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Buenos días, mi nombre es Paloma Segovia y voy a exponer la temática del yo del
escritor y el juego de la escritura en relación con la obra estudiada en clase: Don
Quijote de la Mancha. Me apoyaré en dos documentos extractos del libro, que
corresponden al prólogo y al capítulo noveno de la primera parte, así como de una
aportación mía que es el relato breve del gran escritor argentino Jorge Luis Borges
entitulado Pierre Menard, autor del Quijote, escrito en 1939 y publicado en su libro
Ficciones de 1944. Cómo es característico en Borges, en este texto su mundo narrativo
proviene de su biblioteca personal y de sus lecturas. Este texto se inscribe en esa línea
borgeana que trabaja con el apócrifo, el plagio y donde la erudición define la forma de
los relatos. Estos tres textos me permitirán construir una reflexión sobre los
fundamentos de la autoría artística. ¿De qué manera concibe Miguel de Cervantes la
idea de originalidad en la escritura? Para responder a esta problemática me centraré
primero en la burla de la erudición absurda que expresan estos dos autores en sus
textos, luego pasaré a hablar sobre el juego de autores y narradores de la novela, y para
concluir estudiaré el perspectivismo múltiple que en ella se crea.

No es una coincidencia que Borges utilice al icónico Quijote para declarar la


muerte del concepto de autor en la literatura. Su relato narra el proyecto disparatado
de un loco de la lectura como lo fue el Quijote: Pierre Menard, quien se propone
reescribir el Quijote palabra por palabra pero sin copiarlo. Esta empresa absurda sin
embargo es descrita con admiración por el narrador cuya voz asume Borges. El
laborioso ejercicio recae finalmente en el plagio, lo que no obsta para que Borges
afirme que “los capítulos escritos por Menard son infinitamente más ricos que los
redactados por Cervantes”. De manera tal vez más sutil y moderna, el texto de Borges
contiene en realidad el mismo argumento que Cervantes en su prólogo, que, dicho de
manera simplista, es este: el saber pertenece a todos y es absurdo querer apropiarselo.
Cervantes se ve conflictuado al no poder dar a su libro el formato erudito y pretensioso
que tenían hasta los libros más “fabulosos y profanos” del siglo de oro español, cundido
de libros de caballerías, en los cuales toda ocasión es aprovechada por sus autores de
pacotilla para lucir su cultura, pretensión elitista y bastante ridícula. Pero Cervantes
dice ser “poltrón y perezoso de andar[se] buscando autores que digan lo que [él se
sabe] decir sin ellos”. Un amigo de Cervantes lo encuentra en este dilema y lo convence
en un diálogo burlesco y satírico (“Ovidio os entregará a Medea”) de, al contrario,
volver su libro “una invectiva contra los libros de caballerías”. Lo invita también a
copiar descaradamente, a profanar la biblia y dice incluso que “cuanto [la imitación]
fuere más perfecta, tanto mejor será lo que escribiere”, incitándolo a engañar al lector
de libros de caballerías que seguro ni se percatará de la broma. Ciertamente, el Quijote
es es una parodia de tales libros. Para ello, se siguen los modelos literarios del género
parodiado, a la vez que se ridiculizan las invenciones disparatadas de muchos de ellos.
Pero más que la famosa invectiva contra los libros de caballerías que Cervantes asume
explícitamente, interesa esta otra confesión que el escritor pone en boca del supuesto
amigo con quien dialoga: “Procurad también que, leyendo vuestra historia, el
melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto
no se admire de la invención, el grave no la desprecie ni el prudente deje de alabarla.”
Con lo cual Cervantes se muestra convencido de la polisemia y la universalidad de su
obra, que él dirige a todos los tipos de lectores posibles. Porque él sabe que su novela
reúne tal riqueza y complejidad que puede ser entendida en varios niveles, desde su
consideración como un libro ameno y divertido hasta su interpretación como un canto
a la libertad, o como una burla del idealismo humano, pasando por el deleite de su
ironía amarga. Ironía que de hecho está presente en muchos niveles, incluso el de la
narración y perspectiva de la obra.

