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Ficciones Resumen y Análisis "Pierre Menard,

autor del Quijote"

Resumen:
En "Pierre Menard, autor del Quijote", Borges plantea la posibilidad de que un
escritor, a principio del siglo XX, escriba una obra que sea idéntica, palabra a palabra,
al Don Quijote que Miguel de Cervantes escribió a principios del siglo XVII.
La obra comienza con el narrador, Borges, que critica una enumeración de las obras de
Pierre Menard que ha hecho Madame Henri Bachelier en un catálogo de literatura. A
partir de ese disparador, Borges enumera la obra visible de Menard. Esta consta de 19 ítems
(enumerados de a a s), entre los que figuran trabajos de poesía (sonetos, especialmente);
monografías sobre el lenguaje, la filosofía o la literatura; traducciones; prefacios, y hasta
una propuesta para modificar el juego de ajedrez (con su refutación incluída en el mismo
texto).
Sin embargo, lo que el narrador destaca de Pierre Menard es su obra “subterránea” e
“inconclusa”: la escritura del Don Quijote, de Cervantes, en pleno siglo XX. Al
respecto, indica que dos textos inspiraron este objetivo de escribir el Quijote en el siglo
XX: el primero es uno de Novalis, en el que el filólogo postula la total identificación con un
autor (como si Pierre Menard quisiera emular a Cervantes porque se identifica con él). El
segundo se trata del tipo de textos en que se coloca a un personaje de una novela de siglos
pasados en un contexto contemporáneo, como a Cristo en un bulevar o a don Quijote
en Wall Street. Pero nada de esto es lo que se propone Menard. Él no buscaba componer
un Quijote (es decir, un personaje que reuniera los rasgos del Quijote) sino que quería
componer EL Quijote (es decir, la obra de Cervantes, palabra por palabra, sin que fuera
una copia).
Para lograr su cometido, el primer método que imagina Menard es el de olvidar todo lo
acontecido entre 1602 y 1918 para poder ser él Cervantes y escribir como él. Pero
rápidamente descartó ese método por fácil. En verdad, el interés de su empresa no radicaba
en ser Cervantes, sino en escribir el Quijote en el siglo XX, siendo Pierre Menard. Esta
empresa tampoco le parece esencialmente difícil, pero reconoce que debería ser inmortal
para poder llevarla a cabo completamente. Así, ha logrado escribir los capítulos 9 y 38 de la
primera parte del Quijote, y ha dejado inconcluso el capítulo 22.
En este punto, el narrador cuenta a su lector que él se ha descubierto muchas veces leyendo
pasajes del Quijote tal como si los hubiera escrito Pierre Menard. Cuando le sucede eso,
encuentra la escritura de Menard mucho más sutil e interesante que la de Cervantes (aunque
la escritura es exactamente la misma). Por ejemplo, un pasaje sobre la verdad y la historia
que el narrador transcribe, en boca de Cervantes no parece más que un elogio retórico de la
historia, pero, puesto en boca de un autor francés en el siglo XX, ese mismo pasaje parece
asombroso, porque contradice todas las posturas doctas en relación a la historia y la verdad
que sostienen los sistemas del siglo XX. También la percepción de los estilos cambia
totalmente: lo que en Cervantes implica el uso cotidiano del español de su época, en
Menard se transforma en un estilo arcaizante y afectado.
Finalmente, el narrador elogia esta propuesta de Menard, a quien le atribuye haber
enriquecido el arte de la lectura con una técnica nueva: la del anacronismo deliberado y de
las atribuciones erróneas.

