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1º DE FILOSOFÍA A

Ontología fundamental
Profesor Oscar L. González Castán
Carlota Sierra y Andrea Ribera

PROTOCOLO DE LA CLASE DE ONTOLOGÍA FUNDAMENTAL 04/10/2019

Empezamos la clase pasada tratando las ideas de Platón sobre la cuestión de la plenitud
del ser humano y la forma de lograrla. Platón introdujo el concepto de eudaimonía, que sería
central posteriormente en la ética de Aristóteles. Eudaimonía se suele traducir por “felicidad”
aunque sería algo más apropiado traducirla por “plenitud”. Este término procede del griego
“eu” (bueno) y “daímon” (espíritu).
La concepción platónica y aristotélica de la eudaimonía es muy distinta a la que
tenemos hoy día, mucho más cercana a la noción que propuso Kant. Según Kant, la felicidad
consiste en lograr todo lo que se quiere extensive, intensive y protensive, es decir, conseguir
todas las cosas que deseamos (extensive) al máximo grado (intensive) y para el resto del
tiempo (protensive).
Platón y Aristóteles introducían en el ámbito del deseo y los objetos del deseo humano
una separación entre lo fenoménico y el ser. Para los griegos era fundamental hacer primero
un ejercicio de distinción entre lo deseado y lo deseable, es decir, hacer una distinción entre
qué es aquello que no solamente parece bueno sino que realmente lo es porque tiene la
propiedad de ser to agathón. Esta propiedad es intercambiable con to kalón, lo bello: todo lo
bueno es bello y todo lo bello es bueno.
Para llevar una vida eudaimónica, que merezca la pena ser vivida y que sea bella en el
sentido moral, será fundamental hacer una tarea intelectual adecuada, verdadera, de
distinción, en cada caso particular, entre lo que fenoménicamente se me aparece como bueno
y, por tanto, deseo, pero que no lo es, y lo realmente deseable.
Es importante recordar en este contexto cultural griego dos frases fundamentales del
templo de Apolo en Delfos: “conócete a ti mismo”, que incluye cómo podríamos reconocer
que todo lo que deseas no es deseable, y “nada en exceso”. Esto no significa que tengamos
que estar todo el día lacerándonos. En la vida eudaimónica tiene cabida el placer, pero no
todos los placeres en todo momento. Incluso en la mayor adversidad es posible tener este tipo
de vida.
El ideal de belleza griego, basado en la harmonía, la mesura y la proporción, es
aplicado también de alguna manera al alma. El objetivo, según Platón, es alcanzar una figura
de ese estilo también en el alma.

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También leímos acerca de las tres grandes metáforas platónicas en La República. Una
de ellas, que hace la función de resumen metafórico de las otras dos primeras, es el “mito de
la caverna”. Este tiene un aspecto problemático. Es un símil del trayecto que tiene que hacer
el alma humana para lograr alcanzar la visión del sol, como metáfora de la Idea del Bien.
Somos prisioneros de una caverna, obligados por cadenas a mirar siempre a una pared
en una zona muy oscura que tiene algo de luz la cual procede de un fuego que hay detrás de
los prisioneros. Por delante del fuego pasan figuras que proyectan su sombra en la pared. Los
prisioneros están obligados a ver sólo esas sombras que para ellos es lo real, lo único
existente. El prisionero es liberado y obligado a remontar la cuesta de la caverna y, al salir, al
principio no ve nada, pero poco a poco su ojo se hace a la luz. Pero, ¿cómo se libera de las
cadenas? Platón no contesta a esa pregunta; puede ser por voluntad de liberarse, o porque
haya alguien que le ayuda a liberarse.

