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Colonización en el “Paraíso del diablo” .

“Perdón, comprendo el estigma que me lanzas, fui un paraíso para la raza indígena, una
patria no muy buena para el caboclo. Soy hombre viril, pero tú, el explorador moderno, vive
este infierno verde, yo respondo a la violencia de los que me han usurpado, de los que me
han violado, oh infeliz invasor”.1

En 1746, Charles de La Condamine naturalista francés, publicó los hallazgos de una


expedición al Amazonas entre los cuales está la primera descripción en Europa del curare
preparado por muchas tribus amerindias, así como el descubrimiento de la quinina y el
caucho (Hevea Brasiliensis) o el - “árbol que llora” - . Con ello anuncia la explotación de la
goma elástica que invadirá a la Amazonia a partir de la segunda mitad del siglo XIX,
convirtiéndola en la fuente de este “oro verde” para el mundo imperial europeo y
norteamericano.

1 Alberto Rangel, Inferno verde: cenas e cenários do Amazonas (Manaos: Editorial Valer, 2001
De la conquista a la colonia, y de esta a la vida republicana, la Amazonia ha sido una fuente
recurrente de recursos con valor de cambio en los mercados internacionales: oro, caucho,
quina, drogas do sertão, castaña, maderas, pieles, plumas, fauna viva, y desde el siglo XX
materias primas estratégicas como petróleo, bauxita y mineral de hierro. Todas estas
economías, ligadas a la expansión de la frontera agrícola y pecuaria a costa de la selva, le han
dejado a la gran región unas poblaciones migrantes cautivas en su pobreza y unas poblaciones
ancestrales desarraigadas y violentamente privadas de sus culturas y de sus esperanzas.

La producción del caucho introdujo cambios monumentales a nivel mundial ya que se


convirtió en una mercancía en la cual giran en torno la vida y la historia. Particularmente en
Colombia, en la región del Putumayo y Caquetá, el progresivo desplazamiento de su
actividad extractiva a través de plantaciones dominó el paisaje material y simbólico de la
Amazonía estructurando un ambiente de conflicto y violencia.

La vinculación de la Amazonía a la economía mundo del siglo XX a través de la extracción


de caucho condicionó la delimitación de las fronteras de Brasil, Perú y Colombia. “La
Fiebre del Caucho” y la historia de las plantaciones tuvo un impacto demográfico tal que se
habla de “holocausto en el amazonas”; de aquí la transformación del paisaje material. Por
otra parte, la huella en lo que llamaremos el paisaje simbólico o el imaginario geográfico
lo abordaremos desde los relatos sobre el epistemicidio del pensamiento popular de los
pueblos amazónicos y narraciones sobre el “infierno verde” y el “paraíso del diablo”.

La región ha vivido cuatro bonanzas que han alterado su población y sus ecosistemas y han
generado colonización y violencia. La primera, la del caucho, que tuvo dos momentos: entre
1890 y 1920, y luego, a mediados de los años cuarenta del siglo pasado, como producto de la
demanda de la posguerra. De 1904 en adelante fue el Putumayo teatro de los más atroces,
vergonzosos y repugnantes crímenes que registra la historia y del ultraje más infame a la
civilización. Ciertamente, la invasión del Putumayo fue adelantada por la Casa Arana por
medios violentos: “El territorio dominado por la empresa, llamado el “territorio” de la
compañía de la “Casa Arana Hermanos” y más tarde, Peruvian Amazon Co., estaba
comprendido entre los ríos Igara-Paraná, el Cará-Paraná y el Pupuña, afluentes del Putumayo
y desde este río hasta el Caquetá. En el Libro Rojo del Putumayo se afirma que “la zona en
donde Arana Hermanos llevaron a cabo sus infames operaciones comerciales abraza de diez a
doce mil millas cuadradas ``.(Gómez L.,Augusto,2014)