Análisis:
“Pierre Menard, autor del Quijote” es un relato fundamental para la crítica y la teoría
literarias que plantea la escritura hipotética del Don Quijote de Cervantes por un escritor
francés en el siglo XX. Mediante este juego irónico, que por momentos parece rayar lo
ridículo, Borges revisa y cuestiona algunos tópicos de los estudios literarios, especialmente
el estatuto del autor, el del lector y la noción de intertextualidad, es decir, las marcas que
aparecen en un texto y hacen referencia a otros textos de la cultura. Lo más interesante es
comprobar cómo Borges, escribiendo en 1940, se ha adelantado a muchas de las teorías
semióticas y literarias que comenzarían a desarrollarse en los años 60.
Desde la teoría de la recepción, Roland Barthes ha afirmado la muerte del autor. Esto
implica un cambio en la forma de abordar la literatura: no es importante ya comprobar
cómo la vida del autor se ha volcado a tal o cual novela, sino que interesa mucho más
indagar cómo un lector resignifica una obra al abordarla en su propio contexto cultural y de
vida. Así, esta idea de un Pierre Menard escribiendo palabra a palabra el Quijote, pero
dotándolo de otro sentido, puesto que él se encuentra en otra época, tres siglos después de
la publicación del Quijote, en verdad es el juego que hace Borges al interpretar
el Quijote en el siglo XX y cargarlo de sentidos que tienen que ver con su época y no con
la de Cervantes.
Por otra parte, la idea de “texto original” también es puesta en duda por este relato. El
“robo” en que incurriría Menard al hacer una cita textual del libro no le interesa a Borges.
Lo que él quiere destacar es esta forma que tiene Menard de “escribir su propia lectura”
del Quijote, que es totalmente distinta a la de Cervantes. Esto quiere decirle al lector una
cosa: existen tantos Quijotes como lectores del Quijote. Borges, que siempre se ha
considerado más lector que escritor, indica en este juego la superioridad que debería tener
la figura del lector frente a la del autor.
Existe otro juego propuesto por Borges en este relato: los capítulos que ha escrito Menard
son el 9 y el 38, no sin razón. En el capítulo 9 del Quijote, su narrador hace referencia al
problema de la autoría del texto. Cervantes, al escribir el Quijote, se propone como un
autor que lee unos papeles escritos por alguien más cuya historia se propone narrar. Así, el
lector se transforma en autor en la obra de Cervantes. Borges parodia en algún punto ese
procedimiento al transformar a su lector, Pierre Menard, en el autor del Quijote.
Con estos procedimientos, Borges cuestiona y rompe con la tradición cultural que otorga un
peso fundamental al autor y a la obra original, y prefigura, como se ha dicho al inicio, la
muerte del autor. Estas ideas que se han desarrollado en la segunda mitad del siglo XX y
para las que Borges fue un adelantado, han terminado por mostrarse ciertas y efectivas en el
panorama cultural del siglo XXI, donde la autoría no es el eje fundamental de una obra, y la
escritura colaborativa o por grupos de fans ha cobrado una relevancia insoslayable. En
palabras de Beatriz Sarlo, crítica literaria y cultural argentina,
Menard enriquece, por desplazamiento y anacronismo, los
capítulos del Quijote de Cervantes. Los hace menos
previsibles, más originales y sorprendentes. Borges
destruye, por un lado, la idea de identidad fija de un texto;
por el otro, la idea de autor; finalmente la de escritura
original. Con el método de Menard no existen las escrituras
originales y queda afectado el principio de propiedad sobre
una obra. El sentido se construye en un espacio de frontera
entre el tiempo de la escritura y el del relato, entre el tiempo
de la escritura y el de la lectura. La enunciación (Menard
escribe en el siglo XX) modifica el enunciado (sus frases
idénticas a las de la novela de Cervantes). (pp. 78-79)
De aquí se desprende un postulado fundamental para entender la literatura en la actualidad:
el sentido como una co-construcción entre lo que ha escrito el autor y lo que interpreta el
lector desde su propia vivencia, desde su propio sistema cultural.

Finalmente, cabe señalar que, para la construcción del relato, Borges utiliza un
procedimiento que ha desarrollado en toda su obra literaria: el de la cita fraguada o
inventada y la cita culta. El lector puede confundirse ante la profusión de referencias que
hace Borges a la cultura letrada. Muchas de esas citas son reales y efectivas, pero muchas
otras en verdad son una creación del escritor que sumen al lector en su juego ficcional.
Algo hay que comprender: en la narrativa de Borges ni una sola palabra está librada al azar,
y las citas y las referencias a otros autores y otros textos tampoco. Puede aventurarse que en
el mundo narrativo de Borges no hay diferencia entre realidad y literatura, y esto crea un
terreno fértil para las interpretaciones y para el descubrimiento del propio lector.
La excusa que encuentra Borges para construir este relato son las “imperdonables
omisiones y adiciones perpetradas por Madame Henri Bachelier en un catálogo falaz que
cierto diario cuya tendencia protestante no es un secreto ha tenido la desconsideración de
inferir a sus deplorables lectores” (p. 41). Ese catálogo merece una rectificación, y por eso
el narrador se propone enumerar la obra visible de Menard, pero también la invisible, oculta
e inconclusa, es decir, su proyecto de escritura del Quijote. En esta enumeración se
suceden los nombres y las obras de pensadores famosos a quienes Borges leía con
admiración, como Leibniz, John Wilkins o Quevedo, y entre ellos también coloca a
personajes de su propia invención, entre los que pueden mencionarse a Carolus Hourcade,
la condesa de Bagnoregio y Grabriele d’Annunzio. Así, las referencias cultas que realiza
Borges se entremezclan de forma orgánica con los personajes de su propia creación e
integran, en el conjunto, una estructura narrativa cohesiva y sólida que el lector debe
desentrañar.
Así como le escritura de Pierre Menard produce un borramiento de fronteras en el relato al
cuestionar la categoría de autor, ese mismo borramiento se produce entre las fronteras de la
realidad y la ficción a partir del tratamiento que hace Borges de las citas cultas y las
inventadas. Como él mismo nos deja entrever en los párrafos finales de su cuento, la
ambigüedad es una riqueza para la literatura.

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