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Esquema del programa

1. Presentación (yo inicio)


a. Saludo de bienvenida:
¡Hola, buenas tardes! ¡Bienvenidos a “Abriendo espacios”! Estamos en los
107.9 FM y 630 AM. ¡Chicos, bienvenidos! Un saludo a todos los que nos
escuchan en la tranquilidad de su hogar y a los que, por alguna razón, están
indispuestos o mal de salud. Desde aquí les enviamos un caluroso saludo y
nuestro deseo de que pronto se recuperen. Dios y Nuestra Madre Santísima
los acompañen.

b. Identificación de los conductores del día


Hoy nos acompañan: Ricardo, Acker, Vale y Mathías.

2. Desarrollo del programa:


a. Introducción:

Ricardo:
Empieza Ricky: Buenas tardes, amigos… Hoy 20 de setiembre...
queremos darles la bienvenida a un nuevo lunes, una nueva semana,
con las energías renovadas y si aún falta renovarlas, desde aquí los
animamos para que reorienten sus objetivos.
¿Cómo sigues, Acker? ¿Estás mejor?

Acker:
Dices algo gracioso...

Mathías:
Dices igual, algo gracioso… coméntanos algo…

b. Presentación:

Ackerley
Hoy seguimos con León Tolstoi, el maestro de la ficción realista, uno
de los más grandes novelistas del mundo, por eso es más conocido por
dos largas novelas, Guerra y Paz (1869) y Anna Karenina (1877).
Sin embargo, tiene muy buenos cuentos, a los que nos estamos
dedicando aquí desde el lunes pasado.
c. Conversatorio

Valeria:
Gracias, Acker. Ahora, fíjense, queridos seguidores y oyentes. El
cuento de Tolstoi, que es tema de nuestro programa, se titula “¿Cuánta
tierra necesita un hombre?”
Al igual que el cuento que les contamos el lunes anterior, este los
dejará pensando y, espero que también los haga reaccionar: ¿cuánto
necesitamos para sentirnos satisfechos?

Ricardo:
Muy buena pregunta. A veces nos pasamos mucho tiempo anhelando
cosas y a lo mejor podemos ser felices con lo que tenemos. ¿Por qué
siempre estaremos soñando con tener más? ¿Será que así es el ser
humano en general o solo les pasa a algunos?

Acker:
O, mejor, ¿qué hacer para no estar en ese plan de querer más y más y
más?

Mathías:
Estos pensamientos a veces generan ansiedad… creo que podríamos…

Valeria:
¿Qué buena idea!
Voy a empezar con el cuento, ¿les parece?
Resulta que un día, un campesino de nombre Pahom estaba pensando
en que la vida de los campesinos es triste, pues trabajan mucho las
tierras de otros y ellos, en cambio, deben morir sin nada, sin ser
propietarios de nada y pobres.
Así como suele ocurrir, justo por esos días, una terrateniente decidió
vender sus tierras. Un vecino dijo que las compraría. Entonces él dijo:
“yo también quiero”. Habló con su esposa para decirle lo que estaba
sucediendo y sus deseos. Sacaron la cuenta de lo que tenían para
comprar y se dieron cuenta de que les faltaba mucho. Vendieron un
potrillo y la mitad de sus abejas. Contrataron a uno de sus hijos como
peón y pidieron anticipos de lo que le pagarían. El resto se lo pidieron
prestado a un cuñado. Después de eso, Pahom escogió una parcela de
veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la
compra. Pidieron semillas prestadas y obtuvieron una buena cosecha.
Se sentía muy satisfecho. Luego pidió semilla prestada y le fue muy
bien. Obtuvo una muy buena cosecha.

Pero...
Acker:
No me digas que… ¿quiso más?

Mathías:
Sí, quiso más. ¡Nooooooo! Seguro que al final van a decir que perdió
todo.

Valeria:
Quién sabe.

Ricardo:
Si yo estoy satisfecho con lo que tengo, por más que me digan que
puedo tener más, no desearía lo que no tengo. Me contentaría, siempre
y cuando sea bueno y yo esté bien.
Ya saben lo que dice el viejo y conocido refrán: “Más vale pájaro en
mano que cientos volando”, ¿no?