Como la fiebre del caucho se extendió en el alto Amazonas, los caucheros establecieron
“barracones”, “depósitos” o “colonias” en las riberas del Putumayo, lo mismo que en muchos
de sus afluentes y “sedujeron o intimidaron a sus indios para que trabajaran para ellos”. A
fines del siglo XIX y comienzos del XX, como producto del auge mundial de las gomas
elásticas, se formó una frontera de contacto transnacional donde habitaban grupos nativos
convertidos en peones, comerciantes y patrones de caucho y una creciente multitud de cuasi
agentes estatales que, en no pocas ocasiones, eran una mezcla de comerciantes investidos de
funcionarios aduaneros, negociantes habilitados como agentes diplomáticos y consulares o
trabajadores que según la necesidad actuaban como soldados, todos compitiendo en medio de
un torbellino económico de dimensión mundial, (Gómez L.,Augusto, 2014)

Las caucherías, estudiadas por Roberto Pineda, Camilo Domínguez y Augusto Gómez, si
bien no generaron asentamientos estables, sí dieron pie a la ampliación de la frontera agraria
y más exactamente a la extensión del territorio nacional: “La ausencia de delimitación
territorial constituyó una de las condiciones de la prosperidad del lucrativo negocio de
extracción, transporte y comercio de caucho ya que en este periodo de cambio de siglo,
cuando toda la Amazonia se incorporó a esta empresa, el escenario de los principales frentes
extractivos coincidía con zonas fronterizas en disputa, que al carecer de dueño y de
jurisdicción fueron los espacios ideales para el desprecio de controles estatales casi
inexistentes y por tanto para la maximización de los beneficios de los patrones, las casas
comerciales y los exportadores. En cierto sentido, las borrosas fronteras donde se extraía el
caucho eran tierras de todos y de nadie, propicias para la evasión fiscal, para el
desconocimiento de los mínimos derechos de los indígenas”.(Echeverry, Juan Alvaro, 2008)

“Los primeros años del siglo XX se caracterizaron por la lucha


entre caucheros colombianos, peruanos y ecuatorianos por la mano
de obra indígena y por el territorio; sus enfrentamientos
afectaron la actividad cauchera en momentos de altos precios. Los
caucheros utilizaban no solo la mano de obra indígena cercana a
las agencias sino que trasladaban a distintos grupos indígenas de
su hábitat natural y los sometían a abusos inhumanos, lo que llevó
a la desaparición de innumerables comunidades. Las denuncias
internacionales condujeron a un juicio contra la Casa Arana, al
mismo tiempo que terminaba el auge del caucho amazónico porque
había sido reemplazado por la goma de Ceilán y Malasia. El fin del
caucho trajo enormes problemas porque los caucheros eran los
dueños de fundos dedicados a actividades agropecuarias y
extractivas complementarias o vitales para la cauchería
−aguardiente de caña, harina de yuca, carne, leña−, lo que permitía
reducir costos de importación de las casas de Iquitos. Esa crisis y
el desacuerdo de los loretanos con el acuerdo limítrofe pactado
por Perú y Colombia en 1922 dieron origen a la toma de Leticia que
originó el conflicto peruano-colombiano . El conflicto binacional luego de
la toma de Leticia suscitó estrategias de defensa de la soberanía. Del lado colombiano hubo
un estímulo militar de la colonización con la fundación de baluartes, el fortalecimiento de
poblaciones y la construcción de vías. Se fortalecieron los poblados de Puerto Leguízamo,
que había sido fundada en 1924 sobre el río Putumayo como colonia penal y agrícola de
Caucayá; La Tagua, fundada en 1932 sobre el Caquetá, que era un sitio de almacenamiento
de todo el caucho que se extraía en ese río; y de Tres Esquinas, en 1893. Las vías que se
utilizaron y mejoraron fueron: la trocha de la Tagua para que la tropa llegara a la frontera a
enfrentar a los peruanos y que también comunicó el interior del país con su zona limítrofe con
el Perú. También se construyeron las carreteras entre Pasto y Puerto Asís, que se habían
comenzado en 1931, de Pasto a Mocoa para unir el interior del país con la llanura amazónica,
y de Mocoa a Puerto Asís. Los desarrollos viales generaron la colonización de los alrededores
de Mocoa y de la zona de Villa Garzón y Puerto Umbría.El conflicto tuvo enormes efectos
sobre la población indígena de la región, la uitoto en particular, que fue reclutada por los
ejércitos peruano y colombiano, concentrada en guarniciones fronterizas como las de
Tarapacá y Güepí, lo que dispersó los diferentes grupos, generó enfrentamientos de miembros
de una misma comunidad y acentuó la extinción iniciada por la Casa Arana. (Ramirez,
Socorro, 2008)