El artificio narrativo en que se sustenta la construcción del Quijote no sólo es


irónico pero es también extraordinariamente complejo y fértil. En los primeros
capítulos, del 1 al 8, el Quijote es ya ‘un cuento en un cuento’, pues el ‘autor’ aparece
como un investigador que recoge datos sobre la historia de don Quijote en los archivos
de la Mancha. Ya al final del capítulo 8 se descubre la existencia de dos ‘autores’
cuando descubrimos en sus palabras que el capítulo del vizcaíno está inconcluso. El
arificio narrativo se complica aún más en el capítulo 9. Cervantes utiliza el
procedimiento del manuscrito encontrado: no sólo inventa un historiador moro al que
atribuye la autoría de la obra, si no también un traductor que la vierte al castellano.
Cervantes se sitúa entonces él mismo -o más bien, su figura también ficcionalizada-
como ‘segundo autor’ que entrega dicha historia a los lectores, pues le parece “cosa
imposible y fuera de toda buena costumbre que a tan buen caballero le hubiese faltado
algún sabio que tomara a cargo el escrebir sus nunca vistas hazañas” (1,9). La técninca
del manuscrito encontrado también tiene aquí la función de parodiar los libros de
caballerías cuya autoría era atribuida a encantadores y magos de la antigüedad.
También sirve para dar mayor ilusión de verdad a los hechos de don Quijote. En la
segunda parte, incluso los lectores quedan ficcionalizados, pues algunos personajes de
ella ya han leído la primera parte. De donde concluímos que la omnisciencia y libertad
del narrador son inmensas, ya que conoce de antemano toda la historia por la lectura
de su traducción.

En este juego de autores y narradores, en el que se combinan todas las voces de


los diferentes autores por cuyas manos ha pasado el Quijote e incluso los consejos de
un supuesto amigo del Cervantes ficticio (como lo vemos en el prólogo), además del
punto de vista de este o aquel personaje, notamos que la inmensa libertad creadora
preside todo el proceso de escritura y está ligada al complejo perspectivismo múltiple:
¿Quién garantiza la fidelidad de la traducción del moro si, como dice el segundo
narrador, es verdadero como historiador y mentiroso como árabe? ¿Quién garantiza la
fidelidad de la traducción del morisco? Por eso abundan en el texto los comentarios,
notas y quejas de los tres: moro, morisco y cristiano. Todas estas ambigüedades son
hábilmente manejadas, ya sea con el fin de salvar la verosimilitud de lo narrado, ya sea
como vehículo para el despliegue de la ironía y el humor, o bien para complicarlo todo
aún más, al punto que en ciertos momentos se crean nudos de contradicciones y
desmentidos en los que participa hasta el mismo Don Quijote que termina por tomar la
palabra y contar él mismo sus hazaña,s cómo bien lo ilustra esta frase que él
pronuncia: “Digo que dicen que dejó el autor escrito...” (II, 12). Como acabamos de ver,
el perspectivismo múltiple enriquece toda la novela, nunca sujeta a un único y limitado
punto de vista. La voz del narrador se complementa con las visiones de cuantos han
intervenido en el proceso narrativo. Además, el relativismo invade todos los aspectos
de la narración. Ya en los primeros capítulos se descubre esta diversidad de
perspectivas. En I,2 se dice que unos afirman que la primera aventura de Don Quijote
fue la de Puerto Lápice, otros que fue la de los molinos de viento, y, sin embargo, la
primera a ventura fue que aquel día no sucedió nada. Esto también es visible en la
polinomasia de los personajes: por ejemplo el hidalgo es llamado Quijada, Quesada,
Quejana, Quijana y Alonso Quijano entre otros según quién lo nombre.

¿Cómo concibe Cervantes la idea de originalidad en la escritura? Sin duda alguna


de manera revolucionaria y muy avanzada para su época. Cervantes, que tanto batalló
en el gremio de literatos de sus tiempos, cambia por completo la visión del objetivo de
la literatura al poner los cimientos de una literatura accesible a todos y donde el yo del
autor se presenta como un amigo del lector dispuesto a contarle una buena historia, y
ya no más como un ser frío y lejano que quiere más que nada presumir su erudición. Su
obra es un canto a la libertad del escritor, que imagina ficciones solo sujetas a leyes de
coherencia artística. Borges devuelve con el debido humor y sutileza un homenaje a
Cervantes, inventor de un género nuevo y libre, en el cual se cumple como única regla
la de transgredirlas todas. Porque gracias a la lectura de libros de caballerías, el
hidalgo Alonso Quijano decidió convertirse en don Quijote. Con sus andanzas
caballerescas se escribió la más grande novela de todos los tiempos. Y con la vida del
hidalgo que nace de los libros y muere en un libro, llegó también la gloria para su
autor.

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