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SESIÓN DE PLATÓN 4/10/2019

CONTEXTO

Aristocles, más conocido como Platón, fue un filósofo, pensador, y matemático


nacido en Atenas en el año 427 a.C., que vivió hasta el año 347 a.C. Su visión de la
realidad y su pensamiento lo podemos enmarcar dentro del
sustancialismo/existencialismo. Es el padre del Idealismo por su sistema ontológico-
epistemológico que confeccionó durante su segunda etapa (la teoría de las ideas) pero
que analizó y criticó en su período de madurez.

El contexto en el que se desarrolla la obra de Platón es una época en la que la


polis toma como forma de gobierno la democracia, que sustituye a la aristocracia.
Atenas tuvo sus años de esplendor en los siglos IV y V a.C., bajo el gobierno de
Pericles. Sin embargo, cuando nace Platón, se inicia un lento declive debido a las luchas
políticas internas. En esta época se produce la Guerra del Peloponeso, que enfrenta a
Atenas con Esparta, y que concluye con la derrota de Atenas en 404 a.C., poniendo así
fin al imperialismo político y militar de Atenas en Grecia.

Platón vive, pues, una etapa de crisis, del declive de la polis ateniense, y, debido a
su interés por la política y por las facilidades con las que contaba (pues provenía de una
familia aristócrata), trató de tomar partido en la política, por medio de un sistema
filosófico centrado en la ontología. Hay quienes dicen que, en este contexto de devenir
de los valores, de injusticias ejercidas tanto por un bando político como por otro, Platón,
en un intento por aferrarse a algo incorruptible, formuló la Teoría de las Ideas para
alcanzar un Estado que se pudiera organizar justamente.

TEORÍA DE LAS IDEAS

Platón pretende conocer la realidad en sí misma. Para ello va a clasificarla en


función del conjunto de propiedades que hacen que una cosa forme parte de un grupo de
seres, y no de otro. Esta de serie de propiedades es la sustancia o eídos de una cosa.
Platón va a introducir una innovación en el concepto de sustancia con respecto al que se
había tenido en la tradición filosófica hasta entonces; reifica las sustancias, las ideas y
las va separar de los individuos. Estas entidades tienen una realidad propia y no
necesitan de objetos particulares para existir. Se crea, entonces, una relación de
participación entre los objetos particulares y aquellas sustancias independientes de las

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que dependen/participan dichos objetos materiales, sensibles. Por tanto, Platón distingue
dos realidades, dos reinos, dos mundos; el mundo inteligible (de las sustancias, de las
entidades que podemos pensar), y el mundo sensible (de la materia, que percibimos por
medio de los sentidos).

Al mundo inteligible, de las entidades independientes, le atribuye las


características de eterno, auténtico ser, perfecto, real y estable; es decir, la esencia. Por
otro lado, al mundo sensible le atribuye las contrarias: finitud, inestabilidad, cambio,
apariencia, imperfección y contingencia. El mundo sensible es, en realidad, una copia,
una imagen del mundo inteligible, en el que están las ideas, de las que participan todas
las cosas sensibles.

Platón se plantea cómo combinar el ser y el cambio. También nos señala una
particularidad de los seres animados en el Banquete; el Ἔρως. En este diálogo, cuyo
tema principal es el eros, participan varios comensales, entre ellos Sócrates, quien
afirma no conocer mucho acerca del tema. Lo que sí sabe es lo que le ha transmitido la
sacerdotisa Diótima de Mantinea. El erotismo no es solamente la atracción y apetito
sexuales, como hemos llegado a presuponer los mortales, sino que es todo aquello que
desea y pueden llegar a desear los seres animados. Y el deseo, según Platón, por
defecto, afecta a los seres que son imperfectos. Diótima de Mantinea también le revelará
a Sócrates el concepto de “cascada del ser”.