“La victoria de Colombia pone fin a la inmisericorde explotación peruana del indígena. Pero
no trae consigo la reparación ni la justicia. Tampoco acaba con la práctica del endeude contra
indígenas y colonos. Al contrario, Julio César Arana nunca repara o paga los crímenes
cometidos, lo que sí hace es reclamar y recibir, a manos del presidente peruano Leguía, título
de propiedad sobre 57.740 km2 para legalizar la ocupación de hecho que realizó de manera
fraudulenta en el Putumayo y donde cometió una cantidad incontable de crímenes, obtener
esta propiedad fue la razón fundamental por la que hizo todo lo posible para dilatar la entrada
en vigor el Tratado de Salomón – Lozano” (Uribe Mosquera, 2010)

Una vez entra en vigor dicho Tratado, Arana pide al gobierno colombiano que sea
indemnizado por habérsele invadido su “propiedad” por el gobierno colombiano, y pide cerca
de 104 millones de libras esterlinas. En 1939 las partes acuerdan una compensación de
200.000 dólares, de los cuales se entregan directamente a Arana 40.000 y luego 160.000
dólares a sus familiares en 1969. Esto sucedió sin que nadie del gobierno colombiano
controvirtiera la forma como se obtuvo el título, reclamara sobre los homicidios cometidos, ni
se pensara en alguna reparación por parte del gobierno peruano por las masacres cometidas.
Por su parte, el gobierno colombiano asume la propiedad de los territorios “cedidos” por
Arana y se los asigna a la Caja Agraria, antecesora del Banco Agrario. En 1988 e, Instituto 39
Colombiano de la Reforma Agraria constituye el resguardo Predio Putumayo con una
extensión de 5.818.702 hectáreas para una población de 2.067 familias conformadas por
10.335 personas de los pueblos uitoto, bora, muinane, miraña y okaina, sobrevivientes de las
masacres perpetradas por los caucheros. (Ministerio del medio ambiente, vivienda y
desarrollo territorial, 2006)

“Para mí selva y magia se confunden. Es el ambiente de lo inesperado, de la traición, de lo


inextricable, y sombrío. Bajo el techo vegetal sin fin se avanza en la penumbra de un mundo
cuasi cavernario, sin frente ni espalda, sin derecha ni izquierda: inagotable sucesión de troncos,
de bejucos, de intrincada maleza, de arroyos y pantanos, igual acá, igual allá, igual en todas las
direcciones, hasta producir el vértigo de la indeterminación espacial y de la indefinición de los
seres [...] la naturaleza es [en la selva] un conjunto de fuerzas enemigas, circundantes e
invisibles, diabólicas: un mundo mágico al que es necesario contrarrestar o hacer propicio por
medio de entes ocultos, el fetiche, el talismán, el rito misterioso o el rezo de la virtud arcana.”
(López de Mesa, Luis) (1970)
Roger Casement calificó a los agentes de la Casa Arana como “hombres asesinos y
torturadores de profesión”, cuyas fortunas crecían en la medida de sus crímenes. Estos
hombres se hallaban aprovisionados “del armamento necesario para reducir a los indígenas a
una obediencia basada en el terror”, que “puso en sus manos a tribus enteras a las que tenía
gran interés en aterrorizar”.