Sus ojos deberán acostumbrarse poco a poco a esta región superior. Lo que más
fácilmente verá al principio serán las sombras, después las imágenes de los hombres y
de los demás objetos reflejadas en las aguas, y por último los objetos mismos. De ahí
dirigirá sus miradas al cielo, y soportará más fácilmente la vista del cielo durante la
noche, cuando contemple la luna y las estrellas, que durante el día el sol y su
resplandor. República VII, 521a-527b

Para llegar al culmen del ser, el prisionero tiene la obligación política, moral y humana
de volver a bajar a la caverna, donde vuelve a ser torpe, para mostrar a los prisioneros que
hay otra forma de vivir. Lo más probable es que no le crean e, incluso, consideren que lo que
les dice el liberado es el mal para ellos, pero es lo que debe hacer. El camino del liberado de
la sombra a la luz es el camino de la educación humana.
Platón plantea que to kalon y to agathon se individualizan en cada contexto concreto en
el que tenemos que actuar. Hacemos lo que hacemos porque creemos que es lo bello y lo
bueno, en algún sentido, para nosotros. Intentamos hacerlo real en cada minuto de nuestra
vida y, a veces, lo logramos y a veces no, pero todo lo hacemos por eso, pero está sujeto a
todo tipo de juicios erróneos.
Platón y Aristóteles advierten de que hay que tener cuidado con lo que se desea porque
se podría conseguir. El peligro reside en que uno se va a convertir en un cierto tipo de
persona en función de los deseos que tiene y que va satisfaciendo a lo largo de vida. Y hay
que cuestionarse: ¿es bueno ser este tipo de persona? ¿Me quiero convertir en ese tipo de

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persona? No es así siempre y, por eso, a veces, para destruir a una persona, sólo hace falta
darle lo que quiere.
Para conocerse a uno mismo hay que cuidarse, y esto consiste en, según Platón,
“despellejar” diversas capas de nuestro ser. El ser humano no es cuerpo, pero tiene cuerpo, y
en ocasiones no cuida su cuerpo sino solo cosas relativas a él (su apariencia o presentación
únicamente), creyendo que así estamos cuidando nuestro cuerpo. Existe aquí una jerarquía de
valores: hay que cuidar las cosas relativas al cuerpo, que se encuentran en la periferia de lo
valioso y, en una capa más concéntrica del ser, cuidar el cuerpo de verdad, esto es, mediante
la música y la gimnasia, según el patrón de la educación griega. Además, es fundamental,
para conocernos de verdad, vernos a través de los ojos de los demás: hablar con los otros,
interrogar a los otros.
Aun así, eso no es suficiente: primero hay que cuidar las cosas relativas al alma, como
el bien, la justicia, la bondad o el conocimiento. Pero eso todavía no es cuidar la psyché, el
alma, de donde emana, o no emana, el valor de todo lo demás. El alma se cuida
preocupándote por las cosas que te hacen bien. Debemos centrarnos en el cuidado de nuestro
ser y no de las apariencias, desmontando así las capas del ser.
De nuevo, en el “Mito de la caverna”, Sócrates no puede decir de sí mismo que haya
salido de la caverna ni que haya visto el “sol”, pero plantea la metáfora de “la línea”: hace
una distinción tanto el ámbito del conocimiento como el ámbito del ser, entre el mundo
inteligle y mundo sensible y en el tipo de conocimiento que tenemos de ambos.
A un lado está el ámbito de lo sensible, que se divide en, por un lado, las sombras y
reflejos, que se alcanzan mediante la imaginación y, por el otro, los objetos sensibles, de los
que tenemos distintas creencias que varían de unos a otros.
En el otro lado está el ámbito del conocimiento, es decir, el de las cosas pensables pero
no sensibles. Por un lado se da el ámbito del conocimiento de los entes matemáticos, ámbito
que Platón llama diánoia. Para el conocimiento de estos entes nos apoyamos muchas veces
en los entes físicos. Lo hacemos para facilitar la comprensión de sus propiedades. Por
ejemplo, un triángulo es un ente matemático pero cuando queremos conocerlo nos apoyamos
muchas veces en el dibujo de un triángulo en la pizarra. Sin embargo, lo que digamos sobre
los triángulos, si es verdadero, no lo es acerca del dibujo que hemos hecho, sino sobre un ente

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matemático que podemos conocer y comprender pero no sentir sensorialmente. Del
conocimiento de los entes matemáticos se ocupa la diánoia, la razón discursiva. Por el otro

lado, tenemos el conocimiento más puro, que será el de las Ideas, llegando a ellas a partir de
la nóesis, o razonamiento discursivo, es decir, que ya no te apoyas en los entes sensibles, sino
sólo en los que pueden ser pensados.

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