El ser humano desea muchas cosas distintas, en muchos momentos distintos, para
fines distintos pero, según Platón, existe una jerarquía en los deseos de los seres
humanos. Hay una especie de ascensión que va de lo particular a lo universal, de lo que
tiene menos ser a lo que tiene más ser.

Debemos matizar aquí la visión de Platón respecto a las cosas que deseamos. La
felicidad no depende solo de conseguir aquello que anhelamos, sino que hay que hacer
un ejercicio de educación de uno mismo para llegar a discernir, de entre todo lo que
queremos, qué es lo realmente bueno y lo que nos va a hacer bien. Esto es crucial, pues
supone hacer una depuración de lo que deseamos y no trae consigo nada bueno, pero
también acoger aquello que no queremos, que en primera instancia rechazamos, porque,
en realidad, podría suponer algo bueno para nosotros. Por ejemplo, de pequeños
rechazamos la verdura, mientras preferimos los bonys, cuando, si discerniéramos bien

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entre lo que es bueno y deseable, y lo que es malo e indeseable, preferiríamos la verdura
porque es más sana que los bonys.

Esta educación en el eros comienza por el deseo de un cuerpo bello, o de varios.


Después hay que ir aprendiendo a amar no solo el cuerpo, sino más bien el alma bella de
una persona. Más tarde, las instituciones bellas. Es importante que las polis estén
regidas por leyes bellas, así como es importante que un cuerpo esté regido por una bella
alma. Más arriba estarían los conocimientos. El alma humana ha de modificarse y auto-
transformarse a sí misma para ser capaz, no de amar lo sencillo, perecedero y particular
—el cuerpo—sino lo más difícil de amar: los conocimientos, imperecederos y
universales.

De los bellos cuerpos a las bellas ocupaciones, de las bellas ocupaciones a las
bellas ciencias, hasta que de ciencia en ciencia se llega a la ciencia por
excelencia, que no es otra que la ciencia de lo bello mismo, y se concluye por
conocerla tal como es en sí. (Platón, Banquete, página 350 de la edición de
Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid, 1871, versión PDF)

Esta jerarquía de objetos de deseos humanos ha de ser ascendida en orden, de la


manera correcta. Si el ser humano ha sido capaz de esto, puede alcanzar algo superior:
una suprema revelación.

El que en los misterios del amor se haya elevado hasta el punto en que estamos,
después de haber recorrido en orden conveniente todos los grados de lo bello y
llegado, por último, al término de la iniciación, percibirá como un relámpago una
belleza maravillosa, aquella ¡oh Sócrates!, que era objeto de todos sus trabajos
anteriores. (Platón, Banquete, 349c).

Esta suprema revelación es la Idea de Bien. Es καλὸς, es lo bello en sí, y es


también la causa de toda la belleza del resto de deseos en distintas proporciones. De ella
emanan el resto de deseos humanos a modo de manantial. De ahí la idea ontológica de
Cascada del Ser. Esta causa es el fin último que justifica y da motivo a todo lo demás.
Siempre existe, ni nace ni perece, ni crece, ni decrece. El ser humano, que es una copia,
nunca será capaz de ser igual que la Idea de Bien, su fin último es ser capaz de
contemplarla.

La contemplación de este gran tesoro solo se alcanza por medio de una revelación
divina. Sin esta revelación divina es imposible vislumbrar esto que es lo más bello y lo
bello en sí mismo. El alma humana, que proviene del mundo de las ideas, pretende

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volver a su lugar de origen, y debemos educarnos para llegar por el camino recto al fin;
la contemplación de la Idea de Bien.

En conclusión, en esta primera clase sobre la filosofía de Platón, vimos el esbozo


de la Teoría de las Ideas en su dimensión ontológica a través de la explicación que el
filósofo hace por medio de Sócrates del erotismo en el ser humano. Vemos cómo Platón
divide y separa el mundo sensible del inteligible y cómo el primero es una copia
corrupta del segundo.

Por José Barrancos Mesa (parte escrita) y Diego Jiménez Puchol (parte oral).

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