La trasescena de estos eventos atroces se forja en la experiencia colonial: “ La difusión


de la quina y de nuevas armas −fusiles de repetición− les permitió
a los europeos instalarse en las riberas de los grandes ríos −como
el Congo− y sujetar con las armas a los pueblos nativos. Pero el
proceso no sería lineal y las enfermedades, las fiebres, los
imaginarios sobre los nativos como “caníbales”, entre otros
aspectos, fomentarían las ideas en torno a la influencia negativa del clima sobre la
mentalidad europea, promoviendo incluso una especie de delirio de su mente” (Pineda
Camacho, Roberto, 2008)

“En la perspectiva del novelista, la idea del Amazonas como un “infierno verde” no es la
misma que las de los ideólogos del colonialismo africano; para Rangel esta expresión
significa que las relaciones sociales entre los hombres en la época del caucho son similares
metafóricamente a algunas relaciones biológicas que se dan en la selva, por ejemplo a las de
ciertas plantas parásitas que terminan engullendo a sus árboles huéspedes”. (.(Echeverry,
Juan Alvaro, 2008)

La selva/salvaje se asocia pues al infierno. Allí, los desafortunados que descienden a sus
profundidades tienen la impresión de internarse en un inframundo siniestro, en el “corazón de
las tinieblas”, donde la gente queda “enterrada en vida”. Y el infierno, un espacio sin tiempo,
de encierro y de tortura, es el arquetipo de la prisión. Allí caemos impotentes en las garras de
un poder totalizante, compulsivo e irracional que transforma tanto a verdugos como a
prisioneros. En aquel lugar, todo vale: la prisión es un ámbito que deshumaniza, imponiendo
el terror y la mezquindad. De esta manera, “la ley de la selva se los traga a todos”: incluso al
blanco civilizado, al “caballero virtuoso”, al visionario que al entrar en la selva cae preso de
su irracionalidad y de las pesadilla febriles que la jungla misma suscita. El visitante se
arriesga a perder la cabeza, pues se transforma también en salvaje. Así lo describe José
Eustasio Rivera, en palabras de su personaje Clemente Silva en La Vorágine, recordando el
papel que tienen en ello las legendarias riquezas que allí se encierran:
“La selva trastorna al hombre, desarrollándole los instintos más inhumanos: la crueldad invade las
almas como intrincado espino y la codicia quema como fiebre. El ansia de riquezas convalece al
cuerpo ya desfallecido, y el olor del caucho produce la locura de los millones.” (Rivera, 1924)

A la crisis de la economía del caucho siguió un proceso de retracción demográfica,


económica y social que se sintió especialmente en las zonas de frontera. Pueblos fronterizos
como Remate de Males o Caballococha, cercanos a Leticia y Tabatinga, en el actual Trapecio
Amazónico fueron prácticamente abandonados luego de que llegaron a concentrar una
población flotante de más de 20.000 personas vinculadas al comercio de las gomas al final
de la primera década del siglo XX”. (De acuerdo con las cifras de Anisio Jobim de su artículo
“Panoramas amazónicos: Codajas”, Revista do Instituto Geographico e Historico do
Amazonas ,1934)
Referencias

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Steiner Sampedro, Claudia; Páramo Bonilla, Carlos; Guillermo, y Pineda Camacho, Roberto

(2014) El paraíso del diablo: Roger Casement y el informe del Putumayo un siglo

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Uribe Mosquera, T. (2014). Caucho, explotación y guerra: configuración de las fronteras

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de https://revistas.javeriana.edu.co/index.php/memoysociedad/article/view/8303

Zárate Botía, Carlos. (2008). Silvícolas, siringueros y agentes estatales: El surgimiento de

una sociedad transfronteriza en la Amazonia de Brasil, Perú y Colombia. Universidad

Nacional de Colombia.

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