Valeria:
Vamos a ver qué sigue, ¿les parece?
Después de un año ya había terminado de pagar todas sus deudas.
Pahom se sentía orgulloso con sus tierras. Sentía que lo tenía todo.
Estaba realmente satisfecho, pero un día vino un hombre. Pahom le
preguntó de dónde venía, y el forastero respondió que venía de muy
lejos, de un lugar llamado el Volga, donde había estado trabajando. Una
palabra llevó a la otra, y el hombre comentó que había muchas tierras
en venta por allá, y que muchos estaban viajando para comprarlas. Las
tierras eran tan fértiles, aseguró, que el centeno era alto como un
caballo, y tan tupido que cinco cortes de guadaña formaban una villa.
Comentó que un campesino había trabajado sólo con sus manos y
ahora tenía seis caballos y dos vacas.

Ricardo:
Y entonces Pahom quiso esas tierras.

Acker.
Pero es que el ser humano, en general, siempre tiene ambiciones, ¿no?
Tener ambiciones no es malo, ¿no?, ¿o sí?
Mathías:
Yo creo que no está mal tener ambiciones. (Si quieres añades más)

Ricardo:
Yo creo que si ya empieza a quitarte la vida y la tranquilidad ya está
mal. Al final pierdes la vida porque nada te satisface. Bueno, eso es lo
que creo. (Puedes decir lo que tú crees, Ricardo).

Valeria:
Verán, Pahom decidió que tenía que irse para allá. Ahora su anhelo era
mudarse a ese otro pueblo. Vendió todas sus tierras, su casa y su
ganado, y obtuvo buenas ganancias. Cuando llegó a ese nuevo pueblo
notó que todo lo que había dicho el campesino era cierto, y Pahom
estaba en mucha mejor posición que antes. Compró muchas tierras
arables y pasturas, y pudo tener las cabezas de ganado que deseaba.
Pahom se sentía complacido, pero cuando se habituó comenzó a
pensar que tampoco aquí estaba satisfecho. Quería sembrar más trigo,
pero no tenía tierras suficientes para ello, así que arrendó más tierras
por tres años. Fueron buenas temporadas y hubo buenas cosechas, así
que Pahom ahorró dinero. Podría haber seguido viviendo
cómodamente, pero se cansó de arrendar tierras ajenas todos los años,
y de sufrir privaciones para ahorrar el dinero.

Ricardo:
Nooooooooooo… ¡pobre hombre! Ya eso es triste, ¿no? No contentarse
con nada.

Acker:
Lo mismo pensé. Eso ya es triste, realmente. Dicen que suspiró
pensando:
“Si todas estas tierras fueran mías, sería independiente y no sufriría
estas incomodidades.”

Mathías:
Entonces estaba incómodo. Si no estaba cómodo sí debía seguir
buscando estar mejor.

Valeria:
Tienes razón, Mathías, pero no olvides que con la primera compra ya
estaba bien. Yo creo que no debió mudarse porque le estaba yendo
bien.
Ricardo:
Cierto… Bueno, ¿y entonces qué pasó?

Valeria:

Un día un vendedor de bienes raíces, que pasaba por ahí, le


comentó que acababa de regresar de la lejana tierra de los
bashkirs, donde había comprado seiscientas hectáreas por solo
mil rublos.
—Solo debes hacerte amigo de los jefes -dijo- Yo regalé como
cien rublos en vestidos y alfombras, además de una caja de té, y
ofrecí vino a quienes lo bebían, y obtuve la tierra por una bicoca.
“Vaya -pensó Pahom-, allá puedo tener diez veces más tierras de
las que poseo. Debo probar suerte.”
Pahom encomendó a su familia el cuidado de la finca y emprendió
el viaje, llevando consigo a su criado. Pararon en una ciudad y
compraron una caja de té, vino y otros regalos, como el vendedor
les había aconsejado. Continuaron viaje hasta recorrer más de
quinientos kilómetros, y el séptimo día llegaron a un lugar donde
los bashkirs habían instalado sus tiendas.

Mathías:
Aquí viene la moraleja. Estoy seguro de que aquí viene la
moraleja. Quiero continuar, por favor, Valeria, continúo yo.

En cuanto vieron a Pahom, salieron de las tiendas y se reunieron


en torno al visitante. Le dieron té y kurniss, y sacrificaron una
oveja y le dieron de comer. Pahom sacó presentes de su
carromato y los distribuyó, y les dijo que venía en busca de
tierras. Los bashkirs parecieron muy satisfechos y le dijeron que
debía hablar con el jefe. Lo mandaron a buscar y le explicaron a
qué había ido Pahom.

El jefe escuchó un rato, pidió silencio con un gesto y le dijo a


Pahom:

—De acuerdo. Escoge la tierra que te plazca. Tenemos tierras en


abundancia.

