oficio de buen pastor, comprendiendo y
acompañando al penitente. Al mismo tiempo, respetando las normas de la Iglesia
18

aquí expuestas y manteniendo íntegras las exigencias de la Ley de Dios, podrá


siempre facilitar el retorno al fiel que desea volver a la casa del Padre.

Si el confesor se encuentra ante un penitente que ha cometido un pecado que


lleva aneja una censura latae sententiae, antes de absolverle ha de comprobar si
efectivamente ha incurrido en el delito. Para ello, deberá preguntarle la edad,
máxime si sospecha que el penitente no tenía cumplidos los 18 años en el
momento de cometer el pecado: el canon 1324 § 3 exonera de censuras latae
sententiae a los menores de 18 años. Si el penitente era mayor de edad en el
momento de cometer el pecado, ha de preguntarle si sabía que ese pecado lleva
aneja una censura latae sententiae: el mismo canon exonera de censuras latae
sententiae a quienes, sin culpa, ignoraban que la ley o el precepto llevaban aneja
una pena. Por lo tanto, en cualquiera de estos casos el confesor podrá impartir la
absolución sacramental sin limitación, porque el penitente no ha incurrido en la
censura.

Si después de las preguntas anteriores se concluye que el penitente ha incurrido


en la sanción penal latae sententiae, es aconsejable que el confesor, como buen
médico, procure curar al penitente. Para ello puede fomentar el agobio moral:
realmente para cualquier cristiano debe resultar duro continuar en estado de
pecado grave. Por eso, se puede excitar la contrición del penitente, de modo que
se provoque el agobio moral y le pueda absolver la censura para poder impartirle
la absolución sacramental.

Se recomienda que el recurso lo interponga el mismo confesor: es ésta una


ocasión para ejercer de buen pastor ante los fieles. Debe comprender el confesor
que si a él mismo le resulta incómodo acudir a la autoridad competente, al
penitente normalmente le resulta verdaderamente difícil, pues probablemente no
sepa ni siquiera cómo encontrar al penitenciario en la catedral o al Ordinario en la
curia diocesana.

Si la censura no está reservada a la Santa Sede el recurso se debe presentar ante


el Superior competente, que es el Ordinario, o a un sacerdote dotado de la
facultad apropiada, es decir, el canónigo penitenciario. Si la censura está
reservada a la Santa Sede se puede presentar ante uno de los confesores
penitenciarios de las Basílicas Romanas, o ante la Penitenciaría Apostólica. Si el
confesor no reside en Roma, lo más sencillo es presentar el recurso por escrito a
la Penitenciaría Apostólica, dando detalle de los hechos relevantes para poder
imponer una penitencia congrua. La dirección postal a la que se puede enviar es:
Em.mo e Rev.mo Sig. Cardinale Penitenziere Maggiore - Piazza della Cancelleria,
1 - 00186 Roma (Italia). La Penitenciaría Apostólica no dispone de dirección de
correo electrónico.

El confesor que recurre al superior competente no puede dar el nombre del


penitente, ni como es evidente, dar ningún otro dato por el que se pueda averiguar
la personalidad del penitente. No debe olvidar el confesor que se encuentra bajo el
secreto del sigilo sacramental. Debe tener especial cuidado en guardar la debida
discreción si el recurso se hace por carta.
19

4. APLICACIÓN DE LAS PENAS

Las penas se imponen normalmente mediante sentencia o decreto condenatorios,


tras un proceso o expediente sancionador.
La Iglesia, antes de infligir una pena, procura por otras vías pastorales la
enmienda del reo y el restablecimiento de la justicia; además deja al juez un
amplio espacio de discrecionalidad para apreciar las circunstancias del caso en
orden a mitigar, suspender o diferir la pena e incluso sustituirla por una congrua
penitencia; pero también teniendo en cuenta las exigencias de la justicia y de
evitar o reparar el escándalo.
La pena que se debe imponer por un cierto delito, puede se establecida por la ley
como:
Obligatoria o facultativa. En el primer caso el delito debe ser
necesariamente castigado (normalmente en la ley se dice “sea castigado”); en el
segundo caso la ley deja al juez la facultad de imponer o no la pena (la ley suele
decir: “puede ser castigado”; vid. c. 1343).
Determinada o indeterminada. En el primer caso la norma legal concreta
de algún modo la pena o penas que se pueden imponer por el delito (si la ley
señala más de una, toca al juez elegir entre ellas; ver p.e. el c. 1372). Es
indeterminada cuando la ley penal no señala qué pena debe imponerse, sino que
simplemente dice que el delincuente sea o puede ser castigado con una pena
justa, entonces el juez deberá imponer la pena que considere adecuada (ver p.e.
c. 1377).
Pero además existen penas, que se llaman latae sententiae, en las que se incurre
automáticamente, por el hecho de cometer el delito o cooperar directamente en el
(c. 1314). Su aplicación no requiere proceso ni sentencia o decreto previos; puede
haberlos posteriormente para declarar que el reo incurrió en la pena. En el
derecho canónico oriental no existen estas penas automáticas (existen sin
embargo los pecados reservados cf. CCEO c. 727 ss.).
Actualmente se incurre ipso facto en excomunión por los siguientes delitos:
herejía, apostasía o cisma (c. 1364);
profanación de las especies consagradas (c. 1367);
violencia física contra el Romano Pontífice (c. 1370);
absolver al propio cómplice en pecado contra el sexto mandamiento,
salvo en peligro de muerte (c. 1378), que en el derecho oriental es pecado
reservado a la Santa Sede (CCEO 728 § 1, 2º);
consagrar a un Obispo sin mandato del Romano Pontífice (c. 1382);
violación directa del secreto de la confesión (c. 1388), que en el derecho
oriental es pecado reservado a la Santa Sede (CCEO 728 § 1, 1º);
el aborto efectivamente procurado (c. 1398), que en el derecho oriental es
pecado reservado al Obispo eparquial (CCEO 728 § 2).
Todas ellas están reservadas a la SantaSede, salvo el aborto. De todas formas se
debe observar que cuando concurre alguna circunstancia atenuante, no se cae en
la pena latae sententiae (c. 1324 § 3).

5. CESACIÓN DE LAS PENAS

La pena cesa por el cumplimiento de la condena impuesta o si la autoridad


concede su remisión.
Normalmente pueden remitir una pena: la autoridad que estableció el delito y su
Superior; el Ordinario que la impuso (por sentencia o decreto condenatorios) y el
Ordinario del lugar en que se encuentra el delincuente, así como sus delegados
(p.e. el penitenciario). Pero hay penas cuya remisión está reservada a la Santa
Sede (cf., p.e., cc. 1367, 1370 § 1, 1382).
Pero, como hemos visto, las censuras son penas medicinales que miran a la
conversión del reo, no tienen una duración preestablecida, sólo pueden ser
remitidas cuando el delincuente se muestre arrepentido y dispuesto a reparar los
daños y el escándalo; entonces no sólo se le puede remitir, sino que tiene derecho
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a la remisión. O sea que las censuras no cesan por el cumplimiento de la condena


sino sólo por la absolución.
Esto podría hacer pensar que las censuras son sólo para delitos continuados, pero
ya hemos visto que hay hechos delictivos aislados por los que se incurre
automáticamente en excomunión.
Las censuras de excomunión y entredicho vetan la recepción de los sacramentos,
entre estos la absolución de los pecados. En ellas como vimos se puede incurrir
latae sententiae, automáticamente en el mismo momento en que se comete el
delito. Por lo tanto, es posible que vaya a confesarse alguien que se encuentre
excomulgado o en entredicho, aunque no se haya procedido contra él (p.e. si
cometió aborto). En estos casos en principio el delincuente no puede ser absuelto
(salvo que el confesor sea Obispo o el Ordinario del lugar). Pero si le resulta duro
permanecer en estado de pecado hasta que al autoridad competente le remita la
censura, cualquier confesor puede absolverlo de la misma y también de los
pecados, imponiéndole una penitencia adecuada. Y con la obligación de recurrir
dentro de un mes a quien podía remitir la censura; de esto puede encargarse el
mismo confesor, sin revelar nunca la identidad del reo, el cual deberá volver al
confesor para recibir las instrucciones de la autoridad.
Por último, conviene saber que en peligro de muerte cualquier fiel si está
arrepentido puede ser absuelto de cualquier pecado o censura por cualquier
sacerdote, pues la ley suprema en la Iglesia es la salvación de las almas (c. 976).

6. LOS DELITOS EN PARTICULAR

En el Código se describen los hechos que constituyen delito en toda la Iglesia y


las correspondientes penas. La ley particular o un precepto pueden, en su ámbito,
establecer otros delitos y penas. En todo caso la descripción legal de un delito
(tipificación) debe ser precisa y clara. Para que haya delito el autor debe haber
cometido los hechos tal como se describen en la norma penal; ya vimos que las
leyes penales se interpretan estrictamente (cc. 18 y 36).

En el CIC los delitos aparecen agrupados según la materia, veámoslos


brevemente:
Contra la religión y la unidad de la Iglesia (cc. 1364 1369). Tales como la
herejía, apostasía o cisma; bautizar o educar a los hijos en una religión no
católica; el perjurio; la profanación de la Eucaristía; la blasfemia, injuria o incitación
al odio o desprecio de la religión en medios de comunicación.
Contra la autoridad eclesiástica y la libertad de la Iglesia (cc. 1370 1377).
Como la violencia física contra el Papa, un Obispo, clérigo o religioso; promover,
dirigir o participar activamente en una asociación que maquina contra la Iglesia;
incitación a la desobediencia; enajenar bienes eclesiásticos sin la debida licencia
de la autoridad.