—¿Y cuál será el precio? -preguntó Pahom.


—Nuestro precio es siempre el mismo: mil rublos por día.

Pahom no comprendió.

—¿Un día? ¿Qué medida es ésa? ¿Cuántas hectáreas son?

—No sabemos calcularlo -dijo el jefe-. La vendemos por día. Todo


lo que puedas recorrer a pie en un día es tuyo, y el precio es mil
rublos por día.

Pahom quedó sorprendido.

—Pero en un día se puede recorrer una vasta extensión de tierra -


dijo.

El jefe se echó a reír.

Ricardo:
¡Hala! Qué fea risa… Es una risa malévola porque el campesino
no había dicho nada gracioso.

Acker:
Creo que ya veo por donde va...

Mathías:
Exacto, aquí vemos cómo es que va a terminar el cuento.

Valeria:
Pues sí.
Presten atención a lo que continúa.
El hombre que soltó la carcajada le dijo que sí, todo lo que recorriera
sería suyo. Pero le puso una condición: Le dijo que si no regresaba el
mismo día al lugar donde comenzó, perdería todo el dinero.

Mathías:
Pero, un momentito, ahí había trampa… porque, ¿cómo iba a señalar el
camino que había seguido?
Valería:
Muy bien, Mathías, estás muy atento…
Eso mismo le preguntó Pahom, y esto fue lo que le contestó:
le dijo que irían juntos a cualquier lugar que el decidiera y
que allí se quedarían. Pahom comenzaría desde ese sitio y
emprendería su viaje, llevando una azada consigo. Así,
donde lo considerara necesario, dejaría una marca. En cada
giro, le pidieron que cavara un pozo y apilara la tierra; luego
se irían con un arado de pozo en pozo. Le dieron libertad
para que hiciera el recorrido que quisiera. Lo único que le
pidieron fue que debía volver al mismo punto de inicio antes
de que se pusiera el sol. De lo contrario, ya saben, perdería
todo.
Pahom estaba recontra emocionado. Decidió comenzar por
la mañana. Charlaron, bebieron, comieron más oveja y
bebieron más té, y así llegó la noche. Le dieron a Pahom una
cama de edredón, y los bashkirs se dispersaron,
prometiendo reunirse a la mañana siguiente al romper el alba
y viajar al punto convenido antes del amanecer.

Ricardo:
Se va poniendo interesante, pero, como dijo Mathías, creo que ya sé lo
que va a pasar, nada más que no lo digo para no quitarle el suspenso al
momento.

Valeria:
No coman ansias…

Pahom, a pesar de todas las comodidades en su cama, no


pudo dormirse. No dejaba de pensar en su tierra.
“¡Qué gran extensión marcaré! -pensó-. Puedo andar
fácilmente cincuenta kilómetros por día. Los días ahora son
largos, y un recorrido de cincuenta kilómetros representará
gran cantidad de tierra. Venderé las tierras más áridas, o las
dejaré a los campesinos, pero yo escogeré la mejor y la
trabajaré. Compraré dos yuntas de bueyes y contrataré dos
peones más. Unas noventa hectáreas destinaré a la siembra
y en el resto criaré ganado”

Mathías:
¿Se dan cuenta?
¿Cuándo los días han sido más largos?
Y voy a repetir el viejo y conocido refrán: Más vale pájaro en mano que
cientos volando.

Acker:
Sí, pues, aún no tiene las tierras y ya está soñando con ellas y con lo
que vendrá después.

Valeria
Así es, queridos amigos… las cosas se van a tornar algo
incómodas.
Al amanecer, Pahom se levantó, les avisó a los bashkirs y se
fueron algunos a caballo, otros en carros.
Pahom iba en su carromato con el criado, y llevaba una
azada. Cuando llegaron a la estepa, el cielo de la mañana
estaba rojo. Subieron una loma y, apeándose de carros y
caballos, se reunieron en un sitio. El jefe se acercó a Pahom
y extendió el brazo hacia la planicie.
—Todo esto, hasta donde llega la mirada, es nuestro. Puedes
tomar lo que gustes.
A Pahom le relucieron los ojos, pues era toda tierra virgen,
chata como la palma de la mano y negra como semilla de
amapola, y en las hondonadas crecían altos pastizales.
El jefe se quitó la gorra de piel de zorro, la apoyó en el suelo
y dijo:
—Esta será la marca. Empieza aquí y regresa aquí. Toda la
tierra que rodees será tuya.