Delitos en el desempeño de oficios eclesiásticos (cc. 1378 1389). Entre


otros celebrar un sacramento simulándolo (sin verdadera intención) o por simonía
(por dinero); consagrar un Obispo sin mandato pontificio; la violación del secreto
de la confesión; la solicitación; el abuso o negligencia culpable en el ejercicio de la
potestad eclesiástica; usurpación de cargos o funciones; soborno.
Crímenes contra la verdad (1390 1391). Son: la calumnia (hay diversas
formas) y la falsificación, alteración, destrucción, etc. de documentos.
Delitos contra obligaciones particulares (cc. 1392 1396). Como el
quebrantamiento de condena y algunos pecados más graves contra el celibato o la
castidad cometidos por clérigo o religioso.
Contra la vida y libertad ajenas (cc. 1397 1398). Por ejemplo el homicidio,
el aborto, la violencia física y el secuestro.
Además de los delitos previstos expresamente, el c. 1399 consiente que se pueda
castigar con una pena cualquier otra violación externa de la ley (no penal) cuya
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gravedad y consecuencias así lo exijan. Se trata de una norma discutida, que


habría que entender en el sentido de que si el sujeto, amonestado, no desiste de
su conducta, puede ser castigado. Así lo dice expresamente el CCEO c. 1406 § 2,
cuando establece que la amonestación con la que se conmina una pena equivale
a un precepto penal.

La mayor parte de los delitos se refieren a los clérigos y religiosos, cuyo estatuto
personal tiene una especial relevancia en la vida de la Iglesia. Otros atañen a
cualquier fiel, pero aún en estos casos, si el reo es un clérigo o religioso, la pena
puede ser más grave, llegando incluso a la dimisión del estado.

PARTE II DEL LIBRO VI


DE LAS PENAS PARA CADA UNO DE LOS DELITOS

TITULO 1
DELITOS CONTRA LA RELIGION Y LA UNIDAD DE LA IGLESIA
c. 1364-1369

DELITO PENA
Apostasía, herejía, cisma c. 1364 Excomunión latae setentiae (preceptiva)
Otras penas, hasta la expulsión del estado
clerical (facultativa).
Participación prohibida en las sagradas Justa pena (preceptiva)
celebraciones c. 1365
Bautismo y educación de los hijos en una Justa pena (preceptiva)
religión acatólica.
Profanación y sacrilegio de la Eucaristía. Excomunión latae sententiae reservada a la
sede apostólica (preceptiva)
Si es por un clérigo c1367 Otras penas, también la expulsión del
estado clerical (facultativa)
Perjurio (mentir bajo juramento) frente a la Justa pena (preceptiva)
autoridad eclesiàastica c. 1368
Blasfemia, lesión de las buenas costumbres, Justa pena (preceptiva)
injuria, odia y desprecia contra la religión o
la Iglesia, con espectáculo público,
reuniones y escritos

TITULO II
DELITOS CONTRA LAS AUTORIDADES ECLESIASTICAS Y LA LIBERTAD
DE LA
IGLESIA
c.c. 1370-1377

DELITO PENA
Violencia física contra el Romano Pontífice Excomunión latae sententiae reservada a la
si es de un clérigo c. 1370,1 santa sede (preceptiva)
Violencia física contra el Obispo si es de un Entredicho latae sententiae (preceptivo)
clérigo c. 1370,2 También suspensión latae sententiae
(preceptivo)
Violencia física contra un clérigo o religioso Justa pena (preceptiva)
por desprecio de la fe, de la Iglesia, de la
autoridad, del misterio c. 1370,3
Enseñanza persistente de doctrina Justa pena, a no ser no se haya retractado
condenada y refuto pertinaz del magisterio después de la amonestación de la sede
auténtico apostólica o del ordinario (preceptiva).
Desobediencia persistente a la sede Justa pena (preceptiva).
apostólica, al ordinario, al superior, después
de amonestación c. 1371,2
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Recurrir al concilio o al colegio episcopal Censura (preceptiva)


contra un acto del Romano Pontifice c. 1372
Incitar contra el Romano Pontìfice o el Entredicho u otras penas justas (preceptivas)
ordinario c.1373
Participación en asociaciones enemigas de la Justa pena (preceptiva)
Iglesia, promoción y dirección de esas c. Entredicho (preceptva)
1374
Impedimento de la libertad del misterio, de Justa pena (facultativa)
las elecciones, de la potestad eclesiásticas,
del uso de cosas sagradas y de los bienes
eclesiásticos c. 1375
Profanación de cosa sagrada c. 1376 Justa pena (preceptiva)
Alienación de bienes eclesiásticos sin Justa pena (preceptiva)
licencia c. 1377

TITULO III
USURPACION DE LOS OFICIOS ECLESIASTICOS Y DELITOS EN SU
EJERCICIO

DELITO PENA
Absolución del cómplice en pecado contra Excomunión latae sententiae reservada a la
el sexto mandamiento, no estando en peligro sede apostólica (preceptiva)
de muerte c. 1378,1
Atentar celebración Eucarística por quien no Entredicho latae sententiae (preceptiva)
es sacerdote; escuchar la confesión de parte
de quien no puede absolver válidamente;
Si es por un clérigo c. 1378,2 Suspensión (preceptiva)
Simulación de administración de un Justa pena (preceptiva)
sacramento
Simonía en celebrar y recibir los Entredicho o suspensión (preceptiva)
sacramentos
Usurpación de oficio eclesiástico o Justa pena (preceptiva)
conservación ilegítima después de la
privación o cesación del mismo. C. 1381
Consagración Episcopal sin mandato Excomunión latae sententiae reservada a la
pontificio: consagrante y consagrado c. 1382 Sede Apostólica (preceptiva)
Ordenación sacerdotal de un súbdito de
otros sin las legítimas letras dimisorias:
Ordenante Prohibición de conferir ordenes por un ano
Ordenado c. 1383 Suspensión (preceptiva).
Ejercicio ilegítimo del ejercicio sacro c. Justa pena (preceptiva)
1384
Lucro ilegítimo de las ofrendas de las misas Censura u otra pena justa (preceptiva)
1385
Corrupción de quien ejercita una función Justa pena (preceptivo)
eclesiástica: corruptor y corrupto c. 1386
Solicitación, en el acto o con ocasión o con Suspensión, prohibiciones, hasta la
el pretexto de la confesión, a pecar contra el expulasiòn del estado clerical.
sexto mandamiento c. 1387
Violación del sigilo sacramental:
Directa Excomunión latae sententiae reservada a la
Santa Sede (preceptiva)
Indirecta c. 1388,2 Castigo proporcional (preceptivo)
Violación del secreto sacramental por parte Justa pena, hasta la excomunión.
del interprete o cualquier otro
Abuso de potestad o de abuso eclesiástico c. Pena proporcional, también privación
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1389,1 (preceptiva)
Negligencia culpable en el ejercicio de la Justa pena (preceptiva)
potestad, ministerio, función eclesiástica,
con daño a otros c. 1389,2

TITULO IV
DELITO DE FALSEDAD
c.c. 1390-1391

DELITO PENA
Falsa denuncia de solicitación; Entredicho latae sententiae (preceptiva)
Si es clérigo c. 1390,1 También suspensión (preceptiva)
Denuncia calumniosa y lesión de la buena Justa pena, también censura; satisfacción
fama (facultativa)
Falsificación de documentos eclesiásticos y Justa pena (facultativo).
uso de ellos, afirmaciones falsas en ellos c.
1391

TITULO V
DELITOS CONTRA OBLIGACIONES ESPECIALES

DELITO PENA
Ilegítima actividad comercial o negocios de Pena proporcional al delito (preceptiva)
parte de clérigos o religiosos c. 1392
Violación de las obligaciones impuestas por Justa pena (facultativa)
una pena c. 1393
Atentar matrimonio
Clérigo Suspensión latae sententiae
Religioso de votos perpetuos no clérigo c. Entredicho latae sententiae (preceptiva)
1394
Concubinato y pecado externo contra el Suspensión (preceptiva) otras penas
sexto mandamiento (facultativa)
De otro modo sea con violencia, hecho Justa pena, hasta la expulsión del estado
públicamente, con menor de 16 años c. 1395 clerical (preceptiva)
Violación grave de la obligación de Justa pena, sin excluir la privación del oficio
residencia en razón del oficio eclesiástico c. eclesiástico (preceptiva)
1396

TITULO VI
DELITOS CONTRA LA VIDA Y LA LIBERTAD HUMANA

DELITO PENA
Homicidio, rapto, detención, mutilación, Privaciones y prohibiciones (preceptiva)
herida grave c. 1397
Aborto obtenido el efecto c. 1398 Excomunión latae sententiae

TITULO VII
NORMA GENERAL

Además de los casos establecidos por esta y otras leyes, la violación de una ley divina o
canónica puede ser castigada con justa pena o penitencia, solo cuando la gravedad de la
violación exige un castigo y urge la necesidad de prevenir o reparar los escándalos. C.
1399.
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