Pahom sacó el dinero y lo puso en la gorra. Luego se quitó el


abrigo, quedándose con su chaquetón sin mangas. Se aflojó
el cinturón y lo sujetó con fuerza bajo el vientre, se puso un
costal de pan en el pecho del jubón y, atando una botella de
agua al cinturón, se subió la caña de las botas, empuñó la
azada y se dispuso a partir. Tardó un instante en decidir el
rumbo. Todas las direcciones eran tentadoras.

Mathías:
¡Qué angustia! (dilo con emoción verdadera) Imagina el final… imagina
el cansancio…
Acker:
¿Será posible?

Valeria:
Pahom midió el sol con la loma. Avanzó y avanzó,
Pahom caminaba a paso moderado. Tras avanzar mil metros
se detuvo, cavó un pozo y apiló terrones de hierba para
hacerlo más visible. Luego continuó, y ahora que había
vencido el entumecimiento apuró el paso. Al cabo de un rato
cavó otro pozo.
Avanzó cerca de 5 km, luego otros 5… se cansó, descansó,
desayunó, bebió agua y siempre miraba la dirección del sol.
Siempre se repetía: “Una hora de sufrimiento, una vida para
disfrutarlo”.
Y...
¿Quién quiere seguir?

Ricardo
¡Yo!
Pero avanzó mucho, demasiado. Así que se apresuró porque
se dio cuenta de que estaba muy lejos del punto de partida.
“Ay de mí. He deseado mucho, y lo eché todo a perder.
Tengo que llegar antes de que se ponga el sol.”
El temor le quitaba el aliento. Pahom siguió corriendo, y la
camisa y los pantalones empapados se le pegaban a la piel,
y tenía la boca reseca. Su pecho jadeaba como un fuelle, su
corazón batía como un martillo, sus piernas cedían como si
no le pertenecieran. Pahom estaba abrumado por el terror de
morir de agotamiento.
Pensaba en la muerte, pero no se podía detener porque no
quería que lo llamaran tonto por perderse todas esas tierras.
De pronto miró el horizonte y el sol estaba rojo como la
sangre. Y siguió corriendo, y al acercarse oyó que los
bashkirs gritaban y aullaban, y esos gritos le inflamaron aún
más el corazón. Juntó sus últimas fuerzas y siguió
corriendo. El sol estaba muy bajo, pero Pahom estaba muy
cerca de su meta. Podía ver a la gente de la loma, agitando
los brazos para que se diera prisa. Veía la gorra de piel de
zorro en el suelo, y el dinero, y al jefe sentado en el suelo,
riendo a carcajadas.
“Hay tierras en abundancia -pensó-, ¿pero me dejará Dios
vivir en ellas? ¡He perdido la vida, he perdido la vida! ¡Nunca
llegaré a ese lugar!”
Pahom miró el sol, que ya desaparecía, y pensó que no lo
había logrado. Pero los bashkirs aún gritaban, y recordó que
aún había luz. Llegó a la cima y vio la gorra. Delante de ella
el jefe se reía a carcajadas. Pahom soltó un grito. Se le
aflojaron las piernas, cayó de bruces y tomó la gorra con las
manos.

—¡Vaya, qué sujeto tan admirable! -exclamó el jefe-. ¡Ha


ganado muchas tierras!

Nada más que cuando el criado de Pahom se acercó


corriendo para levantarlo, vio que le salía sangre de la boca.
¡Pahom estaba muerto!

Mathías:
¡Oh!

Comentamos todos:
1. ¿Por qué siempre queremos más?
2. ¿Qué mensaje extraemos de este cuento?

3. Despedida (A cargo de Valeria)


a. Reflexión final:
Esperamos que haya sido de su agrado lo que les hemos contado por
aquí. Hoy hemos querido transmitir un poquito de calma. Reflexionar
con textos como este es bastante bueno.
Siempre es bueno que nos acerquemos a la fe de Dios, pero también lo
es que encontremos en textos literarios un espacio para reflexionar y
calmarnos.

b. Hoy estuvieron en la conducción: Ricardo, Ackerley, Valeria y Mathías.

c. Invitación al próximo programa:


Mathías dirá:
Los esperamos el próximo lunes a las 4 de la tarde, como de
costumbre.

Valeria:
Muchas gracias, amigos. Nos vemos el próximo lunes a las 4 de la
tarde… por aquí, el Facebook Live de Cutivalú, más que radio, o por los
107.9 FM o 630 AM.

Todos dicen “chau”

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